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El espacio en diagonal (página 2)



Partes: 1, 2

El espacio en diagonal

El gran maestro Federico Fellini, cuando nos cuenta
cómo la historia bien se puede
asemejar a una nave que va, nos muestra el
momento preciso en que el mundo de la épica
decimonónica cede su espacio de lírica interpretación, a la terrible posibilidad
de un orden distinto. Cuando uno cree que eso es ya
suficiente  – contar una anécdota, teorizar sobre la
historia -, el director demuestra el poder
literario de la imagen,
subrayando lo que acaba de decir, al hacernos ver la maquinaria
que ha hecho posible tal artificio en la escena final. Revela
así el juego de las
dimensiones, de la fantasía de lo concreto. De
la no perdurabilidad de las cosas, de un orden que está
cambiando. El espacio de la escena, que había sido el del
teatro, queda
alojado de pronto entre las bambalinas de un teatro de celuloide.
El cabalgamiento de las dimensiones refleja así
también, que la seguridad del
espacio fílmico está puesta en duda.

Pareciese que el gran maestro buscó y
ubicó  una de esas "rupturas" dentro de la historia
del pensamiento de
los hombres, relató un conjunto de acontecimientos
iniciáticos, partidas, fundaciones, que no remiten a
orígenes sino a situaciones de desplazamientos, momentos
de incertidumbre, de idas y venidas, que obligan – por temor – a
buscar la vertical perdida. La escenificación de la
nave  plantea un espacio de reducción interpretativa,
un mundo asible para la comprensión de un problema que
está "aislado", en un campo que se mueve. El movimiento que
tiene una trayectoria, desde un lugar hacia un destino no
precisado en una geografía codificada
– un punto en el océano donde se esparcirán las
cenizas de la lírica -, soporta también el
vaivén del movimiento propio del mar, de lo azaroso, de lo
que se desplaza.

Las vicisitudes de la travesía, los relatos del que
cuenta -siempre alguien le narra algo a alguien-, la intempestiva
irrupción del pesado contexto de la preguerra, la
aparición de la masa sufriente que viaja oculta a los ojos
de esa elite, no por auto marginación, sino porque no ha
querido ser vista por esa elite, hasta ese momento en que se
sienten a manos de sus "comunes temores", se hacen definitivas
cuando el gran maestro abre la cámara y muestra el
mecanismo que simulaba el vaivén del mar y de la nave que
va. Lo real y lo narrado, el espacio en el que habíamos
estado hasta
ese momento, se desplaza desde la pantalla, abarca a la platea,
penetra en mi realidad, en mi situación hoy – cuando sea
-, deshaciendo cualquier tipo de espacio de configuración,
del relator, de la escena, del celuloide, el cine, el
espectador, la isla de ensoñación. La visibilidad
del no-espacio aparece palpable al percibirse una diagonal entre
un espacio de configuración y un
espacio de localización, que no
estarán ya más en una misma vertical.

Lo diagonal es la discriminación para el que lo
percibe

La llamada "crisis de la
modernidad", ha
sido la manifestación de la constatación del
desplazamiento  entre el espacio de
localización
y el espacio de integración de las instituciones
por la percepción
de un espacio en diagonal.

T. W. Adorno
comentó alguna vez que el racionalismo
aplicado por Aldous Huxley en la estructuración de sus
mundos de utopía era su forma de reacción al trauma
del pánico
que le provocaba su rechazo a la cosificación que el
"nuevo mundo" le ofrecía para integrarse. Esta discriminación padecida por el intelectual
desarraigado, sería la causa de lo que emerge en su
relato: esa crítica
prospectiva a las instituciones.

El espacio propuesto por Huxley en su fantasía
proyectada, es el de Julio Verne, el de Isaac Asimov:
un espacio ordenado verticalmente – de otra forma, atemporal – ,
que mitiga el temor a la percepción de lo
diagonal. Con independencia
de toda gradación valorativa, estos intelectuales
buscaron como todos los utópicos – en el momento
histórico en que emergieron -, una reubicación de
la relación entre el ámbito de acción
de las instituciones y el espacio de localización de las
mismas. Un intento de ordenamiento de suerte diversa – para bien
o para mal de quien juzgue -, que conjure el temor, la
incertidumbre de la desnaturalización, del desarraigo, de
la discriminación, de esa percepción de
espacio en diagonal.

  Esa desubicación territorial, cuya
manifestación inmediata es de desarraigo, provoca la
desnaturalización y el padecimiento de la
discriminación como la que sufre el marginado. Es de
pronto la no pertenencia, la no integración. En la
historia del vencido – historia escrita con una pluma sin tinta-,
hay una recurrencia a ese estado de crisis permanente. Las series
de la vigilancia y del castigo de Foucault, los
reductos donde sobreviven hoy los hijos de esta tierra – esas
reservaciones -, que son campamentos para el resto de sus
vidas, lo corroboran. La persistencia de su segregación,
desnaturalización y el desarraigo que los obliga a
permanecer  dentro de un límite de temor e
incertidumbre, es un espacio  en
diagonal para ellos, pero es uno de eje
vertical para los que decidieron confinarlos en esa
situación atemporal.

2.- Las instituciones y
sus desplazamientos

Los cambios que se observan en la imagen de la ciudad a
través de su historia son el reflejo y la
representación de un estado o avance en el proceso de
construcción de su realidad. Ese estado
de evolución
constructivo se corresponde a
un cierto estadio evolutivo cultural.

La cátedra no es el aula.

La escuela
nació a la sombra del árbol. El espacio designado y
nominado para el aula no existió hasta que se
construyó el claustro. En nuestra forma de pensamiento,
aceptamos hoy que sólo en circunstancias excepcionales el
aula pueda ser una habitación, un rancho, un
tranvía, un contenedor. Sin embargo, los alcances de la
avanzada tecnología actual,
han provocado que la cátedra, el espacio de
validación de los conocimientos justificados
científicamente, se mude del espacio claustral, deje las
aulas, se desplace de su ámbito de localización
tradicional. En correspondencia, una parte de ese espacio dejado
por la cátedra ha sido ocupado por el archivo, porque
el proceso de mediatización es tan rápido, que la
estructura
espacial donde ayer se elaboraban los conocimientos, es hoy, por
su pesada materialidad, lugar de registro:
documento de las prácticas disciplinares,
actualización de la memoria de
los procedimientos y
los métodos
que legitiman sólo la práctica
profesional.

La cátedra ocupa hoy el espacio dinámico del
mercado, de la
ciudad, de la interactividad. Su forma es múltiple y no
por eso ha perdido el valor
institucional. Su espacio de integración sigue siendo el
mismo, responde a los mismos cánones de siempre,
sólo que el espacio de localización, como en la
mayoría de las instituciones de hoy, está
desplazado.

Se ha visto que el temor a la informatización, a la
posibilidad de pérdida de la función
original de la palabra escrita, del libro; a la
pérdida de la supervisión táctil del lápiz
por el uso de medios
"ortopédicos" para la presentación de las ideas, es
infundado. La herramienta es un útil que provoca
sólo nuevas prácticas y formas de
representación que van de lo analógico a lo
digital. En la cátedra de Arquitectura el
disco compacto reemplaza a la maqueta.

La ciudad producto de la
utopía

Es la realidad construida hoy. Aquel rostro de igualdad
pregonado por el movimiento moderno, nunca se pudo contemplar –
salvo en preciosos momentos ya irreproducibles -; siempre se
manifestaron contradicciones y desigualdades entre los
integrantes de estas comunidades.

El desajuste de la relación ciudad-campo – en nuestro
tercer mundo -, profundizó una división que hoy
perdura: los forjadores, constructores de caminos y de puentes,
por una parte y los habitantes "forzados" de las ciudades, que
suelen agruparse cerca de fuentes y
cursos de agua, por
otra. Unos son parte y los otros están aparte. Unos
representan el espíritu "ingenieril" del hombre
moderno, los otros la "indolente" condición del
criollo.

El espacio de integración de la ciudad, que es lo
cosmopolita, con sus distintas formas de presentación, sus
nuevas herramientas
comunicacionales y nuevas prácticas cambian los espacios
de atracción, los espacios de localización. Los
centros mudados – la ciudad descentrada de Marina Waisman -, el
desplazamiento generalizado de los espacios de
localización de las instituciones, manifiestan esta
tendencia.

Las puertas de la ciudad, por ejemplo, han cambiando de lugar
de un tiempo a esta
parte: con la llegada del ferrocarril la puerta fue el hall de la
estación de trenes; después cuando el
automóvil escampó, los arcos en los ingresos viales
pasaron a formalizar el umbral citadino; las estaciones de
ómnibus, los hoteles fueron
salas de recepción; posteriormente, cuando el
espíritu constructor nos fue despegando del suelo, se fue
hablando de la quinta fachada: eso que se observa desde lo alto.
Los aeropuertos se convirtieron en épocas recientes en la
puerta de la ciudad.

Las imágenes
de exterioridad son las pocas y fragmentarias facetas visibles de
las últimas tendencias. Imágenes identificatorias,
necesarias para las nuevas condiciones de mercadeo de la
aldea global, para que lo cosmopolita sea. Se establece
así un mismo valor para exterioridad e identidad,
cuando son cosas muy distintas. Esas pieles de la exterioridad
son un elemento diferenciador de valor incalculable para la
generación de negocios,
oportunidades comerciales, turismo. Es sabido que esto
ha sido  siempre tenido en cuenta para formalizar los
ambientes visibles de la ciudad: Puerta, salas de
recepción, patio principal, salas. Quedando relegada la
identidad de los ambientes no presentables: las habitaciones de
servicio, el
patio trasero.

En nuestra realidad de tercer mundo, el patio trasero sigue
estando ahí. La pluralidad invocada por el acceso a las
redes de información, a su universalización,
tendría que manifestarse en el respeto por las
diferencias, en la integración, en la demolición de
los muros que dividen los ambientes de la casa.

La persistencia de la centralidad como modelo y
espacio de integración de las ciudades, con su correlativo
espacio de localización o centro geográfico, se
manifiesta como una pieza para el anticuario. El axioma de "hacer
ciudad", forma parte de una visión homogeneizadora que
está visto que no da resultados. El territorio es el lugar
de la posible expansión de lo mediado, donde la política
comunicacional es parte fundamental del modelo a implementar. En
él, las ciudades se comportan como nuevo espacio de
localización de la
comunicación "cara a cara", nodo de conexión de
las redes – antes viarias, luego aéreas, ahora
informáticas -. Mientras tanto, la institución de
la polis no tiene una sola cara visible en la
globalidad.

3.- El espacio no
mensurable

El desplazamiento de lo visible: la
desmaterialización

El avance tecnológico tiene en la industria
bélica, su campo de desarrollo. El
sistema de las
Órdenes, los cuerpos de vigilancia, fueron la base de las
fuerzas militares organizadas. Los procedimientos para el
envío de mensajes a distancia para la batalla iniciaron el
código
de señales, signos para
traducirse en palabras. Los métodos de vigilancia,
observación, auscultación, que se
aplican desde el renacimiento por
medio de piezas o mecanismos ortopédicos, provocaron el
gran desarrollo de la óptica,
lo que arrastró consigo un gran cambio en las
formas perceptuales.

Hoy día la guerra busca,
por el gran desarrollo armamentista de base nuclear, la
aplicación de estrategias de
disuasión, las que se realizan por medio del
envío de imágenes virtuales a velocidades
más allá de la luz – por lo que
los humanos no podemos verlas -, pero sí las máquinas
del enemigo, que descodifican las señales y rastrean los
sonidos para evadir los señuelos y reconocer el ataque
verdadero. Este recurso de velocidad
imagen real de la luz -, es una forma de acción que se
despega más y más de la materialidad, de lo
concreto que tenía, para nosotros, la imagen. La que
está usada como recurso ensordecedor, con lo que se aleja
más y más de la realidad como creíamos que
era.

Este desplazamiento notable hacia lo inmaterial parece que es
la
motivación de las distintas disciplinas que en pos de
la especialización profesional, se van corriendo hacia
espacios de intangibilidad. Por momentos las cosas son palabras.
La arquitectura es signo, se ha desmaterializado. El aula es
una red de
interactividad. La ciudad es el territorio.

Queda latente la posibilidad de un nuevo ordenamiento
institucional que provocaría la estructuración de
un sistema otro, de eje vertical, si se detienen los
desplazamientos percibidos.

El integrante de lo por venir podría ser imaginado como
al paradigma de
emperador: un mandarín, que mantiene con orgullo sus
largas uñas, pues demuestra así el tiempo
transcurrido sin tocar las cosas.

Gustavo     Ceballos

A  r  q  u  i  t  e 
c  t  o

Diciembre   de   1997.

Nota: Publicado en el Diario La Voz del Interior,
Córdoba, Argentina, en el suplemento Cultura en la
contratapa a página completa el día jueves 12 de
febrero de 1998.

 

 

 

 

 

Autor:

Arquitecto Gustavo Antonio Ceballos

Institutos de postgrado de la Universidad
Nacional de Córdoba y de la Universidad Católica de
Córdoba

El autor ha publicado la "Guía de Arquitectura de
Córdoba" junto a las arquitectas Marina Waisman y Juana
Bustamante; editada por la Junta de Andalucía, Sevilla,
España,
mediante convenio con la Municipalidad de la ciudad de
Córdoba, Argentina, en el año 1997.

Colaborador en diarios locales y nacionales así como la
revista de
Patrimonio de
La Junta de Andalucía, Sevilla, España.

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