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El viaje




Enviado por Jorge Arbelvide



Partes: 1, 2

    Hoy  me  gustaría  contarles
     una  de  las  historias 
    más  tristes, y a su vez la 
    lección  de  amor 
    más  grande  que  podemos  recibir
    ,  como  alguien  que forjado  en 
    el  dolor,  pudo  transformarlo  en 
    el  más  profundo amor  por todos 
    los  seres  humanos… siendo su misión
    descender  al espacio más terrible del infierno
    y  allí en lo más profundo del abismo encender
    la luz de la
    esperanza.

    Ha sido un buen ciclo, han nacido muchos niños,
    las muchachas están bellísimas y en pocas lunas
    cortas celebraremos la unión entre los jóvenes
    cazadores y las púberes mujeres de nuestra tribu…
    tenemos mucho que agradecerle a TATA ZAMBI.

    Esa mañana como todas las mañanas de mi vida me
    desperté al clarear el día, agradecí a Tata
    Zambi el estar vivo.  Salí de mi choza, mi mujer descansaba
    en su estera y se desperezó y se estiró, verla me
    produjo esa sensación de placer, que me recordó que
    además de ser mi compañera, era la mujer que
    amaba, por aquella que había luchado, aquella que
    encendía mi piel

    El universo no
    había dormido, los Orixás estaban presentes y
    manifiestos en todo lo que me rodeaba, el río, el mar, la
    vegetación plena de árboles
    frutales, la sabana poblada de animales de los
    que obteníamos carne, grasa, pieles, nuestros animales
    domesticados, que nos proveían leches, quesos huevos, La
    naturaleza era
    profusamente generosa con nosotros.

    Lentamente fueron apareciendo en el centro de la aldea el
    resto de los habitantes de la misma; un grupo de
    jóvenes cazadores fueron a relevar aquellos que nos
    habían cuidado la noche anterior. Las mujeres empezaron su
    diaria labor, unas lavando a sus hijos, otras avivando las
    distintas fogatas y comenzando a cocer los alimentos, otras
    se ocuparon de ordeñar búfalas y cabras para
    alimentar a niños y ancianos.

    Un grupo de jóvenes cazadores saludaron el
    Congal[1] prometiendo ofrendas para
    que su cacería fuera buena. Luego de haber saludado se
    unen en un abrazo y salen al trote hacia la sabana buscando
    animales; luego de los cazadores pasaron a saludar un grupo de
    pescadores pidiendo por la buena pesca; ambos
    grupos se
    esforzaban a diario  para proveer a la comunidad.

    Yo soy el rey de este pueblo, somos pacíficos, pero
    todas las tribus de la región nos respetan por nuestra
    fuerza y
    ferocidad. Somos cazadores, pescadores, cultivamos la tierra,
    recogemos frutos, tenemos algunos animales domésticos,
    dedicamos nuestra vida a honrar a TATA ZAMBI, cuidamos de
    nuestros niños y ancianos, nuestra medicina es
    poderosa, ya que nuestros niños casi no mueren y nuestros
    hombres llegan a vivir por muchas lunadas grandes…

    Salgo a la pradera en busca de hierbas curativas, llevo mi
    BO[2], mi morral, tengo el
    conocimiento de la naturaleza que me han dado los
    Orixás a través de la enseñanza de mis mayores y de las entidades
    que han dejado sus mensajes en nuestras mentes. En medio de mi
    periplo mis sentidos se crispan, no es solo un fuego en los
    campos; no solo son los pastizales, el olor al fuego, el olor a
    grasa al fuego esta vez me recuerda a la batalla y no a un fuego
    en la Sabana. Llega un cazador a la carrera, es el más
    fuerte y el más rápido de los jóvenes.
    Cuando llega a mi lado esta desfalleciente, le doy a beber de mi
    orde ya que para poder correr
    más rápido ha dejado su lanza, su cuchillo y hasta
    su agua….

    -Rey Congo, Rey Congo, ya vienen, están matando a
    todos, ellos matan niños y ancianos, ellos están
    violando a las mujeres, Señor protéjanos.-

    Luego de transmitirme el mensaje del cual era portador,
    cayó muerto en mis brazos. Su corazón
    había fallado; corrió más allá de sus
    fuerzas y más allá de su vida para avisar a los
    suyos del peligro que nos acechaba. En ese momento tuve que
    portarme como un rey que debía poner a su pueblo por sobre
    todas las cosas. Aquel que yacía muerto en mis brazos era
    mi hijo y no podía llevarlo a la aldea para celebrar una
    ceremonia por el descanso de su alma, tampoco
    podía ocuparme de cremarlo en este momento. Solo pude
    despedirme de él, acomodar su cuerpo para que quedase
    mirando el naciente y comencé mi carrera, el dolor
    desgarraba mis entrañas, pero debía aprender de su
    sacrificio y no permitir que fuera en vano.

    Al llegar a la aldea mis gritos alertaron a las mujeres que
    presurosas recogieron a los niños y emprendieron la huida
    por la selva. Los mayores decidieron que no abandonarían
    la aldea, por el contrario comenzaron a caminar hacia donde
    llegarían los atacantes; llevaban sus arcos, sabían
    que solo se harían matar, pero tal como lo habían
    hecho los jóvenes cazadores, se sacrificarían por
    su pueblo, por la gente que amaban, por su sangre. (No
    podía quitarles el honor de decidir morir luchando por lo
    que amaban)

    Estaban llegando las canoas de pescadores y comenzamos a
    preparar la última defensa de la aldea. Algunas mujeres
    jóvenes tomaron las armas y se
    formaron junto a nosotros.  No sabíamos por
    qué pero de repente sabíamos que éste no era
    el ataque de otra tribu como habíamos visto hasta ahora.
    Quizá esas grandes canoas que avistamos a lo lejos hace
    más de 20 lunas quizás esos truenos que escuchamos
    cuando el viento soplo hacia nosotros en pleno día con
    el sol
    brillando, sabía que esta vez, todo era distinto.

    Rápidamente vimos como se acercaban, parecían
    salidos de una pesadilla, había gente de varias naciones,
    había gente de piel clara, había gente con rasgos
    que no me resultaban conocidos, cosa que era extraña ya
    que había recorrido la comarca siendo muy joven, y
    volví a hacerlo de grande para reunirme con los jefes de
    las otras aldeas.

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