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12 Rosas a la misión de ser madre (página 2)



Partes: 1, 2

Madre mía, no podía entregarte esta rosa sin
antes reflexionar en los casos de irresponsabilidad, pero al
mismo tiempo,
detenerme lo suficiente en aquellas mujeres valientes y
decididas, que en las peores condiciones de inestabilidad
emocional y ninguna garantía de apoyo de su familia o del
individuo que
la embarazó, pronuncian un sí por la vida y se
arriesgan a tener a sus hijos. Aquellas mujeres que, a pesar de
beber la amargura y el rechazo del padre de su hijo, de su
familia y de la mirada indolente y acusadora de una sociedad
insensible y farisea, defienden con amor y ternura
la vida que se desarrolla en su vientre. Admiro grandemente a
estas mujeres y pienso que su valentía viene de lo alto,
porque al examinar sus vidas encuentro que sus hijos salieron
adelante y se convirtieron en hombres o mujeres de bien. Dios
nunca las abandonó porque ellas contribuyeron a realizar
el propósito divino.

Por eso, en esta hora, quiero dejar este mensaje a las mujeres
que están pasando por una situación similar para
que le digan sí a la vida y con amor defiendan el fruto de
sus entrañas. Dios estará con ustedes, no teman, El
nuca las dejará solas, sus hijos, siempre que no prueben
amarguras de tu corazón,
crecerán en libertad.

Madre mía, no quise recordarte nada desagradable, sin
embargo creo que mi reflexión te transportó a la
experiencia que viviste con nosotros, tus hijos. Dios estuvo
siempre contigo. No fue fácil sacarnos adelante, pero en
este propósito no estuviste sola. Por eso es
difícil, a pesar de que poseo esquemas mentales bastante
amplios, justificar la prostitución por motivos de abandono.

Cuando hay un alto sentido de dignidad
humana en la mujer, ella
nunca vende su cuerpo con la excusa de alimentar a sus hijos.
Siempre hay la salida en el laberinto de la
deshumanización. La sociedad indolente y acusadora tiene
muchos mecanismos para hacer caer, pero en medio de ella
también existen expresiones solidarias de una semilla
divina, de la mano de Dios que no desampara a los suyos. Mujeres,
amen a sus hijos.

No temas, que yo estoy contigo; no
desmayes, que yo soy tu Dios que te esfuerzo: siempre te
ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi
justicia
.

Isaías 41,10

Segunda
rosa

Por los primeros cuidados.

Madre amada, te ofrezco esta segunda rosa por el tiempo que me
cuidaste en tu vientre, entiendo que no fue fácil para ti,
que mi crecimiento implicó grandes cambios en tu cuerpo,
desde las molestosas náuseas, que muy temprano te
visitaron, hasta la preocupación por las desagradables
estrías y paños de cara, que la mayoría de
mujeres padece al ser madre. Nada te hizo retroceder en tu
decisión por darme la vida. Gracias mamá.

Gracias por el cuidado que tuviste conmigo, con el
pequeño indefenso que iba transformando tu figura, no te
importó cambiar toda la ropa de tu armario o adecuarla
para presentarte lo más hermosa a pesar de las
desproporciones que empezaban a notarse en tu cuerpo. No creo que
alguna vez me hayas odiado por todo lo que te estaba sucediendo.
Por el contrario, considero que te sentías orgullosa de
exhibir tu embarazo,
dejando en libertad el crecimiento de tu vientre, sin fajas o
algún tipo de camuflaje. Nada te importó, y por eso
no te visitaron las estrías ni los paños.

Pienso que el anhelo por verme sin ninguna malformación
te llevó a preocuparte por mi salud. Estoy seguro que nunca
probaste un trago de vino o un cigarrillo, y que incluso pensabas
muchas veces antes de ingerir una pastilla para calmar un dolor
de cabeza, gracias por ese bello detalle madre amada.

Gracias por compartir tu sangre conmigo,
los millones de terminaciones nerviosas y vasos sanguíneos
que me unían contigo a través del cordón
umbilical, me transmitían la vida, pero también tus
estados de ánimo.

Gracias por darme el alimento del afecto y la ternura. La
mínima reacción emocional que se producía en
tu cerebro pudo
llegar hasta mí como un estímulo de bienestar,
más intenso que la misma caricia de mi padre al rozar tu
vientre. Gracias por esa comunicación de corazón a
corazón. Porque tus nobles sentimientos hoy también
son los míos. En tu vientre aprendí la nobleza de
un corazón sin egoísmos, que perdona y ama. Al
reconocerme ahora, tal como soy, entiendo que nunca bebí
amargura de tu interior, tu sangre no se contaminó de
aquel veneno que destruye los mejores sentimientos humanos.
Gracias.

Gracias por darme el mejor alimento para mi espíritu,
gracias por tu estabilidad emocional. Te cuento que he
conocido muchas mujeres que, desde el vientre, transmiten a sus
hijos amargura, resentimiento y odio. No puedo culpar a muchos
hijos que no tuvieron un mejor alimento en el vientre materno.
Hijos que recibieron maltrato antes de nacer porque sus padres
así lo decidieron.

Para mí, la noticia más dolorosa que hasta ahora
he escuchado fue la del asesinato de un niño en el vientre
de su madre, provocado por su mismo padre con una pistola. No
puedo entender cómo un ser humano es capaz de golpear a
una mujer en estado de
embarazo.

Pero tampoco puedo aceptar que exista un estado insensible,
que no ofrece suficientes garantías para que las mujeres
gestantes con escasos recursos
económicos tengan posibilidades de nutrición equilibrada
para que sus hijos nazcan en igualdad de
condiciones respecto a los que sí pueden alimentarse bien,
hacer uso de los mejores nutrientes y suplementos
vitamínicos. Es doloroso leer reportes de Naciones Unidas
donde afirman que el 13% de los colombianos son desnutridos.
Desde esta constatación debemos entender la inequidad en
que vivimos. La pobreza de los
colombianos no es un asunto de mentalidad o cultura, y que
por lo tanto el esfuerzo debe estar orientado a quitar la
mentalidad de pobreza en
aquellos que la padecen. El problema no es asunto de falta de
gestión
pública sino más bien de ética
pública, de corrupción, de desigualdad de condiciones
generadas por sistemas
políticos que no están orientados por el bienestar
general sino por intereses egoístas.

Como puedes notar, madre mía, este elogio que hoy hago
a la misión de
ser madre, evidencia situaciones indeseables que producen
malestar e indignación. Combustible que alimenta la
hoguera de mi capacidad crítica
e inspira mi reflexión, que por ahora, pretende tocar la
conciencia de mis
lectores.

Muchas gracias madre mía por tu gran dedicación.
Puedes estar orgullosa de este hijo que recuerda con
pasión cada detalle de tu misión y plasma en estos
pensamientos el infinito derroche de amor. Gracias madre.

Dios bendiga tu misión. El alimento espiritual que
pasó de tu corazón al mío, la sangre que me
ayudaste a formar nutre cada célula de
mi integridad humana. Gracias porque en tu vientre me
enseñaste a amar.

Gracias por dejar tu sangre mezclarse con la mía.

Gracias por el secreto que me revelaste cuando me encontraba
en tu vientre. Mi llanto es la certeza de una elección de
Dios.

Porque tú formaste mis
entrañas;

Tú me hiciste en el vientre de mi
madre

Salmo 139, 13

Tercera
rosa

Por tus dolores de parto.

Madre amada, te ofrezco esta tercera rosa porque fuiste
valiente en los dolores de parto. Cuando pregunto qué es
lo que siente una mujer cercana al alumbramiento, dolor es la
respuesta. Gracias por ese dolor, un dolor que abrió paso
a la vida, un dolor que se confunde con el amor, que
no es producto de
una culpa sino de muchos signos de
responsabilidad. Admiro ese dolor en la mujer.

Casi siempre el dolor es producto de situaciones indeseadas
que lastiman y producen heridas en el cuerpo o el alma de las
personas.

Los dolores de parto son la esperanza del nacimiento, de que
la espera ha terminado y se aproxima la maravillosa experiencia
de contemplar la nueva vida, la vida de un nuevo hijo.
¡Qué valentía, mujer! ¡Qué gran
fortuna te concedió el Todopoderoso! Por ese don sublime
de parir los hijos, Dios mismo te admira y te bendice.

Como la tierra a la
semilla del sembrador, tu vientre fértil al fruto de la
vida. ¡Qué complicidad de Dios contigo! ¡Oh
dolor glorioso! Nunca pensé exaltarte si no fuese por
estas reflexiones. Gracias madre. Ahora empiezo a ser más
humano. Al pensar en esto aprendo que el silencio de la
meditación es el camino del crecimiento personal. Lo que
ahora entiendo de tu dolor de parto no lo aprendí en los
libros, lo
sentí en la aproximación respetuosa a tu
experiencia dándome la vida.

Madre mía, cada contracción que sentías
te anunciaba mi llegada, y aunque el dolor cada vez era
más intenso, la ilusión de verme llegar
crecía. No puedo imaginar lo que cruzaba por tu mente en
esa hora, pero me atrevo a pensar que fueron muchas veces las que
clamaste a Dios para que ninguna complicación
surgiese.

Tu mente dispuesta en un buen desenlace era lo que me animaba
a ayudarte en el trabajo de
parto. Si madre, estoy convencido que ese momento lo vivimos en
comunión estrecha tú y yo.

Aunque muchos piensen lo contrario, creo que los dos nos
pusimos de acuerdo para provocar mi nacimiento. Estoy convencido
que mi nacimiento no fue un desalojo de tu vientre puesto que
nunca me consideraste un invasor, no fuiste tú la que me
indicó la posición correcta de salida; el Creador
diseñó en forma perfecta ese momento, tú y
yo obedecimos y todo salió bien.

Nada de tensiones o temores, te entregaste en las manos de
Dios y El te dio fortaleza, y a mí, ganas de vivir, de
empezar a realizar el propósito para el que había
sido concebido.

Creo que la hora del parto significaba para nosotros la
realización de muchos sueños, aunque esto implicase
dolor para ti, y para mí, dejar un espacio muy agradable
de comodidad y bienestar.

Pero todo estaba listo y la hora del nacimiento cada vez se
aproximaba más. No había espacio para otro pensamiento
que el momento de recibirme en tus brazos. No pensabas si los
dolores te iban a acompañar después de aquello. No.
Tu preocupación era verme completo, con las extremidades
bien formadas y sin ningún defecto.

Madre amada, te confieso que ese deseo lo pudo captar mi
espíritu, y aunque en la juventud
traté de mal formarme, mi corazón encontró
el sendero del Creador que me encaminó por el Sumo Bien.
Gracias por todo lo que me deseaste mientras luchabas con el
dolor que te hacía estremecer.

Aunque la compañía de mi padre era un apoyo para
ti, en el clímax de los dolores más fuertes te
encontrabas sola. El dolor era tuyo y sólo tú lo
podías sentir realmente. Pienso que toda
compañía, en este momento sobrehumano tenía
carácter de intrusa. Ninguna caricia o
sugerencia calmaba lo que sentías. Pero tú no
estabas sola, yo te acompañaba.

Hasta que finalmente llegó el esperado momento, y como
parte de este instante mágico, todos los dolores
desaparecieron. Un clima de
felicidad ahora invadía tu cuerpo sintiendo junto a tu
pecho latir un pequeño corazón. Por un instante
cerraste los ojos para comunicarte con Dios, e inmediatamente,
examinando al hijo, preguntaste si estaba completo. Ya
había pasado todo. El tiempo de espera formaba parte del
recuerdo. La nueva vida sólo provocaba felicidad y
bienestar. ¡Qué valentía! Solo un ser dotado
de dones de lo Alto es capaz de soportar tanto dolor y pasar
súbitamente a la felicidad. Gracias madre por esta
enseñanza. Mis estudios nunca provocaron
semejante reacción de admiración y asombro.
Jesús, el Hijo de Dios, dijo:

La mujer cuando da a luz, tiene dolor,
porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz
un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de
que haya nacido un hombre en el
mundo.
Juan 16,21

Cuarta
rosa

Por el primer beso.

Madre amada, ahora puedes contemplar mi rostro. Entiendo que
tu felicidad es indescriptible. Te ofrezco esta cuarta rosa por
el primer beso que me diste después de nacer. Por tu
primer abrazo. Por recibirme en este mundo.

Gracias madre. Esa caricia fue la certeza de que siempre
amarías a tu hijo. Gracias por darme seguridad en tu
regazo. Por cubrirme con tus besos. Bendita seas madre
mía. ¡Qué maravilloso milagro de Dios! El
dolor se convierte en alegría cuando contempla la vida. La
misión de ser madre empieza ahora.

Mi llanto, como signo de vida, penetra hasta lo más
profundo de tu corazón. Y entiendes que todas tus
plegarias fueron escuchadas por el Creador. Mi llanto no es un
llanto de queja o de lamento, mucho menos de dolor, es el recio
anuncio del triunfo y la victoria. Y la felicidad se apodera de
tu corazón. Gracias madre, porque juntos lloramos el
milagro de la vida, y entre besos y caricias celebramos esa
conquista.

Tu beso fue la primera semilla que sembraste en mi
corazón. Te amo madre mía por los exquisitos frutos
que a partir de ese momento me has dado a saborear.

Te confieso que es difícil entender cómo una
madre abandona a su hijo después de verlo nacer.
Después de llevarlo en sus entrañas. Solo el
engaño del maligno puede provocar una cosa así. Un
minuto de silencio no estimula el cambio de
mentalidad, al contrario, se convierte en cómplice de tal
gesto desalmado. Cuando levantemos la voz y rompamos el silencio,
menos víctimas tendremos.

La escasez
económica no puede justificar el abandono de los
recién nacidos, porque es en el hogar menos pudiente,
donde se tejen los lazos afectivos más fuertes. En el
mercado de
países desarrollados se puede comprar cajas especiales
para abandonar a recién nacidos. ¡Qué
absurdo! ¡Qué locura! ¡Qué bestia!

No logro entender cómo una mujer, que aceptó
tener a su hijo, a pesar del rechazo y abandono, tenga que
vengarse de su desgracia, desquitándose vil mente contra
su hijo, un inocente. Hace falta mucha ayuda y
acompañamiento a estas mujeres para que, contemplando el
milagro de la vida de su hijo, reencuentren sentido a su
existencia. El alma de los inocentes tiene la capacidad de
transformar los corazones insensibles.

El amor del primer sí tuvo la suficiente fuerza para
desencadenar muchos gestos de ternura y responsabilidad haciendo
que no falte lo necesario en mi crecimiento. Y Dios nunca te
abandonó. En los momentos más difíciles
siempre te envió una mano solidaria como respuesta a tu
decisión por conservarme la vida. Ellos contribuyeron en
mi crianza. Bendigo a Dios que hizo cumplir su propósito.
Cada persona que se
encontró conmigo, para ayudarme, era un enviado de Dios. Y
todo esto sucedió por tu respuesta. Por eso, mujeres que
me están leyendo, no existen razones para abandonar a los
hijos, estréchenlos en sus pechos, ámenlos, porque
el amor de ustedes tendrá la suficiente capacidad para
desencadenar todas las bendiciones para que ellos sean grandes.
El Universo
entero se encargará del resto.

La primera semilla la siembras tú. Si no hay amor de
madre nadie podrá llenar en toda la vida ese gran
vacío. Seguiremos viendo hombres y mujeres carentes de
ternura, insensibles e inhumanos.

Muchas veces me detengo a reflexionar en las madres que
están detrás de los violentos. Ellas no tuvieron la
suficiente capacidad e influencia para que la semilla del amor
creciera en sus hijos. Ciertamente la guerra que
vivimos es un asunto complejo, sin embargo, son los hijos de
muchas madres los empuñan los fusiles para matarse entre
hermanos. No más hijos para la guerra debe ser el
compromiso de toda madre que siembra valores, de un
Gobierno al
servicio de la
gente, de una sociedad que establece relaciones de justicia,
respeto y
solidaridad,
de un sistema
económico con igualdad de oportunidades para todos, de una
educación
con equidad que
genere posibilidades reales de transformación.

Todos debemos combatir la guerra con las armas del amor.
No más resentimiento pero tampoco impunidad, no
más venganza, pero tampoco injusticia, no más
sangre, pero tampoco hambre.

Gracias madre mía, porque a través del contacto
afectivo provocaste mi toma de conciencia, porque esta
experiencia humana se convierte en la base de una nueva epistemología o modo de crear conocimiento.
Un conocimiento que brota de la misión de ser madre.

Hijo
mío, si tu corazón fuere sabio,

También a mí se me
alegrará el corazón.

Proverbios 23,15

Quinta
rosa

Por el alimento de tu
pecho.

Madre mía, te ofrezco esta quinta rosa por el alimento
que me dejaste tomar de tu pecho. Todo estaba diseñado por
Dios.

No es necesaria la intervención del hombre para
procurar el alimento a una nueva creatura. Si una madre se queda
abandonada, su cuerpo mismo le provee el alimento para su hijo.
Una razón más para no dar la espalda a una nueva
vida. Bendigo a Dios por su pensamiento tan perfecto.

Gracias madre porque aproximaste mi boca a tu pecho, porque no
fue suficiente entregar tu sangre por mí cuando me
encontraba en tu vientre.

Ahora me ofreces un alimento especial, una serie de nutrientes
complementarios producidos por tu metabolismo.

Me diste a beber de tu ser, de tu propio alimento para
vivir.

Por medio de la leche materna
recibí los anticuerpos necesarios para defenderme de los
peligros de un mundo contaminado.

Tu alimento fue suficiente para fortalecer mi pequeño
cuerpo. Madre, Dios te hizo autosuficiente para proveerme el
alimento, para mantenerme ligado a tu pecho y recibir de tu
corazón los mejores sentimientos, tu afecto y
protección.

Gracias madre por darme un alimento tan cercano a tu
corazón, gracias por permitirme sentir tu piel, la
sensibilidad de tu pecho, la ternura y el calor de tu
regazo.

La leche de tus pechos se mezcla con las tiernas caricias para
producir una combinación alimenticia incomparable.

Gracias porque no me negaste esta experiencia de plenitud.
Porque así llené mis necesidades afectivas post
natales. Porque dejaste las mejores bases de mi estructura
emocional.

Gracias madre porque al revisar mi vida descubro que nunca
perdí la capacidad de asombro, la sensibilidad humana, la
pasión, la sintonía con el indefenso.

Gracias madre, porque nunca me diste a beber amarguras o
desprecios, porque tu pecho surtió solo dulzura, porque no
contaminaste mi pequeño corazón con
aflicciones.

Madre querida, especiales detalles me vinculan contigo y sin
embargo la gente me identifica con el apellido de mi padre. Soy
más de ti porque a través de tu cuerpo y de tu
espíritu se destiló este exquisito vino que
entregaste a la humanidad.

Ningún alimento puede provocar una experiencia tan
especial como la leche materna. La sociedad moderna ha intentado
reemplazar este encuentro con productos
enlatados y mamilas sintéticas carentes de afecto y de
ternura.

El agitado mundo del trabajo muy
temprano arranca a los hijos del pecho de sus madres.

En nombre de la productividad
económica se violenta este proceso
afectivo necesario para imprimir humanidad al mundo. La gente de
hoy cada día se identifica más con lo
insensible.

Madre mía, Dios bendiga tu misión. Nadie me ha
ofrecido un alimento mejor que el tuyo, sin intereses
egoístas o engaños. Sin recibir nada a cambio.
Gracias porque descansé confiado entre tus brazos. En
ellos experimenté tu protección y amparo. Bendita
seas madre mía.

Tus brazos me estrecharon tiernamente, como nadie hasta ahora
lo ha hecho. Siento nostalgia de tus besos acariciando
cariñosamente mis mejillas. Madre querida, cómo
olvidar tanto derroche de ternura.

No fueron pocas las veces que dormí junto a tu pecho,
cuando contemplaste mi inocencia con tus sueños. Madre,
Dios te respondió grandiosamente. Gracias por la
misión cumplida. A pesar de que estuviste lejos de
mí, pude experimentar el amor de madre, la presencia de
Dios conmigo. En los más duros peligros escoltabas mi
camino. Nunca sentí el hastío de la vida, siempre
anhelé reencontrarme contigo. Sólo Dios puede
concederme el sueño de tenerte a mi lado.

Aún tenemos muchas cosas que contarnos y descubrir el
maravilloso plan de Dios.
Nunca descarto el tiempo en que vivamos juntos. Quiero recibir el
alimento de tu experiencia, de tus años cultivados, de tu
sufrimiento, de tus éxitos y ausencias acumuladas. Espero
con ansiedad el día en que suceda esto.

Mientras él decía estas
cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le
dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que
mamaste.
Lucas 11,27

Sexta
rosa

Por velar mí
sueño.

Madre mía, te ofrezco esta rosa por el tiempo que
dedicaste velando mis sueños. Muchas fueron las noches sin
dormir por mi culpa. Gracias por tanto sacrificio, por tanto
amor.

Cuando se exalta el amor de una madre casi siempre se ignora
estos tempranos sacrificios que no se colman con las mejores
palabras, gestos y regalos.

El amor de la madre por su hijo se hace evidente en abnegada
tarea de 24 horas diarias. Aún en la noche, donde las
fuerzas se agotan, con gozo y prontitud, acude al llanto de su
hijo interpretando su necesidad.

Oh maravilloso don que Dios te dio. Aprendiste a descifrar mi
súplica. Muchas lágrimas costaron ese aprendizaje.
Después de tantos intentos fallidos aprendiste a
reaccionar correctamente. La clave consiste en observar cualquier
anormalidad antes de intentar una respuesta acelerada. Gracias
porque en ese aprendizaje no perdiste tu equilibrio
interior. Descubrí tu sabiduría en medio de la
confusión y el desespero. Era hermoso comunicarme contigo
por el bienestar que eso implicaba. Nunca olvidaré
aquellas duras noches de sueño y de cansancio. Porque la
fuente de tu sacrificio era la responsabilidad y el amor que
sentías por mí.

Gracias por el amor que acompañó a caminar la
dura travesía de las noches. Ahora, con la experiencia de
aquel primer amor de Dios, me entrego en las manos del Creador
sorteando con firmeza la inevitable oscuridad del alma en las
noches del desasosiego.

Gracias por tu respuesta oportuna y eficaz. La
sabiduría de tu acción
en el momento preciso y en forma contundente a mi clamor,
llenando el vacío que afectaba el bienestar,
debería estar presente en el corazón de todo
gobernante.

Gracias por velar mis sueños. Porque acudiste a mi
llamado prontamente, renunciando a la comodidad de tu lecho y al
mismo derecho que te concedía el trabajo diario. Solo un
corazón de madre tiene tamaña expresión de
amor y sacrificio. Este es el auténtico motor de la
solidaridad. Lo que nos dijo Cristo cuando narró la
parábola del Buen Samaritano, en el momento en que se baja
de su cabalgadura para ponerla al servicio del hombre
caído. Gracias madre porque ese principio lo
aprendí de tu experiencia maternal, no de una teoría
para el trabajo
social.

Responder a mi clamor en la hora del sueño no se
compara con ningún otro esfuerzo que realizaste por
mí. La máxima expresión de tu entrega,
pienso que está relacionada con el sacrificio de las
noches, donde todo el mundo duerme y te encuentras sola con tu
hijo que te pide algo, que te clama ayuda, que está
enfermo. Después de este sacrificio nada te quedó
grande, madre mía.

El sentimiento de impotencia que te sobrevino cuando mi llanto
no cesaba, a pesar de tus repetidos intentos, no pudo doblegar la
firmeza de tu fe. Tu amor, en la persistente búsqueda de
la respuesta correcta, siempre encontró la salida. Otra
lección que hoy aprendo de tu misión maternal para
mi vida

Pienso que la sabiduría alcanzada en la misión
de ser madre tiene un valor
extraordinario y no se compara con ningún otro saber. Me
atrevo a afirmar que el
conocimiento que se alcanza en las relaciones maternales, en
función
del desarrollo
humano, tiene suficientes elementos inspiradores para
fundamentar cualquier teoría o práctica
comprometida con el bienestar del ser humano.

Si logramos rescatar lo mejor de la experiencia maternal,
aplicándola a los distintos ámbitos de la construcción social, en nuestras
comunidades habrá sana convivencia y los gobiernos
serán más humanos, porque tendremos gobernantes
movidos por la sabiduría de la madre y no por intereses
egoístas.

Sin embargo, es importante evidenciar lo paradójico de
la situación en que se encuentra la mujer en nuestras
sociedades de
exclusión y machismo, por un lado, y por otro, el escaso
compromiso de muchas madres con el cultivo de los mejores valores
en sus hijos que hacen posible la experiencia de una vida
tolerante, justa, respetuosa y solidaria; pilares fundamentales
de la convivencia pacífica.

Y esto pido en oración, que vuestro
amor abunde aun más y más en ciencia y en
todo conocimiento.

Filipenses 1,9

¡Oh profundidad de las
riquezas de la sabiduría y de la ciencia de
Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos!

Romanos 11,33

Séptima
rosa

Por las primeras palabras.

Querida madre, te ofrezco esta séptima rosa por las
palabras que me enseñaste. Porque con ellas aprendí
a comunicarme trascendiendo mi primer lenguaje: el
llanto. Puedo imaginar la alegría que sentiste cuando por
vez primera dije mamá. Te sentiste orgullosa porque te
había elegido antes que a mi padre.

Pienso que la palabra mamá o papá, se pronuncia
por primera vez a quien entrega el corazón en una
experiencia de amor. Es una palabra que encierra las mejores
experiencias de generosidad y desprendimiento de todo bien. Es la
retribución del hijo al sacrificado empeño de un
ser que le da la vida. Esta palabra, pronunciada por primera vez,
tiene la capacidad de penetrar lo más profundo del alma
provocando una emoción indescriptible.

Gracias mamá, porque tu entrega me enseñó
a vocalizar esta palabra. Hoy entiendo que mi estilo de vida
produce el tipo de palabras que los demás pronuncian para
mí. ¡Qué hermosa enseñanza! Un
lenguaje que brota del alma, de una experiencia de servicio.

Gracias madre mía porque me enseñaste a
comunicarme con el corazón. Porque siempre que te
necesité, mi petición estuvo precedida de la
primera palabra, mamá, con la certeza de que tu respuesta
era segura. Gracias por la confianza que sembraste en mi
pequeño corazón. A partir de ese momento pude
invocar tu auxilio con la seguridad de ser escuchado.

Madre, a pesar de que muchas circunstancias pretendieron
opacar la misión de educar mi corazón, tus
enseñanzas perduran en mi alma. Gracias por las mejores
semillas que sembraste en mi terreno.

No recuerdo alguna ofensa o palabra degradante de tu boca. Ni
una queja, ni un insulto o grito. Bendigo a Dios por darme la
oportunidad de tener una madre como tú.

Siempre fiel a tus palabras, compromisos y promesas, la
escuela que me
enseñó a no mentir. No existía ningún
temor por no decir la verdad, el error o la falta cometida. Toda
palabra que me enseñaste brotaba de una experiencia de
vida. No aprendí a repetir palabras vacías de
contacto humano significativo. Pienso que el lenguaje de
las actitudes, que
se expresa a través de comportamientos ideales, debe ser
el canal privilegiado para el aprendizaje de
códigos de comunicación del ser humano. No es
auténtico el comportamiento
que se pretende enseñar desde la apropiación
teórica o conceptual, ausente de una práctica
humana significativa. Todo lo que se aprende teóricamente
está expuesto a ser manipulado conforme a la voluntad de
la persona, y no nace espontáneamente.

La comunicación por medio de palabras, señas,
símbolos o escritos, no reviste la misma
sinceridad que las actitudes. Una frase que hace referencia a la
honestidad puede
pronunciarla cualquier individuo, sin embargo ella en sí
misma no es la garantía de su realización. Hasta
los símbolos universales del amor son susceptibles de
manipulación. La entrega de una rosa en un día
especial, puede estar vacía de amor.

Gracias porque me enseñaste a decir que sí
podía cuando me encontré frente a una dificultad; a
perdonar ofensas, cuando fui ofendido; a levantarme, cuando
había caído; a compartir, cuando podía
disfrutarlo solo; a agradecer, cuando recibía; a callar,
cuando era oportuno; a hablar, cuando era necesario; a respetar,
en todo momento; a ser solidario, aún en daño
propio; a tener grandes sueños, aunque las circunstancias
fuesen desfavorables; a pensar en Dios, a pesar del sueño;
a bendecir cada día de la vida como una oportunidad para
avanzar en la realización de metas y proyectos.
Ningún aprendizaje a lo largo de mi vida pudo reemplazar
lo que habías sembrado en mi corazón. Cada
día estoy más convencido de que la misión de
una madre tiene la capacidad de construir ciudades y
países edificados por hijos cuyo principio fundamental de
toda relación sea el respeto a la dignidad de los
demás que brota de un profundo compromiso con la vida.

Cuando una madre educa a un hijo, contribuye a la
construcción de la sociedad. Lo que siembres y cultives en
el corazón de tus hijos, será tu aporte con el
futuro.

Pienso que estas reflexiones nos ayudan a comprender, desde
otra óptica,
muchos problemas
sociales de hoy y siempre. Así como a esbozar los
trazos de alternativas viables que emergen de esta experiencia
significativa.

Recibid mi enseñanza, y
no plata;

Y ciencia antes que el oro
escogido.

Porque mejor es la
sabiduría que las piedras preciosas;

Y todo cuanto se puede desear, no es de
compararse con ella.

Proverbios 8, 10-11

Octava
rosa

Por darme la mano cuando
caía.

Mamá, te ofrezco esta octava rosa porque la primera vez
que caí, tú me tendiste la mano para levantarme.
Gracias por tu apoyo. Porque no me dejaste solo, porque
sentí tu mano cerca de mí para ayudarme. Por mucho
tiempo has sido mi soporte, amortiguando las más duras
caídas. Gracias por darme la oportunidad de experimentar
tu mano amiga.

Pienso que el sentir tu mano después de mi primera
caída me hizo descubrir el alcance de tu apoyo, más
allá de los límites de
tus brazos. Ahora que he crecido, todavía cuento con tu
mano amiga en mis decisiones. Sin reproches ni regaños me
ofreciste apoyo cuando lo necesité, incluso creo que
alguna vez te sentiste culpable de mi caída, sin embargo,
en mi corazón no anida ningún resentimiento, ni en
el tuyo una culpa.

Mis primeras caídas me enseñaron a levantarme y
continuar explorando con mayor acierto el vasto mundo de nuevas
experiencias. El miedo, como signo de precaución mas no de
freno, estuvo presente cada vez que me lanzaba a un nuevo
intento. Gracias madre, porque vigilaste atentamente mis
movimientos advirtiéndome el peligro, mas nunca reprimiste
mi brío.

Siempre que me levantaba sentía un nuevo impulso en mis
atrevimientos. Caer y levantarse son dos momentos del
único proceso que forja el carácter de quien se
atreve a realizar sus metas. Gracias madre, porque con tu mano
aprendí esta lección para la vida.

La persistencia de mi exploración pudo debilitar tu
paciencia, pero en esas circunstancias aprendí a no
renunciar en el intento. El peor fracaso del ser humano consiste
en no aspirar nuevas conquistas. ¡Qué ilimitado
alcance tiene la misión de ser madre!

Gracias madre amada porque tu ayuda nunca pretendió
reemplazar mis fuerzas, tu apoyo despertó mi potencial
desconocido para incorporarme después de una caída.
Gracias porque me enseñaste a levantarme.

Gracias por no enseñarme a ser inútil, porque
tus auxilios no frenaron mis intentos. Porque ahora entiendo que
la verdadera ayuda consiste en desencadenar procesos que
generen confianza en las personas de sus capacidades para
levantarse y seguir adelante realizando sueños de
bienestar. Bendigo a Dios por esta revelación.

En estas reflexiones, madre mía, encuentro más
elementos para advertir el gran peligro de la
sobreprotección que muchos padres ejercen sobre sus hijos.
Ayudar no es sinónimo de sobreproteger, pero puede
convertirse en eso cuando anula la capacidad personal para
enfrentarse a las dificultades, responder a un compromiso o
pensar por sí mismo el propio destino.

Cuando se habla de ahorro, nunca
debe recaer sobre el ejercicio de la responsabilidad personal u
otros recursos necesarios (valores), porque esto implica el
empobrecimiento del ser humano, la incapacidad para enfrentar sus
propios retos o circunstancias adversas en la vida, y lo
único que este ahorro produce es inmadurez y dependencia.
Por el contrario, debemos ejercitarnos permanentemente en el buen
uso de todas las capacidades que tenemos para abrir un abanico
cada vez más grande de oportunidades en la vida. Si
piensas que los demás son quienes te dan las oportunidades
para triunfar, siempre estarás esperando en ellos. Tus
oportunidades empiezan a gestarse desde el mismo momento en que
te propones desarrollar capacidades. Cuando te encuentres listo
será el momento en que las oportunidades te visiten, no
pretendas que lleguen antes, porque entonces no podrás
aprovecharlas.

Madre amada, al leer estas reflexiones probablemente recuerdes
los obstáculos que utilizaste para impedir mi
aproximación a lugares peligrosos. Gracias madre
mía, porque siempre que respete aquellas trancas,
protegeré mi dignidad y la de los demás.

No creo equivocarme al afirmar que el dolor de mí
caída era tu dolor, que mi culpa igualmente era tuya, que
mis triunfos también te pertenecen.

Gracias por conducirme con tu preciosa mano en dirección correcta. Tú
conocías mejor que yo el camino a recorrer, nunca
rechacé tu orientación mientras viví
contigo. Tu ausencia me permitió tomar decisiones
libremente, y aunque tuve muchos desaciertos, aprendí a
crecer aceptando las consecuencias de mis actos.

Agradezco al Creador por brindarme una mano como la tuya.
Considero que la mano de una madre, cuyo compromiso es entregar
la vida por un hijo, es la imagen de la
misma mano de Dios otorgando vida en abundancia. ¡Oh!
Hermosa experiencia que actualiza la promesa de un pacto
eterno.

Dios es libre para manifestar su presencia en medio de sus
hijos.

Porque yo soy tu Dios, quien te
sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te
ayudo.

Isaías 41,13

Novena
rosa

Por acompañar mis primeros
pasos.

Mamá, te ofrezco esta novena rosa por acompañar
los primeros pasos de mi vida. Ese día tan anhelado por
fin se hacía presente. Y contemplaste con alegría
la realización de mis hazañas. Gracias madre
mía por acompañar mis primeros pasos.

Caminar es la etapa del ser humano que revela su capacidad
para avanzar por sus propios medios. Es la
experiencia que posibilita la realización de las
tendencias internas que lo impulsan en una dirección
determinada.

Al caminar se ejerce la capacidad de llegar a la meta deseada.
Es la facultad que permite aproximarse, trasladarse y entrar en
contacto. Es la máxima expresión de la libertad
física.

Sólo la imaginación puede acercarnos donde los
pies no lo permiten. Y el corazón, el que nos lleva a los
lugares nunca imaginados. ¡Qué hermoso es descifrar
el lenguaje de Dios que habla al corazón para mostrar el
camino correcto. Gracias madre mía, por acompañar
mis pasos. Porque tu presencia vigilante me dio confianza para
explorar mil rutas aún desconocidas. A tu lado nada
podía temer.

Mis primeros pasos hicieron que tus ojos desarrollen mayor
agilidad. El sueño de verme caminar, ahora te pasaba la
factura con un
alto costo. Gracias
madre, porque entiendo que nunca descuidaste mi marcha a pesar de
los oficios. No existió tarea tan importante que desplace
tu atención. Un segundo de descuido pudo
significar el desenlace de cualquier suceso fatal. Tu
responsabilidad fue probada en cada movimiento.

La mayor satisfacción que una madre experimenta cuando
su hijo empieza a caminar es el regreso a sus brazos
después de la llamada. Esta primera independencia
del hijo prepara el corazón de una madre para el momento
de la partida. A pesar de la ausencia, ella aguarda con paciencia
su regreso porque dejó una semilla en el alma que nadie
puede arrancar.

“Madre querida, en la distancia de tu presencia cierta,
miro tus brazos extendidos implorando mi llegada, no puedo, madre
no puedo, otros impiden que aquellos pasos que tú
cuidaste, caminen libres hasta ti”.

No entiendo cómo pude olvidar la voz que me mostraba el
sendero correcto. Madre amada, la libertad me hizo explorar
muchas calzadas peligrosas comprometiendo mi dignidad. Perdona
madre, perdona al hijo de cuyos pasos no eres responsable. Que tu
plegaria encienda la luz de la esperanza que hace posible la
realización de tus deseos. Madre, quiero escuchar tu voz
que me hace volver a ti.

Para una madre, un hijo nunca avanza tan lejos que pueda salir
de su corazón. Entregar la vida en generosos gestos de
amor, activa el recuerdo eterno.

Tu compañía no limitó mis insaciables
ganas de conocer. No creo que los conflictos con
la vecina condicionaron mi libertad para jugar con los hijos de
ella. Gracias porque nunca hiciste que tus problemas
personales restringieran mi capacidad de movimiento.

Cuando los conflictos de una madre sanan en su corazón,
se anula la posibilidad de perpetuarlos en sus hijos. Una madre
es responsable de los sentimientos que anidan en el
corazón de sus pequeños. Muchos hijos heredan los
problemas de sus progenitores porque al nacer leen su testamento
anticipadamente. No permitas que tus hijos paguen las
consecuencias de tus desaciertos.

Madre mía, quiero pedirte perdón por las veces
que te involucré en un problema. Aunque diste la cara por
mí, a pesar de la culpa, no mereciste tal afrenta. Espero
que nunca hayas defendido un yerro. El verdadero amor no es
cómplice de la injusticia. Gracias porque me
enseñaste a ser consecuente.

Aún recuerdo las palabras que continuamente enderezaban
mi camino, ya no eran tus manos las que ahora me guiaban, tus
orientaciones ilustraban mi razón.

Fueron semillas sembradas en lo más profundo de mi
conciencia y sus frutos no han dejado de brotar a pesar del
tiempo y las seducciones de la sociedad.

Madre amada, lejos de ti he sentido la ausencia de tu
cercanía que acompaña, mas no que absorbe; que
siempre cuenta con los mejores gestos de amor y de respeto que
convencen para aceptar la orientación correcta. No
olvidaré que a tu lado aprendí a caminar, que esa
experiencia me ha permitido llegar donde el corazón me ha
conducido. Gracias madre querida porque soy feliz donde me
encuentro, y con firmeza prosigo en dirección a la meta
que el Creador ha diseñado para mí.

Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad
mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me
seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande,
para que os vaya bien.

Jeremías 7,23

Décima
rosa

Por corregirme a tiempo.

Mamá, te ofrezco esta décima rosa por corregirme
a tiempo. Porque el verdadero amor se goza en la verdad. Nunca
negociaste los valores que sembrabas en el terreno de mi
corazón, a pesar del amor que sentías por tu hijo.
Cuando una madre corrige con ternura a sus hijos, fortalece la
conciencia con principios que
los orientarán toda la vida por el sendero de bien. Desde
esta intención, la corrección oportuna es necesaria
para establecer cimientos sólidos en el carácter de
los hijos.

Una corrección oportuna evita muchas situaciones
vergonzosas. Muchas madres no corrigen a sus hijos porque
recibieron maltrato de sus padres. Entonces defienden a sus hijos
aún cuando ellos se comportan mal. No permiten que nadie
les llame la atención, incluso se molestan cuando los
abuelos o tíos intervienen haciendo notar un mal
comportamiento. Para ellas sus hijos son
“intocables”. Y lo paradójico es que terminan
siendo maltratadas por ellos. Se pierde todo buen sentido de
autoridad y
capacidad para orientar.

La madre que sabe corregir a tiempo y con ternura, nunca
recurre al castigo violento. Cuando se maltrata un hijo, sea
física, sicológica o moralmente, no se puede hablar
de corrección saludable. Lo que se logra es causar heridas
en el alma con daños irreparables de profundas
implicaciones negativas para una adecuada convivencia social y un
equilibrado desarrollo
personal.

Gracias madre, porque no recuerdo el mínimo maltrato
tuyo. Te confieso que me causa gran molestia cuando un hijo falta
al respeto de sus padres. Creo que fui un hijo obediente a pesar
de mis equivocaciones. Que aprendí a responder por las
consecuencias de mis actos desde el día en que me
ordenaste lavar la camisa blanca del colegio, salpicada de barro
por el partido de fútbol
que me hizo llegar tarde a casa. Apenas tenía 6
años. Nunca lo olvido. Es un hermoso recuerdo de tu
autoridad y la capacidad para corregir con ternura.

La corrección oportuna es parte del amor expresado a
los hijos. No se puede amar sin desear el bien. Y quien corrige,
busca el bien del otro.

El fin de la corrección es enderezar las conductas
torcidas. Y cuando se corrige una mala conducta,
entonces se forma un buen hábito que redunda en beneficio
para la propia persona y para las que entran en contacto con
ella.

Los malos hábitos nacen por la repetición de
malos comportamientos ejecutados conciente o
mecánicamente. Una corrección oportuna tiene la
capacidad de romper súbitamente este proceso.

La corrección oportuna va acompañada de la
observación atenta y amorosa de los
comportamientos de los hijos. Cuando los padres no saben lo que
hacen sus hijos, entonces se pierden la posibilidad de orientar
sus comportamientos, y por lo tanto, incidir positivamente en la
formación de su personalidad,
los principios que van configurando sus esquemas mentales y hasta
su misma conciencia. En adelante sólo es cuestión
de la libertad individual.

No puedes renunciar a la corrección oportuna para que
tus hijos tengan las mejores opciones en el ejercicio de la
libertad.

La observación atenta y amorosa del comportamiento de
los hijos está acompañada por el tiempo dedicado a
ellos. A lo que no se le presta suficiente atención,
tiende a desaparecer, a ser olvidado. Cuando los hijos pasan
más tiempo lejos de sus padres, se pierden momentos
significativos donde expresan su forma de ser, pensar, reaccionar
y actuar.

La observación atenta no significa
sobreprotección o vigilancia policíaca que ahoga la
capacidad de expresarse libremente. Es presencia responsable que
provoca confianza, y por lo tanto, capacidad para que una buena
palabra mueva a la obediencia. Los hijos no obedecen porque sus
padres han perdido credibilidad y no generan confianza. La
obediencia se encuentra estrechamente vinculada con la autoridad
que proviene de la credibilidad y transparencia.

Pienso que la corrección oportuna que proviene de la
credibilidad, nunca es recibida con malestar o rechazo.

Cuando los hijos rechazan la corrección de sus padres
se hace evidente un vacío de formación y autoridad.
Entonces se recurre al maltrato. Pero este nunca provoca
respuestas de responsabilidad sino de una obediencia que viene
por el temor a ser castigado.

Muchas madres consideran que corregir es sinónimo de
golpear y nunca ensayan la ternura como estrategia para
persuadir a sus hijos de un buen comportamiento.

Madre amada, gracias por corregirme, por sembrar las mejores
semillas que forman parte de mi personalidad.

Escucha el consejo, y recibe la
corrección,

Para que seas sabio en tu vejez.

Proverbios 19,20



Décima primera
rosa

Por dejarme en libertad.

Mamá, te ofrezco esta décima primera rosa por tu
capacidad para dejarme en libertad. Ahora tu pequeño hijo
tiene que empezar a volar. Gracias madre porque no cortaste mis
alas cuando inicié este vuelo. Gracias por la capacidad
que tuviste para dejarme en libertad y navegar por otros rumbos,
construyendo mi proyecto
personal, realizando los sueños que llevaba dentro. Porque
a pesar de que siempre estuve a tu lado y me diste todo lo tuyo,
no retuviste mi existencia en forma egoísta. Tu actitud me
enseña que la máxima expresión del amor es
el desprendimiento, la capacidad de entrega.

Tú sabías que ese momento llegaría.
Aunque tu corazón estaba muy atado a mí, el amor no
te impidió soltarme. Gracias madre por esa capacidad de
amar.

Ahora entiendo que el verdadero amor no es posesivo.
¡Qué maravilla del Creador! Tantas cualidades
depositadas en el corazón de una madre.

Esta actitud de entrega, al dejarme en libertad, no fue
casual, estaba presente en cada gesto de amor que me prodigabas.
Sabías que un día tendrías que entregar al
mundo tu obra, por eso hiciste lo mejor. Lo que me diste a beber
se convertiría en el alimento de viaje, pues el camino de
la vida tenía sus dificultades. Gracias madre, porque el
equipaje que me preparaste estaba dotado de los elementos
necesarios para la aventura del éxodo de la vida.

En mi alforja cargo los mejores frutos de los sentimientos que
cultivaste en mi corazón, que en cada momento puedo
degustar el exquisito sabor, que alimenta mi existencia. Gracias
por los pensamientos que sembraste en mí. Ellos
desencadenan la inmensa creatividad
que me lleva a explorar cada día el sendero donde realizo
mis sueños en el proyecto de ser feliz y de contribuir a
la felicidad de quienes comparten la vida conmigo. Gracias por el
ejemplo que me diste. Te diré que fue el mejor abono para
todas las semillas que sembraste en mi terreno. Y en mi equipaje
fue depositado desde que me aceptaste en tu vientre.

Madre querida, no hay mayor expresión de amor que el
entregar la misma vida. La que depositaste en tus hijos. Es el
valioso aporte para construir una sociedad de hombres y mujeres
que respetan la vida. Que sueñan con mejores condiciones
para todos. Que construyen relaciones de respeto y fraternidad.
Que aman la justicia y buscan la verdad. Que ofrecen sus manos
como herramientas
útiles para construir vida y esperanza. Que se entregan
por una causa noble. Con libertad de conciencia para opinar. Con
capacidad crítica aún en daño propio o de
los suyos, porque nunca cambia su misión por una
situación transitoria de bienestar. Que reinan donde viven
porque logran tocar lo más profundo del corazón de
las personas con quienes entran en contacto. Que cada día
añaden sentido a la existencia porque todo lo hacen con
pasión y profundo respeto. Que sienten la fortuna de
compartir la vida con personas maravillosas que Dios mismo
eligió para actualizar su presencia misma. Que agradecen a
Dios en todo momento. Gracias madre por tu entrega generosa. La
mejor entrega.

Tu aporte para la transformación de este mundo sigue
actuando desde la decisión de tus hijos. Una gran
responsabilidad que no evadiste. Gracias madre porque tuviste la
capacidad de entregar lo mejor.

La nostalgia pudo visitarte, sin embargo, pienso que nunca
logró remover la firmeza de tu decisión por dejarme
ir. Bendita seas madre por tu labor abnegada. Que el Creador te
recompense con abundancia de bienes
materiales y
espirituales, provocando en ti la más hermosa experiencia
de bienestar y felicidad. La gratitud de tus hijos siempre te
acompañe.

Nunca experimentes desprecio u olvido de quienes recibieron
hasta tu misma sangre. Que la presencia de tus hijos sea una
experiencia agradable y de felicidad. Es inaceptable la actitud
del hijo que, hasta en la vejez de sus padres, les provoca dolor
y sufrimiento. La carga de sus desaciertos amarga el
corazón de su madre. Y sin embargo, ella siempre tiene una
luz de esperanza para el cambio en sus hijos. A pesar de que la
misión fue cumplida, cuando existe un hijo en malos
caminos o en dificultad, el corazón de la madre no para de
sufrir.

Madre amada, con estas reflexiones quiero revivir cada detalle
de los mejores momentos en que entregabas tu vida por mí.
Para volver las pisadas que dejaste en mi corazón y
recordar la maravillosa experiencia de tu entrega. El Creador
reconstruye en mi interior las escenas más significativas
de tu misión inspirando mis pensamientos.

Nada se compara a la capacidad de amar de una madre, a la
auténtica misión por entregar a la humanidad los
mejores frutos de su vientre. Agradezco al Creador porque
así lo decidió.

Gracias, Señor, porque inspiraste las palabras que
arribaron oportunamente en la construcción de mis
reflexiones.

Hijos, nunca olviden el sacrificio de una madre.

Madre, con el regalo que Dios te dio, eres partícipe en
la construcción de un mundo a la medida del Creador.

¡Qué gran misión!

No tengo yo mayor gozo que
este, el oír que mis hijos andan en la verdad.

3 Juan 4

Décima segunda
rosa

(Ofrece esta rosa a tu
madre)

Mamá, te ofrezco esta décima segunda rosa
por:

 

 

 

 

Autor:

Jesús Arturo Figueroa Quiroga

Partes: 1, 2
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