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El libro del desierto (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4

83. ¿Dónde hallaremos lo más grande?
¿Lo más grande? ¿Es necesario
comparar y decir: lo más grande o lo
más pequeño
? ¿Es Dios lo más
grande
? ¿O, quizá, el más
grande
? Dejemos este o cualquier modo de hablar semejante.
¿Para qué hablar? ¿Acaso no vemos ya? Si
analizamos, si proseguimos con cálculos y comparaciones,
entonces sólo dsitinguimos colores y luz creada y nos
ligamos en las cuestiones de siempre, con un sinfín de
apuntes y de notas. Pero ahora vemos con un sentido oculto,
entrañado por la Gracia en el corazón. Y no es
necesario acabar redondeando esta u otra explicación.
Explicar la intuición, apenas esbozada por pocas palabras,
comporta oscurecer y velar la transparencia siempre nueva .

84. Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya.
Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros;
pero, si me fuere os lo enviaré.
(Jn. 16, 7). Estas
palabras son luz… Ahora se abre ese Misterio de la Presencia
para que nos introduzcamos en él… ¡Cuánta
es la significación de la partida del
Señor que desaparece de nuestra vista! Si Él no se
va el Espíritu no ha de venir. Esto es así, si su
imagen y presencia limitada no desaparece no ha de
entrañarse en el corazón. ¡Tan
señalado es esto y tan alto! ¡Es preferible que
Él se vaya y que padezcamos su ausencia! ¡Misterio
de la ausencia! Él está ausente
para estar más presente. Porque cuando viniere
Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará
hacia la verdad completa, porque no hablará de sí
mismo, sino que hablará lo que oyere y os
comunicará las cosas venideras.
(Ib. 16, 13). El
Espíritu es dado y no como quien pasa o quien aboga o
sopla desde fuera. Por el contrario, quien recibe el
Espíritu nace del Espíritu (Cfr. Jn. 3, 1-21), nace
de nuevo, nace de lo alto. El Espíritu es dado como
propio para aquél que lo recibe. Ya no hay
intermediarios ni límites, Dios mismo se hace el
corazón más profundo de sus hijos en el
Espíritu Santo. Lo que parecía
ausencia es presencia, lo que
parecía alejamiento o partida es ahora
extrañamiento inefable, que de dos hace uno.

85. María se quedó junto al monumento,
fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el
monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, (…)
Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo:
Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde
le han puesto.
(Jn. 20, 11-13). En efecto, María, se
han llevado al Señor. Sufres una terrible ausencia…
Sobre todo, no sabes dónde está. No hay ni siquiera
un cadáver… La ausencia es total. Nada hay allí.
Y, como es natural, tú lloras como lloramos nosotros
cuando nada sabemos, cuando andamos perdidos por los caminos de
este mundo, sufriendo esa ausencia que no tiene nombre.
¿Por qué te quedas, María, junto al
monumento? ¿Por qué permaneces allí donde ya
no se encuentra tu Señor? ¡Claro! Es lo
último que tú sabes de Él, la última
noticia está allí. Pero Él no, Él no
está. Nosotros también nos aferramos a figuras y
noticias de toda suerte y estilo, porque, en efecto, nos parece
lo último que nos queda de Él, la última
noticia… Pero Él ya no está, porque -desde luego-
resucitado ya no muere más…

86. Diciendo esto, se volvió para atrás y
vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció
que fuese Jesús.
(Jn. 20, 14). Fíjate que
tú lloras la ausencia dolorosa e inexplicable y
Jesús, sin embargo, estaba allí. Parecía que
ya no estaba, pero estaba. Eso sí, ya no ligado a ese
lugar, al monumento, ni a cualquier otro. En realidad,
María, te volviste, te volviste hacia atrás, como
Juan cuando oyó el acorde de la voz del Señor.
Sí, hacia atrás. No hacia adelante, no en
apresurada o ansiosa búsqueda o persecución
angustiosa, no para progresar en esto o en aquello, sino hacia
quien está detrás, dentro, escondido y desde
siempre; más en ti que en ninguna otra parte.

87. Díjole Jesús: Mujer, ¿Por
qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo
que era el hortelano, le dijo: Señor: , si le has llevado
tú, dime dónde le has puesto, y yo le
tomaré.
(Jn. 20, 15). Jesús, como los
ángeles, te pregunta ahora lo que Él sabe muy bien.
Quizá para que tu ensueño se haga más
patente. Pero tú, María, tampoco lo reconoces. Lo
confundes con el hortelano. Y no es para menos. Es lo
lógico: que sea el hortelano. Te siguen, ahora, todos los
razonadores de este mundo, todo el sentido común
de que harán gala no pocos en la historia.
¿Quién va a ser si no es el hortelano?
¿Qué hubiéramos respondido nosotros,
María? Tampoco nos desprendemos hoy de esa lógica
y de las feroces conclusiones de nuestro sentido
común…

88. Díjole Jesús: ¡María! Ella,
volviéndose, le dijo en hebreo:
Rabboni!, que
quiere decir Maestro.
(Jn. 20, 16). Sólo Él
puede revelarse así, sólo Él dejarse ver…
¡Y de qué manera! María, te llama, dice tu
nombre, tú eres , el
que pronuncia Dios en modo inefable. Sólo al oír tu
nombre, tu nombre escondido, que sólo Él conoce,
desde dentro y desde toda la eternidad. Te llama
al mismo tiempo en que dice Yo Soy.
Si tú eres , el único Yo
Soy
es Él. ¿Cómo no vas a reconocerlo?
Tus lágrimas han hallado la respuesta y el consuelo,
infinitamente mayor éste que el otro, que tu
súplica pretendía.

89. Jesús le dijo: No me toques, porque aún
no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
(Jn.
20, 17). ¡No me toques! Ya no estoy fuera sino dentro de
ti. Ahora vivirás otra ausencia fecunda, inexpresable.
Ahora subo a mi Padre y os enviaré el Espíritu…
Subo a mi Padre y vuestro Padre… Ya no hay distancias, ni
intermediarios, ni lejanías. El Padre es vuestro. No es en
el sepulcro donde me hallarás, porque yo estoy siempre
presente en el interior de tu corazón. Y dirás,
María, como el Apóstol San Pablo, que ya no vives
tú sino que Cristo Jesús vive en ti.
¿Ausencia o Presencia? ¿Quién puede
responder con términos o conceptos? ¿Para
qué responder lo que ya sabemos y vemos con
nuestro ojo interior? Quien pueda entender que entienda.
Y quien lea estas meditaciones, un tanto apresuradas, adore y
alabe en lo hondo de su corazón.

SENDAS
DESCONOCIDAS
EN EL DESIERTO

RUMBOS DE POESÍA
Y LIBERTAD

Amor del Absoluto

90. Allí está ese horizonte que parece alejarse
cada vez más… Es una ilusión, tal vez, pero
descubre un secreto nuevo.

91. El Absoluto se revela al corazón y, desde luego, lo
arrebata. Y se lo lleva. La ausencia no es de Dios sino la de ese
corazón que es llevado. La dimensión inferior sufre
extrañeza y angustia, experimenta algo totalmente nuevo.
Es que olvida que su propio espíritu ahora la trasciende
en el mismo Espíritu Divino

92. ¡Inmensa maravilla! En efecto, el Espíritu se
torna propio y se hace uno con quien lo recibe…

93. Cualquier limitación o mediación resulta
insoportable. No queremos perdernos más. No aceptamos
detenimientos ni cursos de ingreso. ¡Buscamos al Absoluto,
sin ficciones ni retrasos! ¿Pretensión audaz,
demasiado audaz o vana? Nada de eso, el Señor se nos da y
no es hora ya de rechazar, ni de postergar, ni de
adormecerse…

94. Nada puede compararse. Nos hallamos en el ámbito de
lo inefable. Todo queda superado. Es la hora del silencio. Caen,
por su propio peso, métodos, maneras y ritos. No se
percibe la sonoridad de anuncios o arribos. Simplemente: es ahora
y es aquí. Más que ahora y más que
aquí. No es allí, con distancia alguna; tampoco es
aquí, como si pusiera un límite o una frontera. Si
digo que es en mí pareciera que yo me quedara fuera. Si
digo que es presencia, se dirá que es lo opuesto a
ausencia y que permanece extraño a mi profundidad… En
suma, ni aquí, ni allí, ni fuera, ni dentro, ni
esto, ni aquello… ¿Qué? No supiera decir lo que
es la plenitud misma, no sé, no sé.

95. La contemplación sin medios.
Acostumbrados a hablar de esto y de aquello, habituados a
dualismos y delimitaciones, no dejamos que el sabor de la belleza
penetre, sin nombre, en las honduras y salte y rebalse hasta
formar un inmenso torrente. ¿Qué es lo que tengo
que decir? ¿Cuál la tarea que me queda por
emprender? Pues nada y nada de todo ello. Deja que el susurro
delicado del Ser te toque y te conquiste. No es necesario
componer ni justificar. Él es… y ha
venido a tu corazón para hacerse uno contigo.

96. Ve a Dios directamente… No detengas tu
camino. Dirígete, sin temor, a Él, a Él
mismo. En realidad no has de hacer esfuerzo particular alguno…
¿No ha venido el Espíritu, penetrando hasta lo
más hondo, como el fuego se entraña en el madero?
Me dices: -no soy digno. ¡Mira qué reparo!
¿Quién es digno? ¿Recuerdas al profeta
Isaías? …Y contestó Ajaz: No, no quiero
tentar a Dios. Entonces dijo Isaías: Oye, pues, casa de
David: ¿Os es poco todavía molestar a los hombres,
que molestáis también a mi Dios? El Señor
mismo os dará por eso la señal: He aquí que
la virgen grávida da a luz y le llama Emmanuel.
(Is.
7, 12-14) ¿Y tú te escondes en tu
indignidad? ¿Qué pretendes? ¡Deja a
Dios ser Dios y descubre en Él tu corazón! Ahora ya
no eres solitario. El Señor es… Emmanuel, es
decir: Dios con nosotros. Y en tí, en tu
corazón, como en la Virgen, ahora nace Dios

97. Sólo soy plenamente en el ámbito más
alto o más profundo. En realidad ya soy en el Cielo,
porque poseo o soy espléndidamente poseído por las
primicias de la eternidad. Conversatio nostra in Coelis
est…
Y soy porque soy en el cielo. El Señor no se
detiene. Por el contrario, se apresura y golpea más fuerte
porque su Amor tiene prisa. Quizá sea mucho lo
inexplicable que tenga su sentido en este Misterio del
Amor.

98. Ahora descubrimos la senda escondida: Dios nos regala su
Amor entrañándolo, impersonándolo,
haciendo de la intimidad en el corazón verdadera
persona nueva, haciéndonos amor por
participación y por gracia
. Contemporáneamente
procede, del hijo que soy, el abandono y la Fe que
enseñara Abraham… ¿Cuál es la obra
correspondiente? Que le dejemos ser Dios. En efecto, en
esta hora de prueba y de tinieblas, desde nuestro fondo surge la
adhesión plena, no en gestos exteriores, sino en
abandono sin ficción.

99. Volvamos, otra vez, al Profeta Isaías: Tu
Nombre, tu memoria es el
anhelo del alma
(la aspiración). Deséate
mi alma durante la noche y mi espíritu te busca dentro de
(en mi seno, en mi corazón te busco)…
(Is. 26, 8-9). Si no fueras Presencia no te buscara y yo
no te hallara si en mi corazón no nacieras.

100. Comprenderá, el lector, que los términos
empleados brillan todos por su insuficiencia. Es necesario abrir
el alma a las fuentes del silencio y dejar toda pretensión
de expresar lo inexpresable. La contemplación "sin
medios"

sólo se alcanza en el silencio y sólo el silencio
calma el ansia de amor en el corazón… Pero
¿qué es este silencio? ¿Se trata,
no más, de la acogida, de la apertura admirativa que todo
hace callar? Desde luego que si agotáramos el
silencio o se convirtiera en una suerte de método o
de medio nos quedaríamos ayunos de todo y no
haríamos otra cosa que proseguir el duro camino
conceptual. Es decir: así nos quedamos a la puerta y nada
más. El silencio, tal como lo entendemos aquí, no
es un método, ni un estilo, ni una manera o modo…
Tampoco se trata de una vocación especial… El silencio
es la hondura, es donde las expresiones no llegan ni alcanzan. Es
de un más allá o siempre más
aquí
, que todo lo trasciende y lo penetra desde el
interior. El silencio no precisa nada. Es la superación de
cualquier medio; el silencio es nuestra
llegada, nuestro arribo, aquí y ahora,
sin esperar a mañana… El silencio es más profundo
que todo y todo lo pasa y sobre todo se levanta. No lo
interfieren los instrumentos ni las voces de este
mundo que, en realidad, no tiene voces sino aullidos.

Pero el silencio también es poesía.
Subrayo una y otra vez esta frase… El silencio es
poesía. Sí, poesía trascendente, que no se
encierra en nada ni en nadie, que sólo está
ahí, latiendo, viva, vibrante… ¿cómo
decirlo?

101. ¿Qué es eso de vacilar? ¿Por
qué mirar hacia atrás o hacia los lados? Es claro,
luminoso, encendido, el acontecimiento inefable que transforma y
eleva. Y no digo … No sé cómo
digo, pero ERES, eres, sí, PRESENCIA y nada tengo ni soy
fuera de Tí. Yo sé que ya no soy quien por
sí vive. No, nunca he vivido por mí. Yo sé,
en suma, que no soy yo quien vive. Que sólo vives
Tú en Tí…

102. Llevándote como te llevo, llevándome como
me llevas. ¿Qué otra presencia resulta
discernible? Pues nada y nada. Lo que suena, ya suena lejos
-¡tan lejos!- que no es. No hay vacilación cuando me
llevas de la mano en el andar sobre el agua. Inmenso es el
precipicio; sin par, el vacío; terrible la oscuridad de la
noche más cerrada… Pero Tú me llevas muy
dentro, en tu Corazón.

[1] St. GRYGIEL Le Vicissitudini del Desiderio umano
www.clerus.org/clerus/dati/1999-05/10-2/Socrate.rtf.html

[2] R. LEON Cristo en los infiernos en Obras
Completas
Vol. II Madrid 1956 p.886

[3] R. LEÓN Alivio de Caminantes Madrid 1918.
pp. 157-159

[1][1] St. GRYGIEL Le Vicissitudini del
Desiderio umano

www.clerus.org/clerus/dati/1999-05/10-2/Socrate.rtf.html

[2][2] R. LEON Cristo en los infiernos en
Obras Completas Vol. II Madrid 1956 p.886

[3][3] R. LEÓN Alivio de
Caminantes
Madrid 1918. pp. 157-159

 

Enviado por:

Fray Daniel

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