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Las botijas (Olive Jars) Su reutilización en tres construcciones coloniales habaneras (página 2)



Partes: 1, 2

“En el Departamento Occidental se da este
nombre a la descrita en el Diccionario de
la Academia y es la que viene de España con
aceite de cuyo
líquido contiene de nueve a doce libras, u ocho botellas,
sirviendo  luego para transportar y expender la leche.

Se llama en la Vueltarriba Botijuela y Botija la
grande, de mucha más capacidad, barro colorado, que
allá fabrican y destinan a cargar agua, melado,
etc.

Estudios previos:
tipología, cronología y centros de
producción

El estudio de referencia obligada en relación a
este tema lo constituye el realizado por el acucioso investigador
John Goggin (citamos su trabajo
publicado en 1980 pero publicado por vez primera en 1960). No
obstante añadimos algunas consideraciones imprescindibles
para estudios de este tema realizadas por Stephen R. James Jr.
(1988: 43-66), trabajo de actualización de datos
cronológicos y tipológicos que resultan relevantes
a nuestros efectos. Asimismo se tuvieron  en cuenta
los trabajos de Mitchell Marken  (1994), Clive Carruthers
(2003: 40-55) y el  de George Avery (1997), que por su grado
de complejidad, ha aportado una significativa  cantidad de
datos, lamentablemente inéditos al presente.

La botija es un contenedor comercial en forma de
ánfora, siguiendo la tradición mediterránea
que se remonta al año 1800 ane, con las ánforas
cananitas en uso en el norte de la región Sirio-Libanesa;
clasificable como cerámica ordinaria, de gran permeabilidad,
que puede presentar o no vidriado, esmaltado o engobe, tanto en
su interior o su exterior, lo cual está en dependencia de
lo que fuera a ser envasado en las mismas: las vasijas esmaltadas
o vidriadas eran más apropiadas, dada su mayor
impermeabilidad, para el transporte de
líquidos como vinos, que pudieran traspasar las paredes
porosas que las que no tenían esmaltado o vidriado y que
eran adecuadas para sustancias más gruesas como el
alquitrán, la manteca, miel o sólidos granulados;
este contenedor comercial era profusamente utilizado en la
transportación de aceite de oliva, aceitunas en salmuera,
vinos, guisantes, garbanzos y otros granos, así como miel,
manteca, alquitrán y jabón, entre diferentes
productos.
Durante su prolongado período de utilización la
botija no tuvo realmente competencia como
contenedor comercial, de lo que habla claramente su
extraordinaria profusión y ubicuidad en el registro
arqueológico centroamericano y caribeño; ello
está justificado por el hecho de que se trata de
mercancías que no solo debían cruzar el
Atlántico a bordo de las naves sino que, en muchos casos
debían, luego, ser transportadas, a lomo de mulos, en
arrias, hasta alcanzar zonas alejadas de los puertos destinados
al comercio. La
producción de estas botijas abarca un
período cronológico desde el siglo XVI y
probablemente antes, hasta 1850 aproximadamente, según
Goggin, quien establece en su estudio tres estilos diferenciados
a los que asigna cronologías dentro de este rango de la
forma siguiente:

-         
Estilo temprano- ca. 1500-1575

-         
Estilo medio- ca. 1580-1780

-         
Estilo tardío- ca. 1780-1850

No obstante, algunas precisiones hechas por James (op.
cit) en el estudio de las colecciones de botijas extraídas
de los pecios de los navíos “Conde de Tolosa”
y “Nuestra Señora de Guadalupe”, ambos
naufragados en la costa noreste de La Española en el
año 1724, permiten ampliar el margen del período de
producción de los estilos y formas según Goggin, al
comenzar por reportar una forma (III) de fondo cóncavo, no
clasificada anteriormente (dibujo)
así como otra (IV) que al parecer del autor es un
eslabón intermedio entre la forma C del estilo Medio de
Goggin y la forma D del estilo Tardío, forma a la que se
le asigna una cronología del siglo XVIII; otra
proposición interesante de este autor es que los 
Estilos Medio y Tardío no necesariamente ocurren en los
rangos cronológicos que Goggin les asigna.

En el caso de Marken (1994) este autor realiza el
interesante reporte de botijas con fondo completamente plano,
extraídas del pecio del “Atocha” (1622) y del
“Santa Ana María” (1627). Estas piezas fueron
torneadas desde esta base plana, lo que les confiere una forma
específica e inconfundible. En opinión del autor se
trata de un experimento que fracasó a juzgar por la
escasez de
 evidencias
encontradas de estas botijas de fondo plano.

Carruthers (2003: 53) propone asimismo que el estilo
tardío de Goggin (ca 1780-1850) comienza al menos antes
del 1773, fecha de destrucción del monasterio de Santo
Domingo en Antigua, Guatemala,
sitio en el que aparecen botijas de este estilo. 

Importante ha sido el reporte de al menos dos formas
diferentes del estilo temprano de las botijas (Avery, 1997:95)
que aparecen representadas en dibujo. Una de estas dos formas
concuerda con la ya descrita por Goggin pero sin asas, mientras
que la  otra es similar a la forma   A de los
estilos medios y
tardíos.

 Lo cierto es que todo indica que las dataciones
estilísticas hechas por Goggin no se corresponden siempre
con la realidad, en los casos de los estilos medio y
tardío, por lo que un nuevo estudio general debe ser
producido en los próximos tiempos para asimilar los datos
que ha aportado el registro arqueológico en los
años posteriores al trabajo del citado autor, cuyo
extraordinario mérito no puede ser minimizado.

Ha sido establecido que como parte del comercio
trasatlántico a bordo de los buques españoles la
forma A de estas botijas se utilizaba para transportar vino
(Marken; 1994:45-50) mientras que la forma B era utilizada para
el transporte de aceite de oliva (Marken; 1994:45-50. Colin
Martin en Avery 1994:94) y la C para el acarreo de miel (Colin
Martin en Avery; 1994: 103)

Un tópico interesante, por último, tiene
relación con los lugares de fabricación de las
botijas. España y en ella Castilla son el centro productor
inicial y más importante de estos contenedores. Sin
embargo, los dos más importantes centros productores de
vino para la Carrera de las Indias fueron Cazalla y Jerez, zonas
que al ser estudiadas  desde el punto de vista
geológico y aplicarle la técnica de análisis de sección delgada a
muestras de sus barros cocidos, arrojaron como resultado que
estas no fueron las zonas de producción de las botijas
(Avery; 1994: 147,148). Queda establecido que fue la zona del
valle del río Guadalquivir la que tuvo la tarea productora
de mayor peso de estos contenedores y en especial la ciudad de
Sevilla y sus alrededores (Avery; 1994: 224).

La producción de botijas fuera del ámbito
español
fue reportada por primera vez en el valle de Moscagua, en el
Perú colonial (Prudence Rice; 1994). Se trata de
ejemplares que se distinguen con relativa facilidad por ser de
mayor tamaño, tener las paredes más gruesas y no
tener la superficie cubierta por un colorido blanco. No
olvidemos, por demás, que el Perú llegó a
ser una zona de producción de vinos tan exitosa que el
monarca Felipe II prohibió la siembra de viñedos en
las Américas.

De otra parte, tenemos la referencia de la
arqueóloga Lourdes Domínguez (comunicación personal, 2006)
de que un centro productor de estas vasijas eran las islas
Canarias, escala del viaje
trasatlántico. Existe la tradición de que desde
estas islas zarpaban barcos fletados en las mismas y
vendían en América, a mejor precio, los
vinos que allí se producían, en detrimento de los
procedentes de España, lo que motivó una
prohibición real en el año 1582 (Avery; 1994:
174)

Por último, como veremos adelante en este
trabajo, existe la posibilidad de que hayan sido producidas
botijas en La Habana, dadas las evidencias extraídas
de  excavaciones realizadas en el antiguo Convento de
Nuestra Señora de Belén por el autor y estudiadas
conjuntamente con la especialista Irina Jouraleva del Centro de
Antropología del CITMA (Arduengo y
Jouraleva, inédito) así como las que se obtuvieron
en el antiguo Convento de Santa Clara de Asís.

 LAS BOTIJAS EN
TRES CONSTRUCCIONES EN
LA  HABANA 
COLONIAL.
LOS RESULTADOS DE TRABAJOS
ARQUEOLÓGICOS REPORTADOS

 Nuestra atención se centrará en dos
 modos de reutilización de estas vasijas que no
conciernen a su capacidad funcional como contenedor, pues
está claro que como tal se reutilizó profusamente,
para acarreo y conservación de agua potable
entre otros líquidos (Goggin, 1980: 16) así como
para almacenar algunos sólidos granulados y conservas,
tanto en salmuera como en aceite.

Lo que compete a los efectos del presente trabajo,
referido por el autor citado, es la reutilización  de
estas botijas como material constructivo en diferentes
localidades del ámbito caribeño, información que transcribimos a
continuación:

“ Sin embargo, el papel más distintivo de
estas vasijas fue su uso como relleno de construcción al ser más livianas que
la piedra y el ladrillo. Con su forma globular y cuerpo bien
cocido, ofrecían un material fuerte y liviano el cual fue
utilizado ampliamente para rellenar las bóvedas de los
techos de muchas iglesias y otras edificaciones en el Caribe. Se
han visto ejemplos en la República
Dominicana y en Puerto Rico; se
han reportado varios en Cuba, y es
posible que existan más. Además, se dice que han
sido utilizadas en los muros de iglesias en la
República Dominicana (Iglesia de San
Nicolás, Santo Domingo), y debajo de los pisos de iglesias
y otras edificaciones en Cuba. Eruditos actuales consideran que
la razón de estos últimos dos usos fue crear
mejores calidades acústicas; su uso debajo del piso puede
ayudar en el drenaje de los mismos.

Se han visto jarras de aceite de estilo Tardío
(en forma de trompo) usadas como florones en techos de Santiago,
Cuba. “ (Ídem, 16-17)

También Avery (1994: 103) menciona
que:

“Secondary uses of Spanish olive jars include
architectural use in building construction as structural support,
primarily in vaulted ceilings. Spanish olive jars were also
buried in the floors of structures in Spain to function as a sort
of “dehumidifier”….” [1]

La reutilización de las botijas en algunas
construcciones coloniales   es una variación
importante en el espectro de reusos posibles de las mismas y
está bien alejada de la concepción con que fueron
creadas, léase contenedores comerciales.

Para entrar detalladamente en nuestro tema recurriremos
a resultados de excavaciones controladas realizadas en tres
sitios en La Habana intramuros, antiguos conventos de
órdenes religiosas, que serán tratados
inicialmente, cada uno en su especificidad, para concluir en la
generalización del conocimiento
que aportan.

1.      
CONVENTO DE SANTA CLARA.

Las áreas del antiguo Convento, sede actual del
Centro Nacional de Conservación, Restauración y
Museología (CENCREM) han sido objeto de numerosas
excavaciones arqueológicas, de las que se ha obtenido un
cuerpo de información que en realidad está
pendiente de sistematización, proceso en el
que encuentran empeñados los miembros del grupo de
arqueología del centro, conjuntamente con
la arqueóloga Lourdes Domínguez. Uno de los
materiales
más recurrentes en el registro arqueológico del
antiguo convento, son, sin dudas, las botijas, en algunos casos
completas y en otros en forma de fragmentos.

En el año 1998 dentro del marco propiciatorio de
la restauración del tercer claustro conventual, se
realizó una excavación dirigida por Racso
Fernández Ortega y Boris Luis Martín Lozano, en el
local ubicado en la intersección de las calles Sol y
Habana. Esta área del convento aparece mencionada en
informes de la
arqueóloga Lourdes Domínguez como un área de
cocina, almacenaje y servicios en
general (Inédito).

Como resultado de la excavación  se
localizó un estrato de botijas con las bocas hacia abajo,
cubiertas con un relleno de tierra con
cal, sobre el que se ubicaba un estrato de carbón vegetal
pulverizado. Las botijas se ubicaban a su vez sobre un suelo compacto de
cal.

La composición de estratos similares en
diferentes sitios habaneros (y en otras ciudades como Guatemala)
aparece identificada en el registro etnológico como un
sistema para el
control del
ascenso de la humedad del subsuelo hacia los pisos de
ocupación y además como un mecanismo para refrescar
la atmósfera de los locales situados sobre los
mismos.

En el año 2000, creado el Grupo de
Arqueología del CENCREM y bajo la dirección del arqueólogo Ramón
Dacal y Moure, en previsión de la continuidad de los
trabajos de restauración y del daño
que podían recibir, se retiraron un total de 47 botijas
permaneciendo un número no precisado en su
ubicación. De las que se retiraron, 44 fueron clasificadas
como pertenecientes al estilo Tardío de Goggin
(1780-1850), 34 de ellas son de la forma B, y 10 de la C. No
pudieron ser clasificadas 2 botijas por su grado de
fragmentación y otra, carente de gollete o boca, presenta
un nuevo subtipo no reportado  anteriormente, caracterizada
por un cuerpo similar al de la forma C pero con fondo plano,
diferente de las reportadas por Marken (Op. Cit. pág. 83)
y por James (Op. Cit. pág. 54). Las botijas clasificadas
como forma C no presentan marcas en
ningún caso, sin embargo las de la forma B presentan
marcas en 15 casos, siempre en el cuerpo de la vasija, una de
ellas pintada en rojo y los catorce restantes muestran marcas
estampadas precocción.  

Un estudio posterior de estas botijas realizado por el
autor de este trabajo ha considerado oportuno especificar que las
10 botijas de la forma C retiradas de este estrato tienen el
fondo aplanado lo que permite que estos ejemplares sean puestos
de pie aunque por la forma de la vasija y lo pequeño de la
base así lograda, el equilibrio es
generalmente inestable. La acción
de darle terminado y aplanar el fondo a estas botijas
transcurrió, sin embargo, en momento posterior al
torneado, cuando la pasta estaba más seca de lo debido,
quedando huellas visibles de la manipulación en la
superficie externa, manteniéndose la forma interna sin
alteraciones. Esta característica de mantenerse en pie,
refiere estas vasijas no solo al tráfico
trasatlántico a bordo de buques sino a la intención
de utilización de las mismas sobre pisos con función de
almacenaje.

Una característica común de estas botijas
es la presencia de numerosas deformaciones y errores de manufactura,
así como las diversas maneras en que se resuelve el
marcaje inciso aunque siempre sea el mismo, lo que nos permite
pensar que estamos en presencia de botijas producidas en la
ciudad y que fueron reutilizadas en la construcción al no
servir como contenedores. Esto se trata con mayor detalle en otro
trabajo del autor todavía inédito.

En cuanto al fechado de construcción de este
tercer claustro del convento, el mismo debe haber ocurrido
después del 1733  (Herrera, 2006: 98) y antes de la
visita del obispo Morell de Santa Cruz en 1755.

En otro lugar del área conventual,
específicamente en la galería sur en el extremo
oeste del claustro principal, se encontró, en los 80 del
siglo pasado, durante los trabajo de restauración del
edificio, un sustrato de botijas similar  a este que
describimos, sin que tengamos información detallada de sus
características ni de los estratos que lo rodeaban,
así como del destino de las mismas, aunque, en la
colección que se conserva en el centro, existe un grupo de
18 botijas incompletas de la forma C de la clasificación
de Goggin, con superficie externa alisada y esmalte
metálico en su interior, identificadas en algunos casos
como SC-37, que pensamos procedan de esta
excavación.

2.      
CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE
BELÃ?N

Durante la campaña de los años 2001-2002
desarrollada por el entonces renaciente Grupo de
Arqueología de la Empresa de
Restauración de Monumentos, se realizaron excavaciones
controladas en tres lugares del área más vieja del
edificio conventual, es decir, alrededor del claustro principal.
La primera fue la excavación de una letrina, ubicada en el
subsuelo del  local inmediatamente detrás de la
escalera que da acceso a la planta alta; el relleno de la letrina
fue datado como perteneciente a los comienzos del siglo XX
(Arduengo y Saavedra, 2002); la segunda excavación fue en
el patio interior ubicado detrás del claustro principal,
donde se localizaron huellas de poste de un colgadizo así
como una caja de agua y otras estructuras
hidráulicas.

La tercera de las excavaciones se desarrolló en
el extremo oeste de la nave que corre al sur del claustro
principal, zona identificada en plano del año 1917 como el
refectorio, con el número 26, cerca de la cocina  2).
En el piso de este local se habían excavado zanjas para la
instalación de redes de servicio, ya
cubiertas al comenzar la excavación, por lo que el
área a estudiar con un mínimo de alteración
se redujo a un 60 % aproximadamente del piso del local y su
subsuelo.

La estratificación del terreno se comportó
de la siguiente manera:

1.        Estrato muy
alterado por el movimiento de
los constructores sobre el mismo, compuesto de desechos de
material constructivo tales como ladrillos, tejas criollas,
mosaicos, así como arena, recebo y tierra.

2.       Soporte de un
nivel de piso, posiblemente constituido por mosaicos, de los
cuales algunos fragmentos aparecen en el relleno anterior; estaba
conformado por recebo y arena fundamentalmente con evidencias de
cal.

3.       Apisonado de cal
y arena.

4.       Nivel de cisco de
carbón vegetal.

5.       Fragmentos de
botijas fundamentalmente aunque se identificó al menos un
tiesto de otra vasija no clasificada.

6.       Apisonado de cal
y arena

Para el momento en que se comenzó esta
excavación teníamos la referencia de que estratos
de botijas habían sido localizados en el Convento de Santa
Clara y otros sitios en La Habana colonial (Boris Luis
Martín Lozano, comunicación personal, 2001), sin
embargo, en esta ocasión se trataba no de las botijas
completas sino de fragmentos, puestos así de primera
intención, con su concavidad hacia abajo. La
fragmentación de los tiestos no ocurrió posterior a
la colocación de las botijas completas pues las escasas
bocas de las mismas que aparecían como parte del estrato
se encontraban hacia arriba al mismo nivel del resto de los
tiestos y de haber ocurrido la rotura de las mismas, estando ya
colocadas, las bocas debieron aparecer hacia abajo (como
ocurría en Santa Clara y otros lugares) cubiertas por
fragmentos y estos a su vez superpuestos unos sobre
otros.

Los fragmentos de botijas que forman el estrato excavado
pertenecen, siguiendo la clasificación de Goggin, al
estilo medio (ca. 1580-1780), clasificación que se
realizó gracias a las bocas y fondos. Uno solo de los
fragmentos  tenía marca estampada
precocción en el cuerpo. La fecha asignada a este estrato
es alrededor del año 1720, fecha de terminación de
estas áreas del convento.

Los resultados preliminares del estudio sobre la
tecnología
de producción de estos fragmentos cerámicos,
realizado en conjunto con la conocida especialista Irina
Joulaleva del Centro de Antropología del CITMA, y que
fueron realizados con lupa binocular para la observación de las características
de la pasta cerámica y los trabajos de superficie, tanto
interna como externa, permiten considerar que una parte
importante de estos fueron producidos como parte de un intento de
desarrollo de
una industria
cerámica autóctona, quizás asociada con la
actividad del propio convento, o de algún alfar habanero,
lo que se aprecia fundamentalmente en la utilización en un
número de fragmentos de vidriado alcalino, en los que es
notable la variedad del resultado final, desde algunos donde la
granulosidad del vidriado es muy alta hasta otros donde se
alcanza una superficie homogénea, en todos los casos no
observable a simple vista. En otros tipos de esmalte
metálico empleados se aprecia también notablemente
la diferencia de calidad
alcanzada, lo que nos permite sugerir que estamos en presencia de
un esfuerzo por desarrollar un producto
autóctono, aunque la opinión de la especialista
Jouraleva es que este vidriado metálico puede ser en
algunos casos de origen mejicano, lo que sustenta por 
comparación con otras piezas esmaltadas de esa procedencia
que había estudiado anteriormente.

Este dato es, ciertamente, un nuevo reporte de la
posible producción de las botijas fuera del ámbito
español. En este contexto participaba al menos un
fragmento de cerámica ordinaria no perteneciente a una
botija; se trata de una jarra con evidencias de pintura en su
superficie externa, y con una cocción bastante deficiente
lo que queda evidenciado por el sonido
coriáceo que produce al ser golpeada así como lo
deleznable de su pasta en la que se observan como desgrasante
granos de conchas de moluscos.

3.      
CONVENTO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

En la campaña del año 1994 ejecutada por
el Gabinete de Arqueología de la Oficina del
Historiador de la Ciudad, se realizó una excavación
controlada bajo el nivel del piso del coro alto de la Iglesia del
Convento. El coro consta de dos tramos contiguos que se apoyan en
ocho pechinas. La información que remitimos a
continuación  ha sido tomada del artículo de
Jorge Brito Niz, “Excavación arqueológica en
la iglesia del convento de San Francisco de
Asís”,  publicada en el Boletín No. 1
del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador
de la ciudad,  del año 2001.

Los elementos cerámicos en general aparecen
rellenando estas pechinas, desde las botijas y las hormas de
azúcar
hasta los de menor tamaño como platos en las zonas donde
el estrato es de menos altura.

ESTRATIFICACIÓN

1.       Losas
hidráulicas ( período republicano)

2.       mortero de cal
para soporte de las anteriores.

3.       mortero de cal
para soporte de pavimento anterior de azulejos.

4.        tablas y
vigas de madera

5.       grava y mortero
de cal

6.       piezas de
cerámica

Estos elementos tienen la propiedad de
que, siendo como son las piezas de cerámica muy
resistentes a las cargas son a la vez muy ligeras por crear
espacios  huecos, con lo que se lograba disminuir el peso
del relleno de las pechinas sin disminuir la solidez del mismo.
La perentoria necesidad de este tipo de relleno ha sido referida
a la excelente acústica de que proveen a los espacios
cerrados como el de la iglesia conventual, aunque una
razón más poderosa y práctica es la
necesidad de aligerar el peso estructural sobre los arcos que
sostienen el piso, estando en presencia de la iglesia
reconstruida en este siglo XVIII sobre terrenos que resultaron
poco firmes, robados literalmente al mar.

Rellenos semejantes han sido encontrados en la iglesia
de la orden de San Francisco de Asís y la Capilla de los
Remedios, donde se utilizaron botijas de estilo temprano, ambas
en la República Dominicana y en el convento de San
Jerónimo de Ciudad México

Las botijas excavadas en este convento como relleno de
las pechinas no aparecen en el informe publicado
clasificadas como pertenecientes a ningún estilo. Lo
cierto es que el material cerámico en general ha sido
clasificado como perteneciente al siglo XVIII.  La fecha en
que ocurrió esta construcción fue entre los
años 1730-1738.

Varias de las botijas poseen marcas incisas
precocción en el cuerpo de las vasijas, una de ellas
coincidente con marcas existentes en botijas de Santa Clara y
el  único fragmento marcado de
Belén.

CONCLUSIONES

  1. Los estratos de  botijas, como el encontrado en
    el área de la cocina del tercer claustro del antiguo
    convento de Santa Clara de Asís, funcionan como sistemas para
    controlar la ascensión por capilaridad de humedad del
    subsuelo.  Es posible también que este reuso
    significara la posibilidad de refrescar a la hora de mayor
    calor el
    ambiente de
    locales determinados, al evaporarse el agua
    recogida inicialmente en forma de vapor dentro de las botijas
    durante la madrugada (Alicia García Santana,
    comunicación personal), afirmación que no es
    excluyente de la anterior. Estas  dos aseveraciones
    aparecen refrendadas por la opinión de varios
    arqueólogos y arquitectos de la Habana, sin que hayamos
    encontrado confirmación bibliográfica que
    fundamente y explique el funcionamiento de estos
    estratos.
  2. Estratos de fragmentos de botijas fueron utilizados
    con el mismo fin que los de  botijas completas en un
    intento de abaratar los costos y darle
    uso a desechos de talleres de producción de
    cerámicas, con toda probabilidad
    locales. Esto ocurre en el antiguo Convento de Nuestra
    Señora de Belén en área identificada como
    el refectorio del convento.
  3. En los dos casos mencionados arriba, los estratos de
    botijas o sus fragmentos aparecen vinculados a  locales
    donde su ubicaban cocinas, almacenes de
    alimentos y
    comedores o refectorios, lugares en los que era necesario
    mantener un control de la humedad ambiente más estricto
    para la conservación de los alimentos, eliminando la
    ascensión de humedad desde el subsuelo, aunque en la
    otra excavación no controlada mencionada del antiguo
    convento de las clarisas, ocurrió en una galería
    del claustro principal, lo que nos hace pensar que la
    creación de estos mecanismos de control con botijas
    estaban referidos al grado de humedad del subsuelo, con
    independencia de los requerimientos
    específicos de los locales ubicados sobre los mismos
    .
  4. Las botijas forman parte del relleno de las pechinas
    en el coro alto de la Iglesia del Convento de San Francisco de
    Asís con el fin  de aligerar las cargas sobre la
    estructura
    de la iglesia. Esto ha sido reportado al menos en el caso de la
    Capilla de los Remedios en República Dominicana donde se
    emplearon botijas de estilo temprano según la
    clasificación de Goggin, cierto que sin asas (Esteban
    Prieto Vicioso, comunicación personal,
    2006).
  5. Una de las marcas incisas precocción
    encontradas coincide en  las botijas encontradas en los
    tres sitios estudiados, donde se identifican dos estilos, el
    Medio y el Tardío de la clasificación de Goggin,
    lo que establece una familiaridad en las mismas que indica la
    coexistencia temporal y refuerza la tesis de
    James (ob. cit.) de que ambos estilos son producidos
    contemporáneamente.
  6. Los tres casos estudiados aquí confirman la
    reutilización de las botijas  a partir de  la
    primera mitad del siglo XVIII, en construcciones coloniales
    habaneras con más de un reúso
    posible.
  7. En el antiguo convento de Santa Clara de Asís
    se reporta la presencia de una  forma de botijas no
    mencionada anteriormente, de fondo plano, diferente de las
    reportadas por Marken (Op. Cit. pág. 83) y por James
    (Op. Cit. pág. 54), representada por un solo
    ejemplar.

BIBLIOGRAFÍA

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  • Goggin, John. (1980) “La jarra de Aceite
    Española. Un Estudio Introductor.” Casas Reales.
    Órgano del Museo de las Casas Reales. Año V.
    Número 11: 9-67. Santo Domingo,
    República Dominicana.
  • James, Stephen R. Jr. (1988) “A reassessment of
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    43-66.
  • Marken, Mitchell W. (1994) “Pottery from
    Spanish Shipwrecks. 1500-1800”. University Press of
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  • Schávelzon, Daniel. (2001) Catálogo de
    Cerámicas históricas de Buenos Aires
    (siglos XVI-XIX). Con notas sobre la región del
    Río de la Plata. CD-ROM. 

[1]
“Usos secundarios de las jarras de olivo
españolas incluyen su uso en arquitectura
en la construcción de edificios como soporte
estructural, fundamentalmente en techos abovedados. Las
jarras de olivo españolas también fueron
enterradas en los suelos de
estructuras en España para funcionar
como una especie de
“deshumidificadores”…” (Traducción del autor)

 

 

 

 

Autor:

Darwin A. Arduengo García M.SC.

tataag1960[arroba]gmail.com

Especialista en Arqueología.

Grupo de Arqueología, Centro Nacional de
Conservación, Restauración y Museología
(CENCREM).

Partes: 1, 2
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