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La crisis capitalista según Marx (página 2)



Partes: 1, 2

Por avaricia debemos entender el afán desmedido de
acumular riquezas o el sentimiento de placer que experimenta una
persona con la
acumulación de riquezas. Pero una de las leyes
fundamentales del capitalismo,
desde la acumulación originaria allá por el siglo
XVI  hasta el presente siglo XXI,  es la
acumulación.

En aquel entonces utilizaron la violencia, hoy
día, entre otras cosas, utilizan el sistema de
crédito. Marx lo deja bien
claro: "Producción de plusvalía o la
obtención de ganancia es la ley absoluta de
este modo de producción". Y la utilización  de
la plusvalía como capital o
reconversión de plusvalía en capital se llama
acumulación. No observamos otra cosa en el mundo
capitalista que una constante e imparable acumulación de
riquezas en pocas manos y una infinita pobreza por toda
la faz de la tierra.
 Así que es un error teórico presentar la
avaricia como causa de la crisis
financiera actual, cuando es un rasgo sustancial del capitalismo
presente en toda su historia.  

El
mercado y la
regulación

Muchas voces
autorizadas han afirmado que la causa de la crisis ha sido la
desregularización de los mercados
financieros, señalando a los fundamentalistas del
mercado como los responsables de la misma. De este modo 
presentan la crisis  como fruto de  la
 contradicción existente entre el mercado libre y el
mercado intervenido.   De esta concepción
participan muchas cabezas pensantes de la izquierda radical.

A este respecto hay que dejar claras dos cuestiones. Primera,
este debate es un
debate sobre el mecanismo económico empleado para el
desarrollo de
las fuerzas productivas, mercado libre o mercado regulado, y no
sobre la forma específica del modo capitalista de producir
riqueza, y segunda, es un debate en el seno de la propia
burguesía. Ha quedado marginada de este debate la
contradicción entre propiedad
privada y propiedad pública. Desafortunadamente siguen
habiendo  muchos sectores de la izquierda radical que
identifican el modo de producción capitalista  con el
mercado. De manera que el problema no se plantea como
debería plantearse desde las posiciones de la izquierda
radical, esto es, como una contradicción entre un mercado
capitalista y un mercado socialista. Sin duda que un mercado
socialista, un mercado donde predominara la propiedad
pública, en especial la propiedad estatal, sería un
mercado más regulado y controlado que un mercado donde
predominara la propiedad privada.

La intervención
del
Estado  o
la necesidad del socialismo

Ha estallado la crisis en el corazón
del capitalismo mundial: EEUU. Y el Estado ha
tenido que intervenir. De entre sus múltiples
intervenciones la más llamativa al principio fue que tuvo
que emplear 140.000 millones de dólares para salvar a los
dos gigantes hipotecarios del país: Freddie Mac y Fannie
Mae, que tienen en su poder la mitad
de las hipotecas. Pero más impactante fue la
aprobación por parte de la cámara de representantes
de una inyección de 700.000 millones de dólares
para sanear el mercado financiero. Y la sorpresa definitiva ha
sido las nacionalizaciones de los bancos que se ha
producido en la vieja Europa. De
aquí extraemos una evidente conclusión: es el
propio  capitalismo quien en su desarrollo demuestra la
necesidad del socialismo, la
necesidad de la propiedad pública estatal.

La diferencia entre el socialismo defendido por Marx y el
defendido por los socialistas utópicos estribaba en lo
siguiente: mientras los socialistas utópicos se dedicaban
a imaginar la sociedad del
futuro, Marx se dedicó a estudiar la sociedad del
presente, el capitalismo, y a descubrir los gérmenes del
socialismo. No se trata de estar a favor o en contra de la
propuesta de Bush, de lo que se trata es de señalar que el
más grande de los liberales se ve obligado a reconocer la
necesidad de la intervención del Estado en la economía capitalista, para que ésta
se desenvuelva de forma armoniosa.

¿Se podría ir
más lejos en el camino del socialismo?

En ocasiones se confunden las tareas teóricas con las
tareas prácticas. Como dije en el apartado anterior la
cuestión científica clave para los seguidores de
Marx es conocer del modo más profundo el capitalismo y
descubrir en su seno las tendencias y gérmenes del
socialismo. Esa es la tarea del científico: demostrar la
necesidad de la existencia de determinados entes y relaciones. Y
si esa demostración se da de modo práctico, si es
la nación
más liberal que existe en la faz de la tierra quien
reclama la intervención del Estado en la economía
capitalista, pocos esfuerzos teóricos y de
convicción hay que hacer.

Otra cuestión es el análisis del problema bajo el punto de
vista práctico. Ya que la necesidad de la
intervención del Estado es incuestionable, ya que las
pérdidas deben tener una solución socialista, lo
consecuente sería entonces que las ganancias tuvieran
también una solución socialista. Y para hacer
posible que las ganancias fueran socialistas, las más
grandes empresas de EEUU,
incluyendo a los bancos, deberían ser de propiedad
pública. Pero para lograr este objetivo es
necesario que exista un partido político con este ideario,
que tenga una amplia base social,  y que disponga de una
amplia representación parlamentaria.

El punto de vista del
ahorrador

Una gran parte de los análisis sobre la crisis se hace
desde el punto de vista del ahorrador. De hecho las medidas de
los gobiernos occidentales, aumentando la cuantía de la
garantía de los depósitos, buscan tranquilizar a
los ahorradores. Hay un trabajo de
Leopoldo Abadía, cuyo punto de vista es la del
pequeño ahorrador, que ha tenido muy buena acogida entre
los internautas. Su página Web
ha recibido más de un millón de visitas. El asunto
es seguirle el rastro al dinero. Pero
al adoptar el punto de vista del pequeño ahorrador, el
camino que sigue es erróneo. Estamos hablando de las
hipotecas subprime, de créditos concedidos a personas que no
pueden pagarlas. Se trata de que al señor A se le ha
concedido un crédito hipotecario para que le compre una
vivienda al señor B.

El dinero pasa, primero,  del banco al
señor A, y después,  del señor A al
señor B. El dinero que busca el ahorrador lo tiene el
señor B. Pero Leopoldo Abadía le sigue la pista al
título de deuda que está en el banco, donde dice
que el señor A le adeuda una determinada cantidad de
dinero, en vez de seguirle la pista al dinero o al valor que
expresa este dinero.

Sigamos: el señor A le entrega el dinero al
señor B, y el señor B le entrega una vivienda al
señor A. Por lo tanto, el mismo valor que antes
existía en forma de dinero en manos del señor A,
existe ahora en forma de vivienda. Pero el verdadero
dueño, el dueño nominal de la vivienda, es el
banco, hasta que el señor A le devuelva el dinero prestado
más el interés
correspondiente.

Resulta que llegado el momento, por causas varias, el
señor A no puede pagar las mensualidades al banco. El
banco ipso facto se hace dueño del inmueble. Por lo tanto,
el dinero que el ahorrador depositó en el banco sigue en
manos del  banco, aunque ahora en forma de vivienda.
¿Qué deben hacer los ahorradores en caso de que
vean amenazados sus ahorros? Reclamar la propiedad de las
viviendas. El error de Leopoldo Abadía, como el de todos
los que se sitúan en el punto de vista del ahorrador,
estriba en que le siguen la pista a los títulos de deuda,
esto es, al dinero ficticio, cuando lo que deberían hacer
es seguirle la pista a la
metamorfosis del valor, que de dinero contante y sonante se
transforma en valor de uso  real, a saber, en vivienda.
También es cierto que una parte de esos ahorros se han
transformado en sueldos y comisiones indebidos. Pues bien, que
reclamen a los titulares de esos sueldos y comisiones una parte
de su patrimonio. De
todos modos, esos exorbitados sueldos y comisiones que se llevan
tanta gente en sus funciones como
intermediarios, pone de manifiesto la necesidad de poner topes
superiores a los ingresos, esto
es, pone de manifiesto la necesidad del socialismo.

La burbuja
inmobiliaria

Hablar de las hipotecas subprime y de la burbuja inmobiliaria
sin hablar del precio del
suelo es un
grave error teórico y práctico. Se nos habla de la
especulación que ha habido en este sector, pero mejor
sería hablar de la enorme explotación a la que se
han visto sometidos los trabajadores y de la que participan
amplios sectores de la clase media.
El culpable: la propiedad privada sobre el suelo y el mercado
libre de los precios del
suelo. Otro culpable: el mercado libre de los alquileres. El
Estado ha tenido que intervenir en el mercado financiero y ha
tenido que nacionalizar parcialmente algunos bancos. Pues lo
mismo debe hacer y con carácter de urgencia en el mercado del
suelo. Los precios de las viviendas se dispararon hacia las nubes
fundamentalmente por el precio del suelo, no por el valor de
construcción de las viviendas. Ha habido
muchas personas que se han enriquecido y se siguen enriqueciendo
de manera desproporcionada con la venta de suelo
para viviendas. 

El método es
fácil, y fácil en el modo de producción
capitalista: yo compro hoy un terreno en 60.000 euros  y lo
vendo dentro de cinco años en 130.000 euros o más.
¿Y por qué lo puedo vender más? No porque yo
lo haya trabajado o haya tesoros escondidos en él, sino
sencillamente porque el Ayuntamiento ha declarado que la zona
donde está mi terreno es urbanizable.

Así que la burbuja inmobiliaria no se hubiera producido
y se evitaría que se produjera en el futuro, si el Estado
interviniera en los siguientes ámbitos: uno, prohibir que
cualquier particular sea propietario de terrenos que excedan
determinada extensión,  dos,  los precios del
suelo deben ser regulados por el Estado para evitar los
enriquecimientos súbitos y desproporcionados, y tres,
obligar a los particulares, cuando estos no lo van a usar durante
un plazo de cinco año, a vender el suelo para la
construcción de viviendas. Cuando Leopoldo Abadía
se pregunta dónde está el dinero que ha
desaparecido de los bancos,  habría que responderle
que una buena parte del mismo está en quienes vendieron el
suelo.

Capitalismo y valor
mercantil

El valor de toda mercancía producida en régimen
de producción capitalista, M, se representa en la
fórmula: Valor mercantil = capital constante + capital
variable + plusvalía. En adelante, M = c + v + p.  El
valor de los coches, del alimento, de las viviendas y de todas
las mercancías se representa mediante esta fórmula.
Para los marxistas esta fórmula es fundamental, puesto que
sirve para explicar cómo se conserva y se crea el valor.
Los economistas convencionales carecen de alguna fórmula
parecida. Demos una explicación sencilla de lo que
representa esta fórmula. El capital constante es el valor
de los medios de
producción, maquinarias y materias primas, consumidos en
la elaboración de las mercancías, el capital
variable es el valor de la fuerza de
trabajo empleada, y la plusvalía o ganancia  es el
valor excedente del que se apropia el capitalista. La tarea de
los trabajadores es doble: conservar el valor del capital y
multiplicarlo. Y la multiplicación del valor se llama
valorización.

Para los marxistas la cuestión clave aquí,
además de la conservación del capital,  es el
hecho de que la plusvalía o ganancia la producen los
trabajadores y se la apropia el capitalista. Las crisis se deben
justamente a que los salarios, el
capital variable, se mantienen en unos límites
muy estrechos, mientras que el plustrabajo o plusvalía
crece sin cesar. Este hecho se verá más claro
más adelante.

Infinidad de economistas, supuestamente progresistas y de
izquierda, no le dan valor alguno a esta fórmula, pero
hacen mal, muy mal. No ayudan a la causa del socialismo ni a la
justicia
social. No están siquiera a la altura del burgués
Locke, quien en su lucha contra los representantes del feudalismo
defendía que el derecho de
propiedad debe basarse en el derecho al trabajo propio. Hoy
esta esencia económica la han difuminado los economistas
convencionales y hablan de capital humano,
de inteligencia,
de habilidades, en fin, de una suma de rasos subjetivos con el
único fin de justificar los exorbitantes sueldos que ganan
los altos ejecutivos y la imparable apropiación de trabajo
ajeno por parte de los grandes capitalistas monetarios y de los
accionistas mayoritarios.

En la época feudal los campesinos trabajaban la mitad
de la semana en sus tierras y la otra mitad en las tierras del
señor. Aquí queda claro como la luz del
día que los señores feudales se adueñaban de
la mitad del  trabajo creado por los campesinos, y la
extrema riqueza de aquellos no tenía otra
explicación. Pues en el capitalismo pasa lo mismo: durante
una parte de la jornada laboral, el
llamado trabajo necesario, el trabajador produce el salario que
después el capitalista le paga, y durante la otra parte,
el llamado plustrabajo, el trabajador produce la plusvalía
que se reparten los dueños de los factores de
producción: el banquero se apropia de la parte de la
plusvalía a la que se llama interés, el
dueño del local se apropia de otra parte a la que se llama
renta del suelo, y el industrial o comerciante se apropia de la
última parte a la que se llama beneficio.  Querer
ocultar que el modo de producción capitalista es un modo
de explotación del hombre por
el hombre,
como hacen muchos economistas progresistas, es un grave atraso
teórico. Y la actual crisis ha puesto de manifiesto esta
cruel y descarada explotación.

Es un error igualmente ser benevolentes en el terreno
teórico con una buena parte de economistas convencionales,
que siendo sin duda representantes de la burguesía de
izquierda, no obstante, no critican de forma radical el gran
fundamento del capitalismo y las consecuencias tan inhumanas que
provoca. Trascribo una cita de Marx para todos aquellos
economistas de izquierda que no creen en la actualidad en el
genial pensador alemán y sí en el enorme formalismo
de la economía convencional, que aunque muchos la
presentan como muy científica no sirve para pronosticar
nada ni para demandar un cambio radical
del modo de producción capitalista: "La economía
política anterior partía de la riqueza
supuestamente engendrada para las naciones por el movimiento de
la propiedad privada, para llegar a consideraciones
apologéticas sobre  este régimen de propiedad.
Proudhon parte del lado inverso, que la economía política encubre
sofísticamente, de la pobreza
engendrada por el movimiento de la propiedad privada, para llegar
a las consideraciones que niegan este tipo de propiedad". Muy
claro: los burgueses parten de la riqueza para hacer
apología de la propiedad privada, mientras que los
defensores del socialismo deberían partir de la pobreza
para negar la propiedad privada. Esta conciencia y este
paso radical les falta a los economistas convencionales de
izquierda.

La ley de la
acumulación capitalista mistificada como ley
natural

Mientras la necesidad no acucia, los apologistas del
capitalismo suelen despreciar las ideas de Marx, de las que
afirman que están fuera de época y que, por tanto,
han perdido su sentido histórico. Pero ahora, con la
terrible crisis financiera que nos azota, estamos asistiendo a un
reclamo del Estado y de los acuerdos colectivos por parte de los
grandes mandatarios capitalistas que nadie podía imaginar,
hasta el punto de que podamos escuchar declaraciones como la de
Nicolas Sarkozy,  "La idea de un mercado todopoderoso sin
reglas y sin intervención política es una
locura… La era de la autorregulación se
acabó", o  la de Hank Paulson, secretario del Tesoro
de EEUU: "El capitalismo crudo llegó a su final", que
sorprenden a todos.

En el capitalismo la fuerza de trabajo sólo es vendible
a condición  de que conserve los medios de
producción como capital y proporcione plusvalía
como fuente de capital adicional. Así que la ley de la
acumulación capitalista mistificada como ley natural
sólo expresa el hecho de que su naturaleza
excluye todo aumento de los salarios que pueda amenazar
seriamente la constante reproducción de la relación
capitalista. Y no puede ser de otro modo en un modo de
producción donde el  obrero existe para las
necesidades de revalorización del capital, para que el
capital se multiplique sin cesar, en vez de que la riqueza
material exista para las necesidades del desarrollo de la vida de
la sociedad.

Esta inversión y enajenación inhumana, que hoy día
hay que tener más en cuenta que nunca, lo expresa Marx en
los siguientes términos: "Igual que en la religión el hombre es
dominado por el producto de su
propia cabeza, en la producción capitalista lo es por el
producto de su propia mano".

Todo proceso de
producción es un proceso de reproducción

Cualquiera que sea la forma social del proceso de
producción, éste tiene que ser continuado o
recorrer periódicamente los mismo estadios. Si hoy
produces pan, mañana debes volver a producir pan. Si hoy
consumiste harina para hacer pan, mañana debes volver a
consumirla. Si hoy compras la harina
que mañana consumirás, mañana debes volver a
comprar la harina que consumirás pasado mañana. Por
lo tanto, todo proceso de producción es un proceso de
reproducción. Y si la producción es capitalista, la
reproducción debe serlo igualmente. Esta noción
elemental es importante porque las crisis se presentan como una
parálisis en la reproducción.

 Precio
de
costo y
ganancia

Las relaciones de producción capitalista ocultan 
que el creador de la plusvalía o ganancia es el
trabajador. Les recuerdo que el valor de toda mercancía
producida en régimen capitalista se representa en la
fórmula: M = c + v + p. Si descontamos la plusvalía
 al valor de la mercancía, nos quedará un
valor que repone lo que le ha costado la mercancía al
capitalita: c + v. De manera que para el capitalista el capital
constante más el capital variable se le presenta como el
precio de costo de la mercancía: pc = c + v. Y llama
ganancia a la diferencia existente entre el precio a que ha
vendido la mercancía y el precio que le ha costado. De
manera que para el capitalista no existe capital constante, ni
capital variable ni plusvalía. Sólo existe lo que
le costado la mercancía, los medios de producción
gastado y los salarios pagados, y la ganancia, que se le presenta
no como un plusvalor creado por los trabajadores que ha
contratado, sino como la diferencia entre el precio al que puede
vender la mercancía y lo que le ha costado producirla.
 Por eso, para el capitalista la fórmula que
representa el valor de las mercancías es el siguiente: M =
pc + g.

Esta fórmula no expresa cómo se genera el valor,
sólo expresa cuánto le cuesta la mercancía
al capitalista. Marx lo expresa así: "Ya se vio más
arriba que aunque p, la plusvalía, sólo brota de un
cambio de valor del capital variable, después de finalizar
el proceso de producción representa asimismo un aumento de
valor de c + v, el capital global gastado… Así
presentada, como vástago del capital global desembolsado,
la plusvalía revista la
forma transfigurada de la ganancia".

Cuota de plusvalía
y cuota de ganancia

La cuota de plusvalía, P", se representa mediante la
fórmula: P" = p/v. Esta fórmula expresa el grande
de explotación de la fuerza de trabajo. Esta
fórmula pone en relación porcentual la cantidad de
valor nuevo con el que se queda el capitalista, la
plusvalía, con el valor que se quedan los trabajadores, el
salario. Por su parte, la cuota de ganancia, G", se representa
mediante la fórmula: G" = p/pc. Esta fórmula
expresa el grado de revalorización del capital total
desembolsado. Pone en relación porcentual el valor nuevo
con el que se queda el capitalista, p, con el valor del capital
desembolsado, precio de costo de la mercancía. Así
que dada una determinada masa de plusvalía, la cuota de
ganancia siempre arrojará un porcentaje inferior a la
cuota de plusvalía.

La ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia

A medida que se desarrolla el modo capitalista de
producción, así ha sido desde su inicio y lo sigue
siendo en la actualidad, se efectúa una disminución
relativa del capital variable en relación con el capital
constante. O dicho de otra forma: la inversión en capital
constante aumenta proporcionalmente más que la
inversión en capital variable. Gráficamente podemos
decir que cada vez las naves son más grandes, hay mayor
cantidad de maquinaria, se procesa mayor cantidad de materia prima,
y proporcionalmente hay menos obreros. Este crecimiento gradual
del capital constante, en proporción al variable, provoca
inevitablemente un descenso gradual de la cuota de ganancia.
 

Una de las causas principales de la baja de la cuota de
ganancia es el desarrollo incondicional de las fuerzas
productivas. Todas las empresas buscan producir y vender lo
más posible y hacerlo a los precios más baratos. Y
esto sólo pueden lograrlo haciendo que sus empresas
crezcan e instalen maquinarias de última tecnología. ¿Y
por qué este afán por el desarrollo incondicional
de las fuerzas productivas? Porque quieren quedarse con todo el
mercado. Porque quieren acabar con la competencia.
Todas las empresas, bajo el régimen de producción
capitalista, abrigan en su seno el deseo de monopolio.

Pongamos un ejemplo para que se vean las graves consecuencias
del desarrollo incondicional de las fuerzas productivas. Pensemos
en un pequeño país que tiene un centenar de
medianas empresas de alimentación con
tecnología del año 2000. Supongamos ahora que unos
inversores extranjeros instalan una macroempresa de
alimentación con tecnología del año 2008. La
diferencia tecnológica es tan grande que las macroempresa
respecto de la mediana empresa tiene dos
claras ventajas: una, necesita un 30 % menos de mano de obra, y
dos,  produce cinco veces más productos por
unidad de tiempo. Esto
provoca automáticamente dos cosas: una, el capital que
representan las 100 medianas empresas se desvaloriza, y dos, una
buena parte de ella, al ver disminuir su ganancia por debajo del
costo, desaparece.

¿Debemos entonces permitir el desarrollo incondicional
de las fuerzas productivas? Bajo el punto de vista de los
intereses de la sociedad debemos responder con un rotundo no.
¿Quién debe determinar el grado  de desarrollo
de las fuerzas productivas? Bajo el punto de vista de los
intereses de los trabajadores debe determinarlo no la competencia
sino las necesidades sociales. Puesto que si algunas empresas
aceleran en exceso el desarrollo de las fuerzas productivas, el
daño
que provoca es superior a los beneficios que reporta. 
¿Estamos proponiendo acabar con la competencia? De
ningún modo. Lo que estamos proponiendo es que se mantenga
dentro de unos límites razonables y beneficiosos para los
intereses del conjunto de la sociedad.

Las condiciones de la
explotación y de la realización de la fuerza de
trabajo

La obtención de plusvalía constituye el proceso
directo de producción. Tan pronto como se ha objetivado en
mercancías la cantidad de plustrabajo que puede
exprimírsele al obrero, se ha producido la
plusvalía. Pero con esta producción de
plusvalía sólo ha terminado el primer acto del
proceso de producción capitalista. Ahora viene el segundo
acto del proceso: hay que vender las mercancías.  Y
hay que venderlas todas, tanto las que reponen el capital
constante y el capital variable como las que representan la
plusvalía.  Si no ocurre así, si sólo
se venden las mercancías que reponen el capital
desembolsado y no las que representan la plusvalía, el
obrero ha sido ciertamente explotado pero su valor de
explotación no se ha realizado.  (Realizar el valor
de las mercancías significa vender las
mercancías)

Las condiciones de explotación y su realización
no son idénticas. Se diferencian en principio tanto
espacial como temporalmente.  Primero se explota al obrero
en la empresa,
cuando aquel produce las mercancías,  y
después se realiza la explotación en el mercado,
cuando las mercancías son vendidas. Pero las condiciones
de explotación también se diferencias
conceptualmente de las condiciones de realización. Las
condiciones de explotación están limitadas por las
fuerzas productivas de las que dispone la sociedad,  por el
tamaño de las empresas por el nivel técnico de las
máquinas y por el nivel profesional de los
trabajadores, mientras que las condiciones de realización
están limitadas por dos factores: uno, por la
proporcionalidad entre las distintas ramas de producción,
y dos, por la capacidad de consumo de la
sociedad.

Con respecto al primer factor, a la proporcionalidad entre las
ramas, todo el mundo lo venía cantando con respecto a la
actual crisis: la rama de la construcción está
teniendo un desarrollo desproporcionado con respecto a las otras
ramas. Si el pago de las hipotecas absorbe la mayor parte de la
capacidad de consumo de los trabajadores, necesariamente tiene
que mermar la demanda del
resto de los servicios y
bienes de las
otras ramas de la economía. Y esta desproporción
más tarde o más temprano se tiene que manifestar
como crisis.

Con respecto al segundo factor, a la capacidad de consumo de
la sociedad, diremos que no viene determinada por la capacidad
absoluta de consumo de la sociedad, sino por la capacidad de
consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución, que reduce el consumo de las
grandes masas de la población a límites muy estrechos.
Hoy día hay muchas viviendas que no se pueden vender
porque no hay gente que pueda comprarlas. Aparentemente la
situación es así. Pero no es cierto. Lo cierto es
que las personas que tienen dinero no tienen necesidad de esas
viviendas, y quienes la necesitan no tienen dinero para
comprarlas. El hecho cierto es que en la producción de
viviendas no se ha tenido en cuenta la capacidad de consumo, o
mejor la capacidad adquisitiva, de las personas que las
necesitan. Y por eso se ha producido en exceso: hay crisis de
superproducción. Pero esto no es un rasgo accidental del
capitalismo, es un rasgo periódico.

El mercado
mundial como ley natural independiente de los
productores

En el capitalismo predomina la competencia ciega entre las
empresas. Todas buscan aumentar la productividad del
trabajo para ampliar su cuota de mercado y desalojar a las
empresas rivales. Si las empresas no crecen, corren el riesgo de
perecer. Y el aumento de la productividad del trabajo, la
introducción de nueva maquinaria con mejor
tecnología que abarata el producto individual, provoca la
depreciación del capital existente. Por lo
tanto, el mercado tiene que extenderse continuamente y parece no
tener fin. La
globalización es una expresión más, un
estadio de desarrollo más, de la extensión de
mercado. Y resulta lo que muy sabiamente dice Marx: "Las
conexiones y condiciones que regulan el mercado mundial 
adoptan más y más la forma de una ley natural
independiente y resultan cada vez más incontrolables". No
otra cosa ha puesto de manifiesto esta crisis: el mercado mundial
se ha manifestado como una potencia
incontrolable que ha causado daños irreparables a la
economía. Y la solución se ha evidenciado con
claridad en EEUU y en la UE: la intervención estatal, la
nacionalización de la banca, la
dirección y conciencia propias del
interés colectivo y de la propiedad pública.

El desarrollo de las fuerzas
productivas y la valorización del capital
existente

El verdadero límite de la producción capitalista
es el propio capital. El capital y su
autovalorización  se presentan como punto de
partida  y fin de la producción. Si tengo 100 euros
de capital persigo que se transforme en 120, y cuando tenga 120
persigo que se transforme en 150 y así sin parar. La
producción sólo es producción para el
capital y, no al revés, los medios de producción
medios para la extensión de la vida de la sociedad. La
producción no tiene como fin y meta la vida de la sociedad
y su mayor felicidad, sino el capital y su
autovalorización.

Los límites en los que puede moverse la
conservación y valorización del capital, basada en
la destrucción del capital de la competencia y en la
miseria de grandes masas a escala
planetaria, están en constante contradicción con
los métodos de
producción que emplea el capital para sus fines. Los
métodos de producción capitalistas persiguen el
aumento ilimitado de la producción, tienen a la
producción como fin en sí mismo, buscan el
desarrollo incondicional de las fuerzas productivas. Pero como
las grandes masas sociales perciben ingresos muy limitados, nunca
pueden consumir todo lo que se produce y se originan las crisis
de sobreproducción. Después se quejan los
capitalistas de que se están vendiendo menos casas, menos
automóviles y menos de todo. No puede ser de otro modo:
quienes necesitan esas mercancías no pueden comprarlas
porque no tienen dinero.

Así que el fin de la producción no
debería ser la valorización del capital existente o
no únicamente la valorización del capital
existente.  No se debería permitir que todo el
plusvalor creado fuera destinado a aumentar de nuevo la
producción, se debería limitar la cantidad de
plusvalor destinado a ese fin. Se debe buscar que la
producción esté al servicio de
las necesidades sociales y la felicidad común. Para ello
una buena parte del plusvalor debería ir a manos de sus
creadores: los trabajadores. Sólo así se
obtendría una mayor proporcionalidad entre lo que se
produce y lo que se consume. Y las crisis no nos
azotarían.

El dinero como dinero y el dinero como
capital

Al dinero suele llamársele capital. Es hábito
común entre los economistas burgueses. Pero esto no es
cierto, todo dinero no es capital. ¿Cuándo el
dinero se transforma en capital? Cuando con ese dinero se compran
medios de producción y fuerza de trabajo para producir
riqueza.

Si el dinero es empleado para comprar un coche, una vivienda o
cualquier otro medio de consumo, ese dinero no es capital. Es
cierto que los bancos prestan dinero a los ciudadanos para
comprar viviendas y automóviles y les cobra un
interés. Es cierto que los bancos venden ese dinero como
capital, pero no se usa como capital sino como medio de
compra.

La circulación del capital

La conversión de una suma de dinero en medios de
producción y fuerza de trabajo es el primer movimiento que
efectúa el dinero que debe funcionar como capital. Ocurre
en el mercado. La segunda fase del movimiento, la
producción, finaliza cuando los medios de
producción con el concurso de la fuerza de trabajo se han
transformado en mercancías. El valor de estas
mercancías encierra más valor que el de sus
componentes, esto es, contiene el valor del capital
originariamente desembolsado más una plusvalía o
ganancia. La tercera fase del movimiento también
transcurre en el mercado: hay que vender las mercancías
producidas, transformarlas en dinero para iniciar de nuevo el
ciclo.

El momento más crítico del ciclo del capital se
encuentra en la tercera fase. Las mercancías pueden no
venderse o sólo venderse en parte. Pueden incluso venderse
pero el  cliente no
pagarlas. Si esto ocurre, el ciclo queda roto y no hay dinero
para iniciarlo de nuevo.  Hay que tener en cuenta que el
comprador de la mercancía, suponiendo que sea una
vivienda, habitualmente  solicita al banco un
crédito  para pagarla. El vendedor ha realizado la
venta y puede iniciar de nuevo el ciclo del capital, pero puede
suceder que la persona que ha solicitado el crédito no
tenga dinero para pagarlo. El ciclo, por lo tanto, no ha
terminado. La vivienda no se ha realizado como dinero. Permanece
ahora en manos del banco como un bien patrimonial. Y si esto
ocurre en cantidad, como ha ocurrido con las hipotecas subprime,
se produce una crisis. Los bancos no pueden seguir concediendo
créditos y se paraliza o estanca una parte de la
producción.

El capital como mercancía

El dinero puede convertirse en capital sólo en el modo
de producción capitalista. Y bajo esta circunstancia de un
valor dado pasa a ser un valor que se valoriza. El dinero como
capital produce ganancia. Pero, ¿qué quiere decir
que el dinero como capital produce ganancia? Que faculta al
capitalista para extraer de los obreros una determinada cantidad
de trabajo no retribuido. De esta manera, además del valor
de uso que posee como dinero, esto es, ser medio de compra,
adquiere un valor de uso adicional: funcionar como capital. La
utilidad del
dinero como capital estriba justamente en la ganancia que
produce. Y esta utilidad del dinero como capital, producir
ganancia, hace posible que se transforme en mercancía.

Si la cuota media anual de ganancia es del 20 %, toda suma de
100 euros empleadas como capital genera una ganancia de 20 euros.
Por lo tanto, si A dispone de 100 euros, A tiene en sus manos el
poder de producir 20 euros de ganancia. Si A cede los 100 euros
por un año a B que los emplea como capital, le 
dará a B el poder de producir 20 euros de ganancia. Si al
final del año B le paga 5 euros al propietario de los 100
euros, le  está pagando el valor de uso de los 100
euros como capital.  Los 5 euros que B le paga a A se llaman
interés, que no es más que un nombre especial para
una porción de la ganancia que el capital en funciones
tiene que abonarle al propietario del capital. Desde este momento
es necesario distinguir entre el capitalista en funciones, el
capitalista que realmente emplea el dinero como capital, y el
propietario del capital.

Se ha instalado en la conciencia de la gente que es un hecho
natural que quien deposite en un banco una suma de dinero a plazo
fijo, debe entregársele a cambio un interés. Parece
que es natural y razonable este hecho. Pero los marxistas
deberíamos expresar este hecho de otro modo: quien
deposita dinero a plazo fijo en un banco, tiene derecho a
apropiarse de una determinada cantidad de trabajo ajeno. Pero la
cosa no queda ahí, puesto que el beneficio del banco
proviene  de la diferencia existente entre el interés
al que presta el dinero y el interés que paga a los
depositantes. Así que los dueños de los bancos, los
accionistas,  al prestar dinero, tienen también
derecho a apropiarse de trabajo ajeno. Hemos supuesto que de modo
general el interés es un parte de la ganancia que el
industrial o comerciante produce con el capital prestado.

A este respecto hay que tener en cuenta dos cuestiones. Una,
si el número de personas que viven de prestar dinero crece
de manera desproporcionada con respecto a las personas que
producen ese beneficio, el sistema económico termina por
saltar y se produce una crisis. Son demasiadas manos las que se
apropian de trabajo ajeno. Aquí también debe
intervenir el Estado: no se puede permitir esos descomunales
sueldos e ingresos que tienen los grandes capitalistas, los altos
ejecutivos, las estrellas del deporte, las estrellas de cines y
un largo etcétera. Cuanta mayor masa monetaria ingrese una
persona, mayor capacidad tienen para apropiarse de trabajo ajeno.
Suponiendo que el tipo de interés vigente sea del 5 %, si
deposito 1000 euros a plazo fijo, obtengo 50; pero si deposito 10
millones de euros, obtengo 500.000 euros. Y esto no debe
permitirse, no sólo porque supone una cruel
explotación, sino porque el sistema económico no
puede resistirlo y periódicamente incurrirá en
crisis.

La segunda cuestión a plantear es que cuando un banco
presta dinero para que un asalariado compre una vivienda, el
interés que paga el trabajador no proviene de la ganancia,
puesto que él no emplea el dinero como capital, sino de su
salario. Aquí el dinero prestado adquiere la forma de
usura. Es una cruel explotación la que se realiza sobre
los trabajadores. Al comprador de la vivienda lo explota primero
el propietario del suelo, cuyo precio ha ascendido de manera
astronómica sin haber añadido el menor trabajo al
mismo, y después el banquero, que le cobra un
desproporcionado interés. Aquí de nuevo debe
intervenir el Estado: el interés del dinero prestado para
comprar viviendas no debe exceder en ningún caso la
inflación.

El crédito como
mediador de toda actividad económica

En un sistema de producción donde todo el mecanismo del
proceso de reproducción se base en el crédito,
desde que éste cesa de repente tiene que producirse una
crisis, esto es, una demanda violenta de medios de pagos. Todas
las empresas solicitan crédito para comprar maquinarias y
materias primas, todas tienen siempre un estado determinado de
endeudamiento, siempre le deben dinero a los bancos. Igual sucede
con los consumidores: solicitan créditos para comprar una
vivienda, un automóvil, muebles etcétera. De manera
que el sistema capitalista no podría sostenerse ni
reproducirse si falla el sistema de crédito, si los bancos
no prestan dinero. De ahí la necesidad irrenunciable de
que el Estado intervenga en la actual crisis e inyecte dinero al
mercado financiero. Si no lo hiciera, las consecuencias a corto
plazo serían en parte muy graves y en parte
irreparables.

Bajo el punto de vista de los intereses del socialismo nos
debe alegrar que esta intervención en el caso de Inglaterra haya
consistido en la nacionalización de una parte de los
bancos. El Estado en algunos casos, no sé si en todos, se
ha convertido en el accionista mayoritario. Creo que esta crisis
ha puesto de manifiesto la importancia básica del
crédito monetario y de la actividad de los bancos.
También ha puesto de manifiesto la necesidad de la
intervención del Estado. Por lo tanto, siendo los bancos
un agente  tan importante y básico para el sistema
económico, se deduce con claridad la necesidad de que los
bancos sean de propiedad pública y no de propiedad
privada. Y no es un sueño de utópicos socialistas,
sino una urgente necesidad, como ha puesto de manifiesto la
actuación de los Estados capitalistas en la actual crisis
financiera.

El capital ficticio

La forma del capital productor de interés, esto es, que
el dinero produce más dinero, implica que toda renta
regular de dinero se presente como interés de un capital,
provenga o no de un capital.  Primero se convierte en
interés la renta monetaria, y después se calcula el
capital del que aquel interés supuestamente proviene.

Pongamos por ejemplo el salario. Supongamos que una persona
gane al mes 1000 euros.

Si el tipo de interés es del 5 %,  los 1000 euros
se presentarían como el interés que arroja un
capital de 20.000 euros. El salario se consideraría
aquí como el interés, y la fuerza de trabajo como
el capital que arroja este interés. El absurdo de la
concepción capitalista llega aquí a extremos
irrisorios, puesto en vez de explicar la valorización del
capital por la explotación de la fuerza de trabajo, se
procede al revés, se presenta la fuerza de trabajo como si
fuera un capital que arroja un interés específico:
el salario. La mejor manera de desbaratar este absurdo estriba en
saber que el obrero tiene que trabajar para poder obtener ese
"interés" llamado salario, mientras que el capitalista
monetario no tiene que trabajar para percibirlo.

Pero aclaremos mejor el concepto de
capital ficticio poniendo como ejemplo la deuda pública.
El Estado toma prestado dinero y emite títulos de deuda
pública.  Aquí el acreedor, quien posee el
título de deuda, no puede romper sus lazos con el deudor,
el Estado. Lo que sí puede hacer es vender a otra persona
ese título de deuda. Pero lo primero que debemos ver claro
es que el capital prestado ya no existe, puesto que el Estado ya
se lo ha gastado. Lo único que existe es un título
de deuda en manos del acreedor. Supongamos que este título
de deuda tenga un valor nominal de 100 euros y que el tipo de
interés sea del 5 %. El propietario del título
podrá reclamar cada seis meses o cada año el 5 %
que le corresponde de los impuestos
recaudados por el Estado. En eso se basa su derecho de propiedad.
Pero tiene otra opción: puede venderlo a otra persona por
100 euros. Pero en todos estos casos el capital sigue siendo
ilusorio, ficticio. Y por dos  razones fundamentales: una,
porque ya se gastó, y dos, porque no se usó como
capital.

Las
acciones

Las acciones
representan capital real, esto es, al capital invertido o
pendiente de invertir en la empresa en cuestión: en
maquinarias, instalaciones, materias primas, salarios,
etcétera. Pero este capital no existe por partida doble:
una vez como acción,
como título de propiedad, y otra vez, como capital
realmente existente. Sólo existe bajo esta última
forma: como capital realmente existente en la empresa.
Erróneamente muchos economistas convencionales llaman a
las acciones capital en vez de decir que representan capital.
Entre ser y representar hay una diferencia ostensible.

Supongamos que una persona A es propietaria de acciones de la
empresa H. A puede venderlas a B, y B puede venderlas a C. Estas
transacciones no cambian la naturaleza de las cosas. La empresa H
no experimenta cambio alguno. A ha transformado sus acciones en
dinero y B ha transformado su dinero en acciones. Y las acciones
no son otra cosa que títulos de propiedad que dan derecho
a su  poseedor a percibir una parte de la ganancia generada
por la empresa  H.

El movimiento independiente del valor de estos títulos
de propiedad provoca la apariencia de que constituyen un capital
real junto al capital del que son títulos. De hecho, al
poderse vender y comprar, se transforman en mercancías,
cuyos precios tienen un movimiento específico. Sucede que
su valor de mercado adquiere una determinación distinta de
su valor nominal sin que se modifique para nada el valor real que
representan. Su valor de mercado oscila con la cuantía y
la seguridad de los
rendimientos a que dan derecho: si la empresa en cuestión
proporciona cuantiosos dividendos y es una empresa con
futuro, el valor de mercado de las acciones subirá. Si por
el contrario la empresa está dando pocos dividendos y
sobre su futuro se ciernen malas expectativas, el valor de
mercado de las acciones bajará.

Las acciones, la especulación y el
tipo de interés

¿Por qué el valor de mercado de las acciones es
en parte especulativo? Porque que su valor no viene determinado
por los dividendos que arrojan en la actualidad, sino por los
esperados, por los que han sido calculados de antemano. Y los
vendedores de estos títulos siempre están
dispuestos a exagerar los futuros resultados con el fin de que el
precio de mercado suba. Pero supongamos que la
valorización del capital de las acciones que lo
representan sea constante: el 5 %, esto es, una acción de
100 euros arroja un interés de 5 euros. Si el tipo de
interés sube del 5 al 10 %, resulta que la acción
que garantiza un dividendo de 5 euros sólo representa un
capital de 50 euros. Y si el tipo de interés baja del 5 al
2,50 %, resulta que la acción representará un
capital ficticio de 200 euros. Por lo tanto, el valor de mercado
de las acciones aumenta y disminuye en relación inversa
con el tipo de interés. Cuanto más bajo sea el tipo
de interés, el valor de mercado de la acción
aumentará; y cuanto más alto sea el tipo de
interés, el valor de mercado de la acción
disminuirá.

En todo caso, el valor de mercado de la acción es
siempre el rendimiento capitalizado, esto es, el rendimiento
calculado a base de un capital ilusorio o ficticio de acuerdo con
el tipo de interés vigente. De ahí que en tiempos
de crisis el precio de las acciones baje por dos razones
fundamentales: una, porque el tipo de interés sube, y dos,
porque todo el mundo quiere desprenderse de las acciones para
obtener dinero. Y esta depreciación no sólo se
produce para las empresas malogradas, sino también para
las que están arrojando aceptables dividendos. De manera
que una vez que ha pasado la crisis, el valor de las acciones de
estas últimas empresas vuelve a subir. Por último,
hay que señalar que la depreciación del precio de
mercado de las acciones durante la crisis se convierte en un
poderoso mecanismo para la centralización de las fortunas en dinero.
Puesto que quien compró la acción a bajo precio en
tiempos de crisis, la vende después de la crisis a un
precio más alto.

Las acciones y la plusvalía o
plustrabajo

Hoy en día todo el mundo puede tener acciones, desde un
simple trabajador, pasando por un miembro de la clase media 
hasta llegar al más grande de los oligarcas. Así
que aparentemente todo el mundo se ha convertido en explotador,
puesto que quien tiene una acción tiene derecho a cobrar
una parte de la plusvalía producida por el capital que
representa. Pero mirando las cosas más de cerca el
panorama cambia. Debemos partir de la base de que todos los
trabajadores, además de producir el trabajo
necesario, esto es, su salario, producen plustrabajo o
plusvalía, unos más y otros menos. De manera que si
un trabajador es propietario de acciones por valor de 3.000 euros
y cobra un dividendo anual de 150 euros, suponiendo que la
valorización del capital que representa sea del 5 %, lo
único que está haciendo es recuperar una parte del
plustrabajo que aporta a la sociedad. Así que en este caso
el trabajador en cuestión no  está
apropiándose de trabajo ajeno.

Distinto es el caso de una persona que tiene acciones por
valor de 30 millones de euros. Cada año cobrará un
dividendo por valor de 1.500.000 euros. En este caso el
propietario de esas acciones sí se está apropiando
de trabajo ajeno. Se trata entonces de saber cómo evitar
que las sociedades por
acciones permitan a sus titulares apropiarse de trabajo ajeno. La
respuesta es sencilla: poniéndole un tope al ingreso y al
patrimonio de cada ciudadano. Sólo así podremos
evitar que las riquezas de por sí ya descomunales se
vuelvan cada año más descomunales. Y la causa de
las crisis se encuentra justamente en el desproporcionado
enriquecimiento de unos cuantos, que como tienen mucho más
dinero y propiedades que las que necesitan, nunca
estimularán el consumo o sólo estimularán el
consumo de productos de lujo.

El
crédito y la desaparición de las justificaciones
del capitalismo

El crédito brinda al capitalista individual un poder
absoluto de disposición sobre capital ajeno. La globalización ha hecho que este poder
absoluto llegue a extremos alarmantes y enormemente peligrosos
para la salud incluso
del propio sistema capitalista. Y quien puede disponer de modo
absoluto de enormes cantidades de capital ajeno, le permite
disponer de trabajo social y,
con ello, la posibilidad de apropiarse de ingentes cantidades de
plustrabajo. Desaparecen con esto todas las explicaciones y las
justificaciones del sistema capitalista. Lo que arriesga el
comerciante o el industrial, el emprendedor en general, es la
propiedad social, no la propiedad suya. Se ha acabado la idea de
que el capitalista merece ganar lo que gana porque arriesga su
capital. Esa época acabó. Ahora lo que arriesga es
el capital social. También será un absurdo
presentar el capital como naciendo del ahorro, cuando
lo cierto es que los otros ahorran para él. No sólo
estriba la ganancia en la apropiación de trabajo ajeno por
parte de capitalista, sino que el capital que se pone en
movimiento para producir esa ganancia es ajeno. Así que si
el dinero que se les presta a los capitalistas es social, social
debe ser la propiedad de las empresas y social deben ser los
beneficios generados por la misma.

Insistiendo en la naturaleza social del
crédito

La contradicción general del capitalismo, la existente
entre el carácter social de los procesos y la
apropiación privada de sus resultados, se manifiesta en
multitud de procesos y hechos económicos. Esta
contradicción la observamos, por ejemplo, en la
apropiación de la ganancia media por parte del
capitalista. Todo capitalista individual extrae a los
trabajadores que explota una determinada cantidad de plustrabajo.
Pero el plustrabajo del que se apropia cada capitalista
individual depende, no de ese plustrabajo individual, sino de la
cantidad de plustrabajo total que extrae el capital global. De
manera que cada capital individual se apropia de una parte de ese
plustrabajo total, que puede estar por encima o por debajo del
que produce de forma individual. Se impone lo social y lo social
determina lo individual.

Pero este carácter social de la ganancia sólo se
hace realidad de modo íntegro mediante el desarrollo pleno
del sistema de crédito y bancario. Este sistema pone a
disposición de los capitalistas todo el capital disponible
de la sociedad. Pero con una peculiaridad sociológica muy
importante: ni quien presta el capital, el banquero, ni quien lo
emplea, el emprendedor, es su propietario. Se anula así el
carácter privado de el capital y contiene en sí,
como advierte inteligentemente Marx, la supresión del
propio capital. Vemos de continuo cómo del propio
capitalismo nace y se desarrolla su propia negación.

La razón
última  de las crisis

Para poder explicar la verdadera naturaleza de la crisis y su
causa fundamental, Marx presenta lo siguientes supuestos. Uno:
suponemos que toda la sociedad se compone de capitalistas
industriales y de obreros asalariados. Dos: prescindimos de los
cambios de precios que impiden la reposición de ciertas
partes del capital. Tres: prescindimos también de los
negocios
ficticios y de las operaciones
especulativas que estimula el sistema de crédito.

Lo que algunos analistas presentan como causa de la crisis,
los negocios ficticios y la especulación, Marx nos dice
que prescindamos de ellos. ¿Por qué? Porque
desvirtúan la esencia del capitalismo. Pero además
nos hace una pequeña anotación muy importante: esos
negocios ficticios y esas operaciones especulativas son
estimulados por el crédito. ¿Por qué? Por la
razón que se dio antes: porque los bancos ponen a
disposición de los capitalistas o de los que se hacen
pasar por capitalistas todos los ahorros de la sociedad.

Pues bien, una vez establecidos aquellos supuestos, Marx
explica que la crisis sólo podría  explicarse
por dos razones: una, por la desproporción de la
producción en las distintas ramas, y dos, por la
desproporción entre el consumo de los capitalistas y su
acumulación. Con respecto a la desproporción entre
ramas es manifiesto que el sector de la construcción
creció de forma desproporcionada respecto del resto de los
sectores económicos. Pero también creció de
forma desproporcionada el sector del automóvil y el sector
de la telefonía móvil y otros sectores. De
ahí que se produzca, de momento, una baja en la venta de
viviendas y de automóviles.

Con respecto a la segunda causa, la desproporción entre
el consumo de los capitalistas y su acumulación, diremos
lo siguiente. La reposición de los capitales invertidos en
la producción (en la producción de casas, por
ejemplo) depende de la capacidad de consumo de las clases no
productivas, de los rentistas, de los ricachos, pero éstos
no tienen necesidad de comprar casas, porque ya las tienen y de
sobra. Mientras que la capacidad de consumo de los trabajadores
está limitada por las leyes del salario, que para una gran
mayoría social sólo da para llegar a fin de mes.
Los obreros son quienes necesitan las viviendas, pero no tienen
dinero para adquirirlas. Y si aumenta el paro,
más se reduce el poder adquisitivo de la clase obrera en
su conjunto y más se manifiesta la crisis como crisis de
sobreproducción.

Por lo tanto, "La razón última de todas las
crisis reales es siempre la pobreza y la limitación del
consumo de las masas frente a la tendencia de la
producción capitalista a desarrollar las fuerzas
productivas como si no tuvieran más límite que la
capacidad absoluto de consumo de la sociedad".

 

 

 

 

 

Autor:

Francisco Umpiérrez Sánchez

En Las Palmas de Gran Canaria. 19 de octubre de 2008.

Partes: 1, 2
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