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La fiebre amarilla en Buenos Aires – 1871 (página 2)



Partes: 1, 2

Oficialmente, la epidemia se inició a principios de
enero, creció en febrero, durante las fiestas y candombes
de Carnaval, en marzo y abril (Semana Santa)
y, el contrasentido de los resultados de la liturgia: en aquel
“Sábado de Gloria”, fallecieron cuatrocientos
treinta y quinientas, el día pascual, incluido cuarenta
sacerdotes. Tantos eran los muertos, que los dirigentes de los
diarios porteños propusieron fundar la Comisión
Popular de Socorro. Los convocantes fueron varios directores
jóvenes (23 a 28 años): Aristóbulo del
Valle, de “El Nacional”, Manuel
Bilbao-“La
República”-, Héctor Varela-“La
Tribuna”-, José C.Paz-“La Prensa”-,
Bartolomé Mitre y Vedia-“La Nación”- y el diario alemán
“Freie Presse”, cuyo director fue Adolfo Korn, padre
del futuro hijo y escritor, Alejandro Korn. Pronto se
formalizó la Comisión en audiencia pública,
integrada por los citados y por meritorias personalidades, como
Roque Pérez (designado Presidente), M. Argerich, E. Y
P.Gowland, Carlos Guido Spano, Francisco Uzal, Evaristo Carriego,
Matías Behety, J. Viñas, Quintana, P. J. Dillon,
Tomás Armstrong, Lucio V. Mansilla, A. Larroque,
José María Cantilo, Florencio Ballesteros y otros.
El número fue elevado, pero algunos solo se hicieron notar
por sus nombres y ausencias; en cambio, los
menos (de ciento sesenta médicos, apenas cincuenta se
entregaron en plenitud a combatir el mal y unos doce perdieron la
vida durante sus tareas profesionales y humanitarias: entre
ellos, los renombrados Roque Pérez, Manuel Argerich,
Florencio Ballesteros, Francisco Javier Muñiz -cirujano
mayor del ejército, en la batalla de Cepeda y en la
guerra con el
Paraguay, vino
a morir entre sus pacientes, el 8 de abril de 1871-, y el militar
Lucio Norberto Mansilla (padre del autor de “Una
excursión a los indios ranqueles”-Lucio V.
Mansilla-).

La prensa urbana mencionó como
“heroica” la acción
de los médicos, enfermeros y farmacéuticos que
cayeron por causa de la peste. Llegó entonces una
instancia, en que la Comisión ordenó la salida de
Buenos Aires
de todas las personas no contagiadas y así lo hicieron los
ocupados en proteger sus moradas, mientras entraba a funcionar el
robo, los asesinatos y el saqueo de las casas desiertas.
Había ladrones con carros o vestidos de enfermeros, que en
las calles se dedicaban a despojar de ropas y pertenencias a los
yacentes, cuando no lo hacían los perros vagabundos
y hambrientos que se comían los cadáveres y que por
las noches escarbaban en las tumbas y fosas del Cementerio.
Según testigos, reinaba el espanto, el
“sálvese quien pueda”, cualquier cantidad de
huérfanos deambulaba dispersa y llorosa; la asistencia, no
alcanzaba a todos los desventurados. Recién el 10 de abril
se dictó Feriado Nacional, y Curia y Gobierno pusieron
distancia del foco céntrico. No obstante, el
párroco de San Nicolás de Bari, Eduardo
O‘Gorman, hermano del jefe de policía,
impulsó y fundó el Asilo de Huérfanos, y la
Sociedad de
Beneficencia se hizo cargo de la construcción.

Como aún es costumbre, junto con la desgracia
surgen los aprovechadores; en tanto varios negocios
quebraban y los diarios carecían de papel, con ediciones
al mínimo, se notó rápido la escasez de
medicamentos o se acaparaban para ofrecerlos a valores
prohibitivos, ataúdes también se vendían a
precios
irrisorios, los carpinteros desertaban y el costo del acarreo
crecía por la falta de vehículos, choferes y
sepultureros, porque también varios de ellos habían
huido. Y como siempre, la policía “fue
desbordada”, aunque los historiadores destacaron el
comportamiento
ejemplar y épico de las fuerzas, en especial de su jefe
Enrique O’Gorman.

En los impresos, ciertos escribanos ofrecían sus
servicios para
la vil compra o venta de
propiedades, y cuando, prácticamente, a partir de los
días finales de junio de 1871 la Epidemia se
desvaneció de súbito, aparecieron los pleitos y
litigios, por las sucesiones de los
muertos y por los inmuebles entregados de forma dolosa a otras
personas.

En “La Prensa”, el aviso de un tal Miranda,
escribano público, ofrecía hacer testamentos a toda
hora del día y de la noche.

Paul Groussac, recordaba y confirmaba, años
después, en su libro
“Los que pasaban”, que: “Gradualmente, desde
mediados de marzo, el cuadro fue cobrando cada vez tintes
más sombríos. El éxodo se hizo general
cuando se comprobó que la fiebre no se
alejaba de la costa, quedando indemnes las regiones
mediterráneas… Después de los sospechosos
saladeros, que de orden superior interrumpieron sus faenas,
fueron cerrando sus puertas, por falta de elementos, las
principales fábricas. Siguiendo a las industrias, se
paralizaron las instituciones… En abril las defunciones
alcanzaron el 14% de la población, y ésta, más que
diezmada, había dejado de contar sus desaparecidos. Ya no
eran coches fúnebres los que faltaban y tenían que
suplirse con carros abiertos, sino carreros que aceptasen la
espantosa tarea. Intereses, deberes, vínculos sociales y
acaso carnales: todo se había destemplado y relajado en
ese general menoscabo de la vida… Por centenares
sucumbían los enfermos, sin médico en su dolencia,
sin sacerdote en su agonía, sin plegaria en su
féretro”.

¡Cuánto cristiano muerto sin
confesión!, clamaba el público, y la prensa,
también o tan bien, se ocupada en incomodar a los
partícipes de la política
nacional.

Los rieles se extendieron hacia el Oeste para llevar a
los muertos en trenes a las tierras donadas de la Chacarita. Se
comentó asimismo, que “fue el primer ferrocarril de
la historia cuyos
usuarios eran difuntos”.

Desaparecida misteriosamente la Epidemia a fines de
junio de 1871, con el paso de los años el Municipio
inauguró un monumento en memoria de
“las víctimas caídas en cumplimiento de su
deber”, cerca del Hospital Muñiz, en el parque
Ameghino. Pocos saben, que bajo sus pies, y cual inaudito testigo
de la catástrofe, se halla el antiguo Cementerio del
Sud.

En 1872, como un alivio a la dura prueba de los vecinos
porteños y para los buenos lectores, aparecen dos libros
importantes de nuestra literatura: “Santos
Vega”, de Hilario Ascasubi y el “Martín
Fierro” de José Hernández; sin embargo,
nadie esperaba una nueva mala noticia: el incendio y naufragio
del vapor “América” y el heroísmo de Luis
Viale, pero… esta es otra historia.

Libros sobre el
tema

“Bajo el horror de la Epidemia” (Bs.As.-1832), por
Ismael Bucich Escobar

“Los que pasaban” (Bs.As.-1919), por Paul Groussac
(1848-1929)

“La peste histórica de 1871”
(Paraná-E.Ríos-1949-) Leandro Ruiz Moreno, nieto
del médico que murió atendiendo a los
enfermos.

“The Plague of 1871”, de T.E. Ash (1829),
médico y físico inglés.

“La Plague…” decía: “La
tristeza y la desolación reinaban en toda la ciudad… De
casi todas las puertas colgaba un trozo de crespón…
El sol
brillaba fuertemente, pero el aire estaba
pesado, con el olor de la
muerte…”

Los despachos telegráficos que se cruzaban Robert
C. Kirk (ministro de Estados Unidos en
Buenos Aires) y Hamilton Fish (ministro de Asuntos Extranjeros en
Nueva York), hablaban por sí: La fiebre amarilla en Buenos
Aires causa hasta doscientas muertes por día… La
población presa del pánico… Las calles casi desiertas… Los
mensajes casi suspendidos… El correo demorado…

Testigo invalorable: Mardoqueo Navarro fue un testigo
viviente del doloroso acontecimiento e hizo un pormenorizado
relato diario durante los primeros meses de 1871, con el
número de muertos, accidentes e
incidentes que provocaba la tragedia. El texto
apareció luego en el desaparecido diario “La
República” y permaneció en el olvido, hasta
que fue publicado (abril de 1894) en los “Anales del
Departamento Nacional de Higiene
nº l5- año IV. Medio siglo después, el
profesor de
enfermedades
infecciosas de la Facultad de Medicina de
Buenos Aires, Dr. Carlos Gandolfo lo rescató nuevamente
para una conferencia, la
que fue impresa en “Publicaciones de la Cátedra de
Historia de la
Medicina”-Tomo III – año 1940.

Diario: BOLETIN DE LA EPIDEMIA- Bs.As- el primer
número salió el martes 28 de marzo de 1871. Abajo
del título, anunciaba: “sale todos los días a
las 2 de la tarde” (sic) – Editores J.P. Albarracín
y J.Güemes, calle Belgrano 128.– Dividía su
editorial en dos columnas. La dirigida al público,
decía: “Cuando un diario nace, se desea una larga
vida… Y de forma premonitoria: “ Nosotros, al contrario,
lo decíamos con sinceridad, deseamos la muerte
temprana porque siendo este un diario de circunstancia, su muerte
indicará la conclusión de la
epidemia”.

La parte dirigida a los “Médicos”,
arremetía contra los médicos parroquiales y la
Comisión Popular de Socorros contra la Fiebre Amarilla,
porque la mayoría de sus integrantes se excusaba de
asistir a las reuniones y se iban al campo, y los pocos,
entregaban su vida a los infectados.

Definitivamente, los escritores argentinos y extranjeros
que se ocuparon de la biografía completa de
Domingo Faustino Sarmiento, desde Leopoldo Lugones, Ricardo
Rojas, pasando por M. Gálvez, A. Palcos, del Carril,
Montt, Ellison Willians Bunkley (de New Jersey) y otros, de
diversas nacionalidades, no omitieron la cita (con pocas o muchas
palabras) del período lacerante y angustioso, que pasaron
los habitantes en 1871, con los estragos de la Fiebre Amarilla
durante el gobierno del Sanjuanino.

Curioso hecho: el 8 de diciembre de 1871, el pintor
uruguayo Juan Manuel Blanes (1830-1901) expuso en una sala del
Teatro
Colón viejo, la tela al óleo, titulada:
“Episodio de la Fiebre Amarilla”, basado en un hecho
real descubierto en un conventillo. La obra, muy criticada, tuvo
sus idas y venidas, por el interés de
funcionarios locales en comprarla o no; pero finalmente, el
cuadro quedó en el Museo de Montevideo.

Muchos consideraron el trabajo
como “fotográfico”, pues el drama
sucedió en la calle Esmeralda nº (antiguo) 384, el 18
de marzo de 1871, donde, con las puertas abiertas de la casa y a
la madrugada, un sereno halló el cadáver de la
inmigrante italiana Ana Bristiani y a su criatura de cuatro
meses, mamando aún de su pecho. Denunciado el caso,
acudieron los doctores Roque Pérez y Manuel Argerich, y
llevaron el bebé a la Casa de Expósitos.
(¿Cuál habrá sido el destino de aquel ser
inocente, se salvó, creció y…? No lo
sabemos.)

El diario La Nación
citó el hecho como otro de los temas desgarradores de la
Epidemia y el famoso cuadro de Blanes tuvo sus sinsabores al
retratar a los dos médicos y a las víctimas en el
mismo zaguán. Tanto Bucich Escobar y Ruiz Moreno,
confirmaron el insólito episodio en sus libros y
también, el parte del comisario Lisandro Suárez de
la sección 14, al jefe de policía Enrique
O‘Gorman.

 

 

 

 

Autor:

Omar Nestor De Napoli

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