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Lenguaje, lengua y habla en El nombre de la rosa, de Umberto Eco (página 2)



Partes: 1, 2

Esa idea pesimista está simbolizada en el propio
título de la novela. La
frase del hexámetro latino del cual Eco la tomó
("De cotemptu mundi", del monje benedictino del siglo XII
Bernardo Moliacense) es, según propone el autor, una
"clave interpretativa", como en El rojo y el
negro
, La guerra y la
paz
…que, dice Eco en las
Apostillas…, le vino por casualidad y le
gusta porque es una figura simbólica llena de
significados.[5] "Nada más. Nunca
más", a la manera de decir del poético
cuervo parlante, celebrado símbolo del lenguaje de
los signos
comprendidos de manera azarosa.

De esta manera, pues, "el nombre de la rosa" expresa algo
inefable, que está elaborado en el pensamiento
-¿o más allá?-, pero no en el lenguaje
mismo, éste y aquél formas del ser diferentes del
signo. Téngase presente que el nombre de la muchacha con
quien Adso tuvo amores también es desconocido por
él, de lo cual se lamenta:

"Del único amor terrenal
de mi vida no sabía, ni supe jamás, el
nombre
."[6]

Adso tuvo "la rosa", pero nunca su nombre.

¿No es, entonces, "el nombre de la rosa" lo desconocido
por no nombrado, o lo conocido sin explicación?
¿Pueden, según ello, el habla y la lengua
expresar lo abstracto?

En tanto las respuestas a estas preguntas son dudosas, el
discurso de la
obra sugiere un malentendido que burla los intentos de comunicación a través de la lengua,
el lenguaje y el habla.

Esta concepción, en realidad, es contraria a la que
considera el carácter relativamente independiente
del lenguaje respecto del pensamiento. (Subráyese el
adverbio). Este lector asume que existe una unidad entre ambos.
El lenguaje expresa el pensamiento y también lo forma, y
de hecho no existen uno sin el otro. Como se ha dicho en alguna
parte, el lenguaje es la envoltura material del pensamiento.

Sólo que, en su relativa independencia,
el lenguaje se estructura en
la lengua y el habla, en unidad y oposición respectivas
con el
conocimiento y la
comunicación que, a su vez, estructuran el
pensamiento. De ahí la unidad dialéctica de todo el
proceso, con
base material en la realidad objetiva.

Por eso, sin que ello demerite la erudición de Eco, su
concepción de lenguaje, lengua y habla expuesta en
El nombre… se distancia de una interpretación dialéctica
materialista del proceso de comunicación
social, con lo cual implícitamente niega la capacidad
del lenguaje para expresar el reflejo de la realidad objetiva,
siempre en unidad y oposición con el pensamiento.

Para Eco, "el nombre de la rosa" comporta un sentido de
confusión entre verdad y mentira, entre
saber e ignorancia, o tal vez de cierto carácter
improbable del conocimiento e
imposibilidad de transmitirlo objetivamente. En esa misma cuerda
expresa su desaliento Guillermo de Baskerville .también
alter ego de Eco en la ficción, cuando le confiesa
a Adso haber descubierto por equivocación
una trama inexistente de los crímenes del monasterio:

"Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso; son lo
único que tiene el hombre para
orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la
relación entre los signos.
"[7]

El entendimiento de esa relación permitiría
lograr el conocimiento y la capacidad de comunicarlo, cosa que
parece ser puramente aleatoria y caprichosa. El fraile
franciscano siguió un plan
apocalíptico que aparentaba gobernar todos los
crímenes y resultó que era casual; buscó un
autor único de todos ellos y eran diferentes, o ninguno;
persiguió una secuencia supuestamente razonada y no
existía. Al percatarse de que lo hallado fue por error, le
dice a Adso:

"Y después empezó una cadena de causas
concomitantes y causas contradictorias entre sí, que
procedieron por su cuenta, creando
relaciones que ya no
dependían de ningún
plan
."[8]

De modo que, según queda dicho, las relaciones entre
los signos son algo que no puede concretarse ni asirse, como "el
nombre de la rosa".

"¡Tenía razón Bacon cuando decía
que el primer deber de un sabio es el de estudiar las lenguas!"

Sin embargo, en la novela
está plasmado el deliberado tratamiento de asuntos
semióticos y lingüísticos. Otras apreciaciones
(véase la Bibliografía) consideran
intemporales esos juicios, pasando por alto la
temporización expresa de Eco, cuando remite con exactitud
su mención a las preocupaciones propias del ámbito
histórico en el que es experto.

Con toda intención, los argumentos expuestos en esos
ámbitos el autor los inscribe en la Alta Edad Media,
época en la que se desarrolla la historia.

Porque, del mismo modo que siglos antes de Ferdinand de
Saussure (1857-1913) pudo San
Agustín (354-430) enseñar que "los signos
articulados (palabras) no significan siempre lo mismo, porque
´
cada cosa puede significar otra o de modo contrario o
sólo diverso´",[9] Adso de Melk
alude, como pudo haberlo hecho cualquier interesado en las
lenguas en el medioevo, a la esencia de fenómenos
lingüísticos constantes, y, por supuesto, lo hace sin
utilizar los términos modernos de esa ciencia, y
mucho menos el conocimiento acumulado por la sociedad al
respecto para darle tal categoría. Adso observa, con
agudeza agustiniana suministrada por Eco:

"Tal es la magia de las lenguas humanas, que a menudo, en
virtud de un acuerdo entre los hombres, con sonidos iguales
significan cosas diferentes.
"[10]

En sus diversas observaciones sobre el lenguaje a lo largo de
la novela, Guillermo de Baskerville, hace inmersión en
fenómenos lingüísticos ulteriormente conocidos
como polisemia, homonimia, antonimia y otros. No puede el
personaje, por supuesto, nombrarlos como tales, pero está
haciendo referencia a sus connotaciones de sentido más
profundas.

Está presente el reconocimiento a la "capacidad
común a los seres humanos, de comunicación por
medio de un sistema de signos
(código)
llamado lengua
"[11], socialmente adquirida por
el hombre. En un
momento dado el fraile franciscano observa la relación
existente entre significado y significante en una palabra, y lo
hace de este modo:

"… el límite entre el veneno y la medicina es
bastante tenue, los griegos usaban la misma palabra
phármacon para referirse a las
dos.
"[12]

En otra ocasión, Guillermo dice un nombre propio en
inglés:
Newcastle, que era la lengua de su comunidad
idiomática original, pero sus interlocutores sólo
lo comprenden cuando lo traduce al latín:
Novocastro, lengua que era la de la comunidad de monjes
benedictinos y, en general, de los medios
religiosos católicos.[13]

La propia fabulación como perspectiva totalizadora
descansa en un supuesto manuscrito redactado en latín. A
partir de él habría diversas traducciones que
mediarían hasta el italiano utilizado por Eco para
escribir la obra. Finalmente, este lector se sirve de una
traducción-versión al español.
En fin, se trata de múltiples lenguas como base de la
comunicación de contenidos. Se comprende que, por
supuesto, compartimos un similar sistema de señales
(la palabra, el lenguaje) como instrumento de formación
del pensamiento y expresión de él con que la novela
está construida.

De todos modos, Eco sitúa varias claves o pistas a lo
largo de la novela que permiten advertir su empedernida
desconfianza en el sistema de signos con que se realiza la
comunicación humana, en particular el de los
lingüísticos. A lo ya dicho anteriormente, puede
añadirse que el autor explica en la introducción cómo pierde la
comunicación con la persona que se
llevó el libro
encontrado por él, y este hecho, a su vez, le impide la
posibilidad de probar su conocimiento real del documento en una
versión más cercana al original. Sólo le
queda la traducción al italiano hecha por él.

Por otra parte, Adso termina su historia sin conocer
qué quería realmente saber Guillermo, quien
también se siente desencantado de su ciencia, como se ha
visto. Eco no se atreve a pedirle el libro a la persona que se lo
ha llevado, y concluye que "el caso superaba cualquier
pesimismo justificado
"[14], por lo cual, a la
postre, está lleno de dudas. Los personajes, por su parte,
después de los sucesos del monasterio pierden,
también, comunicación entre sí y ambos, el
franciscano y el novicio, expresan sus propias dudas sobre lo que
pudieron o no haber conocido.

¿Qué otra cosa más pertinente que dudas
de que el lenguaje pueda comunicar el pensamiento, el
conocimiento?

"Existen signos que sólo parecen
tales…"

Al mismo tiempo, y sin
detrimento de lo dicho antes, Saussure y los lingüistas
contemporáneos nuestros parecen asomarse por detrás
de muchas páginas de El nombre… Eco
lo sabe. Así no podría argumentar inocencia ante un
tribunal lingüístico por hacer decir a su
héroe Guillermo de Baskerville:

"Existen signos que sólo parecen tales, pero que no
tienen sentido como blitiri o
bu-ba-baff
."[15]

El tribunal le diría que, efectivamente, el signo
lingüístico tiene una doble condición o
composición: significante y significado, de manera que no
basta la expresión fónica, sino que precisa el otro
lado, el sentido.

También es una prueba que el mismo personaje asume el
conocimiento del carácter convencional del signo, pues
-reflexiona- los hombres dan los nombres a su gusto, "a
través de una convención libre y
colectiva
"[16], lo cual confiesa el propio
Guillermo sin tratar de ocultar que Eco es quien le suministra
esa precisa adquisición moderna y consagrada por la ciencia del
lenguaje. En todo caso, Eco aprovecha lúdicamente las
interpenetraciones de saberes antiguos y modernos sobre el tema
para solidificar su tesis
semiológica.

En cuanto a lenguas, el caso de los procesos del
latín y de la lengua de los simples aparece analizado en
la obra. El primero es objeto de la observación de Eco, en la
introducción, de que Adso escribe en un latín del
siglo XII -precisamente la época en que fue escrito el
hexámetro citado al final de la obra: stat rosa
pristina…
-, lo cual es una observación
acerca de cómo se realiza el lenguaje en el contexto
preciso en que lo hace el grupo humano.
Dice Eco que Adso:

"piensa y escribe como un monje que ha permanecido
impermeable a la revolución
de la lengua vulgar.
"[17]

También se recuerdan las transformaciones de la lengua
de Roma en
Europa, y
cómo Virgilio de Toulouse escribió en un
latín "inventado por
él
"[18]

Adso, descubriendo las curiosidades de la lengua, penetra en
la etimología de diversas palabras de la lengua del pueblo
llano, a partir del latín, como agnus, ovis, canis,
vitulus
y otras[19]; en otros momentos se
trata de términos griegos. Significativamente, toda la
explicación del laberinto de la biblioteca es un
entrelazamiento de lenguas diversas; en ella los protagonistas
leen los "problemas abstrusos" de la lengua en que se
ocupaban los gramáticos antiguos, y se ofrecen otras
numerosas manifestaciones particulares de las lenguas
humanas.

En cuanto a la lengua vulgar, así contrastada por los
escribientes con el latín de los medios cultos,
recuérdese que Guillermo de Baskerville es inglés,
que "uso mi lengua incluso cuando estoy hablando en buen
latín
."[20] Ello permite suponer el
aporte de anglicismos y otras interferencias. Adso, por la
entonación -otro componente de la lengua en su empleo por los
grupos
humanos-, reconoce algo agradable en lo que le dice la muchacha
al conocerla, aunque, dice:

"La lengua vulgar que utilizó me era casi
desconocida, en todo caso era distinta de la que había
aprendido un poco en Pisa…
"[21]

En otro sitio, Guillermo se refiere sin nombrarlos a detalles
de la escritura
poética en la lengua popular y regional, el dialecto
florentino -lengua vulgar-, de Dante Alighieri (1265-1321), sobre
quien le dice a Adso:

"cuyo poema habrás oído
nombrar, si bien yo no lo he leído, porque no comprendo la
lengua vulgar en que está
escrito
"[22]

La lengua, en tanto sistema de signos creado por la sociedad,
es objeto de continuas reflexiones en la novela. Al menos en dos
ocasiones, el autor hace decir a Guillermo una frase de
aprobación para Bacon, refiriéndose, claro
está, a Roger, fraile franciscano inglés -al igual
que el héroe novelesco-, filósofo
escolástico y científico; no, por supuesto, a
Francis, compatriota del mismo apellido, filósofo y
estadista, del siglo XVI. En una de esas frases expresa:

"Bacon tenía razón cuando decía que la
c
onquista del saber pasa por el conocimiento de las
lenguas
."[23]

Un reconocimiento similar parece escrito como referencia y
puede hacerse extensivo a toda la novela como escritura, en
cuanto al carácter sistemático, semiótico,
comunicativo y social de la lengua, pues gracias a ésta se
construye todo el sentido de la narración y su mensaje
más trascendente como  un estudio.

Las reiteradas reflexiones al respecto -que sería
demasiado prolijo enumerar y exponer- llegan hasta referir las
consecuencias de incognoscibilidad que se producen cuando el
sistema de signos empleado por un hablante no responde al mismo
código que el de otro, particularidad que permite
reconocer, por caso, uno idiomas y otros. Cuando la muchacha que
Adso amó es condenada por el inquisidor Bernardo Gui a
morir quemada bajo la acusación de brujería, el
narrador, con una meditación de alcance intemporal, se
expresa así:

"Pero ni Bernardo ni los arqueros ni yo mismo
comprendíamos lo que decía en su lengua campesina.
Aunque hablase es como si fuese muda. Hay palabras que dan
poder y otras
que agravan aún más el desamparo, y de este
último tipo son las palabras vulgares de los simples, a
quienes el señor no ha concedido la gracia de poder
expresarse en la lengua universal del saber y del
poder.
"[24]

Adso expone aquí un prejuicio
social inveterado del poder hegemónico que pueden llegar a
adquirir algunas lenguas, en contraposición con la
posición de discriminación en que se encuentran otras,
manifiesto, en la época tratada y el contexto descrito,
con el caso del latín en relación con las restantes
lenguas de los pueblos bajo el poder católico,
confundiendo con pretensiones teológicos los resultados
histórico-sociales.

Un caso particular, pero expresivo del carácter
supraindividual de la lengua, se presenta con el personaje de
Salvatore, el monje que parecía un monstruo y que
"habla todas las lenguas y ninguna en
particular
"[25], quien emplea en su discurso
unidades de la lengua (sonidos, palabras, frases,
oraciones…) de diferente procedencia (latín,
provenzal, dialectos italianos…), aunque conservando
-según Adso- una estructura reconocible. La extravagante
lengua de Salvatore, según Adso la describe:

"No era latín, lengua que empleaban para comunicarse
los hombres cultos de la abadía, pero tampoco era la
lengua vulgar de aquellas tierras ni ninguna otra que
jamás escucharan mis oídos. (
…)
Salvatore hablaba todas las lenguas y ninguna. O sea que se
había inventado una lengua propia utilizando jirones de
aquellas con las que había estado en
contacto
(…) Y en cierta ocasión
pensé que la suya no era la lengua adámica que
había hablado la humanidad feliz, unida por una sola
lengua desde los orígenes del mundo hasta la torre de
Babel, ni tampoco la lengua babélica del primer
día, cuando acababa de producirse la confusión
primitiva. Por lo demás no puedo decir que el habla de
Salvatore fuese una lengua, porque toda lengua humana tiene
reglas y cada término significa ad placitum una
cosa, según una ley que no
varía, porque el hombre no puedo llamar al perro una vez
perro y otra gato, ni pronunciar sonidos a los que el acuerdo de
las gentes no haya atribuido un sentido definido, como
sucedería si alguien pronunciase la palabra
´blititi´. Sin embargo, mal que bien tanto yo como
los otros comprendíamos lo que Salvatore quería
decir. Signo de que no hablaba una lengua, sino toda, y ninguna
correctamente, escogiendo las palabras una veces aquí y
otras allá. Advertí también, después,
que podía nombrar una cosa a veces en latín y a
veces en provenzal, y comprendí que no inventaba sus
oraciones sino que utilizaba los disecta membra de otras
oraciones que algún día había
oído.
"[26]

La larga cita descriptiva me releva -como también
prefirió Eco en la narración, aprovechando la
paráfrasis de Adso interpretando a Salvatore- de ilustrar
el ejercicio de lengua concebido por el autor para su desusado
hablante. El caso, sin embargo, muestra uno de
los procedimientos
empleados en la moderna creación de las lenguas
artificiales (el esperanto, por
ejemplo), demostración del dominio que tiene
Eco del proceso de formación de esos sistemas de
signos.

"Las cosas divinas pueden nombrarse con nombres de cosas
terrenales."

Salvatore sirve precisamente también como ejemplo,
aunque caprichoso y estrafalario por voluntad de Eco, para
demostrar, por vía contraria, cómo se realiza
concretamente la lengua, en un momento y lugar determinados, por
uno de los miembros de la comunidad lingüística, es decir la
ejecución del habla.

En Salvatore, como acto individual observado y reflexionado
por el narrador, pueden reconocerse las combinaciones que utiliza
en tanto sujeto hablante para expresar su pensamiento personal, y los
mecanismos psicofísicos que permiten exteriorizar esas
combinaciones.[27] Ello obra así para cada
hablante independientemente. Vale considerar, a la vez, que Eco
plantea con Salvatore otro de sus juegos
probabilísticas, pues no es viable en la práctica
un hablante que no lo sea de una lengua común dominante y
distintiva, aunque su práctica de habla contenga
incorrecciones en sus reglas e interferencias de otras
lenguas.

El aspecto de realización individual de la lengua
está presente en diversos momentos directamente expuestos
por Eco, por medio de los personajes en el propio acto de la
expresión y a través de las interpolaciones del
narrador Adso.

Entre varios ejemplos de habla encuentra el lector las formas
sugeridas por Aristóteles, para provocar la risa con las
palabras, en la segunda parte, mencionada por los personajes, de
su Poética; las ironías,
exclamaciones y reticencias de Guillermo; los silogismos,
entimemas, metáforas… que comenta e ilustra el
fraile franciscano en sus conversaciones; las manifestaciones en
lengua vulgar que Adso había escuchado en las ciudades a
mercaderes, artesanos y otras personas del pueblo; los versos en
alemán que el novicio recita; el latín propio
escrito por antiguos autores que Guillermo celebra, y otros
numerosísimos casos.

No puede el lector dejar de particularizar en los enunciados
específicos en que se manifiesta el habla de Adso, en un
momento concreto: su
verbalización de sentimientos amorosos hacia una persona,
tomando prestadas más que parafraseando las unidades de
"Cantares" del Antiguo testamento.
Compárense con el texto
bíblico mencionado las expresiones siguientes del
narrador-personaje:

"Y me besó con besos de su boca y sus amores fueron
más deliciosos que el vino, y las delicias para el olfato
eran sus perfumes, y era hermoso su cuello entre las perlas y sus
mejillas entre los pendientes, qué hermosa eres, amada
mía, qué hermosa eres, tus ojos son palomas
(decía), muéstrame tu cara, deja que escuche tu
voz…
"[28]

Adso actúa aquí de cierto modo, en cuanto a la
realización de la lengua, como el extravagante Salvatore,
sólo que es él mismo quien asume una única
referencia para advertir cómo es realizada esta
operación de préstamo lingüístico. Su
habla pretende nombrar lo divino como es capaz de advertirlo e
identificarlo, y a la vez lo terrenal. Más adelante, Adso
lo explica aludiendo, una vez más al valor tan
apreciado por Eco de la palabra como signo-símbolo:

"mediante símbolos equívocos, puede decirse
que Dios es león o leopardo, que la muerte es
herida, el goce llama, la llama muerte, la
muerte abismo, el abismo perdición, la perdición
deliquio y el deliquio pasión
.[29]
     

Se trata de otro valor lingüístico que de nuevo
suministra Eco, y es el contexto. Cada una de esas palabras,
relacionadas por Adso como una explicación de ejemplos,
tienen significado de acuerdo con la convención que les
confieren los hablantes también en un lugar y momento
dados.

"Me siento libre de contar, por el mero placer de
fabular…"

Lo cual lleva al lector al placer de resumir y concluir que
la lectura de
El nombre…, de Umberto Eco, puede
realizarse, pues, como una excursión al paraje del
lenguaje, la lengua y el habla.

Los personajes, en sus características generales y en
sus expresiones, reflejan las preocupaciones del autor como
semiólogo, y aportan ricas reflexiones
lingüísticas.

Las leyes del
lenguaje aparecen continua y profusamente abordadas, en su
génesis y en su naturaleza, si
bien Eco deja entrever cierto escepticismo en cuanto al poder del
lenguaje para expresar, a la vez que formar, el pensamiento.

Dentro de esos límites
sí resulta ampliamente valorada en la obra esta
característica de los seres humanos que les permite
comunicarse por medio de un sistema de signos llamado lengua.

Hay momentos de verdadero virtuosismo lingüístico
en la presentación de la lengua y el habla, como es el
caso de la caracterización del personaje de Salvatore, y
en las aportaciones teóricas al respecto a través,
sobre todo, de las reflexiones asumidas por los personajes Adso
de Melk y Guillermo de Baskerville.

Por todo ello, El nombre de la rosa es, a la vez
que una apasionante novela, un monumental tratado sobre el
lenguaje, la lengua y el habla.

Guantánamo-Santiago de Cuba-Guantánamo, martes 26 de
octubre-jueves18 de noviembre de 1999-sábado 15 de agosto
de 2008.

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Varios: La narratología hoy. Editorial Arte y
Literatura, Ciudad de La Habana. 1989.

 

 

 

 

Autor:

Licenciado Víctor Hugo Purón Fonseca

Del autor:

Víctor Hugo Purón Fonseca (Cayo Mambí,
Holguín, Cuba, 27 de mayo de 1954). Vive en
Guantánamo, Cuba. Periodista. Licenciado en Periodismo,
Universidad de La
Habana, 1977. Trabaja en el
periódico Venceremos, de Guantánamo.

Cuba

* Trabajo de curso para la asignatura
Comunicación y sociedad, impartida por la
profesora Doctora en Ciencias
Pedagógicas Sonia Rodríguez Fernández,
como crédito de la Maestría en Ciencias
de la Comunicación Social, coordinada por el
Departamento de Comunicación Social de la Facultad de
Humanidades de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba,
noviembre de 1999. El autor hace constar su deuda y gratitud
personal por la decisiva y desinteresada colaboración en
las apreciaciones lingüísticas recibida de la
profesora Licenciada Mirna Caballero Rodríguez, del
Instituto Superior Pedagógico Fran País
García, de Santiago de Cuba.

[1] Umberto Eco: Postille a
Il nome della rosa. Apud: Mirna Caballero
Rodríguez et alter: "Apreciaciones
lingüísticas en El nombre de la rosa, de
Umberto Eco
".

[2] Ibíd. La traducción del
italiano es de Adia Gell Labañino. Apud: Mirna Caballero
Rodríguez et alter.

[3] Umberto Eco: El
nombre…,
página 9.

[4] Ídem. P. 730. La expresión
latina puede entenderse como: De la primitiva rosa
sólo nos queda el nombre, conservamos nombres
desnudos.

[5] Eco: "Postille…"

[6] Eco: El nombre…, p.
593.

[7] Eco: El nombre…, p.
593.

[8] Ídem. P. 717

[9] Apud: José Manuel Buxó: "El
análisis semiológico", en La
narratología hoy
, p. 14.

[10] Eco: El nombre…,
p.419.

[11] Curso de lingüística
general
, p. 11.

[12] Eco: El nombre…, p.
463. Apud: Mirna Caballero Rodríguez et alter.

[13] Ídem. P.87.

[14] Ídem. P.5

[15] Ídem. P. 151.

[16] Ídem. P. 514.

[17] Ídem. P. 7.

[18] Ídem. P. 452.

[19] Ídem. Pp. 410 y sgtes.

[20] Ídem. P. 87.

[21] Ídem. P. 355.

[22] Ídem. P. 296.

[23] Ídem. P.236.

[24] Ídem. P. 480.

[25] Ídem. P 65.

[26] Ídem. P. 65 y 66.

[27] Temas
lingüísticos
, p. 7.

[28] Eco: El nombre…, p.
355 y sgtes.

[29] Ídem. P. 361.

Partes: 1, 2
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