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Parte I: Escritor por Mandato Divino



Partes: 1, 2

    1. ¿Fantasía o
      realidad?
    2. Mensaje
      a través de un ángel
    3. Mis
      reacciones
    4. Mi
      preocupación literaria
    5. Mis
      incertidumbres
    6. Desaparición de
      la médium
    7. Días
      después
    8. Mis
      reflexiones sobre el mensaje
    9. Homenaje
      a mi amiga Aurora
    10. Todos
      somos ángeles
    11. ¿Cuántos
      buenos ángeles se necesitan?
    12. Nota

    Dios siempre cumple

    (Tema relacionado con "Parte 2 Nuevo
    Apocalipsis-Profecías del 9-11")

    Sección
    1.01  
    ¿Fantasía o
    realidad?

    ¿Fantasía o realidad? El tiempo lo
    dirá. En algún momento pensé pedir ayuda
    profesional para escribir mi historia real;
    inmediatamente surgió la pregunta: ¿dejaría
    de ser mi historia? Tal vez sí, tal vez no; pero lo cierto
    es que mi historia no es de esas de las que se inventan en el
    papel.

    Con tan grande incertidumbre intenté escribir esta
    historia más de una vez.

    Mi primer intento lo realicé el 22 de agosto del 2001
    que comencé titulando: Aunque Usted No Lo Crea,
    hasta la frase: «he aquí mi historia, al principio
    le parecerá increíble tal como me sucedió a
    mí:»   

    Aunque Usted no lo crea:

    Para mí también fue muy difícil creer lo
    que me estaba sucediendo. Aún no me atrevo a
    contárselo personalmente a mis parientes y amigos.
    Prefiero que la lean, para que los más burlones y
    escépticos me atribuyan una imaginación prodigiosa.
    La historia la encontrará coherente y creíble,
    porque la contaré de la misma manera como se fue haciendo
    creíble para mí.

    Muchos me creerán y otros no. Ambas caras quiero ver:
    la crédula y la incrédula. Esta historia
    debí haberla escrito desde cuando comencé a
    escribir mi obra pacifista, pero no lo hice así, porque
    ignoraba el curso de los acontecimientos futuros.

    Nunca imaginé escribir un libro y mucho
    menos que lo haría de un momento para otro después
    de haber cumplido los cuarenta años. La mayoría de
    los escritores profesionales se han iniciado desde temprana edad.
    Es lo más frecuente. No es mi caso, porque no soy escritor
    de profesión.

    Durante mis estudios universitarios (11 años), en
    muchas ocasiones, supliqué a los profesores que me
    permitieran presentar los exámenes de manera verbal porque
    tenía serias dificultades para escribir; y aún las
    tengo. Estudié un poco más que los demás,
    porque en los exámenes orales, preferidos por mí,
    no es posible copiarse del compañero. Cuando iba para la
    universidad, lo
    primero que echaba al bolsillo era una grabadora, precisamente,
    de bolsillo. Aún conservo dos cuadernos de los muchos que
    utilicé para transcribir, con pelos y señales, lo grabado secretamente durante
    las clases universitarias. Soy muy lento al escribir a mano o a
    máquina. La velocidad de
    mi mente contrasta con la lentitud de mis manos. Que un libro
    fuese escrito por mí es algo así como pedirle a un
    tartamudo que sea locutor. Y más difícil
    después de los cuarenta; demasiado viejo para empezar a
    escribir, me he dicho.

    Por lo tanto, escribo motivado por sucesos de un futuro
    incierto; pero siempre escuchando una voz interior, que sin
    emitir sonido, me ha
    venido incitando a escribir. Cumplo con un mandato que, al
    principio, no lo comprendí y hasta me burlé. No
    escribo por profesión sino por misión.
    Muy pronto lo entenderá.

    ¿Por qué tengo que contar la historia que me
    indujo a escribir? Me he preguntado y la respuesta es: porque fue
    algo que sucedió. Dar el testimonio es justo porque se
    ajusta a la verdad. Y porque no quiero quedarme con algo que no
    me pertenece; la historia de mi obra literaria le pertenece a
    usted amigo lector.

    ¡Siempre queremos hechos y más hechos para creer!
    Ver y tocar para creer, es lo que decimos a coro con Santo
    Tomás. Voy a dar pruebas de que
    digo la verdad. Pero aseguro que aquel que no quiere creer, no
    cree, aunque tenga esas pruebas en las manos. Aún
    así, las aporto.

    Lo que voy a contar, nada tiene que ver con alucinaciones;
    pues nunca las he tenido. Soy tan práctico como muchos.
    Creo que los muertos sólo aparecen en el subconsciente de
    los dolientes. Tengo mis pies bien puestos sobre la tierra. Mi
    único vicio, por el grado de frecuencia con que lo hago,
    aunque en realidad no es un vicio: es beber a cada momento
    agua pura;
    esto lo advierto para que no piense que me la fumé verde,
    por lo insólito de la historia. No creo en los
    debilitantes ayunos ni en la abstinencia sexual como forma de
    elevación intelectual; pues, más bien creo que lo
    único que elevan es la desnutrición y debilidad cerebral y
    disminuyen la potencia sexual;
    por lo tanto me alimento bien, todos los productos sin
    valor
    alimenticio son excluidos de mi dieta; duermo bien después
    de una satisfactoria vida laboral. Soy
    amante de la filosofía y de las investigaciones
    científicas; soy devoto creyente de Dios Padre Espiritual,
    pero no pertenezco a alguna religión en
    particular, por lo tanto no cumplo con la ortodoxia religiosa
    tradicional de ir regularmente a cultos o a misas. Siento un
    profundo respeto por todas
    las religiones del
    mundo: católicos, testigos de Jehová, mormones,
    protestantes, islamistas, budistas, taoístas,
    judaístas, bajaístas, jainistas, hinduistas,
    sintoístas, zoroastristas, etc.; son considerados mis
    hermanos; pues creo que todos somos hijos del mismo Padre
    Espiritual. Estoy lejos de ser un místico, de esos que
    permanecen en actitud de
    contemplación y meditación por horas y horas.
    Aprendo de ellos y los admiro, pero no los imito. Tampoco
    pertenezco a la secta de los incrédulos rebeldes. A
    grandes rasgos estas son algunas características de mi
    personalidad.

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