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Argentina en la época de rosas (1829-1852) (página 2)




Enviado por hpr1974



Partes: 1, 2

5. Las Ideas Políticas
De Rosas

El hombre del
orden y el Restaurador de las Leyes.

"¡Odio eterno a los tumultos! ¡Amor al orden!
¡Obediencia a las autoridades constituidas!"

Sus últimas palabras en la proclama que hiciera en
octubre de 1820 resumen claramente el pensamiento de
Don Juan Manuel. Por esto Andrés Carretero lo
categorizaría como "el hombre del
orden". Había llegado al gobierno de
Buenos Aires
en 1829 y 1835 como el "defensor del orden", como el "restaurador
de las leyes", como el
garante de la paz y la tranquilidad que había que imponer
fuera como fuere. Tanto si se trataba de una revolución
nacional de independencia
(como la de 1810) como de un golpe de estado
como el de Lavalle en 1828, toda alteración del orden
social y económico normal podían afectar la
"estabilidad necesaria" para los negocios. En
ambos casos, la movilización del campesinado (a
través de la leva forzosa, o de la sublevación
contra un gobierno como el
de los unitarios) podía amenazar las "naturales"
jerarquías sobre las que se asentaba la dominación
terrateniente en el campo.

En este aspecto también fue fiel a su clase:
había que ordenarlo todo, supervisarlo todo para que los
intereses de los estancieros no se vieran perjudicados por la
"anarquía", por el desorden. Carretero afirma:

"Rosas
concebía un ordenamiento social dividido por estamentos,
con mucho de raíz feudal, donde estaban los muy ricos, los
menos ricos y los pobres; los poseedores y los
desposeídos; los que mandaban y los que obedecían;
los nacidos para progresar y los que estaban destinados a
vegetar. No era un orden cerrado o arbitrario, pero sí muy
difícil de violar."

En sus "Instrucciones a los mayordomos de estancia" se
puede ver la
organización minuciosa de todas las tareas del campo.
No se admite allí la improvisación.

Y es acertado allí Rosa cuando habla de que si
Rivadavia es sinónimo de reforma, Rosas es
sinónimo de restauración. Restauración de
las leyes, restauración y consolidación de las
estructuras
del viejo orden colonial del cual era heredero. Detrás de
la demagógica consigna "dorreguista", que pretendía
restaurar el gobierno legítimo de los federales
porteños contra la usurpación unitaria, se esconde
la gran verdad: para él la revolución
de mayo no fue más que un "motín de porteños
afrancesados", y extrañaba "aquellos tiempos en los cuales
el orden reinaba en las campañas". Él sería
el encargado de consolidar aquella tendencia inaugurada por el
saavedrismo en 1810: romper los vínculos políticos
con las metrópolis coloniales pero mantener intacto el
orden socioeconómico feudal preexistente.

El federalismo y la
Constitución

En 1829, Rosas le escribía a Guido, Díaz
Vélez y Braulio Costa para informarles que "el General
Rosas es unitario por principio, pero que la experiencia le ha
hecho conocer que es imposible adoptar en el día tal
sistema porque
las provincias lo contradicen, y las masas en general lo
detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre." Y en 1832,
en carta a Quiroga,
dice que "siendo federal por íntimo convencimiento, me
subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos
fuese por la unidad."

Verdaderamente, los lineamientos teóricos del
federalismo o
del unitarismo le importaban a Juan Manuel, como afirma Barba,
"un bledo". Así, adoptó la denominación
federal para imponer, sin la reacción que motivaron los
proyectos
unitarios en 1819 y 1826, su modelo
porteñista. Y además, favoreció el localismo
provincialista, dividiéndolo y restándole
así la potencialidad de un poder conjunto
opositor.

Es básico distinguir entre localismo y federalismo,
ya que mientras que el primero sólo mira por los intereses
regionales sin tener en cuenta al conjunto del país, el
federalismo propone una inserción igualitaria de cada
región en una unidad mayor: la nación.

"Para mejor mantener su preeminencia, la oligarquía
bonaerense estimuló el localismo y separatismo, una pieza
de los cuales eran las aduanas
interprovinciales. El rosismo tenía así al interior
bajo su dependencia, mientras él comerciaba con los
ingleses e introducía sus manufacturas."

Era este el objetivo
fundamental de la política rosista:
tener la suficiente libertad de
acción para manejar el negocio del saladero y la importación y exportación. Y con ese fin se
opondría tanto a las potencias extranjeras que intentaron
"copar" sus privilegios como a aquellos líderes
provinciales que pugnaron por un federalismo más
coherente, e incluso a la oposición porteña. De
esta manera, "el federalismo fue convertido en un instrumento de
preservación de las bases de la dispersión feudal
del país, del latifundio y la opresión feudal de
las masas."

Mientras que el federalismo fue un instrumento
político adecuado para facilitar la unión nacional,
de la mano con el ascenso del capitalismo
(por ejemplo, en Estados Unidos),
el localismo rosista (que tuvo su equivalente en otros caudillos
latinoamericanos) sólo mantuvo la dispersión
territorial, de la mano de las relaciones feudales de producción.

Otro punto que es considerado a veces como punta del
pensamiento
federal rosista es el Pacto del –Litoral de 1831,
también conocido como "Pacto Federal". Como vimos, este
pacto se había forjado como una alianza de las provincias
del litoral contra la amenaza de la Liga del Interior. En
síntesis, consistía en lo
siguiente:

  • Ligaba a las provincias firmantes a una alianza
    ofensivo-defensiva contra cualquier ataque, interno o externo
    (obviamente se tiene en mente a la Liga Unitaria).
  • Se comprometían a no firmar tratados
    por separado ni dar asilo a un criminal huido.
  • Los habitantes de las provincias firmantes gozaban de
    la franqueza y seguridad
    de entrar y transitar con sus buques y cargas en todos los
    puertos, ríos y territorios.
  • Cualquier provincia podía entrar en la
    Liga.
  • Se conformaría una Comisión
    Representativa compuesta por un diputado por provincia, y
    cuyas atribuciones serían declarar la guerra y
    firmar la paz e invitar a las demás provincias a
    unirse y organizar un Congreso "cuando estén en plena
    paz y tranquilidad".

Una vez obtenida la victoria sobre los unitarios, Rosas
intenta mantener en statu quo la situación de la
Confederación, debido a que la Comisión le
representaba una posible merma en su libertad de
acción. Es así que tiempo
después retiró el diputado bonaerense de dicha
Constitución y siguió manejando las
relaciones exteriores de la flamante Confederación. A su
vez, las otras provincias, una vez derrotada la intentona
unitaria, accedieron a adherirse al Pacto, que todavía en
la letra ponía preeminencia en la organización de un congreso, y en que las
relaciones exteriores sólo serían detentadas por
Rosas hasta la sanción definitiva de una constitución. Por supuesto, esta
constitución no iba a dictarse nunca mientras durara el
gobierno de Rosas.

En este punto, el gobernador porteño es claro: la
Constitución no puede dictarse porque el país
aún no está "preparado". Ibarguren afirma:

"… reunir un Congreso Constituyente significaba crear
autoridades superiores a Buenos Aires
(…) Manteniendo a los estados sólo en unión de
hecho o vinculados por pactos o alianzas, la influencia del
gobierno porteño gravitaría siempre sobre ellos en
forma decisiva."

Y Rosas afirma en la famosa "Carta de la
Hacienda de Figueroa" de 1834 (tantas veces presentada como
fuente teórica del federalismo):

"Si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el
gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se
sacarán los que hayan de dirigir toda la República?
¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes,
aspirantes, unitarios y a toda clase de bichos?"

Su objetivo era
claro. Mientras las provincias siguieran siendo "inmaduras" y sin
posibilidades de tener "dirigentes aptos", la constitución
era imposible, y él y su grupo
continuarían manejando las relaciones exteriores, la
Aduana y el
puerto, el comercio exterior
y el poder de
discreción en intervenir en cualquier provincia basado en
su poder económico hegemónico sobre todo el
país. Estas deficiencias en el pacto fueron las que
motivaron la oposición de Corrientes, dirigida en ese
momento por Pedro Ferré.

La política del
terror

La imposición del régimen rosista se logra
entre los sectores disidentes por medio del terror. Cualquier
opositor al régimen pasaba a ser clasificado como "salvaje
unitario" y era pasible de las medidas represivas de la "Santa
Federación". El aparato represivo consistía en dos
instituciones
fundamentales (que conformaban una unidad de acción): una
era la Sociedad Popular
Restauradora, agrupación de casi dos centenares de
hacendados, "gente decente", que digitaba y decidía acerca
de las víctimas y de los castigos o torturas; y la otra
era la Mazorca, brazo ejecutor de los hacendados, constituido
más bien por matones de las clases más humildes
(gauchos, etc.) relacionados con sus patrones por el
vínculo feudal del peonaje. De esta manera, las decisiones
eran de la Sociedad, y los
asesinatos, de la Mazorca.

En general, el terror se utilizó contra aquel sector
"ilustrado" de las clases dominantes, que se conocía como
el de los "doctores", intelectuales urbanos de levita. Y en
muchos casos, la política de intimidación o
asesinato de opositores contó con la simpatía de
los sectores humildes, ya que se destinaba contra un sector
culturalmente muy alejado de su forma de vivir, de actuar y de
pensar. Este hecho fue el utilizado por el rosismo para crear una
identificación entre hacendados-"gauchos" federales y las
masas rurales, en contra de los unitarios. Con el tiempo,
serían calificados de unitarios todos aquellos que
expresaran la crítica hacia el gobernador, incluso
aquellos que se autodefinían como federales. Se nota
también, como forma de imponer la "divisa federal", el uso
obligatorio de la divisa punzó o roja y la fobia oficial
hacia todo lo que tuviera color celeste.
(También a través de la sensación visual el
rosismo intentó disciplinar a terratenientes y peones
"federales".)

¿Es, como afirma Vivian Trías, una dictadura de
las masas a través del caudillo, o es una política
de represión sistemática contra la mayoría
del pueblo?

Cabe destacar que hubo en la práctica sólo
dos momentos en los cuales la clase de los terratenientes
porteños se "distancia" del gobernador: la crisis que
finaliza con la "revolución de los restauradores", en
donde Encarnación se queja del poco compromiso de la
"gente decente" y alaba a la peonada; y en la resistencia a los
bloqueos internacionales, ya que afectaban los negocios de
muchos importadores y exportadores. Pero durante toda su
gobernación, los terratenientes "federales" se mantuvieron
leales y demostrando que el gobierno rosista servía a su
causa.

Además, no debemos olvidar otros "detalles":

"Un detalle esmeradamente olvidado por la historia es que la dictadura de
Rosas fue todavía menos cortés con los gauchos que
con los unitarios. (…) En la página más
dramática de Far away and long ago cuenta Hudson
cómo ni los ruegos de la madre ni la intervención
fervorosa de sus patrones pudieron salvar a un chico de catorce
años de la leva ordenada por Rosas. Otro día, un
payador (…) inicia su balada con una alusión al
año cuarenta, cuando es interrumpido por un gaucho
–al que se le suman los demás- que le prohíbe
la evocación de aquel año que fue como una plaga
para los gauchos bonaerenses."

También cabe mencionar, como un atenuante de la
utilización del terror, tal como opina Juan Pablo Oliver,
que las justas pretensiones de las provincias y los ideales de
los opositores demócratas se mezclaron con las ambiciones
de las potencias extranjeras, fundamentalmente de Francia, que
estuvo detrás de más de una sublevación y
que intentó transformar la resistencia y la
caída de Rosas en una palanca para fortalecer su
dominación en estas zonas de América
del Sur. Es por eso que el terror se multiplicó en la
época de las grandes confabulaciones de 1839. Aun
así, el problema es que el terror no representó
más que a las aspiraciones de una exigua minoría
oligárquica, que no retrocedió en sus conexiones
con las potencias extranjeras, de las que eran intermediarios
comerciales o socios accionistas, y a las que permitieron
penetrar profundamente en el mercado argentino
(aun habiéndolas resistido en su intento de
agresión militar).

6.
Las Intervenciones Extranjeras

El conflicto con
Francia

Observando las relaciones íntimas entre el comercio
extranjero (fundamentalmente inglés,
en menor medida francés) con el gobierno de los hacendados
bonaerenses, puede parecer paradójico que durante el
período tratado se hayan enzarzado tanto Inglaterra como
Francia en
luchas contra la "Confederación".

José María Rosa interpreta estos conflictos
como una agresión imperialista de las potencias europeas,
motivada por el carácter
nacional del gobierno rosista, que había dictado la
Ley de
Aduanas para
beneficio de la industria
nacional y que no permitía a los capitalistas franceses e
ingleses un libre accionar en todo el Plata. No le falta
razón en parte, pero su interpretación no deja de
ser simplista y unilateral, porque sólo ve algunos
aspectos, y descuida las relaciones íntimas entre el
rosismo y muchos comerciantes ingleses, por ejemplo.

Si bien la etapa del imperialismo
moderno comienza recién en el último cuarto del
siglo diecinueve, con una masiva exportación de capitales y la conquista del
mundo por las grandes potencias, la política de Inglaterra y
Francia en la década de 1840 no dejaba de ser colonialista
e imperialista en un sentido más general, y no era
desinteresada ya que su objetivo era conseguir mercados y
fuentes de
materias primas que fuesen útiles a sus economías
capitalistas en ascenso. La competencia entre
ambas será muy importante en la política del
Plata.

En realidad, el comercio
rioplatense estaba dividido entre la influencia inglesa (muy
fuerte en Buenos Aires) y la francesa (creciente en especial en
Montevideo). Alfredo de Brossard es claro:

"Así, mientras nosotros enviamos al Plata nuestros
productos de
lujo, nuestras telas de Lyon, nuestras joyas, nuestros relojes,
nuestros artículos de París y mercadería
sobrante, como los vinos de Burdeos y otros, productos
todos extraños a la industria y
producción inglesa, Inglaterra por su parte
exporta productos manufacturados de buena clase, cuchillos,
tejidos de
Manchester y Birmingham y carbón."

Finalmente Francia se decide a acometer para conseguir
desplazar a Inglaterra en el dominio comercial
del Plata. Así, Leblanc, quien ordena el bloqueo de Buenos
Aires y todo el litoral, dice:

"Es probable que con los aliados que los agentes franceses se
han procurado y los recursos puestos
a su disposición, triunfaremos sobre Rosas; pero
sería más seguro,
más digno de la Francia, enviar fuerzas de tierra que,
unidas a las de don Frutos [Rivera] y de Lavalle
concluirían pronto con el monstruo y establecerían
de una manera permanente en el Río de la Plata la
influencia de la Francia…"

Era imprescindible desplazar a Rosas y al comercio inglés
del Plata para ocupar su lugar. Y esta declaración del
francés pone claramente de manifiesto el error de los
unitarios de Montevideo y de Lavalle, que para derrocar al
gobernador porteño buscaron un apoyo exterior tan
peligroso como el que tenía Rosas. Hubiese sido cambiar a
los ingleses por los franceses.

Y el conflicto se
desata por una cuestión nimia: el pedido de
liberación del detenido francés Hipólito
Bacle. El gobierno francés pide una equiparación
con la situación de los ingleses, que habían
firmado en la época de Rivadavia un tratado de comercio y
navegación que otorgaba a la rubia Albión el trato
de nación más favorecida. La negativa de Rosas tuvo
como contrarrespuesta el bloqueo del puerto de Buenos Aires por
la escuadra francesa. Bloqueo que se mantendría desde 1838
hasta 1840, o que motivó una preocupante
disminución de las rentas aduaneras. La carestía
movió a Rosas a decretar cesantías de empleados,
rebajas de sueldos, reducción del presupuesto
universitario, etc.

Y también rechazó al enviado santafesino Domingo
Cullen, quien buscó la paz con los franceses en
negociaciones con potencias extranjeras, ya que entendía
que el conflicto con los franceses era meramente local con Buenos
Aires, y que la resistencia de Rosas afectaba al Litoral.

Mientras tanto, la intervención francesa movió a
los unitarios de la Banda Oriental y a las fuerzas del interior
comandadas por Lavalle a buscar la alianza con los franceses.
Pero todas las expectativas de la expedición de Lavalle
finalizaron cuando, en 1840, a los franceses los complican otros
problemas en
la pugna en la zona del Cercano Oriente y deciden hacer la paz
con Rosas. El gobierno francés envía al
barón de Mackau a negociar. El tratado estipuló que
el gobierno bonaerense reconocía y sometía a
arbitraje los
reclamos que habían desencadenado la guerra, que
Francia levantaba el bloqueo, que se proyectaría un nuevo
tratado entre Argentina y
Francia y que se otorgaría a los súbditos franceses
la cláusula de nación favorecida. La altiva Francia
debía reconocer que estaba negociando en pie de igualdad con
un país supuestamente débil y el prestigio de Rosas
trepó hasta las alturas. Solucionado el conflicto externo,
Rosas tendría tiempo de ocuparse de la disidencia del
interior.

La intervención
anglo-francesa

Sometida ya la Liga del Norte y la oposición litoral en
Arroyo Grande, Oribe, siguiendo órdenes de Rosas, inicia
las acciones
contra Montevideo, que tenía coligados a unitarios,
riveristas y franceses. El 22 de enero de 1841, además,
Rosas va a dictar un decreto declarando cerrados los ríos
Uruguay y
Paraná a la navegación de todo buque que no sea
patentado por el gobierno de la Confederación Argentina bajo
pabellón nacional. Montevideo quedaba aislado del Litoral.
La actitud de
Rosas y la nueva política de apertura fluvial que
propugnaba Paraguay desde
la muerte de
Gaspar Francia en 1840, además de la creciente influencia
que había alcanzado la comunidad
británica en Montevideo en los últimos años,
hicieron que Inglaterra se colocara momentáneamente del
lado de los montevideanos, reclamando junto con Francia en una
misión
conjunta la necesidad de "arreglar el asunto" y solucionar el
conflicto de la navegación de los ríos.

Pero sin embargo Rosas desoye a la embajada y el 16 de febrero
de 1843 Oribe pone sitio a Montevideo. Este sitio se
prolongaría hasta la claudicación de Oribe frente a
la acción de Urquiza en 1851.

Entretanto, Montevideo decidió designar cónsul
en Londres al general O’Brien, que comenzó a hacer
en Inglaterra una campaña de adhesiones en repudio de la
política de Rosas, incitando incluso a sectores religiosos
por la intolerancia del gobierno de Buenos Aires. Estaban ya
jugadas las cartas para que
Inglaterra se decidiera a imponer por la fuerza la
apertura de los ríos. Y finalmente se le uniría
Francia, a quien también perjudicaba el sitio, aunque hubo
un fuerte debate interno
en el gobierno galo. No debemos dejar de lado la rivalidad
vigente entre las dos grandes potencias, que sólo se
unieron en pos de un objetivo puntual: liberar los ríos e
intentar doblegar a Rosas y a sus restricciones comerciales.
Incluso Brasil, decidido
a incrementar su influencia en el Plata, vio con simpatías
la intervención anglo-francesa y Paraguay, que
también estaba interesado por la apertura fluvial, se
sumó a la lista. Entonces, el cuadro de situación
es un rompecabezas en el cual cada país buscaba asegurar
su predominio sobre la cuenca del Plata: Inglaterra y Francia,
efímeramente unidas, tenían cada una sus propios
objetivos.
Informa Cady: "Inglaterra preferiría llegar a un arreglo
directo con el gobierno de Buenos Aires y estaba lista a oponerse
tanto a los planes de Francia como de Brasil."

En 1845 el gobierno inglés y el francés enviaron
una nueva misión
(Ouseley-Deffaudis) que exigió el levantamiento del sitio,
pero fue desoída por Rosas. Inmediatamente, las potencias
europeas, interviniendo prepotentemente en conflictos
internos de naciones soberanas, declararon el contrabloqueo a
Buenos Aires. Cady nos cuenta:

"Los representantes europeos recurrieron por último con
gran desgano a la medida extrema de bloquear Buenos Aires. Los
numerosos súbditos británicos y franceses que
vivían en la capital
argentina se oponían a ello en forma unánime."

Frente a la agresión extranjera, Rosas defendió
la soberanía argentina con uñas y
dientes. Y el repudio contra la intervención europea
aglutinó al pueblo argentino. Así, es necesario
destacar la actitud de
Rosas:

"Fue indudablemente una actitud de defensa de la soberanía nacional que concitó el
apoyo popular, aunque estuviera mediatizada por la
condición de clase de Rosas y la estrechez provincial de
sus miras. Por ejemplo, por su defensa del cierre a la
navegación de los ríos y el puerto único, no
podía lograr la adhesión de las provincias del
Litoral, lo que explica, no justifica, la intención de los
gobiernos de estas de lograr un acuerdo por separado con las
potencias agresoras."

El episodio más heroico de la defensa contra la
intervención fue el combate de la Vuelta de Obligado, que
finalizó en derrota y permitió a la escuadra
conjunta comerciar con el Paraguay. Sin embargo, la feroz
resistencia de los patriotas le hizo muy difícil el viaje,
y disminuyó la fuerza y la
confianza de las potencias invasoras. Finalmente, luego de cinco
años, las presiones de las casas de comercio inglesas y
francesas, más la intransigencia de Rosas, llevaron a las
potencias a negociar. En 1849 la situación se
normalizó con Inglaterra (tratado Arana-Southern) y algo
más tarde, en 1850, con Francia (tratado
Arana-Leprèdour). Afirma Paso:

"Las convenciones (…) muestran que nada de fondo se
modificó en las relaciones entre la oligarquía
latifundista y sus socios ingleses y franceses."

Esto no puede menoscabar el valor de la
resistencia y el éxito
final en evitar la imposición extranjera por la fuerza. La
defensa de la soberanía debió haberse colocado por
encima de las disputas internas para evitar que las potencias
agresoras usaran esas contradicciones para avanzar. Por lo tanto,
no se puede justificar la alianza de los propios argentinos con
ingleses y franceses. San Martín escribía en
1839:

"Pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que
por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero
para humillar a su patria y reducirla a una condición peor
que la que sufríamos en tiempos de la dominación
española. Una tal felonía ni el sepulcro la puede
hacer desaparecer."

En reconocimiento por la defensa contra la agresión
extranjera, San Martín legaría a Rosas su sable con
el que había luchado, años antes, en la guerra de
la independencia.

7. La
Oposición

Unitarios y federales; rosistas y
doctrinarios

Las fuerzas políticas
existentes en la época en la que Rosas llega al poder son,
básicamente, dos: la de los unitarios y la de los
federales. Gastiazoro nos informa de sus características generales:

"El primero [los unitarios] (…) expresaba fundamentalmente a
los grandes comerciantes porteños y a sus socios del
interior. Sostenía al librecambio y mantenía la
política del puerto único, debido a que la fuente
principal de sus ingresos como
clase estaba en la intermediación de importaciones y
exportaciones.

Por su parte, el partido federal presentaba una extraordinaria
heterogeneidad de ideas, llegando a predominar en él las
tendencias a la disgregación provincial (…) en función de
los enfrentamientos entre caudillos locales (…). Si bien muchos
de sus líderes pugnaban por formar una
confederación, al estilo de (…) Norteamérica,
siendo el caso más notorio el de Artigas (y con mayores
limitaciones Manuel Dorrego y Pedro Ferré), esta idea
siempre chocó con la oposición de la mayoría
de los terratenientes bonaerenses, cuyo ‘federalismo’
se caracterizaba por tratar de mantener para sí la
exclusividad del puerto y la aduana."

En definitiva, ambos partidos diferían en la forma, no
en el contenido. Lucharían por imponer su método
particular para conseguir la inserción de la Argentina en
el comercio mundial. Afirma Floria:

"El federalismo porteño (…) coincidiría con el
unitarismo en imponer la hegemonía porteña a las
demás provincias. La diferencia consistió
básicamente en el medio elegido para lograr ese resultado.
Para los unitarios (…) era una estructura
legal, una constitución. Para los federales era una
cuestión de política práctica, un asunto de
alianzas que se ejecutaría según las necesidades
concretas del momento."

Además de las diferencias políticas, cabe anotar
las profundas diferencias culturales existentes entre ambos
bandos. El sector unitario estaba mayoritariamente compuesto por
los llamados "doctores", un sector de la oligarquía que se
identificaba mucho más con la ciudad, con los modales
cuidados de las "tertulias" y reuniones privadas. Un sector que
estaba en contacto con las últimas ideas europeas y
admiraba a su intelectualidad. Muchos intelectuales de las
ciudades adscribieron al unitarismo. Su cultura
aristocrática y urbana se reflejó en un profundo
desprecio por las clases populares y el campo. Según las
propias confesiones de algunos de sus representantes, como el
José María Paz, el conjunto del pueblo no estaba
junto a ellos. Si bien algunos sectores pudieron expresar
corrientes más democráticas y progresistas, nunca
compartieron las pautas culturales de gauchos y campesinos. Su
proyecto de
unificar al país sin respetar las autonomías
provinciales y su marcado espíritu antipopular los
condenaron al fracaso, y volcaron al conjunto de las masas
populares al bando federalista. Sus intentos de dotar al
país de una legalidad constitucional terminarían en
rotundas derrotas, porque nunca tuvieron en cuenta la
opinión de los pueblos.

Sin embargo, sus inmediatos rivales, del lado "federal", no
serían tampoco la gran solución para los pobres del
campo y la ciudad. Entre sus filas contaron auténticos
federalistas, como Artigas, hasta acérrimos localistas,
como Rosas. Bajo su ropaje rojo y populista existieron varias
líneas políticas:

  • aquellos que verdaderamente pretendían una
    unificación nacional que tuviera como premisa el
    respeto por
    las autonomías de las provincias (incluso con posiciones
    proteccionistas de las industrias
    locales como la del correntino Ferré);
  • aquellos que sólo querían defender el
    aislamiento de sus provincias, confundiendo el federalismo (que
    implica una unión nacional) con el localismo, que solo
    piensa en la estrechez de su provincia;
  • aquellos que, gobernando en la provincia de Buenos Aires,
    tan solo pretendían mantener su predominio
    económico y dieron la espalda al país interior.
    En esta última categoría encontramos a la
    política de Rosas.

Los líderes del federalismo siempre fueron de la clase
terrateniente, y por lo tanto sus puntos de vista, a veces muy
lúcidos en cuanto a la
organización nacional, siempre estuvieron
teñidos de su particular punto de vista de clase. Es por
eso que muchos de ellos escogieron el camino del localismo y la
defensa del particularismo regional antes que la organización nacional.

Sus figuras fueron los caudillos, los "hombres fuertes",
aquellos que carismáticamente se transformaron en
"directores" de amplias masas populares, que los seguían
por haberse identificado con la cultura del
campo, de lo autóctono, de la religión y las
costumbres vernáculas. El caudillo federal aparecía
como un "gaucho", amante de las tradiciones del campo, y con esa
imagen
cautivó a aquellas masas rurales que, movilizadas con la
guerra de la independencia, buscaban un lugar en la lucha
política posrevolucionaria. No obstante, los caudillos no
dejaron nunca de ser grandes terratenientes, y lo que en rigor
hicieron fue utilizar el apoyo popular para afianzar su poder
pero sin poner nunca en entredicho su dominación de clase
y sus privilegios políticos y sociales. Desviaron el odio
popular hacia la élite unitaria pero afianzaron las
relaciones de producción feudales y el sistema
económico heredado de la colonia.

En este espectro político, Rosas es el caudillo federal
por excelencia, el que aparece como el "gran padre" para gauchos
y peones, el que "se hace gaucho como ellos", para dominarlos y
dirigirlos por senderos que no estorben a la aristocracia
terrateniente. Y su maniobra política fundamental es crear
una división entre todos aquellos que lo apoyan (los
partidarios de la "Santa Federación") y todos los que se
le oponen (que, en adelante, pasarán a ser,
independientemente de su pensamiento político, los
"salvajes unitarios"). Así, el descontento popular es
descargado en los "enemigos" de la federación y atacados
como tales. A esto contribuiría el desprecio de la
élite unitaria para con el pueblo llano.

Un ejemplo característico de esta participación
popular en la oposición a los antirrosistas es el caso de
la "Revolución de los Restauradores", en la que es el
gauchaje y el pueblo llano el que participa en el derrocamiento
de los federales "lomos negros", que si bien parecían
proponer medidas progresistas como la redacción de una constitución y se
quejaban contra el personalismo de Rosas, estaban socialmente
más cerca de los "doctores" que de los gauchos rosistas.
Así, una lucha interna entre dos sectores de las clases
dominantes, que comenzó siendo un conflicto en el seno de
las instituciones
(como la Legislatura), pasó a ser un debate en la
opinión
pública a través de los periódicos y
terminó siendo una rebelión popular que
estableció definitivamente la hegemonía de Rosas en
el escenario político de la provincia y su
proyección en el país.

Las disidencias del Interior y del
Litoral

En el momento de la lucha entre unitarios y federales en
Buenos Aires, que terminaría con los pactos de
Cañuelas y Barracas, en el interior se estaba conformando
un bloque de provincias cuyo objetivo principal era la lucha
contra los porteños. A la cabeza de este bloque se hallaba
el General Paz, liderando su Liga Unitaria, lo que comprueba que
el unitarismo no fue solo un fenómeno porteño sino
nacional, aunque siempre minoritario. El objetivo declarado por
Paz, el de "constituir la nación", fracasó por la
escasez de apoyo popular que sufrieron los unitarios. Es por eso
que esta Liga, gestada a partir de cuerpos militares que
volvían de la guerra con el Brasil, caería pronto
al caer su jefe, y serían reconquistadas todas las
posiciones por los caudillos federales, entre los que se
destacaría Quiroga. El apoyo de Quiroga a la
solución rosista refleja la miopía de miras de
algunos caudillos federales, y determinaría el
resurgimiento del poder porteño que, forjando alianzas con
los "hombres fuertes" federales del interior y del litoral,
llegaría a ser el jefe indiscutido de la laxa unión
que supuso la Confederación Argentina. Sin embargo, la
política de puerto único y su rechazo por la
unión constitucional pronto despertaron en las provincias
movimientos opositores que, en general, cometerían el
error de confiar en fuerzas extranjeras para conseguir sus
objetivos.

Sería el viejo unitario del golpe decembrista de 1828
el que encabezaría otra coalición desde el interior
del país, y esta vez con apoyo del Litoral: Juan Lavalle,
aquel que había mandado ejecutar a Dorrego, ahora
enarbolaría la bandera federal al grito de: "¡Viva
el gobierno republicano representativo federal!". Aquí las
denominaciones (aparentemente tanto Rosas como Lavalle son
"federales") no nos deben confundir: el conflicto era claramente
entre las provincias y Buenos Aires. Y el propio Lavalle
sirvió como instrumento de los gobernadores provinciales,
que eran los que verdaderamente detentaban el poder
económico. (De la misma manera que había servido
como instrumento de los unitarios complotados en 1828 para
derrocar al gobierno dorreguista).

La primera expedición al mando de Lavalle había
sido mentada por los unitarios de Uruguay y los
litoraleños argentinos; la segunda representó
además a los gobiernos del interior en la "Liga del
Norte". En la primera se puede observar el error de los
disidentes: buscar el apoyo francés para deshacerse de la
tiranía porteña sin comprender que Francia
hacía su propio negocio colonialista. Error que Lavalle
pagaría caro, porque los franceses lo abandonarían
antes del ataque decisivo.

Sin embargo, y pese a las derrotas que Rosas propinó a
las resistencias
provinciales, Corrientes sería su más severo
adversario. Como provincia litoral, comenzaba a competir por
colocar sus productos (en gran medida los mismos que Buenos
Aires) en ultramar. Así Ferré (defensor del
proteccionismo y de la aceleración en dictar una
Constitución en 1831) como Berón de Astrada y los
hermanos Madariaga, encabezarían sucesivas rebeliones
contra la política de "cerrojo" rosista. Y mucho peor fue
cuando, después de haber comerciado en el momento de los
bloqueos, la paz volvió a dar a Rosas un mayor "poder de
vigilancia". Entonces ya ni Entre Ríos, a cuyo frente
estaba su subordinado Urquiza, apoyó su política.
Ya los tratados de
Alcaraz, firmados entre Urquiza en representación de un
"rosista" Entre Ríos y los correntinos, serían el
primer punto de encuentro entre ambas provincias. El
"pronunciamiento" no tardaría en llegar.

En 1851, como en otras oportunidades, Rosas renunció a
la representación exterior esperando la
ratificación de su mandato por las provincias. Pero la de
Entre Ríos no llegó. Urquiza (encarnando la alianza
entrerriano-correntina), el imperio brasileño y Uruguay
(los colorados) se coligaron en la denominada Triple Alianza,
lograron levantar el sitio de Montevideo y vencieron a las tropas
rosistas en Caseros.

Los hacendados de la campaña
sur

En 1839, estancieros de la zona sur de la provincia de Buenos
Aires se rebelaron contra la autoridad del
gobernador. La rebelión es una lucha entre distintos
sectores de la aristocracia terrateniente por el dominio de las
tierras pampeanas. Por lo general, los hacendados sublevados
habían conseguido las tierras por enfiteusis y se
habían convertido en propietarios por la ley rosista de
1836. Ahora, con el bloqueo francés y la
disminución de las entradas comerciales, la rivalidad
entre ambos grupos de
terratenientes (los de la campaña norte, rosistas, y los
del sur) se acentuó. Además, las conexiones que
tenían algunos de los hacendados sureños con los
franceses llevaron a que la contradicción dentro de la
propia clase latifundista se vinculara con las rivalidades entre
las grandes potencias. Los "Libres del Sud" (así
autodenominados), comandados por Cranmer, Castelli y otros,
detentores de tierras en Chascomús, Dolores, etc., se
alinearon con Francia. Y expresaron su disconformidad con la
política represiva de Rosas. Para el revisionismo, ellos
actuaron por un fin "puramente materialista", en cambio Rosas
operaba con un sentimiento "auténticamente nacional". Esta
corriente no advierte el conflicto entre dos sectores de la misma
clase social que disputaron la posesión de la tierra y se
vieron envueltos en el conflicto internacional, que
teñía a cualquier lucha política en
cualquier parte del mundo.

La rebelión terminó con la victoria rosista, que
derrotó a los insurrectos en Chascomús.
Inmediatamente se dispuso de las tierras de los vencidos para
concederla a los que habían participado en la contienda
del lado rosista. En 1840, Rosas dicta un decreto que estipula
que cualquier propiedad de
unitarios debía responder por el daño causado por
Lavalle. Con esta arma legal, Don Juan Manuel pudo disponer a
discreción de las haciendas pertenecientes a los "salvajes
unitarios". La rivalidad económica, traducida en rivalidad
política, habría de avisar al gobernador
porteño para reforzar su vigilancia sobre los sectores
opositores. Un dato: desde 1833, la frontera con los
indígenas se había ido desplazando a favor de estos
últimos, que aprovecharon las disputas internas entre
"huincas".

La oposición unitaria y la
generación del 37

Ya hemos visto los lineamientos económicos y culturales
que habían originado el conflicto unitarios-federales.
Pues bien, un sector unitario, postergado con las derrotas de
Rivadavia, Lavalle y la Liga de Paz, emigró a Montevideo,
donde comenzó a conspirar contra Rosas. Andrés
Lamas y Florencio Varela encarnarían a los "emigrados" en
la vecina orilla del Plata. Afirma Puiggrós:

"Huyeron entonces a la otra orilla, y desde allí se
dedicaron a conspirar contra Rosas, con la mirada puesta
más en la contribución de armas, soldados y
dinero que
podían disponer las naciones comerciales interesadas en la
apertura del mercado interior
argentino, que en la insurrección del pueblo de la
Patria."

Mientras tanto, en la ciudad-puerto argentina, crecía
un movimiento de
jóvenes intelectuales dispuestos a asumir un papel de
cambio en la
sociedad argentina. Ya en 1830, con la llegada de Esteban
Echeverría al país, comenzarían reuniones en
la casa de Miguel Cané y en el "Salón Literario" de
Marcos Sastre, deliberando sobre letras, artes y política.
Además estaban en el grupo
José María Gutiérrez, Alberdi, Tejedor,
Vicente Fidel López y otros. Su inspiración
teórica pasaba fundamentalmente por la influencia
francesa, cuyos pensadores habían servido como guía
a la revolución democrático-burguesa en 1789.

En 1837 comienza a publicarse el semanario "La Moda".
Allí los jóvenes llegan a elogiar a Rosas
suponiendo que ellos podían aportar sus "luces" a un
régimen que, según ellos, descansaba "sobre el
corazón
del pueblo". En el Fragmento preliminar al estudio del derecho,
Alberdi llama al gobernador porteño "persona grande y
poderosa". No obstante, el silencio del periódico
frente al bloqueo francés y las nuevas ideas que no
concordaban con los planes de Rosas llevaron al distanciamiento.
El 23 de junio de 1838 se fundó la "Asociación de
la Joven Generación Argentina" (remedo de las Juventudes
Revolucionarias y liberales que existían por aquella
época en Europa), con el
lema de "Mayo, Progreso y Democracia".
Se habían desilusionado del Restaurador. Echeverría
afirma en su Ojeada Retrospectiva:

"Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda
del verdadero progreso (…) No lo hizo; fue un imbécil y
un malvado. Ha preferido ser el minotauro de su país, la
ignominia de América
y el escándalo del mundo".

Luego algunos se trasladarían al interior (Quiroga
Rosas, V. López), otros emigrarían a Montevideo,
donde se publicaría el Código
o Declaración de los principios que
constituyen la creencia social de la República Argentina;
Echeverría se refugiaría en su estancia en el
interior de Buenos Aires, y otros se quedarían en la
ciudad conspirando (serían descubiertos en junio de 1839).
Los llegados a Montevideo entrarían pronto en contacto con
los unitarios como Florencio Varela, quienes no
comprendían las posiciones de la nueva
generación.

¿Cuáles eran las ideas sostenidas por esta joven
intelectualidad? La ideología de "los del 37" será muy
variada, de acuerdo con las interpretaciones de sus distintos
exponentes. Sin embargo, se nutre de influencias comunes y
coincide en sus rasgos más generales.

La inspiración de esta "generación" fue el
pensamiento europeo:

El liberalismo
clásico, que insistía en la posibilidad del
progreso humano y en la representación popular (aunque con
un tinte aristocratizante),

El romanticismo, que
alentaba a la rebelión juvenil frente a los poderes
establecidos y ensalzaba el sentimiento nacional de los
pueblos,

El socialismo
utópico, que proponía por aquella época una
defensa inorgánica de los derechos de los
trabajadores, criticando los rasgos más negativos del
capitalismo,
en ascenso en Europa

Así, hombres como Echeverría critican a la
sociedad vigente en el Plata y pretenden hacerla entrar en un
proceso de
desarrollo, de
modernización, que supere el atraso pastoril, emulando la
transformación social de Europa. A su vez,
observan los efectos negativos del crecimiento del capitalismo en
Europa y creen poder hacer posible la industrialización
sin el dramático costo social y la
superexplotación obrera existentes en el viejo continente
(y por eso habla de encontrar un punto medio entre el individuo y
la sociedad).

Fueron críticos con los unitarios y con los federales,
ya que argumentaban que, si los segundos habían sometido
al país a la tiranía y al atraso, los primeros
también habían desconocido la tradición
revolucionaria y democrática de Mayo de 1810. Pretendieron
adaptar las doctrinas nacidas y crecidas en Europa a la
situación nacional, tomando los elementos propios de la
realidad del país como referente. Alberdi afirma:

"Gobernémonos, pensemos, escribamos y procedamos en
todo no a imitación de pueblo ninguno de la tierra, sea
cual fuere su rango, sino exclusivamente como lo exige la
combinación de las leyes generales del espíritu
humano con las individuales de nuestra condición
nacional."

En su Dogma Socialista, Echeverría plantea la
concepción política que alienta a la Joven
Argentina, y que tiene como pilares:

  • La continuidad de la revolución de mayo, que
    había sido detenida en sus aspectos sociales;
  • La fe en el progreso de las naciones, como ley inexorable
    de la humanidad;
  • La negación de las "tradiciones
    retrógradas" herederas de la colonia y del "Antiguo
    Régimen";
  • La oposición al despotismo y a la tiranía,
    basándose en el dogma de la igualdad
    republicana (adoptando el lema francés de libertad,
    igualdad y fraternidad);
  • La confianza en la educación como factor de
    transformación social;
  • La necesidad de unidad entre todas las fuerzas
    progresistas para completar la revolución de
    independencia comenzada en mayo sin divisiones
    partidistas

No obstante, estos pensadores, presos de su condición
social de intelectualidad pequeñoburguesa, tendrían
serias limitaciones en su concepción política:

  • Se unieron, deslumbrados, a las potencias colonialistas
    contra el dominio de Rosas, sin ver o sin querer ver la
    política agresiva de estas naciones que no
    pretendían (ni mucho menos) un desarrollo
    autónomo del país sino someterlo a sus
    intereses comerciales y geopolíticos. Alberdi
    sería el más acérrimo defensor del
    liberalismo y de la entrada de capital
    extranjero al país, a tal punto que sus Bases
    serían consideradas como base para la
    Constitución de 1853, base jurídica del
    régimen del 80.
  • Intentaron imponer la "modernización" a
    través de una política oportunista, que
    pretendió "convencer" a los sectores más
    "ilustrados" de la aristocracia terrateniente para que
    encabezaran ese proceso
    transformador. La experiencia demostraría que esos
    sectores, si bien fueron capaces de alentar alguna que otra
    idea progresista (principalmente en las explotaciones
    económicas), no iban a abandonar sus privilegios de
    clase para embarcarse en una revolución
    democrática y modernizadora, e iban a seguir el rumbo
    de someterse al imperialismo más cercano que les
    garantizara posición social y ganancias
    económicas. Sin embargo, los intelectuales del "37" no
    lograrían identificar al beneficiario principal del
    "Antiguo Régimen" contra el que golpeaban en la
    teoría, pero ante el que se agachaban
    en la práctica.
  • Tendrían latente un prejuicio hacia las clases
    bajas, a las que ellos planteaban incorporar a la vida
    política después de haber sido "educadas".
    Reivindicaron así para la intelectualidad, que ellos
    mismos constituían, un papel
    rector en el desarrollo de la futura "república", ya
    que las masas habían demostrado que podían
    apoyarse en caudillos y tiranos y acabar con el
    régimen representativo. "El matadero" es la
    expresión literaria de esta postura que, al criticar
    al régimen rosista, critica duramente también a
    las masas, que son presentadas como "vulgares" frente a los
    "hombres de luces". Es por eso que insisten en sus principios de
    "todo para el pueblo y por la razón del pueblo",
    distanciándose del pensamiento jacobino y
    rousseauniano del gobierno democrático ejercido por el
    pueblo.

Estas graves limitaciones le impedirían, en las
circunstancias abiertas tras la caída de Rosas,
transformarse en una vanguardia que
liderara al pueblo hacia una política democrática y
que pudiera sentar las bases para un desarrollo capitalista
autónomo y multilateral. Su debilidad por las "luces"
extranjeras y su lejanía cultural y política de las
grandes masas, que eran las grandes perjudicadas por el sistema
feudal imperante, los terminaría reduciendo a la
impotencia política o a su subordinación a las
nuevas reglas del juego, que
terminarían conduciendo a la República
Oligárquica en 1880 y a nuestra inserción en el
naciente mercado mundial como país dependiente y atrasado,
sometido por los grandes terratenientes y el capital
extranjero.

El exilio

Ya derrotado, Rosas buscaría refugio en la casa del
inglés Gore y luego partiría inmediatamente para
Inglaterra. Allí se estableció en un farm cerca de
Southampton, desde donde recibió las noticias de la
confiscación de sus bienes, por
ejemplo. En algunos escritos puede apreciarse la actitud de Don
Juan Manuel para con las masas trabajadoras que estaban
movilizándose en aquella época. Expresaba:

"Para mí, el ideal del gobierno feliz sería el
autócrata paternal, inteligente, desinteresado e
infatigable (…) He admirado siempre a los dictadores
autócratas que han sido los primeros servidores de su
pueblo."

"Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada
día más el respeto al orden,
a las leyes y el temor de las penas eternas, solamente los
poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer
respetar los mandamientos de Dios, las leyes, el capital y a sus
poseedores."

Plenamente convencido de su forma de concebir la sociedad y la
política, Juan Manuel de Rosas murió en su farm el
14 de marzo de 1877, a los ochenta y cuatro años. Un siglo
después, sus restos serían trasladados a la
Argentina.

8.
Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos analizado distintos aspectos
de la Argentina rosista. De esto podemos concluir:

  • Que el poder de Rosas estuvo afirmado por la pertenencia
    a la clase de terratenientes latifundistas, clase dominante
    en el país desde tiempos de la colonia y usufructuaria
    de la Revolución de Mayo, a la que adaptó para
    sus propios intereses.
  • Que las relaciones de producción estaban
    teñidas en todas partes de las formas de
    coerción y sujeción feudal de las masas
    (peones, gauchos, campesinos…) por parte de la
    oligarquía terrateniente.
  • Que la política con el indígena (exterminio
    alternado con negociaciones de conveniencia), que las ideas
    constitucionales demoradas, que el terror y el paternalismo
    estuvieron marcados todos por el gran objetivo de Rosas:
    mantener en el país la dispersión con
    caudillos, estancieros y peones, con el predominio
    indiscutible de la provincia de Buenos Aires, dueña de
    la Aduana y de las relaciones exteriores.
  • Que la resistencia ante las agresiones extranjeras es el
    punto más alto y destacable de la actuación
    política rosista, y en esa acción
    demostraría el profundo divorcio
    entre los intereses de la nación y los de muchos de
    sus opositores.

Citando a John Lynch:

"La sociedad tomó su forma bajo el gobierno de Rosas y
subsistió después de él. La hegemonía
de los terratenientes, la degradación de los gauchos, la
dependencia de los peones, todo eso fue herencia de
Rosas."

Y después de Caseros, ¿cambió Argentina?.
La situación revolucionaria que se abrió en 1852,
¿terminaría en una transformación sustancial
de la realidad social del país?

"(…) Caseros no significó la liquidación del
poder efectivo de la oligarquía bonaerense, y ello explica
por qué no se resolvieron después de 1853 los
graves problemas
derivados de nuestra estructura
latifundista y de nuestra dependencia del mercado capitalista
mundial."

Puede añadir Romain Gaignard:

"En 1840, sólo 450 estancieros poseen más de
5.500 leguas cuadradas, más de un cuarto de la superficie
de Francia, con cerca de quince millones de hectáreas. Y
si consultamos la lista, desde ese momento, encontramos en ella
todos los grandes nombres de la aristocracia de la pampa de
1979."

De 1979 y de hoy.

Categoría: Historia.

Palabras clave: Argentina – Rosas – Rosismo
– Unitarismo – Federalismo – Latifundismo
– Siglo XIX

Resumen:

El trabajo intenta describir los diferentes componentes de la
sociedad argentina (y sobre todo bonaerense) durante la etapa de
los gobiernos de Juan Manuel de Rosas. Analiza brevemente las
características económicas, sociales,
políticas e ideológicas del período,
buscando la conexión entre ellas. Analiza la base material
de la sociedad, los proyectos y las
luchas políticas, los conflictos con las grandes potencias
y la significación global del rosismo en la historia
política argentina.

Trabajo enviado y realizado por:
Hernán Riccioppo

26 años – Profesor en Historia

Partes: 1, 2
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