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Acceso a la justicia



Partes: 1, 2

    1. Introducción
    2. Postura I:
      monopolio estatal de la administración de
      Justicia
    3. Acceso a la
      Justicia como Derecho Humano
    4. Crisis del
      Poder Judicial
    5. Medios
      alternativos de resolución de conflictos como medio de
      privatización de la Justicia
    6. Postura
      II: medios alternativos como factor necesario para superar la
      crisis del Poder Judicial
    7. Acceso a la
      Justicia y medios alternativos
    8. Dificultades
      usuales para favorecer el acceso a la Justicia
    9. Medios
      adecuados y proporcionados a cada tipo de caso
    10. Ventajas de
      los medios de solución alternativa de
      conflictos
    11. Conclusión
    12. Bibliografía

    INTRODUCCIÓN

    Es una realidad palpable el aumento del número de
    procesos
    judiciales en casi todos los países. Esto tiene diversas
    causas; empíricamente podemos señalar el
    crecimiento de la población, las crisis
    económicas, la complejidad cada vez mayor de la vida
    social, etc.

    La crisis por la que atraviesa el sistema estatal
    de la
    administración de justicia son
    datos objetivos de
    la realidad, de los que no conviene apartarse si se pretende
    enfocar la problemática con seriedad y sentido de
    perdurabilidad.

    Los tiempos para eufemismos se han agotado; es necesario
    encarar el tema en toda su crudeza.

    El sistema que el Estado
    provee para dirimir los conflictos
    está en un estado de
    virtual paralización, producto de la
    morosidad en la resolución de las causas([1]). Es preciso señalar en
    relación a los efectos de la dilación que, cuando
    el orden jurídico se altera, es preciso restablecerlo
    inmediatamente. La demora excesiva hace ilusoria la
    protección jurisdiccional, y por ende el acceso a la
    justicia.

    Debemos entonces, comenzar definiendo al acceso a la justicia
    como "un acceso de todos a los beneficios de la justicia y del
    asesoramiento legal y judicial, en forma adecuada a la
    importancia de cada tema o asunto, sin costos o con
    costos accesible, por parte de todas las personas físicas
    o jurídicas, sin discriminación alguna por sexo, raza o
    religión"(
    [2]).

    En este sentido es importante tener
    presente lo vertido en el Mensaje del Papa Pablo VI en el que
    reflexiona sobre la paz: Es difícil, pero es
    también indispensable, formarse el concepto
    auténtico de la paz. Difícil para quien cierra los
    ojos a esa primera intuición que nos dice que la paz es
    una cosa profundamente humana. Este es el mejor camino para
    llegar al descubrimiento genuino de la paz: si nos ponemos a
    buscar dónde nace verdaderamente, nos damos cuenta de que
    ella hunde sus raíces en el auténtico sentido del
    hombre. Una
    paz que no sea resultado del verdadero respeto del
    hombre no es verdadera paz. Y, ¿como llamamos a este
    sentido verdadero del hombre? Lo llamamos justicia.

    Y la justicia, ¿no es ella misma una diosa
    inmóvil? Sí, lo es en sus expresiones, que llamamos
    derechos y
    deberes y que codificamos en nuestros nobles códigos, es
    decir, en las leyes y en los
    pactos, que producen esta estabilidad de relaciones sociales,
    culturales, económicas, que no es lícito
    quebrantar: es el orden, es la paz. Pero si la justicia, es
    decir, todo lo que es y lo que debe ser, hiciese germinar otras
    expresiones mejores que las vigentes, ¿qué
    ocurriría?

    Antes de responder, preguntémonos si esta hipótesis, a saber, la de un desarrollo de
    la conciencia de la
    justicia, es admisible, es probable, es deseable.

    Este es el hecho que caracteriza el mundo moderno y lo
    distingue del antiguo. Hoy va progresando la conciencia de la
    justicia. Nadie, así lo creemos, contesta este
    fenómeno. No podemos detenernos ahora en hacer un análisis de él; pero sabemos todos
    que hoy, gracias a la difusión de la cultura,
    el hombre,
    todo hombre tiene una conciencia nueva de sí mismo.

    Todo hombre sabe hoy que es persona y se
    siente persona: es decir, un ser inviolable, igual a sus
    semejantes, libre y responsable; digámoslo también,
    un ser sagrado.

    Y así, un conocimiento
    diverso y mejor, es decir, más pleno y exigente, de la
    sístole y de la diástole de su personalidad,
    esto es, de su doble movimiento
    moral de
    derecho y deber, llena la conciencia del hombre, y una justicia
    no ya estática,
    sino dinámica, le brota del corazón.
    No es este un fenómeno colectivo, universal, los
    países "en vías de desarrollo" lo gritan en alta
    voz; es voz de pueblos, voz de la humanidad; ella está
    reclamando una nueva expresión de la justicia, un nuevo
    fundamento para la paz.[3]

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