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Biografías de los miembros de la dinastía Borbón, la Casa reinante de España (página 3)



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Se casaron en Roma, el 14 de enero de 1935. En sus
capitulaciones matrimoniales tuvo, eso sí, la infanta que
renunciar, por ella y sus descendientes, a la sucesión
tradicional de la monarquía española, al contraer
un matrimonio considerado a la sazón morganático.
La fiesta resultó espléndida. Los reyes
Víctor Manuel III y Helena de Italia se prestaron gustosos
a ser ellos los anfitriones. Los uniformes y las condecoraciones
en los hombres, y los lujosos atavíos y las joyas en las
damas brillaban bajo la luz e las lámparas en un marco de
romántica belleza italiana, evocadora de unos tiempos
lejanos que tardarían mucho en volver.

Quince años más tarde, encontrándose en
Lisboa visitando a los condes de Barcelona, doña Beatriz
sintió una dolorosa nostalgia por su patria, tan cercana,
y escribió a Francisco Franco pidiéndole permiso
para viajar a Madrid. El Caudillo fue "magnánimo" y
"generoso" y la autorizó a regresar por unos días a
España. El día 25 de agosto de 1950 llegó a
Madrid en compañía de su hija Sandra, visitó
La Granja, y se alojó en el madrileño Hotel Ritz,
donde numerosos monárquicos, conocedores de la presencia
de la hija de Alfonso XIII, acudieron a saludarla. A uno de
ellos, embargado por la emoción, no se le ocurrió
otra cosa que gritar "¡Viva el Rey!". Fue un
gravísimo error, porque, informado inmediatamente el
dictador de lo acontecido, ordenó al ministro de la
Gobernación enviar un funcionario para expulsar de
España a la infanta. Cuando doña Beatriz
preguntó el motivo de por qué la echaban, el
siniestro personaje le respondió que por haber organizado
"un mitín político". Durante el viaje, donde
había nacido. Y antes de abandonar España,
expulsada por segunda vez, pidió permiso para detenerse en
San Sebastián, permiso que le fue denegado. Cuando
allí supieron la noticia, cerraron los comercios y cientos
de personas se acercaron hasta la frontera para saludarla.

La infanta Beatriz y el príncipe de Torlonia tuvieron
cuatro hijos: Sandra, Marco, Marino y Olimpia. Codicioso cazador
de trofeos heráldicos, el príncipe Torlonia
quedó estupefacto cuando supo que su primogénita,
de quien se murmuraba estaba enamorado el rey Balduino de
Bélgica, se fugó para casarse con don Clemente
Lecquio, hijo de un antiguo embajador de la Italia fascista en
Madrid. Pero Sandra, como su madre, se salió finalmente
con la suya, aunque Torlonia no valoraba a Lequio, tildado por
muchos de insípido "playboy", que había vivido
varios años en la República del Perú como
productor cinematográfico y se había casado en
primeras nupcias con una multimillonaria, María Ferrer, de
quien había tenido un hijo, Francesco, el actual conde
Lequio di Assaba (título que Clemente obtuvo de un monarca
en el exilio sólo en 1963 y que jamás ha tenido
existencia legal en Italia). María Ferrer falleció
de un violento accidente automovilístico, y su viudo,
simpático y animado, encandiló a Sandra, que le dio
otros dos hijos: Alessandro (bien conocido en España,
donde utiliza inadecuadamente el título de conde, que
corresponde a su hermano mayor) y Désirée, estos
dos últimos bisnietos, claro, de Alfonso XIII por
línea materna. El primer conde Lequio falleció al
caer por una ventana de su casa de Turín en 1971. Su
viuda, Sandra, que en su madurez sigue siendo una mujer muy
bella, conquistó el título de "Lady Europa", que le
daba derecho a 800.000 pesetas anuales, un frigorífico y
una batería de cocina.

Desde el fallecimiento de su marido, en 1986, la infanta
doña Beatriz llevó una vida totalmente discreta,
aunque, no era anormal verla pasear por los jardines de su
Palazzo di Torlonia, en el corazón de Roma. Una vez
restaurada la monarquía, las visitas de la infanta Beatriz
a España fueron frecuentes, especialmente invitada por su
cuñada, la condesa de Barcelona. La última visita
fue en el verano de 2001.

En el ocaso de su vida, la infanta declaraba: "Dios ha sido
muy bueno con nosotros, y hemos tenido una vida feliz. Rodeados
de personas queridas, haciendo familias unidas, conservando el
cariño de los padres, de los hermanos, de los sobrinos, de
los nietos… de los amigos. ¡Y ahora, disfrutando de los
nietos! ¿Tristezas? ¡La grande, la inolvidable,
dejar España! Lo demás es voluntad de Dios…". Una
voluntad de Dios que doña Beatriz acató siempre
desde el fondo de su profunda fe: "Tengo un infinito
agradecimiento a Dios, porque nunca me ha fallado, ¡y me ha
dado tanto! Tengo una fe muy grande, y la confianza, la
seguridad, de que siempre estamos en las manos de Dios…".

Aunque ya se encontraba impedida a causa de una grave
caída que exigió siete operaciones, quiso visitar
uno de los lugares de España donde había sido
más feliz: el palacio de la Magdalena de Santander, donde
la antigua familia real solía pasar sus veranos, en los
años "20. Fue la despedida del país en el que su
padre reinó con el nombre de Alfonso XIII y ella fue
infanta de España. La querida infanta le pedía a
Dios una muerte "fácil, rápida, sin molestar a
nadie…" Pero el Señor quiso probarla hasta el final de
sus días. Su dolorosa agonía se ha parecido
más a la de su padre, Alfonso XIII, que a la de su
queridísima hermana, doña Cristina. "Deseo ser
enterrada en Roma, en el Panteón de la familia Torlonia",
había dicho, "junto a mi esposo y a mi hijo Marino".
Siempre manifestó no sentir ninguna simpatía por el
Panteón Real, ya que lo consideraba excesivamente solemne
y frío.

Todos sus hijos, menos Marino, fallecido en 1998,
acompañaban a la infanta Beatriz en el momento de su
fallecimiento. La muerte sorprendió a la infanta en el
palacio de Torlonia de la Vía Boca di Leone, tan cerca de
la Plaza de España, el 22 de noviembre de 2002, el mismo
día del aniversario de reinado de su sobrino Juan Carlos.
Con la infanta Beatriz se extinguió la generación
de la Familia Real española más marcada por el
exilio. Todas las generaciones de la Casa de Borbón, desde
Felipe V, fueron o vinieron en algún momento (los
más afortunados por ocupar otros tronos) pero la
generación de doña Beatriz fue la única que
tuvo exilio sin reinar.

Doña María del Pilar de
Borbón y Borbón, Infanta de España y Duquesa
de Badajoz

Además del rey Juan Carlos, los condes de
Barcelona tuvieron otros tres hijos: Pilar, Margarita y Alfonso.
La mayor, nacida en Cannes (Francia) el 30 de julio de 1936, se
dice que es la más parecida física y
temperamentalmente a su padre, don Juan. Desgraciadamente, las
vidas sencillas, modestas, decentes, pocas veces son noticia. Por
ello, durante muchos años, ni la infanta Pilar ni su
hermana Margarita interesaron a la prensa.

"Soberbia y llana al mismo tiempo", escribió Juan
Balansó; "muy pagada de su rango y amiga del aura
callejera", dicen que se parece mucho a su tía bisabuela,
la infanta Isabel "La Chata", y que no duda en hacer las compras
ella misma, caminando sola por las calles de Madrid o colocarse
un delantal y servir en el "rastrillo", una especie de feria
benéfica en la que colabora con tenacidad y amor desde
hace años. Como era la mayor, Pilar cuidaba de sus
hermanos más pequeños. Sobre todo, de Alfonsito y
de Margarita, que nació ciega. Siguiendo el ejemplo de sus
antecesoras, la infanta no estudió ninguna carrera, pero
fue enfermera por vocación en un hospital de Lisboa, donde
entregó lo mejor de sí misma. "Admirábamos a
nuestra infanta", confesó el historiador en nombre de los
españoles, pero hizo notar la falta de suntuosidad de la
apagada doña Pilar, a quien no le preocupaba demasiado su
apariencia: "nos hubiera gustado un poco más arreglada".
Ella misma ha confesado: "Mi padre se desesperaba conmigo. Me
repetía que no se puede ir por el mundo con la «cara
lavada». Una vez, cuando tenía 18 ó 19
años, me obligó a comprar una barra de
carmín y me pintó él mismo".

Aunque a Pilar tampoco le preocupaba el tema
sentimental, cuando tuvo la edad suficiente, su abuela paterna la
reina Victoria Eugenia, que era muy casamentera, intentó
buscarle novio, y puso los ojos en el joven y entristecido rey
Balduino de Bélgica. Aunque don Juan le reconoció a
don Pedro Sáinz Rodríguez que este noviazgo "fue
una de las cosas que yo barajé también, pero se
opuso la tonta esa de Rethy". [Se refería a la princesa
Lilian de Rethy, madrastra de Balduino]. Parece que la
oposición venía porque a la segunda mujer de
Leopoldo le fastidiaba que llegara a ser reina de Bélgica
una persona de familia real. Posiblemente, ella tampoco olvidaba
que ya quisieron casar a su marido con otra infanta, María
Cristina, tía de Pilar. De todas formas, la infanta
acompañó a su padre a Bruselas, con motivo de la
Exposición Universal de 1958. El rey Balduino
quería llevar a Pilar a todos sitios, pero a ella no le
gustaba. Aunque, según don Juan, "hubiese estado dispuesta
al sacrificio como están todas las infantas bien
educadas". Otra versión cuenta que, antes del viaje a
Bélgica, la reina Victoria Eugenia le aconsejó a su
nieta llevar como dama de compañía a la "menos
llamativa" de las aristócratas españolas. Y Pilar
llevó a Fabiola de Mora y Aragón, de quien el rey
Balduino se enamoró perdidamente.

Habrían de pasar nueve años hasta que la
infanta encontrara al hombre de quien se enamoraría, don
Luis Gómez Acebo, un abogado madrileño, hijo del
banquero Marqués de Deleitosa, presidente de Banesto, y
secretario general de la compañía de cementos
Asland. La ceremonia se celebró el 5 de mayo de 1967, en
el templo de Los Jerónimos, de Lisboa, pero, como el
matrimonio no se ajustaba a las normas dinásticas
establecidas por Carlos III en la Pragmática
Sanción, doña Pilar perdió sus derechos de
sucesión a la corona española, aunque no así
su título de Infanta ni su tratamiento de alteza real.
Días antes de la ceremonia, el conde de Barcelona le dio a
su hija mayor un título vitalicio, el de Duquesa de
Badajoz, que sólo utilizará hasta su muerte y luego
volverá a la Corona. Para su plebeyo yerno, don Juan
revivió el título, este sí hereditario, de
Vizconde de La Torre, que actualmente, desde la muerte de don
Luis en 1991, ostenta su hijo mayor, Juan.

La gran ceremonia de bodas de doña Pilar con Luis
Gómez Acebo fue el pretexto para la mayor
demostración monárquica española en el
exilio que se recordaba desde que el rey Alfonso XIII se viera
obligado a abandonar España, allá por 1931.
Más de 5.000 españoles abarrotaban desde la
mañana de aquel día de mayo no sólo el
templo lisboeta de Los Jerónimos, sino también la
gran explanada que se extiende hasta el monumento a Enrique el
Navegante. Invitados oficiales, hubo quinientos veinte, entre
ellos, la reina Victoria Eugenia, la reina Juana de Bulgaria, el
rey Humberto II de Italia, los príncipes Rainiero III y
Grace de Mónaco, los duques de Braganza y los condes de
París. La novia lució un traje diseñado por
la modista madrileña Isaura, en organza natural francesa,
bordado en abalorios y cristal de línea princesa, con cola
de cuatro metros. La diadema de la que pendía un sencillo
velo de tul francés era la que la condesa de Barcelona
había portado en su boda, treinta y dos años
antes.

Antes de abandonar Villa Giralda para dirigirse a
Lisboa, la infanta Pilar pasó a un salón de la casa
donde le aguardaba su padre y padrino, el conde de Barcelona que,
siguiendo una tradición de la familia real
española, impartió la bendición a su hija,
que la recibió de rodillas. El cortejo, sin escolta, se
dirigió a Lisboa. De forma inadvertida, la novia, la
familia real y los invitados reales aguardaron en el claustro la
formación del cortejo. La música elegida por los
novios fue el Preludio Coral de Bach, entonado por 175 voces del
colegio salesiano de Madrid. El padre Sebastián
Bandiarán, capellán de la familia real
española, ofició la ceremonia. La cena de bodas
tendría lugar en el hotel Estoril Sol, y la acostumbrada
luna de miel tuvo como escenario Londres, Nassau y Nueva
York.

Autor:Darío
Silva-D"Andrea

Septiembre 2008

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