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Rafael




Enviado por pozinia



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    Indice
    1.
    Urbino Y Perugia: El Aprendizaje

    2. Amigos Y Mecenas
    3. Sociedad En La Italia
    Renacentista

    4. Los Inicios Del
    Renacimiento

    5. Rafael Y La
    Arquitectura

    6. La Cuna De Urbino
    7. La Esplendida Madurez Del Periodo
    Romano

    8. La Gracia Natural De
    Rafael

    9. Los Desposorios De La
    Virgen

    10. Virgen Del
    Jilguero

    11. La Escuela De
    Atenas

    12. La Expulsion De
    Heliodoro Del Templo

    13. El incendio del
    borgo

    14. La pesca
    milagrosa

    15. La
    loggeta

    1. Urbino Y Perugia: El
    Aprendizaje

    Rafael nació en Urbino el 6 de abril de 1483. El
    padre, Giovani Santi, era un pintor de buen nivel y un poeta
    apreciado en la corte de Federico y Guidobaldo di Montefeltro,
    señores de la ciudad; de la madre, Magia di Battista
    Ciarla, se sabe que era hija de un comerciante de Urbino, que
    contrajo matrimonio en
    1480, y que murió en 1491, cuando el hijo tenía
    ocho años.

    Fue así como en la noche del Jueves al Viernes
    Santos de 1483, hacia las tres de la madrugada, Magia dio a
    luz a un
    niño, que recibió el nombre de Rafael, el del
    arcángel de la primavera y de la hermosura.

    Rafael creció en el clima refinado y
    tranquilo de la pequeña ciudad de Urbino, que el duque
    Federico había querido transformar en una moderna capital, donde
    confluyeran arquitectos, pintores, literatos y
    escultores.

    Animado por su padre, Rafael comenzó a estudiar
    el arte de la
    pintura,
    ejercitándose en el dibujo y en la
    perspectiva, esa difícil ciencia cuyos
    teóricos más capaces se encontraban por entonces en
    los círculos intelectuales de Urbino. Trabajando en el
    taller paterno realizó sus primeras experiencias
    profesionales.

    El 7 de octubre de 1491 muere su madre y el 1 de agosto
    de 1494 su padre, quedando Rafael bajo la tutela de un tío
    paterno, don Bartolomeo. A sus once años, tras haber
    perdido a sus padres y sus hermanas, fue confiado a una madrastra
    que no pareció interesarse por él, ya que se
    retiró a su familia y luego
    le promovió un pleito, que aun duraba en el año
    1500. Parece que su tutor tampoco quiso complicarse la vida
    'cargando' con un muchacho que no sabía más que
    pintarrajear candelabros y que le ponía en las manos un
    litigio. Simón Ciarla, hermano de su madre, fue el
    único amigo que Rafael encontró entre sus
    familiares. No se sabe si su tío Simón le tuvo en
    su casa o si estuvo algún tiempo con don
    Bartolomeo.

    Hacia 1495, un joven pintor, natural de Urbino,
    abandonaba el taller de Francisco Francia para
    volver a su país. Hablamos de Timoteo Viti, un joven que,
    apenas instalado en Urbino, desempeñó allí
    un papel
    semejante al de Leonardo da
    Vinci cerca de Ludovico el Moro, en Milán: espiritual
    y hábil para improvisar canciones que acompañaba
    con el laúd o el violín, pronto se convirtió
    en el favorito de la corte.

    En su casa fue donde Rafael entraría como
    aprendiz, donde el maestro le albergaba y le daba comida. Pero
    llegó el momento en que el maestro se vio incapaz de
    enseñar más a su discípulo,
    aconsejándole que se marchara a Florencia; pero Rafael era
    muy joven, su salud muy delicada, y la
    gran ciudad quedaba lejos.

    Pietro Vanucci, llamado el Perugino, uno de los pintores
    más renombrados de Florencia, había sido llamado a
    Perugia para pintar la lonja de los agentes de cambio.
    Perugia no estaba muy lejos de Gubbio, residencia de verano de
    los Montefeltros, donde también vivía Timoteo Viti.
    Fue a casa de Perugino donde se envió a Rafael cuando
    aún no tenía diecisiete años.

    Durante su estancia en el taller de Perugino Rafael
    aprendió ante todo las complejas técnicas
    pictóricas de finales del XV, desde la preparación
    de los pigmentos y del soporte, al empleo del
    óleo, método
    hacía poco importado de Flandes, que permitía
    nuevos efectos de transparencia. Al mismo tiempo se
    ejercita en el dibujo, que
    constituyó para él el medio de expresión
    más natural. A través de ese lento y paciente
    trabajo, el pintor asimila la gracia de Perugino, su capacidad de
    expresar los sentimientos y también el gusto decorativo de
    su compañero de taller, Pinturicchio.

    Entre Florencia Y Urbino

    En los primeros años del nuevo siglo, el XVI,
    Rafael abandona el taller de Perugino para iniciar su andadura
    como artista por sí sólo. Ahora Rafael
    realizará frecuentes viajes.

    Su presencia en Urbino en 1504, 1506 y 1507 aparece
    reflejada en los documentos. Se
    había ido de Urbino siendo un adolescente, y volvió
    allí con la experiencia de un hombre.
    Experimenta la alegría de hallar de nuevo a cuantos ama:
    su tío Simón Ciarla, Timoteo Viti y la
    duquesa.

    A partir de 1503, las relaciones de Rafael con la corte
    ducal fueron muy estrechas, siendo apreciado grandemente, tanto
    por la duquesa Isabella como por la Prefettessa Giovanna Deltria
    della Rovere. Hay críticos que sostienen que Rafael
    mantuvo un contacto previo con el ambiente de
    Florencia antes de 1504, probablemente siguiendo los pasos de su
    maestro Perugino en los desplazamientos de éste a la
    ciudad toscana. De ser esto cierto, cobraría sentido el
    desarrollo que
    experimenta la evolución de Rafael en estos años
    iniciales. Nuestro pintor estudiará profundamente la obra
    de Perugino, que le permitirá comprender los fundamentos
    del arte florentino,
    asimilado por el maestro, sobre todo, en lo que respecta al
    problema de la luz. Por estos
    años descubrirá, a su vez, los dibujos de
    Leonardo da
    Vinci, donde encontrará las raíces de esa
    concepción luminosa de la forma que Perugino había
    fijado a través de su nuevo descubrimiento del color.

    Fuera como fuere, tras concluir los Desposorios de la
    Virgen, Rafael obtuvo una carta de
    recomendación de Giovanna Feltria, hermana del duque de
    Urbino, y partió para Toscana.

    Florencia ofrecía muchas posibilidades para un
    artista deseoso de aprender. Tras la caída de los
    Médicis en 1494, durante cuatro años la ciudad
    había vivido los conflictos
    entre los secuaces del dominico Savonarola y los representantes
    de la burguesía ciudadana, los cuales habían
    prevalecido haciendo condenar al fraile y obteniendo el control de la
    República.

    La situación pronto había retornado a la
    normalidad. El Confaloniero Soderini, la máxima autoridad del
    Estado,
    gobernaba con sabio equilibrio.
    Preocupado por devolver a la ciudad el antiguo esplendor,
    había hecho venir a Leonardo de Milán y a Miguel
    Ángel de Roma para
    confiarles la decoración al fresco de la Sala del Consejo
    en el Palazzo Vecchio.

    El primer artista florentino con el que Rafael
    entabló relaciones fue Fra Bartolomeo (1472-1517), que
    también había estudiado en el taller de Perugino.
    El contacto con este artista fue importante para Rafael, ya que
    tomó de él muchos esquemas compositivos, aunque sus
    experiencias florentinas culminaron en la relación con los
    máximos exponentes de la cultura local:
    Leonardo y Miguel Ángel.

    Durante la estancia en Florencia, Rafael mantuvo el
    contacto con su tierra natal.
    Al refinado clima de los
    cenáculos de Urbino están destinados los dos
    retratos de Guidobaldo da Montefeltro y de Elisabetta Gonzaga,
    así como el díptico con San Miguel derrotando a
    Satanás y San Jorge matando al dragón, ambos en el
    Louvre, París. Todas ellos se sitúan entre 1504 y
    1505. Al mismo tiempo, Rafael realizó dos retablos para la
    ciudad de Perugia: el Retablo Colonna para las monjas de
    Sant'Antonio y el Retablo Ansidei para la iglesia de San
    Florencio, introduciendo elementos innovadores respecto al
    sistema
    tradicional.

    Parece ser, además, que Rafael interrumpió
    varias veces su estancia en Florencia. En 1505, si la fecha no ha
    sido falsificada, pintó para Perugia un fresco en una de
    las paredes de la sacristía de San Severo: La Trinidad
    rodeada de seis santos.

    En 1507 Rafael vuelve de nuevo a Urbino, donde parece
    que se proponía residir, ya que compró una casa en
    la ciudad. Entonces fue, según Vasari, cuando pintó
    los retratos, luego desaparecidos, de Baltasar Castiglione, Bembo
    y Guidobaldo da Montefeltro. Lo cierto es que entabló una
    especial amistad con
    Castiglione, pariente de los Gonzaga, que contaba con veintinueve
    años y Rafael con veinticuatro.

    Una vez muerto el duque Guidobaldo, el 11 de abril de
    1508, Francisco María della Rovere fue nombrado sucesor.
    Por otro lado, en 1507, el papa Julio II, decidió
    trasladarse al Vaticano y que sus dependencias fueran decoradas
    por artistas de gran relevancia, como Perugino, Bramantino y
    Sodoma. Sin embargo, el papa debió cambiar de parecer,
    pues al poco tiempo fue convocado Rafael a Roma,
    interrumpiendo de forma inesperada sus encargos en Florencia. Se
    desconocen las razones de este súbito cambio del
    pontífice, pero en la elección de Rafael
    están, sin duda, los consejos de su arquitecto Bramante,
    natural como él de Urbino.

    En otoño de 1508 Rafael se trasladaría a
    Roma, donde se
    encontraría con su antiguo maestro, el Perugino, y Miguel
    Ángel.

    Las Dos Romas De Rafael

    Estamos en 1508: Miguel Ángel se halla levantando
    el andamiaje en la Capilla Sixtina para pintar los frescos de la
    bóveda y Rafael comienza los trabajos en la Estancia
    llamada "de la Signatura", que alberga la biblioteca
    privada el papa Julio II, con más de doscientos
    volúmenes. El ciclo ocuparía al pintor desde 1508
    hasta 1511.

    La Estancia de la Signatura representa la suma de la
    cultura
    humanística. En los frescos distribuidos sobre los cuatro
    muros y en la decoración de la bóveda se aprecia un
    estilo monumental y una capacidad para disponer con orden y
    armonía los personajes, incluso en las escenas más
    multitudinarias. En esta época son importantes para Rafael
    e influyen de manera notable en su arte, la figura de Miguel
    Ángel y las piezas arqueológicas clásicas
    conservadas en las colecciones vaticanas.

    Aunque entregado a los trabajos del Vaticano, Rafael
    tuvo tiempo para dedicarse a otras tareas. De esos años
    destacan el Retrato de Fedra Inghirami, bibliotecario del papa;
    el penetrante Retrato de cardenal, en el que la
    simplificación de los volúmenes se convierte en
    imagen
    psicológica; la pequeña Virgen de la Torre y la
    Virgen Aldobrandini, la Virgen de la Diadema y la hermosa Virgen
    de Alba, ejemplo de una investigación sobre la relación
    entre las figuras y el formato del tondo, o pìntura en
    forma redonda, que se perfeccionará en la Virgen de la
    Silla.

    Además de sede de la corte papal, Roma era
    también la antigua capital del
    imperio, y la presencia de la cultura clásica tenía
    allí más fuerza que en
    cualquier otra parte. La nobleza romana trataba de revivir en sus
    palacios el esplendor de las residencias patricias cuyas ruinas
    admiraba. En la villa de Agostino Chigi, rico banquero romano,
    Rafael realizó el fresco del Triunfo de Galatea,
    reinterpretando el mito antiguo
    en un clima de alegra vitalidad.

    Los graves acontecimientos políticos de los
    últimos años habían llevado al papa a
    elaborar un programa que
    ilustrase la intervención divina en favor de la Iglesia en
    peligro. Para expresar esos contenidos, el pintor
    abandonará el estilo armónico y las tonalidades
    tenues de la primera Estancia, adoptando un estilo mucho
    más dramático en la composición y en la
    elección de los colores para la
    Estancia de Heliodoro.

    Tras la muerte de
    Julio II, en 1513, León X se alza como nuevo
    pontífice romano. Perteneciente a la familia
    Médicis, inauguró un clima diferente respecto al de
    su predecesor. El nuevo papa había sido educado para
    apreciar el arte y la cultura no por su función
    propagandística, sino por amor a la
    belleza y al lujo. A su corte acudieron artistas, músicos,
    literatos… y sus colecciones de antigüedades se
    enriquecieron con nuevos objetos hallados en las excavaciones.
    Rafael se adaptará rápidamente al nuevo clima
    empapado de latinidad, convirtiéndose en una figura
    descollante de la corte papal. En sus obras se acentúan
    ahora los estudios espaciales y compositivos, en una
    búsqueda de dramatismo y una nueva relación con el
    espectador que observa la obra.

    A partir de 1514 los encargos se multiplican,
    manteniendo plenamente ocupados al pintor y a su taller. A la
    muerte de
    Bramante, Rafael fue nombrado arquitecto oficial de las obras de
    San Pedro. Entre tanto, terminó la decoración de la
    Estancia de Heliodoro, y comenzó la de la tercera, la
    Estancia del Incendio, en la que se representan las gestas de
    León III y León IV, predecesores del
    papa.

    Además también diseño
    cartones para los tapices destinados a la Capilla Sixtina, en una
    emocionante idea de medirse con Miguel Ángel.

    A parte de los trabajos para el papa, Rafael
    realizó varias obras para los gentilhombres de la corte,
    como al banquero Chigi, a quien proporcionó los cartones
    para el fresco con Profetas y Sibilas. También
    realizó algunos retratos, regalados por el pintor a
    personajes ilustres con los que mantenía buenas
    relaciones, como el Retrato de Baltasar Clastiglione, el Doble
    retrato y La Velata.

    El prestigio de Rafael era tal que sus obras llegaron a
    servir para consolidar alianzas políticas.
    Pero ya en torno a
    1518-1520, la intervención de su taller era cada vez
    más evidente.

    Fin del sueño: viernes santo de 1520

    Desde su primera visión El Sueño del
    Caballero, hasta la última, La Transfiguración,
    había recorrido toda la pintura.
    Huérfano, privado muy pequeño, de las caricias
    maternas; adolescente sometido a los antojos de Perugino; joven,
    pintor casi desconocido; artista ensalzado hasta las nubes y
    calumniado por otros; amigo, amante, prometido… había
    recorrido también todas las experiencias humanas. Gracias
    a Guidobaldo, a César Borgia, a los Baglione, a Soderini,
    a Julio II y a León X, recorrió, asimismo, las
    experiencias políticas.
    Por eso, había podido, en su breve paso por la tierra,
    brindar a la humanidad algunos mitos que le
    eran absolutamente necesarios para no caer en la
    desesperación o en el abatimiento. Su misión
    estaba cumplida; no le restaba más que irse.

    A finales de marzo de 1520 Rafael cayó en cama; a
    partir de entonces y hasta su última hora, las
    informaciones son tendenciosas. Vasari atribuye la muerte de
    Rafael al abuso de los placeres.

    La información dada por Missirini a Longhena y
    publicada por éste, contiene detalles que parecen
    más veraces que la afirmación de Vasari: "Rafael
    Santi era de naturaleza muy
    delicada; su vida pendía de un hilo demasiado débil
    por lo que respectaba a su cuerpo, ya que era todo
    espíritu. Sus fuerzas habían decrecido mucho; y es
    extraordinario que le hayan podido sostener durante su corta
    vida. Hallándose muy debilitado, un día,
    encontrándose él en la Farnesina, recibió
    orden de acudir a la corte inmediatamente. Echó a correr
    para no incurrir en retraso; y mientras hablaba allí,
    largamente, acerca de la construcción de San Pedro, se le
    secó el sudor encima. Súbitamente, se sintió
    enfermo. Marchó a su casa; y se vio acometido por una
    fiebre perniciosa …"

    El 4 de abril, Rafael despidió a su amante; luego
    hizo el testamento; pidió ser enterrado en Santa
    María de la Rotonda; y dos días más tarde,
    el Viernes Santo 6 de abril de 1520, entre las nueve y las diez
    de la noche, expiró. Acababa de cumplir treinta y ocho
    años.

    A la cabecera del lecho en que reposaba el cuerpo de
    Rafael, sus discípulos colocaron su Requiem: la
    Transfiguración no concluida.

    León X ordenó que se celebrasen por su
    artista favorito funerales espléndidos, a los que
    asistió toda Roma.

    Bembo compuso el epitafio para su tumba: "Ille. Hic.
    Est. Raphael timuit quo sospite Vinci, rerum magna parens, et
    moriente, mori". (Aquí yace Rafael. Cuando vivía,
    la gran madre de las cosas temía ser vencida. A su
    muerte, tuvo
    miedo de morir).

    2. Amigos Y
    Mecenas

    A partir de 1513, casi todos los retratos pintados por
    Rafael fueron testimonios de afecto o retratos oficiales a
    mecenas importantes, el pontífice o sus
    familiares.

    Disponía de muy poco tiempo y lo reservaba
    exclusivamente para aquellos que eran dignos de tal cosa. Y
    así lo hizo para uno de sus amigos más apreciados,
    el conde Castiglione. Desde muchos puntos de vista, este retrato
    es el equivalente en masculino de La mujer con
    velo: una sincera expresión de amistad
    condensada mediante una pintura, aunque la obra haya sido
    terminada probablemente algún tiempo
    después.

    En los últimos años de su vida Rafael se
    enfrentó una vez más con el problema del doble
    retrato (antes lo había hecho para retratar a los poetas
    amigos de Bembo, Andrea Navagero y Agostino Beazzano) en el
    llamado Autorretrato con su maestro de esgrima. Este cuadro
    aún no ha sido explicado de forma satisfactoria. Rafael es
    un amigo y un consejero para el personaje más joven que,
    al girarse para mirarlo, señala algo que está fuera
    del marco. No se conoce el nombre del amigo que está
    representado aquí, ni el nombre del propietario del
    cuadro. Sin embargo, se trata de una extraordinaria
    creación pictórica: Rafael ha logrado una comunicación viva entre los dos personajes,
    y un intercambio de miradas entre estos y el
    observador.

    Sin embargo, más que por sus retratos, los
    grandes amigos y admiradores de Rafael se delatan
    explícitamente cuando éste muere.

    Bembo, como ya queda dicho en otro apartado, compuso el
    epitafio para su tumba: "Aquí yace Rafael. Cuando
    vivía, la gran madre de las cosas temía ser
    vencida. A su muerte, tuvo miedo de morir".

    El testimonio más emocionante es el de
    Castiglione, cuando escribe a su madre: "Gozo de buena salud, pero me parece que no
    estoy en Roma desde que mi pobre Rafael no existe". Conviene
    destacar, también, la elegía que este gran amigo
    suyo hizo a la muerte de Rafael:

    "Porque con mano bendita Esculapio reanima los miembros
    desgarrados de Hipólito, y ahuyenta a la muerte que ya se
    adueña de su presa, la potencia voraz y
    vengativa lo lleva consigo a las profundidades.

    Así lo hizo contigo, Rafael, que alzaste de entre
    sus escombros la ciudad devastada, destruida, enterrada;contigo,
    que, con mirada omnisciente reuniste los miembros esparcidos y,
    como un mago, les diste vida de manera que el cuerpo divino, como
    si los tiempos desvanecidos hubieran resucitado con su esplendor,
    se levantó, juvenil, de entre el polvo. Más
    entonces, la estranguladora insaciable envidiosa de la obra
    empezada dijo:'¡Lo que yo he roto para siempre,lo que es
    mío y presa del eterno aniquilamiento

    se atreve él a hacerlo brotar a la luz del
    día! ¡Sea él convertido en polvo
    también!' Y tú caíste en tu radiante
    fuerza.

    En cuanto a nosotros, pensamos en la hora en que nos de
    la orden de seguirte".

    Rafael Y Sus Ayudantes

    Ya desde Julio II, las obras a los artistas eran
    peticiones sin descanso; y León X no iba a ser menos.
    Además, desde hacía tres siglos, y particularmente
    en los últimos cien años, Italia estaba
    llena de obras sin terminar: iglesias sin fachada, torres sin
    campanario, frescos interrumpidos por la muerte… Los
    arquitectos italianos construían para la antigüedad y
    los pintores pintaban para siglos.

    Por ello, no es de extrañar que Rafael se armara,
    en su taller, de discípulos, para dar así premura a
    los encargos. Y de sus aprendices, los principales, o los que han
    pasado a la historia, eran Julio Romano,
    Francisco Penni, Juan de Udine y Pierino del Vaga.

    Además de los encargos oficiales, los compradores
    privados mostraban siempre mucha prisa, de manera que de
    intervenir en lo accesorio, los discípulos de Rafael
    pasaron a realizar la ejecución por completo.

    Lo que es evidente es que los compradores quedaban
    satisfechos de la mercancía, puesto que se la disputaban.
    Lo que hacía Rafael, era reservarse para las grandes obras
    de arte. Esta es una de las razones por las que encomendó
    a Julio Romano la ejecución de la Sagrada Familia,
    destinada a Francisco I, del San Miguel y de Juana de
    Aragón, porque ahora lo que importaban eran las
    dimensiones, y no la calidad. Y
    Rafael, cuando pinta, por su propia mano, una Santa Cecilia o una
    Madona Sixtina, lo hace por su satisfacción, sin pensar en
    el cliente.

    La Desconocida Y Los Sonetos

    Durante siglos, siguiendo a Vasari, se la ha llamado La
    Fornarina. Una estrecha cinta verde que lleva en el brazo, cerca
    del hombro, y en la que se leía "Raphael Urbinas"
    certificaba su autenticidad. Por el contrario, para algunos
    críticos, los senos, hermosos y amplios, y el vientre
    voluptuoso, han hecho pensar que esta cuadro no era más
    que una réplica de la Dona Velata de Rafael.

    En un muro del palacete de Sassi, en Roma, hay una
    lápida con la que dice. "La tradición asegura que
    la que fue tan amada por Rafael y por la cual alcanzó la
    gloria, vivió en esta casa".

    Pero lo único cierto que se sabe, es que Rafael
    amó a una mujer hasta su
    última hora y que, tras haber hecho un retrato sublime de
    ella, la alejó de su lado cuando se vio próximo a
    su fin.

    Se afirma que Rafael se enamoró cuando pintaba la
    Cámara de la Signatura. Entonces, en los estudios hechos
    por el artista para La Exaltación de la Trinidad, unos
    poemas
    garabateados apresuradamente, demuestran su estado de
    ánimo:

    "Amor: tu me
    has hechizado con la luz de dos ojos que me atormentan y con un
    rostro de blanca nieve y de vivaces rosas, con una
    voz bella y unos modales atrayentes.

    Tal es el ardor que me consume, que no habría mar
    ni río capaces de extinguir mi fuego. Pero no me quejo,
    porque mi ardor me hace tan dichoso que cuanto más ardo,
    más deseo arder.

    Tan dulces fueron el yugo y la cadena de esos brazos
    cándidos enlazados en mi cuello que, al soltarme,
    sentí mortal dolor.

    No hablaré de otras cosas, porque la dulzura
    suprema conduce a la muerte. ¡Por eso callo todos los
    pensamientos que me brotan para ti!".

    "Un dulce pensamiento me
    recuerda la hora de la exaltación. Pero también, la
    dolorosa despedida. Quedé como dicen que quedan, en el
    mar, los que ven extinguirse la estrella que los guía".
    "¡Oh, lengua! Rompe
    tus cadenas y habla de ese dolor que tan penosamente me hace
    soportar el Amor y por
    el que le guardo gratitud y le ensalzo".

    "Fue en la hora sexta, tras de ponerse el sol, cuando
    ese otro sol surgió ante mí, mucho más
    alentador que cuanto pueden expresar las palabras".

    Quedé sólo, vencido por el gran fuego que
    me atormenta. Ella mantiene aún sellados mis labios y he
    de sufrir en silencio".

    ¿Quién sería la bella mujer a la que
    Rafael le dedicaba estos poemas?.

    Cuenta la leyenda…

    El Sábado Santo de 1520, el 17 de abril, Pico
    della Mirandola escribía desde Roma a Isabella d'Este,
    duquesa de Mantua: "Aunque en estos días santos no haya
    que atender a otra cosa que no sea confesión y devociones,
    no he querido dejar de presentar mis respetos a V.E., que en
    estos momentos conocerá la muerte de Rafael de Urbino, que
    murió la noche pasada, la del Viernes Santo, dejado sumida
    a esta corte en una grandísima y universal
    aflicción por la pérdida de la esperanza en las
    grandísimas cosas que de él se esperaban y que
    habrían servido para honrar esta edad… Ante esta muerte
    los cielos han querido manifestar uno de los signos que muestran
    sobre la muerte de Cristo…"

    En este texto ya
    aparecen tres elementos que volverán a surgir
    continuamente en los escritos posteriores sobre Rafael: la
    amargura por su muerte prematura, que impidió al maestro
    la realización de la reconstrucción de la Roma
    Antigua; el reconocimiento de su excelencia como pintor y de su
    importancia para el mundo; y, por último, su profunda
    relación con Cristo y con el cristianismo.

    Y en este último punto es donde se centra la
    leyenda. Rafael murió un Viernes Santo y había
    nacido otro Viernes Santo, el del 28 de marzo de 1483. Un
    díptico escrito inmediatamente después refleja esta
    analogía, que al parecer admitían de modo
    generalizado los hombres de su época: "¿Por
    qué maravillarse de hayas perdido la luz de Cristo? /
    Él es Dios de la Naturaleza, tu,
    el del arte".

    Las obras de Rafael fueron comparadas con los milagros
    de Cristo y, a los ojos de sus contemporáneos, Rafael no
    fue el "príncipe de los pintores", sino también un
    hombre
    ejemplar, con rasgos divinos, como Cristo.

    3. Sociedad En La
    Italia
    Renacentista

    En un mundo sin periódicos, ni coches, ni
    aviones, ni maquinaria alguna, el hombre del
    Renacimiento se
    halla con una sensibilidad extrema, con tiempo para recrearse en
    las cosas bellas. Las ciudades, por pequeñas que sean, se
    han convertido en las obras de arte de todos los ciudadanos. Las
    casas, hasta las más humildes, encierran muebles
    sólidos, trabajados artísticamente.

    Cuando se viajaba a pie o a caballo, no se contaban los
    minutos ni las leguas; y se daba un largo rodeo para ver una
    pintura célebre, una escultura antigua o moderna o para
    saludar a un sabio, porque el lenguaje
    era la fuente de la instrucción y no se sentía
    reparo en hablar de lo que se había visto, estudiado,
    pensado o leído. Las ideas se diseminaban, volaban y, en
    ocasiones, se evaporaban; pero generalmente, arraigaban,
    haciéndose más concisas y sutiles.

    Algo después, Baltasar Castiglione, en la corte
    de Urbino, definiría los atributos del perfecto cortesano,
    es decir, del individuo al que nada de lo humano le es
    indiferente, y Ariosto encontraría una palabra nueva, la
    de humanista, para designarlo.

    El arte y la ciencia
    abrían todos los caminos pero, sobre todo, eran una
    necesidad espiritual, un enriquecimiento del individuo. Cuanto
    más cosas se conocían, mayor capacidad se
    tenía para amar a los seres, comprender el mundo y
    acercarse a lo divino. Aún no existía la
    separación de la religión, el arte y
    la ciencia.
    Arte, ciencia y
    religión
    eran tres manifestaciones de la divinidad.

    Era la afirmación del individuo. Algunos
    historiadores opinan que la principal causa de este hecho hay que
    buscarla en las condiciones políticas de Italia:
    desaparición del feudalismo,
    aparición de las nuevas formas de Estado,
    repúblicas o tiranías, y circunstancias que daban
    al hombre un vigoroso individualismo, ya que la dificultad de la
    incertidumbre del tiempo obligaba a todos a percatarse de todos
    sus recursos
    personales y a desarrollarlos con provecho.

    Durante la segunda mitad del XIV, sucedió al
    gobierno de los
    partidos el poder brutal
    de los tiranos y luego el régimen solapado de los
    señores. Como Italia no disfrutaba de libertad civil
    y las libertades políticas se fueron suprimiendo, a los
    italianos sólo les quedó, en el primer cuarto del
    siglo XVI, la libertad
    intelectual.

    Y así se fue fraguando lo que se ha dado en
    llamar Renacimiento, que
    es, además, una renovación artística y
    filosófica. Lo que más distingue el Renacimiento
    es su preocupación por el hombre, su
    sentido de lo general, su curiosidad por las cosas del
    espíritu y su aversión al empleo de la
    violencia.

    La Situación Politica En Italia

    Italia estaba dividida en innumerables Estados:
    aristocracias, repúblicas democráticas,
    teocracias… Cinco Estados desempeñaban el papel de
    grandes potencias, en las que los más pequeños
    buscaban socorro y amparo:
    Nápoles, los Estados de la Iglesia, Milán, Venecia
    y Florencia, engrandecida por la obra de mediador realizada por
    Cosme de Médicis y continuada por su nieto, Lorenzo el
    Magnífico. Un año antes del nacimiento de Rafael,
    en 1482, el papa Sixto IV, que había elevado a Federico de
    Montefeltro a la dignidad de duque, le llamó a Roma para
    confiarle una "condotta". El papa se había puesto de
    acuerdo con Venecia para despojar de sus Estados al duque de
    Ferrara y dárselos a su hijo Girolamo, dueño ya de
    Imola y de Forli. Federico murió en Roma, encomendando su
    ducado a su hijo Roberto Malatesta, condottiero y tirano de
    Rimini. Pero éste moría, en la misma fecha, en
    Bolonia, recomendando a su hijo a la protección de
    Federico de Montefeltro.

    Apenas iniciada la guerra contra
    Ferrara, Sixto IV abandonó a su aliada, Venecia, y
    agrupó contra ésta a casi todos los Estados de
    Italia. Lorenzo el Magnífico intervino como pacificador y,
    a pesar de los esfuerzos del papa, que quería la lucha, se
    firmó la paz en Bagnolo. Se asegura que Sixto IV
    murió del disgusto.

    Esta muerte era un episodio de la enemistad que
    enfrentaba a los Rovere con los Médicis. Todos los grandes
    acontecimientos políticos que había de presenciar
    Rafael, fueron consecuencias de este odio.

    Sixto IV trató de establecer a su familia:
    Girolano Riario, hijo de su hermana pero que pasaba por suyo, y
    los dos della Rovere, hijo de su hermano. Juan della Rovere,
    convertido en prefecto de Roma y duque de Sora, se había
    casado con una hijo de Federico de Montefeltro, de la que
    tendría un hijo, heredero del ducado de Urbino: Francisco
    María della Rovere. Julián della Rovere, obispo de
    Carpentras, en Francia,
    había sido creado cardenal.

    Tras diversas disputas entre Lorenzo de Médicis y
    los descendientes de Sixto IV, a la muerte de este último,
    Lorenzo es, en realidad el mediador de Italia.

    Por otro lado, al morir el duque Federico, dejó a
    su hijo Guidobaldo, de diez años, con futuro heredero. A
    los diecisiete años se casaría con Isabel Gonzaga,
    una unión destinada a consolidar la amistad entre las dos
    casas.

    Por otro lado, España
    también era un país muy importante en el contexto
    europeo e italiano. Isabel de Castilla y Fernando de
    Aragón, al apoderarse de Granada arrojaban definitivamente
    de España
    a los moros y fundaban una gran potencia a la que
    se empezaba a temer, porque una rama de la casa de Aragón
    reinaba en Nápoles. Además, se comentaba que un
    aventurero genovés, Cristóbal Colón, a
    sueldo de Isabel, había descubierto islas desconocidas.
    También se comentaba la elección, para el solio
    pontificio, de un español,
    Rodrigo Borgia. Había sido vicepapa de la Iglesia desde el
    reinado de su tío, Calixto III, y había tomado el
    nombre de Alejandro VI.

    Esta elección podía tener consecuencias
    funestas para el ducado de Urbino, ya que el cardenal
    Julián della Rovere era el competidor de Borgia y enemigo
    mortal suyo. Cuando tuvo la seguridad de
    haber perdido la partida, huyó a Francia,
    refugiándose junto al joven rey. Pronto se percató
    de que Carlos VIII podía ser un instrumento aprovechable
    para su venganza. Le insinuaba la conquista del reino de
    Nápoles, sobre el que la casa de Francia tenía
    derechos
    ilusorios. Pero fue de Milán de donde vino el refuerzo que
    el cardenal necesitaba para el triunfo. Ludovico Sforza, el
    protector de Leonardo, se había adueñado del
    poder.

    La Figura De Cesar Borgia

    Guidobaldo empezaba a temer a César Borgia,
    quien, después de asesinar a su hermano, el duque de
    Gandía, logra que se le restituya al estado
    laico.

    Por otra parte, el cardenal della Rovere estaba en muy
    buenas relaciones con Luis XII; y éste, a su vez, casado
    con la hija de Luis XI, necesitaba al pontífice para
    divorciarse y contraer matrimonio con
    Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII, no sólo
    porque la amaba, sino también por el deseo de incorporar
    Bretaña a su reino definitivamente. Por su parte,
    Alejandro VI necesitaba a Luis XII para establecer a
    César. En consecuencia, se reconcilió con el
    cardenal della Rovere y le encargó de las
    negociaciones.

    A cambio del divorcio, el
    cardenal obtuvo que César fuese creado duque de Valence,
    comarca del país de Aviñón, en litigio
    durante largo tiempo entre Roma y París y que, de este
    modo, quedaría incorporado definitivamente a Francia.
    César partió, llevando consigo una dispensa secreta
    que permitía a Luis casarse con Ana.

    Sería posible, pues, durante algún tiempo,
    respirar a gusto en Urbino, interesándose por las
    únicas cosas serias de la vida: el arte, la
    filosofía y la literatura.

    Pero el abuso del papa Alejandro VI, en su deseo de
    crear un principado para su hijo César Borgia, ahora
    empezaba a tomar forma, una vez puestos los ojos en
    Romaña. El papa ya no era dueño de sus Estados; los
    vicarios habíanse atribuido por doquier derechos hereditarios. Y ese
    fue el pretexto de que se valió Alejandro VI. Los diversos
    señores fueron declarados desposeídos de su
    título.

    Julián della Rovere había prometido a su
    sobrino Francisco María con Angeles Borgia, sobrina del
    papa, abandonando a su suerte a sus primos, los Riario.
    Creía proteger así el ducado de Urbino, y
    sostenía fielmente a su enemigo Alejandro VI. Con el fin
    de eludir cualquier oposición italiana, César
    emprendió su expedición en nombre de Luis XII.
    Llevaba consigo 100 lanceros franceses, 4000 suizos y gascones y
    una excelente artillería, arma victoriosa de
    Francia.

    En dos campañas, César se
    adueñó de Fano, de Pésaro y de Faenza. Tan
    rápidos éxitos no se debían exclusivamente a
    las armas. Aunque
    implacable en la venganza, César pasaba por hombre de
    corazón, sensato, liberal y que apreciaba a
    las personas de valía. César Borgia fue el primer
    príncipe italiano que se atrevió a fiarse de sus
    súbditos lo suficiente para armarlos y utilizarlos en la
    guerra.

    Luis XII, una vez dueño del Milanesado,
    decidió marchar contra Nápoles, reino que
    había partido con Fernando de Aragón en virtud de
    un tratado secreto. Más de 4000 hombres perecieron y los
    que quedaban fueron vendidos como esclavos. Toda Italia se
    estremeció de horror al enterarse. Aunque el responsable
    de la matanza fuera Sanseverino, que capitaneaba las tropas, la
    reprobación cayó sobre César.

    Por otro lado, su hija Lucrecia se casaría, en
    terceras nupcias, con Alfonso de Este. El ducado de Ferrara,
    situado entre Venecia y la Romaña, era un aliado precioso
    para César.

    Los papas del siglo XV consideraban los Estados de la
    Iglesia como un dominio de sus
    familias. Alejandro VI fue el que más se
    extralimitó en este comportamiento, nombrando a su hijo César
    Borgia, duque de la Romaña. Éste, a su vez,
    "librará" a los Estados Pontificios de los pequeños
    príncipes y tiranos de las ciudades, aunque para ello no
    reparará en los medios a
    utilizar. Su propósito sería el de crear un
    territorio de soberanía temporal dentro de los Estados de
    la Iglesia, propósito que no logrará a consecuencia
    de la inesperada muerte de Alejandro VI.

    César moriría en 1507 sirviendo como
    condottiero de su suegro, el rey de Navarra. El papa Julio II
    completará la obra de César, imponiendo la soberanía feudal del papa en sus
    Estados.

    La Roma De Julio Ii Y De Leon X

    Desde Nicolás V, el gran humanista, los papas se
    esforzaban en hacer de Roma la capital
    intelectual de Occidente. Y en la Roma de Rafael, bajo la
    soberanía papal de Julio II, primero, y de León X,
    después, no iba a ser de otra manera: Roma había de
    ser el centro de toda la actividad italiana.

    Aunque Julio II detestaba a los Borgia, cuando fue papa
    los imitó en todo e incluso los sobrepasó con
    frecuencia. En materia
    fiscal,
    mantuvo lo establecido por su antecesor: tenía la
    costumbre de tomar la herencia de
    cualquiera que muriese en Roma. Durante su pontificado, los
    cardenales, sabiendo que no podían dejarles nada a sus
    familias, tomaron el hábito de hacerse construir
    magníficos monumentos funerarios.

    En materia
    política,
    se dispuso en 1508 a aniquilar a los venecianos. Para lograrlo
    necesitó ponerse de acuerdo, temporalmente, con su viejo
    enemigo, Luis XII. Por mediación de la reina Ana de
    Bretaña y de Margarita de Austria, gobernadora de los
    Países Bajos en nombre de su padre, Maximiliano,
    consiguió meter a Luis XII en las redes de la liga más
    insensata y más funesta para los intereses de Francia y de
    Italia, ya que tuvo por resultado establecer la dominación
    austríaca en el Véneto y en el
    Milanesado.

    Aún así, el primer objetivo de
    Julio II estaba conseguido: los venecianos, humillados, le
    habían tenido que devolver las ciudades de la
    Romaña, ocupadas a la caída de César Borgia.
    Pero el papa, el pensar en los grandes incrementos que le
    había facilitado a Luis XII, se apresuró a
    mostrarle a Maximiliano, el grave peligro que correría el
    Imperio si Luis XII llegaba hasta Roma. A partir de entonces y
    durante medio siglo, la confusión reinó en Italia.
    Claramente, el rey de Francia y el pontífice eran los
    adversarios en torno a los
    cuales se forjaban las alianzas. Julio II se disponía a
    formar la Liga Santa que debería arrojar de Italia a los
    franceses.

    Julio II murió el 21 de febrero de 1513, dejando
    una pequeña polémica en cuanto a su
    sucesión. La discordia estaba entre el cardenal Riario,
    sobrino de Sixto IV y primo del recién difunto, y Juan
    Médicis, humanista firme y complaciente. La constancia con
    que este último había soportado la pobreza y el
    destierro, su independencia
    de espíritu, su condescendencia real para con los
    inferiores, su hábil diplomacia con respecto a los
    príncipes, el valor que
    había manifestado en las situaciones difíciles, su
    elevada cultura y su amor a las letras, le designaban como el
    gran favorito. Y así fue: cuando se percató de que
    era él mismo el elegido papa, en honor a su madre,
    tomó el nombre de León.

    Dueño de Florencia, donde gobernaba en nombre de
    su sobrino Lorenzo, era el papa más poderoso que se
    había sentado en el trono de San Pedro. León X
    tenía horror a la guerra. Deseaba la paz y la
    conseguiría.

    Pocos personajes han sido juzgados con más
    apasionamiento que León X. Ya sus contemporáneos
    decían que venía a suceder a Julio II "como Numa a
    Rómulo", expresando de este modo la fundamental diferencia
    que caracterizada a los dos soberanos
    pontífices.

    Humanista perfecto, aficionado a todas las artes, fue
    fiel a la tradición de los Médicis y a la de los
    grandes papas que, desde Nicolás V, defendían los
    privilegios del espíritu contra los príncipes y los
    frailes.

    4. Los Inicios Del
    Renacimiento

    A principios del
    siglo XV se produjo en Florencia una renovación de las
    artes de capital trascendencia para el arte occidental. Se
    trataba, según creían sus protagonistas, de cerrar
    el ciclo artístico de la Edad Media
    para enlazar con las realizaciones clásicas de la
    Antigüedad. Puede decirse que se trató de una
    auténtica recuperación de los modelos
    antiguos, pero no tanto para realizar una imitación
    literal como para superarlos y formular un nuevo lenguaje.
    Pero, sobre todo, lo que se produjo fue un cambio radical en la
    forma de entender la práctica artística y las
    funciones de
    la obra de arte, el papel del mecenazgo y del coleccionismo, que
    infunden un sentido laico inédito. Y sobre todo, de la
    concepción misma del arte y de la estimación del
    papel social del artista. Esta nueva valoración social de
    los artistas tuvo lugar en relación con el nuevo papel
    jugado por los mecenas y el ambiente
    humanista de las cortes que, al disputarse el trabajo de
    los artistas, crean una nueva consideración del arte en el
    marco de la nueva cultura del Renacimiento. Las artes,
    consideradas tradicionalmente como actividades mecánicas,
    en una época de recuperación de la cultura de la
    Antigüedad adquieren un nuevo protagonismo debido, entre
    otras razones, a que sus principales testimonios eran las ruinas,
    los monumentos y las esculturas antiguas. Gracias a ello, los
    artistas fueron objeto de una nueva consideración como
    exponentes de las artes liberales, aunque no sin que surgiera una
    polémica que se prolongará durante mucho
    tiempo.

    Pero el Renacimiento
    fue mucho más que una mutación artística:
    fue una transformación que afectó a la literatura, a la
    filosofía, a la economía, a las
    formas de vida política y cotidiana,
    a la ciencia y a la religión. El arte participó con
    distinta intensidad de todos estos aspectos al tiempo que estos
    recurren, sistemáticamente, a las posibilidades y
    formulaciones del nuevo lenguaje. En
    este sentido, el Renacimiento no fue una simple imitación
    de los modelos de la
    Antigüedad, sino que en muchos casos, se desarrollaron unas
    experiencias a través de las cuales los artistas crearon
    un nuevo lenguaje que, según imaginaban sus creadores, lo
    que hacía era establecer un puente con lo
    antiguo.

    Florencia desempeñó un papel pionero del
    Renacimiento, al que luego se incorporaron otros centros
    artísticos con planteamientos completamente diferentes,
    como es el caso de los pintores de Ferrara o de Venecia. De
    ahí la necesidad de entender el Quattrocento no como el
    arte que crea Florencia e imitan otros centros, sino como una
    suma de las tendencias dispares de un nuevo lenguaje que se
    inicia en Florencia.

    Nuevo Lenguaje Figurativo

    En la formulación del nuevo lenguaje, la
    perspectiva y los modelos de la Antigüedad fueron la
    preocupación principal de escultores, arquitectos y
    pintores. La interpretación de los modelos clásicos
    fue distinta para escultores, pintores y arquitectos e
    implicó, además, otros problemas de
    no menor complejidad como el estudio de la proporción y de
    la composición.

    Solamente la preocupación por la perspectiva
    parece haber sido un problema común para todos ellos. Una
    de las primeras experiencias llevadas a cabo en este sentido
    fueron las representaciones perspectivas llevadas a cabo por
    Brunelleschi en dos tablitas que conocemos por descripciones
    escritas que han permitido su reconstrucción. En ambas
    tablas, el artista representó el Duomo y el Baptisterio y
    la Plaza de la Signoría de Florencia. Se trataba de una
    representación tridimensional establecida desde una
    visión monofocal, referida a un único punto de
    visión: el ojo del pintor.

    El nuevo sistema de
    representación perspectivo excluía la pluralidad de
    puntos de vista de las representaciones de los pintores del
    Trecento. Es el ojo del artista, el punto desde el que se capta
    la composición y la visión del espectador la que da
    la medida y la dimensión de todas las cosas. La escala de figuras
    y de los objetos se plantea en relación con la mayor o
    menor distancia con que se hallen con respecto al espectador.
    Igualmente, en el terreno de la pintura, los colores se
    aplican en relación con la percepción
    y visión del pintor.

    La perspectiva dotaba de una unidad espacial y temporal
    a las representaciones, al desarrollar en la composición
    acciones
    ocurridas en un solo instante vista desde un punto único.
    Con el nuevo sistema de representación solamente se
    plasmaron acontecimientos ocurridos en un mismo tiempo y no en
    secuencias temporales distintas. En la arquitectura, del
    mismo modo que los pintores y escultores establecieron una unidad
    en las representaciones, los arquitectos partieron de un control global
    del proyecto. Una de
    las novedades que caracteriza al arquitecto renacentista fue
    precisamente el hecho de que en el proyecto se
    hallaban contenidos todos los componentes del edificio,
    abandonando las prácticas empíricas anteriores,
    según las cuales muchos problemas se
    iban resolviendo a lo largo del proceso de
    ejecución.

    Las experiencias en el campo de la perspectiva fueron
    realizadas con frecuencia siguiendo un método
    común a todas las artes. Lorenzo Ghiberti, en las segundas
    puertas que le fueron encargadas para el Baptisterio florentino,
    se sirvió ampliamente de la representación de
    arquitecturas para sus escenarios. Y Brunelleschi en edificios,
    como la Capilla Pazzi, utilizó el bicromatismo logrado por
    el color gris de la
    piedra serena de los elementos constructivos y el enlucido blanco
    de los paramentos. Con este procedimiento el
    arquitecto establecía un diseño
    figurativo de los componentes arquitectónicos que no
    tenía justificación desde el punto de vista
    estrictamente constructivo. La arquitectura se
    planteaba así con un sentido figurativo que acentuaba los
    efectos perspectivos del edificio.

    Pero si los arquitectos utilizaron estos recursos de
    carácter figurativo para la
    proyección de sus obras, los pintores se sirvieron
    también de la representación de arquitecturas para
    sus escenarios. Las construcciones de enmarcamiento, con su
    bóveda de cañón con casetones, constituyen
    un intento precoz de la conformación de la nueva
    arquitectura. De esta forma, con frecuencia los arquitectos
    actuaron como pintores y los pintores y escultores como
    arquitectos.

    Esta manera de afrontar la creación
    artística y el hecho de que los artistas florentinos
    basaran el fundamento de su arte en el dibujo, dará lugar
    a una movilidad interdisciplinar para realizar obras de distintas
    especialidades.

    La Etapa Clasica Y El Manierismo

    El arte del siglo XVI se halla marcado por el signo de
    la diversidad. Diversidad de tendencias y de planteamientos
    personales que aparecen con frecuencia como una suma de actitudes
    contradictorias. A finales del XV y principios del
    XVI, algunos artistas como Leonardo y Bramante, o Tiziano y
    Giorgione en Venecia, desarrollaron un lenguaje orientado a
    configurar una normativa clasicista de carácter universal.
    Es lo que los historiadores han convenido en denominar
    Renacimiento clásico o Cinquecento, para distinguirlo de
    las experiencias del Quattrocento y de los posteriores
    planteamientos del Manierismo.

    Ahora bien, este clasicismo, fue pronto desplazado por
    planteamientos 'anticlasicistas' surgidos como reacción a
    esa normativa estricta y rigurosa. Es el caso de Miguel Angel o
    de Rafael, que convierten la rigidez de la norma en un lenguaje
    versátil capaz de plegarse a un número ilimitado de
    exigencias. Así se impone la libertad frente a la norma y
    surge una heterogeneidad y una diversidad formal. Así, en
    los distintos centros italianos, en los diferentes países
    europeos, se produce el desarrollo de
    tendencias dispares aunque bajo unos comunes denominadores. Es el
    caso de Florencia, donde el dibujo sigue manteniéndose
    como el soporte práctico y teórico de la actividad
    artística, o de Venecia, en la que el color y la
    expresión configuran una maniera véneta.

    Si en Europa a finales
    del siglo XV y principios del XVI se aprecia una
    asimilación y copia de las formas italianas, a medida que
    avanza el siglo, especialmente a partir de la tercera
    década, se observa, coincidiendo con el comienzo de la
    actividad de una nueva generación de artistas, el
    desarrollo de un arte que ya no es simplemente imitador de lo
    italiano. Se trata, en cambio, de un arte surgido de una
    asimilación de los principios de la nueva cultura
    renacentista, de la nueva teoría
    artística y de una concepción radicalmente distinta
    de la obra de arte y de la profesión del artista. A lo
    cual se deben las dos características ya mencionadas: la gran
    diversidad como consecuencia de un arte que no está
    supeditado a una norma universal, por un lado, y que el arte es
    la consecuencia de una asimilación de la nueva cultura
    artística del humanismo que da
    lugar a desarrollos creativos diversos pero con una serie de
    fundamentos comunes, por otro.

    La Roma Clasica

    Hablar de la Roma Clásica o, lo que es lo mismo,
    del Renacimiento clasicista en Roma, es hablar, sin duda, de
    Miguel Angel, de Bramante y de Rafael, ya que participaron
    activamente en los programas del
    papa Julio II en esta ciudad. Con su presencia, la
    polémica entre el clasicismo concebido como "estilo
    único" y la diversidad clasicista, tensa, dinámica y expresiva, se traslada de
    Florencia a Roma. La confrontación se planteó
    especialmente entre Miguel Angel y Bramante teniendo un
    espectador atento, interesado y ponderado en Rafael.

    Con los programas
    artísticos de Julio II Roma adquirió un
    protagonismo insospechado en el arte del Renacimiento italiano.
    Durante el siglo XVI, el debate
    artístico se centró en la polémica acerca de
    la primacía entre maniera florentina y maniera veneciana.
    Y en esta disputa, Roma jugó un papal decisivo.
    Además de las realizaciones llevadas a cabo por artistas
    florentinos activos en
    Florencia, la maniera florentina tuvo una importante continuidad
    y definición en la actividad artística desarrollada
    en Roma.

    En la concepción general y en la forma de ordenar
    las composiciones en el conjunto de la bóveda de la
    Capilla Sixtina, Miguel Angel aplicó un sistema
    completamente distinto al que habían seguido sus
    predecesores el siglo XV en la realización de las
    composiciones de los muros de la capilla.

    Además de la transformación visual del
    efecto de cierre de la bóveda, Miguel Angel, a
    través de la pintura, alteró
    escenográficamente las dimensiones de la estancia. La
    escala de las
    figuras aumenta gradualmente desde el acceso hacia el altar. A
    través de esta perspectiva invertida creó un efecto
    de profundidad mayor que el que poseen las dimensiones reales del
    edificio.

    En la Capilla Sixtina Miguel Angel plasmó el
    manifiesto de un nuevo lenguaje clasicista, versátil,
    dinámico y emocional. Aunque el dibujo se afirma como el
    fundamento de la pintura, la expresividad y el patetismo
    introdujeron en el lenguaje
    clásico efectos de inquietud y de temporalidad.

    La decoración de la Capilla Sixtina se
    convirtió en un paradigma del
    arte de todos los tiempos ejerciendo un papel decisivo como
    corpus permanente de modelos que encontró una
    repercusión inmediata en las pinturas que realizaba al
    mismo tiempo Rafael en las Estancias del Vaticano.

    5. Rafael Y La
    Arquitectura

    Roma supuso para Rafael una nueva visión de la
    vida y, sobre todo, su plenitud artística.
    Significó, además, su primera gran cita con la
    arquitectura. Con certeza, se sabe que fueron dos obras las que
    fueron construidas según los proyectos
    originales de nuestro artista, sin apenas cambios: la Capella di
    Agostino Chigi y la Villa Madama, ambas en Roma. No obstante, y a
    pesar de las escasas obras de las que tenemos hoy conocimiento,
    es posible determinar una coherente visión de su
    arquitectura que ejercería una gran influencia tanto en
    Italia como el resto de Europa.

    El 1 de abril de 1514, Rafael es nombrado
    provisionalmente arquitecto de San Pedro, con la
    asignación de 300 ducados de oro al año, como
    ayudante de Bramante. El primero de agosto del años
    siguiente, con motivo de la muerte de Bramante (11 de abril de
    1514), Rafael es confirmado como arquitecto de San
    Pedro.

    Vasari señala que fue Bramante quien
    instruyó al artista en las cuestiones de arquitectura,
    ayudándole en los dibujos de
    edificios en perspectiva destinados a los frescos de las
    Estancias vaticanas, aunque las referencias que da son algo
    erróneas. Sí es cierto que los nombres de ambos
    artistas aparecen siempre unidos, tanto en las fuentes como
    en los documentos. El
    hecho mismo de que fuera nombrado arquitecto del Vaticano, prueba
    que debía estar en posesión de las técnicas
    constructivas y de estar muy familiarizado con el lenguaje
    arquitectónico de Bramante. Parece ser, que una de las
    intenciones que tenía Bramante al llamar a Rafael a Roma
    era la de contraponerlo a Miguel Angel, contrarrestando,
    así, la influencia de los artistas florentinos en la corte
    papal. Sin embargo, no hay que tomar esto en sentido absoluto, ya
    que Rafael mostró hacia el lenguaje de Bramante el mismo
    espíritu de independencia
    que había mostrado respecto al Perugino, Miguel Angel o
    Leonardo, en lo referente a la pintura.

    Sin duda, la arquitectura apasionó a Rafael en
    los últimos años de su vida en Roma. Existen
    testimonios que prueban que había recibido la
    traducción italiana del tratado de arquitectura de
    Vitruvio, así como de la existencia de dibujos y proyectos para la
    reconstrucción de la villa romana.

    Rafael Arqueologo: Carta A Leon
    X

    Un año antes de la muerte de Rafael, en 1519, el
    papa León X recibiría una importante Lettera
    (carta), cuyo inspirador es Rafael y el autor material de la
    misma el conde de Castiglione. La carta
    constituye un verdadero manifiesto del programa
    arqueológico del ambiente intelectual romano de la segunda
    década el siglo XVI. Ha sido denominada Carta sobre la
    arquitectura, de la que actualmente se conservan tres versiones,
    consideradas generalmente como originales.

    Esta carta es indicativa del interés de
    Rafael por las antigüedades romanas y por la
    arqueología. El
    conocimiento de las antigüedades debía ser
    precedido, según la Lettera, por una información documental sobre las
    condiciones del mundo cultural de la época.

    El motivo de la carta es el de
    servir de pequeño tratado sobre la restauración,
    cosa que no es de extrañar teniendo en cuenta la
    influencia que tuvieron en Rafael los modelos clásicos con
    los que se encontró al llegar a Roma y el interés
    que le despertaron.

    La carta, realizada con un extremo rigor
    histórico, está dividida en dos partes: una
    dedicada a problemas de orden metodológico, y la otra
    más cercana a cuestiones más específicamente
    relacionadas con la restauración y las técnicas de
    medición y de relieve.
    El
    conocimiento arqueológico es utilizado como una
    ciencia histórica que permite una verdadera
    restitución gráfica y pictórica de la Roma
    clásica, en la época del Imperio. Para ello, las
    fuentes
    escritas deban confrontarse con los datos
    matemáticos de los vestigios aún conservados de la
    Antigüedad.

    La Lettera no sólo denuncia la ruina y la
    pérdida de las antiguas fábricas, sino
    también la disgregación de la antigua red urbana. Presenta el
    antiguo esplendor de la urbe como si fuera un cadáver, del
    que sólo queda su osamenta. Denuncia, también, la
    labor de los pontífices precedentes, que permitieron que
    se destruyeran las antiguas edificaciones, a la vez que se
    lamenta de cómo la Roma de su época se ha levantado
    con las ruinas y la sistemática destrucción de la
    misma.

    Como buen renacentista, al igual que Leonardo o que
    Miguel Angel, Rafael destacó principalmente en la pintura,
    sí, pero nunca abandonó el resto de las artes. Ya
    hemos visto como también fue arquitecto y ahora
    comprobamos su preocupación y su estudio de la
    arqueología. Es la radiografía de un
    espíritu inquieto, libre, renacentista.

    Testamento Y Herencia

    Desde diversos puntos de vista La
    Transfiguración, último gran retablo de Rafael, es
    una síntesis
    de su arte y la herencia que ha
    transmitido a la humanidad. Es el producto de
    sus dos últimos años de vida, si bien los primeros
    bocetos probablemente fueron realizados mucho antes, quizá
    cuando en 1516 recibió dicho encargo del cardenal Giulio
    de Médicis, futuro papa Clemente VII. Constituye este
    retablo una expresión de su desarrollo más maduro y
    refleja el breve período durante el cual el artista
    pasó por la etapa de alma consciente.

    El cardenal se dio cuenta de inmediato de la calidad de la
    tabla de Rafael cuando la pintura fue hallada en el estudio del
    pintor después de su muerte. La Transfiguración fue
    colocada por sus ayudantes de taller presidiendo la capilla
    ardiente del artista, como testimonio de homenaje y de
    triunfo.

    Pero la herencia que dejó Rafael fue mayor que
    este último gran cuadro sin terminar. Tras su muerte, los
    principales artistas que se habían formado en su taller,
    continuaron trabajando en Roma, donde la demanda de su
    obra era todavía muy grande. Sin embargo, ya hacía
    algunos años que la venta de
    indulgencias para financiar los costosos proyectos
    artísticos del papa había despertado las protestas
    de los países germánicos, protestas que confluyeron
    en el movimiento de
    reforma promovido por Lutero; los enfrentamientos entre las dos
    partes prepararon el terreno para la entrada en Italia de
    soldados mercenarios (1527). Este último acontecimiento
    provocó la huida de varios artistas, que encontraron asilo
    en otras cortes italianas. Julio Romano en Mantua, Perin del Vaga
    en Génova, Polidoro da Caravaggio en Nápoles
    difundieron el lenguaje artístico de Rafael, suscitando
    inmediatamente una tropa de imitadores locales.

    La gran herencia de Rafael ha sido ésta: el
    placer de brindar a la Humanidad entera la posibilidad de
    contemplar sus obras y la de sus discípulos para que todos
    podamos recrearnos y disfrutar de la misma.

    Cartones, Tapices Y Vicisitudes

    Mientras se sucedían las guerras, las
    conjuraciones y los manejos diplomáticos, León X no
    olvidaba la música, las letras ni
    las artes. Seguía, con su mayor interés, la
    excavaciones emprendidas por Rafael, que había sido
    nombrado inspector de antigüedades en agosto de
    1515.

    Entretanto, el papa, deseoso de concluir la Capilla
    Sixtina, cubierta de frescos, había decidido decorar con
    tapicerías los muros inferiores, pensando en unos tapices
    que complementaran admirablemente la
    decoración.

    En esa iglesia de los jefes de la Cristiandad estaba
    representada toda la historia del Mundo, desde la
    Creación hasta la Coronación de la Virgen.
    Sólo se habían olvidado de los Hechos de los
    Apóstoles y León X tuvo la afortunada
    inspiración de que figurasen allí; y, naturalmente,
    encargó a su artista favorito que dibujase los
    cartones.

    Era un tema digno para Rafael. Se ha podido afirmar que
    los Hechos de los Apóstoles son para el Renacimiento
    occidental lo que la Ilíada
    para Grecia: la
    materia épica y plástica de un mundo, el ambiente
    que respira, durante cuatrocientos años, la
    imaginación de los pueblos cristianos y
    humanistas.

    Se ha puesto en duda la autenticidad de estos cartones,
    llegando a atribuirse a Francisco Penni. Un gran artista, como lo
    es Rafael, trabaja siempre dentro de los límites de
    la belleza. Por eso, basta que la mano no sea guiada por el
    estrechamiento interior para que, inmediatamente, la línea
    quede vacía de contenido rítmico, lírico y
    musical. Y esa es la impresión que a algunos expertos
    causan esos cartones.

    Pero sí existen estudios, hechos por Rafael, para
    los cartones. Hay que suponer, en consecuencia, que él
    hizo los dibujos y que éstos fueron trasladados y
    ampliados por sus discípulos. Esto explicaría,
    según algunos críticos, algunas negligencias o
    exageraciones y la belleza, la gravedad, la amplitud de la
    composición y lo perfecto de muchos detalles. En cuanto a
    los dibujos originales, estarían perdidos. De los cartones
    que quedaron en Bruselas, tres desaparecieron, no
    volviéndose a saber de los siete restantes hasta que, en
    1630, Rubens aconsejó a Carlos I de Inglaterra que
    los comprase para su colección.

    En cuanto a los tapices, los primeros llegaron a Roma en
    el verano de 1519, y el 26 de diciembre fueron colocados en la
    Capilla Sixtina. Pero no estarían allí mucho
    tiempo: fueron robados y reaparecerían en Lyon en 1530.
    Clemente VII quiso comprarlos de nuevo; más, arruinado por
    el saqueo y por el sitio de Florencia, no pudo o no quiso pagar
    el precio
    señalado. Pasaron a ser propiedad de
    Anne de Montmorency quien, tras hacerlos restaurar, se los
    entregó al papa Julio III en 1555.

    Pero no acaban aquí las peripecias. Robados, por
    segunda vez, cuando la revolución
    de 1789, aparecieron, veinte años más tarde, en
    poder de mercaderes de Génova, quienes se los revendieron
    al papa Pio VII. Llegaron a Roma poco antes de que el
    pontífice fuese secuestrado y encerrado en Savona, por
    orden de Napoleón I. Quemados, rotos y
    descompuestos, hoy no conservan más que una sombra de su
    antiguo esplendor.

    6. La Cuna De
    Urbino

    Los ecos románticos de la crítica que
    dicen de la genialidad innata desde los primeros balbuceos del
    artista se consideran hoy letra muerta. Sobre Rafael pende una
    aureola divina o mágica. Difícilmente el tiempo y
    el buen sentido conseguirán desmitificar al mito. Fue
    Rafael un individuo, genialmente dotado, que recogió una
    inmensa herencia artística antes de trabajarla en singular
    manera. A diferencia de otros grandes genios, no se produce una
    ruptura en su trayectoria, por lo demás, tan breve, que
    transcurre en una línea recta ascendente e imparable. Sin
    embargo, como suele ser habitual se establecen unas divisiones
    para facilitar su estudio. La vida artística de Rafael de
    Sanzio transcurre así en dos grandes períodos: el
    primero o formativo, sucesivamente en Urbino, Perusa y Florencia;
    y el último y glorioso, el período romano, que
    alcanza hasta su muerte en 1520.

    A lo largo de sus dieciséis primeros años
    entra en contacto con el arte de Piero de la Francesca entre
    otros maestros como su propio padre, Juan Santi. De su mano
    conocería las obras que guardaba el palacio ducal, pues
    era pintor de la Corte urbinense. Sin embargo, la procedencia de
    las principales técnicas y maneras vendrán de otro
    lado.

    La influencia del citado Piero della Francesca
    debió de ser de gran calado, pues define ciertos rasgos
    que perdurarán hasta sus últimas creaciones; la
    euritmia y claridad geométrica, el paisaje profundo y
    aéreo, la arquitectura espacial y grandiosa, con
    alternancia de llenos y vacíos o la luminosidad del
    claroscuro. El estandarte de doble faz con La Virgen de la
    Misericordia y La Crucifixión supone la más clara
    muestra del
    interés por el geómetra. De los restantes artistas
    que trabajaban en Urbino, Rafael fue tomando aspectos como el
    gran estilo arquitectónico de Luciano Laurana, el modelado
    exquisito de Francisco Laurana, la amplitud decorativa de Melozzo
    de Follí, la habilidad de Signorelli y la dulzura
    deliciosa de Lucas della Robbia.

    El Perfeccionamiento Del Arte Del Perugino

    Quizás fuera alumno de Timoteo Viti, pero de
    seguro se
    deben al Pinturicchio y, sobre todo, al Perugino buena parte de
    los fundamentos de su estilo, luego de acceder a su taller de
    Perugia hacia 1499. Así se nos muestra en La
    Coronación de la Virgen, de 1502-1503. Sólo hay que
    atender al esquema compositivo, al movimiento de
    las figuras, los rostros y los pliegues de los paños, todo
    ello de factura
    "helenizante". Sin embargo, adquiere con Rafael una dulzura y una
    espiritualidad no conseguida antes por su maestro. También
    así en La Crucifixión Mond, para Città de
    Castello, de 1503 donde de no ser por un atisbo de la pureza
    ideal típica de la manera moderna en su período
    florentino, todo apuntaría a que se trata de una obra del
    Perugino.

    Rafael había, pues, alcanzado una plena
    identificación con su maestro, cuyo recuerdo
    conservaría agradecido hasta sus últimos
    días. No obstante, el discípulo se distingue del
    que tanto éxito
    había alcanzado en la Umbría. La luminosidad
    interna de los cuadros de Rafael contrastan con el claroscuro del
    otro; el ritmo compositivo fluido y delicadamente ondulado con el
    protoclasicismo del Perugino. Pero, así y todo, la
    semejanza entre las primeras obras de Sanzio y las últimas
    de aquél llega al extremo de hacer ardua la discriminación entre las de uno y las de
    otro.

    Sin embargo, es en la colosal tabla con los Desposorios
    de la Virgen donde se manifiesta más claramente la
    incidencia del magisterio de Perugino, pero también cuando
    se marca la
    diferenciación respecto del mismo. Pintada en 1504, esta
    tabla presenta unos amplios planos lumínicos en los que la
    materia plástica se ha vuelto más densa. El
    resultado es una composición rigurosa, como no,
    académica, inspirada sin duda en el fresco de la Entrega
    de las llaves a San Pedro, realizado por Perugino en 1481 en la
    Capilla Sixtina.

    Pero no debe pensarse en amaneramiento de la obra. Acaso
    pudiera decirse que éste ha sido del todo abandonado en
    favor de un acento propio. Así parece, pues el joven
    pintor ha superado la referencia iconográfica en aras del
    elemento arquitectónico del fondo, con el protagonismo del
    templo que provoca la verticalidad de la obra. Rafael se ha
    distanciado de su maestro, quien usaba de separar las figuras del
    primer plano de las construcciones del fondo. Pero
    también, en el tratamiento de la luz, huyendo de sutilezas
    artificiosas. La atmósfera se resuelve
    límpida, clara y luminosa, pero carente de excesos. La luz
    que fluye del fondo se funde con la que irradian los personajes,
    de modo que toda la escena confluye en la majestuosa figura del
    sacerdote al centro de la composición.

    Otras obras menores como la denominada Madonna Solly y
    la Virgen entre San Francisco y San Jerónimo muestran, por
    su parte, unos esquemas y diseños que nos recuerdan a su
    anterior maestro Pinturicchio.

    A La Conquista De La Manera Moderna

    El enriquecimiento continúa con su llegada a
    Florencia hacia fines de 1504. Fray Bartolomé della Porta,
    Leonardo da Vinci y Miguel Angel Buonarroti representan las
    experiencias fundamentales que Rafael afronta sucesivamente para
    conseguir "la manera moderna", es decir, el nuevo y grandioso
    arte del siglo XVI o naturalismo idealista. El lenguaje
    pictórico que se impone en el Alto Renacimiento estaba ya
    perfeccionado cuando Rafael lo hace suyo. Se dominaba la anatomía humana y
    animal, las leyes de la
    proporción armónica, de la perspectiva lineal y
    aérea, de los escorzos, del color natural, del claroscuro
    y de la preciosa técnica del óleo. Ahora bien,
    variaba el enfoque de aplicación de estos recursos. Rafael
    optará por la amenidad y la gracia sensible.

    Paulatina y firmemente se va abriendo camino la
    personalidad artística de Rafael. Primeramente se
    vuelve hacia Fray Bartolomé, que había recogido
    prontamente las novedades estilísticas de Leonardo y
    Miguel Angel. La plenitud del modelado, la unidad
    cromática o la grandiosidad compositiva pulen el
    clasicismo del Perugino. Bajo la influencia del fraile realiza
    miniaturas preciosistas como el tondo de la Madonna Connestabile
    y las Tres Gracias o La visión del caballero. En todas
    ellas Rafael muestra su magistral capacidad en el dibujo preciso
    de las figuras. La superación de Perugino se hace patente
    en el tono más intelectual, en la inmediatez y
    energía de los movimientos y ademanes, en la mímica
    variada en intensa de las expresiones.

    La obra entera se anima, cobra vitalidad, como en el San
    Miguel del Louvre y en los dos cuadros de San Jorge matando el
    león. En estas telas la quieta gracilidad cede ante un
    brío o furor dinámico inusitado hasta entonces,
    tanto en el impetuoso arcángel, como en la soberbia
    ejecución del jinete a lomos de un caballo que despierta
    admiración.

    Y esto no son sino preliminares. El lenguaje
    pictórico del polifacético genio continúa su
    proceso de
    maduración en Florencia, aunque sin abandonar del todo
    Perugia, de la que persiste en irradiar su actividad. Aún
    habría de legar al sitio que le vio formarse una obra para
    la iglesia de San Fiorenzo, la Madonna Ansidei (1504-1505), que
    desprende un potente influjo de fra Bartolomeo della Porta,
    presente también en el fresco con la Trinidad de la
    iglesia de San Severo.

    La Influencia De Leonardo

    Entre 1506 y 1508 Rafael se consagra al estudio de sus
    antecesores con la humildad que caracteriza a los grandes genios.
    El ambiente artístico florentino no podía ser
    más propicio. En medio del acervo considerable de
    tendencias, su mirada se orientará hacia las lecciones de
    los portentosos Leonardo y Miguel Angel. Estas influencias
    cobrarán sus formas más logradas en la serie de
    Madonas que pintará a lo largo de este período,
    constituyendo su motivo más representativo.

    En la Madonna del Granduca la huella de Leonardo se hace
    sentir sin ambages, lo que no obsta a la perdurabilidad de
    algún rasgo de su anterior maestro. Nos encontramos ante
    la más dulce de sus vírgenes, tanto que
    encandiló al gran duque de Toscana Ferdinando III. Las
    difuminadas carnaciones bañadas de espiritual luz
    contrastan vivamente con la misteriosa penumbra del
    fondo.

    Corresponde a una escena de afectuosidad contenida,
    opuesta a la desbordante felicidad de una madre con su hijo que
    emana de la Madona de Casa Tempi y bien distinta del tono que
    hubiera recomendado Perugino. No sólo el gesto,
    también el paisaje son ya puramente rafaelescos.
    Igualmente, la frescura casi contemporánea de la Madona de
    Orleáns se alza frente a una Madona de Casa Colonna de
    calma maternidad. La Madona Cowper ofrece una modulación
    plástica trazada mediante fluidas pinceladas.

    Con Leonardo también se relacionan la Madona del
    Jilguero (1506-1507) y La Bella Jardinera, en las que el
    movimiento pierde su ritmo ondulado y entrecruzado para
    dilatación de las formas y la relación entre las
    figuras y el espacio se hace más monumental. Estos
    extraordinarios logros estilísticos de Rafael lo maduran
    para su gran encuentro con Miguel Angel.

    El acento leonardesco se observa, asimismo, en el
    retrato de una desconocida llamado La muda (hacia 1507). Recuerda
    La monja, atribuida durante largo tiempo a Leonardo y que hoy
    sabemos de Bugiardini. Ahí, la estructura
    piramidal de la composición, así como las suaves
    sombras que envuelven la figura, ejecutada con una
    precisión de líneas que rememora la más pura
    factura
    flamenca.

    La Influencia De Miguel Angel

    El conocimiento
    de la obra de Buonarroti da lugar a la potencia plástica
    de las composiciones, la superposición temática y
    la lucidez esmaltada de la materia cromática, que antes
    era más blanda.

    La intensa labor de investigación que Sanzio va a desarrollar
    tiene su culmen en El Sacro Entierro (1507), que aborda una
    temática compleja aunando por primera vez en la historia
    de la pintura occidental dos temas distintos en una misma obra:
    el entierro de Cristo y el desvanecimiento de la Virgen. Comienza
    a vislumbrarse un cambio hacia una acentuación del
    dinamismo y el dramatismo de las escenas. Se trata además,
    de un anticipo a la pintura de historia que fue el gran
    descubriemiento de Rafael en el período romano. La figura
    arrodillada recuerda a la Madona del Tondo Doni, pintada por
    Miguel Angel, así como la imagen de Cristo
    nos trae a la memoria la
    Pietà de la Basílica de San Pedro.

    En cuanto a las obras florentinas ligadas
    estilísticamente con El Sacro Entierro podemos citar la
    Santa Catalina, la Madona Bridgewater, la Sagrada Familia
    Canigiani, la Gran Madona Cowper, la Sagrada Familia y el
    Cordero, la Madona Tempi y la Madona del
    Baldaquín.

    Rafael comenzó a prodigarse en Florencia a la
    ejecución de encargos, tanto de imágenes
    piadosas como de retratos. Son famosos los de Agnolo Doni y su
    esposa Maddalena Doni, ricos mercaderes y amantes del arte. De
    mayor interés resulta la Donna gravida, en los que el
    dominio de la
    técnica retratística es absoluto. Rafael ha
    superado el esteticismo de Ghirlandaio y la tendencia a la
    idealización de Leonardo (el claroscuro y el
    sfumato).

    El conjunto de estas tres influencias, la de Perugino,
    la de Leonardo y la de Fra Bartolomeo, se sintetiza en el Retablo
    Ansidei. Los críticos académicos de su tiempo,
    profesores de Bellas Artes, encuentran allí el modelo de
    composición que deben imitar los jóvenes pintores.
    Hay proporción de masas, equilibrio de
    líneas, relación de forma, perfección
    técnica y, además, una insoslayable belleza, nunca
    obligada necesariamente por el academicismo.

    7. La Esplendida Madurez
    Del Periodo Romano

    En Roma Rafael alcanzará su plena madurez
    artística. Sin embargo, hasta sus últimos
    días permanecerá indagando en la labor creativa.
    Tras la fase de integración de experiencias realizada en
    Florencia, los episodios históricos van a constituir el
    gran tema de su actividad pictórica, un género que
    él renovó, con respecto a sus predecesores, hasta
    el punto de hacerlo suyo e imponerlo después a la
    tradición europea. Este género proporcionará
    el caudal temático de las plasmaciones en las
    cámaras vaticanas.

    En agosto de 1508 Rafael acude a la llamada del
    arquitecto Bramante para realizar una serie de trabajos de
    decoración en las estancias que ocuparía el Papa
    Julio II, labores que ya habían sido comenzadas por varios
    renombrados artistas. Rafael se dedica entonces con ardor y sin
    dilaciones a las cámaras del palacio pontificio entre 1509
    y 1514, para lo que hubo de abandonar sin concluir en Florencia
    la Madona del Baldaquino. Destinada al altar de la familia Dei
    en la iglesia del Santo Spirito, sería terminada por
    Ridolfo Ghirlandaio.

    En primer lugar acomete la ornamentación de la
    Cámara de la Firma (Stanza della Signatura); le
    seguirá la Cámara de Heliodoro, a cuyo
    término, los numerosos encargos le obligan a confiar la
    ejecución de la tercera, la de El incendio del Borgo, a
    sus discípulos. En cuanto a la cuarta, la de Constantino,
    no fue iniciada hasta poco después de la muerte del
    maestro. La confirmación de su genialidad vendrá
    acompañada del éxito y el reconocimiento de sus
    contemporáneos.

    Altísimas ideas alimentaron la creatividad de
    sus representaciones históricas. En la Cámara de la
    Firma dejará constancia de su interpretación de las
    más nobles actividades humanas: Justicia,
    Poesía,
    Filosofía y Teología no son sino un puente hacia la
    verdadera perfección. . El programa, a todas luces
    grandioso, abarcaba la representación de las Verdades
    revelada y racional. La Disputa del Sacramento y la Escuela de Atenas
    son los nombres de los dos monumentales frescos enfrentados. El
    conjunto lo completan el Parnaso y las Virtudes Cardinales, sobre
    los ventanales. A ambos lados de éstas encontramos
    Triboniano entregando las Pandectas a Justiniano y Gregorio IX
    recibiendo las Decretales de San Raimundo. Rafael hace gala de un
    lenguaje figurativo sublime, que se desgrana a lo largo de una
    estructura
    excepcionalmente compleja. Nuevos e infinitos horizontes se abren
    a la juventud
    prodigiosa del urbinate.

    En la Stanza de Heliodoro se glorificó al Papa
    Julio II della Rovere. Pero Rafael no escogió unos pocos
    actos particulares del poder temporal para ensalzarlos e
    inmortalizarlos directamente, sino que ideó una serie de
    metáforas alusivas a episodios religiosos más o
    menos distantes. Fueron pintados La Misa de Bolsena, La
    liberación de San Pedro, La expulsión de Heliodoro
    del Templo de Jerusalén y El Papa León el Magno
    deteniendo a Atila a las puertas de Roma.

    La Camara De La Firma

    Ya sabemos que la totalidad de los frescos de esta
    estancia responden a una temática de naturaleza conceptual
    y alegórica. Es lógico, por tanto, que primen en
    ellos los problemas compositivos y las representaciones
    más ideales.

    La bóveda había sido ya pintada por
    Sodoma, sin embargo, nuestro pintor la rehace en su totalidad,
    respetando la estructura organizativa que sería integrada
    a su proyecto. El resultado en el techo incluye una serie de
    paneles entre cuatro medallones, cuya iconografía presenta
    una correspondencia directa con cada una de las obras de los
    muros. Las figuras de estos medallones que blasonan las
    encarnaciones de la Teología, la Filosofía, la
    Poesía
    y la Justicia,
    suponen una evolución con respecto a la
    tipología de las Madonas florentinas.

    Rafael ha aplicado el valor de los
    colores simbólicos, así como incorporado ciertos
    atributos de significado místico conocido. Ahí, la
    Teología que luce con atuendo en blanco, rojo y verde, los
    colores de las virtudes teologales, o la Justicia, con los
    símbolos de la balanza y la espada.

    En la bóveda hay otras historias relacionadas con
    el conjunto: unas aluden a la Virtud, mientras que otras tienen
    un sentido mitológico y se refieren al Amor. El programa
    iconográfico desarrollado por Rafael en esta stanza supone
    un sensible cambio con respecto a la decoración de
    palacios y bibliotecas desde
    los tiempos de Petrarca, donde era frecuente representar los
    grandes héroes de la Antigüedad.

    En la Cámara de la Firma la primera pintura que
    acomete Rafael es la Disputa del Sacramento (1509), una
    celebración de Dios, suprema Verdad, que se manifiesta en
    el misterio de la Trinidad. La complejidad de la
    composición, su perfección técnica y formal,
    confirman el nacimiento de un genio. No en vano la habilidad
    demostrada en el esquema compositivo ha sido el principal
    detonante de su fama. El academicismo es aquí
    además bello. La influencia de Miguel Angel apreciada ya
    desde sus días en Florencia, se concreta ahora con una
    rotundidad propia de la envergadura del proyecto.

    El color adquiere frescura, de una riqueza superior,
    tonos claros, aquietantes, agradables en extremo. Los personajes
    aparecen inmersos en una luminosidad plateada y difusa, que
    recrea idealmente una esfera sobrenatural.

    A continuación del Parnaso, donde recrea una
    atmósfera
    antiquizante e incluye contemporáneos, Rafael acomete una
    exaltación de la Ciencia y la Filosofía. La
    Escuela de
    Atenas (1510-1511) se compone de grupos compactos
    y aislados en un espacio ligeramente disgregado, lo que
    contribuye a reforzar la arquitectura grandiosa de su estructura.
    Algunos han querido ver en el interior del diseño el
    proyecto de Bramante para el interior de la nueva Basílica
    de San Pedro. Hablamos de armonía de medidas y
    simetría respecto del centro. Como en todas las
    composiciones, la figura humana llega a ser un motivo
    geométrico y arquitectónico.

    Pero esto no significa despersonalización. El
    contexto, tanto los personajes que lo acompañan como el
    ambiente, contribuyen a su individualización. Resulta de
    todo ello un registro de
    gestos y actitudes de
    una riqueza extraordinaria, también conseguida en los
    restantes frescos. Cada una de las figuras encarna a un tipo
    ideal, que se nos hace próximo gracias a la naturalidad de
    las representaciones, detenidas incluso en las características secundarias.

    La Camara De Heliodor

    Los discípulos Penni y Julio Romano colaboraron
    en la ejecución de los cuatro frescos que decoran esta
    segunda cámara, situada junto a la anterior en el palacio
    vaticano. Constituyen una serie en torno a un tema común.
    En la Cámara de la Firma se intentaba poner orden en la
    Humanidad mediante la ciencia humana y la divina. En la estancia
    llamada de Heliodoro corresponde a la Iglesia la
    imposición de la paz. La relación entre los frescos
    no es tan simétrica como la de los anteriores, si bien la
    sucesión pretende la pacificación con dogma, con
    excomunión y, si fuese necesario, con la fuerza. Esto
    obedece a las circunstancias históricas, en las que el
    propio Papa Julio II llega a intervenir directamente en episodios
    bélicos.

    Rafael se va a servir de sucesos históricos,
    ocurridos realmente. A diferencia de las obras anteriores se fija
    en el colorido. Este nuevo rumbo coincide con el conocimiento
    sobre el cromatismo veneciano. En estos años, numerosos
    artistas del norte italiano se encuentran presentes en la Ciudad
    Eterna, como Lotto, que trabajó en 1509 en las
    Cámaras Vaticanas, y Sebastián del Piombo, que
    llegó a Roma en 1511. Las asombrosas calidades del
    colorido subrayan el lado izquierdo, majestuoso y compacto, de La
    Expulsión de Heliodoro. La Misa de Bolsena, El Papa
    León el Magno deteniendo a Atila a las puertas de Roma y
    La liberación de San Pedro deben ser fechadas en los
    años 1512-1514.

    La pintura del encuentro del Papa con Atila presenta un
    cambio significativo de los valores
    clásicos: mutación del centro compositivo,
    anulación de los grupos laterales
    y simétricos, etc. Mientras que de La Misa fluye una
    soberbia fusión de
    rojos, grises y amarillos, así también los efectos
    de contraluz de las cabezas obscuras de los espectadores, o bien
    el contraste entre la luz de las velas y el paño rojo.
    Probablemente, prefirió los suizos a otros miembros del
    séquito pontificio, porque llevaban trajes vistosos. Se
    manifiesta, una vez más, el gusto del
    montañés para todo lo coloreado y reluciente. No es
    tanto la dimensión mística o intelectual como la
    extraordinaria belleza. La pintura invita a gozar antes que a
    pensar.

    En cuanto a la colaboración de sus
    discípulos, sólo en La Misa es todo Rafael.
    Ningunas otras manos intervinieron en la producción de tanta belleza.

    Las Ultimas Madonas

    Durante el período romano Rafael simultanea sus
    trabajos en las estancias vaticanas con los numerosos encargos
    que su prestigio le va a reportar. Las experiencias sobre las
    pinturas murales se reflejan palmariamente tanto en las obras de
    altar como en los retratos, a los que nos referiremos
    luego.

    Las Madonas inmediatamente posteriores a la
    Cámara de la Firma revelan, así, la misma amplitud
    monumental y el mismo tono lírico de los frescos. Sin
    embargo, la ruptura con respecto a sus Imágenes
    anteriores no podía ser total. Por ejemplo, en la Madona
    Aldobrandini, de 1509-10, se aproxima el acento leonardesco a la
    pintura veneciana. El despliegue gestual se manifiesta ya con
    rotundidad en la Madona de Loreto, de 1511-12, tanto en la Virgen
    como en el Niño. Pero la grandiosidad y dinámica de la estructura se
    mostrará sin parangón en la Madona de la Silla,
    donde tendrá que afrontar las dificultades del formato
    circular del tondo. Tales formas monumentales, junto a los
    efectos teatrales, emparentan estos cuadros con los frescos de la
    Capilla Sixtina de Miguel Angel. Nos situamos ante el surgimiento
    de un nuevo concepto del
    cuadro devocional.

    Las innovaciones cromáticas de la Cámara
    de Heliodoro se anuncian en la Madona de Foligno, de manifiesta
    influencia veneciana y ejecutada en 1511-1512. Introduce un nuevo
    aspecto paisajista y atmosférico, que se ha querido ver
    como influencia del pintor ferrarés Dosso Dossi. La
    claridad de la composición, la magistral urdimbre de
    figuras, que remite aún a la Escuela de Atenas, se conjuga
    con una sorprendente innovación. Si en las Madonas florentinas
    los personajes permanecían clausurados en su mundo, Rafael
    toma ahora una figura como elemento de conexión con el
    espectador, que va a ser invitado a introducerse en la escena
    mediante el juego de
    miradas. Estas composiciones se caracterizan, además, por
    el ritmo circular, evidente en la Madona de Foligno y en la
    genial Madona Sixtina.

    Por vez primera, juega con un elemento propio del
    teatro en la
    pintura religiosa. La Virgen Sixtina luce flanqueada por unas
    cortinas verdes que intensifican tanto el efecto dramático
    como la sensación de inmediatez, que perseguirá en
    los retratos.

    Tanto la Madona de Alba como la Madona de la silla, de
    1514, fueron realizadas en el formato de tondo que resalta la
    zona central, donde converge en primer término la atención. Por ello, el Niño es
    ubicado en dicho lugar diciendo acerca de la preeminencia sobre
    la Madre. Las grandes superficies de las estancias vaticanas le
    han abierto el camino a la tercera dimensión. Los
    elementos del cuadro pueden gozar ahora de una mayor libertad de
    movimientos, pudiendo contar con la profundidad y no sólo
    con el plano.

    La Santa Cecilia (1515) establecerá una nueva
    tipología del cuadro de altar de gran fortuna en la
    pintura posterior. Los personajes sagrados van a mostrar una
    cierta afectividad, hasta el momento ausente en la
    iconografía religiosa. Los cuatro santos que rodean a la
    patrona de la música han sido
    asociados al amor divino, al celibato, y a la renuncia de los
    placeres de la carne. Además, el cuadro presenta un doble
    punto de fuga. El del paisaje del fondo, situado muy alto, no
    coincide con el de los instrumentos
    musicales rotos a los pies de la santa.

    Los Retratos De La Epoca Romana

    Las obras de este género se van a desprender tras
    los trabajos en las stanze de la rígida aplicación
    de los modelos leonardescos, que caracterizaba los retratos
    florentinos. En los frescos había ensayado algunos del
    natural, como el de Julio II estragado por los combates y la
    enfermedad. Pero, el interés por la individualidad lleva a
    Rafael a acometer los encargos cada vez más profusos. El
    resultado será, por un lado, de un penetrante realismo a
    partir de 1510, que nos recuerda a la creación del
    veneciano Lotto. Por otro, hace gala de una notabilísima
    habilidad para captar el temperamento y la cualidad espiritual de
    sus modelos.

    La huella de Leonardo se hace sentir aún en el
    Retrato del Cardenal del Museo del Prado. Datado hacia 1510,
    Sanzio ha sabido extraer y plasmar la intimidad del personaje con
    una exactitud admirada por muchos, al igual que en el Retrato de
    Baltasar de Castiglione (1514-15), la más acabada imagen
    del perfecto cortesano, tal y como dibuja en su obra Il
    Cortigliano.

    Es un momento de entusiasmo hacia la escultura
    clásica y la forma monumental. Pero también hacia
    el movimiento y la captación de la instantaneidad, como se
    ve en el Retrato de Tomasso Inghirami, de 1511-12. El prefecto de
    la Biblioteca
    Vaticana hace un alto en su labor y dirige la vista hacia lo
    alto. El realismo de
    este período le lleva a no disimular los defectos de los
    modelos, o a representarlos en actitudes ajenas a la pose. En
    este sentido, el erudito luce sin ocultar su estrabismo, mientras
    que Julio II es sorprendido en un momento de reflexión.
    Este retrato de 1512 fija la tipología de los retratos de
    Estado para los altos dignatarios de la Curia, de amplia
    repercusión en los retratos papales posteriores y al que
    seguirá el de León X, de 1518.

    Para terminar con su producción retratística en Roma, hay
    que aludir a dos de sus más enigmáticas obras. La
    Donna velata (1515-16) y la Fornarina (1518-19). La primera,
    retratada al más puro modo clásico, y la segunda,
    uno de los infrecuentes desnudos de esta época, dan cuenta
    de la vivacidad en la que Rafael se vuelca en el último
    período de su actividad.

    Las Ultimas Obras

    Rafael en el último lustro de su vida incrementa
    de tal modo su actividad que se ve obligado a encomendar parte de
    los trabajos a sus discípulos. Nos situamos ante una nueva
    fase en la evolución de su estilo artístico que
    dará los trabajos más significativos y reveladores
    de su personalidad
    creadora. Este momento coincide con la decoración de la
    Cámara del Incendio en el Vaticano. Paralelamente, elabora
    los cartones para los tapices de la Capilla Sixtina, lo que
    favorece la confrontación más directa con Miguel
    Angel.

    Los temas de estos tapices se inspiran en los Evangelios
    y en los Hechos de los Apóstoles relativos a la vida de
    San Pedro y de San Pablo: La pesca
    milagrosa, La entrega de las llaves, La curación del
    tullido en Puerta Hermosa, La muerte de Ananías, Castigo
    de Elimas, El sacrificio de Listra, San Pablo en el
    Aerópago, San Pablo liberado de la prisión por el
    terremoto, La conversión de Saulo y La lapidación
    de San Esteban.

    De los diez cartones sólo se han conservado los
    siete primeros, que guardan una estrecha relación con los
    frescos de la Cámara de Heliodoro. Ahí, la
    extraordinaria transcripción de los textos literarios a
    lenguaje figurativo, el tono heroico de las figuras, el
    carácter monumental de la composición, etc. Al
    movimiento, señalado en los retratos, se une la fuerza
    dramática y gestual de las escenas, también
    significativos en El desmayo de Sicilia de 1515.

    En las últimas pinturas de Sanzio van a menudear
    motivos fantásticos como monstruos, animales
    mitológicos, flores o guirnaldas. Este cambio obedece al
    descubrimiento a fines del siglo XV de los llamados grutescos o
    pinturas de la Domus Aurea, la gran residencia de Nerón.
    Estos frescos constituyen las primeras manifestaciones coloristas
    importantes de la Antigüedad, ya que las célebres de
    Herculano y Pompeya no se descubrirán hasta el siglo XVII.
    Rafael imita la técnica encáustica, con sus
    peculiares tonalidades de rojo, negro y blanco, en los frescos
    del apartamento del cardenal Bibbiena en el Palacio Pontificio,
    conocidas como la Stuffeta (1516) y la Loggetta (1517). Supone la
    piedra de toque de un nuevo gusto que será continuado
    profusamente.

    De aquí en adelante Rafael combina la
    temática religiosa con la introducción de elementos paganos. Para la
    Villa Farnesina, proyecta la Logia de Psique (1517), que
    será ejecutada por sus ayudantes, en un tono lujoso y
    pintoresco que se aleja de los valores
    clásicos. Mientras que en 1518 alumbra la Visión de
    Ezequiel y un año después dirige la
    decoración de las grandes logias vaticanas. En la primera,
    la representación no sigue las leyes habituales
    de la perspectiva, sino que conecta con las visiones
    oníricas de la pintura romana antigua. Tanto la luz
    sobrenatural como el color anticipan el clima dramático de
    la Transfiguración.

    La muerte impidió la terminación de esta
    obra de iconografía compleja. Sanzio combina dos sucesos,
    la transfiguración en el monte Tabor y la curación
    del endemoniado, que afronta de manera teatral. Usa de dos puntos
    de fuga, como en la Santa Cecilia. La Transfiguración
    adornará el catafalco del pintor instalado en el
    Panteón.

    Partes: 1, 2

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