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¿Existe realmente Dios?




Enviado por Benjamin Breeg



Partes: 1, 2

    "[Los Impíos]… dicen discurriendo
    desacertadamente: "Corta es y triste nuestra vida; no hay remedio
    en la muerte del
    hombre ni se
    sabe de nadie que haya vuelto del Hades. Por azar llegamos a la
    existencia y luego seremos como si nunca hubiéramos
    sido… al apagarse, el cuerpo se volverá ceniza y el
    espíritu se desvanecerá como aire
    inconsistente… Paso de una sombra es el tiempo que
    vivimos, no hay retorno en nuestra muerte; porque
    se ha puesto el sello y nadie regresa". L
    os impíos
    tendrán la pena que sus pensamientos merecen, por
    desdeñar al justo y separarse del Señor."

    La Biblia, Sabiduría Capítulo 1,
    versículos 1-10.

    El avance actual de la ciencia
    habría logrado mostrar en forma consistente con  las
    observaciones, el proceso
    mediante el cual se forman las galaxias y los mundos en el Universo. Del
    mismo modo, la evolución y selección
    natural de las especies, permite comprender de forma racional
    como se desarrollan seres inteligentes como nosotros. Este
    progreso ha ido en detrimento de las explicaciones
    teológicas históricas, las que paulatinamente se
    han visto forzadas a retroceder y atrincherarse en los umbrales
    del conocimiento
    actual.

    La pregunta que surge es porqué, aún con lo que
    sabemos actualmente, cerca del 95% de la población mundial creemos ya sea en Dios o
    bien en algún tipo de divinidad o ser místico que
    interviene de algún modo en nuestra vida diaria?
    ¿Podría ser acaso que estuviésemos todos
    equivocados, tal como lo estuvo el mundo antiguo al sostener que
    la tierra era
    plana?

    Nuestra comprensión actual del universo y de las
    leyes que lo
    gobiernan no pudo lograrse en un día; sólo se
    consiguió con el lento avance en la comprensión de
    nuestro entorno. De forma análoga, la idea de un Dios o
    divinidad difícilmente podría ser abandonada de
    golpe, más aún, si consideramos que sólo una
    fracción muy pequeña de la población mundial
    posee conocimiento científicos acabados. Incluso el mismo
    Albert
    Einstein nunca abandonó la idea de un Dios, la que
    plasmó en su célebre frase "Dios no juega a los
    dados con la naturaleza" a
    propósito del desarrollo de
    las leyes de la mecánica
    cuántica que explican con éxito
    el mundo de las partículas, y donde el azar y la
    incertidumbre juegan un papel preponderante.

    Desde los albores de la humanidad, el hombre ha
    intentado explicar su propia existencia y la del mundo que lo
    rodea. Para nuestros antepasados primitivos la respuesta lógica
    era que un Dios todopoderoso lo había creado todo, de modo
    tal, de satisfacer a cabalidad los requisitos para la
    subsistencia de nuestra supuestamente privilegiada
    humanidad. De este modo, nuestro planeta ocuparía un
    sitial primordial en el Universo, y tanto el aire que respiramos
    como los animales que nos
    dan el sustento, así como las estaciones del año,
    habrían sido creados "a la carte" (es decir, a la
    medida)
    por dicha divinidad.

    Para nuestros antepasados temer, alabar y mantener contenta a
    la(s) Divinidad(es) con toda clase de
    sacrificios y ofrendas,
    resultaba absolutamente fundamental para garantizar la
    armonía y estabilidad del mundo y los cielos. Lo contrario
    suponía desatar su cólera,
    la que quedaría de manifiesto en catástrofes
    naturales y calamidades de toda especie.

    Un claro ejemplo de esta relación de "obediencia por
    temor
    " se encuentra en la Biblia judía o antiguo
    testamento, donde se aprecian numerosos pasajes alusivos a
    normas del
    tipo "premio-castigo" entre el pueblo judío
    nómada de aquél entonces y su Dios, Yahvé:
    "Si despreciáis mis normas y rechazáis mis
    leyes…mandaré sobre vosotros el terror, la peste y la
    fiebre…soltaré contra vosotros la fiera
    salvaje que les devorará sus hijos…
    ¡llegaréis a comer la carne de vuestros propios
    hijos e hijas! Porque yo soy Yahvé, vuestro Dios!
    Levítico 26,14-45.

    Hoy sabemos que los desastres
    naturales corresponden a ciclos naturales según las
    condiciones geográficas de un sector, y que una tormenta
    eléctrica no responde a la ira desatada de algún
    dios a quién se ha olvidado rendir sacrificio; hemos
    comprobado en base a nuestras observaciones que nuestro lugar en
    el Universo dista mucho de ser el lugar privilegiado que
    supondría ser la creación predilecta de un
    todopoderoso, y que muy por el contrario, nos encontramos en la
    periferia de una de miles de galaxias, con un sol corriente como
    cientos de miles de otros.

    No obstante, la idea de un Dios creador, cuyos misteriosos
    designios crean y rigen los destinos de cada uno de los elementos
    y seres que componen el universo sigue siendo la creencia
    más aceptada en la actualidad. Resulta evidente que desde
    tiempos inmemoriales, conservamos profundamente grabado en
    nuestro cerebro esta idea
    de un creador divino, de un diseñador todopoderoso que nos
    ha escogido y nos ha entregado deliberadamente su orden
    divino.

    La astrofísica descubrió que los elementos que
    formaron la tierra y la
    vida que ella sostiene fueron sintetizados en sucesivos ciclos de
    vida de estrellas primigenias. Con el paso de millones de
    años la vida ha logrado abrirse paso, evolucionar y
    adaptarse a los cambios climáticos de la tierra, hasta dar
    como resultado seres inteligentes como nosotros (o los delfines).
    ¡El calcio de nuestros huesos fue
    formado hace millones de años al interior de una estrella!
    Resulta muy poco probable que, el hecho que podamos respirar el
    aire, se deba a que éste último hubiese sido puesto
    deliberadamente allí, por alguien, para así
    ajustarlo caprichosamente a nuestras funciones
    pulmonares, sino que resulta mucho más plausible pensar
    que simplemente las formas terrestres como nosotros, han debido
    evolucionar y adaptar su metabolismo de
    modo que lo puedan respirar (…o de lo contrario nos
    habríamos extinguido hace mucho!).

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