Lenguaje, lengua y habla en El nombre de la rosa, de Umberto Eco
Un lector entre el signo y la
sospecha*
Si el lenguaje es
una estructura
que, en última instancia, se enajena del pensamiento,
la lengua y el
habla no sirven para comunicar totalmente el contenido de
aquél, parece decirnos el brillante semiólogo en su
apasionante novela,
…che il lettore impari
qualcosa
circa il mondo o qualcosa
circa il linguaggio.
Umberto Eco: Postille a Il nome
della rosa.
Para muchos fue extraño que Umberto Eco (Alessandria,
Piamonte, Italia, 1932)
apareciese en 1980 como autor de una novela: El nombre de
la rosa. El mundo lo conocía como
semiólogo, académico y hombre de
concepciones abstractas.
El especialista en semiótica y en comunicación, y profesor de
diversas universidades, tanto en Europa como en
Estados
Unidos, había expuesto su pensamiento en ensayos como
Obra abierta (1962), Apocalípticos e
integrados (1964) y La estructura ausente
(1968).
Cimentó su prestigio en el mismo sentido también
con La definición del arte, Tratado de
semiótica general, Lector in fabula y otros
textos, en los que mostró su erudición de experto
en la Edad Media,
Tomás de Aquino, Vico, Joyce,
el estructuralismo, la semiótica y la
comunicación.
Igualmente su personalidad
se asociaba rigurosamente con la cátedra del profesor de
la Universidad de
Bolonia y el conferencista; director de la revista
VS (Quaderni di Studi Semiotici), y secretario de
la Asociación Internacional de Estudios
Semióticos.
Parecía, pues, incoherente que el célebre
teórico e investigador siempre en niveles altos de
abstracción conceptual, asumiera la aventura intelectual
de la ficción, con alejamientos -aparentes al menos- de
aquellos destinos por caminos de imaginación
artística.
Sin embargo, el "fanático del conocimiento y
la comunicación, brillante semiólogo", según
una descripción periodística,
probó con la misma novela que sus preocupaciones
fundamentales podían reflejarse en ella, pues el autor
concibe que: "El hombre es
animal fabulador por naturaleza"[1], y bastaba querer
contar para hacerlo.
"Quería que el lector se divirtiese, lo que no
significa que se olvidara del problema. Que el lector aprenda
cualquier cosa del mundo o cualquier cosa acerca del
lenguaje"[2], revela en sus Apostillas a El
nombre de la rosa.
Y efectivamente. La novela es
también un discurso
consciente y explícito en el cual Eco, por intermedio de
las técnicas
de ese género
narrativo, expone diversos criterios propios y de la ciencia del
lenguaje, la lengua y el habla, entre otros asuntos de interés de
la semiótica.
De esta sugerente reflexión sobre los signos en
general, vamos a atender en las siguientes líneas. Pero
sólo trataremos de los que son capaces de expresarse con
el lenguaje,
la lengua y el habla, y al menos de una parte de los incluidos en
la obra, ya que su riqueza en uno y otro caso necesita de estudio
más abarcador, detallado y profundo.
"Este texto, que ya
no sé de qué habla…"
El fraile franciscano Guillermo de Baskerville investiga el
misterio de las muertes de varios monjes en un monasterio
benedictino de las montañas al norte de Italia, durante
siete días, a fines de noviembre de 1327; se esclarece la
causa de los crímenes y el monasterio tiene un fin
trágico.
La anterior pudiera ser una resumidísima reseña
de la historia
contada en El nombre…, que, asimismo, es
describible como el relato de los recuerdos del narrador, ya
anciano, Adso de Melk, de cuando acompañó como
novicio y escribano a Guillermo de Baskerville, a preparar en el
monasterio de marras una conferencia
infructuosa acerca de la pobreza de
Cristo, entre franciscanos y papistas, y lo que sucedió en
el ínterin.
Se trata, a la vez, en otra mirada posible, de una
fabulación detallada que persigue sin consuelo despojarse
de las dudas sobre los signos, en este caso los del lenguaje, la
lengua y el habla. Autoinvestido como personaje propiciador de la
trama novelesca -una especie de alter ego del autor-, Eco
comienza confesando en la introducción "Naturalmente, un
manuscrito":
"No sé, en realidad, por qué me he decidido a
tomar el toro por las astas y presentar el manuscrito de Adso de
Melk como si fuera auténtico. Quizás se trate de un
gesto de enamoramiento. O si se prefiere, de una manera de
liberarme de viejas obsesiones."[3]
Y en el cierre del "manuscrito", es Adso (Eco) quien
confirma:
"Dejo este texto, no sé para quién; este
texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa
pristina nomine, nomina nuda
tenemos."[4]
De acuerdo con ese criterio, la idea sugerida por Eco parece
ser -¿es?- que el lenguaje constituye una estructura que,
en última instancia, se enajena del pensamiento, de modo
que la lengua y el habla no logran cabalmente su función
comunicativa. Tal incertidumbre compartida por el autor y el
personaje acerca del destino del discurso, e incluso de su mismo
sentido, constituye una tesis de las
dudosas razones para preferirlo y la incapacidad para
comprenderlo.
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