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El papel del Otro en la construcción de la identidad cultural (página 2)




Enviado por Florencia Corsi



Partes: 1, 2

Fornet Betancourt asocia la idea sarmientina de
"nivelación" de la "Barbarie" indígena al
nivel de la "Civilización", con esta tendencia
globalizante de hoy en día: siempre se supone que la
Civilización sea mejor o más valiosa
culturalmente que la Barbarie, y que es una oportunidad
"beneficiosa" para las culturas unirse a ella, o
asimilarse culturalmente. El etnocentrismo va de la mano
con la condescendencia.

Así, la ideología globalizadora constituye tanto la
aceptación de unos elementos muy determinados, y en
general económicos, como la censura de otros. Se aniquila
la diferencia cultural y las particularidades culturales,
acercando las distintas culturas a la propia, con el fin de
instaurar un modelo
económico a escala mundial,
que al fin y al cabo, encubre la mera dominación.

La cuestión de la construcción de la identidad
cultural en el contexto de este modelo hegemónico, es un
tema difícil, y un desafío para las comunidades
actuales. Implica una reafirmación de aquellos elementos
que el modelo globalizador intenta silenciar como "inferiores" o
carentes de interés,
encontrar la visión alternativa en aquella misma
"Barbarie" que se intenta desterrar, escuchar "las otras voces" que son
Otras porque dicen algo distinto y no solo dicen
distinto (de manera distinta).

En fin, se puede decir que hoy en día, apuntar a la
identidad cultural bajo el modelo de la diferencia es
sinónimo de ponerse en el lugar opuesto a la
hegemonía cultural, que piensa, sí, la identidad,
pero bajo el modelo de la igualdad universal, de la
uniformización cultural. Demás está
decir que aquí el "universal" de la "igualdad" es
un universal constituido que excluye y discrimina a todo lo
demás, es decir, a todo lo que no es como él.

  • La respuesta al problema
    de la construcción de la identidad cultural según
    distintas tradiciones
  1. Sartre escribe en el contexto de la
    Revolución argelina, la cual tomó lugar a
    partir de los levantamientos ocurridos en las colonias a
    fines de la Segunda
    Guerra Mundial hasta el año 1962, cuando fue
    declarada la independencia de Argelia y aprobada al
    año siguiente su constitución.

    Aplica ciertos conceptos y criterios
    metafísicos a los cuales tendremos que echar un
    vistazo para no perder de vista el significado de lo que
    afirma en el prólogo a Los condenados de la
    tierra
    de Fanon.

    La introducción del contexto
    histórico, por otra parte, debe hacernos notar las
    características del grupo
    cultural en cuestión: en este caso, se trata de un
    pueblo colonizado la nivel de la esclavitud, que
    ya poseía una identidad cultural que los colonos
    vienen a corromper
    , obligándolos a abandonarla
    para aceptar la imagen
    humillante que el colono tiene de ellos. En este sentido,
    se podría decir que los colonizados quieren
    recuperar tanto su identidad robada, como su
    derecho a la misma
    , derecho ya casi olvidado o
    reprimido; en suma quieren recuperar su
    libertad
    . Sartre supone que hay rasgos propios
    de la identidad del colonizado que no fueron corrompidos
    por la aculturación del colono: el mínimo
    grado de humanidad que deja el colono en el colonizado a
    fin de explotarlo, es lo que producirá el efecto
    contrario: la descolonización supone una
    búsqueda de la libertad, rasgo antropológico por
    excelencia que permite distinguir al ser humano de las
    cosas, y al que el esclavizado aspira, digamos, por su real
    condición de ser humano. No puede ser de otra
    manera.

    A modo de elemental introducción
    teórica, decimos que Sartre distingue dos
    categorías básicas: el ser en
    y el ser para sí. El ser en
    sí es aquello que no es el ser humano, la cosa en
    sí, podríamos decir; el para sí
    constituye el ser del ser humano, considerado en tanto
    subjetividad: es conciencia1 intensional, en el
    sentido de que es sólo porque refleja
    el ser de las cosas. Así, el
    hombre es todo proyecto, y por esta razón es todo
    libertad: no hay un ser del hombre,
    éste no está determinado por nada, el hombre
    será lo que elija ser, "la existencia
    precede a la esencia
    ". Esta libertad absoluta, puede
    derivar en conductas de mala fe, donde el hombre
    intenta esconderse tras una naturaleza o cualidad esencial, actitud
    que le objetiviza y hace perder su libertad de
    transformación de cualquier
    situación2 previa. La
    elección del proyecto3 no está
    determinada, e implica la total responsabilidad del
    hombre. Esta lo lleva a la angustia: el hombre no
    sólo es responsable por sí mismo (con sus
    elecciones formará lo que él "es") sino
    también por toda la humanidad4, ya que
    cuando elige, lo hace de manera universal, muestra
    al mundo lo que es correcto hacer. Esta angustia es
    también náusea ante la
    contingencia de nuestra propia existencia (estamos
    arrojados al mundo sin justificación y moriremos sin
    razón).

    Vamos a basarnos para nuestro análisis en lo que Sartre dice del
    Otro: el hombre posee una dimensión social, y
    necesita del otro en dos niveles: en primer lugar, los
    actos humanos
    , por tener se carácter universal del que hablamos,
    van dirigidos al otro (necesitamos al otro para
    nuestra propia realización); en segundo lugar, en
    la medida en que éste lo juzga, el hombre es
    consciente de sí mismo.

    La existencia real del otro se me revela
    empíricamente a través de su
    mirada: la mirada del otro, en tanto que
    me objetiviza, me revela en primer lugar al otro
    como sujeto, como subjetividad libre; y en segundo lugar
    me hace ver lo que yo mismo soy. Este hacerme
    consciente de mí mismo, trae aparejados los
    sentimientos de la vergüenza (al descubrir mi
    propio ser, soy consciente téticamente de mí
    mismo), el miedo (ante la posibilidad de que
    el otro me transforme en objeto y me manipule, anulando mi
    libertad) y el orgullo (un ejemplo de la mala fe, en
    la que el hombre se queda en el lugar de objeto impuesto
    por la opinión del otro). Como se puede sospechar,
    la relación con el otro siempre estará
    marcada por el conflicto
    : siguiendo la metáfora
    de la mirada, o bien el otro me puede mirar, o yo lo
    puedo mirar a él
    . Esto quiere decir: la
    mirada de una subjetividad a otra, cosifica,
    convierte en objeto aquello que mira, y esto no es otra
    cosa que anular su libertad.
    Hay solo dos
    alternativas aquí: o bien nos afirmamos en el rol de
    sujetos y miramos al otro robándole su
    libertad, o bien nos dejamos mirar por el otro,
    perdiendo nuestra libertad y constituyéndonos
    objetos. Así, nunca puedo ver al otro y a
    mí mismo como un sujetos
    , siempre intento
    esclavizarlo y siempre él intenta esclavizarme a
    mí: la lucha es lucha entre dos libertades, a
    esto Sartre le llama "dialéctica de la
    cosificación
    ".
    El intento de ver al otro
    como subjetividad libre, además de convertirme en
    objeto, fracasa siempre, porque el hombre no puede carecer
    de su libertad, no puede dejar de ser hombre,
    y
    siempre intentará recuperarla. Pero el recuperarla
    significa ocupar el rol del sujeto convirtiendo al otro en
    objeto, que fracasará lo mismo, porque el otro
    intentará recuperar su libertad.
    Esta es la
    dialéctica, un círculo en el que
    desesperadamente se intenta cosificar y no ser
    cosificado.

    Bajo estas herramientas teóricas, Sartre va a
    analizar el problema de la Revolución
    Argelina
    : en su etapa colonial, Argelia estaba bajo el
    dominio de
    Francia,
    y sólo los europeos poseían derechos
    políticos en el país, utilizando la fuerza
    para reducir a los nativos a la categoría de
    "indígenas", o como dice Sartre, como Europa
    se dice humanista, para justificar la dureza del colono
    hacia el colonizado, redujeron a éste al nivel de
    "monos superiores": son seres despojados de su cultura
    e inducidos a aceptar la imagen humillante de si mismos que
    les inculca el colono, son, al fin y al cabo, sujetos no
    sólo despojados de su libertad, sino también
    de su identidad, incapaces de poder
    elegir sus proyectos de vida personales
    .

    Sartre explica el fenómeno de la sangrienta
    rebelión argelina dialécticamente: el colono
    no pude convertir del todo al indígena en bestia
    porque debe explotarlo, y es ese poco de humanidad que se
    concede al indígena el que acabará negando
    aquello que hicieron de él -su
    categoría de "indígena", su imagen
    humillante- con el fin de volver a ser un ser humano pleno
    y libre. La única manera de lograr esta
    negación, es la descolonización. En este
    sentido, Sartre dice que el colono "no sabe todavía"
    que el indígena es un falso indígena: que
    lleva en él esa mínima semilla de humanidad
    que lo llevará a descolonizarse por la fuerza
    (violencia). Esto puede interpretarse de a
    siguiente manera: dado que la relación entre dos
    libertades (aquí llevado al plano social, bajo la
    forma de dos culturas) siempre es conflictiva, la
    colonización argelina puede leerse como la
    cosificación por parte del europeo de los argelinos,
    y en este sentido la apropiación de su libertad.

    Los proyectos van unidos a la libertad, por lo tanto sin
    libertad no existe identidad.
    Con la revuelta argelina,
    lo que se simboliza es esto mismo que decíamos
    antes: el "cosificado" nunca va a admitir la "cosa" que han
    hecho de él, y tarde o temprano va a luchar por
    obtener su libertad. Esta libertad, llevada a lo cultural,
    significa la posibilidad de recrear su ser a su antojo,
    eligiendo libre y responsablemente. Esto es todo lo
    contrario a las conductas de mala fe: estas deciden
    objetivizarse bajo una supuesta "esencia" (en este caso la
    imagen que el colonizador impone sobre el colonizado),
    mientras que lo que se plantea en la Revolución
    es un volver a la libertad
    , aunque esto acarree
    también volver a la indeterminación y la
    angustia. Por otro lado, ambos, colonizado y
    colonizador, están alienados respecto de su
    identidad
    : el colonizador, Europa, lo está en
    tanto que se dice humanista y sin embargo viola en África la filosofía del respeto
    igualitario que debería tener por todos los seres
    humanos en cuanto tales; los argelinos están
    alienados porque se les impone un pensamiento y una imagen del mundo europea
    que, por no conocer a fondo, no pueden asimilar. La
    Revolución plantea la posibilidad de que cada cual
    vuelva a tener su identidad plenamente y sin
    contradicciones: el humanista europeo por un lado, el
    argelino y su cultura, por otro. Sin embargo, creo la
    vuelta a la propia identidad luego de la relación
    conflictiva con el Otro, no es gratuita: puntualmente, la
    dialéctica de la cosificación se invierte:
    ahora es el argelino quien mira al europeo a
    través del texto de
    Fanon, y esta mirada, como bien dice Sartre, ayuda al
    europeo a saber quién es, a conocerse mejor a
    sí mismo, a conocer mejor cómo es en realidad
    -y a costas de quien- ese Humanismo con mayúsculas del que se
    habla en Europa. La mirada del otro nos acerca al conocimiento de nosotros mismos.

    La forma de restablecimiento de la identidad
    argelina, será un rechazo a la condición
    animal
    a la cual el colono los ha empujado, usando los
    mismos medios
    que el colonizador: por la fuerza. Esta una
    violencia invertida, consecuencia directa de la
    violencia primera. Esta forma de descolonización, de
    restablecer la identidad expulsando a quien los aliena por
    todos los medios, causa en los europeos aversión:
    "… esos guerrilleros deberían esforzarse por
    mostrarse civilizados; sería el mejor medio de
    probar que son hombres…", dicen, y acentúan la
    paradoja de que han elegido un "medio inhumano" para
    demostrar su humanidad
    . Se considera la guerra
    desde Europa, como el "triunfo de la Barbarie", pero
    lo que ellos no ven es que la humanidad del
    oprimido se acentúa cada vez más
    en el
    transcurso de esa guerra, y que la identidad cultural y
    nacional
    comienza a sentirse, aboliendo lo que antes
    era un enfrentamiento neurótico entre ellos mismos.
    En este sentido, dice Sartre: "nuestras almas bellas son
    racistas
    ", o lo que es lo mismo, el eurocentrismo es tan fuerte que no admite
    otra cosa más allá de su propio Humanismo, es
    decir, más allá de sus condiciones
    propias, de sus formas de constituir la Humanidad, y
    de los límites de esa, su
    humanidad,
    intentando expandir su visión al
    resto de las culturas, obviando y transgrediendo
    situaciones particulares, con un aire de
    universalidad constituida que le es
    característico, y a la vez herramienta opresora de
    la libertad de pensamiento y de vida del resto de las
    culturas. En cierta forma es este ideal humanista el que
    aquí no se comparte con los argelinos, y lo que
    éstos rechazan por ser un valor
    netamente europeo que les es extraño y al que no van
    a amoldarse para no perder su identidad. De esta manera,
    responden con la violencia, porque con la violencia se
    los indujo a la categoría animal
    ; no hay otra
    salida para su re-humanización. Así, de esta
    violencia surge la identificación cultural: se
    profundiza la conciencia acerca de las necesidades
    sociales, se unifican los combatientes en un pueblo,
    se sienten hermanos en una lucha común. Ahora
    es Sartre del lado del emancipado, el que mira al
    europeo, lo convierte en objeto y lo incita a reflexionar
    -desde esta relación con el otro, con el argelino-
    acerca de lo que él mismo es, dejando atrás
    la mala fe que caracterizó a Europa: constituirse
    Humanistas significó fabricar "indígenas"
    para afianzar su concepto de
    lo "humano". En este sentido, debe admitir la total
    responsabilidad de sus actos y dejar de
    esconderse tras esa mala fe que se desnuda cada vez que
    tratan a un ser humano de "subhombre". Es el primer paso
    para cambiar su proyecto y modificar su identidad: si antes
    era una potencia
    colonizadora, hoy puede, tras la experiencia del Otro,
    dejar de serlo. "Éramos los sujetos de la
    Historia
    y ahora somos sus objetos
    "6, dice Sartre; la
    dialéctica se invierte, el europeo se transforma en
    el mismo indígena privado de su
    libertad.

    Vamos a discutir la relevancia de esta primer
    alternativa de la identidad en los próximos
    parágrafos.

  2. Colonialismo y descolonización:
    Sartre y
    la Revolución Argelina (60"s)

    La propuesta de Taylor se sitúa en un
    universo
    histórico totalmente distinto del de Sartre: escribe
    como respuesta a los problemas entre anglófonos y
    francófonos en Canadá. Para entender un poco
    de qué se trata la propuesta de Taylor, entraremos
    un poco en detalle acerca de la situación
    histórica canadiense denominada la
    "Revolución Tranquila".

    El elemento diferenciador de los canadienses por
    excelencia es el idioma: la comunidad francófona conformaba
    sólo el 25% de la población, ante el 75%
    anglófono. En dicha revolución, que
    tomó lugar a partir de 1960, la provincia canadiense
    de Québec, de mayoría francófona,
    planteó su separación de la Federación
    canadiense como respuesta a la presión cada vez más fuerte
    del inglés. Además del idioma
    mismo, una serie de circunstancias en cuanto al papel
    cultural diferenciaba a ambas comunidades: mientras los
    francófonos eran llamados canadiens francais,
    los anglófonos eran sólo canadians.
    Aquí se demuestra que había una preferencia
    por los ciudadanos de origen anglosajón, que
    constituían la mayoría general (al margen de
    Québec, que era francófona y católica,
    el resto de las provincias era angloparlante y
    protestante). La Carta
    Canadiense de Derechos, adoptada en 1982,
    proporcionó una respuesta a los problemas
    políticos, económicos y militares entre ambas
    comunidades, otorgando la categoría de "idioma
    oficial" tanto al inglés como al francés,
    así como los mismos derechos ciudadanos para ambos
    grupos
    lingüísticos -así también para
    los aborígenes, los pobladores
    originarios-.

    El problema canadiense, así como Taylor lo
    dice acerca de la Conferencia
    de Lago Meech, es que la exigencia de los
    francófonos iba más allá de la mera
    aceptación de su idioma como "oficial": su
    aspiración era que se los considerase como "sociedad
    distinta", con metas colectivas propias. Es decir, que no
    solo clamaban por simples leyes a
    su favor, sino que anhelaban la conservación de
    su cultura
    .

    Para muchos anglófonos, esta adopción de metas colectivas
    significaba ir en contra de ciertos derechos individuales,
    ya que, para empezar, podría ser discriminatorio
    para aquellos que no las compartiesen; además
    planteaban que se oponía al modelo liberal de su
    sociedad, que debe tratar a las personas con el mismo
    respeto -modelo procesual-. Y este respeto, sería
    pisoteado con la adopción de las metas colectivas,
    que suponen que algunas ideas son mejor que otras. Para los
    quebequenses, por su parte, la conservación de su
    cultura constituía claramente un bien. Esto, es
    organizar una sociedad alrededor de una idea de la "vida
    buena" -modelo sustantivo-, y aparentemente choca con los
    ideales liberales de igualdad de derechos para
    todos.

    El problema al que responde Taylor, por lo
    tanto, es cómo asegurar la igualdad de derechos y a
    la vez priorizar la conservación de diferentes
    culturas que claman por reconocimiento, dentro de una
    sociedad liberal entendida a partir de la igualdad de sus
    ciudadanos.
    La respuesta de Taylor, es que
    un liberalismo de tipo sustantivo no
    necesariamente se contradice con la igualdad de derechos:
    una sociedad puede estar orientada a la conservación
    de las culturas -considerándolo un "bien"-, y
    garantizar a la vez derechos igualitarios, sin que
    éstos violen las diferencias culturales. Esto supone
    una reducción de los derechos a los más
    básicos, que Taylor llama "libertades
    fundamentales". La igualdad de estos derechos no atenta
    contra la diferencia; esta es para él la sociedad
    liberal-multicultural.

    Según Taylor, Québec nunca
    podría haber aceptado un modelo de sociedad
    procesual, ésta hubiese destruido su identidad,
    porque el liberalismo en sentido procesual uniformiza y
    homogeneiza a sus ciudadanos bajo la fuerte "igualdad de
    derechos". Siempre habrá que distinguirlo de aquel
    liberalismo que respeta la diferencia entre las culturas
    que desean sobrevivir en él, y que alienta la
    diversidad cultural sin violar los derechos igualitarios,
    el multiculturalismo
    . Este tipo de sociedad liberal,
    dice Taylor, involucra reconocer el valor de todas las
    culturas por igual, es decir, otorgan reconocimiento
    a todas las culturas.

    Según Taylor, tanto otorgar como negar
    el reconocimiento a las culturas o grupos
    sociales forma su identidad.
    En este
    sentido, introduce aquí a Fanon: los colonizadores
    imponen en los colonizados una imagen desastrosa de si
    mismos, y éste para liberarse, intenta quitarse de
    encima esa imagen por la fuerza.

    La aceptación de que debe haber igualdad
    entre todas las culturas, está dada por la premisa
    de que todas las culturas tienen algo interesante para
    decir
    . Este reconocimiento del valor de cada cultura,
    no debe confundirse con un juicio de valor hacia una
    cultura determinada, lo que se daría a través
    de una fusión de horizontes: ésta
    supone que hemos sido modificados en nuestra
    relación con el Otro, y por lo tanto, no juzgamos
    sólo respecto de nuestros juicios de valor
    particulares, sino a partir de un conocimiento y una
    relación con el Otro. El supuesto acerca del valor
    de una cultura, está visto aquí como una
    prolongación social de la dignidad
    humana
    : un ser humano es digno siempre y cuando sea
    capaz de deliberar por sí mismo acerca de lo que es
    bueno, y de su realización personal. Así, suponemos que toda
    cultura tiene un valor, valor que no comprendemos
    sino a través de una fusión de horizontes culturales, la
    cual nos da herramientas de comparación entre una
    cultura y otra, ya no desde mi propia cultura, sino
    desde esa plataforma en fusión.

    La exigencia de reconocimiento y de respeto por
    parte de una cultura, vemos que es casi irracional: no
    debemos hacer juicios, ni siquiera positivos en este
    contexto, ya que estaríamos cerca de la discriminación, por un lado, pero
    también de la condescendencia etnocéntrica
    -sería juzgar a la diferencia desde lo mismo,
    valorarla porque es "para y desde nosotros" buena-.
    Con esto, quiero decir que la exigencia de reconocimiento,
    es exigencia de reconocimiento del valor de la
    diferencia
    , no del valor específico que para
    nosotros tenga una cultura.

    Para Taylor, por lo tanto, el reconocimiento forma
    nuestra identidad a nivel personal y cultural: tanto la
    negación de éste -como en el caso de los
    colonizadores de Fanon- como su otorgamiento. En el primer
    caso, se conformará una imagen humillante de y en la
    cultura en cuestión, mientras que en el segundo
    caso, se formará una imagen digna. El reconocimiento
    es la base de la formación de la identidad en ambos
    casos, pero Taylor insiste en que es bueno partir del
    segundo, fundamentándolo a partir de una
    cuestión moral:
    sería "arrogante" pensar que no todas las
    culturas tienen igual valor, por el contrario, es razonable
    pensar que
    a partir que diferentes culturas producen
    distintas imágenes del mundo, dichas culturas
    humanas merecen igual respeto y valor.

    Por otro lado, este otorgamiento de reconocimiento
    a la validez y dignidad de la diferencia cultural,
    contribuye a las relaciones entre grupos culturales
    concretos -como en el caso de Québec-, haciendo
    posible una convivencia un poco más armoniosa
    (aunque por supuesto habrá inevitables choques o
    tensiones).

  3. "La política del reconocimiento" :
    Taylor y el
    multiculturalismo canadiense.
  4. Filosofía Intercultural como
    superadora del multiculturalismo.
    El diálogo intercultural.

La Filosofía Intercultural se constituye como una
respuesta a problemas análogos a los del
multiculturalismo, y a la vez es un "mas allá" de
él. Se ocupa mas bien de el problema de las culturas en la
"era de la
globalización": esta cuestión es análoga
a la de Taylor porque la globalización está construida sobre
las bases de la política liberal de Taylor. En cierta
forma, vista desde lo cultural, constituye una
prolongación de ésta.

Por otro lado, podemos decir que se encuentra dentro de
lo que Taylor llama "políticas
de la diferencia", ya que construye una respuesta desde el sector
que da prioridad a la diferencia a los problemas planteados al
principio de este trabajo.

¿Cómo lograr una convivencia más
o menos pacífica y solidaria entre las diferentes
culturas?
, se preguntan. La respuesta es la misma de Taylor:
reconociendo el valor propio de cada cultura sin forzarla a
perder su identidad como tal. Y ¿cómo lograr que
en este mundo actual homogeneizante las culturas diferentes no
pierdan su identidad?
Esta es una pregunta distinta pero
relacionada con la primera, y la cual la Filosofía
Intercultural va a responder yendo más allá del
multiculturalismo del reconocimiento de Taylor.

En primer lugar, se oponen a la uniformización
cultural del mundo a la que nos lleva la "globalización".
En este sentido, se afirman las identidades particulares como
teniendo el mismo valor. Pero las distintas visiones del mundo o
culturas no son en sí la solución a nuestros
problemas: no se trata de cambiar una cultura por otra "mejor"
-eso sería etnocentrismo o condescendencia en el sentido
de Taylor- ni de que cada cultura se cierre a las demás
-eso sería un relativismo-. Por el contrario, se tiende
a la posibilidad de que todas las respuestas culturales
diferentes puedan relacionarse mediante un diálogo
intercultural,
articularse en virtud de una
universalidad digna porque es universalidad constituida
desde lo particular, desde la diferencia,
opuesta a
aquella que es concebida como un "límite", que excluye y
discrimina a lo que llama "particular" -la universalidad
constituida
es eurocéntrica-. El diálogo
intercultural, por lo tanto, necesita de un gran esfuerzo de
traducción; por lo cual su actitud es en
hermenéutica o interpretativa respecto de
las diferencias interculturales, llevando la traducción al
lenguaje de la
propia cultura.

En esta concepción no está en juego el
reconocimiento de Taylor como un fin en sí mismo,
más bien se lo supone como fundamento para el
posterior diálogo intercultural. La exigencia de
respeto o de reconocimiento de la dignidad de una cultura, es
aquí una exigencia ética
ineludible
por el carácter humano común en
todas ellas
, y el reconocimiento no está destinado a
la preservación estática
de los valores
sustantivos de las culturas, sino a la realización
libre
de los sujetos involucrados en ellas.

En este sentido, se ve a la identidad cultural de los
sujetos no como algo ya constituido, sino como proceso de
identificación constante, identificación abierta
también a elementos interculturales
. La cultura propia
es sólo un punto de partida, es la situación
sartreana que siempre puede ser modificada por la libertad del
sujeto, de ninguna manera es el límite de las aspiraciones
de los sujetos; en este contexto, el reconocimiento les da a
éstos la posibilidad de moverse en universos culturales
distintos de los propios sin ser discriminados
. Es por esto
que decimos que la Filosofía Intercultural supera al
multiculturalismo en el sentido de que el reconocimiento es
condición necesaria -pero no suficiente- para el
diálogo intercultural que lleva a formar la identidad
,
y no un fin en sí mismo. La constitución de la
identidad cultural a nivel personal, es para el sujeto una
cuestión ineludible, y de su libertad para llevar a cabo
tal empresa se deduce
su total responsabilidad. No es difícil ver aquí la
influencia directa de Sartre: la libertad individual es
más fuerte que toda situación original. Sin embargo
se da aquí una dialéctica
situación-libertad 5 de la cual el
sujeto es protagonista componiendo su identidad, y una segunda
dialéctica opresión-liberación, que
obliga a los individuos a contrastar su cultura y su forma
de identificarse con ella con otras que le son extrañas.
En este contexto dice Fornet Betancourt que existe "derecho a
la desobediencia cultural"
6.

Concluimos, al fin, que en la propuesta intercultural,
es el diálogo intercultural el que conforma nuestra
identidad.
Hay una apertura de los límites de las
culturas particulares
y un reconocimiento de igualdad de
valor entre ellas, además de una maximización de la
libertad del sujeto
herencia
sartreana- para el logro de esta finalidad. De lo que se trata
aquí, no es tanto de la identidad cultural de los pueblos,
sino más bien de la identidad personal de sus integrantes,
identidad que está libremente formada por influencias
culturales varias, y de la cual la propia cultura sólo
es el punto de partida
.

  1. Como sostuve en la introducción a este
    trabajo, creo que toda teoría o concepción de la
    identidad cultural supone una relación determinada con
    el otro. A su vez, esta relación puede ser más
    o menos problemática en el sentido del que hablamos en
    la introducción: la radicalización de la
    diferencia puede llevar a un relativismo cultural, mientras
    que una homogeneización cultural siempre es llevada a
    cabo desde los límites de una cultura
    hegemónica y constituye lo que conocemos como
    etnocentrismo, suponiendo la creencia de que esa cultura es
    mejor o más valiosa que otras . Esto lleva
    directamente a la discriminación de los individuos
    culturalmente distintos.

    Por el lado de Sartre, vemos que la
    relación con el Otro es siempre un conflicto
    de libertades. Esto no me permite para nada situarme en el
    lugar del otro (al estilo de Levinas, por ejemplo), ni ver
    tanto al Otro como a mi bajo la categoría de sujetos.
    En cierto modo, alienta al etnocentrismo: dos culturas no
    podrían ser consideradas iguales en cuanto a su valor,
    porque o bien considero la mía y domino la del otro, o
    bien el otro me domina e impone su identidad
    tratándome como un objeto. Resta decir que esta
    dialéctica no se traduce en una relación
    recíproca de igual a igual con el Otro: hay siempre un
    factor de poder que deriva en una asimetría de roles.
    En este sentido, cabría destacar una diferencia con la
    propuesta intercultural: un sujeto o pueblo jamás
    podría identificarse con un elemento cultural de otro
    sujeto o pueblo sin alienarse; si consideramos al otro
    como un sujeto, somos cosificados, y las cosas no tienen
    posibilidades de cultura. Podemos considerar la
    dialéctica como un dilema en el cual la opción
    por cualquiera de los dos cuernos resulta un
    fracaso.

    Por otro lado, parece ser que Sartre ve en la
    experiencia del otro un medio tanto para conocerme a mi mismo
    como para cambiar mi proyecto, mi identidad. Si es
    así, entonces no hay contradicción alguna entre
    sostener que no hay esencia del hombre -ni de la identidad- y
    afirmar que hay identidades incompatibles: llegamos al
    encuentro del otro con una identidad que asumimos como propia
    (sin embargo no está completada o cerrada), y esta
    fuerte relación con el otro puede hacernos cambiar
    nuestro proyecto, contribuyendo a la formación de
    nuestra identidad. Este el rasgo positivo que advierto en la
    dialéctica.

    En el caso de Taylor, la relación que
    se plantea entre las identidades culturales sí es
    de igual a igual, respetando, sin embargo, la
    diferencia: el problema de Taylor es cómo mantener una
    igualdad de ciudadanos al estilo liberal, cuando esos
    ciudadanos insisten en diferenciarse culturalmente; no
    sólo exigen que su cultura sea "tolerada" sino
    también respetada, reconocida en su valor por el
    resto. El problema surge cuando el Otro insiste en la
    conservación de su cultura -con sus juicios de valor y
    de vida buena incluidos en ella-, porque esto
    iría en contra de la supuesta "neutralidad" moral de
    una sociedad liberal en la que se da libertad a la
    autonomía y conciencia individual. Como dijimos en su
    momento, Taylor se apoya en una suposición moral al
    reconocer el valor igualitario de todas las culturas
    ("sería arrogante creer que nuestra cultura es mejor
    que otras; ser arrogante está mal à no supongamos que nuestra
    cultura es mejor que otras, ¡hagamos el bien!"),
    el reconocimiento del Otro y de su cultura es un fin al que
    se intenta llegar a través de su inclusión en
    las sociedades
    multiculturales"; con este reconocimiento se palian en cierta
    forma las marcas que
    deja el no-reconocimiento en la identidad cultural; esta es
    la mejor manera de convivir en armonía que tenemos hoy
    por hoy.

    Me parece que este tipo de relación con el
    otro es muy pobre: se le concede al otro la dignidad, el
    respeto, pero al fin y al cabo los valores
    relativos a cada cultura quedan intactos, simplemente se
    supone que el reconocimiento de por sí va a llevar a
    una mejor convivencia. Según Taylor su postura no
    recae en un relativismo cultural, ni en un comunitarismo,
    porque el valor real de una cultura puede ser
    examinado en la fusión de horizontes, y más
    allá de toda diferencia, una persona tiene
    derecho a tener derechos (este es su más fuerte
    rasgo universalista). Esto de la "fusión de
    horizontes" me parece sumamente improbable e irrealista, al
    menos hoy por hoy. De todas maneras, aquí la
    solución son las culturas particulares, y por
    más que estén relegadas al mismo territorio o
    nación, no podemos decir que haya una
    interacción entre ellas. Creo que
    Taylor recae en un individualismo cultural que puede ser
    caracterizado como relativista.

    Por otro lado, y a propósito de Sartre,
    Taylor estaría inclinado a decir que la imagen
    humillante de si mismos que tienen muchos grupos culturales
    (los quebequenses o los argelinos), se palia y se retira (al
    menos parcialmente) mediante el otorgamiento del mismo
    reconocimiento antes negado. Creo que esto no es realista; ya
    que no sería suficiente, por ejemplo, en una
    circunstancia como la que vivieron los argelinos: como dice
    Sartre, éstos no estaban interesados en reconocimiento
    alguno por parte de los europeos, más vale, este
    "reconocimiento" es una categoría tan arraigada en las
    sociedades occidentales, que no es compartida en absoluto por
    los africanos
    . El reconocimiento no contribuiría
    al restablecimiento de su identidad porque constituye un
    elemento y un concepto tan peregrino para ellos, que
    sería ahondar más en el etnocentrismo y la
    humillación que ellos sienten al no poder explicar
    que, aceptándolo, ayudan a su propia alienación
    y a la pérdida de su identidad. Creo que Taylor opera
    con unas categorías profundamente occidentales en
    nombre de "lo humano"
    , y que es difícil ver
    cómo éstas podrían operar en el caso de
    diferencias culturales -y conceptuales- profundas, por
    ejemplo en el caso de los fundamentalistas islámicos.
    Exigir que el Otro se "comporte" como occidental exigiendo
    derechos con "palabras" más que con "actos" -como
    decíamos a propósito de la violencia en Fanon-
    sería un caso más de etnocentrismo, demasiado
    humanista para ser tenido en cuenta por las culturas
    realmente diferentes. Esto está relacionado con
    lo que decíamos a propósito de los "medios
    inhumanos" para recuperar la "humanidad" en el
    parágrafo de Sartre.

    Por otro lado, y suponiendo que la propuesta de
    Taylor se restrinja a las sociedades estrictamente liberales,
    deberíamos plantearnos qué pasa aquí con
    las personas que se identifican como teniendo pertenencia
    múltiple a distintas culturas, o con los ciudadanos
    que no se sienten identificados con ninguna de las culturas
    "oficiales" que conforman la nación: en cierta forma quedaría
    fuera de la posibilidad de todo reconocimiento. Esto es
    grave, ya que constituye una forma de exclusión en el
    más fuerte sentido.

    En cuanto a la propuesta de la Filosofía
    Intercultural
    , es una actitud o una manera de tratar al
    Otro -como en Taylor-, sin embargo se pretende que las
    culturas estén abiertas al diálogo, y que los
    individuos puedan transitar libremente en ellas sin ser
    discriminados, con el fin de formar su identidad.

    Lo novedoso e interesante de la propuesta es que la
    comunicabilidad y tecnologías del mundo global de hoy
    en día podrían ser útiles no para
    homogeneizar, sino para transitar en las distintas
    culturas.

    Por otra parte, se toma en cuenta la diferencia pero
    no en el sentido de Taylor: allí es la igualdad
    (universalismo) la que tiene más peso que las
    diferencias particulares. Aquí, se intenta recalcar la
    diferencia como identidad narrativa: discurso
    constituido sobre las bases de la historicidad y relatividad
    de cada pueblo. Se le da un gran lugar al otro pero se lo
    toma como elemento formador de mi propia cultura. En este
    sentido, está siempre al servicio
    del mismo, no como un etnocentrismo, sino como una
    instancia de aprendizaje
    que me puede enriquecer.

    Relacionando este punto de vista con el de Sartre,
    la Filosofía Intercultural plantea que uno siempre
    está en condiciones de desobedecer a los que intentan
    inculcarnos una imagen humillante de nosotros mismos. De
    hecho, los colonizados lo hacen, quitándose de encima
    la imagen del colono por la fuerza, expulsándolo de su
    tierra.
    Creo que ambas posiciones son análogas o
    compatibles7. A modo de crítica de este punto, se puede decir
    que a veces la situación es tan fuerte que traspasa
    las fronteras de la libertad. Tomando el ejemplo argelino: si
    el oprimido siempre está en posibilidad de
    liberarse de lo que le es ajeno, ¿por qué las
    colonias argelinas, como tantas otras, tardaron tanto
    tiempo en
    hacerlo? No creo que no hayan tomado conciencia antes de su
    situación (sostener esto sería una falta de
    respeto a la propia inteligencia de los argelinos) ni creo que
    haya sido esta una actitud "de mala fe", sino que lo que se
    buscó fue el momento justo (a fines de la Segunda Guerra
    Mundial) en el cual el poder francés menguara;
    esto claramente incrementó la libertad de acción de los argelinos, posibilitando
    los levantamientos revolucionarios. Una objeción a
    esta idea podría ser que, en realidad, a nivel
    personal no hacía falta la expulsión del colono
    para que los argelinos pudiesen armar, solos con su
    conciencia, su identidad cultural. Respondo que sí era
    necesario en este caso, porque el mismo Sartre afirma que la
    única posibilidad de des-alienación y de vuelta
    a la identidad de los argelinos era aquí la
    expulsión del colono por todos los medios, utilizando
    la misma violencia que, invertida, los condujo a la
    condición animales,
    para recuperar su humanidad. Si mi objeción es
    válida, entonces en este caso la libertad para
    constituirnos como sujetos que miran y estructuran,
    con su mirada, al otro como un objeto, o la posibilidad de
    dar vuelta la dialéctica, estaría marcada no
    tanto por la libertad, sino por la situación; en este
    caso la opresión. No estoy segura de que Sartre
    estuviese dispuesto a hacer el recorte a la libertad que esta
    afirmación implica.

  2. La
    relación con el Otro cultural en las tradiciones
    expuestas
  3. Conclusión
    final

Como conclusión se podría decir que el
caso del multiculturalismo, para empezar, constituyó una
buena solución -al menos parcialmente, ya que hay algunos
hilos pendientes, como observamos- a un problema de
conservación de culturas distintas en una misma sociedad,
que en el peor de los casos hubieran perdido rasgos propios
importantes, como el lenguaje.
Creo que el éxito
de su aplicación consistió en que no eran culturas
realmente muy distintas en su aparato conceptual, mas bien la
diferencia entre ellas era de tipo valorativa y no muy profunda
(qué es una sociedad buena, qué son las buenas
costumbres, etcétera), y además eran dos sociedades
bastante cerradas y tradicionales. No la considero una
alternativa demasiado plausible para casos como el de nuestro
país, donde hay muchísimos grupos culturales no
homogéneos, o híbridos; se complica en el sentido
en el que hablábamos antes: no habría dónde
clasificar ciertos grupos o individuos que por ser
difíciles de clasificar, podrían no ser
reconocidos. Esta es una falencia grave. Otra falencia es la
ausencia del poder como elemento que restringe y determina la
igualdad, por un lado; y por otro, Taylor habla siempre de que
debe otorgársele reconocimiento a los grupos porque su
negación podría influir negativamente en la
identidad de los mismos, pero no nos dice qué pasa cuando
se le ha negado reconocimiento a uno de esos grupos: creo que las
huellas no se borran con la mera aceptación. Allí
están presentes las pasiones humanas: el rencor, la
violencia, las malas experiencias en el imaginario colectivo…
ninguno de estos factores es tratado por Taylor en su texto,
más allá de que los vemos muy claramente en el
mundo de hoy.

Me parece que la propuesta de Sartre, por otro lado, se
cumple muy parcialmente: deja más problemas de los que
resuelve y es un punto de vista muy pesimista acerca de la
relación entre dos libertades, que nos crearía
más problemas todavía. Por ejemplo, no
existiría la
comunicación (entendida como comunicación entre dos sujetos) porque
no hay dos sujetos
; en este sentido no habría nada
más allá de la dominación. Bajo este punto
de vista, constituye una posición opuesta a la de
Taylor.

La Filosofía Intercultural, por último,
parece la más plausible para los problemas de nuestro
mundo "globalizado": la concepción pragmática de
los sujetos como "viajeros culturales" que toman de aquí y
de allá para constituir su identidad, más
allá de tratar al Otro como un "igual diferente" -igual en
tanto humano, diferente en sus creaciones, narraciones
culturales, visiones del mundo-, tiene la ventaja de utilizar lo
mejor de la "globalización" (el acortar las distancias) y
sin embargo se aparta de ella en cuanto no homogeniza a las
culturas. Tampoco cae en un relativismo, la posibilidad del
diálogo intercultural existe si no como un hecho, como
meta a seguir; este diálogo no se da en un terreno neutral
(al estilo de la fusión de horizontes de Taylor), sino que
se practica mediante un esfuerzo hermenéutico en
nuestra misma cultura. Por otro lado se intenta dialogar con los
"diferentes" con el fin de buscar una alternativa justa para
todos en cuanto a las formas de vivir en solidaridad y
pacíficamente, y no solo en la esfera individual que
mencionábamos antes (la relación con el Otro me
enriquece a mí mismo).

Creo que esta es una alternativa ambiciosa, pero
constituye nuestro último recurso hoy en día:
unimos lo mismo a las diferencias formando un universal desde lo
particular, o quedamos homogeneizados bajo un universal
etnocéntrico-occidental que diluye las diferencias. Esta
sería no sólo una forma de alienación al
estilo de Sartre, sino también la mayor falta de respeto a
la diversidad cultural concebible. No obstante, hoy la vemos y
sufrimos todos los días: tanto en el tren y en la calle,
como en la política internacional y en la irreverencia de
la guerra.

Notas

1 Hay dos tipos de conciencia en Sartre: la
conciencia no tética del sí mismo o cógito
pre reflexivo -cuando la conciencia se proyecta al ser en
sí, y así es conciencia de… no es conciencia de
sí misma- y la autoconciencia, o cógito propiamente
dicho -cuando la conciencia es conciencia de sí misma,
pero no como siendo conciencia en sí, sino como
objeto de la conciencia (de)…-. Esto se verá
mejor al momento de analizar la relación con el
otro.

2 Hay tres puntos de vista desde los cuales
juzgar al hombre como un objeto: su cuerpo, su
situación (la cual restringe pero no
determina sus elecciones) y su pasado
(inmodificable).

3 El hecho de que la libertad sea tan
radical, y la elección tan indeterminada, se nos revela
como una consecuencia del ateísmo: no hay Dios, por lo
tanto no hay esencia previa a la existencia; y de igual manera,
tampoco hay determinismo en cuanto a lo biológico o
social. El hombre está condenado a ser libre, "nace
responsable y sin excusas".

4 Aquí se puede establecer
algún vínculo con alguna de las formulaciones del
Imperativo Categórico kantiano: "obrar como si mi
acción fuese ley de toda la
humanidad". Algo así dice Sartre que se cumple en la
realidad: cuando obramos, incitamos a los otros a actuar como
nosotros, la elección de los proyectos es siempre
universal, por eso la angustia ante la inmensa
responsabilidad.

5 Para fundamentar esto, Fornet Betancourt
recurre a la fragmentación, tanto individual como grupal o
de clases, dentro de las sociedades: una sociedad no es en modo
alguno homogénea, estas diferenciaciones son producto de
las luchas entre las distintas miradas que constituyen una
sociedad. Vemos que aquí se prioriza el punto de vista
subjetivo, contra una visión de la cultura
hermética a otras y homogénea en relación a
juicios de valor y aparato conceptual,
etcétera.

6 Ver Fornet Betancourt, Supuestos
filosóficos del diálogo intercultural.
(Detalles en bibliografía).

7 Hay compatibilidad entre ambas propuestas,
pero me parece que en el caso del Sartre de Los
condenados
… hay más una tendencia a considerar la
identidad que se recupera con la Revolución como social,
grupal; mientras que del lado de la Interculturalidad tenemos una
preponderancia de los sujetos-formadores-de-su(s)-identidad(es)
que eventualmente componen una sociedad. Con esto no quiero decir
que en el caso de Sartre los sujetos estén determinados a
una identidad cultural hermética, sino sólo que hay
una diferencia en la forma de plantear la cuestión
según cada propuesta; la propuesta intercultural, si bien
es deudora del pensamiento sartreano, no comparte enteramente con
Sartre la formulación del asunto tratado
aquí.

Bibliografía

  • Arfuch, L. (comp..), Identidades, sujetos y
    subjetividades
    , Buenos Aires,
    Prometeo,
    2002., pp. 19- 41.
  • Cullen, C., Reconocimiento y pluralismo: el lugar
    del otro en la formulación del sujeto moral,
    Memorias del
    XIV Congreso Interamericano de Filosofía, Puebla,
    México, Agosto de 1999.
  • Fanon, Los condenados de la tierra,
    Prólogo, México, FCE, 1961.
  • Fornet Betancourt, R., Interculturalidad y
    filosofía en América Latina
    , Aachen,
    Wissenschaftverlag Mainz, 2003;
    Introducción.
  • Fornet Betancourt, R., Supuestos
    filosóficos del diálogo intercultural, Viena,
    Polylog n° 1, 1998, pp. 45- 86.

Fuente:
(Proyecto Ensayo
Hispánico).

  • Sartre, J. P., El ser y la nada, Madrid,
    Alianza, 1984.
  • Sartre, J. P., El existencialismo es un humanismo, Buenos
    Aires, Ediciones Del Ochenta, 1986.
  • Taylor, El multiculturalismo y la política
    del reconocimiento
    , México, FCE, 1993, cap.
    1.

 

 

 

 

Autor:

Florencia Corsi

Partes: 1, 2
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