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Renoir




Enviado por pozinia



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    Indice
    1.
    Erase una vez en limoges …

    2. Renoir: Un
    Sueño De Armonia

    3. Cambio A Una
    Nueva Era Historica

    4. La Cultura
    Burguesa Del Siglo XIX

    5. La Saga De Los
    Renoir


    7. El Arte Como Oficio
    8. La
    Flor Del Impresionismo

    9. La
    Variedad Y La Unidad De La Obra

    10. La
    Estela Del Impresionismo

    11.Tematicas, analisis e
    interpretacion

    1. Erase una vez en
    limoges …

    Pierre-Auguste Renoir nació en Limoges el 25 de
    febrero de 1841, siendo el penúltimo de cinco hijos. Su
    padre era un modesto artesano que, ante las dificultades del
    sustento, se trasladó con su familia a
    París en 1845, cuando Renoir tenía cuatro
    años. Nunca más volvería nuestro artista a
    poner los pies en su ciudad natal.

    En París se instaló la numerosa familia en una
    casa ubicada en el recinto del Louvre, y los padres inscribieron
    al joven Pierre en la escuela
    municipal, donde sus profesores le regañaban continuamente
    por dibujar monigotes en su cuaderno durante las
    clases.

    Sus padres vacilaron entre orientar la educación de su
    cuarto hijo hacia la pintura o
    hacia la música, actividad
    esta última a la que su maestro de solfeo, Charles Gounod,
    maestro de coro de la capilla de San Roque, aconsejaba se
    dedicase. Finalmente, la balanza se inclinó hacia la
    opción de "artista", esta vez en la versión del
    dibujo
    aplicado a la industria de
    la porcelana, especialidad de Limoges. Dotado como lo
    está, Pierre-Auguste será decorador de porcelana y
    tendrá un buen oficio. Ingresa pues, a los trece
    años como aprendiz en un taller de pintura de
    porcelana, con la esperanza de entrar algún día en
    la célebre Manufactura de
    Sèvres. Su labor consistía en adornar con ramitos
    de flores piezas de fondo blanco, pagándole por ello cinco
    céntimos por la docena. Luego, una vez más suelto
    en su oficio, cambió las flores por las figuras, aunque
    siempre al mismo precio.

    Fue allí donde Renoir aprendería a pintar
    con pinceles flexibles, redondos y afilados, y con colores fluidos.
    Toda su vida conservaría la costumbre de sacar partido de
    la limpidez de un color que deja
    transparentar el fondo, sobre el cual está puesto y con el
    que juega en lugar de esconderlo.

    Su jornada de trabajo en la fábrica comenzaba a
    las ocho y tenía un descanso de diez a doce, el cual
    aprovechaba nuestro protagonista para ir al Louvre para copiar
    telas antiguas. En uno de estos recreos, Renoir descubrió
    la Fuente de los Inocentes, de Jean Goujon, y con ella, su
    fascinación por la plástica
    escultórica.

    Así, desde la edad de catorce años, el
    joven Renoir se siente atraído por dos predilecciones que
    marcarán su obra: la escultura plástica del cuerpo
    femenino y la de los colores
    límpidos que actúan por transparencia.

    Pero tres años más tarde, a los
    diecisiete, el entusiasta pintor ve desmoronarse el sueño
    de su porvenir. Los recursos
    mecánicos de reproducción ponen en peligro la
    profesión de pintor en porcelana y amenazan con
    arruinarla. Ha de buscar otro oficio. "Entonces me puse a pintar
    abanicos. ¡Las veces que habré copiado el Embarque
    hacia Citera! De tal modo, los primeros pintores con los que me
    familiaricé fueron Watteau, Lancret y Boucher. Con
    más precisión, diré que la Diana en el
    baño de Boucher es el primer cuadro que me haya
    sobrecogido, y toda mi vida he continuado amándolo como se
    recuerdan siempre los primeros amores…"

    Pero pronto habrá de buscarse otro trabajo que le
    de para vivir, y pinta paneles de los que utilizan los misioneros
    como vidrieras portátiles. Su destreza le permite esbozar
    el tema sin el previo encuadre practicado por los otros, de modo
    que realiza mucho más rápidamente un trabajo pagado
    a destajo. Pero para gran desconsuelo del patrón que, para
    retenerlo llega hasta prometerle la herencia del
    negocio, en cuanto Renoir pudo tener suficiente dinero
    ahorrado, abandonó ese trabajo lucrativo para pintar lo
    que le gustaba.

    Entonces, sin dejar de seguir los cursos de la
    Escuela de Bellas
    Artes, de 1862 a 1864, entra en el taller del pintor Gleyre,
    donde en breve entabla relaciones con Bazille, Sisley y Monet,
    que también trabajaban allí y donde se estudiaba
    con modelo
    vivo.

    Inicio De Su Andadura Artistica

    La amistad de Renoir
    con Laporte, amigo desde la infancia,
    llevó a Renoir a entrar, con 21 años, en el taller
    de Gleyre para aprender la pintura: "¡Cuánto
    agradezco a Laporte el haberme persuadido a adoptar una
    resolución que, no tan sólo ha hecho de mí
    un pintor, sino a la cual debo el haber entrado en contacto con
    mis futuros amigos, tales como Monet, Sisley y Bazille!", contaba
    Renoir a Vollard, un conocido marchante y biógrafo
    suyo.

    Renoir, domiciliado entonces en casa de Laporte, en la
    place Dauphine, ingresa en el Beaux-Arts, escuela de arte, en abril de
    1862. En otoño, mientras cumple un período de
    servicio
    militar, Bazille, Monet y Sisley llegan al taller de Charles
    Gleyre. En los años siguientes, surge una amistad
    histórica, ampliada, gracias a Bazille, con
    Cézanne, Pissarro y Guillaumin, alumnos del estudio
    Suisse, la cual se centra en la admiración compartida por
    Delacroix y Manet.

    Cuando Gleyre dejó sus clases a causa de la edad,
    a principios de
    1864, Renoir y sus amigos siguieron trabajando sin nadie que les
    dirigiera. En la primavera Monet llevó a sus camaradas a
    la aldea de Chailly-en-Bière, en el bosque de
    Fontainebleau, para hacer juntos unos estudios en la naturaleza.
    Treinta años antes algunos pintores habían empezado
    a retratar por primera vez en la pintura la pequeña
    belleza de humildes rincones de los alrededores de París.
    Por su lugar principal de estancia junto al bosque de
    Fontainebleau se les llamó los pintores de Barbizon.
    Algunos de ellos, como Camille Corot o Narcise Diaz, aun
    trabajaban allí. Pronto, Renoir y Diaz se harían
    amigos.

    Renoir presentó un trabajo suyo por primera vez
    al Salón de 1864, y fue admitido: Esmeralda, bailando con
    su cabra.

    En el verano de 1865, en compañía de
    Sisley, Renoir tomó un bote de vela Sena abajo hasta Le
    Havre, para contemplar allí las regatas que aquellos
    artistas habrían de elevar años más tarde a
    motivo favorito de su pintura, y para pintar desde el bote el
    río y sus orillas. El Salón aceptó otra vez
    los envíos de Renoir, pero el año siguiente el
    jurado dio un veredicto mucho menos favorable. Empezaba la
    verdadera y ardua lucha por imponer las nuevas ideas
    artísticas. El jurado del Salón de 1867 fue
    especialmente severo y rechazó la Diana de Renoir, aunque
    en los tres años siguientes consiguió colocar sus
    cuadros.

    Primeros Exitos Impresionistas

    Estos pequeños éxitos no salvaron a Renoir
    de la escasez material. Sus ahorros estaban agotados hacía
    tiempo. Su
    amigo Bazille, que gozaba de una situación acomodada, le
    procuró alojamiento en su estudio, y juntos pintaron
    postales para
    ganar algo de dinero.

    Los años posteriores a la perdida guerra
    francoprusiana fueron sorprendentemente de una gran prosperidad
    económica en Francia. Los
    precios de los
    cuadros aumentaron, y hasta en algunos casos se vendieron
    pinturas impresionistas por sumas de dinero inesperadamente
    elevadas. El hombre por
    cuyas manos pasó buena parte de ese dinero y que
    contribuyó en gran medida a los primeros éxitos de
    los pintores de Batignolles fue Paul Durand-Ruel, que
    demostró tener instinto para apreciar la calidad de
    aquella pintura y mucha valentía.

    Acogió a los pintores rechazados por la
    crítica oficial y durante estos años compró
    sus cuadros pacientemente, pese a que debió esperar al
    futuro para obtener beneficios. En 1870 había conocido en
    Londres a Pissarro y a Monet y también había
    descubierto en 1873 a Renoir. Ciertamente no pagaba mucho por sus
    cuadros, pero para un hombre en la
    situación de Renoir incluso la más mínima
    venta era algo
    importante.

    El año 1873, sin embargo, Durand-Ruel se vio
    obligado a restringir la ayuda que prestaba a Renoir y a sus
    amigos. Los pintores formaron una 'Société anonyme
    coopérative', y el 15 de abril de 1874, en los locales
    recién desalojados del fotógrafo Nadar, abrieron su
    propia exposición. La nueva escuela ya
    tenía en circulación su mote de
    impresionistas.

    En abril de 1876 los impresionistas expusieron juntos
    por segunda vez, en esta ocasión en la galería de
    Durand-Ruel, pero la crítica tampoco fue
    favorable.

    En abril del año siguiente, expusieron por
    tercera vez y, por primera vez, se llamaron a ellos mismos por
    ese mote. Pero una vez más los críticos de los
    periódicos más importantes se burlaron y nadie
    compró.

    Renoir no presentaría nada a las exposiciones de
    los impresionistas de los años 1879, 1880 y 1881. Entre
    él y sus viejos camaradas había desacuerdos, que en
    parte tenían que ver con la política. Él
    detestaba el anarquismo de algunos pintores como Jean
    François y Armand Guillaumin, y tampoco compartía
    las ideas socialistas de Pissarro.

    Su Gloriosa Y Tragica Vejez

    Los treinta últimos de la vida de Renoir
    están impregnados de un carácter
    trágico personal. Llenos
    del triunfo tranquilo de su arte, de su
    reconocimiento general y de una estimación
    económica, estuvieron oscurecidos por la amargura de una
    grave enfermedad y por el destino de todos los artistas que
    envejecen: el de tener que ver cómo su arte era revisado y
    superado por la generación que venía
    empujando.

    Trabajó a finales de los ochenta varias veces con
    Cézanne y con la mujer
    más dotada de la pintura impresionista y que Renoir tanto
    admiraba, Berthe Morisot, hasta el fallecimiento de ésta
    en 1895. En 1890 volvió a exponer en el Salón, lo
    que no hacía desde 1883. En 1892 viajó con su amigo
    Gallimard a España y
    quedó muy impresionado con la pintura española. Ese
    año surgió el reconocimiento público.
    Durand-Ruel organizó una exposición especial con
    110 cuadros suyos, y por primera vez el Estado
    francés compró un cuadro de Renoir para el museo de
    Luxembourg: Yvonne y Christine Lerolle al piano. Dos años
    después fue nombrado albacea del legado de Caillebotte y
    tuvo que pelear duro para que las autoridades artísticas
    se movieran para que, de las 65 pinturas de Caillebotte, 38
    entraran en el museo de Luxembourg, entre ellas seis
    suyas.

    Por esta época el artista pasó varios
    veranos (1892, 1893, 1895) en la costa bretona de Pont-Aven. Como
    modelo para
    esos cuerpos sensuales posó ante él Gabrielle
    Renard, prima de la señora Renoir, que había
    entrado de criada con 14 años, en 1893, poco antes del
    nacimiento de Jean, el segundo hijo del pintor y que
    permaneció con Renoir hasta 1919.

    También por estas fechas, residía ahora
    con frecuencia en Essoyes, el pueblo natal de su mujer, donde en
    1898 compró una casa. A últimos de ese año
    tuvo el primer ataque de reuma grave, que le obligó a
    pasar el invierno en el sur, en la Provenza, y a hacer curas en
    verano.

    Antes de su enfermedad había estado otra
    vez en el extranjero. En 1896 visitó Bayreuth.
    Después de esa primera crisis, cuando
    su estado
    mejoró transitoriamente, volvió a Alemania. En
    1910 aceptó una invitación de la familia
    Thurneysen para ir a Munich, pintó retratos y
    disfrutó con los cuadros de Rubens en la Pinacoteca de
    aquella ciudad. Su fama había traspasado las fronteras de
    Francia. No
    sólo presentó sus cuadros en 1896 y 1899 en
    exposiciones organizadas por Durand-Ruel, en 1904 en el
    Salón de Otoño y en 1913 en la galería
    Bernheim de París, sino que estuvo también en la
    Centennale, la muestra de arte
    francés del siglo XIX en la exposición universal de
    París de 1900, y recibió la cruz de la
    Legión de Honor.

    Residió en 1899 en Magagnosc, cerca de Grasse, y
    en 1902 en Le Cannet, cerca de Cannes. En 1901 vino al mundo su
    tercer hijo, Claude, llamado Coco, modelo de muchos cuadros de
    estos años.

    El Fin De Su Vida En "Les Collettes"

    En 1903 los Renoir se trasladaron definitivamente a
    Cagnes. Allí vivieron primero en el edificio de correos,
    antes de que el artista hiciera construir la casa "Les Collettes"
    en un espeso olivar que se convirtió en el estudio al
    aire libre de sus
    últimos años.

    La grave artritis reumática le causó
    terribles dolores. Los huesos se le
    encorvaban y la carne se le secaba. En 1907 pesaba 48,5 kg y
    apenas podía sentarse. Después de 1910 no pudo ya
    desplazarse con muletas y quedó postrado en una silla de
    ruedas. Mandó hacer un caballete en el que podía
    enrollar sus lienzos; así podía pintar en formatos
    mayores, aun sentado en una silla de ruedas y obligado a mover el
    brazo sólo para pinceladas cortas y
    enérgicas.

    En esa época Renoir se hizo también
    escultor: encontró manos ajenas que moldearan para
    él la arcilla como él indicaba. Fue el joven
    español
    Ricardo Guinó un ayudante. Así nacieron esculturas
    que no fueron nunca tocadas por las manos de Renoir y que, sin
    embargo, son sus obras más originales, creaciones de su
    espíritu y su modelo de la belleza humana.

    Al principio de la Primera Guerra
    Mundial, que él despreciaba como absurda, sus hijos
    Jean y Pierre fueron gravemente heridos. Su madre los
    cuidó, hasta que, anímicamente muy afectada,
    murió en 1915. El primer verano de la posguerra Renoir
    visitó su tumba en Essoyes, y después viajó
    de nuevo a París. Condujeron al pintor, que contaba con 78
    años, en la silla de ruedas a sus cuadros favoritos del
    Louvre, a François Boucher, Delacroix y Corot, y a Las
    bodas de Caná de Veronés, pintura grande y
    rebosante de color, junto a la
    que, de acuerdo con el deseo de Renoir, en un sitio de honor,
    colgaba su pequeño estudio con el retrato de madame
    Charpentier de 1877.

    Vuelto a Cagnes continuo pintando hasta terminar su
    composición Descanso tras el baño, y una naturaleza con
    manzanas. Pierre-Auguste Renoir moriría el 3 de diciembre
    de 1919, recién pasada una fuerte pulmonía, y
    sería enterrado a los tres días en Essoyes junto a
    su esposa.

    2. Renoir: Un
    Sueño De Armonia

    Una característica intrínseca de los
    impresionistas, aparte de la técnica o de su estilo, fue
    el lazo de amistad que ató a todo el grupo. Los
    impresionistas tuvieron que luchar juntos para demostrar la
    belleza de su arte y conseguir la difícil
    aceptación social. Gracias a ello, a las relaciones que se
    establecieron entre los miembros del grupo, hoy
    podemos saber algo más sobre la increíble personalidad
    de este gran artista, y lo hemos querido definir con el
    título de este epígrafe, 'un sueño de
    armonía'.

    Quienes le conocieron en vida, le han descrito
    físicamente como un individuo delgado, de miradas
    extraordinariamente penetrantes, muy nervioso, que daba la
    impresión de no poder
    permanecer un instante quieto en el mismo lugar. Y así
    era: un amante apasionado de la vida que le tocó vivir,
    alegre, bromista y con un acusado sentido de la amistad, a la que
    se entregaba plenamente, como hiciera con su pintura, con
    el amor, con
    sus hijos y con toda su existencia. Su amor a la
    pintura, además de quedar reflejado en sus grandes obras,
    se demuestra en su espíritu incansable , que sólo
    su muerte pudo
    extinguir. Siguió pintando aún cuando su enfermedad
    se le hacía cuesta arriba. Pero no había barreras
    para él, todo tenía solución. Y para la
    parálisis, que le hacía trabajar en silla de
    ruedas, la solución fue la elaboración de un
    caballete adecuado a este pequeño impedimento.

    A su trabajo se dedicaba con una seriedad absoluta.
    Empezando por su caja de colores, perfectamente ordenada y
    meticulosa, hasta la reglamentación de su horario de
    trabajo: acudía a su taller con la máxima
    puntualidad con que el burócrata acude a su oficina. Se
    acostaba temprano, después de jugar una partida de damas o
    de dominó con Madame Renoir, ya que haciéndolo
    tarde, habría temido sin duda comprometer su trabajo del
    día siguiente. Durante toda su vida, pintar será su
    único placer, su sola diversión.

    También la figura de Renoir estuvo y
    estará siempre unida a su amor por la
    belleza, tanto del natural como la femenina. Y es que el cuerpo
    de las mujeres, siempre "que se trate de una piel que no
    rechace la luz", era para
    él una experiencia sublime. No le ocurría lo mismo
    con las flores, ya que para él, pintar flores era una
    forma de distracción, su hora de experimentar.
    Podría haberse pasado los días enteros pintando
    coloridas flores, y jamás se hubiese cansado ni
    aburrido.

    Pierre Auguste Renoir: todo un sueño de
    armonía. La pintura le hizo feliz, fue una fiesta para sus
    ojos. Y sólo así, podemos entender la grandeza y
    los límites de
    su creación.

    La Marca De Su
    Familia

    Renoir nació el 25 de febrero de 1841, hijo de un
    sastre de Limoges. El padre de Renoir, Léonard, casado con
    Marguerite Merlet, madre de Renoir, no llegó a hacerse
    rico con su profesión ni en Limoges ni en París,
    adonde se trasladó la familia en
    1845 esperando mejorar los ingresos. Pero,
    sin quererlo abrió a su cuarto hijo la posibilidad de ser
    un gran artista.

    El primogénito de Léonard y Marguerite,
    Pierre-Henri, grabará para orfebres, y su hija Luisa
    seguirá el oficio paterno, lo mismo que el
    segundón, Victor, radicado durante mucho tiempo en Rusia.
    El benjamín de los cinco hermanos, Edmond, sería de
    mayor periodista.

    Pero Renoir pronto iniciará por libre su vida de
    artista, creando él mismo su familia y dedicándose
    en vida y alma a ella y a su pintura.

    Su esposa, discreta y bella, supo estar siempre a la
    altura de su esposo, al que conocía perfectamente. Gracias
    a ella, Renoir ha pintado esos bellos ramos de flores que se ven
    en sus telas. La señora de Renoir conocía
    perfectamente todo el placer que su marido experimentaba al
    pintar flores, pero también sabía que la sola
    obligación de ir a buscarlas bastaba para hacerle desistir
    de la idea. Por ello, se cuidaba de tener siempre en casa
    floreros llenos de flores. Y era de verse -afirma Vollard- la
    alegría de Madame Renoir, cuando su marido,
    deteniéndose ante uno de estos ramilletes ordenados con
    tanto cuidado, exclamaba: "¡Qué lindas son las
    flores puestas así, de cualquier manera! ¡Voy a
    pintar esto!".

    Otro aspecto no menos importante de la obra de Renoir
    son los estudios hechos con sus hijos, unos niños a
    quienes la leche de su
    madre les había dado mejillas tan bellas y esa piel que
    dejaba reflejar la luz.

    Lo peor para Renoir y su esposa fue cuando los dos hijos
    mayores, Jean y Pierre, partieron al frente. Recuerda Vollard una
    ocasión en que Renoir había tomado sus pinceles
    pero, atormentado por el recuerdo de sus hijos, no
    conseguía terminar una pequeña naturaleza muerta. Y
    de repente exclamó que no pintaría
    más.

    Sin embargo, las noticias de sus hijos llegaban
    regularmente y las cartas 'de
    circunstancias' que ellos escribían a sus padres
    corroboraban lo que contaban los periódicos de que todo
    iba bien. Pero cuando todo parecía estar tranquilo,
    llegó repentinamente la noticia de que Pierre, el mayor de
    sus hijos, se hallaba recluido en un hospital con el antebrazo
    facturado.

    Poco después recibirían la noticia de que
    su otro hijo en la guerra, Jean,
    se hallaba ingresado en un hospital porque su nalga había
    sido atravesada por una bala.

    Tanto Madame Renoir con su esposo, rechazaban la guerra,
    que tachaban de absurda, y el hecho de tener a dos de sus hijos
    alistados, fue poco a poco mermando sus fuerzas, sobre todo las
    de ella.

    Sus Modelos Y
    Sirvientas

    Una constante en la vida artística de Renoir
    fueron sus modelos y
    sirvientas. El hermano de un coleccionista amigo de Renoir
    decía que jamás había podido comer en casa
    una sopa de pescados como la que se como en la de Renoir: "…Y
    sin embargo tengo una verdadera cocinera, mientras que ellos no
    tienen más que sirvientas a las cuales, lo único
    que se les pide, es que tengan una pie que refleje bien la luz".
    Y así era. Porque Renoir tomó sus modelos entre sus
    sirvientas, ya que detestaba sobremanera el modelo profesional.
    Además, cuando un modelo le "entraba en el pincel", le
    resultaba sumamente fastidioso reemplazarlo. La edad le era
    indiferente.

    Gabriela Renard, era prima de la señora Renoir y
    había entrado de criada con 14 años, en 1893, poco
    antes del nacimiento de Jean, segundo hijo del pintor.
    Permanecería con Renoir hasta aproximadamente 1919,
    casándose luego con el pintor americano Conrad Slade.
    Gabriela posó una gran cantidad de veces, ya sola o bien
    teniendo en brazos primero a Jean y más tarde a Claude, el
    pequeño de los tres hijos.

    Para Renoir era asombroso las sorpresas que podía
    depararle a uno el modelo cuando se desvestía: mujeres que
    parecen bien hechas y que son una calamidad, y, al revés,
    mujeres aparentemente "inútiles" que, una vez desnudas, se
    convierten en deidades. Siempre supo ver esa extraña
    belleza de un cuerpo femenino desnudo, su gran
    pasión.

    Testimonios De Viva Voz

    No hay mejor forma de conocer a una persona que por
    sus testimonios, sus sentencias, sus opiniones. En el caso de
    Renoir hemos tenido la gran suerte de que hayan llegado hasta
    nuestros días declaraciones suyas sobre la teorías
    impresionistas, sobre su forma de vida y, sobre todo, sobre su
    personalidad.
    El marchante Vollard tuvo la fortuna de entrevistarse con
    él en vida y dejar en su libro, La vida
    y obra de Pierre Auguste Renoir, los testimonios de éste.
    He aquí, algunas pinceladas del interior del
    artista:

    "¡Cuándo me imagino a mí mismo
    nacido entre intelectuales! Habría necesitado años
    para librarme de prejuicios y para ver las cosas como son. Y
    quizá habría recibido unas manos
    torpes".

    "¡Cuántas veces he pintado el embarque para
    Citerea! Así eran los primeros pintores con los que me
    familiaricé, Watteau, Lancret y Boucher. Mejor dicho:
    Diana en el baño fue el primer cuadro que me
    impresionó, y toda la vida he seguido queriéndolo
    como uno quiere a su primer amor".

    "Cuando se contemplan las obras de los antiguos, uno no
    tiene motivo alguno para creerse muy inteligente.
    ¡Qué maravillosos trabajadores eran, sobre todo, esa
    gente! Entendían muy bien su oficio. En eso estriba todo.
    La pintura no es sensiblería; es principalmente un trabajo
    de la mano, y hay que ser un trabajador hábil".

    "En el museo aprendía a pintar… Cuando digo que
    en el Louvre se aprende a pintar, no quiero decir que se deba
    escarbar en el barniz de los cuadros para apresar sus trucos y
    volver a hacer otra vez los Rubens o los Rafael. Cada uno ha de
    hacer la pintura de su tiempo. Pero en el museo se encuentra el
    gusto por la pintura, que la naturaleza por sí sola no
    puede dar. No se dice ante un paisaje hermoso: quiero ser pintor,
    sino ante un cuadro".

    "Monet nos invitaba de vez en cuando a comer. Y entonces
    nos atiborrábamos de pavo mechado, para el que
    había vino de Chambertin".

    "Velázquez me entusiasma: esa pintura respira la
    alegría con que el artista la ha pintado… Cuando puedo
    imitar la pasión con que un pintor ha creado, comparto su
    propio gusto".

    "Una mañana se nos acabó a todos el negro
    y nació el impresionismo".

    "Hoy día se quiere explicar todo. Pero si se
    pudiera explicar un cuadro, no sería una obra de arte.
    ¿Debo decirle a usted qué cualidades constituyen a
    mi juicio el verdadero arte?… La obra de arte debe cautivar al
    observador, envolverle, arrastrarle. En ella comunica el artista
    su pasión; es la corriente que emite y por la que incluye
    al observador en ella".

    "Mi preocupación fue siempre pintar seres humanos
    como frutos. El más grande de los pintores modernos, Corot
    ¿son acaso sus mujeres 'Pensadoras'?".

    "Yo me pongo ante mi objeto tal como yo lo quiero.
    Entonces empiezo y pinto como un niño. Me gustaría
    que un rojo sonara como el tañido de una campana. Si no lo
    consigo la primera vez, tomo más rojo y otros colores,
    hasta que lo tengo. No soy más listo. No tengo reglas ni
    métodos.
    Cualquiera puede probar el material que uso o verme mientras
    pinto: se dará cuanta de que no tengo
    secretos".

    "Para mí, un cuadro debe ser algo amable, alegre
    y bonito, sí, bonito. Ya hay en la vida suficientes cosas
    molestas como para que fabriquemos todavía
    más".

    "Qué difícil es encontrar el punto exacto
    en que un cuadro deba interrumpir la imitación de la
    naturaleza. La pintura no debe tener el sabor del modelo, pero
    hay que sentir la naturaleza".

    "¡Siempre está la necesidad de buscar ideas
    en la pintura! Por mi parte, ante una obra maestra es suficiente
    disfrutar".

    "Soy un pequeño corcho que ha caído al
    agua y que es
    arrastrado por la corriente. Me entrego a la pintura tal como
    viene".

    "Pintar flores me relaja el cerebro.
    Espiritualmente no me esfuerzo en ellas como cuando estoy ante un
    modelo. Cuando pinto flores, pongo tonos, experimento valores
    audaces, sin preocuparme si estropeo un lienzo. Algo semejante no
    me atrevería a hacerlo con una figura, por miedo a dar al
    traste con todo. Y la experiencia que adquiero con estos
    intentos, la aplico luego a mis cuadros".

    "Creo que poco a poco entiendo algo de esto".

    3. Cambio A Una
    Nueva Era Historica

    La Revolución
    Francesa de 1789 había puesto en crisis a toda
    la sociedad del
    Antiguo Régimen. Y las consecuencias de la misma no
    sólo se notarán en Francia, sino que, como una
    epidemia, los ideales de 'libertad,
    igualdad y
    fraternidad' encontrarán amplio eco en todos los
    países de la vieja Europa.
    Constituciones democráticas y regímenes
    republicanos son dos aspectos que señalan, a lo largo del
    siglo XIX, la aparición de una nueva clase
    hegemónica: la burguesía. Este nuevo grupo social
    tomará el poder
    político mediante el control de los
    parlamentos, de la prensa y de los
    principales resortes de los estados, basando su hegemonía,
    fundamentalmente, en el control de los
    medios de
    producción y en su posición
    privilegiada en todas las ramas del comercio, la
    industria y
    las finanzas.
    Además será ella la que protagonice la gran
    Revolución
    Industrial, en la que la producción artesanal se va sustituyendo por
    máquinas complicadas. Esto marcará
    el inicio de una nueva era histórica, en la que el obrero
    perderá toda posibilidad de controlar los medios de
    producción y en la que la población trabajadora se centrará en
    grandes suburbios insalubres, permitiendo así el
    surgimiento de una conciencia de
    clase, la
    organización de los primeros sindicatos y
    el progreso de las ideas socialistas y anarquistas.

    Segunda Republica Francesa

    La monarquía burguesa se inicia en Francia con
    una revolución incruenta. El 30 de julio de
    1830 un Gobierno
    provisional concede a Luis Felipe de Orleans los honores de
    regente, y el 9 de agosto es elegido rey de los franceses.
    Gobierna primero con ministros liberales y, tras el nombramiento
    de Casimir Périer (13 de marzo de 1831), da un giro
    conservador a su política.

    La política del rey es pacífica y trata de
    evitar los enfrentamientos entre las grandes potencias. La
    conquista de Argelia establece las bases que más tarde
    permitirán a Francia convertirse en potencia
    hegemónica en el norte de Africa.

    En 1847 cobran nuevos ímpetus los movimientos
    revolucionarios, sin que ello sea percibido y mucho menos
    comprendido por el rey. Las masas exigen mayores derechos políticos y
    mayor participación en el Gobierno. Con la
    mecanización de la industria aumenta el número de
    asalariados. Sus necesidades materiales son
    proclamadas por Luis Blanc en su escrito La organización del trabajo, en el que entre
    otras cosas proclama el derecho al trabajo, reglamentación
    de los salarios y de la
    jornada laboral y el
    seguro de
    paro. Durante la primavera de 1848 se desarrolla, en pocos
    días, una revolución
    sangrienta después de la cual el rey abdica y los
    republicanos revolucionarios se hacen con el poder proclamando la
    República (1848-1852).

    El 4 de marzo de 1848 se anuncia el derecho al sufragio
    universal, y las elecciones para la Asamblea Nacional (23 de
    abril) dan como resultado una gran mayoría republicana.
    Pero bajo la presión de
    una situación financiera agobiante, la Asamblea decide
    cerrar los Talleres Nacionales y retirar los subsidios a los
    trabajadores, provocando el levantamiento de estos contra el
    Gobierno, apoyados por los bonapartistas y los legitimistas. El
    28 de junio, la Asamblea Nacional nombra al vencedor, el general
    Cavaignac, presidente del Consejo de Ministros. El 4 de noviembre
    la Asamblea otorga una nueva Constitución: una sola Cámara,
    sufragio universal directo. El pueblo elegirá al
    presidente por un periodo no renovable de 4
    años.

    El Imperio Napoleonico

    El príncipe Luis Napoleón obtiene, el 10 de diciembre la
    mayoría en los votos de la elección presidencial.
    El 20 de diciembre presta juramento frente a la Asamblea. En mayo
    de 1849 se disuelve la Asamblea Legislativa en la cual tienen
    mayoría los elementos monárquicos y clericales.
    Después de la reforma del Gobierno (31 de octubre de 1849)
    se inicia el gobierno personal de Luis
    Napoleón.

    Los socialistas ganan más adeptos en cada
    elección, y una nueva ley de reforma
    electoral mantiene el sufragio universal, pero bajo la
    condición de que se pague una determinada cantidad de
    impuestos y se
    permanezca tres años en el país. Con ello, el
    número de electores queda reducido de 9 a 6
    millones.

    En los meses que siguen crece la influencia de Luis
    Napoleón. Se preocupa por el bien del pueblo en sus
    múltiples viajes a
    través del país y se muestra como el
    defensor de sus derechos. Otorga los cargos
    civiles de importancia a hombres adictos a su persona; Francia
    está ahora dispuesta al golpe de Estado
    de Napoleón, que prepara brillantemente. Después de
    que el Parlamento rechace su petición de modificar la
    Constitución de modo que pueda ser
    reelegido, generales adictos a él toman los cuarteles de
    París. El 2 de diciembre de 1852 Luis Napoleón es
    proclamado emperador de los franceses. Su gobierno autoritario es
    apoyado por el Ejército y la Iglesia, y
    trata de vencer la oposición de los trabajadores mediante
    un amplio programa de
    realizaciones sociales y caritativas. Los acuerdos comerciales
    con otros Estados y la reducción y, en algunos casos, la
    anulación de los derechos de aduana, fomentan
    el comercio
    internacional. Al aumentar la venta de los
    artículos manufacturados franceses se engrandecen las
    empresas
    industriales.

    Después de la guerra de Crimea (1854-1856) es
    Francia, y no Rusia, la mayor potencia militar
    de Europa.
    Juntamente con Inglaterra y
    España
    interviene en México
    (1861-1867), y después de la retirada de las tropas
    inglesas y españolas, Francia sigue sola la
    lucha.

    Hacia 1859 el régimen autoritario de
    Napoleón inicia lentamente un proceso de
    liberalización. Por haber apoyado las corrientes
    unificadoras de Italia, pierde
    partidarios entre el clero y la burguesía católica.
    A fin de ganarse a los liberales y a la creciente
    oposición, concede una amnistía general y suaviza
    la censura de prensa. En 1864
    los trabajadores obtienen el derecho a formar una
    coalición y el primer paso para la constitución de
    un imperio liberal lo da el emperador en su manuscrito a Olliver
    (19 de enero de 1867). Napoleón pretende atraer a este
    líder
    del grupo parlamentario radical llamado 'Tercer Partido' e
    informarse acerca de los deseos del pueblo. El emperador, enfermo
    y prematuramente envejecido, tras crear un nuevo ministerio para
    Olliver, le encarga la elaboración de una nueva
    constitución de carácter semiparlamentario, que es
    refrendada por el pueblo el 8 de mayo de 1870.

    La Tercera Republica Francesa

    Hacia 1870 la monarquía militar francesa, cada
    vez más liberal, se aproxima paulatinamente a la
    burguesía y la tensión política interior
    cede. El servicio
    militar obligatorio no subsiste, pero el emperador hace construir
    fortalezas reforzadas y bien armadas. Napoleón III utiliza
    la diplomacia para estrechar los lazos con Austria e Italia pero no se
    consigue llegar a ningún tratado de alianza, tras diversas
    conversaciones con el emperador Francisco José. Por temor
    a la reacción de los clericales franceses, Napoleón
    no acepta la anexión de los Estados Pontificios por
    Italia, por lo que el mantenimiento
    de las tropas francesas en Roma evita que se
    lleve a cabo una alianza con Italia.

    La tensión existente entre las dos grandes
    potencias, Francia y Prusia, estalla con motivo de la candidatura
    a la sucesión del trono español. Bismarck apoyaba
    al príncipe Leopoldo de Hohenzollernm, lo que
    provocó la ruptura del equilibrio de
    fuerzas en Europa. Entre 1870-1871 se desencadenó una
    guerra franco-prusiana, en la que Francia tuvo que enfrentarse a
    toda Alemania, ya
    que los estados alemanes del sur se habían aliado con
    Prusia.

    El 4 de septiembre los republicanos parisienses derrocan
    al emperador y proclaman la república. El Gobierno
    provisional declara que está dispuesto a iniciar
    conversaciones de paz, pero se niega a una capitulación
    deshonrosa (Bismarck exige el abandono de las posiciones). La
    guerra sigue y el 19 de septiembre París es sitiada. La
    falta de alimentos
    debilita la resistencia de
    los sitiados. A finales de 1870 París es bombardeada y el
    28 de enero de 1871 capitula. El nuevo primer ministro, Adolphe
    Thiers, concierta una paz preliminar que será confirmada
    en Franckfurt. La exaltación nacionalista originada por la
    guerra permitió a Bismarck conseguir la unidad alemana.
    Los Estados del sur de Alemania acuerdan con Prusia unos tratados por los
    que el imperio queda constituido como Estado federal. El rey de
    Prusia es proclamado emperador de Alemania el 18 de enero de
    1871, en el Salón de los Espejos de Versalles.

    La Europa Imperial Del Xix

    Iniciada a finales del siglo XIX esta época es el
    inicio de la fase del desarrollo
    político que caracteriza a las viejas potencias por sus
    ansias de expansión. Junto a las conquistas continentales
    de los grandes Estados nacionales, hay que señalar la
    aparición de nuevas grandes potencias. Los Estados Unidos se
    expansionan más allá de sus fronteras del
    continente americano, hacia el golfo de México y
    el Pacífico, y el Japón
    ataca al continente asiático. El ansia de poder mundial
    que tiene como base motivos políticos y económicos
    acentúa las tensiones en Europa y en el resto del mundo.
    Dos nuevas potencias se inician en la política mundial
    hacia 1890; el imperio alemán e Italia. Ello
    provocará un incremento de las situaciones conflictivas en
    un mundo en el que Gran Bretaña, Francia y Rusia dominaban
    sin ser prácticamente molestadas.

    La caída de Bismarck en la primavera de 1890
    tendrá graves consecuencias tanto para Alemania como para
    la estructura de
    alianzas europeas. Guillermo II no está dispuesto a
    renovar el acuerdo de seguridad mutua
    con los zares. El cambio de
    rumbo en la política exterior alemana se hace patente para
    Rusia con la aproximación germano-británica y por
    el tratado firmado entre estos dos países (junio de 1890),
    por el cual Inglaterra cede
    Helgoland a Alemania que, a cambio, renuncia a sus derechos sobre
    Somalia, la isla de Zanzíbar, Witu y Uganda. Rusia inicia
    negociaciones con Francia. Se llega a un acuerdo por el cual en
    la Bolsa de París se lanzará un empréstito
    estatal ruso para remediar la crisis financiera de aquel
    país. La política de los zares encuentra un vivo
    asentimiento entre la población. En 1891, con motivo de la visita
    a Kronstadt de una escuadra francesa, se le otorga a ésta
    un recibimiento especialmente caluroso y brillante. La alianza
    establecida por ambos Estados implica una defensa militar
    conjunta respecto a Alemania. Rusia trata de protegerse de las
    acciones
    austríacas o alemanas. A pesar de este tratado, Francia no
    tiene la oportunidad de recuperar la Alsacia-Lorena. Aunque el
    acuerdo continúa siendo secreto hasta 1897, no se oculta a
    la política internacional que la alianza franco-rusa se
    enfrenta a la Triple Alianza (Austria, Alemania e Italia) y que
    aquellas dos potencias presionan sobre Gran Bretaña, la
    cual limita su expansión por Africa y Asia
    Central.

    Critico Comienzo Del Siglo Xx

    Los años de 1903 a 1905 son dramáticos. En
    Austria-Hungría y en Turquía las minorías
    nacionales luchan por su liberación. Rusia se vuelve hacia
    los problemas de
    los Balcanes y, precisamente en el momento en que Austria se
    enfrenta a su enemiga Servia, Rusia está dispuesta a
    apoyar a ésta. Rusia está en ebullición y
    los soviets (Consejos) ilegales se hacen con la dirección del movimiento
    revolucionario. El Gobierno consigue hacerse respetar, en parte
    mediante concesiones, y en parte mediante la
    represión.

    Entre 1905 y 1914 se suceden varias crisis en Francia y
    Alemania por una parte, y en Austria y Rusia por otra. La primera
    crisis de Marruecos es provocada por un discurso de
    Guillermo II en Tánger (31 de marzo de 1905), en el que
    anuncia que está dispuesto a apoyar la independencia
    de aquel país. Francia, sintiéndose apoyada por la
    Entente de 1904, creía que podría llegar a
    construir un protectorado sobre Marruecos, pues había
    conseguido ya el consentimiento de Gran Bretaña, Italia y
    España. Pero Alemania, que no había sido
    consultada, se sintió afectada económica y
    políticamente, a la vez que halló una buena
    oportunidad para destruir la Entente entre Francia y
    Rusia.

    La segunda crisis surge en Bosnia-Herzegovina
    (1908-1909). El archiduque Franz Ferdinand, heredero del trono
    austríaco, visitó Sarajevo, el 28 de junio de 1914.
    Gavrilo Princip, un nacionalista de Bosnia, era uno de los seis
    estudiantes terroristas que habían jurado asesinarlo. Los
    seis disparos que acometió matando al archiduque y a su
    mujer fueron los
    primeros que se escucharon de lo que luego se conoció como
    Primera Guerra
    Mundial.

    Nadie esperaba una guerra generalizada; después
    de todo, la crisis de los Balcanes no era algo desusado. Pero
    Austria, que pretendía convertir el asesinato en una
    ventaja contra Rusia en los Balcanes, le declaró la guerra
    a Serbia, dependiente de Rusia, el 28 de julio. Rusia
    reaccionó; Alemania reaccionó ante Rusia; se
    recurrió a las alianzas y los ejércitos se
    movilizaron; se lanzaban ultimátums de un lado a otro; y
    la guerra comenzó el 3 de agosto de forma inesperada y
    desastrosa.

    Durante los siguientes treinta años, Europa se
    vio sometida a un movimiento
    pendular, recuperándose de la guerra o preparándose
    para ella. Francia estaba directamente en medio de todo y dicha
    experiencia la transformó con la misma eficacia que lo
    habían hecho las guerras de
    revolución y Napoleón.

    4. La Cultura
    Burguesa Del Siglo XIX

    El desarrollo
    cultural viene determinado por un juego de
    fuerzas contrapuestas que raramente llegan a un equilibrio y
    que conducen con frecuencia a situaciones conflictivas,
    claramente reflejadas en la literatura y en el arte. El
    siglo XIX empieza con una revolución social y
    política seguida de un cambio espiritual fundamental,
    consistente en la traslación de los valores de
    la Ilustración, desarrollados sobre bases
    feudales, a la estructura
    social burguesa.

    La burguesía, que había pasado a ser la
    fuerza social
    dominante, ya que con el nuevo sistema
    económico disponía del dinero del que ahora carecen
    los señores feudales, enarbola los postulados de la
    Ilustración a fin de consolidar sus situación.
    Estos postulados, proclamados como "Derechos del hombre",
    propugnan la igualdad no
    sólo política, sino también espiritual. La
    naciente democratización en el campo espiritual y
    artístico fue iniciada ya en la Ilustración, cuando Anton Raphael Mengs
    (1765), en sus Reflexiones sobre la belleza y el gusto,
    formuló como principio: "Lo bello es aquello que gusta a
    la mayoría". En aquel momento estas palabras se
    dirigían a un público cuya concepción del
    mundo reconocía en el arte un valor
    independiente, en la obra de arte una función
    vital de carácter espiritual y en el artista un realizador
    de dicha función. Cuando la burguesía se
    preocupó por la búsqueda de una escala
    axiológica y tomó conciencia de su
    función en el campo de la cultura,
    concibió la función del arte de forma
    distinta.

    El filósofo y pedagogo Johann Georg Sulzer
    (1720-1779), en su Teoría
    general de las Bellas Artes, estudió las cuestiones y
    conceptos fundamentales de las artes y de la estética desde un punto de vista
    moralizante y estableció unos criterios de
    valoración que conservaron su vigencia durante todo el
    XIX, llegando incluso a nuestros días en el seno de los
    círculos burgueses. Según él, las artes no
    valen nada si se las aprecia o valora tan sólo como artes.
    En contraposición al puro goce artístico se habla
    ahora de una "utilización superior" de la pintura, de la
    función moral-pedagógica del arte.

    El Mundo Literario Del Xix

    Entre 1880 y 1900 se implanta la corriente naturalista
    en toda Europa. Su objetivo es la
    representación fiel de la realidad, eliminando cualquier
    fantasía subjetiva, esquematización o tendencia
    metafísica. Su fundamento es el positivismo
    basado en los conocimientos y los experimentos
    científicos, corriente ésta que ve al hombre
    dependiente del mundo circundante, de la herencia , el
    contexto social y la situación histórica. El
    más alto representante de este movimiento, Emilio Zola, en
    su novela Roman
    experimental, propugna que la literatura adopte los
    métodos de
    la ciencia. La
    literatura épica se vuelve hacia los temas sociales y la
    problemática de la época, y prescinde de cualquier
    interpretación de lo ficticio. Los instrumentos
    estilísticos que se utilizan son la observación, la reproducción de
    detalles aparentemente secundarios, la adopción
    de expresiones cotidianas, y el prescindir de monólogos
    muy elaborados y por ello faltos de naturalidad.

    El máximo representante en Francia es Emilio Zola
    (1840-1902), en Rusia el conde León Tolstoi (1828-1910) y
    Fedor Dostoyevski (1821-1881) y en Escandinavia Henrik Ibsen
    (1828-1906).

    En contraposición al Naturalismo se desarrolla
    desde mediados del siglo XIX el Simbolismo que, en parte, elabora
    ideas recibidas del Romanticismo de
    principios de
    siglo. Este movimiento renuncia a toda descripción objetiva de la realidad, porque
    supone la existencia de un mundo espiritual detrás de la
    realidad cotidiana, que no se describe, sino que se sugiere. Son
    características del Simbolismo el
    alejamiento de la realidad, la acentuación de los estados
    anímicos y las alucinaciones y la referencia a objetos
    reales buscando sus propiedades irreales.

    Sus más destacados representantes en Francia son
    Charles Boudelaire (1821-1867), Arthur Rimbaud (1854-1891), Paul
    Verlaine (1844-1896) y Stéphane Mallarmé
    (1842-1898). En Bélgica lo son Maurice Maeterlinck
    (1862-1949) y Emile Verhaeren (1855-1916). En Alemania las
    tendencias simbolistas se entrecruzan con otras directrices
    literarias, como por ejemplo en el círculo de Stephan
    George (1868-1933), en Federico Nietzsche
    (1844-1900), o en Rainer Maria Rilke (1875-1926). Por su parte,
    en Italia, el máximo representante del Simbolismo es
    Gabriele d'Annunzio, conocido por su promoción de una literatura nacional para
    Italia.

    Romanticismo Y Realismo
    Pictorico

    Con la caída de Napoleón y la
    consolidación de los regímenes políticos de
    la Restauración, que intentan borrar a Europa cualquier
    vestigio de Revolución
    Francesa, un movimiento cultural, el Romanticismo, se
    convierte en bandera de las jóvenes generaciones que
    aspiran a encarnar en política, literatura,… los
    principios revolucionarios que en 1814 quedan
    momentáneamente soterrados.

    El Romanticismo es, antes que nada, un grito de libertad.
    Individualismo, conversión de la intimidad en tema,
    representación subjetiva del paisaje, exaltación
    del pueblo, son algunos de los rasgos de la nueva sensibilidad.
    El Romanticismo se difunde con el ímpetu de una
    revolución; el ansia de libertad impregna las polonesas de
    Chopin o las obras de historia de Michelet, los
    cuadros de Delacroix o los versos de Byron.

    El Romanticismo pictórico francés se
    caracteriza por la recuperación de la potencia sugestiva
    del color en detrimento del dibujo
    neoclásico, por la aparición de luces brillantes,
    por la creación de composiciones dinámicas, por el
    culto al paisaje y por los temas de las revoluciones políticas
    o de los desastres que señalan un enfrentamiento fatalista
    con la naturaleza. Los máximos representantes de este
    Romanticismo pictórico en Francia serían, sin duda
    alguna, Delacroix (1798-1863) y Géricault
    (1791-1824).

    En Inglaterra, el movimiento romántico deja
    huella sobre todo en la labor de dos paisajistas ingleses,
    Constable (1776-1838) y Turner (1775-1851), así como en
    William Blake (1757-1827), considerado como un efectivo precursor
    el Surrealismo.
    Junto a estos grandes artistas e igualmente dentro de la
    línea paisajista y de gran valoración del color
    debemos citar a Bonington (1802-1828) pintor excelente, que
    trabajó en París. Pudo ser una gran figura por su
    dominio de la
    acuarela y la pincelada, en las que anuncia a los pintores del
    Barbizon.

    La escuela de Barbizon nace en Francia, y representantes
    de la misma son Camille Corot (1796-1875) y Theodore Rousseau
    (1812-1867), además de Daubigny (1817-1878), el
    holandés Jongkind, y Millet.

    En las décadas centrales del XIX, el Romanticismo
    y su idealización de la historia, de la sociedad y sobre
    todo de la naturaleza, deja paso a una corriente de interés
    por la realidad concreta, el Realismo. A
    ello contribuye de manera definitiva la completa
    implantación de la burguesía, el positivismo
    filosófico de Augusto Comte,
    la concienciación en los artistas de los terribles
    problemas
    sociales de la industrialización y el desencanto por
    los fracasos revolucionarios de 1848.

    El Realismo se niega a idealizar las imágenes;
    el hombre es
    representado en sus tareas normales y el tema de la fatiga se
    convierte en motivo fecundo de inspiración. La serie la
    inicia Millet (1814-1875) en 1848, al enviar al Salón una
    pintura que representa a un aldeano cribando trigo. El enfoque
    directo, sin perífrasis ni adornos, supone un choque con
    las convenciones, con la concepción del arte como una
    categoría sublimadora de la realidad. Además de
    Millet, es Courbet (1819-1877), un magnífico representante
    de este Realismo pictórico.

    Nace Un Nuevo Estilo

    La trayectoria del siglo XIX está presidida por
    la preocupación por la luz, desde los encuadres luminosos
    vibrantes con que el Romanticismo acompaña su
    temática revolucionaria hasta los poéticos paisajes
    de la Escuela de Barbizon. En el último cuarto de siglo,
    el Impresionismo
    culmina esta tendencia de unir visión y luz y afronta el
    problema de representar un paisaje con sus elementos fluctuantes,
    sus circunstancias atmosféricas, que varían de un
    momento al siguiente. La captación de la luz mediante
    toques cromáticos sueltos fue ambición de todos los
    grandes maestros. Pero fueron especialmente los paisajistas
    ingleses, Constable y Turner, los que constituyeron por su
    preocupación luminosa y su captación de viento, la
    lluvia, el sol,… el
    antecedente más directo. Se trata, por tanto, de la
    culminación de una evolución del arte, pero al nacimiento del
    estilo contribuyen algunas circunstancias
    históricas.

    Con el positivismo filosófico y los avances de
    las ciencias
    físicas se postula una actitud de
    verismo ante la realidad; de la misma manera que el evolucionismo
    de Darwin
    revoluciona las ciencias
    biológicas con sus métodos de observación o que el positivismo invierte
    los términos de la indagación filosófica al
    primar la experiencia, el pintor se siente comprometido a buscar
    la verdad visual.

    La plasmación de este realismo visual exige una
    manera diferente de mirar, de contemplar la naturaleza. Se busca
    lo fugitivo, lo fluido; se prefieren los ríos vaporosos o
    helados, la tierra
    húmeda y brumosa, los humos de las aglomeraciones
    urbanas,…; todo cuanto suponga prepotencia de los elementos
    evanescentes, sugeridores del paso del tiempo.

    Pero el Impresionismo tuvo una durísima acogida
    social. La sensibilidad social fue tan hostil a la nueva manera
    de pintar como a algunas doctrinas científicas, como por
    ejemplo el evolucionismo.

    Se podrían extraer unos puntos claros y comunes
    distintivos de este nuevo estilo impresionista: pasión por
    la pintura al aire libre,
    nuevos temas que recuperan 'lo banal', nueva valoración de
    la luz y nuevo colorido, una técnica suelta y ligera con
    pinceladas vigorosas y cortas, una nueva valoración del
    espacio ilusorio, una dinámica relación con el
    público que ahora no puede mantenerse pasivo, y nuevo modo
    de concebir la relación entre los propios artistas, unidos
    por el propósito de luchar juntos por el triunfo de sus
    ideales estéticos.

    Los Maestros Impresionistas

    A Manet, que se coloca entre los pintores cotizados
    antes que sus compañeros, le correspondió la
    misión
    histórica de la ruptura: tras una etapa en que respeta los
    cánones académicos, provoca el escándalo en
    el Salón de los Rechazados con su Almuerzo campestre en
    1863 y su Olimpia en 1865. Dos cabezas de escuela tendrá
    el Impresionismo, Manet hasta los primeros años 70, y
    Monet a continuación.

    El más poético de todos los pintores
    impresionistas es Claude Monet (1840-1926). Atraviesa diferentes
    fases del movimiento (gestión, auge y disolución) y tiene
    un claro valor
    emblemático. En 1872 se hace acomodar en Argenteuil un
    barco-taller desde el que pinta paisajes acuáticos, plenos
    de reflejos, como el que servirá de pretexto a Leroy para
    designar al grupo: Impresión, Sol naciente (1874). En
    Monet hay un deseo de sintetizar sus conquistas, lo cual le lleva
    a pintar series como la de la Estación de Saint-Lazare
    (1876-78), la Catedral de Ruan (1892-94) o las Ninfeas
    (1905-1908), en las cuales el método
    analítico va conduciendo, paulatinamente, a la
    abstracción.

    Camille Pissaro (1830-1903) es el más viejo del
    grupo y el más cercano a Manet. Jugó un papel de
    cohesionador, de fortalecedor de los lazos de amistad entre los
    pintores. Con su bondad y su habilidad para el trato humano hizo
    más fácil la existencia del grupo impresionista,
    ante el cual actuó como un verdadero aglutinante. En 1886,
    cansado del 'espontaneísmo' de sus compañeros, se
    une a las búsquedas 'científicas' de Seurat y de
    Signac.

    Auguste Sisley (1839-1899), representa en alto grado la
    pureza impresionista: pinta solamente paisajes con un cierto
    sentido constructivo que no desaparece, como en Manet, con
    investigaciones luminosas.

    Edgar Degas (1834-1917) tuvo una formación
    académica que se notará siempre en su pasión
    por el dibujo; frente a los otros impresionistas, pinta casi
    exclusivamente escenas, tipos y costumbres ciudadanas. No se
    apasiona con la luz natural, sino con la artificial y tiene una
    peculiar manera de evocar el espacio conseguido mediante el
    movimiento de sus figuras y el encuadre.

    En los años 80 algunos maestros estimaban que la
    recreación poética en la luz no
    respondía a las exigencias científicas de estudio
    del color con que se había iniciado la escuela, y
    sustituyen la pincelada larga por pequeños toques, puntos
    de colores puros, que exigen un estudio detenido de la tela y
    meses de tarea. Es el periodo puntillista o divisionista, que
    aplica la ley de los
    contrastes simultáneos de Chevreul. Sus maestros
    más destacados son Seurat y Signac.

    5. La Saga De Los
    Renoir

    Todo empezó con una leyenda sobre el apellido
    Renoir. O, por lo menos, así es como se lo contaba a
    Renoir Margerithe, su madre: y es que su abuelo, de origen noble,
    cuya familia había perecido en las épocas de
    Terror, fue recogido de niño por un almadrenero que se
    llamaba Renoir. Fuere o no verdad, lo que es cierto es que desde
    la generación del pintor Renoir, nos encontramos, desde
    sus hermanos hasta su descendencia, importantes personalidades
    del mundo de las artes y las letras. Su hermano mayor,
    Pierre-Henri, será grabador de orfebrería, y su
    hija Luisa seguirá el oficio paterno, lo mismo que el
    segundón, Victor, radicado durante mucho tiempo en Rusia.
    Por otro lado, su hermano pequeño, por orden de nacimiento
    el que le sigue, Edmond, sería de mayor
    periodista.

    Pero eso no es todo. Renoir tuvo tres hijos, Pierre,
    Jean y Claude. El mayor, Pierre, nacido el 21 de marzo de 1885 y
    fallecido el 11 de marzo de 1952, sería un admirable actor
    de teatro y de
    cine, que
    dejó un hijo -nieto de nuestro pintor-, Claude (nacido el
    3 de diciembre de 1913), considerado como uno de los mejores
    directores de fotografía
    franceses y asiduo colaborador de su tío Jean. Conviene no
    confundir, como algunas veces se ha hecho, a este Claude Renoir
    con su homónimo, que es, en realidad, también
    tío suyo, hermano menor de Jean, benjamín de los
    tres hijos del pintor impresionista, nacido el 4 de agosto de
    1901 y que ha tenido escasas actuaciones artísticas, entre
    ellas, la de servir en contadas ocasiones de ayudante o de
    administrador
    en las producciones de Jean Renoir y, por supuesto, la de servir
    de modelo para muchos de los cuadros de su padre.

    Pero el más representativo o famoso de los hijos
    de Renoir, fue Jean, el mediano, que ha resultado ser uno de los
    directores de cine
    más relevantes de comienzos del siglo XX.

    De Tal Palo, Tal Astilla

    El título de este epígrafe no es gratuito,
    y conviene explicar que no nos referimos a que Jean Renoir, hijo
    de nuestro artista, se haya consolidado como un importante
    pintor, no. Es solamente una forma de decir que la misma
    relevancia y representatividad que tuvo su padre dentro del
    movimiento impresionista del XIX, la ha tenido él en el
    mundo del celuloide francés del siglo XX.

    Jean Renoir nació en París el 15 de
    septiembre de 1894, en la finca denominada 'Château des
    Brouillards', que existía en lo alto de la colina de
    Montmartre, zona entonces aún campesina, con verdes
    praderas y abundante arbolado.

    Inicia el bachillerato en un colegio particular de la
    rúe de Monceau y lo concluye, en 1912, en el colegio de
    Santa Cruz, de Neuilly. Por entonces, lo que más le
    atraía era la literatura; en el estudio de su padre
    frecuentaba más el trato de los escritores que el de los
    pintores. Desde luego, parecía decidido, con el
    beneplácito del viejo Auguste Renoir, a seguir una
    profesión liberal.

    En 1914, antes de cumplir los veinte años, es
    alistado para luchar en la Primera Guerra
    Mundial, y marcha al frente con un regimiento de Cazadores
    Alpinos. El año siguiente, sufre una herida en una pierna
    y automáticamente recibe la orden de
    desmovilización, pero utiliza todas las influencias
    familiares que puede para obtener la licencia de piloto de
    aviación y seguir participando en la contienda como
    observador.

    Durante la guerra aprovechaba los permisos para ir mucho
    al cine, que le atraía bastante. El descubrimiento de los
    primeros films de Charlie Chaplin le produjo una profunda
    impresión. Y por esta época, por primera vez, de
    manera puramente circunstancial, Jean Renoir aparece ante la
    cámara.

    Para ilustrar una serie de conferencias que acerca de
    las grandes figuras de Francia se proponía pronunciar en
    países neutrales, sobre todo los del continente americano,
    Sacha Guitry, que por entonces empezaba a darse a conocer como
    actor dramático, rodó una serie de breves films de
    testimonio directo con las personalidades de las que iba a
    ocuparse en sus disertaciones. Entre ellos, estará Auguste
    Renoir, ya con más de setenta años de edad y
    sufriendo atrozmente del reúma articular que apenas le
    permitía y manejar con su soltura admirable los pinceles.
    Y es aquí donde aparece el joven Jean con su padre,
    ofreciéndole los pinceles.

    En 1919 Jean contrae matrimonio con la
    alsaciana Catherine Hessling, que fue una de las últimas
    modelos de su padre y que demostraría en el cine una
    fotogenia extraordinaria y unas dotes exquisitas de actriz sutil
    e inquietante. De ese matrimonio
    nacería en 1922, Alain, que desempeña una
    cátedra de Historia de la Edad Media en
    una universidad
    norteamericana de Massachussets.

    Poco después de la boda, Jean y su esposa se
    instalaron en la propiedad de
    Marlotte, donde el pintor pasaba los veranos. Aunque el cine le
    entusiasmaba y seguía con apasionamiento cuantas
    películas podía ver, sobre todo las
    norteamericanas, no pensaba Jean en modo alguno dedicarse a
    él; en cambio, decidió consagrarse a la cerámica y para ello se instaló en
    Marlotte un horno adecuado.

    Pero en 1924 le impresionó de tal manera- igual
    que le ocurriera a su padre con Diana en el baño de
    Boucher- la visión del film expresionista de Ivan
    Mosjoukin "Le brasier argent", producida y realizada por el grupo
    de rusos blancos emigrados que trabajaban en París, que se
    planteó el dilema de proseguir su tarea de ceramista o
    abandonarla para entregarse al cine. La decisión
    tomó cuerpo unos meses después, al contemplar la
    extraordinaria producción de Erich von Stroheim, "Esposas
    frívolas", una obra que, según declaración
    propia, llegó a ver no menos de diez veces.

    Entró en el cine como argumentista y productor;
    fue también actor, tarea a la que volvería
    excepcionalmente en alguno de sus films de madurez.
    Invirtió en sus primeras películas no sólo
    la parte heredada de la fortuna de su padre, sino también
    cuanto de ceramista había ganado y contrajo deudas, por lo
    que hubo de aceptar trabajos de encargo que le permitiesen salvar
    su situación económica, ponerse al día en
    ingresos y
    gastos y poder
    realizar, sin compromisos de ninguna clase, un cine personal a su
    entero gusto.

    Y, al igual que su padre en otra época, él
    luchó por lograr el triunfo de sus nuevas ideas. Como
    nuestro pintor, Jean Renoir consiguió un éxito
    rotundo. De tal palo… tal astilla.

    Teorias Impresionistas De Renoir

    Al igual que hiciéramos con un epígrafe de
    la
    personalidad el artista, ahora extraeremos algunas
    declaraciones que Renoir hizo a Vollard sobre sus teorías
    impresionistas.

    "Azar de la sensación, pujanza del instinto, vaya
    idioteces. Me recuerda a aquellos que nos felicitan por haber
    sabido dar a nuestros modelos poses expresionistas. ¡Eso se
    llama tener poca suerte! Toda esta gente ignora, por ejemplo, que
    Cézanne llamaba a sus composiciones 'recuerdos de museos'.
    En cuanto a mí, mi cuidado único y constante ha
    sido el de pintar cosas tales como frutas hermosas… Pero vaya
    usted y dígale a toda esa gente que la cosa más
    importante para un pintor es saber cuáles son los colores
    que dirán, así como para un albañil lo
    más importante es saber preparar la mejor
    argamasa."

    "Siempre la misma manía de querer coleccionar un
    conjunto inmutable de formular y de procedimientos
    -refiriéndose a la revista Las
    reglas del Impresionismo-. Para que esta gente quedara satisfecha
    deberíamos tener todos la misma paleta, el socialismo en
    arte, qué sé yo… ¡La pintura en veinticinco
    lecciones!".

    Hablando sobre el puntillismo decía: "Mirbeau me
    llevó un día a un exposición de
    éstas… Pero lo más sorprendente, fue que en la
    entrada lo prevenían a uno de que debía mirar los
    cuadros a una distancia de dos metros y medio si es que
    quería comprender lo que representaba la tela. Y yo, que
    soy tan aficionado a dar vueltas y vueltas en torno a un
    cuadro…".

    "La verdad es que, en pintura, como en cualquier arte,
    no existe un sólo procedimiento que
    se avenga a ser encerrado en una fórmula. Yo he tratado de
    dosificar una de una vez por todas el aceite que pongo en mi
    color, y me ha sido imposible. ¡Cada vez debo poner el
    aceite al tanteo! Cuando se ha aprendido de los
    'científicos' que las sombras violetas se producen
    mediante la oposición del amarillo y del azul, se cree
    saber mucho; pero cuando uno sabe esto, se ignora todo
    todavía. En pintura hay algo más, que no se explica
    en forma alguna, y que es lo esencial. Llega usted ante la
    naturaleza lleno de teorías, pero la naturaleza echa todo
    por tierra…".

    "Miro un desnudo; hay miríadas de pequeñas
    motas de color. Tango que buscar
    aquéllas que hagan de esa carne, sobre mi tela, algo que
    viva, que se mueva".

    "Por lo que a mi respecta, siempre me ha cuidado de ser
    un revolucionario. Siempre he creído y sigo creyendo que
    no hago más que continuar lo que antes otros han hecho
    mejor que yo".

    "Al aire libre la luz es más variada que en el
    estudio, donde sigue inalterable para todo propósito y
    tarea. Pero justamente por esta razón la luz juega un
    papel excesivo
    al aire libre. No se tiene tiempo para pulir una
    composición, uno no ve lo que hace. Recuerdo que una vez
    una pared blanca proyectaba sus reflejos sobre mi lienzo mientras
    pintaba. Yo seleccionaba colores cada vez más oscuros, per
    sin éxito: pese a mis intentos, salía demasiado
    claro. Pero cuando más tarde contemplé el cuadro en
    el estudio, parecía completamente negro. Si un pintor
    pinta directamente al natural, en el fondo no busca sino efectos
    del momento. No se esfuerza en plasmar, y pronto sus cuadros se
    hacen monótonos".

    "También el paisaje es de utilidad para un
    retratista. Al aire libre uno es conducido a poner sobre el
    lienzo tonos que no puede representar en la luz atenuada del
    estudio. ¡Pero qué oficio, el de paisajista! Se
    pierde medio día para trabajar una hora. De diez cuadros
    se acaba uno, pues el tiempo ha cambiado".

    "La pintura sirve además para decorar las
    paredes. Por ello debe ser lo más rica
    posible".

    "Felizmente, ninguna estupidez del mundo podrá
    jamás hacerle perder a un pintor su gusto por
    pintar".

    6. El Arte Como
    Oficio

    El pequeño Rubens; no sin acierto le llamaban a
    edad temprana sus compañeros del taller de porcelanas. Su
    ascendencia humilde en el seno de una numerosa familia hace que
    el joven Pierre Auguste tenga pronto que elegir un oficio. Los
    padres calibran las aptitudes y disposición hacia dos
    ámbitos distintos del arte, la música y el dibujo.
    Felizmente, el consejo de su hermano mayor, grabador de
    profesión, y de un futuro cuñado, diseñador
    de moda, le hacen
    inclinarse por el dibujo aplicado a la industria de la porcelana,
    de la que Limoges, su ciudad natal, es capital. Con
    tan sólo trece años, se gana ya la vida, al punto
    que comienza a sentar las bases de su técnica
    pictórica.

    De este modo se inicia Renoir en el mundo de la
    creación artística. No debe pensarse, sin embargo,
    que fuera por azar. La vocación era cierta, y aun a
    riesgo de dar
    bandazos en especulaciones, bien podría afirmarse que de
    no haber sucedido así, hubiera terminado aflorando de
    cualquier otra manera. Esto se demuestra en que tanto el oficio
    como la técnica de su arte fueron para él un
    deleite constante. Pero, a pesar de su amor por el "oficio", no
    lo consideró nunca una mera cuestión de habilidad.
    En repetidas ocasiones manifestó su desagrado por las
    obras cuya exclusiva virtud residía en la destreza de su
    ejecución. Así, poco antes de morir comentó:
    "Todavía estoy haciendo progresos". Esta humildad revierte
    de forma positiva en el conjunto de su obra, así como el
    placer con el que se consagraba a su tarea se translucía
    tanto en la temática como en la factura.

    En el ínterin, de los sencillos ramilletes de
    flores pasó a la ejecución de figuras como el
    delicado y arduo perfil de María Antonieta, dejando en el
    camino pájaros y escenas pastorales sobre vajillas,
    lámparas o teteras. Fue en el taller de decoración
    de porcelanas donde Renoir aprendió a pintar con pinceles
    flexibles, redondos y afilados. Y allí también
    donde adquirió el hábito de jugar con la
    transparencia de los colores, característica que tanta
    importancia revestirá en la definición de su
    estilo. Se utilizan los tonos fluidos, de cuerpo similar a la
    acuarela, que permiten vislumbrar el fondo en lugar de
    ocultarlo.

    Los nuevos procedimientos de
    impresión industrial de la cerámica obligan a
    cerrar el taller, por lo que Pierre Auguste probará
    fortuna con los abanicos y los estores. Su talento y rapidez de
    ejecución no tardan en convertirle en un oficial de enorme
    valía, máxime por su sorprendente capacidad para
    plasmar el parecido de los modelos en los retratos. La destreza
    con que pinta se resuelve notable en el cuadrito de esta
    época Pierrot y colombina, con lo que se decide a ingresar
    en la Escuela Oficial de Bellas Artes.

    Entre La Forma Y El Color

    Estas escuetas notas biográficas son
    imprescindibles para comprender las raíces del estilo de
    Renoir. Si la cerámica le reveló el hallazgo de las
    veladuras, las largas horas pasadas en el Louvre copiando "del
    antiguo" le infundirán la obsesión por la forma. En
    efecto, las enseñanzas académicas recibidas le
    marcarán decisivamente para toda su carrera, por cuanto le
    mostrarán el valor de la tradición, al que
    consideraba necesario para continuar avanzando. Se comprende
    ahora que la Diana en el baño de Boucher fuera su "primer
    amor", así como el inicio de su predilección por
    los temas gozosos y placenteros.

    Y es que Renoir pintaba "para divertirse". No
    podía ser de otra manera, habida cuenta de su
    inclinación natural a la alegría, que se
    traducía a la vista de todos en un temperamento
    inusitadamente vitalista. Disfrutando de su labor, se
    decía devoto de los grandes maestros del realismo y, en
    particular, de Courbet y de Ingres. Sus amigos y
    condiscípulos en el taller del pintor Gleyre, Monet,
    Sisley y Bazille, manifestaban su incomprensión por las
    preferencias del joven Renoir. Estos consideraban el academicismo
    como una amenaza constrictora que pendía sobre sus ansias
    de libertad.

    Ingres y Delacroix habían sido los ejes de las
    polémicas estéticas de la mitad del siglo XIX. La
    rivalidad que enfrentaba a ambos les había conducido a
    erigirse en paladín de la línea y de la
    precisión de la forma, el primero, y "santo patrón
    del color", el segundo. Los futuros impresionistas se decantaban,
    obviamente, del lado del romántico, renegando del enemigo
    del color moderno, mientras Renoir admiraba a ambos distinguiendo
    con exquisito y maduro criterio la belleza de la severidad
    clásica de Ingres y el torrente de efusivo color que
    desprendían las obras de Delacroix. El reconocimiento por
    Ingres se volverá idolatría en el llamado
    "período agrio", también conocido como
    "período ingresco".

    Renoir no podía y no deseaba reprimir su
    entusiasmo por el buen hacer con la figura humana. Con tal
    actitud,
    afrontó problemas de
    dibujo y modelado que no se incluían en los proyectos de sus
    compañeros, movidos hacia los encantos del
    paisaje.

    Es frecuente señalar una anécdota referida
    por el marchante Ambroise Vollard, al cual Renoir le
    confió la extraordinaria admiración que le causaron
    las esculturas de Jean Goujon en la Fuente de los Inocentes. El
    joven quedó maravillado, una tarde cualquiera, por
    aquellas mujeres fuertes, graciosas y desenfadadas, quedando
    impresionado para siempre por la plástica
    escultórica del cuerpo femenino.

    No hemos hablado aún de la segunda gran
    coordenada de su arte. La pasión por la forma en Renoir va
    de la mano del imperativo de la luminosidad y el color. Su
    desencadenante puede encontrarse asimismo en el Louvre, donde
    Delacroix desplegaba sus rabiosas telas. Pero es más
    lógico pensar que su relación con los futuros
    adalides del impresionismo, Bazille, Sisley, Monet,
    también Cezanne, Pissarro…, contribuyó a ese
    despertar incontenido del color. Lo cierto es que tras intimar en
    el taller del pintor Gleyre, donde coincidió con los tres
    primeros, la búsqueda de un nuevo lenguaje
    pictórico, basado en las puras percepciones de los efectos
    atmosféricos, supuso una pieza clave en el conjunto de su
    obra. De momento, los jóvenes artistas continúan su
    periodo de formación con entera libertad por parte de su
    maestro, Gleyre. Coinciden en decirse fascinados por Delacroix y
    Manet, aunque también ejercen su influencia Jongkind,
    Corot y Díaz.

    El bosque de Fontainebleau era en aquéllos
    días el centro de la escuela de Barbizon: Millet, Rousseau,
    Daubigny, Dupré y Troyon, lo mismo que Corot y
    Díaz. En este marco, Renoir conocerá un día
    personalmente a uno de los pintores que más admira: la
    fortuna le lleva a ser defendido de la burla de unos rapaces por
    el mismísimo Díaz. Los consejos serán
    agradecidos por su seguidor; que nunca pinte sin modelos y que
    renuncie al color local. Resulta anecdótico que
    además, animara a nuestro joven artista a cejar en el uso
    del betún, sustancia oscura y a modo de brea, que se
    empleaba tradicionalmente bien para procurar sombras, bien para
    la obtención de fulgores dorados de dudosa luminosidad. La
    felicidad de la luz, recién descubierta, hará que
    destruya poco más tarde su Esmeralda bailando con su
    cabra, admitida en el Salón de 1863.

    Realismo Versus Modernidad

    En el mismo año, los cuadros de Manet han
    escandalizado al público e impactado en el grupo del
    taller de Gleyre, lo mismo que entre los camaradas de la Academia
    Suisse, Pissarro,Guillaumin y Cèzanne, quien entonces
    amista con Renoir. Este se debate entre
    dos estilos distintos. De una parte, la modernidad de
    Manet y de otra, el realismo de Courbet.

    Ambos se conjugan en el retrato Lise con sombrilla
    (Essen, Folkwangmuseum) que es aceptada en el Salón de
    1868. En el contraste del negro del cinturón sobre el
    blanco del vestido se puede ver una cierta influencia del
    precursor de los impresionistas, así como en el retrato
    del matrimonio Sisley, con las rayas rojas y amarillas del
    vestido, o en el gris del pantalón. Sin embargo, aunque la
    elección del tema y la composición rememoran a
    Manet, no se debe descuidar la factura muy
    respetuosa del modelado y de las transiciones de la sombra a la
    luz, de las que aquél se despreocupaba.

    Este cuadro va a poner a Renoir bajo los focos de la luz
    pública; Zola le clasifica con Bazille y Monet en la
    categoría de los "actualistas" y describe a Lise
    "balanceando su cuerpo flexible entibiado por la tarde ardiente.
    Es una de nuestras mujeres, mejor aún, una de nuestras
    amantes, pintada con gran realismo y busca atinada de lo
    moderno". Castagnary augura la entrada triunfal de los
    jóvenes al Olimpo de la pintura, a los que llama
    "naturalistas" y censura la determinación de las
    autoridades de relegar a Lise a la buhardilla de la
    exposición. Pero allí no se encuentra desamparada;
    la Reunión de familia de Bazille(Musée
    d´Orsay) y los Grandes navíos de Monet la
    acompañan.

    Lise volverá a reaparecer en Los novios, obra
    conocida como Los esposos Sisley (Colonia, Wallraf-Richartz
    Museum), de tendencia naturalista y como le ha reconocido, con un
    leve aire de Biedermeier, compañero del taller de Gleyre.Y
    luego, con la misma enagua rayada y sobre un fondo de hojas
    ejecutado con toques redondos, como los que pintó Courbet
    en La hamaca (Winterthur, col. Oskar Reinhart), se la reconoce en
    el estudio En verano.

    Por su parte, el aliento de Courbet se presiente
    palmario en la Diana cazadora (National Gallery, Washington),
    rechazada por el Salón en 1867. Renoir mismo cuenta a
    propósito de este cuadro: "Lo único que
    pretendía hacer era un estudio de un desnudo. Pero el
    cuadro fue considerado poco decente, por lo que pinté un
    arco en su mano y un ciervo a sus pies. Añadí una
    piel de animal sobre su cuerpo, para que el desnudo resultara
    menos evidente". Una Diana por necesidad en la que ha empleado la
    espátula y los pigmentos más espesos en honor a los
    dictados del promotor del realismo. Encontramos tonos
    fríos plateados, así como un pronunciado interés en
    la variedad de texturas, substancias, colores, valores e
    interpretaciones. Las líneas de la pintura van del cielo
    suave y claro a la piel rica y brillante, después a las
    rocas vigorosas,
    para finalizar en el amplio y moteado follaje.

    De nuevo, Courbet en la Banista con un perrito de aguas,
    recibida en el Salón de 1870 junto con la Mujer de Argel
    (National Gallery, Washington), odalisca que nos hace pensar en
    Delacroix tanto por el tema como por la paleta.

    El interés que demuestra por ambos es puramente
    pictórico, pues Renoir se mantiene al margen del
    transfondo ideológico, socializante y revolucionario, que
    subyace en aquéllas obras. El artista de Limoges siempre
    exteriorizó su disgusto por la moralina que desprenden los
    lienzos de Courbet. Desde el principio la obra de Renoir se
    orientó a una recreación de cuanto bello y alegre
    se encuentra en la naturaleza.

    Los Trabajos De Decoracion

    El talento innato del joven pintor y la destreza
    manual, sumada
    a los conocimientos técnicos adquiridos, le van haciendo
    cobrar fama de excelente retratista que ve aumentar los encargos.
    Las amistades que se sabe granjear en la bohemia parisina
    contribuyen a todo ello. Los trabajos de decoración
    tampoco le espantan; según su hijo Jean, habría
    empleado sus pinceles y habilidades en más de una veintena
    de cafés parisienses. Uno llama particularmente la
    atención: en el café
    situado frente al Circo Napoleón pende un payaso
    músico, trasunto del Pífano (Musèe
    d´Orsay) y del Victorine Meurend en Espada (Nueva York,
    Metropolitan Museum), de Manet. Se traduce en una silueta
    colocada contra un fondo neutro, ante el semicírculo de un
    areópago ingenuo en el que se reconoce a su madre y su
    hermana.

    Y de los cafés saltará a los majestuosos
    palacios. Charles Le Coeur le introduce en el círculo de
    los Bibesco, para quienes dirige las obras de edificación
    del palacio en la avenue de Latour-Maubourg. El encargo, esta
    vez, consistirá en la decoración de dos cielos
    rasos con efectos llamativos, hoy desaparecidos, pero de los que
    nos ha llegado constancia mediante un par de acuarelas del Museo
    de Berlín.

    Los Primeros Paisajes

    Sin embargo, la desenvoltura de Renoir se evidencia ya
    no sólo en representaciones de la figura, también
    en los paisajes, que se traducen con una factura más
    libre, absolutamente diversa.

    Más próximo a Corot que a Courbet tenemos
    Los Champs-Elysées (1867, col. priv.), donde algunos
    críticos también observan reminiscencias de
    Fragonard. En esta tela, como en El parque de Saint-Cloud se
    anuncian las primeras tendencias impresionistas. El motivo incita
    a una nueva factura, caldo de cultivo de la futura pincelada
    dividida que llegará a ser el trazo característico
    de los impresionistas.

    El pincel aún oscilante se define en otros
    términos en Pont des Arts (Northon Simon Collection, Los
    Angeles), de 1868 y toque seco y cortado, y en Barcazas en el
    Sena de 1869. Sólo si miramos atentamente, encontraremos a
    dos predecesores del impresionismo, Corot y Jongkind, pero sin
    ninguna otra intención transgresora. En efecto, la luz
    crea una atmósfera plomiza, un
    cielo encapotado a lo Jongkind, y no luminosa y vibrante. Lo
    mismo la factura, muy libre en su agilidad esquemática a
    lo Corot, dista de la división del toque.

    De nuevo despunta el cambio de estilo en Patinadores en
    el Bois de Boulogne (col. priv.), en sintonía con el
    éxito obtenido por Jongkind con los temas invernales.
    París vive uno de los inviernos más gélidos
    que recuerda. Toques rápidos, estenografía
    danzarina de los personajes y fluidez de la nieve recuerdan al
    pintor holandés, a quien Monet dice deber "la educación
    definitiva de su ojo". De lo nuevo a lo antiguo y viceversa. El
    desenlace de estos vaivenes estilísticos será un
    alejamiento paulatino del realismo dogmático. Estas
    influencias no son sino el punto de partida hacia los primeros
    experimentos
    del maestro de la impresión.

    La Autonomia De Estilo

    Hace años que Renoir va incorporando todas estas
    aportaciones a su formación, pasadas por una criba muy
    personal que le lleva a discernir lo valioso para su propio
    bagaje de lo supérfluo. Sin embargo, no puede decirse que
    pintara a "la manera de" ninguno de cuantos admiraba, puesto que
    el interés no dejaba de ser puntual y relativamente
    pasajero. No se manifestaban como estímulos determinantes
    y persistentes en el tiempo, sino que sólo respiraban en
    las telas ora Courbet aquí, ora Jongkind allá, ora
    Boucher acullá.

    En todo caso, ni Courbet ni Manet, los guías
    principales, consiguieron con su estela sobreponerse a un
    temperamento demasiado diferente de ellos. Renoir
    declarará más tarde que si él y sus
    camaradas habían considerado siempre a Manet "como el
    abanderado del grupo, es porque en sus obras era el que
    más se acercaba a esa fórmula simple que todos
    trataban de adquirir". No se trataba, pues, de una
    adhesión absoluta a unos planteamientos, sino de una tabla
    de salvación en medio de la confusión.

    El arte oficial contemporáneo languidecía
    en tópicos y reglas académicas, por lo que la nueva
    generación de pintores se debatía en la busca de
    soluciones.
    Primero Courbet y luego, y sobre todo, Manet le brindaron una
    pista por medio de la sencillez pictórica liberada de
    ambages. Pero Manet no es para ellos más que una etapa,
    que pronto dejarán atrás, dejándose guiar
    por sus respectivos temperamentos.

    Los Albores Del Impresionismo

    Tras el paréntesis de la guerra de 1870, los
    futuros impresionistas se reagrupan en las colinas de la ribera
    izquierda del Sena. Renoir vivirá durante el verano con
    sus padres en Louveciennes, cerca de Pissarro y a unos minutos de
    Monet. En los parajes inmediatos, tanto Monet como Renoir,
    piensan encontrar asuntos para el próximo Salón. Se
    inicia una etapa de estrecho contacto entre ambos, propiciado por
    la comunidad de
    intereses. Escribe Renoir a Bazille: "Casi a diario estoy en casa
    de Monet, que, dicho sea entre paréntesis, envejece. No
    comemos todos los días; pero estoy contento de todas
    formas, porque la pintura de Monet es buena compañera". La
    colaboración les conducirá a elaborar estudios
    conjuntos que
    aportarán la primera respuesta a la transcripción
    de los personajes a plena luz, que buscan también Bazille
    y Berthe Morisot. Todo está preparado para el despegue del
    impresionismo.

    En esos lienzos, el juego de las
    manchas solares deja perfectamente plasmada la transparencia del
    aire, el espejeo del agua, el
    temblor de las hojas y el tornasol de las telas. Ambos pintores
    acuden a veces a los mismos motivos, como el islote de
    Pot-à-Fleurs, pero varía el talante con que son
    resueltos, siendo los de Renoir mucho más alegres que los
    de su amigo. En otros, la cercanía de Monet no admite
    lugar a dudas: barcas vacías y reflejos muy trabajados. El
    Salón no admitirá estas obras en 1870, demasiado
    revolucionarias para sus anquilosadas paredes. Sí
    hará, en cambio, un hueco para la Mujer de Argel y para La
    bañista con perrito de aguas, citadas ya ambas al hablar
    de la huella de Courbet y Corot.

    7. El Arte Como
    Oficio

    El pequeño Rubens; no sin acierto le llamaban a
    edad temprana sus compañeros del taller de porcelanas. Su
    ascendencia humilde en el seno de una numerosa familia hace que
    el joven Pierre Auguste tenga pronto que elegir un oficio. Los
    padres calibran las aptitudes y disposición hacia dos
    ámbitos distintos del arte, la música y el dibujo.
    Felizmente, el consejo de su hermano mayor, grabador de
    profesión, y de un futuro cuñado, diseñador
    de moda, le hacen
    inclinarse por el dibujo aplicado a la industria de la porcelana,
    de la que Limoges, su ciudad natal, es capital. Con
    tan sólo trece años, se gana ya la vida, al punto
    que comienza a sentar las bases de su técnica
    pictórica.

    De este modo se inicia Renoir en el mundo de la
    creación artística. No debe pensarse, sin embargo,
    que fuera por azar. La vocación era cierta, y aun a
    riesgo de dar
    bandazos en especulaciones, bien podría afirmarse que de
    no haber sucedido así, hubiera terminado aflorando de
    cualquier otra manera. Esto se demuestra en que tanto el oficio
    como la técnica de su arte fueron para él un
    deleite constante. Pero, a pesar de su amor por el "oficio", no
    lo consideró nunca una mera cuestión de habilidad.
    En repetidas ocasiones manifestó su desagrado por las
    obras cuya exclusiva virtud residía en la destreza de su
    ejecución. Así, poco antes de morir comentó:
    "Todavía estoy haciendo progresos". Esta humildad revierte
    de forma positiva en el conjunto de su obra, así como el
    placer con el que se consagraba a su tarea se translucía
    tanto en la temática como en la factura.

    En el ínterin, de los sencillos ramilletes de
    flores pasó a la ejecución de figuras como el
    delicado y arduo perfil de María Antonieta, dejando en el
    camino pájaros y escenas pastorales sobre vajillas,
    lámparas o teteras. Fue en el taller de decoración
    de porcelanas donde Renoir aprendió a pintar con pinceles
    flexibles, redondos y afilados. Y allí también
    donde adquirió el hábito de jugar con la
    transparencia de los colores, característica que tanta
    importancia revestirá en la definición de su
    estilo. Se utilizan los tonos fluidos, de cuerpo similar a la
    acuarela, que permiten vislumbrar el fondo en lugar de
    ocultarlo.

    Los nuevos procedimientos de impresión industrial
    de la cerámica obligan a cerrar el taller, por lo que
    Pierre Auguste probará fortuna con los abanicos y los
    estores. Su talento y rapidez de ejecución no tardan en
    convertirle en un oficial de enorme valía, máxime
    por su sorprendente capacidad para plasmar el parecido de los
    modelos en los retratos. La destreza con que pinta se resuelve
    notable en el cuadrito de esta época Pierrot y colombina,
    con lo que se decide a ingresar en la Escuela Oficial de Bellas
    Artes.

    Entre La Forma Y El Color

    Estas escuetas notas biográficas son
    imprescindibles para comprender las raíces del estilo de
    Renoir. Si la cerámica le reveló el hallazgo de las
    veladuras, las largas horas pasadas en el Louvre copiando "del
    antiguo" le infundirán la obsesión por la forma. En
    efecto, las enseñanzas académicas recibidas le
    marcarán decisivamente para toda su carrera, por cuanto le
    mostrarán el valor de la tradición, al que
    consideraba necesario para continuar avanzando. Se comprende
    ahora que la Diana en el baño de Boucher fuera su "primer
    amor", así como el inicio de su predilección por
    los temas gozosos y placenteros.

    Y es que Renoir pintaba "para divertirse". No
    podía ser de otra manera, habida cuenta de su
    inclinación natural a la alegría, que se
    traducía a la vista de todos en un temperamento
    inusitadamente vitalista. Disfrutando de su labor, se
    decía devoto de los grandes maestros del realismo y, en
    particular, de Courbet y de Ingres. Sus amigos y
    condiscípulos en el taller del pintor Gleyre, Monet,
    Sisley y Bazille, manifestaban su incomprensión por las
    preferencias del joven Renoir. Estos consideraban el academicismo
    como una amenaza constrictora que pendía sobre sus ansias
    de libertad.

    Ingres y Delacroix habían sido los ejes de las
    polémicas estéticas de la mitad del siglo XIX. La
    rivalidad que enfrentaba a ambos les había conducido a
    erigirse en paladín de la línea y de la
    precisión de la forma, el primero, y "santo patrón
    del color", el segundo. Los futuros impresionistas se decantaban,
    obviamente, del lado del romántico, renegando del enemigo
    del color moderno, mientras Renoir admiraba a ambos distinguiendo
    con exquisito y maduro criterio la belleza de la severidad
    clásica de Ingres y el torrente de efusivo color que
    desprendían las obras de Delacroix. El reconocimiento por
    Ingres se volverá idolatría en el llamado
    "período agrio", también conocido como
    "período ingresco".

    Renoir no podía y no deseaba reprimir su
    entusiasmo por el buen hacer con la figura humana. Con tal
    actitud, afrontó problemas de dibujo y modelado que no se
    incluían en los proyectos de sus
    compañeros, movidos hacia los encantos del
    paisaje.

    Es frecuente señalar una anécdota referida
    por el marchante Ambroise Vollard, al cual Renoir le
    confió la extraordinaria admiración que le causaron
    las esculturas de Jean Goujon en la Fuente de los Inocentes. El
    joven quedó maravillado, una tarde cualquiera, por
    aquellas mujeres fuertes, graciosas y desenfadadas, quedando
    impresionado para siempre por la plástica
    escultórica del cuerpo femenino.

    No hemos hablado aún de la segunda gran
    coordenada de su arte. La pasión por la forma en Renoir va
    de la mano del imperativo de la luminosidad y el color. Su
    desencadenante puede encontrarse asimismo en el Louvre, donde
    Delacroix desplegaba sus rabiosas telas. Pero es más
    lógico pensar que su relación con los futuros
    adalides del impresionismo, Bazille, Sisley, Monet,
    también Cezanne, Pissarro…, contribuyó a ese
    despertar incontenido del color. Lo cierto es que tras intimar en
    el taller del pintor Gleyre, donde coincidió con los tres
    primeros, la búsqueda de un nuevo lenguaje
    pictórico, basado en las puras percepciones de los efectos
    atmosféricos, supuso una pieza clave en el conjunto de su
    obra. De momento, los jóvenes artistas continúan su
    periodo de formación con entera libertad por parte de su
    maestro, Gleyre. Coinciden en decirse fascinados por Delacroix y
    Manet, aunque también ejercen su influencia Jongkind,
    Corot y Díaz.

    El bosque de Fontainebleau era en aquéllos
    días el centro de la escuela de Barbizon: Millet,
    Rousseau, Daubigny, Dupré y Troyon, lo mismo que Corot y
    Díaz. En este marco, Renoir conocerá un día
    personalmente a uno de los pintores que más admira: la
    fortuna le lleva a ser defendido de la burla de unos rapaces por
    el mismísimo Díaz. Los consejos serán
    agradecidos por su seguidor; que nunca pinte sin modelos y que
    renuncie al color local. Resulta anecdótico que
    además, animara a nuestro joven artista a cejar en el uso
    del betún, sustancia oscura y a modo de brea, que se
    empleaba tradicionalmente bien para procurar sombras, bien para
    la obtención de fulgores dorados de dudosa luminosidad. La
    felicidad de la luz, recién descubierta, hará que
    destruya poco más tarde su Esmeralda bailando con su
    cabra, admitida en el Salón de 1863.

    Realismo Versus Modernidad

    En el mismo año, los cuadros de Manet han
    escandalizado al público e impactado en el grupo del
    taller de Gleyre, lo mismo que entre los camaradas de la Academia
    Suisse, Pissarro,Guillaumin y Cèzanne, quien entonces
    amista con Renoir. Este se debate entre
    dos estilos distintos. De una parte, la modernidad de
    Manet y de otra, el realismo de Courbet.

    Ambos se conjugan en el retrato Lise con sombrilla
    (Essen, Folkwangmuseum) que es aceptada en el Salón de
    1868. En el contraste del negro del cinturón sobre el
    blanco del vestido se puede ver una cierta influencia del
    precursor de los impresionistas, así como en el retrato
    del matrimonio Sisley, con las rayas rojas y amarillas del
    vestido, o en el gris del pantalón. Sin embargo, aunque la
    elección del tema y la composición rememoran a
    Manet, no se debe descuidar la factura muy respetuosa del
    modelado y de las transiciones de la sombra a la luz, de las que
    aquél se despreocupaba.

    Este cuadro va a poner a Renoir bajo los focos de la luz
    pública; Zola le clasifica con Bazille y Monet en la
    categoría de los "actualistas" y describe a Lise
    "balanceando su cuerpo flexible entibiado por la tarde ardiente.
    Es una de nuestras mujeres, mejor aún, una de nuestras
    amantes, pintada con gran realismo y busca atinada de lo
    moderno". Castagnary augura la entrada triunfal de los
    jóvenes al Olimpo de la pintura, a los que llama
    "naturalistas" y censura la determinación de las
    autoridades de relegar a Lise a la buhardilla de la
    exposición. Pero allí no se encuentra desamparada;
    la Reunión de familia de Bazille(Musée
    d´Orsay) y los Grandes navíos de Monet la
    acompañan.

    Lise volverá a reaparecer en Los novios, obra
    conocida como Los esposos Sisley (Colonia, Wallraf-Richartz
    Museum), de tendencia naturalista y como le ha reconocido, con un
    leve aire de Biedermeier, compañero del taller de Gleyre.Y
    luego, con la misma enagua rayada y sobre un fondo de hojas
    ejecutado con toques redondos, como los que pintó Courbet
    en La hamaca (Winterthur, col. Oskar Reinhart), se la reconoce en
    el estudio En verano.

    Por su parte, el aliento de Courbet se presiente
    palmario en la Diana cazadora (National Gallery, Washington),
    rechazada por el Salón en 1867. Renoir mismo cuenta a
    propósito de este cuadro: "Lo único que
    pretendía hacer era un estudio de un desnudo. Pero el
    cuadro fue considerado poco decente, por lo que pinté un
    arco en su mano y un ciervo a sus pies. Añadí una
    piel de animal sobre su cuerpo, para que el desnudo resultara
    menos evidente". Una Diana por necesidad en la que ha empleado la
    espátula y los pigmentos más espesos en honor a los
    dictados del promotor del realismo. Encontramos tonos
    fríos plateados, así como un pronunciado
    interés en la variedad de texturas, substancias, colores,
    valores e interpretaciones. Las líneas de la pintura van
    del cielo suave y claro a la piel rica y brillante,
    después a las rocas vigorosas,
    para finalizar en el amplio y moteado follaje.

    De nuevo, Courbet en la Banista con un perrito de aguas,
    recibida en el Salón de 1870 junto con la Mujer de Argel
    (National Gallery, Washington), odalisca que nos hace pensar en
    Delacroix tanto por el tema como por la paleta.

    El interés que demuestra por ambos es puramente
    pictórico, pues Renoir se mantiene al margen del
    transfondo ideológico, socializante y revolucionario, que
    subyace en aquéllas obras. El artista de Limoges siempre
    exteriorizó su disgusto por la moralina que desprenden los
    lienzos de Courbet. Desde el principio la obra de Renoir se
    orientó a una recreación de cuanto bello y alegre
    se encuentra en la naturaleza.

    Los Trabajos De Decoracion

    El talento innato del joven pintor y la destreza
    manual, sumada
    a los conocimientos técnicos adquiridos, le van haciendo
    cobrar fama de excelente retratista que ve aumentar los encargos.
    Las amistades que se sabe granjear en la bohemia parisina
    contribuyen a todo ello. Los trabajos de decoración
    tampoco le espantan; según su hijo Jean, habría
    empleado sus pinceles y habilidades en más de una veintena
    de cafés parisienses. Uno llama particularmente la
    atención: en el café situado frente al Circo
    Napoleón pende un payaso músico, trasunto del
    Pífano (Musèe d´Orsay) y del Victorine
    Meurend en Espada (Nueva York, Metropolitan Museum), de Manet. Se
    traduce en una silueta colocada contra un fondo neutro, ante el
    semicírculo de un areópago ingenuo en el que se
    reconoce a su madre y su hermana.

    Y de los cafés saltará a los majestuosos
    palacios. Charles Le Coeur le introduce en el círculo de
    los Bibesco, para quienes dirige las obras de edificación
    del palacio en la avenue de Latour-Maubourg. El encargo, esta
    vez, consistirá en la decoración de dos cielos
    rasos con efectos llamativos, hoy desaparecidos, pero de los que
    nos ha llegado constancia mediante un par de acuarelas del Museo
    de Berlín.

    Los Primeros Paisajes

    Sin embargo, la desenvoltura de Renoir se evidencia ya
    no sólo en representaciones de la figura, también
    en los paisajes, que se traducen con una factura más
    libre, absolutamente diversa.

    Más próximo a Corot que a Courbet tenemos
    Los Champs-Elysées (1867, col. priv.), donde algunos
    críticos también observan reminiscencias de
    Fragonard. En esta tela, como en El parque de Saint-Cloud se
    anuncian las primeras tendencias impresionistas. El motivo incita
    a una nueva factura, caldo de cultivo de la futura pincelada
    dividida que llegará a ser el trazo característico
    de los impresionistas.

    El pincel aún oscilante se define en otros
    términos en Pont des Arts (Northon Simon Collection, Los
    Angeles), de 1868 y toque seco y cortado, y en Barcazas en el
    Sena de 1869. Sólo si miramos atentamente, encontraremos a
    dos predecesores del impresionismo, Corot y Jongkind, pero sin
    ninguna otra intención transgresora. En efecto, la luz
    crea una atmósfera plomiza, un
    cielo encapotado a lo Jongkind, y no luminosa y vibrante. Lo
    mismo la factura, muy libre en su agilidad esquemática a
    lo Corot, dista de la división del toque.

    De nuevo despunta el cambio de estilo en Patinadores en
    el Bois de Boulogne (col. priv.), en sintonía con el
    éxito obtenido por Jongkind con los temas invernales.
    París vive uno de los inviernos más gélidos
    que recuerda. Toques rápidos, estenografía
    danzarina de los personajes y fluidez de la nieve recuerdan al
    pintor holandés, a quien Monet dice deber "la educación definitiva
    de su ojo". De lo nuevo a lo antiguo y viceversa. El desenlace de
    estos vaivenes estilísticos será un alejamiento
    paulatino del realismo dogmático. Estas influencias no son
    sino el punto de partida hacia los primeros experimentos del
    maestro de la impresión.

    La Autonomia De Estilo

    Hace años que Renoir va incorporando todas estas
    aportaciones a su formación, pasadas por una criba muy
    personal que le lleva a discernir lo valioso para su propio
    bagaje de lo supérfluo. Sin embargo, no puede decirse que
    pintara a "la manera de" ninguno de cuantos admiraba, puesto que
    el interés no dejaba de ser puntual y relativamente
    pasajero. No se manifestaban como estímulos determinantes
    y persistentes en el tiempo, sino que sólo respiraban en
    las telas ora Courbet aquí, ora Jongkind allá, ora
    Boucher acullá.

    En todo caso, ni Courbet ni Manet, los guías
    principales, consiguieron con su estela sobreponerse a un
    temperamento demasiado diferente de ellos. Renoir
    declarará más tarde que si él y sus
    camaradas habían considerado siempre a Manet "como el
    abanderado del grupo, es porque en sus obras era el que
    más se acercaba a esa fórmula simple que todos
    trataban de adquirir". No se trataba, pues, de una
    adhesión absoluta a unos planteamientos, sino de una tabla
    de salvación en medio de la confusión.

    El arte oficial contemporáneo languidecía
    en tópicos y reglas académicas, por lo que la nueva
    generación de pintores se debatía en la busca de
    soluciones.
    Primero Courbet y luego, y sobre todo, Manet le brindaron una
    pista por medio de la sencillez pictórica liberada de
    ambages. Pero Manet no es para ellos más que una etapa,
    que pronto dejarán atrás, dejándose guiar
    por sus respectivos temperamentos.

    Los Albores Del Impresionismo

    Tras el paréntesis de la guerra de 1870, los
    futuros impresionistas se reagrupan en las colinas de la ribera
    izquierda del Sena. Renoir vivirá durante el verano con
    sus padres en Louveciennes, cerca de Pissarro y a unos minutos de
    Monet. En los parajes inmediatos, tanto Monet como Renoir,
    piensan encontrar asuntos para el próximo Salón. Se
    inicia una etapa de estrecho contacto entre ambos, propiciado por
    la comunidad de
    intereses. Escribe Renoir a Bazille: "Casi a diario estoy en casa
    de Monet, que, dicho sea entre paréntesis, envejece. No
    comemos todos los días; pero estoy contento de todas
    formas, porque la pintura de Monet es buena compañera". La
    colaboración les conducirá a elaborar estudios
    conjuntos que
    aportarán la primera respuesta a la transcripción
    de los personajes a plena luz, que buscan también Bazille
    y Berthe Morisot. Todo está preparado para el despegue del
    impresionismo.

    En esos lienzos, el juego de las manchas solares deja
    perfectamente plasmada la transparencia del aire, el espejeo del
    agua, el temblor de las hojas y el tornasol de las telas. Ambos
    pintores acuden a veces a los mismos motivos, como el islote de
    Pot-à-Fleurs, pero varía el talante con que son
    resueltos, siendo los de Renoir mucho más alegres que los
    de su amigo. En otros, la cercanía de Monet no admite
    lugar a dudas: barcas vacías y reflejos muy trabajados. El
    Salón no admitirá estas obras en 1870, demasiado
    revolucionarias para sus anquilosadas paredes. Sí
    hará, en cambio, un hueco para la Mujer de Argel y para La
    bañista con perrito de aguas, citadas ya ambas al hablar
    de la huella de Courbet y Corot.

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