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La muerte. Trabajo práctico de Antropología Filosófica (página 2)



Partes: 1, 2

Desde un punto de vista antropológico, sin embargo, no
existe todavía resurrección de un "cuerpo", sino de
un "durmiente", es decir, de la totalidad humana. La
nefesh permite continuar la identidad personal mientras
que el ruah infunde la nueva vida.

Josefo (historiador judío nacido el año 37 d.C.,
en Jerusalén; murió hacia el 101) llegará a
decir, que "las almas puras subsisten después de la muerte
y alcanzan un lugar altísimo en el cielo".

· Antigüedad:

Platón:

Platón afirmó que la filosofía es una
meditación de la muerte. De acuerdo a la teoría de
las ideas, nuestra realidad se divide en dos grandes polos. Uno
el ideal, eterno e inmutable y sobre todo el único real,
mientras que por el otro lado tenemos el mundo sensible,
múltiple, imperfecto, sometido a la corrupción y
por sobre todo una mera imitación de aquel mundo perfecto.
Tal mundo sensible no nos permite acceder a lo verdadero, puesto
que no es más que una simple imitación, y por ello
lo debemos negar constantemente.

Concordando con su propia teoría, Platón escinde
al hombre en dos elementos distintos: alma y cuerpo. La primera
se caracteriza por ser racional e inmortal, mientras que el
cuerpo es sensible, mortal e imperfecto. Ambos han sido unidos
accidentalmente, de tal forma que el cuerpo se ha convertido en
una especie de cárcel para el alma, ya que le impide
acceder a las ideas siempre verdaderas. De tal forma la actividad
central del hombre ha de permitir la liberación del
cuerpo, para poder acceder total y completamente al mundo de las
ideas. En tal sentido la filosofía debe entenderse como
una preparación constante para aceptar la muerte.

Una muerte que se entiende como paso a un estilo de vida
mejor. En efecto, Platón, aceptando ciertas creencias
órficas y pitagóricas, asume la teoría de la
trasmigración de las almas. De acuerdo a esto, los hombres
deben llevar una vida orientada hacia el bien supremo, haciendo
caso omiso de los placeres o sensaciones corporales, para no
confundir su verdadero destino y acceder al mundo ideal del cual
provienen. El alma, a través de diversas vidas, irá
logrando separarse cada vez más de sus deseos corporales,
preparándose para la separación definitiva y
posterior vida en el mundo ideal.

La forma de acceder a esta perfección continua
sólo se consigue si el hombre es capaz de acceder
virtuosamente a la idea de bien. Para ello debe atender al orden
interno suyo, descubriendo (en realidad, recordando) en sí
mismo lo más divino que existe: su propia alma.

Antropología Órfica:

También afirmaron la inmortalidad del alma, pero para
ellos el alma era un demonio y el cuerpo su cárcel; el
demonio solo a costa de los sufrimientos que ofrecía la
vida podría volver  tras muchas reencarnaciones a ser
bueno y recuperar el cielo eterno;  esta teoría los
indujo a su gran odio al cuerpo.

Epicuro:

Según este filósofo el alma se compone de
átomos muy sutiles, redondos, lisos, extendidos por todo
el cuerpo. Por una parte el alma es principio de movimiento y de
reposo para el cuerpo, por otra parte principio de nuestras
diferentes actividades intencionales: la percepción, el
"pensamiento" (entendido como la imaginación creadora) la
opinión, y los sentimientos.

En la muerte, los átomos del alma se separan de los
átomos del cuerpo, lo cual entraña el final de la
vida consciente. Este fenómeno totalmente normal y natural
no es doloroso y no  justifica ningún temor. La lucha
contra la angustia delante de la muerte es el segundo tema
principal de la predicación epicúrea que repite sin
cesar: "mientras vivimos, la muerte no está, y cuando
está nosotros ya no estamos más", o más
brevemente: "la muerte no nos concierne".

·  Medioevo

Tomás de Aquino:

Tomás de Aquino, recogiendo la visión
aristotélica, insiste  en el hecho de que hay en el
hombre una doble unidad de cuerpo y alma: unidad de naturaleza y
unidad de ser. Unidad de naturaleza en cuanto que el hombre
actúa como una sola naturaleza humana; unidad de ser en
cuanto que cada hombre es solamente un ser singular. Por tanto,
el cuerpo y el alma espiritual no existen como dos seres, ni el
hombre puede concebirse como la unión de dos seres que
existen en un primer instante por cuenta propia. Santo
Tomas  insiste en el hecho de que no hay un alma vegetativa
y sensitiva distinta del alma espiritual.

El alma espiritual, al tener una perfección superior,
puede desarrollar todas las funciones del alma sensitiva y de la
vegetativa. Hay por tanto en el hombre una sola alma, una forma
substancial, directamente responsable de todas la perfecciones
que se  manifiestan en el hombre, desde la parte vegetativa
hasta la contemplación más elevada, y desde los
deseos  elementales de comer y de beber hasta el amor
más sublime.

Probada ya la resurrección de los cuerpos por la
revelación, podemos dar una razón evidente. Como se
probó en el libro II de Contra Gentiles (cfr.
capítulos 55, 68; 70-71) las almas humanas son inmortales
y permanecen después de la muerte de los cuerpos,
desligadas de ellos. Tal como se dijo en el mismo libro (Cap. 56,
en el que se refiere a la unión del alma y del cuerpo como
forma y materia) el alma se une naturalmente al cuerpo, porque es
esencialmente su forma, de ahí que el estar sin el cuerpo
es contra la naturaleza del alma. Esta situación contra
naturam
no puede ser perpetua, de ahí que el alma no
estará separada del cuerpo perpetuamente. Como el alma
permanece para siempre, es preciso que de nuevo se una al cuerpo,
esto es, que resucite. Es en razón de la inmortalidad del
alma que se ve necesaria la futura resurrección de los
cuerpos.

Lo que aquí se está dando es una razón
que la hace, desde el punto de vista racional, muy conveniente,
pero el acto mismo de la resurrección no es un acto
natural, en sentido estricto, en cuanto que requiere la
acción todopoderosa de Dios, porque el cuerpo, de suyo,
por su propia naturaleza, no resucitaría. Es Dios quien,
en vista de la perfección del alma, hace resurgir la vida
en el cuerpo, es por su poder que esto sucederá al fin de
los tiempos, conviene reparar en la idea que señala en el
capítulo 81 de CG IV, de que la muerte es algo
accidental que acaece al hombre como castigo por el pecado. El
detenernos en esta idea nos puede ayudar a entender mejor el
porqué de la resurrección del cuerpo, como
también el que ésta ocurra por la acción de
Cristo y no de un modo natural.

Se demostró (Cáp. 92 del Compendio) que
el alma racional excede a las posibilidades de toda la materia
corporal, como lo prueba su operación intelectual que
ejerce sin el auxilio del cuerpo. Para que una materia corporal
le haya podido ser convenientemente adaptada ha sido necesario
añadir al cuerpo cierta disposición por cuyo
medio esta materia conviniera a la forma. Esta
disposición, superior a la naturaleza corporal, le fue
concedida solo por Dios al cuerpo humano, para que se conservara
incorruptible y para que pudiera convenir así a la
perpetuidad del alma, y permaneció en el cuerpo humano
durante el tiempo en que el alma del hombre permaneció
unida a Dios.

Al separarse el hombre de Dios por el pecado, convino que el
cuerpo del hombre perdiese también aquella
disposición sobrenatural por medio de la cual estaba
sujeto inmutablemente al alma y, así, el hombre
incurrió en la necesidad de morir. Vistas las cosas desde
esta perspectiva, el cuerpo tenía, en razón del
alma para la cual existe, una disposición, infundida
sobrenaturalmente por Dios, a la inmortalidad. En SCG IV,
81, dice Aquino que la incorruptibilidad del cuerpo no era
natural respecto al principio activo, aunque lo era en cierto
modo respecto al fin; es decir, el cuerpo de suyo no es
incorruptible, pero Dios lo hizo incorruptible con objeto de
proporcionar la materia a su forma natural (el alma) que es el
fin del cuerpo. De acuerdo con esto, la separación del
cuerpo del alma es un hecho accidental y contra naturaleza,
porque es natural que el alma esté unida al cuerpo y es,
en cierto modo, natural que el cuerpo fuese dotado de
incorruptibilidad, por las razones que se expusieron.

·  Contemporáneo

Heidegger

El hombre es un decir inconcluso, un proyecto incompleto que
debe asumir la muerte como fin radical. Estamos arrojados a un
mundo que es nuestro espacio y posibilidad de realización
y, por lo tanto, puede ser considerado un utensilio, un
instrumento que utilizamos para realizarnos. En la medida en que
nos servimos del mundo y lo instrumentalizamos para nuestras
acciones y proyectos, creamos una relación con él
que varía dependiendo no sólo de los condicionantes
históricos y temporales, sino con cada individuo. El
hombre crea mundo, hace mundo, dependiendo del uso y de los fines
que lleve a cabo.

Heidegger advierte de los peligros de la técnica cuando
ésta menoscaba nuestra relación originaria con el
ser y nos hunde en la facticidad de los entes,
instrumentalizándonos a nosotros mismos y
dejándonos atrapar por los propios objetos que hemos
creado. Nuestra existencia es preocupación surgida de la
angustia de vernos proyectados en un mundo en el que tenemos que
ser a nuestro pesar. Provenimos de una nada y nos realizamos como
un proyecto encaminado hacia la muerte, por eso, la angustia es
constitutiva del Dasein, porque es la condición de un ser
caído y solitario que no puede contar con Dios ni remedio
alguno a su condición. Debemos hacernos responsables de
nuestra propia vida, asumir nuestra propia muerte sin dejarnos
fagocitar en nuestra relación con los objetos y sus
funciones. La vida inauténtica nace del ocultamiento de lo
terrible de nuestra condición. La autenticidad consiste,
según Heidegger, en reconocer que somos un ser para la
muerte, única vía de acceso a la libertad.

Ricardo Yepes Stork

El hombre, se podría decir, es el único animal
que sabe que va a morir. Pero eso no es un hecho indiferente, un
mero dato. Morir en cambio es una seguridad que en general se
rechaza incluso cuando aparece como algo ficticio y no es
extraño que la muerte  (de un familiar, de un amigo,
de un extraño) nos tome siempre por sorpresa. Es un dato
porque sabemos que siempre ocurrirá. Pero a menudo
también parece algo incomprensible y trata de olvidarse.
Sabemos que todo hombre ha de morir. En cambio lo que no podemos
entender es que precisamente nosotros muramos.

La muerte

Nos desagrada la idea de que las personas dejen de existir,
pero comprobamos a diario que esto ocurre y que un día nos
tocará a nosotros. Así muestra la muerte su rostro
paradójico: es algo natural y lógico, y a  la
vez horroroso; algo al mismo tiempo inevitable: "la muerte
es de algún modo algo natural, pero también de
algún modo algo innatural".

El desagrado del hombre ante la muerte forma una unidad
indisoluble con el rechazo al dolor y al sufrimiento. Esto es
así porque todo ellos son males, es decir,
privaciones de lo que nos es debido. La muerte es el mayor
de todos los males, pues "para los vivientes vivir es ser"
 y morir es dejar de ser.

La muerte pequeña

"El ocultamiento sistemático de la muerte operado en
nuestra sociedad presenta dos características: la
privación de morir y la reducción de la conducta de
duelo. Ya no se muere públicamente, sino aislado y
narcotizado en un hospital. Hoy no solo se oculta
sistemáticamente su estado al moribundo, sino que la
mayoría de la gente desea para sí una muerte
rápida y sin dolor, un morirse sin enterarse". Como si
morir fuera algo obsceno.

En la sociedad en la que vivimos la muerte esta
técnica y empresarialmente organizada
la medicina
querrá decir por que ha muerto la victima o el
paciente, pero ni ella ni la sociedad se preocupara de
cómo  lo ha hecho, en las ocasiones en la que
la visita de la muerte es algo esperado, se procura arrebatar al
enfermo su propia muerte con la benévola intención
de que "no sufra". Para ello se le narcotiza y se le mantiene en
la ignorancia acerca de su propia situación: es la muerte
estúpida en la cual uno muere sin darse cuenta, sin asumir
libre y responsablemente lo que le está realmente
sucediendo.

Este modo de morir es lo que R. M. Rilke llamó la
muerte pequeña
: un suceso irrelevante en el conjunto
de la sociedad y del universo: la muerte se trivializa, pasa a
ser una "defunción" por la que el enfermo causa "baja" o
la víctima "ingresó ya cadáver". El morir ya
no es algo que me ocurra a mí y que yo asumo, sino que es
un producto más de consumo, otra forma de vivir  de
un modo abstracto, generalizado.

La muerte pequeña trivializa al hombre y le niega un
destino
, porque ignora su dignidad y su personalidad
irrepetible. Es evidente que este modo de morir es muy poco
humano: es una simple desaparición,
extinguirse.

La muerte grande
        

Frente a la muerte estúpida hay que decir que "la
conciencia de la propia muerte convierte la propia vida en un
drama real y no fingido". Para una persona capaz de asumir el
carácter dramático de la existencia, la muerte
tiñe la vida con la luz melancólica del ocaso
porque pone de relieve su carácter efímero.

La experiencia subjetiva de la muerte se experimenta
como término y final de la propia vida en ella tensada y
recapitulada. Una vida lograda produce, en el momento de morir,
el sentimiento de que se ha cumplido con el propio destino; uno
puede entonces morir en paz.

El trance supremo de la muerte exige una preparación:
es una situación única, porque se hace balance de
lo vivido y nos sitúa en el umbral del más
allá. Por eso, la muerte es la suprema seriedad
ineludible, y la actitud de la persona en ella es de una
elevación que no se da en ningún otro momento
anterior. Morirse es algo muy serio; hay que aprender a morir,
asumir el trance y poseerlo: esto es algo que hoy no se
enseña. Para empezar a aprenderlo, es necesario aprender
bien en qué consiste morir.

¿Qué es morir?

           
"La interpretación de la muerte es algo que depende de la
concepción que se tenga sobre el hombre y sobre su
existencia corporal." Primero conviene evitar el error dualista,
tan frecuente a lo largo de la historia, según el cual la
muerte del hombre es simplemente la muerte del cuerpo y la
liberación del alma. Según esta concepción
el hombre no muere.

Por eso contradice la profundidad de nuestras experiencias:
necesitamos del cuerpo para disfrutar, y vivir es algo
maravilloso. Un planteamiento no dualista es afirmar que "en la
muerte no muere ni el cuerpo del hombre ni su alma, sino el
hombre en sí mismo", es decir, la persona. La
muerte "no es otra cosa que la separación del alma y del
cuerpo", la separación del organismo de su principio
vital. Quien muere es el hombre entero, no su cuerpo.

La muerte es la "pérdida" del alma por parte del
cuerpo, o lo que es lo mismo, morir es perder la vida. La muerte
ha de ser considerada decididamente, en cuanto que es la
separación violenta de dos cosas que por naturaleza
habían de estar juntas (el organismo y su principio vital
e intelectual). Por lo tanto, el hombre muere porque su alma y su
cuerpo se pueden separar, lo cual quiere decir que no
están suficientemente unidos. Es precisa alguna
debilitación de la unión del alma al cuerpo para
que pueda acontecer la muerte, pues en otro caso, siendo el alma
inmortal, el tránsito sería eterno".

La pretensión de la inmortalidad

           
El hombre sabe que en un "mundo perfecto" no le
tendría que corresponder morir. En la tradición
bíblica se dice que la muerte se introduce en el mundo por
el pecado, es decir, por culpa del hombre, no por mano de Dios.
Por eso nos  parece un desorden. El hombre tiene una
pretensión de inmortalidad, porque es capaz de amar y
querer siempre seguir amando: "podemos amar porque somos
inmortales, pero sabemos que somos inmortales porque
podemos  amar".  Todavía más, somos
capaces de arriesgarnos a perder la vida, y perderla de hecho,
por defender aquello que amamos.   Lo amado puede ser
más valioso aun que la propia vida, y puede incluso darnos
fuerza para despreciar el mayor de los males: la muerte.

La pretensión de la inmortalidad aparece también
con nitidez en  una justificación última de la
felicidad: "nos encontramos en una situación sumamente
extraña: la felicidad es necesaria, pero si tiene que
terminar con la muerte, es un engaño, es ilusoria, la
felicidad  tendría un elemento intrínseco de
falsedad".  La felicidad tiene que ser una actividad
perfecta, sin miedo a perderla, o no existe en modo alguno.

El hombre "aspira a seguir viviendo indefinidamente, a no
morir nunca, a eludir no esta muerte que amenaza, sino toda
muerte". Hay en él algo inmortal, sin embargo, el mismo es
mortal, puesto que, como hemos visto, quien muere es el hombre, y
no simplemente su cuerpo. En el hombre hay un núcleo
espiritual que no es destruido por la muerte, sino que pervive
más allá de ella. Se trata de la inteligencia y las
potencias espirituales, que son indestructibles por ser
inmateriales. LA capacidad humana de superar el tiempo indica que
hay en el hombre algo que está más allá de
éste. Las notas que definen a la persona indican que el
núcleo de ella tiene carácter espiritual, es decir,
inmaterial.

Pues bien, sólo es mortal aquello que tiene
cuerpo
. El hombre es mortal. Sin embargo, el alma humana, que
no es el cuerpo, sino  el principio vital de éste,
no,  pues tiene un núcleo inmaterial. Luego hay que
concluir qué éste permanece después de la
muerte en una existencia separada del cuerpo. "Todos los autores
consideran que la práctica de rituales (enterramientos)
implican una creencia en alguna inmortalidad de cierto
tipo.  Creencia es tan antigua como la conciencia de la
muerte, se piensa en el momento mismo en que el ser humano
descubre que es mortal, se piensa a sí mismo como
inmortal, de manera que el primer conocimiento de la muerte
supone ya la negación de que en ella parezca el hombre
absolutamente"; esto es una demostración empírica
de la pretensión de inmortalidad. La muerte siempre ha
significado para la humanidad un marcharse de este mundo y
habitar en "otro", el mundo de los espíritus; es
precisamente lo que la religión ilumina. Donde el
conocimiento racional no puede llegar por sí mismo, la
creencia proporciona una certeza tranquilizadora y al mismo
tiempo inquietante.

Más allá de la muerte

"La muerte es un mal, y por eso desagrada", hay dos ideas que
giran en torno a esta idea.

  1. Si el espíritu humano es incorruptible e inmortal,
    la muerte es para él necesariamente traumática,
    "algo que no es posible que se haya pensado y planeado para ese
    final".
  2. Si la persona muere, pero  algo – su alma - 
    sobrevive,  esa supervivencia es de algún modo
    incompleta  e imperfecta, en cuanto no está en ella
    el hombre entero, sino  solo su espíritu.
  1. Respecto de lo primero, hay que decir que no parece natural
    que el hombre muera, puesto que en él hay algo que no
    puede morir: la muerte acaba con la persona, pero no con el
    espíritu. Parece plausible pensar que, si la muerte no
    es natural, sea un mal provocado por el hombre mismo, un
    castigo por la falta cometida en el origen; así lo
    piensa la tradición bíblica. También se
    encuentra en otras culturas como en la griega, los hombres
    parecen tener conciencia de que la muerte es algo que no
    debería ser así
    , que no pertenece a nuestra
    naturaleza: algo se ha tenido que romper en un
    equilibrio originario para que tengamos que pasar por ese
    trauma.

El cristianismo proporciona precisamente esta
explicación, según la cual la muerte no es un mal
absoluto, como quieren los nihilistas, sino relativo. Contemplada
así, la muerte deja de ser una aniquilación del que
muere y pasa a tener el carácter medicinal propio de las
penas, con lo cual  de algún modo se suaviza y deja
espacio a esa esperanza de inmortalidad.

  1. la segunda cuestión saca a relucir la doctrina de la
    reencarnación según la cual las almas de los
    muertos se reencarnan en otros cuerpos tras la muerte. "El alma
    se une naturalmente al cuerpo, por que es esencialmente su
    forma. Por lo tanto estar sin el cuerpo es contra la naturaleza
    del alma y nada contra la naturaleza puede ser perpetuo. La
    inmortalidad, pues, de las almas exige, al parecer, la futura
    resurrección de los cuerpos".

Bibliografía

ü      
http://168.96.200.17/ar/libros/dussel/filosofia/cap6.pdf

ü      
http://www.ricardodiaz.org/archives/2006/04/platon_3.html

ü      
http://www.scielo.cl/scielo.php

ü       Fundamentos de
Antropología, un ideal de la excelencia humana, sexta
edición, Ricardo Yepes Stork y Javier Aranguren
Echevarría.

ü       ¿Qué
es el hombre?, esquema de una antropología
filosófica, Coreth Emerich.

ü       Gevaert: la
existencia corpórea de l hombre (cuadernillo de la
materia)

 

 

 

Autora:

María Belén Berzero

Argentina, Santa Fe

23 de Octubre de 2007

Universidad Católica de Santa Fe

Departamento de Filosofía

Lic. en psicología

Partes: 1, 2
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