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El libro del desierto



Partes: 1, 2, 3, 4

    1. Nuevo…
      Inesperado-Fecundidad y esperanza
    2. Sendas
      desconocidas en el desierto- Rumbos de poesía y
      libertad

    Nuevas y viejas huellas.

    Pensamientos sueltos.

    P. Fr. ALBERTO E.
    JUSTO


    Introducción

    No sé qué tengan que hacer estos fragmentos que
    caen sin orden y sin presura en el mágico espacio del
    papel… Lo mejor que puedo decir es que no esperan cumplir con
    función
    alguna. Son como centellas que brotan de rayos singulares
    descargados en la soledad de la noche. Desde luego no tienen
    por-qué

    Es difícil encuadrarlos hoy o sujetarlos a rigurosa
    disciplina.
    Como digo, brotan con libertad y
    audacia, pero sin apresuramiento alguno.

    No, tampoco caben definiciones. El autor ha salido al campo a
    buscar lo que no se halla por ninguna parte. Esto es admirable…
    Porque, en el fondo, todos buscamos lo que no puede encontrarse.
    Y si no caemos en la cuenta de ello es porque nos embriagamos con
    distracciones, apresuramientos y ruidos de toda especie.

    Quizá suena la hora de la sinceridad… Quizá
    -por fin- no nos asuste esa verdad fulminante (propiamente
    increíble, decía un Cartujo) que es
    necesario recibir con coraje.

    Hemos comprobado que al hombre le
    falta cierta audacia, que hace la dignidad de su
    peregrinación por el planeta… Por ello hemos visto y
    padecido toda suerte de engaños y de subterfugios.

    Pero ha llegado la hora decisiva. A pesar de hallarnos
    prisioneros en ese Gulag que no acertamos a calificar, a pesar de
    los límites
    que nos imponen esos pretendidos tiranuelos y malversadores, a
    pesar, digo, de la severidad de los espacios que aparecen ante
    nuestros sentidos, resuena en el corazón un
    himno silencioso y potente. Es la hora de la libertad y de la
    asunción de los riesgos que
    comporta. Es la hora de nuestras respuestas a las tentaciones en
    el Desierto…

    Veamos, sí, veamos y… nada más.

    Alberto E. Justo

    Esta figura del Desierto es subyugante. No lo
    sería, desde luego, si no abriera de inmediato una
    profunda y misteriosa correspondencia en nuestro interior. El
    Desierto, antes que nada, es un estado
    escondido y una realidad de la hondura humana, anterior a
    cualquier manifestación o expresión. Es lo mismo
    que el Silencio o la Soledad, y lo descubrimos
    en símbolos admirables.

    Habida cuenta de esta realidad, oculta y sublime, podemos
    caminar sin apresuramiento alguno, con la certeza del valor y
    proyección de cada paso…

    Una luz sutil, no
    imaginada, envuelve el paisaje con las delicadas tonalidades de
    oro, que
    descienden del sol. Pero es necesario adivinarlo primero y
    descubrirlo después. Ningún trazo es violento. Nada
    es torpemente evidente… La dulzura no se deja
    conquistar enseguida, tampoco se la percibe a primera
    vista
    .

    Este desierto, que ahora atravieso, posee notas
    asombrosas, casi siempre inesperadas. Es un valle, sí, un
    valle entre montañas, maravillosamente florecido. El
    bosque lo cubre y lo viste, poblando hondonadas y laderas con
    altos pinos que se levantan y estiran hacia el cielo.

    1. Me preguntaron: "¿a quién perteneces?". Y yo
    respondí: -a nadie. Insistieron: "¿a qué
    perteneces?". Y volví a responder:-a nada. Endurecieron el
    entrecejo y el semblante… Alguno me miraba, severo,
    compadeciéndome un tanto. Otros, detrás,
    sonreían mientras giraban para volverme la espalda… El
    más cercano se aprestaba a darme una lección de
    moral
    barata… Y yo descubrí, dentro muy dentro, la presencia y
    la absoluta contemporaneidad del Espíritu. Todas las
    voces
    venían de un pasado ya muerto. Sonaron, en realidad, ayer.
    ¡Qué maravilla! Las oía en lo que me
    parecía ese momento, pero eran sólo eco de un
    pasado, de lo que fue y no es más… Fantasmas de
    una pesadilla al despertarme, sucesión de gemidos de otro
    tiempo, ocaso
    de las estrellas muertas, caída y ruina de los
    cuestionamientos sin sentido… Sólo el Espíritu y
    el pensamiento
    son contemporáneos, sólo es presente el "tú"
    que me dice Dios.

    2. Una vez estaba yo detenido en la noche. Sosegada quietud…
    Y no podía hallar otra cosa que pequeñas luces,
    trazas en todos lados de la Única Realidad.

    3. El espacio se transforma en un tiempo sublime que es
    ocasión y paso del presente a la eternidad. Ya no existe
    lugar ni ambición de mudanza alguna. Y si los parajes no
    existen ni hay sectores ni fronteras; si los caminos no llevan a
    ninguna parte… : ¡busca dentro, muy dentro, que por esos
    senderos invisibles hallarás la luz!

    Partes: 1, 2, 3, 4

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