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La era de Trujillo (página 2)




Enviado por Digicentro Famal



Partes: 1, 2

Sin embargo, esta situación provocó tantos
disturbios que el capitán de navío H. S. Knapp, con
el pretexto de la defensa de los intereses norteamericanos,
proclamó oficialmente en nombre de los Estados Unidos la
ocupación militar del país el 29 de noviembre de
1916, que se prolongará casi ocho años, hasta el 12
de julio de 1924, fecha en la que el general Horacio
Vásquez accedió a la presidencia de la nación
tras resultar vencedor en las elecciones celebradas al efecto. A
partir de ese momento, se abrió un nuevo periodo de
nefasto recuerdo en la historia dominicana, la
Intervención
, en el que la soberanía nacional, ya de por sí
resquebrajada desde el tratado suscrito en 1907, iba a quedar
aún más en entredicho.

La ocupación americana, que tuvo algunas consecuencias
positivas como el saneamiento de la hacienda pública y la
estabilidad política del
país, se tuvo que imponer por la fuerza puesto
que desde fecha muy temprana comenzaron a surgir grupos de
guerrilleros, sobre todo en el medio rural, dispuestos a
enfrentarse contra las tropas invasoras. Precisamente,
será en el seno de la Policía Nacional
Dominicana, cuerpo creado por los estadounidenses para
mantener el orden público, donde empiece a perfilarse la
futura personalidad
de Rafael Leónidas Trujillo.

Empleado en el Telégrafo de Baní desde los
dieciséis años, una vez ingrese Trujillo en el
ejército, su carrera militar llegará a ser
meteórica: desde su admisión en diciembre de 1918
en las fuerzas de intervención, en unos pocos años
llegará a ser capitán (1922), teniente coronel
(1925) y en 1934, el cúlmen: jefe del Estado Mayor.
Es evidente que tanto la sólida formación
proporcionada por los instructores norteamericanos como el firme
apoyo de Horacio Vásquez, el presidente de la
República por aquel entonces, contribuyeron
decisivamente a ello y le permitieron comenzar a dominar los
resortes más oscuros del poder. Fue
también allí donde empezó a atesorar su
legendaria fortuna, pues el sistema de
aprovisionamiento y compras del
ejército era muy propicio para el enriquecimiento personal.

Por aquel entonces (estamos en la segunda mitad de la
década de los veinte), Horacio Vásquez y su
Partido Nacional dominaban la escena política de la
nación.
Su confianza en Trujillo era ciega. Sin embargo, los deseos del
presidente para postularse a la reelección no iban a
encontrar el apoyo suficiente de su oposición
política. Tal era el descontento contra la actitud de
Vásquez que incluso su propio secretario de Estado, Rafael
Estrella Ureña, llegó a separarse del Gobierno para
combatir dicha reelección fundando con ese fin un nuevo
partido, el Republicano.

El papel que jugó Trujillo en la conspiración
fue fundamental, pues la actuación pasiva de las Fuerzas
Armadas, de las que era su principal mando, frente al
levantamiento producido el 23 de febrero de 1930 en Santiago de
los Caballeros, la Revolución de Santiago,
contribuyó de manera definitiva al derrocamiento del
presidente Vásquez.

Rafael Estrella Ureña asumió la presidencia el 2
de marzo pero poco tiempo
bastó para comprobar que la participación de
Trujillo en la trama no era la de un mero invitado sino que sus
apetencias de poder iban más allá de conformarse
con ser un segundón, un convidado de piedra. Para alcanzar
esos objetivos no
había nada mejor que forzar la convocatoria de unas
elecciones que, debidamente amañadas, le
permitirían hacerse con la más alta magistratura de
la nación; de esa manera también conseguiría
legitimizar de cara a la opinión
pública internacional su futuro mandato.

Esas elecciones presidenciales se celebraron el 24 de mayo en
medio de una auténtica campaña de terror desatada
contra todo posible movimiento
opositor a la única candidatura presentada, la encabezada
por Trujillo que, no podía ser menos, venció de una
forma abrumadora (se contabilizaron aproximadamente 224.000 votos
a su favor y tan sólo unos 2.000 en contra).

El 16 de agosto de 1930, Rafael Leónidas Trujillo
Molina jurará su cargo de Presidente de la República
Dominicana. Su vicepresidente será Rafael Estrella
Ureña. Apenas un año después, el 2 de agosto
de 1931, Trujillo fundará el Partido Dominicano, el
instrumento político del que se valdrá el
régimen durante su larga trayectoria; un partido o mejor,
una auténtica organización de masas en la que
debía ingresar todo dominicano mayor de edad (por lo que
pudiera pasar), y al que los funcionarios públicos
debían contribuir con un 10% de su sueldo. Sus símbolos eran una Palma Real y el
acrónimo formado ingeniosamente con las iniciales de su
nombre completo, "RLTM" (Rafael
Leónidas Trujillo Molina), que
también significaban: "Rectitud, Libertad,
Trabajo y
Moralidad".

La serie dedicada en 1944 al Centenario de la Independencia
(Yvert, 371-379; A- 51-53
y hoja-bloque 1) será
la encargada de recoger por primera vez dicho acrónimo,
contrastándolo deliberadamente con el lema ideado en 1844
por los libertadores de la nación dominicana: "Dios,
Patria y Libertad". Hasta entonces, la consigna elegida por el
régimen para simbolizar sus logros era: "Paz, Trabajo y
Progreso" (véase la emisión de 1937 referida al
8º Aniversario de la Presidencia de Trujillo, Yvert,
303
).

Pero, además de una estructura
política, Trujillo se valió también de un
entramado represivo totalmente concebido para hacer el trabajo
"sucio" del régimen, la Patrulla 42, una
banda paramilitar que se encargaría de perseguir y
represaliar a todas aquellas personas que se significaran algo
contra el trujillismo. Más tarde, se haría
famosa (y temida) la columna periodística El Foro Público, que
aparecía en el diario El Caribe y que
constituía un verdadero termómetro de la política nacional.
Desde ese púlpito de papel, Trujillo lanzaba
periódicamente dardos envenenados (de forma
anónima, eso sí) contra sus colaboradores
más cercanos, censurando sus comportamientos, tanto
públicos como privados, y reprochando sus actitudes; en
definitiva, haciéndoles caer en desgracia.

Poco tiempo después de asumir Trujillo el mando
presidencial, el 3 de septiembre de 1930, un gran ciclón,
llamado el de San Zenón, asoló la capital de la
nación caribeña destruyéndola casi por
completo. Se contaron por miles las víctimas y los
daños fueron muy cuantiosos.

A partir de ese momento, Trujillo y su gobierno se
involucrarán de lleno en una febril tarea de
reconstrucción de la capital que culminará en un
tiempo récord (el Correo dominicano también se
sumaría con la emisión, en 1931, de una serie en
beneficio de los damnificados, Yvert, 233-236). Por esa
razón se "decidió" que desde el 11 de enero de
1936, la antigua Santo Domingo de Guzmán, la primera
ciudad erigida por los españoles en América
(fundada en 1496 por Bartolomé Colón) pasara a
llamarse Ciudad Trujillo en homenaje al dictador y a su
empeño personal por el resurgimiento de la
histórica localidad. Una serie aparecida en 1937
celebrará el primer aniversario de la nueva
denominación (Yvert, 297-299) reproduciendo una
vista del obelisco erigido por tal motivo. Esa fecha, el 11 de
enero, será declarada desde entonces como Día
del Benefactor
.

Durante esos años, la filatelia dominicana
reflejará mejor que nadie la intensa actividad
reconstructora del nuevo régimen y su incipiente
personalismo, que poco más tarde llegará a unas
cotas inimaginables. Así, en 1934 se conmemora el puente
Generalísimo Trujillo sobre el río Yuna
(Yvert, 267-269 y A-24); al año siguiente, y en homenaje a
su hijo, el puente Ramfis sobre el río Higuamo
(Yvert, 270-273); en 1936 se celebra la
inauguración de la Avenida George Washington
en Ciudad Trujillo (Yvert, 280-283) y por último,
en 1938, aparece un sello de Correo Aéreo (Yvert,
A-37
) reproduciendo un hidroavión y el obelisco
erigido en la capital.

Una vez cumplido su mandato, durante los años 1938-1942
Trujillo seguirá dominando la escena política,
aunque esta vez figure como comandante en jefe de las Fuerzas
Armadas y ministro plenipotenciario, viajando como embajador
extraordinario por todo el mundo. Es evidente que tanto la
masacre de haitianos ocurrida en 1937 como la consiguiente
repulsa internacional hacia el régimen determinaron que el
dictador optase por ocupar un discreto segundo plano cediendo el
mando presidencial a Jacinto B. Peynado y Manuel Jesús
Troncoso, sucesivamente.

El conflicto con
Haití ha sido una constante en la historia de la
República Dominicana. Nunca la relación entre los
dos países vecinos fue pacífica puesto que
Haití siempre consideró la parte española de
la isla como territorio propio; de ahí las distintas
invasiones que se produjeron a lo largo del siglo XIX, que
dejaron un sentimiento de odio y recelo hacia los haitianos. A
todo esto se sumaba la gran diferencia entre los dos
países: Haití, era esencialmente una nación
africana trasplantada al Caribe (el 90% de su población era de raza negra y el
vudú constituía la religión más
practicada) y su nivel de desarrollo
económico era calamitoso. Por el contrario, la
República Dominicana estaba formada por una mayoría
de mulatos, a los que seguían los descendientes de
españoles, y siempre hizo gala de su mayor componente
europeo, sobre todo hispánico, para diferenciarse del
vecino. Por si fuera poco, aun dentro de su pobreza, era una
nación mucho más desarrollada, una especie de
Eldorado para los miles de haitianos que buscaban un
trabajo que simplemente les permitiera sobrevivir.

Hay que decir que la frontera entre
las dos naciones estaba delimitada de manera muy imprecisa.
Además, se estaba produciendo en la práctica una
paulatina haitianización del territorio
limítrofe dominicano puesto que gran cantidad de haitianos
malvivía buscándose la vida en los campos de
caña de azúcar
dominicanos (había zonas en las que el
kréyol era más hablado que el español y
la gourde predominaba claramente sobre el peso en las
transacciones económicas). Conscientes de la gravedad del
problema, los presidentes de la República Dominicana y
Haití, Horacio Vásquez y Luis Borno, suscribieron
en 1929 el primer tratado de límites,
aunque en realidad no fuera estrictamente un trazado fronterizo.
Como muestra evidente
de la importancia que los dos países dieron al compromiso,
tanto el Correo dominicano como el haitiano emitieron series
conmemorándolo (Yvert, 223-227 y 263,
respectivamente).

Sin embargo, el 27 de febrero de 1935, siendo ya Trujillo
presidente, se concluyó un nuevo tratado fronterizo que
pretendía zanjar definitivamente el conflicto (Yvert,
274-277
). Es en este contexto cuando se produce la atroz
matanza, promovida por el propio régimen trujillista, de
varios miles de haitianos que vivían en las provincias
dominicanas limítrofes con su país. Todavía
hoy no se conoce el número exacto de víctimas de la
masacre (se habla de, aproximadamente, entre 10.000 a 20.000
muertos(3)); lo que sí se sabe es que poco después,
en enero de 1938, y ante el clamor generado por la opinión
pública internacional, el gobierno dominicano se vio
obligado a anunciar la búsqueda de los responsables de la
tragedia. Sin embargo, las reparaciones económicas fueron
ridículas, gracias sobre todo a las hábiles artes
negociadoras de Trujillo, todo un experto en estas lides, que
consiguió acordar con su colega haitiano Stenio Vincent
una irrisoria indemnización global de 750.000
dólares para los familiares de las víctimas.

Si el litigio con Haití era uno de los eternos problemas no
resueltos de la historia dominicana, el otro escollo fundamental
para la consolidación definitiva de la nación
caribeña era el de la gran deuda económica que este
país había contraído principalmente con los
EEUU. Tal débito ponía en tela de juicio la
soberanía de la nación, puesto que su Gobierno y,
consiguientemente, su Hacienda estaban mediatizadas por las
directrices impartidas desde Washington, que ejerció un
verdadero protectorado sobre la República Dominicana
durante el primer tercio del siglo XX.

Efectivamente, una vez zanjada la cuestión
haitiana
quedaba por solucionar el problema del endeudamiento
externo. Uno de los objetivos largamente perseguidos por Trujillo
será pues, anular los compromisos de las convenciones de
1907-1924 con el fin de que las aduanas fueran
controladas de nuevo por la República Dominicana.
Así, firmará en diciembre de 1940 junto con el
secretario de Estado de Asuntos Exteriores norteamericano Cordell
Hull(4) el tratado que será conocido con el nombre de
Trujillo-Hull. Por el mismo, quedaron sin efecto las
obligaciones
contraídas, pagando el país en 1947 el
débito que para entonces ascendía a 9.271.855
millones de dólares; esa suma era la que faltaba para
abonar totalmente los veinte millones de dólares a que
ascendía la deuda externa
cuando se inició su mandato. Desde entonces, un nuevo
título será adjudicado al dictador: Restaurador
de la Independencia Financiera del País
. Una serie de
1941 conmemorará este tratado (Yvert, 344-350)
reproduciendo los retratos de los llamados Padres de la
Patria
(Duarte, Sánchez y Mella), a los que
significativamente se les añadirá la efigie del
Generalísimo Trujillo.

En 1942 Trujillo es reelegido después de una
campaña electoral supuestamente reñida, que
también tendrá su reflejo en la filatelia
(Yvert, 367-370). Efectivamente, los cuatro sellos que
componen dicha serie reproducen los emblemas de los dos partidos
concurrentes, el Dominicano y el Trujillista, junto
con los votos conseguidos por dichas agrupaciones: 391.708
sufragios el Partido Dominicano (el de Trujillo propiamente) y
196.229 el "opositor" Partido Trujillista, una
organización curiosamente más fervorosa en su apoyo
al dictador que la que resultó vencedora en dichos
comicios.

Su mandato, iniciado el 1 de agosto de 1942, se
prolongará hasta 1952. Durante este período,
conocido como la Altiplanicie del Poder, se
consolidará definitivamente el régimen(5), que
impulsado por la coyuntura económica favorable de la
posguerra propiciará un desarrollo
económico nunca antes conocido en el país
caribeño. Incluso se permitió una cierta
oposición política con la fundación de
diversos partidos y sindicatos
(como el Partido Democrático Revolucionario, de
tendencia marxista), llegándose a establecer relaciones
diplomáticas con la Unión Soviética (1944).
En esta etapa también se producirá la única
huelga
importante que tuvo lugar durante la dictadura, la
protagonizada en 1942 por los trabajadores de la caña de
azúcar de La Romana y San Pedro de Macorís, que
consiguieron ver cumplidas gran parte de sus reivindicaciones
laborales.

Otros hechos destacables durante este período son el
reconocimiento en 1942 del derecho al voto femenino; la apertura,
también ese año, del emblemático Hotel Jaragua, obra maestra de la arquitectura
moderna en el Caribe (dicho hotel, demolido en 1985, fue
diseñado por el gran arquitecto dominicano Guillermo
González); la compra del First National Bank, que
se convirtió en el Banco de Reservas (Yvert,
353-354)
; la creación de los bancos Central
(Yvert, 717-718)
y de Crédito Agrícola e
Industrial
; y por último, el Plan de
Alfabetización
y las llamadas Escuelas de
Emergencia
(serie de 1941 celebrando la creación de
5.000 escuelas rurales, Yvert, 351-352), que le "valieron"
a Trujillo para obtener el título de Primer Maestro de
la República.

Así las cosas, en 1952, y en pleno apogeo del
trujillismo, el dictador decidirá inesperadamente
presentar a un familiar, su hermano Héctor Bienvenido,
como candidato para la presidencia de la nación (se
celebraban elecciones ese mismo año), argumentando la
reincorporación "a sus actividades de rector moral y
político del pueblo dominicano"; o sea, que seguirá
gobernando el país, pero ahora en la sombra.

Héctor Bienvenido, Negro, Trujillo Molina
nació en 1908 y fue el único miembro de la
dinastía Trujillo que realmente cursó estudios
militares superiores, desempeñando los cargos de
comandante en jefe del Ejército y secretario de Guerra y
Marina. Investido Generalísimo, al igual que su
hermano, fue designado presidente de la nación el 16 de
mayo de 1952.

Si hubiera que señalar un momento cumbre en la historia
de la dictadura trujillista, ese sería sin ningún
tipo de dudas la celebración de la llamada,
presuntuosamente, Feria de la Paz y la Confraternidad del
Mundo Libre
. Dicho certamen, inaugurado el 20 de diciembre de
1955 y clausurado el 31 de diciembre de 1956, se concibió
con el fin de conmemorar el 25º aniversario de La Era
de Trujillo y, de paso, mostrar al mundo las realizaciones
del régimen y su carácter de estandarte contra el comunismo; no
podemos olvidar que estamos en plena Guerra Fría y
que los Estados Unidos hace tiempo que dejaron de promover la
democracia en
el continente obsesionados por la amenaza de la
infiltración soviética (ahí estaba, por
ejemplo, el reciente derrocamiento en 1954 del presidente
guatemalteco Jacobo Arbenz).

Durante ese acontecimiento no se escatimaron fondos del erario
público y se levantó un recinto ferial digno de
admiración, con modernas edificaciones (proyectadas en su
mayoría por Guillermo González) que
albergarían los pabellones de los países
participantes; en fin, todo un intento para mostrar la cara
amable del régimen. La filatelia dominicana también
se encargaría de conmemorar dicho certamen.

Efectivamente, en 1955 se celebró el 25º
Aniversario de La Era de Trujillo (Yvert, 435-438 y A-96-98)

con diversos sellos que reproducían la estatua ecuestre
dedicada a Rafael Leónidas Trujillo, así como
distintos retratos suyos, de uniforme, con su
característico bicornio, y de civil. Igualmente figuraba
en esta emisión su hermano Héctor Bienvenido -a la
sazón presidente formal de la nación-, que
curiosamente un año después sería
filatelizado por otro país, Panamá,
con motivo de la celebración del Congreso Panamericano
(Yvert, A-150).

En 1955 también aparecerá la serie que
propiamente conmemora dicha exposición. Se trata de Fiestas de la
Paz y la Confraternidad (Yvert, 439-440)
, siendo el motivo
principal y exclusivo de la misma la imagen de
Angelita Primera, la hija favorita del dictador (muchos ejemplos
tenemos de esa predilección especial; no en vano Trujillo
ya la nombró embajadora especial en los actos de
coronación de la reina Isabel II de Inglaterra cuando
tan sólo contaba con 14 años de edad). Angelita fue
designada Reina de la Feria, y de ella decían las
crónicas de la época que llegó al recinto
del certamen en un barco, portando una corona repleta de piedras
preciosas y luciendo un traje confeccionado en piel de
armiño por las mejores modistas de Roma.

En 1957 fue reelegido al frente de la presidencia de la
República Héctor Bienvenido. Tal circunstancia no
será recogida por la filatelia dominicana, que
seguirá ocupándose obsesivamente del verdadero
dirigente del país, Rafael Leónidas Trujillo,
llegando incluso a celebrar su 66º cumpleaños
(Yvert, 467-468) con una serie que utilizaba como motivo
principal la flor nacional, la de la caoba.

Sin embargo, el país pronto va a comenzar a sentir la
resaca del despilfarro ocasionado por los fastos de la feria
recién celebrada. Por si fuera poco, empezarán a
surgir importantes movimientos opositores(6) a la dictadura y
ésta recrudecerá la represión contra todo
aquel que piense distinto; así, el 14 de junio de 1959 un
grupo de
exiliados ayudados por el régimen recién instaurado
de Fidel Castro
intentará la invasión del país desde
Constanza, Estero Hondo y Maimón (Yvert, 925), con
el ejemplo muy reciente de la triunfante Revolución
Cubana
. La represión será terrible.

Sonado fue el secuestro, el 12
de marzo de 1956, en Nueva York, y su posterior asesinato por
agentes de Trujillo, del vasco Jesús Galíndez,
periodista y profesor en la
Universidad de
Columbia refugiado en el país caribeño
después de la Guerra Civil Española,
que publicó en 1953 La Era de Trujillo, una
feroz crítica
al régimen dominicano.

Unos años más tarde, concretamente el 25 de
noviembre de 1960, el Servicio de Inteligencia
Militar (SIM)
, la policía política de la
dictadura, asesinará, ¡simulando un accidente de
tráfico!, a las hermanas Mirabal (Patricia, Minerva y
María Teresa) cuando éstas salían de la
Fortaleza de Puerto Plata después de haber visitado a sus
esposos, tres famosos dirigentes del movimiento de
oposición 14 de Junio encarcelados por sus
actividades contra el régimen. Este hecho va a provocar
una gran consternación en la sociedad
dominicana, que definitivamente comenzará a tomar conciencia de la
dura realidad, del salvajismo y la falta de valores de que
hacía gala el trujillismo.

Otra muestra de esa gran brutalidad fue el atentado fallido
(24 de junio de 1960) contra el presidente de Venezuela
Rómulo Betancourt, odiado por Trujillo por su apoyo
constante a los exiliados dominicanos. Este hecho fue el
principio del fin del régimen, la gota que colmó el
vaso, pues la Organización de Estados Americanos
(OEA)
ya
había acordado en su reunión de San José de
Costa Rica la
imposición de duras sanciones al régimen que
provocaron su rápido aislamiento (se produjo la ruptura
general en las relaciones diplomáticas con todos los
países americanos, el bloqueo económico de la
República Dominicana y un embargo de armas); no
olvidemos que ya en Chile, en 1950, la OEA había
hecho su primera declaración contra Trujillo. En pocos
años, el dictador va a pasar de ser el Primer
Anticomunista de América
, bastión de los EE.UU.
en su lucha contra el comunismo, a convertirse en una especie de
apestado, en una figura incómoda para sus
antiguos aliados.

Por si fuera poco, la Iglesia
Católica, abanderada del régimen durante tantos
años (muchos detalles así lo corroboran como, por
ejemplo, la condecoración que Pío XII otorgó
a Trujillo, La Gran Cruz de la Orden Papal, o el
Concordato suscrito con la Santa Sede en 1954), también le
va a dar la espalda. El hecho detonante será la
pretensión de Trujillo de que se le concediera una nueva
distinción más a añadir a su largo
catálogo de títulos honoríficos:
Benefactor de la Iglesia. En este sentido, la Carta Pastoral
del 31 de enero de 1960, censurando la falta de respeto a los
Derechos
Humanos y la carencia de libertades, va a suponer el
desmarque definitivo de otro de los pilares en que se sustentaba
la dictadura.

Las cosas se estaban poniendo feas. Por eso, ante el cariz que
estaban tomando los acontecimientos y con el único fin de
aparentar un distanciamiento de la dinastía Trujillo del
poder político, Héctor Bienvenido se verá
obligado a abandonar la presidencia del país el 3 de
agosto de 1960, asumiéndola el entonces vicepresidente
Joaquín Balaguer, eterno estadista dominicano, mucho mejor
visto en la escena internacional que su predecesor.

En esos últimos años de dictadura la filatelia
no reflejará los serios problemas que están
acechando al país caribeño; por el contrario,
aumentarán las emisiones dedicadas a ensalzar la figura de
Trujillo, pero también la de sus hijos. Ejemplo de ello es
la interesante serie de 1959 conmemorando el encuentro
internacional de polo entre las selecciones de la
República Dominicana y Jamaica (Yvert, 515-517 y
137-A), en la que figura el retrato de uno de los
vástagos del dictador, Leónidas Rhadamés
Trujillo Martínez, a la sazón capitán del
equipo dominicano. Por cierto, en 1960 otra serie se
referirá a él, la dedicada a conmemorar la
inauguración del puente Leónidas Rhadamés
(Yvert, 530-533
).

Pero como decíamos, la mayoría de los sellos del
tramo final del régimen están destinados a
glorificar al Benefactor de la Patria, que así se
titula la emisión de 1958 (Yvert, 499-501 y
hoja-bloque 15), que conmemora, nada más y nada
menos, el XXV Aniversario de la concesión a Rafael
Leónidas Trujillo Molina del título de Benefactor
de la Patria.

En 1959, el 29º aniversario de La Era de
Trujillo
es celebrado con sello y hoja-bloque (Yvert, 518
y 21
, respectivamente), en los que figura la imagen del
dictador de uniforme, con su típico bicornio coronado por
plumas de guacamayo, ante el Altar de la Patria. Y así,
llegamos a 1961, cuando aparece la que será la
última emisión -póstuma- dedicada a
Trujillo, pues ese mismo año cayó asesinado:
Memorial Trujillo (Yvert, 552-556)
, se titula dicha serie,
que transcribe junto a una vista del monumento funerario erigido
en su honor una de las sentencias favoritas del dictador: "Mis
mejores amigos son los hombres de trabajo".

La noche del martes 30 de mayo de 1961, Trujillo subió
en su flamante Chevrolet Bel Air de color azul,
modelo 1957,
que conducía su chófer de confianza,
Zacarías de la Cruz. No llevaba escolta por
decisión personal (en noviembre de 1960 había
ordenado que se cancelara la vigilancia del SIM),
plenamente convencido de que ninguna escolta era capaz de
desafiar lo que le deparara el destino. Al igual que otras muchas
noches, el dictador emprendía viaje rumbo a San
Cristóbal, donde tenía una casa de campo llamada
La Caoba. En aquel lugar, llamado así porque estaba
construido totalmente de esa madera
preciosa, la preferida del presidente, descansaba después
de sus largas jornadas de trabajo; allí recibía
también a sus amigos íntimos y disfrutaba de sus
frecuentes citas amorosas.

Eran las diez menos cuarto cuando en la Avenida Washington,
rumbo a la carretera a San Cristóbal, un Chevrolet negro
abordó al coche de Trujillo, descargando los ocupantes de
aquél varias ráfagas de disparos, muchos de los
cuales impactaron de lleno en el cuerpo del dictador que, aunque
respondió fieramente al ataque, murió
prácticamente en el acto. Su chófer resultó
gravemente herido.

Detrás de ese atentado estaban varios militares
dominicanos (entre ellos, el jefe del ejército José
René Román, que estaba casado con una sobrina de
Trujillo) descontentos con el devenir del régimen, pero
también, y principalmente, la CIA, que hacía
ya varios años había perdido la confianza en
el hombre que
durante tanto tiempo les hizo el trabajo "sucio" en el
Caribe.

El cadáver del dictador, totalmente acribillado de
balazos, fue hallado a las cinco de la madrugada del
miércoles 31 de mayo dentro del maletero de un coche.
Rafael Leónidas Trujillo dejaba nueve hijos, cinco de sus
tres esposas oficiales (Aminta Ledesma, Bienvenida Ricardo y
María Martínez Alba, la
última de ellas) y cuatro de sus amantes favoritas (Lina
Lovatón, Elsa Julia, Norma Meinardo y Mony
Sánchez).

Trujillo no sólo tuvo hijos y amantes. El
sátrapa caribeño igualmente acumuló durante
su eterno mandato un sinfín de títulos y honores, a
cual más pintoresco(7): Primer Médico de la
República, Primer Anticomunista de América, Primer
Maestro de la República, Primer Periodista de la
República, Genio de la
Paz, Protector de todos los Obreros, Héroe del Trabajo,
Restaurador de la Independencia Financiera del país,
Salvador de la Patria; amén de los tradicionales
Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos y
Benefactor de la Patria, y Padre de la Patria Nueva.

Pero también se le otorgaron títulos en el
extranjero, algunos concedidos por países de intachable
tradición democrática y otros no tanto (Italia, Francia,
Holanda, Argentina, México,
Líbano, Marruecos, Vaticano, Ecuador,
España,
Haití…). He aquí unos cuantos ejemplos: la
Gran Cruz
Nacional de la Legión de Honor, de
Francia; el Gran Cordón de la Orden de Isabel la
Católica y la Gran Cruz de la Orden de Carlos III
,
ambos de España, impuestos por
Franco a Trujillo durante su visita a nuestro país en el
verano de 1954 (estos títulos siempre fueron sus
preferidos); o la Gran Cruz de la Orden Honor y
Mérito
, de Haití (paradojas de la vida…).

Trujillo sería incluso propuesto por su legión
de aduladores como candidato para obtener el Premio Nobel de
la Paz
en 1936. Igual "honor" le cupo a su esposa,
María Martínez Alba, oficialmente la Prestante
Dama
, que fue postulada por la inmensa mayoría de los
intelectuales
dominicanos que aún permanecían en la isla para el
Nobel de Literatura de 1955, aprovechando la
repercusión internacional de la Feria de la Paz
y la Confraternidad del Mundo Libre
.

Lo cierto es que Trujillo gobernó el país como
si de su hacienda particular se tratase(8) (las historias sobre
su inmenso patrimonio
personal eran habituales ya desde su época de militar).
Suena a tópico pero fue así. Efectivamente,
él y su familia
tenían intereses económicos en prácticamente
todos los sectores productivos de la nación; en unos casos
en régimen de monopolio
(tabaco, aceites
comestibles, sal, cerveza,
medicamentos, cemento…) y
en otros, casi (prensa, radio y televisión, seguros,
navegación y tráfico aéreo…). Al frente de
la mayoría de las empresas
figuraban militares, políticos, amigos, en fin, personas
de su confianza. De esa manera, el sistema funcionaba como un
entramado gigantesco que servía para recompensar o
castigar, según qué; pero también para
cohesionar y afirmar al régimen, ya que los intereses
nacionales se mezclaban con los particulares, cosa en cierto modo
positiva pues la buena gestión
de los negocios
repercutía también, aunque de manera tangencial, en
la economía nacional. Es innegable que la
República Dominicana había experimentado una mejora
incuestionable en su nivel de desarrollo económico y
social, sobre todo si se comparaba con la situación
anterior a 1930 y con la de los países de su entorno
(durante el largo "reinado" de Trujillo el Presupuesto
Nacional había crecido de seis a más de cien
millones de dólares en su último año de
gobierno).

Apenas recién muerto Trujillo, el caos no
tardaría en apoderarse de las calles de las principales
ciudades dominicanas y los actos de saqueo y vandalismo contra
sus propiedades, pero también contra todo aquello que
recordara al trujillismo (monumentos, placas de calles,
etc.) fueron generales. Sin embargo, la situación
empezó a calmarse pronto pues el aparato policial del
régimen, el SIM, encabezado por el siniestro
coronel Johnny Abbes, permanecía aún intacto.

Ni que decir tiene que la represión desatada en busca
de los culpables del magnicidio fue terrible. Especialmente cruel
fue uno de los hijos del dictador, Rafael Leónidas
Trujillo Martínez -Ramfis-, que volvió
precipitadamente de París, donde se encontraba, para
involucrarse personalmente en la venganza. Sólo dos de las
personas que participaron directamente en el atentado
consiguieron escapar (de forma rocambolesca, eso sí) y en
la actualidad sólo permanece vivo uno de ellos, Antonio
Imbert. Los demás murieron después de sufrir
penosas y sofisticadas torturas, pudiéndose considerar
afortunados los que perecieron en el acto tras ser sorprendidos
por el SIM, generalmente por una delación.

En octubre de 1961, José Arismendi
Petán– y Héctor Bienvenido –Negro-,
hermanos del dictador, abandonaron el país rumbo al
exilio, pero en noviembre de ese mismo año decidieron
volver con la intención de dar un golpe de Estado.
Joaquín Balaguer, el futuro sempiterno presidente, que
fuera mano derecha de Rafael Leónidas Trujillo,
consiguió eludir la crisis con el
apoyo intimidatorio de la marina estadounidense: el peligro de
una involución trujillista había desaparecido. Para
consolidar este estado de cosas, el 4 de enero de 1962, el
Consejo de Estado dominicano confiscó y declaró
bienes
nacionales la totalidad de las propiedades, acciones y
obligaciones del clan de los Trujillo. Nadie relacionado con el
mismo podía tener empresas o intereses económicos
en el país.

En cuanto a las peripecias por las que pasaron los familiares
del dictador fueron variopintas. Así, la última
esposa de Trujillo, María Martínez Alba, con la que
contrajo matrimonio en
1936, murió -de forma natural, eso sí- varios
años después en Panamá.
Por su parte, su hija Angelita regenta en la actualidad una
gasolinera en Miami y se dedica a salvar almas en nombre de una
secta religiosa.

Mención aparte merece la referencia al destino, digno
de una tragedia clásica, que sufrieron Leónidas
Rhadamés y Ramfis, bautizados así por su madre,
melómana confesa, en homenaje a dos personajes de
Aida, la famosa ópera de Giuseppe Verdi.
Efectivamente, Leónidas Rhadamés, el mayor de los
hermanos, más conocido por su faceta de jugador de polo,
murió en Panamá trágicamente asesinado por
un clan mafioso colombiano en un asunto bastante turbio, parece
que de tráfico de divisas.

Ramfis, por su parte, el hijo favorito del dictador y la
persona en
quien éste había depositado todas sus esperanzas
para perpetuar la dinastía, tampoco salió mejor
parado. Nombrado a los siete años de edad coronel del
ejército, Ramfis Trujillo se convirtió a los diez
en general, alcanzando durante la Feria de la Paz y la
Confraternidad del Mundo Libre
el grado de teniente general.
Incluso llegó a ser jefe de la Fuerza Aérea
dominicana. De carácter muy inestable, no en vano estuvo
sometido en varias ocasiones a tratamiento psiquiátrico en
clínicas de Bruselas y Nueva York, toda su vida fue una
aventura, siendo incontables sus romances con las actrices
más famosas de Hollywood. Más preocupado por los
placeres terrenales (mujeres, viajes,
coches…) que por sus responsabilidades públicas no le
quedó más remedio que optar por el exilio, una vez
consciente de la imposibilidad de restaurar el trujillismo
en su país.

Así las cosas, Ramfis abandonó la
República Dominicana junto con su familia en noviembre de
1961. Poco después se establecería en España
-no olvidemos la gran amistad que
tenía su padre con el también
Generalísimo, Francisco Franco-, y aquí
terminó sus días, el 28 de diciembre de 1969, en
Madrid, a los
cuarenta años de edad, víctima de un aparatoso
accidente de automóvil.

Digna es de reseñar la "aventura" que supuso el
traslado del cadáver del dictador hasta su definitivo
destino en el cementerio madrileño de El Pardo.
Efectivamente, el 18 de noviembre de 1961 Ramfis Trujillo
embarcó junto con toda su familia en su yate
Angelita con destino a París, llevando a bordo el
cadáver de su padre, que había conseguido sacar de
la cripta de San Cristóbal, donde reposaba. Después
de un viaje repleto de vicisitudes, y una vez en la capital
francesa, los restos mortales de Rafael Leónidas Trujillo
fueron provisionalmente enterrados en el cementerio parisino de
Pére Lachaise.

Años después, en 1970, María
Martínez negociaría la compra de una parcela en el
cementerio de El Pardo con el fin de levantar allí un
panteón familiar dedicado a la familia
Trujillo. Así, el 24 de junio de 1970 se trajeron los
restos de Ramfis desde el cementerio de La Almudena, donde
reposaban en un nicho, y en noviembre los del
Generalísimo Trujillo. Desde entonces yacen juntos
los restos mortales de padre e hijo.

En 1962, recién cumplido un año del magnicidio,
el Correo dominicano emitió una serie de sellos (Yvert,
576-579 y A-158-159) junto con una hoja-bloque (Yvert, 26)
conmemorando tal acontecimiento. Merece la pena citar el
encabezamiento de dicha hoja, "Aniversario del Ajusticiamiento
del Tirano", para constatar que el trujillismo pasó muy
pronto a la historia; cómo 31 años de dictadura
personal fielmente reflejada en la filatelia del país
caribeño se diluyeron en apenas unos cuantos meses: no
estamos ante un asesinato sino que lo acontecido en la noche del
31 de mayo (declarado desde entonces Día de la Libertad)
fue un acto de derecho, un "ajusticiamiento" realizado por unos
patriotas, los Héroes del 30 de Mayo

 

 

 

 

Autor:

Francisco Augusto Montas Ramirez

Partes: 1, 2
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