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El honor




Enviado por ruscio.andrea




    1.
    Introducción

    2. Dos misiones

    4. El honor en Le
    Cid

    5. El testimonio de la
    victoria

    6.
    Conclusión

    7.
    Bibliografía

    1.
    Introducción

    El sistema de
    pruebas de los
    héroes no es nunca un plan simple, ni
    se cumple en todos los héroes como un plan fijo sin
    variaciones o en un orden determinado. Pero, eso sí, lo
    común a todo sistema de
    pruebas es que
    cada uno se enfrenta con una prueba principal, que en general se
    da al final y es la renuncia. En este caso analizaremos en
    profundidad el sistema de pruebas que atraviesa Don Rodrigue para
    llegar a su cima.

    La misión es
    la aquella tarea que debe realizar el héroe para lograr su
    cometido. La recepción de ésta se da al comienzo
    del camino y, en general, de alguien superior a él (su
    enamorada, su padre, su maestro). Todos los héroes tienen
    una misión particular, que se puede enunciar en una
    oración de predicado simple. Para el cumplimiento de la
    misión deben superar varias pruebas; la misión es
    el hilo conductor de éstas. Cuantas más pruebas
    supera más cerca están de acabar con su
    misión. Pero la misión también puede surgir
    por una necesidad interna del héroe. Si éste se
    encuentra en un momento de riesgo o se ve
    afectado en su calidad de tal,
    puede emprender una misión por sí mismo, porque ve
    necesaria la defensa de su rol social. La afrenta
    correspondería a este segundo planteo. En resumen, el
    héroe puede emprender una misión por
    imposición de algún agente externo o por necesidad
    frente a su imagen y rol en
    la sociedad.

    En este caso la misión es encomendada por su
    padre, Don Diègue, y no se trata de otra cosa que defender
    el honor familiar, mejor dicho, cumplir con el honor. El honor,
    es visto en Le Cid, como si fuera una misión. Cumplir con
    la virtud del honor es cumplir con la misión.

    Al final, cuando el héroe ya ha superado su
    última prueba, vuelve, si puede, a quien le
    encomendó la tarea. Este es un encuentro que suele
    realizarse a la vuelta de la peregrinatio por sitios
    extraños, cuando cruza el umbral del regreso. El cruce del
    umbral es el paso de la vida a la muerte. En
    este último terreno, el héroe se aventura lejos de
    lo conocido y realiza allí su aventura. Pasa peligros,
    pone en riesgo su vida.
    Explora esa otra dimensión. Cuando regresa victorioso
    sobre la muerte, debe
    encontrar a quien le ordenó la tarea para dar testimonio
    de su victoria. Sólo entonces se cierra el círculo
    de accionar del héroe: recepción de la
    misión, cumplimiento a través de pruebas y testimonio
    de su victoria.

    2. Dos
    misiones

    La misión es aquello que le es encomendado al
    héroe; en general es una tarea difícil y se
    diferencia de las pruebas porque éstas son el medio o
    instrumento para cumplir con la misión. Un héroe
    puede tener una misión (o dos, pero generalmente son
    pocas) y muchas pruebas, que no son sino escalones que le sirven
    al héroe para llegar a término. Explicamos en la
    introducción que siempre hay un agente que
    empuja a esa labor y suele ser alguien superior al héroe o
    un guía. En el caso de Don Rodrigue, es el padre quien le
    encomienda la acción. Y es interesante cómo el
    discurso de
    Don Diègue se inicia con el mandato, continúa luego
    con la explicación de la tarea a realizar por su hijo y
    finaliza repitiendo el mandato.

    En el primer mandato le dice:

    "L'insolent en eût perdu la vie ;
    Mais mon age a trompé ma généreuse envie
    ;
    Et ce fer que mon bras ne peut plus soutenir,
    Je le remets au tien pour venger et punir. "

    (Don Diègue, Acto I, escena V)

    El mandato está acompañado por la entrega
    de la espada, que puede tomarse no como un elemento mágico
    pero sí con características de tradición. La
    espada ancestral se transmite de generación en
    generación. Este momento es crucial para el héroe
    porque es el primer paso hacia su verdadera constitución como tal. La espada es parte
    del equipo del héroe, que tiene que armarse antes de salir
    a la aventura y enfrentarse a las pruebas de su misión.
    Este equipo debe "tener un valor
    afectivo, ya sea porque lo heredó de su señor, de
    su padre, de un amigo o porque lo ganó en batalla". Es
    imprescindible el valor afectivo
    del equipo, en este caso la espada, porque lo va a
    acompañar siempre. En la guerra, en la
    batalla, la espada, con su sentido de trasiego, de fuerzas
    ancestrales, le va a recordar al hombre
    detrás del héroe quién es, quiénes
    fueron sus antepasados, y su obligación, su deber de
    honrarlos y respetar su nombre. El héroe toma fuerzas de
    espada para luchar y ganar fama, ganar honra, mediante el
    ejercicio del honor, de la virtud del honor. En la espada
    está inscripta su identidad.

    Después de la explicación del
    porqué de la misión, Don Diègue cierra su
    discurso con
    la repetición del mandato. Su discurso está
    estructurado en forma circular para que impacte más en su
    destinatario, lo primero y lo último que escucha Don
    Rodrigue de boca de su padre es el mandato, la orden de vengarlo.
    La oratoria del
    padre es acertada porque en esta reiteración se busca la
    función
    conativa del lenguaje.
    Prevalece la intención de influir, de persuadir al oyente.
    Es propio de esta función el uso del
    imperativo:

    "Je ne te dis plus rien. Venge-moi, venge-toi ;
    Montre-toi digne fils d'un père tel que moi.
    Accablé des malheurs où le destin me range,
    Je vais les déplorer. Va, cours, vole, et nous
    venge."

    (Don Diègue, Acto I, escena V).

    Al imperativo le sigue siempre la duda. Los
    héroes piensan que no están preparados para la
    misión. Esta duda inicial es común a todos los
    esquemas de héroes. El héroe debe poner en duda el
    mandato para, luego de una reflexión, darse cuenta por
    sí mismo de la necesidad de su actuar. Esto sucede porque
    el héroe no se limita a aceptar órdenes de
    superiores sino que es un hombre con
    decisión propia que es capaz de llevar a cabo,
    creativamente, un encargo. El héroe no ejecuta el mandato
    de una manera trivial o común, el héroe
    actúa de la mejor manera posible, como nadie, como
    ningún otro hombre podría haber actuado. La duda
    inicial lo ayuda a poner en claro su rol de hombre fuerte y
    decidido con una meta determinada a concretar.

    Superada la duda, Don Rodrigue está dispuesto a
    seguir adelante y actúa. En la afirmación de la
    necesidad de la misión, se afirma a sí mismo,
    afianza su identidad y se
    hace más fuerte. Sabe quién es y, por tanto,
    qué debe hacer. La conclusión de esta duda inicial
    es la formación de la identidad heroica: la conciencia de la
    condición de hombre superior con determinados deberes
    individuales y sociales.

    La segunda misión consiste en la
    adquisición de una honra personal. Es
    encargada por el padre, que funciona entonces como agente doble
    externo: fomenta las dos tareas de Don Rodrigue. Cuando ya
    está cumplida la primera, se encuentra con su padre y le
    muestra su
    desesperación. La virtud está intacta pero la
    angustia que le causa el dolor de Chimène lo obliga a
    pensar en la muerte como
    única salvación. Entonces el padre lo reprende y le
    impone una salida, una solución que no es otra cosa que
    una segunda misión:

    "Ne borne pas ta gloire à venger un affront,
    Porte-la plus avant, force par ta vaillance
    Ce monarque au pardon, et Chimène au silence ;
    Si tu l'aimes, apprends que revenir vainqueur
    C'est l'unique moyen de ragagner son coeur.
    Mais le temps est trop cher pour le perdre en paroles ;
    Je t'arrête ce discours, et je veux que tu voles.
    Viens, suis-moi, va combattre, et montrer à ton roi
    Que ce qu'il perd au comte il le recouvre en toi."

    (Don Diègue, Acto III, escena VI).

    3. Las
    pruebas

    Podemos dividir las pruebas de Don Rodrigue en dos
    etapas, según sus misiones,: la primera, la
    tentación de la mujer que
    intenta desviar al héroe y la segunda, la
    demostración de valor frente a los moros. La primera etapa
    se refiere a la defensa de la honra familiar y la segunda, a la
    adquisición de una honra personal, para
    afianzar aquella.

    En la primera etapa incluimos las siguientes
    pruebas:

    El equipo: espada entregada por Don
    Diègue;

    La fiera: que puede tomar tres formas, a saber, animal
    salvaje, animal mitológico o mujer malvada,
    indomable o atractiva. Chimène es la mujer
    atractiva, la mujer amada, que
    le presenta la disyuntiva entre razón (deber) y
    pasión (amor). Don
    Rodrigue considera que es una opción, que es posible
    seguir los pasos de ese amor y
    desobedecer a su padre. La decisión se le vuelve terrible
    porque, en definitiva, debe elegir entre dos amores, el filial y
    el de pareja:

    "Réduit au triste choix ou de trahir ma
    flamme,
    Ou de vire en infâme,
    Des deux côtés mon mal est infini. "
    (Don Rodrigue, Acto I, escena VI)

    No quiere elegir porque hacerlo significa vivir con la
    pena de fallarle a uno de sud grandes amores. Elegir a uno es
    despreciar al otro y por eso prefiere la evasión, prefiere
    la muerte:

    "Mourir sans tirer ma raison !"
    (Don Rodrigue, Acto I, escena VI).

    Pero, como ya hemos señalado, después de
    la duda inicial, viene la afirmación de sí mismo y
    la aceptación de las consecuencias posibles de su
    decisión y su determinación. El héroe elige
    y se hace responsable:

    "Allons, mon bras, sauvons du moins l'honneur,
    Puisqu'après tout il faut perdre
    Chimène.

    Oui, mon esprit s'était déçu.
    Je dois tout à mon père avant qu'à ma
    maitresse"

    (Don Rodrigue, Acto I, escena VI).

    En la segunda etapa, las pruebas son

    La lucha: demostración de fuerza y valor
    contra los moros. La defensa de la honra familiar no alcanza, su
    nombre no sólo debe ser símbolo de la fuerza y
    nobleza de sus antepasados, sino que debe ser reflejo de las
    proezas propias. Cada generación tiene la
    obligación de agregar hazañas al apellido. El
    alcanzar renombre es una tarea constante y, una vez alcanzado,
    debe ser mantenido y defendido del desprestigio, fruto a veces de
    los celos y la envidia de quienes rodean al
    héroe;

    La renuncia: Don Rodrigue renuncia a su vida y a su
    nombre (la honra por la que tanto luchó) a favor de
    Chimène. Deja su vida y su honra a su
    disposición.

    El
    honor versus la honra

    Antes de dedicarnos al tema que nos ocupa, preferimos
    aclarar estos dos términos tan importantes para su
    desarrollo
    posterior. Esta dicotomía entre honor y honra sucede
    sólo en el español,
    que sí hace la diferencia, pero no en el francés
    porque sólo existe la palabra honneur, que se corresponde
    con nuestra honor. No existe un término en francés
    que incluya todas las acepciones que tiene nuestra honra. Por
    eso, no hay tal problemática entre honor y honra en el
    original porque utiliza otros términos como gloire,
    renommée, grand nom.

    Frecuentemente se confunde honor y honra en el
    español. En muchas traducciones pueden aparecer como
    sinónimos, pero estrictamente no lo son. Pueden serlo en
    su significado más común pero no en un sentido
    estricto. Ambas palabras derivan de honor-ris del latín
    (ornato, gloria, honor), pero con sentidos excluyentes: el honor
    es interno, privado y la honra es externa, pública. El
    honor es una cualidad, una virtud moral que nos
    lleva al más severo cumplimiento de nuestros deberes
    respecto del prójimo y de nosotros mismos. Es la dignidad.
    La honra, en cambio, es la
    buena fama, adquirida por la virtud y el mérito. La honra
    es el mérito ganado públicamente. Sin otros que nos
    estimen para bien o mal, no se puede tener honra. Un hombre
    solitario puede tener honor pero no honra.

    La mancha pública, entonces, es ante todo una
    mancha a la honra, un atentado contra la buena fama ganada
    públicamente; pero, indirectamente, es un atentado contra
    la virtud, lo privado, porque es una infamia que la opaca. Una
    mentira puede, por ejemplo, destruir la honra de una persona, el
    crédito
    de una persona en su
    sociedad, y
    sin embargo no afectar su interior, porque en realidad nunca
    perdió el honor. Frente a toda infamia, un hombre debe
    emprender una lucha para recuperar su honra. Es un deber
    social.

    El honor, en cambio, no es
    lo que piensa la sociedad de mí, la estimación de
    mí, sino una virtud individual. El sentido del deber es el
    honor. Es el comportamiento
    justo de cada hombre en particular. El honor es patrimonio del
    alma, es la dignidad de una persona.

    Ambos conceptos se relacionan porque el recto actuar de
    todo hombre consiste en tener honor y volverlo honra, es decir,
    actuar rectamente y ser reconocido por ello. Por eso, aunque sean
    nociones bastante diferentes, se relacionan íntimamente en
    cada hombre.

    4. El honor en Le
    Cid

    Corneille retoma el personaje nacional español
    para su obra. Rodrigo Díaz de Vivar es un héroe que
    lucha por recobrar su honra. En el Poema del Mio Cid,
    Rodrigo, desterrado, busca en la guerra contra
    los moros la manera de lograr el perdón real. Alfonso VI
    lo ha desterrado y la única manera de lograr la
    reconciliación es por sus propios méritos. El
    segundo tema de la honra en la épica española es el
    de las hijas del Cid, que fueron deshonradas por sus prometidos,
    los infantes de Carrión, en lo que se denominó la
    afrenta de Corpes. La mancha en la honra de las hijas se
    trasalada a la honra del mismo Cid y es él quien luego
    busca la reparación.

    Don Rodrigue, en cambio, es un hombre entre dos fuerzas
    opuestas: el amor y el
    deber, el amor y el
    honor, lo que quiere hacer o evitar y lo que debe hacer. Y
    ése justamente es el tema de la obra: el conflicto
    entre el amor y el deber, entre la razón y la
    pasión. Pero el héroe corneilleano no es
    simplemente un hombre, puesto que es un héroe. "Ce
    n’est ni l’homme tel qu’il est, ni
    l’homme tel qu’il devrait être, c’est
    l’homme tel qu’il se rêve dans ses moments
    d’exaltation". Por eso, aunque dude en un primer momento,
    su conclusión es:

    "Allons, mon bras, sauvons du moins l'honneur,
    Puisqu'après tout il faut perdre Chimène."
    (Don Rodrigue, Acto I, escena VI)

    Y después se lo confirma su padre Don
    Diègue cuando lo encuentra luego de cumplida la
    venganza:

    "L’amour n’est qu’un plaisir,
    l’honneur est un devoir"
    (Don Diègue, Acto III, escena VI).

    El segundo aspecto a tener en cuenta es que el honor, el
    sentido del honor, es hereditario. Y con él, la honra. No
    sólo es hereditaria la sangre de hombre
    noble (el honneur) sino que las hazañas del padre se
    esperan en el hijo. Por eso, antes de que Don Rodrigue actuara y
    demostrara su gran honor, todos tenían buenas expectativas
    en él por cómo había sido el padre, Don
    Diègue. Los hijos reciben la sangre
    mágica que los hace nobles, fuertes y valientes (que los
    hace héroes) y también, con su nombre, con su
    apellido, cargan con las victorias de sus padres como si fueran
    propias. Por eso el nombre tiene tanta importancia: una mancha al
    nombre ya no es una ofensa personal, sino a los antecesores, y de
    ahí la necesidad de que el nombre se cubra de gloria en
    cada exponente masculino de la
    familia.

    De esta tradición familiar, es ejemplo perfecto
    el pasaje de la espada ancestral. Dice Sellier que cuando a un
    héroe le llega el crepúsculo, se produce la entrega
    de esa espada. La transmisión de la calidad de
    héroe es a través de sangre mágica y de la
    tradición de la espada ancestral. El lugar que un
    héroe ocupa en su sociedad debe ser reemplazado por otro
    héroe cuando aquél llega a su crepúsculo,
    cuando alcanza una vejez
    respetable. En Le Cid de Corneille, hablamos entonces de tres
    héroes: Don Diègue, el héroe del pasado, Don
    Gomès, el héroe del presente, y Don Rodrigue, el
    héroe nuevo:

    "Si vous fûtes vaillant, je le suis
    aujourd'hui"
    (Don Gomès, Acto I, escena III)
    Don Diègue comprende que no posee las fuerzas de
    antaño:
    "Ô Dieu ! ma force usée en ce besoin me laisse
    !"
    (Don Diègue, Acto I, escena III)

    Entonces, le encomienda a su hijo el que antes fuera su
    rol de héroe y le da una misión: la defensa del
    nombre (honra) y, por tanto, le encomienda la venganza,
    que debe
    cumplir sí o sí (honor).

    La gloria y la infamia

    Hemos dicho que el francés no tiene un
    equivalente de honra, pero utiliza para referirse al renombre y
    la fama públicos glorie. La gloria es aquello que rodea a
    un hombre reconocido. Podríamos decir, en otras palabras,
    que se trata del prestigio. Y esta gloria se puede obtener de
    diferentes maneras:

    A través de los hechos de los
    antepasados:

    "Don Rodrigue surtout n'a trait en son visage
    Qui d'un homme de coeur ne soit la haure image,
    Et sort d'une maison si féconde en guerriers,
    Qu'ils y prennent naissance au milieu des lauriers.
    La valeur de son père en son temps sans pareille,
    Tant qu'a duré sa force, a passé pour merveille
    ;
    Ses rides sur son front ont gravé ses exploits,
    Et nous disent encor ce qu'il fut autrefois.
    Je me promets du fils ce que j'ai vu du père"

    (Elvira, Acto I, escena I)

    A través de los propios hechos o
    hazañas:

    "Vous ne croiriez jamais comme chacun l'admire,
    Et porte jusqu'au ciel, d'une commune voix,
    De ce jeune héros les glorieux exploits. "

    (Elvira, Acto IV, escena I)

    Por una muerte patriótica en batalla:

    "Je demande sa mort, mais non pas glorieuse,
    Non pas dans un éclat qui l'élève si
    haut,
    Non pas au lit d'honneur, mais sur un échafaud"
    (…)

    "Mourir pour le pays n'est pas un triste sort ;
    C'est s'immortaliser par une belle mort. "
    (Chimène, Acto IV, escena V)
    Venganza de las afrentas:
    "Ne borne pas ta gloire à venger un affront"
    (Don Diègue, Acto III, escena VI)

    Respeto de los enemigos:

    "Mais deux rois tes captifs feront ta récompense
    :
    Ils t'ont nommé tous deux leur Cid en ma
    présence.
    Puisque Cid en leur langue est autant que seigneur,
    Je ne t'envierai pas ce beau titre d'honneur. "
    (Don Fernand, Acto IV, escena III)

    Esta gloria o renombre puede ser afectada
    fácilmente por las habladurías o por una afrenta.
    La gloria es débil porque la opinión
    pública puede ser manipulada. Una bofetada o un golpe
    en la cara con un guante son una afrenta y tiene que ser
    reparada, generalmente, con un duelo.

    Vocabulario del honor y la honra

    La lectura de Le
    Cid nos deja la impresión de que el honor es la ley
    máxima. Pero para la construcción de esta idea, Corneille no
    sólo utiliza la enunciación de la supremacía
    del honor. En la repetición encontramos un segundo recurso
    del autor para dejarnos esa impresión. Obsérvese en
    el siguiente cuadro la cantidad de veces que aparecen las
    palabras relacionadas con el honor y la honra. Es sorprendente
    que la palabra más repetida es padre y no honor como
    cabría esperarse y que en realidad las palabras que por
    cantidad están equiparadas son honor y amor. Es claro que
    la problemática de la obra es el cumplimiento del deber,
    el ejercicio de la virtud por sobre las pasiones e inclinaciones
    del hombre y esto vale tanto para Don Rodrigue cuanto para
    Chimène. Ambos se ven obligados a cumplir con lo que deben
    hacer porque saben quiénes son. Y ese deber lo reciben de
    sus propios padres. Son los padres los que causan el dilema y no
    el honor en sí o el amor entre ellos. Por eso, honor y
    amor están equiparados casi pero con mayor importancia del
    honor (el deber).

    Pero si agrupamos en honor y honra o fama o gloria, el
    campo semántico de mayor importancia es este último
    y no aquel. El honor sumaría 121 términos y la
    honra, 142, dejando como tercer grupo aislado
    el amor, con 61.

    Cantidad de veces que aparece en
    la obra

    Palabra

    76

    Père.

    65

    Honneur.

    61

    Familia de palabras de
    amour.

    54

    Familia de palabras de
    vengeance.

    36

    Devoir.

    26

    Familia de palabras de
    nom.

    20

    Familia de palabras de
    honte.

    16

    Familia de palabras de
    offense.

    15

    Affront.

    14

    Vertu.

    7

    Glorie.

    6

    Noble.

    5

    Mémoire.

    3

    Infâme.

    1

    Déshonorait.

    1

    Fameuse.

    5. El testimonio de
    la victoria

    Al final, el héroe siempre regresa a su maestro,
    a su guía, a quien lo inició en las aventuras,
    quien se las impuso. Como se trata de dos misiones, hay dos
    testimonios de victoria. El primero es frente al padre y tiene un
    valor intimista, el segundo es frente al rey y ya es
    público. No es azaroso que sea así: la primera
    misión era algo familiar, con origen familiar, la segunda,
    es ya pública porque la adquisición de honra
    personal involucra sus hazañas que trascienden.

    Al ir adquiriendo experiencia, el héroe va
    cambiando su actitud. En la
    primera misión, el testimonio de la victoria le resulta
    doloroso porque todavía el universo
    está en inarmonía: Chimène no puede amarlo
    siendo él asesino de su padre. En el segundo testimonio de
    victoria, Don Rodrigue cambia su actitud y
    realiza la última prueba del héroe maduro: la
    renuncia. Ofrece su vida y su fama (que tanto precia) a
    Chimène, su amada. Y es ella quien tiene que decirle que
    pelee, porque todavía tiene chances de ganar su
    amor.

    6.
    Conclusión

    Chimène y Don Rodrigue son personajes especulares
    porque los dos están obligados a hacer la difícil
    elección entre razón (deber, honor) y pasión
    (amor). Ambos eligen lo correcto, el deber, que está por
    encima de todo, inclusive de las inclinaciones personales. Un
    hombre se hace hombre en el ejercicio del honor. Y la mayor
    recompensa para éste es la honra, que es fruto de las
    propias obras.

    Honor y honra no son simples palabras en Le Cid.
    Corneille las vuelve problemáticas inherentes al hombre.
    Las convierte en misiones de un héroe, opone el honor y la
    honra a lo más elevado que pueda pensar el hombre, el
    amor. Y quien sale ganando es el honor, porque primero
    están las obligaciones y
    después el placer, primero está el respeto y
    agradecimiento a los padres, de quienes se recibe la vida, y
    después está uno, con sus deseos particulares.
    Primero están los antepasados y luego uno. El hombre
    está formado por un pasado forjado por sus antecesores,
    que debe defender, y un presente nuevo y limpio, en el que debe
    saber ganarse un nombre. La herencia y lo
    propio.

    Y, aunque tragedia, Corneille deja un haz de luz al final de
    la obra, deja lugar a la esperanza, porque siguiendo la luz de la
    razón, cumpliendo con el deber, el universo va a
    retribuirle al hombre de alguna manera lo que éste le da
    al universo. La
    tragedia está en que cumplir con el deber nos enfrenta a
    seres amados, nos lleva a extremos terribles como el asesinato,
    pero la esperanza está en que el cumplimiento del deber
    nunca es equivocado y que el estoicismo del honor puede ser
    retribuido. Chimène sigue triste por la muerte del padre
    pero, una vez hecho lo que debe hacerse, sabe que hay lugar para
    el amor. Y Don Rodrigue puede reparar el asesinato mediante sus
    propias obras, gracias a la honra personal que se
    granjee.

    7.
    Bibliografía

    Fuentes primeras
    En español
    Teatro
    clásico francés. Corneille – Molière
    – Racine – Marivaux – Beaumarchais, Buenos Aires, El
    Ateneo, 1970
    En francés
    http://cedric.cnam.fr/cgi-bin/ABU/donner_html

    Fuentes segundas
    CAMPBELL, Joseph, El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito, México D.
    F., Fondo de Cultura
    Económica, 1999
    RUSCIO, Verónica Andrea, "Las pruebas del héroe
    maduro. El esquema del héroe en el Cantar de Mio Cid", en
    Gramma, Buenos Aires,
    1999, Año XI, Número 32
    SELLIER, Philippe, Le mythe du héros, Paris, Bordas,
    1990

     

     

    Autor:

    Verónica Andrea Ruscio

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