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    1.
    Introducción

    2. Prehistoria
     
    3. Edad
    Antigua


    5. Edad Moderna
    6. Siglo XIX
    7. Siglo
    XX

    1.
    Introducción

    El ser humano siente la necesidad de explorar el mundo
    que le rodea. Esto, unido a la gran movilidad que le caracteriza,
    hace que continuamente emigre y viaje a todos los rincones del
    planeta. Pero en esto el hombre no
    es diferente a los animales; lo que
    le diferencia de ellos es la capacidad de descubrir y, aunque
    comparta con otras especies la curiosidad por conocer lo que le
    rodea, sólo él puede compartir sus descubrimientos.
    Una de las características de las sociedades
    humanas es la capacidad de adquirir un conocimiento
    colectivo del mundo en el que vive y conoce.

    2. Prehistoria
     

    A lo largo de los siglos, los motivos por los cuales se han
    explorado otras tierras han sido muy diferentes. Los pueblos
    prehistóricos se adentraron en la mayoría de las
    regiones más acogedoras del planeta y recorrieron grandes
    distancias en condiciones de extrema dureza. Desde los
    orígenes de la humanidad, en África oriental, los
    primeros hombres se asentaron en los cálidos y
    fértiles valles del río Nilo y de Mesopotamia y,
    desde allí, probablemente se desplazaron en busca de caza
    a las regiones del norte de Europa y a
    Siberia, donde las condiciones climáticas eran más
    duras. Por lo que se refiere a la colonización de América, puede que fuera el resultado de
    las migraciones que debieron producirse durante los consecutivos
    periodos glaciales de al menos los últimos 20.000
    años, que permitieron el paso desde Siberia a Alaska por
    zonas de tierra helada.
    En realidad no existe ni una sola región climática
    en el mundo que no haya sido habitada y/o recorrida desde los
    tiempos más remotos. Así, los polinesios navegaron
    hasta las más distantes islas del Pacífico e
    incluso se asentaron en la isla de Pascua, situada a miles de
    kilómetros de la tierra
    firme más cercana. Esto pone de manifiesto que la
    capacidad de llegar a los lugares más alejados, de
    recorrer grandes distancias y de comprender la topografía de las regiones, no es, de
    ningún modo, competencia
    exclusiva de civilizaciones modernas.

    3. Edad Antigua
     

    A menudo se ha definido a los exploradores como aquellos que
    rellenaban los espacios en blanco de los mapas o, para
    hablar con más propiedad, los
    espacios en blanco que tenía el mundo que ellos
    conocían, ya que de hecho los lugares que
    descubrían casi siempre estaban habitados. Los primitivos
    mapas con los que
    contaban eran producto de
    unas sociedades
    todavía poco cultivadas. Hasta que el padre de la geografía moderna,
    Claudio Tolomeo, no estableció la convención de
    representar en un mapa plano la configuración
    esférica del globo terráqueo, no se sentaron los
    principios de
    la cartografía.
    Los primeros exploradores no dejaron documentos
    escritos sobre sus descubrimientos, por lo que tenemos que
    fiarnos de los vestigios descubiertos por los arqueólogos
    para reconstruir sus hazañas. En los jeroglíficos
    egipcios se cuenta el relato de una expedición que
    habría tenido lugar hacia el año 3000 a.C. a
    la tierra de
    Punt (probablemente la costa de la actual Eritrea o Somalia). Los
    exploradores fenicios, y posteriormente los griegos, navegaron
    por todo el mar Mediterráneo y Piteas partió de
    Marsella alrededor del año 325 a.C. para realizar la
    primera circunnavegación de Gran Bretaña y,
    posiblemente, visitaría también las islas Orcadas e
    Islandia.

    4. Edad Media
     

    Durante la edad media los
    cristianos de Europa pensaban
    que Jerusalén era el centro del Universo, por lo
    que destruyeron los hallazgos de los antiguos geógrafos. Aunque
    los marinos y navegantes europeos siguieron cartografiando el
    Mediterráneo y los mares adyacentes, fueron los chinos y
    los comerciantes árabes de mercancías de lujo, con
    sus extraordinarias habilidades cartográficas, los que
    hicieron la contribución más importante de su
    tiempo. El
    gran viajero veneciano del siglo XIII, Marco Polo, utilizó
    las rutas comerciales chinas y árabes, tanto terrestres
    como marítimas, en su visita al gran emperador mongol
    Kublai Kan, mientras que Ibn Batuta, un siglo después,
    utilizó barcos mercantiles para visitar la India y otros
    lugares del océano Índico. Zheng He, para hacer
    alarde del poderío
    del imperio chino, realizó un total de siete viajes a la
    mayoría de los puertos del mar de China y del
    océano Índico. Los viajes
    tuvieron lugar entre los años 1405 y 1434 y en ellos
    participaron un total de 317 barcos y 37.000 hombres.

    5. Edad Moderna
     

    En Europa, por lo general, se admite que la llamada era de los
    grandes descubrimientos tuvo su comienzo en el renacimiento,
    época en la que los estudiosos de entonces estaban
    redescubriendo las obras de los geógrafos griegos
    y latinos. El cristianismo
    fue ganando terreno en España, y
    los moros fueron expulsados de sus últimos baluartes en
    1492, el mismo año en que Cristóbal Colón
    hizo su primer viaje al mar de las Antillas. Los conquistadores
    españoles y portugueses descubrieron tierras remotas. Los
    portugueses navegaron a lo largo de la costa atlántica
    africana; después de varios intentos, consiguieron bordear
    el cabo de Buena Esperanza cuando buscaban una ruta
    marítima para el comercio de
    especias con la India. Cuando
    cuatro de las naves que capitaneaba Vasco da Gama volvieron de la
    India en el año 1499, la carga que traían se
    componía de pimienta, jenjibre, canela y clavos y
    valía una auténtica fortuna.

    Animado por tales ganancias, otro explorador, Pedro
    Álvares Cabral, con una flota de 13 barcos y 1.200
    hombres, zarpó de Lisboa en 1500 y llegó, sin
    proponérselo, a las costas de Brasil, cuando en
    realidad se dirigía a la India. Lo mismo le pasó a
    Colón, que había partido rumbo al oeste, a
    través del Atlántico, hacia China y
    Japón,
    y acabó en Cuba.
    Colón fue el fundador de la primera colonia europea en
    América
    y prometió a los reyes españoles, que costeaban sus
    viajes, traerles fantásticas riquezas. Durante las
    siguientes décadas, Hernán Cortés en
    México,
    Francisco Pizarro en Perú y otros muchos conquistadores se
    sintieron atraídos por la esperanza de encontrar oro y
    plata en América. Fernando de Magallanes buscaba una ruta
    al Oriente cuando bordeó el extremo meridional de
    América del Sur, en el que fue su épico viaje de
    circunnavegación del mundo.

    Jacques Cartier, el primero de los grandes exploradores
    franceses de América del Norte, murió desacreditado
    al volver de los tres viajes que realizó entre los
    años 1534 y 1542 con una carga de cuarzo en lugar de
    diamantes. Sin embargo, en los siguientes 80 años, sus
    sucesores, con la ayuda de guías indígenas,
    consiguieron cartografiar la mayoría de las vías
    navegables de la costa este de Canadá y los afluentes del
    río más importante de la región, el San
    Lorenzo. Samuel de Champlain fundó Quebec en la ribera de
    este río. Henry Hudson, trabajando para la
    Compañía Holandesa de las Indias Orientales,
    estableció el primer puesto comercial de pieles en
    Manhattan, y durante su último viaje, trabajando para
    Inglaterra,
    navegó por la inmensa bahía que lleva su nombre. Le
    siguieron los misioneros y los comerciantes de pieles. La
    Compañía de la Bahía de Hudson, que se
    fundó en 1670, tuvo una importante rival en la
    Compañía del Noroeste, lo que provocó que a
    finales del siglo XVIII la competencia entre
    ambas compañías diera lugar a numerosas
    exploraciones de las vías fluviales de las vastas tierras
    interiores de Canadá. Alexander Mackenzie navegó
    hasta el Ártico por el río que hoy se conoce como
    Mackenzie, en su honor, que es uno de los más importantes
    de América del Norte. Cuatro años después,
    en 1793, hizo la primera travesía por tierra del
    continente, encontrando una ruta a través de las
    montañas Rocosas hasta el océano Pacífico.
    En tierras más al sur, La Salle había descendido el
    río Mississippi hasta su desembocadura en el golfo de
    México,
    tomando posesión en nombre de Francia de las
    tierras bañadas por la cuenca del río, en 1682, a
    las que llamó Luisiana. Cuando en 1803 las tierras fueron
    vendidas a los Estados Unidos,
    el presidente Thomas Jefferson envió la expedición
    de Lewis y Clark a explorar el nuevo territorio. Con esta
    expedición por tierra, que consiguió llegar al
    Pacífico, se abrió todo el inmenso territorio a la
    imaginación de la joven nación.

    Muy pronto, la actividad comercial generada
    requirió de puestos comerciales permanentes, lo que
    llevó a su vez a una ocupación colonial creciente.
    Los escasos lujos de los primeros exploradores se vieron pronto
    superados por la necesidad de un mayor número de productos que,
    para ser rentables, requerían una abundante mano de obra
    barata. Se trataba de productos como
    el azúcar,
    el algodón, el oro, la plata, los diamantes y las
    esmeraldas, que había que extraer de las minas; las
    perlas, que eran recolectadas por buceadores nativos; y,
    posteriormente, productos como el café,
    el cacao, el té y el tabaco. De esta
    forma empezó la trágica historia de la esclavitud de la
    mano de la colonización europea. Primero se utilizó
    a los indígenas de América como mano de obra.
    Luego, debido a las enfermedades traídas
    por los conquistadores que causaron una merma importante en la
    población aborigen, se inició el
    inhumano tráfico de esclavos procedentes de África
    a través del Atlántico. Los exploradores jugaron un
    papel activo
    en estas actividades, quienes muchas veces olvidaban el
    propósito colonizador y se lanzaban a la búsqueda
    de oro, plata, pieles o esclavos.

    En el siglo XVII las cosas empezaron a cambiar y fueron
    motivos más nobles los que guiaron a los exploradores.
    Algunos de ellos se lanzaron a la aventura por el simple placer
    de viajar. Otros, como los misioneros, tenían como meta
    convertir a la fe cristiana a los pueblos que habitaban las
    lejanas tierras. Entre ellos destacaron el jesuita san Francisco
    Javier, que desarrolló su labor en Japón durante el
    siglo XVI; los franciscanos que en el siglo XIII llegaron a
    Mongolia; o Matteo Ricci, que impresionó al mismo
    emperador de China. Todos ellos fueron auténticos
    exploradores, ya que se adentraron en lugares remotos y dieron
    más tarde noticias de sus hallazgos.

    Otros simplemente viajaron para satisfacer su curiosidad
    científica, como el capitán James Cook, que
    volvió en 1771 de realizar su primer viaje de
    circunnavegación en el que observó un eclipse de
    sol en Tahití, trazó los mapas de las dos
    principales islas de Nueva Zelanda y de la costa este de
    Australia, y trajo, además, un cargamento de desconocidas
    especies botánicas y zoológicas. En su segundo
    viaje navegó por la gran masa de hielo antártica
    hasta un punto tan meridional que no había sido alcanzado
    anteriormente por ningún otro explorador, y abrió
    la posibilidad de que existiera un continente habitado al
    sur.

    6. Siglo XIX  
    Unos años después de la muerte de
    Cook, acaecida durante su tercer viaje, un grupo de
    caballeros londinenses, movidos por una común curiosidad
    por la ciencia,
    fundaron la African Association, cuya finalidad era el estudio
    del África central, y que más tarde se
    convertiría en la Real Sociedad
    Geográfica. La African Association se interesó, en
    primer lugar, por África occidental. Mungo Park, un joven
    médico escocés, murió cuando exploraba el
    curso del río Níger. Pero hasta el año 1830,
    los hermanos John y Richard Lander no confirmaron que el
    río Níger era navegable y suponía una
    potencial ruta interior, tanto para ser utilizada con fines
    comerciales como para llevar a cabo posibles acciones para
    erradicar la esclavitud.
    Heinrich Barth fue el único superviviente de la
    expedición que en 1849 patrocinó la
    Asociación Contra la Esclavitud. Barth recorrió
    16.000 kilómetros a través del Sahara, desde
    Trípoli al lago Chad, y descendió el Níger.
    Además, escribió una de las fuentes de
    información de mayor riqueza documental
    sobre la geografía de la
    región.

    En 1856, Richard Burton y John Hanning Speke partieron en un
    viaje para explorar el lago Tanganica. Cuando regresaba Speke,
    descubrió el lago Victoria y supuso, acertadamente, que se
    trataba de la fuente del Nilo. Esta idea fue corroborada durante
    una segunda expedición que tuvo lugar entre 1859 y 1862.
    Por otro lado, Samuel Baker y su esposa Florence descubrieron
    otro de los lagos del Rift Valley, que llamaron lago Alberto
    (Albert Nyanza), y las grandiosas cataratas Murchison.

    En África del Sur, el más famoso de los
    exploradores victorianos fue el misionero escocés David
    Livingstone, quien destacó por haber cruzado un territorio
    del que no existían mapas como era el desierto de
    Kalahari, y por haber cartografiado la mayor parte de una extensa
    área que se extiende desde Angola hasta la desembocadura
    del Zambeze, en Mozambique. También exploró las
    fuentes del
    Nilo y el lago Tanganica.

    En 1874, Henry Morton Stanley emprendió uno de
    los más ambiciosos y largos viajes por tierra a
    través de África, completando los descubrimientos
    que habían hecho sus predecesores. Navegó por el
    lago Tanganica, consiguiendo demostrar que no estaba unido al
    Nilo, y descendió por el río Congo hasta el mar en
    un viaje durísimo que duró 999 días y que
    costó la vida a 242 de los hombres de Stanley. Más
    tarde, entró al servicio del
    rey Leopoldo II de Bélgica y se convirtió en uno de
    los principales artífices del reparto de África,
    sentando las bases de la sistemática colonización
    de África por las potencias europeas.

    En 1818, el Almirantazgo británico decidió
    reanudar la búsqueda del tan deseado paso del Noroeste a
    través del archipiélago canadiense, que desde el
    siglo XVI buscaban los navegantes ingleses. En 1845 la Armada
    Real organizó la que sería la más ambiciosa
    de sus expediciones, con dos embarcaciones para navegar por aguas
    polares, la Erebus y la Terror, que acababan de regresar de una
    expedición antártica comandada por James Clark
    Ross. Los barcos, en esta ocasión al mando de John
    Franklin, fueron a la búsqueda del anhelado paso. Pasaron
    años sin que se tuvieran noticias de la expedición,
    aunque se organizaron hasta cuarenta expediciones de
    búsqueda que, finalmente, confirmaron la muerte de
    Franklin y de sus 137 acompañantes y contribuyeron
    decisivamente a encontrar el paso del Noroeste y a completar
    muchos de los espacios en blanco de los mapas de las islas y
    canales helados de la región.

    En el otro extremo del mundo, los exploradores
    australianos buscaban algún mar interior o lago para
    acabar con los problemas de
    sequía en el país. Fue el criador de ovejas Edward
    Eyre quien, adentrándose en las tierras del interior,
    descubrió el intermitente lago de agua salada
    que en la actualidad lleva su nombre. El científico
    alemán Ludwig Leichhardt exploró las tierras del
    norte de Australia, pero murió en 1848 cuando intentaba
    cruzar el territorio de este a oeste.

    Mientras tanto, Charles Sturt y, más tarde, John
    Stuart, penetraron, desde las colonias del sur, en los más
    inhóspitos territorios del interior. Entre 1860 y 1861
    Stuart lo cruzó casi completamente en dos ocasiones;
    partió de la ciudad de Adelaida, atravesó las
    polvorientas y despobladas tierras interiores y llegó al
    Territorio del Norte. En 1862 consiguió recorrer 3.250
    kilómetros, con la ayuda de caballos y camellos.
    Regresó entonces a Adelaida, al mismo tiempo que
    llegaban a la ciudad los cuerpos sin vida de Robert O’Hara
    Burke y William Wills. Éstos habían partido de la
    ciudad de Melbourne para realizar un ambicioso viaje que
    pretendía seguir la pista de Stuart por tierras de
    Australia, pero, al no poder llegar a
    la costa norte, decidieron regresar y a mitad del camino murieron
    de sed y hambre en Cooper Creek.

    Más tarde, otros exploradores, a menudo con la
    ayuda de los aborígenes australianos que durante miles de
    años habían recorrido el territorio, cartografiaron
    las inmensas regiones que aún no habían sido
    trazadas. Entre ellos estaban los hermanos Gregory, que se
    ocuparon del Territorio del Norte; Alexander Forrest, que
    exploró el oeste de Australia; Ernest Giles, que fue el
    primer europeo que llegó a Ayers Rock (Uluru) en
    1872; y los exploradores Gibson y Simpson, que descubrieron los
    desiertos que llevan sus nombres.

    La medición trigonométrica de la India
    probablemente fue la más importante empresa
    geográfica que tuvo lugar durante el siglo XIX. Tuvo su
    origen en una serie de estudios independientes que empezaron en
    1767, pero que no se plasmó en un único proyecto nacional
    hasta 1883. La exhaustiva medición topográfica
    empezó en 1800 y duró 70 años. En ella
    participaron equipos de agrimensores (topógrafos) que
    midieron cada palmo del subcontinente con cadenas
    métricas, triangulaciones y teodolitos. La medición
    se empezó en Madrás, en la costa este,
    extendiéndose en abanico hacia el norte y el sur,
    llegando, finalmente, hasta el Himalaya. La operación fue
    dirigida por George Everest y su sucesor, Thomas
    Montgomerie.

    No obstante, para los británicos que exploraban
    la India los más misteriosos y prometedores lugares eran
    los que se encontraban al norte del Himalaya. Sin embargo, no se
    organizó ni una sola expedición para explorar el
    corazón
    del Asia central,
    aunque, durante siglos, valerosos personajes se habían
    adentrado en las desconocidas regiones interiores, a veces
    disfrazados de comerciantes musulmanes, siendo algunos de ellos
    asesinados por las tribus indígenas o por recelosos
    gobernantes. Muchos de ellos eran oficiales del ejército
    que realizaban misiones de espionaje para su país, en la
    carrera que habían emprendido Gran Bretaña y Rusia
    para hacerse con el control de
    Asia central y
    de las tierras colindantes. Los rusos también enviaron
    osados exploradores como C.P.P. Semenov, que fue a las
    montañas Tien Shan, o el conde Nikolái Przhevasky.
    Por su parte, la Real Sociedad
    Geográfica británica rindió homenaje a
    muchos de sus exploradores, algunos tan importantes como Henry
    Haversham Godwin-Austen, en cuyo honor se nombró la
    segunda montaña más alta del mundo conocida
    también como K2; George Hayward, por la labor realizada en
    la cordillera de Karakoram; y Ney Elias, por su trabajo en China
    y Turkestán.

    Pero quizá los exploradores más
    intrépidos fueron los pundits, los medidores
    hindúes especialmente adiestrados por Montgomerie para dar
    exactamente dos mil pasos por milla. Estos expertos medidores se
    adentraron en el Tíbet disfrazados de peregrinos budistas
    y, equipados con equipos de medición escondidos en las
    fundas de los libros de
    rezos, trazaron secretamente los mapas de los alrededores de
    Lhasa, arriesgando sus vidas. Puso fin a esta etapa la gran
    expedición de Francis Younghusband, que marchó
    sobre Lhasa entre 1903 y 1904 al no conseguir resolver el
    conflicto por
    vía diplomática, y que finalmente desembocó
    en una batalla en la que murieron muchos tibetanos. El ambicioso
    explorador Sven Hedin y el húngaro Aurel Stein realizaron
    memorables expediciones a Asia central, llevándose consigo
    muchas de las obras de arte que
    encontraron.

    Una vez que se cartografió la costa norte de
    Norteamérica y Rusia, el más importante reto para
    los exploradores eran los polos, donde los noruegos y los
    americanos fueron los más destacados. Durante el siglo XIX
    las expediciones británicas del almirante William Edward
    Parry, en 1827, y del capitán George Nares, en 1875-1876,
    se adentraron hasta 800 kilómetros en el polo. Pero las
    más notables expediciones fueron las realizadas por los
    noruegos. Fridtjof Nansen cruzó Groenlandia en 1888 y,
    después, se dejó arrastrar por las corrientes en su
    pequeña nave Fram a través del norte de Rusia,
    desde Siberia al Atlántico, entre 1893 y 1896. Pocos
    años después, Roald Amundsen, que fue el primero
    que llegó al polo sur, tardó 19 meses en atravesar
    el paso del Noroeste con una pequeña embarcación,
    la Gjöa, siendo el primero en conseguirlo.

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