Indice
1.
Introducción.
2. Los principios para la
educación de la personalidad.
3. La organización
jerárquica de los principios.
4. Conclusiones
5.
Bibliografía
La precisa delimitación de los principios para
la educación
de la
personalidad dentro del proceso
pedagógico constituye un problema que adquiere cada
día mayor relevancia dentro de la psicología y la
pedagogía contemporáneas, como parte
de los esfuerzos que se realizan en todas las sociedades
modernas por perfeccionar el proceso pedagógico en la
formación de las nuevas generaciones.
A pesar de que diferentes autores se refieren a los
principios que, según sus consideraciones, son los
más importantes para conformar un tipo ideal de personalidad,
no se ha logrado todavía la unanimidad mínima
necesaria que facilite una labor educativa más coherente
sobre los educandos.
El objetivo de
este trabajo es proponer una serie de principios para educar
la
personalidad y las recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela. Sin
pretender normar todo el trabajo del
maestro, el cual, por su esencia, debe ser creador en la
búsqueda constante de lo novedoso y original.
Al valorar la literatura que aborda este
controvertido aspecto, se constata que no existe consenso ni en
la forma de nombrarlos ni en su explicación; algunos se
refieren explícitamente al término `principios de
educación'
(F.Koroliov,1977; G.Labarrere y G.Valdivia,1988; N.Savin,1976;
J.Piaget,1981 y
N.Boldiriev,1982), otros a `principios pedagógicos'
(G.Neuner y otros,1981), también aparecen como `exigencias
para una educación efectiva' (F.González y
A.Mitjans,1989), `esencia del proceso educativo' (Colectivo de
Autores,1981; S.Baranov, L.Bolotina y V.Slastioni,1989),
`fundamentos psicológicos del proceso educativo'
(V.Krutetsky,1989), `fundamentos generales'
(T.Kónnikova,1975), `principios para la dirección del proceso pedagógico'
(Z.Alvarez y G.Torres,1993), o `principios pedagógicos
orientadores' (A.Rocío y G.Alfaro, 1992).
En realidad no se trata solo de un problema
terminológico, sino semántico también porque
se detectan diferencias en los enfoques y la valoración de
su papel en el
proceso educativo de la personalidad.
Si bien los términos antes mencionados se acercan de una
forma u otra al concepto de
principio, no logran la obligada precisión
científica al quedar diluidas, a veces, las explicaciones
en cuestiones muy abstractas con carácter
filosófico-sociológicas y poco aplicables a las
situaciones concretas de la educación en la
actualidad.
Otra definición extendida es concebir de forma
dicotomizada los principios de la educación y de la
enseñanza como esencias paralelas
(Colectivo de Autores, 1981; S.Baranov, L.Bolotina y
V.Slastioni,1989; V.Krutetsky,1989; G.Labarrere y G.Valdivia,1988
y G.Schúkina,1978).
Los principios para la educación de la
personalidad, desde el momento en que se intentan diferenciar en
principios instructivos y principios educativos, de hecho quedan
resentidos en su generalidad y rigor
científico.
La definición más vulgar y dañina
sería enfocar el proceso pedagógico como carente de
principios, o sea, como algo espontáneo que depende de
muchas variables y la
propia situación educativa es la que condiciona qué
estrategia
adoptar de forma totalmente empírica.
De acuerdo con nuestros criterios, lo primero en la
formulación científicamente argumentada de los
principios para la educación de la personalidad es la
determinación exhaustiva de lo que se entiende por ellos.
Desde el punto de vista filosófico los autores coinciden
en que su raíz latina principium significa
comienzo, el que es primero, el que manda
(P.Foulquié,1967), así como también punto de
partida, idea rectora, regla fundamental, o el fundamento de un
proceso cualquiera (N.Abbagnano,1972).
Desde el punto de vista lógico es concebido como
un concepto central
en un sistema,
constituye una generalización aplicable a los
fenómenos que ocurren en la esfera de la realidad de donde
han sido extraídos (N.Rosental y P.Iudin,1981).
Con una óptica
pedagógica es considerado una norma general de la
acción o el pensamiento
(P.Foulquié,1976), así como lo que se descubre como
primer término en el análisis y que se pone como punto de
partida de la síntesis,
lo que constituye la razón suficiente de algo, su causa o
motivo, como una hipótesis que explica satisfactoriamente un
gran número de casos definitivamente verificados
(A.Merani,1983).
Con un enfoque psicológico, es considerado una
ley que
orienta la conducta o regla
para un procedimiento
científico (H.Warren,1964), una máxima
básica general, una verdad fundamental, una regla
generalmente aceptada, particular de un procedimiento
científico (A.Reber, 1985).
De manera que los principios para la educación
del hombre son las
tesis
fundamentales de la teoría
psicopedagógica sobre la personalidad, las ideas
principales, las reglas fundamentales desde el punto de vista
teórico-práctico, que devienen en normas y procedimientos de
acción para que los educadores puedan y tengan que
trabajar científicamente con sus educandos. Su
desconocimiento o violación consciente no exonera a los
maestros de su existencia, por el contrario, los compromete con
los resultados de su labor.
Por el carácter de ley que tienen
los principios expresan los nexos y relaciones causales
necesarias, reiteradas y suficientes en el proceso
pedagógico. Y al reflejar los requisitos fundamentales que
se le plantean al contenido, la
organización y los métodos de
la labor educativa, adquieren valor
metodológico al facilitar no solo el qué sino el
cómo.
Los principios para la educación de la
personalidad son generales porque se manifiestan y verifican a
través de las situaciones pedagógicas particulares
y cotidianas, como por ejemplo en el campo de la didáctica, de lo contrario no
podrían ser considerados como tales. Lo cual no quiere
decir que ellos, por sí mismos, agoten la realidad al
abarcarla en su totalidad, por el contrario, la realidad de la
escuela es
imposible de abarcar en todas sus aristas y facetas, debido a su
propia complejidad, pero los principios sí manifiestan
cuestiones esenciales que siempre ocurrirán dentro del
proceso educativo, como todo en la vida, sometida a leyes, de
carácter psicopedagógicas en este caso.
De manera que estos principios poseen las características de ser regulares,
fundamentales, necesarios, generales, sistémicos,
obligatorios e integradores.
Nos han sido muy útiles los criterios aportados
por las profesoras Z.Alvarez y G.Torres (1993), de los cuales
hemos tenido en cuenta muchos de sus aportes.
2. Los principios
para la educación de la personalidad.
A continuación proponemos los principios que, en
nuestro criterio, son los más importantes y
abarcadores:
I – Principio de la personalidad.
Constituye un principio aportado por la psicología de gran
valor para el
proceso pedagógico. Parte de conferirle un enfoque
personológico a la educación, es decir, centrar el
proceso educativo en la personalidad de los educandos y en su
carácter activo, al considerar al alumno como sujeto de la
actividad pedagógica, con todas sus características personales concretas,
irrepetibles y en un nivel sintético-unitario.
La personalidad constituye una categoría
integradora y sistémica de las características y
cualidades personales del hombre. La
esencia del principio radica en que todo proceso o elemento
psíquico está necesariamente implicado en
síntesis psicológicas más complejas, en las
cuales se expresa de manera completa el potencial en la
regulación de la conducta
(F.González,1985,1989).
Coincidimos con F.González e H.Valdés
(1994) cuando plantean que la personalidad constituye el nivel
regulador más elevado del comportamiento. Y con F.González y
A.Mitjáns (1989) al enfatizar la necesidad de personalizar
el proceso de enseñanza, de evitar los procedimientos
generales dentro del proceso, tratando de diferenciar la
acción del maestro sobre la base de las
características del niño, así como
desarrollar la interacción comunicativa, sana y
personalizada entre alumnos y maestros, enfatizando el desarrollo de
motivaciones hacia la autonomía, la
autorrealización y la creatividad de
los alumnos.
El proceso pedagógico está dirigido a
personas en diferentes etapas de su ontogenia, a personalidades
en desarrollo,
por tanto, hay que partir de ellas para educar, y a la vez, el
resultado de este proceso es contribuir a su conformación.
O sea, que la personalidad es el punto de partida y el fin de la
educación, por lo que es atinado aceptar este principio
como fundamental en la educación del hombre.
Este principio posee un fuerte carácter
metodológico (I. Dhzidarián) porque permite
explicar y formar la personalidad a partir de la influencia del
micromedio y macromedio sociales, decisivos en el ser individual
y social del hombre.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación a la escuela.
– Conocer primero la personalidad de los alumnos antes
de plantearse influir sobre ella. Partir siempre de un diagnóstico o caracterización al
inicio.
– Estimular la aparición y el desarrollo de
diferentes cualidades de la personalidad en sus relaciones y
condicionamiento mutuos.
– Desarrollar una orientación activa y
transformadora en los educandos.
– Respetar la personalidad de los alumnos.
– Planificar el trabajo
educativo en función de
obtener como resultado mediato el incremento en la
autorregulación de la personalidad del educando, al
adquirir las cualidades la connotación de convicciones
personales.
– Buscar, a través de la integración de cualidades personales, la
conformación de síntesis reguladoras más
complejas en la personalidad, tales como la
autovaloración, los ideales, las intenciones
profesionales, etc.
II – Principio de la unidad de lo cognitivo y lo
afectivo.
También constituye un principio aportado por las
ciencias
psicológicas con reflejo en la labor educativa. El hombre no
permanece impasible ante los hechos y fenómenos del mundo
que le rodea, adopta una posición concreta ante ellos. Por
la propia esencia humana todos los elementos que se integran en
la personalidad tienen una naturaleza
cognitiva y afectiva, es imposible delimitar un hecho o
fenómeno psicológico puramente afectivo o puramente
cognitivo en el funcionamiento normal del hombre
(F.González y A.Mitjans,1989).
Los conocimientos, habilidades y hábitos que para
los alumnos posean un sentido personal,
provocan una efectiva regulación de la conducta y
viceversa, aquellos motivos proclives a la escuela y al aprendizaje,
facilitan la asimilación de los contenidos de las
asignaturas y la adquisición de determinadas normas de
conducta.
Este principio también permite dilucidar el hecho
de que la obtención simple del conocimiento
no implica automáticamente su manifestación
conductual, sino solo cuando resulta relevante para la
personalidad en su reflejo afectivo-volitivo. Por eso las
operaciones
cognitivas en la escuela tienen que ser portadoras de un
contenido emocional favorable para poder cumplir
los objetivos
educativos.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Crear en las actividades docentes, extradocentes,
escolares y extraescolares un clima
socio-psicológico favorable y participativo con los
alumnos, proclive al aprendizaje y a
la interacción.
– Ser capaz el maestro de diagnosticar de forma acertada
el nivel motivacional de los alumnos para las actividades del
proceso de enseñanza-aprendizaje.
– Constatar cómo los conocimientos trasmitidos a
los alumnos se van personalizando progresivamente e influyen en
la regulación de su conducta.
– Todas las actividades docentes deben despertar
emociones y
sentimientos positivos en los alumnos.
– Tener en cuenta los gustos, intereses, motivos y
necesidades de los educandos al planificarse diferentes
actividades.
– Favorecer y estimular los éxitos individuales y
colectivos de los estudiantes.
– Incentivar a los alumnos para que apliquen sus
conocimientos en la solución de problemas, en
función de desarrollar la creatividad.
III – Principio de la unidad de la actividad y la
comunicación.
También procede de la psicología y es
aplicable a la educación. Debido a la estrecha
relación que existe entre las categorías actividad
y comunicación se establece como una
regularidad del hombre la unidad entre ambos.
Son dos fenómenos psicológicos no
identificables, pero muy vinculados en el desarrollo de la
personalidad. La realización de actividades conjuntas
condiciona, obligatoriamente, la necesidad de la
comunicación entre las personas, en la medida que sea
mayor y más eficiente esa comunicación, mejor se cumplen los objetivos de
la actividad.
El desarrollo de la personalidad exige de una adecuada y
armónica unidad entre las actividades que realiza y la
comunicación que establece con los demás. Una de
las condiciones para el éxito
de la labor pedagógica radica en la calidad de las
actividades que realizan los alumnos junto con el maestro y la
fluida comunicación que establezcan ambos como
también los alumnos entre sí.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Planificar y ejecutar actividades docentes,
extradocentes, escolares y extraescolares que propicien la
comunicación interpersonal entre los alumnos y con los
maestros.
– Garantizar que los alumnos y maestros ocupen siempre
la doble posición de emisores y receptores de la
comunicación.
– Lograr una comunicación ininterrumpida con los
estudiantes dentro y fuera del aula en temas de
conversación disímiles.
– Explotar, de forma integrada, las funciones
informativa, reguladora y afectiva de la
comunicación.
– Diagnosticar las posibles barreras de la
comunicación que pueden estar limitando el proceso
pedagógico y superarlas.
– No evadir ningún tema de conversación y
conferirle el enfoque educativo necesario.
– Propiciar la polémica, a partir de la
confrontación de diferentes puntos de vista en la
búsqueda de soluciones a
los problemas.
– Utilizar métodos
pedagógicos que estimulen la interacción grupal, su
dinámica y el cambio de
roles en los educandos.
– Detectar las imágenes
que tienen los alumnos de sus maestros y de sí mismos y
actuar en consecuencia.
– No utilizar frases o palabras que lesionen la
personalidad de los alumnos.
– Estar siempre abierto al diálogo
con los alumnos.
– No prejuiciarse con ningún alumno.
– No perder el control emocional
con los estudiantes.
– Mantener la sinceridad y la cortesía con los
educandos.
– Planificar las actividades especificando las
responsabilidades individuales y colectivas.
– Orientar con un lenguaje claro
y preciso la actividad concreta por ejecutar.
– Precisar qué tipo de acciones
incluye la actividad en cuestión.
– Aclarar con qué medios los
alumnos cuentan para desarrollar la actividad.
– Analizar con los alumnos las actividades
desarrolladas, destacando los éxitos y dificultades
individuales y colectivos.
– Rotar a los estudiantes en la planificación, organización, ejecución y
dirección de las actividades.
IV – Principio de la unidad de las influencias
educativas.
El proceso pedagógico no es privativo de la
escuela, aunque ella ocupe el papel rector
en el mismo. En dicho proceso interviene la familia y
la comunidad donde
desarrolla su vida el educando, por lo que debe existir una
relación complementaria entre todos estos factores de la
educación para que las influencias se correspondan con las
funciones de
cada uno. En este sentido la unidad es sinónima de
integración, de unión, conformidad y
unanimidad.
Con frecuencia se hace alusión solo a la unidad
de exigencias, lo cual es cierto, pero insuficiente. Es necesario
que se reclame por igual, pero que se tenga plena conciencia de la
función de cada elemento del proceso y cómo se
corresponde su actuación con las otras
funciones.
Dentro de la escuela esta situación se hace
crítica cuando no existe la suficiente claridad en el
papel que le toca a cada uno como maestro, como dirigentes o como
personal de
apoyo a la docencia, lo cual provoca diferentes niveles de
exigencias y, por consiguiente, la violación del
principio.
Si no existe la suficiente claridad en la responsabilidad y el compromiso de cada cual en el
proceso pedagógico, se compromete seriamente la
educación de la personalidad.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Implicar a todos los que tienen que ver con la
educación del alumno desde el inicio y con tareas
específicas de valor educativo.
– Dirigir la búsqueda de dicha unidad, a
través del esclarecimiento del rol de cada cual y de la
persuasión.
– Cohesionar al colectivo pedagógico en su labor.
Los maestros deberán ser los de mayor conciencia y
exigencia sobre el alumno, la familia y la
comunidad.
– Reorganizar las acciones
educativas para compensar el funcionamiento deficiente de algunas
de las influencias.
– Integrar las exigencias educativas de cada uno de los
elementos que participan en el proceso.
V – Principio de la unidad de lo instructivo y lo
educativo.
Aunque existe un gran consenso entre los pedagogos en
aceptarlo como principio educativo, constituye uno de los
más violados conscientemente por la dicotomía
constatada entre los instructivo y lo educativo en la
escuela.
A veces se ha producido una confusión al
identificarlos o reducir lo educativo a la enseñanza, o
sea, limitar el proceso pedagógico a la transmisión
de los conocimientos, a la asimilación y a la reproducción de estos (F.González y
A.Mitjans,1989). La unicidad del proceso educativo es una
realidad inobjetable (A.Bernal, 1992).
Es evidente que lo instructivo es un componente esencial
dentro de la formación de la personalidad, pero no es el
único porque junto con los conocimientos deben ir
ocurriendo cambios estables dentro de la persona con la
aparición de nuevas cualidades cada vez más
complejas. Está demostrado que el
conocimiento de algo no implica obligatoriamente una
influencia efectiva en la conducta si no llega a adquirir un
valor subjetivo para el educando, un ejemplo fehaciente de ello
son las normas de educación formal y las morales, las
cuales son conocidas por casi todos los estudiantes, pero no
siempre son respetadas.
Lo instructivo debe repercutir en la personalidad, de
acuerdo con los objetivos de la educación, pero si se es
consciente de esa unidad y se es consecuente con ella, en todo el
proceder del maestro y de la escuela debe existir unidad entre
ambos, de lo contrario quedan los conocimientos y las habilidades
como algo externo al complejo mundo motivacional de los
estudiantes, lo que no estimula el desarrollo de la personalidad
ni en la formación de convicciones que regulen su
conducta.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Trascender en la impartición y evaluación
de los contenidos de las asignaturas aquellas cuestiones
meramente reproductivas que solo ejercitan la memoria
mecánica y lógica.
– Iniciar la labor pedagógica con un diagnóstico integral del estudiante y del
grupo, para
así poder conocer
el estado
inicial del proceso educativo y trazar estrategias
educativas.
– Buscar la mayor integración posible de los
contenidos impartidos y hacer explícito su valor
práctico para la vida futura de los alumnos.
– Explotar la experiencia individual de los alumnos en
la clase y fuera de ella.
– El maestro debe demostrar en su actuación que
los contenidos que imparte son personalmente significativos para
él y ser fiel ejemplo de todo lo que trata de educar a sus
alumnos.
– Iniciar cualquier estrategia
educativa desde la asignatura hacia las actividades extradocentes
y extraescolares.
– Incrementar paulatinamente la actividad y el estudio
independiente de los estudiantes en función del
aprendizaje y el autocontrol.
VI – Principio de la unidad del carácter
científico e ideológico de la
educación.
En cualquier sociedad
contemporánea las reformas para perfeccionar los sistemas
educativos vigentes parten de la elevación constante del
carácter científico de los contenidos, a partir del
desarrollo vertiginoso de la ciencia y
la técnica en la actualidad, y al mismo tiempo, de la
conformación de un modelo de
personalidad sobre la base de determinados ideales que se
correspondan con el tipo de régimen socioeconómico
y la ideología subyacente.
Todo cambio en las
políticas educativas y en los planes de
estudio y programas tienen
el propósito de mejorarlas, de hacerlos corresponder con
los nuevos tiempos y las exigencias de la época, y a la
vez, fomentar determinadas cualidades personales relevantes para
vivir y actuar en el complejo mundo de hoy. Y estas son
cuestiones que se plantean y se discuten explícita y
conscientemente por parte de los responsabilizados con proponer y
realizar dichas reformas, de ningún modo constituyen
resultados inesperados ni consideraciones implícitas o no
intencionales.
Siempre la educación ha tenido un carácter
clasista por obedecer a los criterios e ideología del tipo
de sociedad y de la
clase social predominante, por lo que las concepciones
científicas y las ideológicas han estado en
estrecha relación.
Educar la personalidad no es solo trasmitirle los
adelantos de la ciencia y la
técnica, sino desarrollar una concepción del mundo
sobre la sociedad, sobre la naturaleza, sobre
los demás hombres y sobre sí mismo que se convierta
en convicciones personales, en una palabra: fomentar una
ideología.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Trasmitir los contenidos del proceso pedagógico
de forma comprometida, clasista, haciéndole a los
estudiantes explícita la connotación
ideológica, política y social de
ellos en el mundo actual, sin olvidar que no puede ser forzado,
vulgarizado o esquematizado y tener en cuenta la edad de los
estudiantes.
– La politización excesiva es tan dañina
como la falta de ella.
– De acuerdo con el nivel de enseñanza con que se
trabaje, llevar a las aulas los métodos de las ciencias para
que, con una adecuación pedagógica, sean asimilados
y utilizados por los estudiantes.
– Estimular el debate y la
polémica con los estudiantes sobre problemas
contemporáneos que afectan a la sociedad y al mundo de
hoy, así como su repercusión futura.
– Trasmitirle a los estudiantes el valor de algunas
cualidades de la personalidad que determinan la posición
ética
del hombre, tales como la honestidad, el
altruismo, la confianza en el mejoramiento humano, el humanismo, etc.
las cuales constituyen la base para una futura definición
política e
ideológica.
– Fomentar en los alumnos sentimientos proclives a la
nacionalidad, que estimulen el patriotismo y para ellos basarse
en la historia y en
las mejores ideas de los pensadores y patriotas nacionales.
Asimismo, desarrollar sentimientos hacia las demás
personas y hacia la humanidad en general, que ningún hecho
humano les sea ajeno.
-Incorporar a las asignaturas y actividades
extraescolares los datos y hechos
más actualizados de las ciencias afines y la
repercusión social de estos hechos.
VII – Principio del carácter colectivo e
individual de la educación.
En el proceso educativo se produce cierta
contradicción entre su influencia individual y su
ejecución en forma grupal. Por una parte se brinda
docencia y se ejecutan actividades en grupos
estudiantiles (hacerlo individualmente sería
prácticamente imposible), y por otro lado se aspira a que
la incidencia sea particular en cada uno.
Pero el grupo escolar
constituye algo más que un agregado de personas, es una
entidad viva con la cual el maestro interactúa y que le
sirve de fuente para llegar a cada uno de sus miembros. Siempre
la educación exigirá una atención grupal (el individuo como miembro
de distintas agrupaciones al mismo tiempo) y una
atención individual (como personalidad), pues lo colectivo
y lo individual se complementan.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Realizar un diagnóstico de los grupos donde
desarrollan su vida los educandos, junto con su
caracterización personal.
– Implicar al grupo en cualquier estrategia educativa
dirigida a resolver problemas individuales.
– Reconocer y utilizar al grupo como elemento importante
en el proceso pedagógico.
– Estimular y promover la interacción de los
miembros del grupo entre sí y con el maestro en las
actividades educativas.
– Plantearse estrategias
educativas grupales e individuales de forma integrada.
– Incidir en la progresiva aceptación
empática y racional entre los miembros del
grupo.
– Detectar de inmediato los aislados y rechazados en los
grupos para integrarlos lo más rápido
posible.
– Utilizar los líderes espontáneos en
función del cumplimiento de las actividades educativas de
carácter grupal.
– Concientizar a todos los miembros del grupo del valor
social de este y de sus posibilidades reales de actuar unidos en
la consecución de diferentes metas.
VIII – Principio de la vinculación de la
educación con la vida y del estudio con el
trabajo.
Los contenidos del proceso pedagógico no pueden
verse constreñidos a los marcos de las propias
asignaturas, programas y
planes de estudio porque se convierten en aspectos abstractos,
muy teóricos y desarticulados con la vida.
Las materias objeto de conocimiento
escolar no constituyen un fin en sí mismas sino un medio
para lograr la inserción creciente del educando en la
sociedad como ente activo y transformador, por lo que la
vinculación con la vida cotidiana de los niños y
jóvenes y con la vida laboral
deberá ser línea de acción, objetivo y
estrategia de trabajo en la escuela.
Sin resentir su carácter científico, los
conocimientos deben relacionarse de forma constante y
sistemática con los hechos y fenómenos de la
naturaleza y de la sociedad, con las cuales los estudiantes se
enfrentan cotidianamente.
La preparación para la vida laboral
constituye otro elemento que complementa la función
politécnica del proceso educativo, o sea, la
preparación para la futura profesión.
La ausencia de este principio ha provocado que los
conocimientos sean asimilados de forma externa, formal, que no
les permite explicarse y entender mejor el mundo que les rodea,
ni los prepara para ser laboriosos e independientes. De esta
forma no se fomentan cualidades de la personalidad que facilitan
una adaptación y transformación del entorno social
como adultos desde una postura profesional y desarrollar, por
ejemplo, sólidas intenciones profesionales
(M.Gómez, 1993).
La escuela no solo propiciará que los
conocimientos permitan que los alumnos se expliquen el mundo,
sino también las vías para su
transformación.
Recomendaciones prácticas para su
aplicación en la escuela.
– Buscar el vínculo con la vida y con lo laboral
en actividades docentes y extradocentes.
– Precisar en el trabajo metodológico las mejores
vías para lograrlo de forma que no sea una labor
espontánea, sino planificada.
– Explotar las posibilidades de la escuela, de la
comunidad donde se encuentra enclavada la misma y de la familia
(las profesiones de los padres).
– Partir de ejemplos prácticos y de la
experiencia individual de los alumnos.
– Brindarle la oportunidad a los estudiantes de aplicar
constantemente los conocimientos a la vida práctica,
aprovechando lo que ella ofrece como punto de partida y fin del
conocimiento.
– Utilizar las posibilidades educativas que brindan las
actividades productivas y socialmente útiles en la
formación de los educandos.
– Realizar actividades de formación vocacional y
orientación profesional dentro del propio proceso
docente-educativo, buscando la aparición de motivos e
intenciones profesionales en la personalidad de los
alumnos.
3. La
organización jerárquica de los
principios.
Es evidente la estrecha relación interna que existe
entre todos estos principios, pues el cumplimiento de uno
favorece y coadyuva la aplicación de otros, por el
contrario, la violación de alguno condiciona e influye en
el incumplimiento de otro. En la realidad educativa todos giran
alrededor de la personalidad del alumno y se concentran
integralmente en él, de ahí su interdependencia y
unidad.
Aunque no son identificables por su contenido en el análisis de su esencia, en la
educación de la personalidad hay que concebirlos
estrechamente enlazados, como un sistema, por lo
que se infiere la necesidad de valorar cómo se cumplen las
condiciones del enfoque sistémico, donde la parte (cada
principio) juega un papel importante dentro del todo (la
personalidad) y a la vez interactúan entre sí.
También es un problema importante determinar
cuál es el que juega el papel rector, determinante, que
subordina a los demás y la jerarquía que se
establece entre ellos. Según nuestro criterio, el papel
rector lo juega el principio de la personalidad por las razones
siguientes:
– Es el que posee mayor nivel de generalidad al ser una
regularidad psicológica del hombre de amplio destaque. La
personalidad es a la vez un principio y una categoría
psicológica (F.González, 1989).
– Si profundizamos lo suficiente en los demás,
encontramos varias relaciones lógicas con él, al
estar todos en función de la educación de una
personalidad.
– El resto de los principios constituyen una
manifestación del principio de la personalidad en
diferentes aspectos del proceso educativo y a partir de enfoques
más concretos.
En el Anexo #
1 exponemos cómo concebimos,
esquemáticamente, la jerarquía entre ellos, de lo
general a lo particular, de lo psicológico a lo
sociológico.
Todas estas consideraciones parten del supuesto de
considerar como elemento esencial del proceso pedagógico
al sujeto de la educación, es decir, que estos principios
para el desarrollo de la personalidad están en
función de ella como el componente más importante e
integrador. Otra consideración sería enfocar este
fenómeno desde otra óptica
y a otra estructuración de los principios, como por
ejemplo, centrar el análisis en el proceso y no en la
persona.
A nuestro juicio, es la persona lo decisivo en la
educación, por lo que deberá ser punto de partida y
de llegada en cualquier consideración, de lo contrario
sería una vulneración de las posiciones esenciales
del humanismo en
el aprendizaje
y en la educación (W.Darós,1991).
Después del principio de la personalidad le
siguen en orden los otros dos que constituyen regularidades
subjetivas del hombre a un mismo nivel jerárquico porque
abordan categorías psicológicas generales: lo
cognitivo, lo afectivo, la actividad y la comunicación.
Muy cerca de ellos está el principio de la unidad de lo
instructivo y lo educativo, por constituir una
manifestación en lo pedagógico de la unidad de lo
cognitivo y lo afectivo.
A un mismo nivel que el anterior está el de la
unidad de las influencias educativas. Aparecen emparejados los
que le continúan por ser más concretos que los
anteriores y la salida futura del proceso pedagógico al
vincular con la vida y el trabajo. Finalmente, aparece el de la
unidad del carácter científico e ideológico
de la educación que posee una connotación
sociológica, por eso aparece en último lugar, pero
permea e influye en los demás, pues esta propuesta
jerárquica se construye sobre la base de una
concepción científica e ideológica de dichos
principios.
No obstante, la definitiva validación de dichos
principios requiere de su aplicación consecuente y
reiterada en la práctica educacional y su posterior
enriquecimiento, perfeccionamiento o modificación parcial
o total. De la seriedad y el rigor con que sean considerados y
utilizados por los pedagogos de las escuelas, dependerá su
existencia y su utilidad
teórica y metodológica.
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Resumen:
El trabajo propone una serie de principios de valor
teórico y metodológico para educar la personalidad
y las recomendaciones prácticas para su aplicación
en cualquier nivel de enseñanza, sin pretender lastrar el
elemento creativo esencial en la labor pedagógica del
maestro.
Trabajo enviado y realizado por:
Dr. C. Emilio Ortiz Torres
Licenciado en Psicología y Doctor en Ciencias
Psicológicas. Profesor de la Universidad de Holguín
"Oscar Lucero Moya",
Holguín, CUBA. Es
Coordinador del Área de Estudios sobre Ciencias de la
Educación
Superior en dicha Universidad
M. Sc. María de los Angeles Mariño
Sánchez
Licenciada en Educación en las especialidades de Biología y
Pedagogía-Psicología y Máster en Ciencias de
la Educación. Es profesora de la Universidad
Pedagógica "José de la Luz y Caballero"
de Holguín, CUBA.