Cómo volver rentables nuestros errores – (Embargar el ansia de reparar el ser)
"Vivimos en un
mundo impuro y eso es digno de
celebrarse".
Carlos
Fuentes
Debido a su inagotable capacidad de
cometer errores, el ser humano está indefinidamente
abierto a correcciones. De hecho, tan incuestionable es la
afirmación de que la existencia es susceptible de
corrección, como sostener que la existencia permanece
hasta el último instante de vida como algo imposible de
arreglar. Pero es aquí, en esta misma indefinida capacidad
de corregirse, donde se propone para el ser humano una
situación peligrosa que consiste en encaminarse a la
perfección con el pretexto de querer corregirse.
Siempre que comparece el error, comparece a su vez una
tendencia instantánea a la acción
de corrección o superación del mismo. Pareciera
entonces que no podemos desprendernos ni un minuto ni de la
posibilidad de fallar ni del deseo de corregirnos. Sin embargo,
ser sujeto de corrección no equivale a ser sujeto de
perfección.
Según la Terapia de la Imperfección, esta
saludable paradójica es producto de la
indigencia.
La indigencia se revela, usando una expresión de
Gabriel Marcel, como "exigencia ontológica". De esta
manera, la indigencia define la naturaleza, la
existencia y la condición misma del ser humano.
Precisamente de ese carácter de "exigencia" de la indigencia se
desprende, al mismo tiempo, tanto
la inagotable capacidad de fallar como el imperante deseo de
corrección.
Tratando entonces de resolver la indigencia, que
fundamentalmente es exigencia de ser, el ser humano se ve
envuelto en un proceso de
mejoramiento que, si por una parte no conoce respiro ni tregua,
por otra, a su vez, nunca alcanza el éxito
definitivo.
La indigencia acomoda la existencia del ser humano
dentro de las fronteras de la incorrección y la
corrección. De aquí, pues, que tratar de ser
correcto, en el sentido etimológico del término,
esto es, de rectificar y progresar, es un fenómeno tan
exquisitamente humano como el lado negativo de errar y ser
defectuoso. Esta es la situación, mortificante y
gratificante, producida por la indigencia.
En el sano intento de corregirnos se anida, sin embargo,
el peligro de descalabrarnos de nuestra propia condición
limitada. El deseo de corregirnos puede abrir la puerta a un
ansia de rectificación radical del ser con respecto
a su defectuosidad. El deseo de corregirnos puede dar lugar la
búsqueda de la perfección la cual, efectivamente,
nutre un tipo de tendencia al crecimiento que afecta el
fundamento mismo que sostiene y aguanta nuestra existencia: la
indigencia.
De esta manera, buscando resolver la indigencia, existe
el peligro de jugarnos la propia indigencia.
No hace falta recordar que en la cultura
occidental abrir esa puerta no requiere de mucho esfuerzo. Ser
heredero del Occidente es hallarse transitando por la vía
de la perfección. Es estar referido a la perfección
como al ideal elevado al máximo rango moral y
espiritual. Además, la razón, por su parte, parece
alimentar la intención de transitar por ese camino insano.
En efecto, en su apertura a la realidad defectuosa, la
razón intenta la quimera de resolver en su raíz esa
misma defectuosidad.
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