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La ciudad en la Globalización



Partes: 1, 2

    1. La ciudad y la
      catástrofe
    2. La
      construcción de la memoria
    3. Las
      ciudades de la luz: la imagen de la ciudad y la
      globalización

     Desde el inicio de la modernidad hasta
    hoy se puede observar que el tiempo
    empleado en la ejecución de las cosas y su capacidad para
    durar incorruptibles en el tiempo se acorta hasta el
    límite del instante. La pretensión de lograr la
    inmortalidad por medio de los testimonios monumentales
    construidos es un rasgo de las culturas premodernas.

    1. LA CIUDAD
    Y LA CATÁSTROFE

    Uno de los acontecimientos clave en la  Historia de la humanidad ha
    sido la aparición de las ciudades. En ellas los hombres
    han dejado testimonios perdurables de su espíritu y su
    deseo de inmortalidad. Lo atestiguan las pirámides de
    Egipto, la
     Acrópolis de Atenas, la muralla China,
    Teotihuacan en México,
    las catedrales góticas europeas. La forma de lograr la
    trascendencia inmaterial, paradójicamente fue resuelta
    utilizando elementos materiales que
    por experiencia se sabían más durables que el
    frágil cuerpo
    humano.

    Según los distintos periodos históricos, los
    hombres han tenido muy en claro que la finitud personal es
    irremediable; pero, de acuerdo a las posibilidades
    tecnológicas del momento, esa barrera infranqueable se
    podría superar aplicando todos los conocimientos y
    recursos
    materiales disponibles para evitar las catástrofes de la
    naturaleza y
    la muerte y
    sobrevivir a ellas con un análogo de su cultura.

    En la modernidad, se continuó en un primer momento con
    el criterio precedente para luego confiar en el desarrollo de
    la ciencia
    y  las nuevas
    tecnologías para lograr el dominio de la
    naturaleza y con ello superar definitivamente a la materia. El
    ánimo por evitar la catástrofe impulsó al
    hombre moderno
    y configuró la ideología del progreso.
    Paradójicamente éste propuso en sus
    prácticas constructivas un estado de
    "catástrofe" permanente. El espíritu demoledor que
    perdura en nuestros días se caracteriza porque no importa
    mucho lo que quede, porque lo material siempre nos va a suceder y
    de lo que se trata es de lograr la inmortalidad del sujeto, su
    "desmaterial".

    El espíritu demoledor del hombre moderno

    Es un proceso donde
    la catástrofe dejó de ser patrimonio
    exclusivo de la naturaleza. La ciudad paradigma de
    la modernidad es París: por sus calles transitó
    el hombre
    premoderno cuando intentaba adecuar el espacio medieval a sus
    ideales republicanos. En su espacio antiguo e idéntico se
    evidenció un desajuste por la imposibilidad de sus
    habitantes de apropiarse de un espacio saturado, promiscuo. Tras
    una coalición entre las izquierdas radicales y liberales
    se arribó a La Comuna en el año 1848. En ella, un
    conjunto de hombres modernos pugnaban por consolidar el proceso
    iniciado en 1789.

    En la práctica constructiva, en la  Arquitectura, y
    en la memoria
    material de la ciudad, lo que revela el espíritu moderno
    de París, paradójicamente, fue hecho según
    las directivas de quienes pretendían volver al sistema anterior.
    Bajo las órdenes de Napoleón III se sofocó y
    reprimió a los Comuneros con un costo de 25.000
    vidas entre 1848 y 1851. Napoleón III designó como
    Prefecto del Sena (Jefe de policía) al Barón
    Georges Eugéne Haussmann (1809 – 1891), quien se desempeño en ese cargo desde 1853 a 1869 y
    fue el autor de la ciudad moderna.

    Basado en un plan
    estratégico defensivo contra posibles nuevos actos
    sediciosos, proyectó la apertura de grandes calles –
    bulevares -, cuyo ancho permitía el paso de un
    escuadrón militar, mientras que, la relación de los
    anchos de las calles con las alturas de los edificios
    tenía la misión de
    mantener a tiro de fusil a cualquier transeúnte o
    francotirador. La demolición de París se produjo
    entre los años 1859 y 1865. No ofreció ninguna
    resistencia: por
    una parte el pueblo estaba dominado, la ciudad estaba ocupada por
    una fuerza
    militar; por otra parte, el espacio que se iba gestando al
    abrirse los grandes bulevares y construirse las nuevas unidades
    de residencia eran lo que el espíritu moderno de los
    hombres que compartían los ideales de La Comuna
    también deseaban: acabar con la insalubridad de sus
    hogares, el hacinamiento, la oscuridad.

    Con la gran inversión económica que se produjo,
    se mejoró el nivel de empleo. Todos:
    comuneros y nobles, republicanos y aristócratas, al fin de
    cuentas, eran
    hombres modernos con diferencias políticas,
    reunidos en la primera catástrofe urbana provocada por la
    modernidad: la demolición de una ciudad medieval.

    Después, los intelectuales,
    los artistas profundizaron el ejercicio de las rupturas y dieron
    comienzo efectivo al movimiento
    moderno. Se consumaron nuevas catástrofes que dieron paso
    a nuevas obras de gran esplendor creativo. El monumento fue
    abandonado a su suerte. El ornamento en los edificios considerado
    delito (Adolf
    Loos 1870 – 1933), quien se preguntaba entonces
    ¿Cómo vivirán dentro de cincuenta
    años, en esta casa, o en este ambiente, las
    gentes para quienes trabajo?
    ). El proceso se agudizó,
    los ciclos de las duraciones se acortó iniciándose
    la demolición de muchas obras construidas en el siglo XIX:
    en Nueva York, Robert Moses, entre 1910 y 1960, se fue abriendo
    paso con su hacha de carnicero  -como a él le gustaba
    decir- para construir autopistas.

    La vida útil de las nuevas construcciones se fue
    acortando hasta llegar a un plazo equivalente al tiempo necesario
    para lograr la amortización del capital
    invertido. Después de ese periodo, cada vez más
    corto, todo puede ser demolido, es descartable. La
    catástrofe se produce a cada instante. Está
    sucediendo "en vivo", vía satélite.

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