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Recuerdos tristes de un niño de la guerra



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    La proximidad a la infausta fecha del 18 de julio y dentro del
    conjunto de conmemoraciones de uno u otro tipo que impulsa
    nuestro gobierno prefiero
    titularla como recuerdos tristes de un niño de la guerra. No
    hablaré tanto de batallas ganadas o perdidas ni de
    supuestas bajas causadas al enemigo, eso lo dejo para cronistas o
    historiadores oficiales que como dice la gente seguirán
    como siempre "arrimar el ascua a su sardina" sobre todo si son
    los vencedores 

    Humanamente es comprensible pero no cierto ni justo, el relato
    de un niño de la guerra que cuenta sus memorias debe
    ser más verídico porque puede identificarse su
    autor, y aunque sean escritos por un niño que se ha vuelto
    hombre el paso
    del tiempo los ha
    tamizado.

    Pertenecía a una familia aragonesa
    por parte de padre y madre .Nací en Huesca, en la ya
    lejana fecha del 3 de junio de 1924 y por tanto en la fecha del
    comienzo de nuestra Guerra Civil tenía catorce años
    y había aprobado el segundo curso del bachillerato en el
    instituto Goya de Zaragoza, donde residía con mi familia.
    Mi padre era ajustador de artillería, perteneciendo por
    tanto al Cuerpo de fuerzas auxiliares del ejército. Un
    hermano mayor había acabado  la carrera de medicina en el
    mismo año del alzamiento, inmediatamente fue movilizado y
    destinado como medico a las tropas de montaña que
    guarnecían los Pirineos.

    Todavía teníamos una hermana estudiante como yo
    de segundo curso de bachillerato, que así mismo
    había decidido pasar sus vacaciones escolares en Madrid, en
    casa de familiares paternos y donde forzosamente
    permaneció hasta el final de la Guerra.

    Piensen en mi pobre madre que de repente queda sola en una
    espera interminable, que afortunadamente terminó y nos
    pudimos reunir a pesar de la diáspora sin bajas.

    Resumiendo, mi familia era una familia de clase media,
    católica practicante y políticamente republicana
    pasiva. El hermano médico era afiliado a la FUE,
    federación universitaria española, como casi todos
    los de su edad.

    Personalmente también en relación con las
    vacaciones escolares, decidí pasar el verano en Barbastro,
    donde tenía un tío maestro que me había
    enseñado a leer. Barbastro era y sigue siendo una
    pequeña ciudad agrícola, a 50 kilómetros al
    este de Huesca, la capital de la
    provincia.

    Desde el primer día que comienza el conflicto, se
    convirtió en un centro logístico destinado a
    defender Huesca por la parte nacionalista, y por la parte
    republicana la ciudad se convirtió en un importante centro
    estratégico y de comunicaciones.

    La casa donde yo vivía con mis tíos estaba
    situada a la salida de la ciudad en la carretera hacia Huesca,
    por esta razón fui testigo de la llegada procedente de
    Barcelona de las primeras columnas de milicianos y milicianas,
    transportados en viejos camiones de fabricación y
    procedencia rusa, los identificábamos por una placa
    soldada en el radiador delantero donde se leían las letras
    3.H.C., que enseguida tradujimos como "tres hermanos comunistas".
    Estos camiones como las demás armas que
    Rusia
    envió como ayuda a los republicanos, eran muy vetustas,
    por ejemplo los camiones no tenían ruedas
    neumáticas sino llantas de caucho muy
    grueso.

    Pronto el pueblo comentaba que la antigüedad del material
    se debía a que los rusos no habían robado bastante
    con el famoso oro de
    Moscú que procedente del tesoro español
    habían trasladado a Rusia.

    Los soldados que vinieron en estos primeros batallones
    ondeaban banderas comunistas, rojas con la hoz y el martillo,
    rojas y negras eran de identificación del partido
    anarquista ,POU, que pronto supimos que tenia muy malas
    relaciones con los comunistas, más adelante diré
    como fui testigo del fin de esta enemistad.

    Los republicanos ondeaban la bandera tricolor, roja, amarilla
    y morada.

    Todos ellos tenían numerosas fanfarrias que tocaban sus
    respectivos himnos: la internacional, la marsellesa y el himno de
    riego, pero también canciones en general dirigidas contra
    el clero, más repetitiva era:

                      
       "si los curas y monjas supieran la paliza que
    les vamos a dar

                          
    bajarían del coro cantando libertad,
    libertad, libertad"

    Desgraciadamente la letra de la canción se hizo
    realidad, con una diferencia a los pobres religiosos los bajaron
    brutalmente y en la madrugada fueron ametrallados contra el muro
    de un edificio cercano a mi vivienda, ese ruido macabro
    que durante muchas noches se repitió y me impedía
    dormir no lo he olvidado nunca, a pesar de los años
    transcurridos no se sabe ni la identidad ni
    el número de los asesinados, solo sus pobres familiares al
    día siguiente utilizando aterrorizados el boca a boca
    comunicaban a sus familiares y amigos la triste noticia.

    Hasta el día de hoy, que yo sepa este genocidio ha sido
    cuidadosamente ignorado oficialmente, no puedo menos que conocer
    que nuestro gobierno en la actualidad desentierra víctimas
    "de los suyos" para según dicen rendirles honores, tal
    felonía es inaceptable mientras oficialmente
    todavía haya míos y suyos, no habremos logrado la
    paz civil, es lo que tantos anhelamos.

    Pero lo que se está haciendo aparte de macabro es
    ahondar en el recuerdo. Hasta tal punto los sucesos que acabo de
    relatar han sido ocultados por todos los medios. El
    Heraldo de Aragón al que podemos llamar portavoz regional,
    cuando a finales de año como es normal publica un resumen
    de los acontecimientos que en el curso del mismo merecen la pena
    de ser noticiables, el que acabamos de relatar no lo han
    considerado digno de publicarse, a pesar de su importancia
    política y
    social.

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