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Las ordenes mendicantes en la edad media




Enviado por miguelobera



Partes: 1, 2


    1. Estado
    actual de los estudios, introducción.

    2. Las órdenes
    mendicantes

    3. Las órdenes mendicantes,
    algunas consideraciones

    4. La
    Fundación

    5. El
    fundador
    .

    7.
    Conclusiones

    8. Bibliografía
    Consultada

    1. Estado actual
    de los estudios, introducción.

    Resulta, sin duda, apasionante la búsqueda de
    conocimiento
    sobre el tema que nos ocupa. Aunque poseemos herramientas
    muy potentes de acceso a grandes bases de información sobre historia medieval, he echado
    en falta un buen manual sobre
    historia de las
    órdenes mendicantes. Aunque tenemos trabajos
    interesantísimos como el José María Miura
    Andrades pero este sólo se circunscribe a la comunidad de
    Andalucía. El manual de Jose
    María Moliner también resulta de gran utilidad pero
    tiene el problema de que ya es bastante antiguo (1974). Hay
    muchos trabajos que resumen la labor de los mendicantes pero
    tienen ese inconveniente son resúmenes. Lo que si que
    funciona es la búsqueda aislada de cada una de las
    órdenes hay muchísima bibliografía sobre
    franciscanos o dominicos. Pero si encontrar un manual sobre
    órdenes mendicantes resultaba un poco complicado mucho
    más lo era, sobre su labor en la Edad Media y
    sobre lo que hay muy poco publicado es sobre su desarrollo,
    expansión y asentamiento en la Península
    Ibérica. Quizá sea por la mi propia falta de
    experiencia como historiador pero es bien cierto que he tenido
    muchos problemas para
    encontrar información de rigor sobre este
    trabajo.

    Las enciclopedias de Historia de la Iglesia
    están más por la labor apostólica y
    evangelizadora que por el rigor histórico. Sin el
    ánimo de ser irreverente diré que las lecturas
    sobre órdenes mendicantes me han desarrollado la fuerte
    intuición de que aunque estas ordenes pertenecían
    al seno y a las jerarquías de la Iglesia
    tradicional, poco querían saber de esta, máxime si
    tenemos en cuenta que algunas de ellas nacieron y en respuesta a
    movimientos heréticos. La verdad es que aunque Gente como
    H. C. Lawrence ha publicado algo, nos vemos limitados como
    siempre al contexto europeo. Una Europa medieval
    que entendía poco de las naciones y con una Iglesia que
    aspiraba a la universalidad, a la unión sin fronteras de
    todos sus cristianos. Era un espacio donde valga recordar que
    pugnaban dos corrientes de pensamiento
    sobre el poder: El
    temporal, y el espiritual. En este contexto las órdenes
    mendicantes desarrollaron su labor con un día a día
    muy local pero basado en unas premisas, en una regla, que sin
    duda alguna era de vigencia universal entre todos los miembros de
    cada orden. Quiero decir con esto que los principios de
    crecimiento y de desarrollo de
    todas las órdenes mendicantes seguían unos
    parámetros muy similares. Un convento franciscano de
    Lombardia en poco se diferenciaba de otro de la misma orden
    situado en Sevilla. Es bien cierto, que probablemente los
    problemas con
    los que se enfrentaría día a día cada
    convento serían siempre distintos pero sus alternativas
    para solucionarlos serían más o menos
    iguales.

    Un hecho que resulta muy curioso a la hora de buscar
    fuentes sobre
    órdenes mendicantes, es que encontraremos caudales de
    documentación amplísimos sobre otro
    tipo de instituciones
    monacales. Es impresionante la cantidad de libros y
    artículos publicados sobre la orden Cluny o los
    cistercienses o la cantidad de páginas que podemos
    encontrar en la red de redes sobre la orden de
    Calatrava o sobre los templarios. Las ordenes mendicantes me ha
    resultado en este contexto una especie de patito feo en
    comparación con otro tipo formas regulares de vida
    eclesiástica. La causa de este abandono probablemente
    esté en la propia génesis de pensamiento de
    estas órdenes. Nacen con el ideal de pobreza
    más absoluto, con el desinterés de las riquezas,
    con la búsqueda de una buena cultura para
    un buen apostolado; por lo que se puede pensar que cualquier
    historiador que se acerque a fuentes
    primarias sobre órdenes mendicantes lo va atener un poco
    complicado porque nada poseían y por lo tanto
    difícilmente esa nada podía ser registrado en
    fuentes como por ejemplo las notariales.

    Otra cuestión es que la mayoría de estas
    órdenes tuvieron su época de "esplendor" durante la
    Edad Moderna.
    Hay muchos documentos
    referentes a la conquista espiritual de Iberoamérica o a
    la labor pastoral desarrollada en esos sitios. De hecho no es de
    extrañar que en la actualidad las órdenes
    mendicantes que sobreviven (casi todas) tengan casi más
    edificaciones en Latinoamérica que en la vieja Europa.

    En este trabajo he intentado resumir dos ideas; por un
    lado distinguir las órdenes mendicantes del resto de
    órdenes monásticas y por el otro lado, averiguar
    cuales fueron algunas claves para su conocimiento
    histórico.

    2. Las órdenes
    mendicantes

    Definición: órdenes religiosas cuya regla
    impone la pobreza no
    sólo de los individuos, sino también de los
    conventos, y que obtienen lo necesario para su mantenimiento
    de la limosna de los fieles. Nacieron en el S. XIII como
    expresión del ideal evangélico. Las primeras fueron
    las de los carmelitas, franciscanos, dominicos y agustinos.
    Posteriormente se le añadieron los mercedarios, los
    trinitarios, los servitas, los jerónimos, los hermanos de
    San Juan de Dios y los mínimos. El concilio de Trento
    permitió a las órdenes mendicantes la
    posesión de rentas, pero les prohibió la
    posesión de beneficios eclesiásticos.

    En otras palabras, en el S.XII nace un nuevo tipo de
    orden religiosa, deferente de las monacales; estas nuevas
    órdenes respondían a las necesidades de la Iglesia
    y de la sociedad del
    momento por lo cual se alejan de alguna de las concepciones
    propias de la vida monástica tradicional.

    En primer lugar, la vida monástica buscaba
    aislamiento. Por el contrario, los mendicantes se
    establecían en el corazón de
    las ciudades para atender espiritualmente a una población urbana en constante
    crecimiento.

    En segundo lugar, les caracteriza la adopción
    de la pobreza
    absoluta, tanto individual como colectiva, respondiendo a la
    aspiración del momento de volver a una Iglesia pobre,
    cómo la de los primeros tiempos, cómo la de los
    evangelios. Al negarse a poseer bienes,
    recurrían a la mendicidad para obtener lo imprescindible
    para poder vivir.
    De ahí viene el nombre. Aunque con el tiempo, y por la
    necesidad de asegurar la permanencia espiritual se mitigo esta
    pobreza
    aceptando lo pobreza colectiva y el uso de rentas.

    Por último, respondían a la urgente
    necesidad de predicar como medio de contrarrestar la influencia
    de los herejes. Y para que la predicación estuviese
    siempre dentro de la ortodoxia y poder contestar eficazmente a
    estos se consideró que los mendicantes debían de
    tener una buena formación religiosa e intelectual. Este
    será uno de sus grandes rasgos definidores: la
    preocupación por la cultura y la
    enseñanza.

    Para Miguel Angel Ladero el origen y nacimiento de la
    órdenes mendicantes va ligado al modo de vida de
    Franciscano y Dominicos. Ambos grupos surgen en
    respuesta a un nuevo tipo de sociedad
    más urbana,… Haremos un acercamiento un poco
    más profundo a sus fundadores.

    Origen del movimiento
    mendicante: San Francisco de Asis y Domingo
    Guzmán

    San Francisco de Asis (1182 – 1226) comienza a
    escribir en torno al 1206,
    cuando abandono su forma anterior de vida, destinada a tener una
    educación
    y situación social dentro del ordo caballeresco. Se
    convirtió al ideal evangélico del a pobreza
    absoluta. Tras una temporada de ermitaño, formó una
    pequeña comunidad de
    hermanos, sin residencia fija, entregados a la
    predicación. Esta era mucho más moral que
    teológica. Los franciscanos pretendían la
    reconquista evangélica de los medios
    urbanos, y no se consideraron nunca como movimiento de
    protesta contra el orden eclesiástico establecido.
    Francisco de Asis no pretendía crear una orden al modo
    tradicional; su mensaje aspiraba alcanzar la religiosidad laica.
    Es decir aquella que resida extramuros del monasterio y que es
    propia de la mayoría de los habitantes de la Edad Media.
    Sus ideales eran: aspiraciones de la religiosidad laica de su
    tiempo:
    evangelismo y misión
    pacífica entre propios y extraños por medio de la
    predicación, forma de vida individual y colectiva
    radicalmente pobre, pura itinerante basada en la limosna y en
    trabajo retribuido a voluntad, y nunca con dinero,
    sentimiento de hermandad y de amor con toda
    la naturaleza,
    como obra de Dios, que expreso el mismo fundador en algunas obras
    como "Cántico al Sol".

    Inocencio III en 1210 les otorga el Ordo Fratrum Minorum
    que autoriza su particular forma de predicar.

    En la actualidad se habla de un naturalismo en sus
    textos que ralla el pensamiento ecologista..

    San Francisco se plantó al poco de crear la orden
    con un problema: la necesidad de una jerarquización. No
    hay que olvidar que en torno a 1215 en
    algunos lugares de Alemania se
    les comparó con movimientos heréticos, tal era su
    nivel de pobreza y de desarraigo en una sociedad cada vez
    más burguesa. Acuciado por la nueva situación
    redacta una primero regla llamada "Regula Prima"(1221), un poco
    más tarde redacta una segunda llamada "Bullata" .
    Así se aproximaba a otras ódenes mas regulares como
    la de los dominicos. Cuando fallece San Francisco, su testamento
    sigue haciendo hincapié en las ideas originarias de la
    congregación pero que a la larga iban a chocar sin duda
    con el impresionante crecimiento de la orden.

    No obstante, las medidas en torno a la pobreza
    provocaron una dura polémica en el interior de la orden, a
    partir del 1245. Mientras la mayoría los conventuales,
    aceptaban las disposiciones pontificias, los grupos más
    rigurosos los Zelanti, se negaban a reconocer su validez. Para
    ellos San Francisco sería el jefe evangélico
    anunciado por Joaquin de Fiore, y ellos mismos los hombres
    espirituales de la nueva edad. Las tensiones entre ambos grupos
    crecieron mucho y sólo el acceso al generalato de una
    persona tan
    prestigiosa como San Buenaventura evitó que continuase la
    querella y un posible cisma.

    No obstante, la construcción de una historia franciscana no
    es posible en forma aislada, aunque exista una "autonomía
    relativa" social y política. El
    movimiento franciscano se inició en el cristianismo
    latino-germano. Es una entre muchas corrientes espirituales con
    una gran misión
    profética. Con la creciente institucionalización en
    el seno de la Orden, el movimiento, en constante auge, se aleja
    de su intuición primitiva. El "descubrimiento", por parte
    de Colón, del "Mundo Nuevo", ofrece a los franciscanos
    reformados de España la
    estupenda posibilidad de comenzar en América
    Latina, lejos de Europa burguesa, la construcción de una Iglesia
    apostólica y pobre, como la de los primeros tiempos, cuyo
    ideal coincide con las metas originales de la Orden de San
    Francisco. En este sentido, habla Toribio de Mogrovejo, primer
    arzobispo de Lima, cuando señala el "Nuevo Cristianismo
    de los países de la India
    Occidental".

    Al mismo tiempo, Domingo de Guzmán (1170 –
    1221), Domingo de Guzmán (Caleruela, Burgos, 1170-Bolonia
    1221). Descendiente de la antigua familia
    castellana de los Guzmán, fue Canónico regular de
    Osma, y el año 1203 tuvo que acompañar a su obispo,
    Diego de Acevedo, en una embajada por el norte de Europa. El
    año 1206, y cuando regresaban del viaje – después
    de haberse desviado para visitar el Vaticano -, se encontraron en
    Montpellier, con los legados del papa Inocencio III: Pedro de
    Castelnau y Raúl de Fontfreda, desanimados per no haber
    podido detener el avance de la herejía. Los intentó
    convencer, para que adoptaran una forma más directa de
    vivir la predicación contra los herejes, más como
    hombres de Evangelio que como representantes de un poder, aunque
    éste fuese espiritual:
    "Se presentan humildemente, con los pies descalzos, sin oro y sin
    plata …En cierta manera, imitan en todo el modelo de los
    apóstoles…"
    Obtuvo escasos resultados, a pesar de que durante el invierno del
    1206-1207, fundó el monasterio de Prouille, cerca de
    Fanjaus. Una casa destinada a las mujeres cátaras que iban
    convirtiéndose al escuchar su prédica. En 1209, no
    quiso asociarse a la cruzada decidida por Inocencio III, sino que
    insistió en su predicación pacífica frente a
    los herejes.
    El año 1215, se reunió en Tolosa con algunos
    compañeros, que bajo su dirección, se habían iniciado en la
    vida religiosa, esperando ser predicadores como él.
    Después de una primera gestión
    realizada en Roma, durante el
    III concilio de Letrán en 1215, obtuvo de Honorio III, la
    confirmación de la fundación de la orden de los
    hermanos predicadores.
    Desde ese momento y hasta su muerte, se
    dedicará en cuerpo y alma a la predicación y a
    la
    organización de su orden por Francia y
    España.
    Fue canonizado, en 1234, por Gregorio IX, y su cuerpo descansa en
    Bolonia.

    Establece un nuevo tipo de predicación y crea
    comunidades que se adapten a ella. Radicados en conventos donde
    se formaban novicios y pasaban épocas de estudio los
    frailes, por itinerantes y pobres al modo apostólico, para
    asegurar su santificación personal y
    mostrar un ejemplo comparable al de los perfectos cátaros
    que eran su principal rival. En 1215, Inocencio III
    reconoció aquella ordo predicatorum y, al año
    siguiente adoptaban la regla de San
    Agustín. Su organización se perfiló en los
    años venideros.

    Al igual que los franciscanos los dominicos se pusieron
    inmediatamente bajo la dependencia del papa, definiendo
    así claramente su absoluto acatamiento de la
    jerarquía eclesiástica. Sus ideales eran la
    creación de un cuerpo de seguidores de Cristo sujetos a
    una regla y a la disciplina
    monástica. Dándole especial importancia a la
    formación teológica y a la capacidad de desarrollo
    moral. Por
    eso, la
    organización de la orden y el desarrollo del principio
    de la autoridad se
    consiguieron desde el primer momento, partiendo de la
    combinación entre tres niveles: el capítulo de cada
    convento, el de la provincia y el general de la orden. Los
    superiores eran colectivos y temporales, salvo el maestro
    general, elegido por el capítulo general, que era cargo
    vitalicio. Cada capítulo delegaba la administración ordinaria en un
    comité reducido dotado de plenos poderes y algo similar
    ocurría entre los miembros del capítulo general que
    eran electos cada dos años. Impartían el "trivium"
    y filosofía. A causa de sus intereses pedagógicos y
    de búsqueda de conocimiento entraran en conflicto con
    la Universidad de
    París.

    El desarrollo de estas dos órdenes fue
    espectacular siendo muy superior el de los dominicos que
    alcanzaban cerca de 600 casas a mediados del S. XIV.

    Paralelamente sobre el modelo de las
    órdenes mendicantes se reorganizaron comunidades de
    ermitaños nacidas, a veces, con anterioridad. Así
    sucedió con los Carmelitas, establecidos desde 1185, con
    conventos en Italia,
    España y, más numerosos, en Inglaterra. Su
    gran siglo sería el XIV, a cuyo término se
    organizó una rama femenina de la orden. Similar es el caso
    de los ermitaños agustinos, organizados como orden
    mendicante por Inocencio IV y Alejandro IV, en 1256. La
    influencia de la orden mendicante se dejo sentir, igualmente en
    el ámbito de las órdenes especializadas en la
    redención de cautivos. Este es el caso de los mercedarios
    y trinitarios, y en otros grupos de menor importancia en la
    historia eclesiástica general, como fueron ya los servitas
    en ocaso de la Edad Media (S. XV).

    3. Las órdenes
    mendicantes, algunas consideraciones

    María Egipciaca: Un Paradigma Para
    La Vida Mendicante

    En la historia de las órdenes mendicantes como en
    casi todos los ejemplos de vida eremítica, están
    plagada de historias de salvación para quienes profesan la
    negación de todo tipo de bien material. Sirva la vida de
    María la egipciaca como ejemplo de la visión sobre
    la pobreza voluntaria que existía en la Edad
    Media.

    Trasladado del francés ("La Vie de Sainte Marie
    l´Egyptienne"), María la Egipciaca representa a
    María Magdalena la pecadora por excelencia. En el poema
    medieval, abandona su casa y parte a Alejandría donde
    lleva una vida de público escándalo e inmoralidad.
    Posteriormente intenta llegar a Tierra Santa
    por el camino se tropieza con los peregrinos que sin poder
    evitarlo sucumben ante sus encantos. Cuando se halla a escasa
    distancia de Jerusalén unos ángeles le vetan la
    entrada al templo. Entonces, María se convierte. Le
    remuerde la conciencia y se
    encamina hacia el desierto, donde seguirá hasta su
    muerte una
    vida de penitencia y de absoluta soledad; sólo
    llevará allí tres panes, de los que se
    alimentará mientras duren. Su comida será
    después la misma que la de los animales: las
    yerbas del campo. Lo mismo ocurrirá con su vestido, que,
    destrozado con el paso del tiempo; será sustituido por una
    ya larga y sucia cabellera blanca. Ni siquiera los peregrinos que
    se encontró por el camino conseguirán reconocerla.
    Así es que cuando muere, María va directamente al
    paraíso, marcando de este modo el camino a seguir por
    quienes desean igual recompensa.

    No se recompensa la pobreza en si misma puesto que
    María ya era pobre antes de partir hacia Jerusalén
    sino que la pobreza es elegida como vía de
    salvación como guía hacía Dios.

    Aunque habría que considerar cual es el origen
    real de todas las personas eremitas que optan por este tipo de
    vida. Lo que a nosotros nos interesa, en calidad de
    aprendices de historiador, es saber hasta qué punto estas
    negaciones teóricas de lo material se correspondían
    con la vida de los mendicantes.

    Monasterio Y Convento

    Para empezar a desgranar las características fundamentales de las
    órdenes mendicantes me ha parecido oportuno distinguir
    entre estos dos términos que habitualmente se usan de
    forma incorrecta. Monasterio y convento. Ambos, en un uso normal,
    e incluso científico, se suelen emplear con un mismo
    sentido como sinónimos. Sin embargo, su significado es
    claramente diferente. Jurídicamente un convento
    sería una comunidad con un número superior a doce
    miembros. Todas aquellas comunidades que se encuentren por debajo
    de dicho número, salvo excepciones a la norma en
    algún caso autorizada por las jerarquías
    religiosas, no son convento, sino que reciben el nombre de domus,
    eremitorio, casa, vicaha… Pero llamamos la atención hacia el hecho de que el convento
    es la comunidad, no el edificio. El edificio donde reside la
    comunidad conventual es el monasterio. Y este punto no es, como
    pudiera pensarse, un cuestión nominalista, sino
    representativa de la valoración del profundo sentido de la
    vida mendicante. En primer lugar, los mendicantes forman
    conventos y no monasterios puesto que lo importante, lo esencial,
    no es el bien inmueble sino el humano, lo importante es la
    comunidad y no el edificio, puesto que las labores a realizar no
    se llevan a término dentro de un recinto sino fuera del
    mismo. En segundo lugar, los mendicantes no pertenecen a un
    espacio o a una institución física presente en el
    territorio e incardinada en el paisaje, social, urbano o
    rural…, sino que su característica es el desarraigo, la no
    pertenencia. Por tanto, el monasterio no puede definir, por ser
    lo estable y permanente, a los miembros mendicantes. Queda el
    término monástico destinado a las comunidades
    mendicantes segundas, aquéllas que ni realizan funciones, o al
    menos no de forma evidente, fuera del marco físico de la
    construcción ni se vinculan con la orden más que
    por la residencia en determinado ámbito físico, que
    se eleva a categoría jurídica. en el momento en que
    decreta su clausura.

    El Pensamiento

    La Propiedad

    Las órdenes mendicantes hacen de la falta de
    propiedad la
    piedra que fundamenta toda su manera de vida. Para analizar en
    que consiste dicha renuncia acudiremos a las Partidas de Alfonso
    X "El Sabio":

    "Ni deben haber propio, et si non lo dexare desque fuere
    amonestado segunt su regla, si gelo fallaren despues
    debéngelo toller et meterlo en pro del monasterio, et
    echar a él de fueram et nol deben recibir más,
    fueran ende si feciese penitencia segunt manda su
    regla"

    Esta prohibición de poseer bienes no
    debió de ser muy respetada dentro de las comunidades de
    monjes puesto que seguidamente, se relata lo que le
    ocurriría a aquellos monjes que no cumpliesen con la regla
    prescrita para su evangelio.

    De todos modos este es un buen punto para hacer
    hincapié entre las diferencias de los movimientos
    monásticos de la Alta Edad Media y este nuevo
    ejército de seguidores de Cristo. Los mendicantes surgen
    en respuesta a una nueva sociedad cada vez más urbana. Por
    lo tanto tienen distinta clientela. Buscán unas metas
    distintas. Mientras los primeros pretenden aislarse del un mundo
    contaminante, estos segundos pretenden introducirse dentro de
    él para cambiarlo. Quieren atajar los movimientos
    heréticos y construir un nuevo tipo de relación
    tanto con la sociedad cómo con los seglares.

    El Trabajo

    En relación, a las órdenes mendicantes
    encontramos en Berceo una visión meridiana sobre las
    órdenes mendicantes y el trabajo.
    Narra como Santo Domingo empezó a trabajar para dejar de
    pedir pues era algo que no podía sufrir. Los mendicantes
    toman el relevo de las órdenes monásticas
    anteriores, pero no van a ser tanto los defensores del trabajo
    como cuando se visten de un tipo de pobreza que se acerca mucho
    aquella que se produce de forma involuntaria.

    El clásico ora et labora se transforma tomando un
    nuevo sentido. El trabajo ya
    no será en su sentido originario de trabajo de las tierras
    propias del monasterio sino que se acercará más a
    un trabajo de índole espiritual, cerebral. En un trabajo
    mucho más acorde con el sino de los tiempos, un trabajo
    encarnado en el seno de una sociedad que camina lentamente y
    revolucionariamente hacia una sociedad más urbana,
    más moderna.

    La labor de los mendicantes será
    apostólica, evangelizadora. Aunque las pruebas
    más palpables de esto acaecerán en la Edad Moderna y
    enmarcadas dentro de la colonización de
    Latinoamérica.

    El Vestido

    En esto coincidirán con el resto de
    órdenes monásticas.

    Siempre ha sido, aún en la actualidad, el
    más claro signo que permite identificar al pobre. En el
    caso del mendicante le define mucho más que cualquier
    dogma pues lo iguala al pobre. Si entrar en un monasterio
    significaba para un miembro de la clase caballeresca, una
    aceptación de la pobreza que había de manifestar
    mediante el abandono de todos los signos de poder, uno de estos
    era, indudablemente el vestido. Veremos así como los
    eremitas no se diferenciaban apenas de los vagabundos y mendigos
    en su forma de vestir, y esto es válido tanto para
    Castilla como para el resto de la zona europea.

    En prácticamente todas las descripciones de la
    pobreza en la que se encuentran sumidos, se puede leer que
    están "bien pobres de sayas e de mantos", como los de
    Silos, sin olvidar que todos estos vienen obligados a vestir
    camisas de tela basta y en ningún caso de lino, cosa que
    las Partidas remachan insistiendo en lo dispuesto en las reglas
    monásticas; tampoco el calzado era bueno, y, aparte esos "
    pañizuelos muy viles y muy rotos" como los romeros pobres
    que piden por los puertas que describió a don Juan Manuel,
    llevarán los zapatos rotos "e bien ferrados".

    También son importantes los colores: las
    sayas llevadas por los pobres voluntarios son de tejido basto y
    color pardo,
    iguales, insisto, que las que en la misma época lleva el
    pueblo bajo: un sayo pardo, camisa hasta las rodillas, un manto
    sobre los hombros y abarcas o zapatones.

    "Comeran Pan De Ordio, Pues No Tiene De
    Trigo"

    Dentro de la dieta mendicante hemos de encontrar el
    punto intermedio entre las yerbas de María la Egipciaca y
    una alimentación moderna rica en carne y
    pescado. No hay que olvidar que el ayuno es una figura
    omnipresente en el día a día conventual. El pan y
    el vino son los componentes básicos en la alimentación de la
    mayoría de la sociedad feudal. Será el Arcipreste
    de Hita quién haga una descripción muy aproximada:

    Comedes en convento sardinas, camarones,
    Verzuelas, e laseria, e los duros cazones;
    Dexades del amigo perdises, et capones,
    Perdedesvos coytadas mugeres sin varones.
    Con la mala vianda, con las saladas sardinas,
    Con sayas de estamenna comedes vos mesquinas
    Dexades del amigo las truchas, las gallinas
    Las camiças froncidas, los pannos de Malinnas.

    Alimentación que coincide básicamente con
    la consumida por el pueblo bajo. Los mendicantes han de tomar
    esta comida con mesura, siendo ejemplar el comportamiento
    de los monjes. Sin olvidar en ningún momento la
    importancia que el ayuno tiene no únicamente como ascesis,
    sino también como expresión simbólica del
    despojo material de dichas gentes.

    4. La
    Fundación

    Entramos ahora en los aspectos jurídicos de las
    órdenes mendicantes relatando sus características
    más importantes.

    Probablemente dentro del desarrollo vital de una
    comunidad mendicante resulta historigráficamente de
    especial interés el
    resaltar el fenómeno de la fundación puesto que
    este acto jurídico y social nos aporta una visión
    extramuros del devenir de la vida mendicante.

    Las dificultades para definir la fecha de
    fundación de un convento parten, por un lado, del valor que la
    misma adquiere, al dotar de una veteranía, que se ha de
    transformar en ventajas jurídicas y jerárquicas, a
    la institución. Por tanto, los autores tienden, por
    definición, a retrotraer en el tiempo lo más
    posible dichas fundaciones en un intento de obtener, por dicha
    vía, un mejor lugar en el capítulo provincial, en
    las procesiones, en los actos públicos… Pero, junto a
    este enmascaramiento historiográfico, hay que dejar
    constancia que el mismo es posible por lo complejo que se nos
    presentan los procesos
    fundacionales. Por ello, es difícil reducir a cifras
    exactas lo que se nos presenta como una sucesión de
    acontecimientos, como un proceso
    complejo que recorre y nos lleva desde el deseo de fundar a la
    erección jurídica del instituto. Con objeto de
    clarificar lo que nosotros vamos a considerar fundación
    intentaremos analizar y descomponer el proceso.

    El proceso.

    Definiciones jurídicas.

    H. Vicaire ha estudiado este proceso para el caso de las
    fundaciones dominicanas en Provenza durante el siglo XIII. El
    análisis que el mismo nos hace es
    jurídico, referido a una sola orden y acotado a un
    ámbito espacial y cronológico concreto. No
    se puede establecer como genérico pero sí nos puede
    servir como marco de referencia para situar y catalogar los
    acontecimientos. Para Vicaire existen tres grandes etapas en todo
    proceso fundacional:

    – la "inceptio", que son intervenciones varias,
    interiores o exteriores a la orden, oficiales o privadas, para
    originar el proceso.
    – tras ella vendría la "receptio loci", cuando la orden
    recibe a las intervenciones y las hace suya, acción que
    suele ir acompañada de la "promotio loci", es decir, al
    envío de los religiosos y la elevación del
    instituto a "domus" , con un vicario a su frente.
    – por último, se procede a la "emissio, positio,
    assignatio conventus" , quedando constituido un convento, que se
    hace presente en el capitulo provincial en el lugar
    jerárquico que le corresponde.

    Nosotros mismos hemos tratado en alguna ocasión
    de realizar matizaciones y completar las fases del proceso
    paradigmático descrito por Vicaire, llegando a establecer
    las siguientes subdivisiones en el proceso:

    La "inceptio" aparecería así subdividida
    en: "voluntad de fundar", difícilmente apreciable en las
    fuentes por tratarse de un deseo; y "plasmación de la
    voluntad de fundar", que seria la primera actuación
    conducente a que el deseo se convierta en realidad (lo más
    frecuente es que se trate de una donación material que
    sirva como soporte de la vida religiosa), y normalmente suele
    confundirse, documentalmente, con la información que
    poseemos sobre la voluntad de fundar. También es frecuente
    que hasta el momento de la "receptio", se lleven a cabo nuevas
    donaciones que no hacen sino complicar el proceso.

    La "receptio" , acompañada de la "promotio" ,
    debe seguir casi inmediatamente a la plasmaci6n de la voluntad de
    fundar. La información de la misma nos la debía de
    proporcionar las Actas de los Capítulos Provinciales
    respectivos, pero ello nos resulta sumamente difícil de
    conocer, al haberse perdido la mayoría de las citadas
    Actas.

    la "assignatio", la elevación a la
    categoría de convento del establecimiento, necesita de
    algunos requisitos previos:

    a. A partir del pontificado de Bonifacio VIII de la bula
    autorizando la fundación del mismo.
    b. Del número competente de religiosos para que se
    establezca un priorato, con derecho a voz y voto en los
    capítulos provinciales, lo que no sólo valía
    de unas órdenes a otras sino, incluso, dentro de la misma
    orden en el transcurso del tiempo y de lo que quedan exentos los
    institutos femeninos, que nunca adquieren tal rango.
    c. En ocasiones, también de la autorización de la
    institución que ejerza la jurisdicción
    eclesiástica sobre el lugar.

    Conclusiónes .

    Así las cosas, podríamos establecer los
    siguientes momentos para confeccionar un listado, sometible a
    análisis cuantitativo, resultado de la
    reducción del proceso, que sabemos que no es de una
    longitud temporal estable sino antes al contrario tremendamente
    variable, a un único dato:

    1. Voluntad de fundar, aún con la dificultad de
      concretarla temporalmente, recurriendo normalmente a una fecha
      "antes de".
    2. Dotación del ,convento. Sobre todo la inicial
      dotación o la suficiente como para que se establezca una
      embrionaria comunidad conventual.
    3. Aceptación de la fundación por el
      Capítulo Provincial.
    4. Emisión de la bula fundacional por el
      pontífice (para los conventos posteriores al siglo
      XIII).

    Elevación a priorato (para los institutos
    masculinos).

    Y, todo ello, suponiendo que los procesos
    fundacionales a los que nos enfrentamos sean canónicos y
    sigan el desarrollo paradigmático. En numerosas ocasiones,
    lo normal no siempre coincide con lo legal y mucho menos en las
    etapas temporales en las cuales lo espontáneo se convierte
    en lo característico del movimiento fundacional, tanto
    masculino como femenino.

    De estos cinco momentos nos va a interesar
    fundamentalmente el primero, la voluntad de fundar. Lo que nos
    interesa son las repercusiones que el hecho fundacional tiene en
    la religiosidad colectiva o lo que de la propia religiosidad del
    momento nos revela, aunque jurídicamente quede plasmada
    decenios más tarde. Además, en cualquier caso, aun
    cuando existan inversiones en
    los pasos jurídicos de los procesos fundacionales
    (existencia de la autorización papal previa a la propia
    captación de la orden, dotación material, o su
    plasmación documental al menos, con posterioridad a la
    presencia de religiosos, etc.), lo cierto es que el primer paso,
    imprescindible y necesario, en toda fundación es: el deseo
    de fundar, aun cuando la plasmación del mismo se encuentre
    enturbiada por otras causas y procesos.

    En ese sentido, también nos interesa la
    aceptación del instituto, puesto que lleva aparejado el
    establecimiento de religiosos en la localidad, y nos habla de su
    presencia, con la posibilidad de actuar sobre las conductas,
    incluso cuando jurídicamente ello no sea
    "posible".

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