- La ciudad y la
catástrofe - La
construcción de la memoria - Las
ciudades de la luz: la imagen de la ciudad y la
globalización
Desde el inicio de la modernidad hasta
hoy se puede observar que el tiempo
empleado en la ejecución de las cosas y su capacidad para
durar incorruptibles en el tiempo se acorta hasta el
límite del instante. La pretensión de lograr la
inmortalidad por medio de los testimonios monumentales
construidos es un rasgo de las culturas premodernas.
1. LA CIUDAD
Y LA CATÁSTROFE
Uno de los acontecimientos clave en la Historia de la humanidad ha
sido la aparición de las ciudades. En ellas los hombres
han dejado testimonios perdurables de su espíritu y su
deseo de inmortalidad. Lo atestiguan las pirámides de
Egipto, la
Acrópolis de Atenas, la muralla China,
Teotihuacan en México,
las catedrales góticas europeas. La forma de lograr la
trascendencia inmaterial, paradójicamente fue resuelta
utilizando elementos materiales que
por experiencia se sabían más durables que el
frágil cuerpo
humano.
Según los distintos periodos históricos, los
hombres han tenido muy en claro que la finitud personal es
irremediable; pero, de acuerdo a las posibilidades
tecnológicas del momento, esa barrera infranqueable se
podría superar aplicando todos los conocimientos y
recursos
materiales disponibles para evitar las catástrofes de la
naturaleza y
la muerte y
sobrevivir a ellas con un análogo de su cultura.
En la modernidad, se continuó en un primer momento con
el criterio precedente para luego confiar en el desarrollo de
la ciencia
y las nuevas
tecnologías para lograr el dominio de la
naturaleza y con ello superar definitivamente a la materia. El
ánimo por evitar la catástrofe impulsó al
hombre moderno
y configuró la ideología del progreso.
Paradójicamente éste propuso en sus
prácticas constructivas un estado de
"catástrofe" permanente. El espíritu demoledor que
perdura en nuestros días se caracteriza porque no importa
mucho lo que quede, porque lo material siempre nos va a suceder y
de lo que se trata es de lograr la inmortalidad del sujeto, su
"desmaterial".
El espíritu demoledor del hombre moderno
Es un proceso donde
la catástrofe dejó de ser patrimonio
exclusivo de la naturaleza. La ciudad paradigma de
la modernidad es París: por sus calles transitó
el hombre
premoderno cuando intentaba adecuar el espacio medieval a sus
ideales republicanos. En su espacio antiguo e idéntico se
evidenció un desajuste por la imposibilidad de sus
habitantes de apropiarse de un espacio saturado, promiscuo. Tras
una coalición entre las izquierdas radicales y liberales
se arribó a La Comuna en el año 1848. En ella, un
conjunto de hombres modernos pugnaban por consolidar el proceso
iniciado en 1789.
En la práctica constructiva, en la Arquitectura, y
en la memoria
material de la ciudad, lo que revela el espíritu moderno
de París, paradójicamente, fue hecho según
las directivas de quienes pretendían volver al sistema anterior.
Bajo las órdenes de Napoleón III se sofocó y
reprimió a los Comuneros con un costo de 25.000
vidas entre 1848 y 1851. Napoleón III designó como
Prefecto del Sena (Jefe de policía) al Barón
Georges Eugéne Haussmann (1809 – 1891), quien se desempeño en ese cargo desde 1853 a 1869 y
fue el autor de la ciudad moderna.
Basado en un plan
estratégico defensivo contra posibles nuevos actos
sediciosos, proyectó la apertura de grandes calles –
bulevares -, cuyo ancho permitía el paso de un
escuadrón militar, mientras que, la relación de los
anchos de las calles con las alturas de los edificios
tenía la misión de
mantener a tiro de fusil a cualquier transeúnte o
francotirador. La demolición de París se produjo
entre los años 1859 y 1865. No ofreció ninguna
resistencia: por
una parte el pueblo estaba dominado, la ciudad estaba ocupada por
una fuerza
militar; por otra parte, el espacio que se iba gestando al
abrirse los grandes bulevares y construirse las nuevas unidades
de residencia eran lo que el espíritu moderno de los
hombres que compartían los ideales de La Comuna
también deseaban: acabar con la insalubridad de sus
hogares, el hacinamiento, la oscuridad.
Con la gran inversión económica que se produjo,
se mejoró el nivel de empleo. Todos:
comuneros y nobles, republicanos y aristócratas, al fin de
cuentas, eran
hombres modernos con diferencias políticas,
reunidos en la primera catástrofe urbana provocada por la
modernidad: la demolición de una ciudad medieval.
Después, los intelectuales,
los artistas profundizaron el ejercicio de las rupturas y dieron
comienzo efectivo al movimiento
moderno. Se consumaron nuevas catástrofes que dieron paso
a nuevas obras de gran esplendor creativo. El monumento fue
abandonado a su suerte. El ornamento en los edificios considerado
delito (Adolf
Loos 1870 – 1933), quien se preguntaba entonces
¿Cómo vivirán dentro de cincuenta
años, en esta casa, o en este ambiente, las
gentes para quienes trabajo? ). El proceso se agudizó,
los ciclos de las duraciones se acortó iniciándose
la demolición de muchas obras construidas en el siglo XIX:
en Nueva York, Robert Moses, entre 1910 y 1960, se fue abriendo
paso con su hacha de carnicero -como a él le gustaba
decir- para construir autopistas.
La vida útil de las nuevas construcciones se fue
acortando hasta llegar a un plazo equivalente al tiempo necesario
para lograr la amortización del capital
invertido. Después de ese periodo, cada vez más
corto, todo puede ser demolido, es descartable. La
catástrofe se produce a cada instante. Está
sucediendo "en vivo", vía satélite.
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