Atisbos Analíticos No 93, Cali, septiembre
2008
Especial para la Revista
"El Salmón", U. del Tolima.
Como una desgracia más, en Colombia en las
últimas cinco décadas la historia siempre se
ha aparecido y repetido como inmensa mentira, como
tremendo engaño social y como perversa sombra
encubridora. Clío como que se ha olvidado de
presentarse por estos lares como farsa y como tragedia, que
fue así como se la imaginó el siempre
lúcido y olvidado Marx. (1)
Lástima que así hubiese acaecido porque, por lo
menos, estas dos formas de aparición de la historia son públicas
y abiertas y no privadas y clandestinas como lo son
la mentira, el
engaño y el encubrimiento. En el primer caso, la historia
como tragedia o como farsa para que la sufra la ciudadanía, es cierto, y, en el segundo, la
historia para que, ocultados y mimetizados bajo las
máscaras del poder, de la
ideología y de las trampas de imagen, la gocen
y usufructúen los detentadores de la dominación
hegemónica.
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Como décadas ha lo dijo el maestro Fals Borda,
"Colombia ha llegado en su devenir histórico a tal
encrucijada que necesita que se le diga la verdad, así sea
ella dolorosa, y aunque produzca serios inconvenientes a aquellos
que se atreven a decirla". (2) En la década del 60, la
violencia
entre partidos fue investigada y sus resultados, publicados en un
libro ya
clásico cuya lectura fue
prohibida por un acuerdo institucional liberal conservador. De
acuerdo con el historiador Jorge Orlando Melo entre 1958 y el
2008 en Colombia hubo 709.000 asesinatos (3), o sea, que en un
período de diez y ocho mil días esta sociedad tuvo
un promedio de 39.5 víctimas diarias sin que la
ciudadanía- estamos casi seguros de
nuestra afirmación- haya visto públicamente
castigados y encarcelados a los victimarios en el 90% de los
casos. Esto significa que los asesinatos de las guerrillas, del
narcotráfico, de los paramilitares, de la
parapolítica y de la delincuencia
común fueron, han sido y continúan siendo acciones
básicamente "privadas."
Pero, ¿por qué extender la tesis de la
historia como mentira, engaño social y sombra encubridora
hasta la actual forma de gobierno cuando
el 78% de la ciudadanía – en estos días las
encuestas ya
no hablan del técnicamente imposible 91.4% de
popularidad como hace tres meses- piensa, cree y se imagina
que el "Conductor Insustituible del país" anda siempre con
la verdad a flor de labios? ".
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Es cierto que un importante sector de la oposición,
aunque no toda ella, ha estado
empeñada en probar que Uribe ha delinquido. Sabemos que
para serlo, lo primero que se requiere es ser humano. Por
eso Foucault muy
tranquilamente dijo que, entre las cosas, que diariamente hacen
los seres humanos se encuentra el delinquir. (4) A nosotros los
investigadores no nos corresponde decirlo sino, más bien,
probarlo mediante sólidos soportes empíricos,
aunque sabemos que, por muy importantes que éstos sean, en
la inducción empírica no se agota la
ciencia. Claro
que a un régimen fuerte y que, ante todo, maneje muy
bien el juego entre la
realidad y las imágenes,
le es relativamente fácil bloquear temporal y
circunstancialmente la solidez de unas pruebas
empíricas.
En nuestro medio abunda la historia de clásicos
politicastros, avezados y mañosos y hábiles, que
tienen entre rejas a muchos de los administradores de sus
prácticas corruptas, cuando a ellos con dificultad se les
logra probar que han dejado de rezar el padrenuestro de cada
día. Pero, al presidente no se le puede juzgar por lo que
dice, porque a excepción de cinco puntos en los que se
evidencia altamente coherente, seguridad
democrática- confianza inversionista-cohesión
social-privatización progresiva de las empresas del
Estado- mercado untado de
comunitarismo como regulador central de la vida social, engorroso
y dificultoso se hace seguirle la coherencia discursiva en otro
tema distinto.
En una ocasión, antes de subirse al avión para
viajar a Europa, Uribe
manifestó, "no importa que me digan paramilitar",
afirmación que se complementa con lo que ha dicho en estos
días que a la "Corte Penal Internacional no se
dejará llevar".
Pues bien, Atisbos no posee ninguna prueba sólida y
robusta para configurarle la condición de paramilitar. El
mismo ha manifestado que de haberlo sido, otro sería
el Uribe que habría cantado con un fusil al hombro. En
este caso, tampoco podemos quedarnos en el imaginario popular que
dice "dime con quién andas y te diré quién
eres". Pero, existe "algo" que, aunque no apunta a un
juicio de hecho empíricamente contundente, sí
resulta, por lo menos, muy extraño, inusualmente ocurrido
y hasta digno de un cuidadoso examen a la luz de la
teoría
del cálculo de
probabilidades para preguntarle si en la compleja y
volátil indeterminación humana puede caber junta
tanta coincidencia. Desde enero del 2002 hasta ahora, septiembre
del 2008, no ha habido casi semana en la que Uribe no haya tenido
que ver con personas presumiblemente cercanas al paramilitarismo
ya se trate de altos funcionarios públicos, miembros de su
bancada en el Congreso o viejas amistades.
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Como para poder afirmar ahora, en clave de hipótesis, que numerosos y tortuosos
son los caminos paras que, de modo indirecto, nos
pueden conducir hasta la puerta de entrada de la oficina del ex
gobernador de Antioquia. Claro que mediante ese método
dificultoso resulta configurar delitos pero,
ello no obstante, desde y por muchas partes saltarán
indicios indirectos de muy posibles malas conductas.
Por otra parte, quizá no existan razones válidas
para cuestionar a la masa que se babea frente al conductor
insustituible pues, desde tiempos remotos, se ha dicho que cada
sociedad tiene el gobierno que se merece. Pero ocurre que
los colombianos siempre se han cuidado de vigilar quién se
le acerca a quién y quién busca a quién,
máxime cuando se trata de un presidente
idealizado.
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