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Jerónimo y el Volchito



Partes: 1, 2

    Jerónimo tuvo un compañero en el
    Kinder que era notable por sus ideas.   

    Según recuerda Jerónimo,
    tenía ideas para todo.  Lo mismo le brotaban las
    ideas respecto a la economía, que tenía proyecciones
    políticas y ambiciones de gran líder.        

    Después, fue considerado como "racista", pero
    Jerónimo dice que no era racista en
    sí, sino simplemente que tenía una aversión
    malsana por los judíos
    y los negros.        

    Simplemente, no le caían
    bien.    

    Algo le han de haber hecho cuando era chavito.

    Su compañero, se llamaba Adolfo, y no tuvo un final
    feliz.  

    Terminó medio quemado, después de haberse
    suicidado, en las bombardeadas ruinas de su oficina, en una
    ciudad de Alemania.    

    Fue uno de esos compañeros " de banca " que se
    tienen en la escuela en forma
    accidental,  solamente por coincidencia de lugar y tiempo, no por
    designio, sino sencillamente, por
    destino.     

    No fue su amigo, ni nada parecido. 
    Jerónimo recuerda que se entretenía
    jugando con su brocha ( pues se decía pintor ) y con unos
    soldaditos de plomo todos fregados.    

    Y era considerado como "raro" por los demás, por ser el
    único que llevaba un Diario en el que meticulosamente
    escribía y escribía, díscolamente, sin dejar
    a nadie ver que tanto apuntaba.

    Empero, Adolfo, tenía muchas ideas, y todos le
    reconocían eso, algunas eran verdaderamente buenas ideas,
    y otras, se consideraban  " revolucionarias ".
    Jerónimo dice que siempre hay
    incomprensión con aquellos que tienen su particular modo
    de pensar.

    De sus muchas ideas, algunas las llevó a cabo, otras se
    perdieron en el tiempo, algunas se olvidaron y otras, le fueron
    plagiadas por irresponsables envidiosos de que no se les
    había ocurrido a ellos.  Such is life, como dijo
    Shakespeare.

    Adolfo concibió un automóvil para todos, lo que
    fue, sin duda, una idea brillante, y con otro compañero
    del Kinder, aunque de otra generación,  ( al que
    Jerónimo no tuvo el placer de conocer sino
    sólo de ver, paseando por los patios del Kinder, sumido en
    profundas meditaciones y cálculos ), llamado Ferdinand
    Porsche, con el paso de los años, desarrolló el
    Volkswagen, conocido en estas tierras como Volcho, y apodado
    cariñosamente como Volchito.

    Así es que Jerónimo  desde su
    mas tierna infancia tuvo
    contacto con el Volchito. Una magnífica idea, una gran
    realización, etc., que desafortunadamente ha ido siendo
    desplazada por otros conceptos de mucho mayor ambición, y
    ha perdido el lugar que sus creadores le habían,
    inteligentemente, asignado en el mundo.

    En México,
    tuvo su momento de gloria, durante el cual, inclusive se le
    llegó a apodar, cariñosa y respetuosamente,
     "el  ombligo" ( porque todo mundo tenía uno ).
    Eran otros tiempos.

    Fueron los tiempos de gloria de toda la industria
    automotriz.    

    Fueron los tiempos en que los ciudadanos comunes y corrientes
    tenían acceso a la motorización con grandes
    facilidades de pago, con muchas opciones y en los que se
    veía el desarrollo
    industrial y comercial del País con gran optimismo.

    La empresa alemana,
    abrió una enorme planta armadora para estos Volchitos en
    las afueras de la ciudad de Puebla y varios empresarios
    nacionales, con visión, arriesgaron sus capitales en
    hacerla lo más mexicana posible, considerando que los
    extranjeros eran los dueños de las patentes y del
    "know-how".   Jerónimo no
    cabía en sí de orgullo, pues de alguna 
    manera, por ósmosis tal vez, se consideraba parte del
    proyecto.

    En esas épocas, se esperaba la aparición de cada
    modelo, antes
    de decidir cuál comprar.  A cual más, cada
    marca y cada
    modelo presentaba cosas de llamar la atención.   

    Cada modelo tenía características propias que lo
    hacían distintivo y
    diferente.     

    El Volchito no entraba en este rejuego de preferencias. 
    Era el auto de la familia y
    punto.  

    Nadie quería que cambiara, nadie quería que
    fuera modificado. Todos lo aceptábamos tal y
    cual.    

    Era la solución para una ciudad que crecía y se
    multiplicaba a pasos agigantados hasta llegar a convertirse en la
    ciudad más grande del mundo.

    Lástima que ese crecimiento no fue planeado, ni
    programado ni nada por el estilo.   La ciudad
    creció a lo silvestre para todas partes y por todos
    lados.  

    Y el Volchito creció con ella.  

    El Volchito se convirtió en un miembro más de la
    gran familia mexicana
    y hasta nos empezamos a dar el lujo de exportar Volchitos, hechos
    en México, a diferentes Países del mundo
    entero.

    Y como el éxito
    no se perdona en México, la cosa empezó a
    modificarse. Ambiciosas autoridades metieron su cuchara,
    sindicatos
    corruptos quisieron más y más, dando menos y
    menos.     

    En lugar de pensar en volúmenes, se pensó en
    obtener mayores ganancias por
    unidades.     

    Si se hubiera pensado en seguir vendiendo a los precios
    aceptados por el mercado interno,
    se hubieran duplicado o triplicado las ventas, pero
    no, se cayó en el juego de
    recuperar inversión antes de los plazos
    predeterminados, incrementar dividendos, crear nuevos impuestos
    subir los existentes, inventar nuevos derechos y contribuciones,
    elevar cuotas sindicales, etc. lo que desquició la
    situación y abrió la puerta a los imprescindibles
    arribistas políticos y económicos, creando caos
    y  un desorden tal, que quiso ser resuelto con decretos y
    especificaciones multiples y contradictorios, que como de
    costumbre, hicieron que hubiera una mayor y malsana
    intervención gubernamental en la industria
    utomotríz ( y para esto, en todas las industrias ) y el
    pobrecito Volchito  sufrió las consecuencias.

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