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El modelo mental de la terapia de la imperfección (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

Tales respuestas evidencian y enfatizan las implicaciones
filosóficas
de la pregunta por la salud mental. Pues
el amor, para
el hombre, no
es un rendimiento acrobático originado por hormonas
(testosteronas) y el hecho de trabajar no se reduce a una
ocupación asalariada de ocho horas diarias. A su vez, la
capacidad de establecer relaciones íntimas, la capacidad
de apreciar y valorar lo que hay de bueno en la vida, de estar
convencido que se es verdaderamente un ser valioso, de buscar y
realizar valores o de observar y respetar los límites
impuestos por
la vida, son cosas que apuntan a una esfera que está
más allá de la medicina. Sugieren una visión
de la vida, una imagen del
hombre, una concepción del mundo. En otras palabras, tales
afirmaciones comprometen la filosofía.

El hombre, en
efecto, no sólo se enferma, sino que carga de símbolos sus padecimientos. Las enfermedades del
hígado, de la vesícula, del riñón,
del corazón se
vuelven enfermedades más amplias que los órganos
mismos que se ven afectados.  Para colmo, hasta las
desagradables hemorroides provocan no sólo tormentos,
molestias, malestares y daños físicos, sino que
trascienden el plexo venoso del tracto rectal y con las
preocupaciones, intranquilidades, tristezas y angustias que
suscitan, alcanzan el plano existencial.

Así es el mundo del hombre y con éste mundo
tiene que vérselas la cuestión de la salud mental.

Aunque habitualmente se olvida, el ser humano es una totalidad
integrada y asumida desde un plano simbólico, un ser que
se apropia de la naturaleza a
través de los símbolos, y de sus canales de
expresión (lenguaje,
mitos,
religión,
moral,
construcciones sociales, arte. música, etc.), y da
lugar a una nueva realidad, lo antropológico. La salud mental es inseparable
de este plano.

De aquí, el interés de
la psicología
humanista y de la psiquiatría existencial de ocuparse, sin
prescindir ni reemplazar las ciencias
médicas, de la apertura mental del hombre a los valores, a
la dimensión axiológica, al problema del sentido de
la vida, etc., en cuanto se revelan íntimamente ligados a
la salud mental.

En efecto, muchas personas acuden en terapia porque se
encuentran en un gran conflicto no
con su problema de diabetes o con la
presión
alta, sino, básicamente y en última instancia, con
la defectuosidad misma de la vida.

En primer lugar, con su lado humano, pero,
contemporáneamente, con el lado humano de las personas,
con el lado imperfecto, con la insuperable defectuosidad de la
vida, que les ha terminado ocasionando diabetes, adicciones,
presión arterial alta, hemorroides y otras
descomposiciones orgánicas. 

El problema de la salud mental parece entonces emparentado con
un asunto que denominamos la problemática del
límite
. Este conflicto, por ser antropológico,
alcanza, por lo mismo, toda la realidad psicofísica del
hombre, y aunque básicamente hunda sus raíces en el
terreno filosófico, se expresa a través de
símbolos.

En pocas palabras, el cliente puede
acusar a su médico problemas
gástricos, duodenales, inflamaciones de la boca del
estomago, alergias, asma, colitis y
otra serie de malestares, palpitaciones, arritmias, etc., pero al
mismo tiempo que
localiza el sitio del dolor, trasciende el órgano de su
cuerpo y se alcanza a sí mismo como persona. Pero
entonces, con su propia terminología, es decir, con el
significado que atribuye a las circunstancias amargas de la vida,
con la manera de percibir e interpretar lo que les acontece y con
la manera de tratar la realidad, deja atrás el dolor y
confiesa su sufrimiento.

Pero, ¿por dónde empieza el sufrimiento?
¿Acaso por el dolor localizado en un órgano del
cuerpo? En la casi totalidad de los casos que empujan al cliente
a buscar la ayuda de un terapeuta, el problema tiene un origen
más remoto y menos manifiesto.

La lucha se origina en la relación del hombre con las
circunstancias amargas de la vida. En su rechazo.

Lo que ha sucedido, especialmente las circunstancias
desagradables y disgustosas, suele (como expresión de
rechazo) ser calificado como "trauma". En efecto, muchos
pacientes califican su vida como una sucesión de
decepciones, pérdidas y derrotas afincadas en algún
momento pasado de sus vidas.

Agrupan todo ese "material" y lo etiquetan bajo el concepto de
"trauma", afectando con esta calificación la propia salud
mental.

Lo que el paciente suele ignorar es que desde su propia
terminología, desde el significado que atribuye a
las circunstancias insoportables, él tiene la misma
capacidad de hacerse el bien como la de fastidiarse la
existencia. El paciente, en realidad, está perturbado y es
víctima de su propia "semántica".

La semántica, en tanto rama de la lingüística o ciencia del
lenguaje, se ocupa del significado de las palabras para llegar a
la designación y precisión del concepto. Por lo que
se refiere a la Terapia de imperfección, ésta
arranca o despega de las mismas palabras que el paciente utiliza
para formular lo que aconteció o está sobreviniendo
en su vida a raíz de algo ocurrido.

De aquí, entonces, que la Terapia de la
imperfección (TI) se interesa a la semántica del
cliente pues arranca del significado que el paciente da a sus
palabras. La semántica deja ver no sólo su manera
de percibir, de interpretar y significar las circunstancias
amargas de la vida (CAV), sino la "destreza"con que maneja el
rechazo de lo irrevocable.

El paciente, en realidad, está perturbado y es
víctima de su manera de discernir, enjuiciar, valorar,
conceptuar y, por último, de calificar las circunstancias
amargas de la vida, CAV (hechos, situaciones, relaciones,
incómodas)

Pero "comprender es descifrar", afirma George Steiner,
filósofo francés. Un hombre es su semántica.
Un hombre es lo qué explica. El hombre es
sus signos
lingüísticos y sus símbolos.

La semántica es algo más profundo que la mera
explicación que me hago del mundo. La semántica es
la experiencia de la realidad. Mi manera de resistir, de
rebelarme, de oponerme a las CAV.

La semántica manifiesta mis
"reflejos-existenciales-a-la-realidad".

Así como el médico a través de un
martillo puede examinar los reflejos fisiológicos del
organismo a los pequeños golpes que recibe del exterior,
la persona, a través sus reacciones anímicas y
conductuales a los "golpes" que recibe de las circunstancias
(fracasos, fallas, pérdidas, desilusiones, vacío de
sentido, etc.), manifiesta su salud y
funcionalidad frente a la vida.

La semántica construye mi verdad interna. Mi salud o mi
"enfermedad". Me encarrilla o descarrila frente a la realidad. La
semántica "descubre" lo que pensamos y sentimos. La
semántica que uso son los titulares que aplico a las
circunstancias. Desde una semántica hablo de trauma, de
herida, del golpe de la vida, de callejones sin salida. Desde
otra semántica puedo referirme a los mismos
acontecimientos como accidentes,
suspendiendo la simbolización significativa, en
términos negativos, frenando el juicio y la
aplicación de etiquetas sobre acontecimientos, eventos,
relaciones que están en proceso
evolutivo.

En la conducción de la Terapia de la
imperfección, la primera sesión es llamada de la
protohistoria y permite conocer la semántica del
paciente. Se le deja "suelto" para hablar de lo que quiere y se
favorece el desmantelamiento de su semántica a
través de repuestas que faciliten su
autoexploración.

En esta sesión el cliente aparentemente viaja sin
rumbo. Gracias a ello, se recibe la información sobre lo que es su
semántica. Y no sólo su punto de vista sobre las
CAV, sino su manera de procesarlas. Su manera peculiar de
colocarse ante la problemática del límite.
Ante los límites
existenciales inherentes a la vida. La primera sesión
facilita trabajar programáticamente en las sesiones
sucesivas y abrir la puerta al manejo de una semántica
alternativa.

Por lo general, la "semántica" del paciente está
desprovista de referencia al límite. Es una
semántica que desconoce, desecha o impugna la realidad
humana, el lado desperfecto, inconveniente, áspero,
inclemente e inexorable de la vida.

Se trata de una semántica perfeccionista. Sus conceptos
dominantes tienen como respaldo "deberías" y "no
deberías", expectativas. Términos
metafísicos como "siempre", "nunca" "jamás", "la
verdad es que…", "¿por qué a mí?",
etc., son frecuentes en su léxico.

Si el paciente es objetivo,
lógico, racional, con sus problemas existenciales, no
puede ser empático con sus problemas. Al racionalizar, se
deja a un lado la intuición. Se abandona la posibilidad de
reciclar, utilizar o, simplemente, de disfrutar de las cosas y de
las relaciones y se vive el día bajo el procesador
racional que, en muchas ocasiones, impide apreciar la belleza de
las cosas que nos rodean y que de tan ordinarias y cotidianas
pueden parecernos insignificantes, intrascendentes e
inútiles.

La razón nos encierra en un mundo de cosas, no de
personas. La Terapia de la imperfección reitera: si
razonas y analizas, no serás compasivo. Sé
compasivo y tu pensamiento y
tu semántica será indulgente contigo mismo y con
los demás.

Fundamentalmente, el procesador racional bloquea la
posibilidad de realizar la conversión de valencias. La
posibilidad de utilizar a nuestro favor las CAV. 

De cara a los límites existenciales inherentes a las
CAV, la razón puede crear un infierno. Batallas
interminables contra la realidad irrevocable de dichas
circunstancias. En cambio, "la
recuperación de lo perdido y el proceso de volver a la
vida lo muerto", es oficio de la emoción.

Así, pues, la crisis
comienza con la semántica que utilizamos. La
semántica determina el aprendizaje de
la experiencia de los accidentes. En sí, los accidentes
son fuentes de
aprendizaje,
de crecimiento, de maduración.

Ya localizamos lo que "arropa" la semántica, mi
verdadera posición frente a la problemática del
límite
, pero, para calar en el trabajo
terapéutico, cabe ahora preguntarse ¿qué se
oculta detrás de esa "posición"?

En el fondo, la semántica está regida por la
perspectiva. Podemos decir que somos nuestra semántica
como somos igualmente nuestra perspectiva. La perspectiva que uso
me hace el mundo vivible o insufrible. Así que lo
más profundo del hombre desde el punto de vista perceptivo
es su perspectiva.

Las crisis arrancan entonces desde la perspectiva desde la
cual surge mi semántica, es decir, mi "diálogo" o
"confrontación" con el mundo.

Una palabra sobre el
asunto de la perspectiva

La Terapia de la imperfección achaca la responsabilidad de la salud mental no a la
percepción, que procesa los
estímulos externos, sino a la perspectiva, que en calidad de a
priori
o presupuesto,
enmarca de alguna manera, encasilla, introduce una pauta, por
así decir, en el modo de percibir lo que percibimos.

La percepción no "despega" desde cero, sino,
básicamente, desde la perspectiva, verdadero "punto de
partida" de la manera como a través de los procesos
perceptivos (racionales y emocionales) se perciben
como se percibe. [1]

Esto significa, contra la posición de la teoría
cognitiva, que los "procesadores de
estímulos" del sistema mental,
razón y emoción, no constituyen el primer
eslabón de la cadena del conocimiento.

La percepción organiza los estímulos, pero la
perspectiva "pre-organiza" la manera como la percepción
selecciona, "recopila", los estímulos. Es decir, la manera
como la percepción da forma, arma, los estímulos,
depende de la perspectiva dominante.

La percepción psicológica no es, pues, la que da
forma a los estímulos, su función es
otra: se limita a recoger, los estímulos que llegan de
diversas formas a través de diversos receptores sensibles.
La forma, sin embargo, como la percepción descarta
y opta, está sugerida, inspirada, insinuada, "dictada" por
los respectivos a priori perceptivos.

La percepción no es lo recóndito, no es el nivel
más profundo de los procesos cognitivos. La
percepción ya arranca desde algo que incide, encanala o
encauza la forma de configurar los estímulos recogidos por
la percepción.

En realidad, la percepción es una "parte" muy externa
en el complejo proceso de procesamiento de la realidad. De
aquí que lo que cuenta no son los estímulos en
sí, la "manera como observamos y recibimos los
estímulos". Lo que cuenta es algo anterior, es decir, la
"manera como observamos lo que observamos", la "manera como
percibimos lo que percibimos".

No es el ego percipio de Merleau-Ponty el verdadero
agente de la configuración de los estímulos en el
sistema mental. El trabajo
invaluable está a cargo de la perspectiva del
ego percipio.

Es válida la aseveración de la
escolástica: Nihil est in intellectu quod prius non
fuerit in sensu
("Nada hay en el entendimiento que antes no
haya estado en
los sentidos")
pero, con la estafetilla añadida, tres siglos
después, por Leibnitz:
nisi intellectus ipse ("a no ser el entendimiento
mismo"). 

Ese "intelecto mismo" es prueba de que la mente no se
encuentra en "tabula rasa" antes de la percepción, como
suponía Aristóteles y que sólo empieza a
llenarse de "objetos" a partir de la misma. El "intelecto mismo",
intelectus ipse, acoge  secundum modum
recipientis
("según la estructura del
receptor"). Y en la estructura de éste receptor
(intellectus ipse), divisamos la manera como la
percepción acoge: en términos de validación
o invalidación de lo real.

Esto lleva al terapeuta de la imperfección a hablar de
perspectiva. Por supuesto, el discurso se
vuelve epistemológico, no psicológico.
Psicológica es la percepción; epistemológico
es el nivel de la perspectiva. Así pues, la
percepción está "montada" (hablamos de
pre-supuesto, "puesto-encima-de") sobre un a priori que es
la perspectiva.

Cada proceso mental, racional y emocional, dispone de su
propia perspectiva: en el caso de los procesos racionales se
habla técnicamente de una perspectiva de la
indefección o indefectibilidad
. Esto significa que
propio de los procesos racionales es enmendar, corregir,
completar, arreglar, solucionar lo perfectible (= defectuoso). En
cambio, propio de los procesos emocionales (y esto tiene mucha
importancia para la terapia en general) es la perspectiva de
la defección o defectibilidad
: o sea, la perspectiva
que capacita la percepción para activar la compatibilidad
con lo defectuoso, con la existencia como tal.

Esta es precisamente la perspectiva que la terapia de la
imperfección quiere accionar en el cliente a fin de
percibir los insalvables límites existenciales inherentes
a la vida en términos de actitudes de
aceptación y conductas de tolerancia,
clemencia, paciencia, perdón.

Ilustración
humana de lo humano

La TI recurre a una semántica, a una
explicación, humana de lo humano pues, la manera de
mostrar lo humano está ligada a la forma de relacionarse
con los límites.

Cuando definimos al hombre como ser humano, con el
término humano expresamos las dos caras de la moneda que
ocupan todo el proceso terapéutico:

1.     Una cara de la moneda: Lo humano no
es algo resuelto, coherente, cumplido, finalizado. Lo incierto de
sus posibilidades, la fragilidad de la aventura de la vida y la
aventura de la propia fragilidad, lo precario de sus empresas, lo
irresuelto de sus soluciones, lo
incumplido de sus decisiones. Las historias que el paciente
cuenta, desde su propia semántica, son las que, en
definitiva, lo hacen infeliz, tergiversan su pensamiento y le
provocan emociones 
desagradables.

Una de esas historias es "la historia de yo sé lo
que es mejor para los demás": la historia de yo sé
cómo deberían ser, cómo deberían
comportarse, cómo deberían vivir, qué
deberían decir, qué deberían hacer y
qué deberían pensar.  Historia alimentada, a
todas luces, por el "ansía de perfección". Otra de
las historias favoritas que el paciente se cuenta es la historia
de que los demás deberían hacerlo feliz,
deberían ser leales, amables, que las parejas deben ser
fieles, que los demás tienen que apreciarlo, que los hijos
deben escucharlo, que los amigos deben llamar, que tiene que irle
bien en las iniciativas y decisiones que toma, que los otros no
deberían juzgarlo, que el amor tiene
que durar, que el matrimonio es
para siempre, que los amigos tienen que ser leales y sinceros,
que tienen que tomarlo en cuenta, que "querer es poder", que
basta decidir para hacer milagros con su vida, con su personalidad.

2. La otra cara de la moneda: humano es la capacidad de
comprender, acoger, aceptar, perdonar la propia humanidad
entendida como fragilidad y falibilidad. Este ejercicio de
compasión no tiene referencia con la
autoconmiseración, que es vergüenza de ser, sino con
la compasión que es orgullo de ser. Nada puede provocar
más orgullo que la capacidad de perdonar, de recogernos de
la caída.

Una
reorganización semántica

La "reorganización semántica" que acomete la
Terapia de la imperfección no se cumple sin una
reorganización de las perspectivas. Si algo (un hecho, una
situación, una circunstancia, una persona) me provocan
sufrimiento, tensión, seguramente estoy manejándome
desde una semántica que no incluye el limite, he
dejado fuera de mi horizonte mental el límite y
seguramente  esta "semántica" tiene que ver con mi
interpretación de cómo
debería ser ese hecho, esa situación, esa
circunstancia, esa persona. Tiene que ver con mi perspectiva.

De aquí que en la segunda sesión se plantea
brevemente el marco ideológico de la Terapia de la
imperfección al cual se va recurrir constantemente, con el
que se va a trabajar o dentro del cual se cumplirá el
proceso terapéutico: la accidentalidad de la vida.
Se le explica algo así:

"Durante el tiempo que nos veremos, haremos
referencia a un marco ideológico de trabajo
terapéutico. Meteremos todos los asuntos que te afectan
dentro de este "contenedor": la accidentalidad de a vida.

Dentro de este marco ideológico, cada error es un
"accidente" de la vida. Consideraremos cada "accidente" como
material importante para alcanzar un grado de humanización
superior, entendiendo en este caso por humano la otra cara de la
moneda de la falla: la capacidad de ser clemente, compasivo,
amoroso con el aspecto humano definido como  falible.

¡Qué desilusión! Espontáneamente,
el paciente espera otro tipo de ayuda, otro camino para
solucionar sus problemas. Lo que ayuda, piensa el paciente, es
disponer de soluciones inmediatas. Prácticas y eficaces
que sean capaces de resolver sus problemas, ¿quién,
en efecto, espera oír hablar de la accidentalidad de la
vida cuando ya se siente suficientemente accidentado por la vida?
¿Quien desea recoger e identificarse con una
semántica o terminología semejante?   De
aquí que puedan surgir resistencias y
actitudes prevenidas, suspicaces, aprensivas.

En realidad, el perfeccionista se presenta al consultorio con
una terminología que revela una concepción de la
vida según la cual el "debería" es uno de los
pilares centrales de su modelo
mental.

El paciente maneja una semántica que revela una
concepción, por así decir, tolemaica de la vida
según el cual su manera de pensar al error es el centro de
la tierra. El
paciente gira alrededor de un sistema mental centrado entorno al
error y al fracaso. De aquí que requiera una
"teorización", para continuar con la metáfora,
"galileana" del error y del fracaso.

La Terapia de la imperfección rompe con esas
semánticas analíticas, lineales de causa efecto,
simétricas. La TI usa una semántica diversa. Una
semántica más creativa ante los errores y fracasos.
Precisamente, el error y el fracaso abren hacia lo desconocido:
la evolución en términos humanos.

Es a este propósito que la Terapia de la
imperfección recurre a la metáfora clínica
de la "accidentalidad de la vida". La vida no sabe que sean los
fracasos y los éxitos. No conoce de clasificaciones ni de
simplificaciones. Lo que realmente conoce la vida es el misterio
que opera todos los cambios. Misterio que desde la razón
vislumbramos como absurdo debido a su impenetrable luminosidad.
Desde la semántica que expone la TI, los errores se mueven
a nuestro alrededor en función de nuestro proceso de
devenir humanos. Es más: sin errores, la vida no
sabría a nada. Sin los límites, la vida
sería insoportablemente empalagosa. Incluso, la muerte,
aunque nos agobia y aturde a lo largo del camino, hace
entretenida la vida, la carga de pasión por vivir.

El paciente gira alrededor de un sistema mental centrado
entorno a "ficciones interpretativas" (pensemos en el
celoso, en el obsesivo-compulsivo como caso extremo) acerca de
cómo deberían ser las cosas, cómo
deberían ser las personas, como deberían acaecer
los hechos, en otras palabras, quiere poner una horma mental, un
molde, un diseño,
a las circunstancias de la vida.  éstas deben embonar
con su modelo mental de la vida.

Cuando el esfuerzo por
mejorar se convierte en un calvario

En el trastorno del perfeccionismo no hay aspectos
constructivos, curativos y creativos. De hecho, no existe una
forma de perfeccionismo que pueda considerarse saludable,
higiénica, provechosa. No hay un perfeccionismo positivo,
porque el ansia de perfección no es un rasgo de tantos, un
trazo cualquiera, una característica secundaria de la
personalidad, sino una dinámica envolvente de toda la
persona. 

El perfeccionista "pinta la realidad": al idealizar el orden y
el control. El
perfeccionista quiere:

l     que la gente no critique, 

l     que no se entrometan en los asuntos
que no le corresponden,

l     que sea prudente,

l     que no ofenda,

l     que no agobie,

l     que no sea inoportuna,

l     que no sea egoísta,

l     que no sea manipuladora, etc.

l      que los demás sigan sus
indicaciones (porque sus indicaciones son lo mejor para los
demás),

l     que cada cosa esté en su
respectivo lugar

l     que la vida sea justa,

l     que las cosas sean a su manera,

l     reclama que los demás lo
aprecien y lo hagan feliz.

l      que los que lo rodean vean las
cosas desde su punto de vista,

l     que los demás piensen lo
mismo que él,

l     que el mundo cambie …

La dificultad radica aquí: en la obsesión por
la normalidad.
Mientras mantengamos en pie el ideal de la
perfección, no cambiaremos nuestra manera de percibir,
interpretar y significar las circunstancias de la vida.
Seguiremos analizando, planificando, controlando, el mundo
subjetivo.

De aquí que el perfeccionista requiera una nueva
concepción de la vida donde el error y el fracaso vienen
revalorizados como escalones para el propio crecimiento y
desarrollo.

El error y el fracaso abren al proceso de humanización,
pues no se es humano por nacimiento, sino por una opción
referida a nuestra manera de percibir, procesar y significar la
realidad. 

La Terapia de la imperfección familiariza con una
concepción humana de lo humano:
si no abordamos los
errores desde una concepción humana de lo humano, estamos
destinados a amargarnos la vida, a desvalorizarnos, a caer en la
culpa y en el autorechazo.

La celebración de lo que somos: la
metáfora clínica de la "accidentalidad de la vida"
nos permite convivir con nuestras imperfecciones, esto es,
vivirlas creativamente, sacrificar el afán de control, el
ansia de perfección, pactar con el error, lo cual supone
introducir la mesura, la humildad, el amor a la
vida, el amor a nosotros: la aceptación.

Cualquiera puede ser creativo con sus errores si quiebra su
semántica de rechazo. Vivir más humanamente en el
sentido de clemencia, condescendencia, filantropía hacia
uno mismo es posible si se cambia de perspectiva. Si se asume una
manera alternativa de percibir los fracasos y errores. Gracias a
ellos, desechamos nuestros paradigmas
perfeccionistas y descubrimos nuestra verdad. Cuando cambia
nuestra perspectiva, cambia nuestra percepción y cambia
nuestra semántica.

No estamos atados a los traumas de la infancia ni a
los actuales episodios desagradables.  Como dice Harold
MacMillan, "deberíamos usar el pasado como
trampolín y no como sofá" [2]

¿A qué se debe que la TI aconseja ponerse,
colocarse en el marco ideológico de la "accidentalidad de
la vida"?

La existencia del hombre no se remata por lo sucedido, por el
"accidente", sino por lo que el hombre decide hacer de lo
sucedido, del "accidente". Se plasma, pues, en base a lo que el
hombre determina hacer con lo ocurrido, y no por lo que meramente
ha ocurrido en su existencia.

Así, que la pregunta no es acerca de cómo el
paciente percibe las circunstancias de la vida, sino desde
donde percibe como percibe
: que perspectiva está en
juego: la de
los procesos de percepción racional (perspectiva de la
indefectibilidad) o la perspectiva de los procesos de
percepción emocional (perspectiva de la
defectibilidad).

El cliente debe saber:

·                    
que cada procesador o lector de la realidad (racional o
emocional) forma parte profunda de su persona. Cada uno influye
de diversa manera en la noción de si mismo, de los otros y
del entorno. Son determinantes en el diálogo que mantiene
consigo mismo y con los otros. Cada uno de ellos, la razón
y la intuición, tiene el poder de influir y determinar la
manera de encarar las circunstancias amargas de la vida
(CAV).

·                    
Debe preguntarse. ¿desde que procesador de la realidad lee
las CAV? ¿Desde el procesador del análisis, del cálculo,
de la competitividad, del control o desde el procesador
de la compasión, de la bondad, del garbo, de la
liberalidad?

·                    
Cada lector tiene influencia sobre si mismo. La forma de
conocimiento que elige para encarar las CAV, racional o
emocional, determina los resultados de su forma de interpretar y
responder a las CAV. Y no sólo en todo lo que ha ocurrido
en tu vida pasada, sino en el presente.

Si a su forma de conocer falta el límite (por
evasión o rechazo) las circunstancias de la vida afectaran
de manera siniestra su existencia.

El cambio no acontecerá a nivel psicológico,
sino epistemológico. Si el paciente se relaciona consigo
mismo desde la forma de conocimiento que incluye el límite
cambiara su semántica y cambiarán sus respuestas a
las CAV.

El cambio surge desde la perspectiva. De aquí que el
trabajo terapéutico consistirá en entrenar al
recurso del procesador emocional (intuitivo) cuya perspectiva de
la defectibilidad encamina hacia la aceptación.

Concluyendo: lo que el paciente califica como trauma, daño,
descalabro, fracaso, etc., la TI lo vislumbra como "accidente":
ni bueno ni malo en si mismo. El devenir del "accidente" no
depende del accidente, sino del procesador o lector utilizado. A
raíz de su desaprobación, rechazo y
calificación negativa, el "accidente" ya no es el mismo.
El carácter de fracaso el "accidente" lo
obtiene desde el proceso racional. La terapia acontece en el
cuadro mental de la accidentalidad de la vida. Consciente
que la atención del cliente está centrada
en el aspecto negativo, el terapeuta se mantiene en referencia a
su marco ideológico. Así, donde el cliente habla de
pérdida, desastre, decepción, la TI discurre de
oportunidad de transformación. Donde el cliente
evalúa desgracias y experiencias frustrantes, de
naufragio, hundimiento, ruina, la TI acredita  pasos o fases
hacia la curación y la maduración del individuo.
Donde el cliente nombra circunstancias y hechos con
términos descalificativos (fracaso, falla, error), la TI,
dentro del marco de la "accidentalidad de la vida", revaloriza
y resignifica
dichas circunstancias.

El tesoro
inestimable

Todo lo desagradable, todo aquello que nos ha golpeado,
herido, etc. constituyen nuestro tesoro inestimable: es
ahí donde hay que sacar intereses. Este material es el
potencial de la persona o de la relación de pareja, lo
más valioso que se tiene. De aquí que al terminar
la sesión se felicite sinceramente a quienes ha revelado
poseer un tesoro incalculable. Eso significa que están,
como diría Cervantes,
"experimentados en las cosas del mundo". Tales sujetos son los
mejores candidatos para ejercer la Terapia de la
imperfección.

El cambio lo facilita el marco: de la lucha por la
explicación pasar al recurso de la comprensión.
Obviamente, este cambio lo aguijonea el terapeuta, pero, en
definitiva, lo provoca el paciente. Es su tarea. Cualquier
"accidente" tiene como propósito el derrumbamiento de las
expectativas. Las expectativas son de mayor riesgo que los
accidentes.

Desde la perspectiva de la defectibilidad, en el marco
clínico de la "accidentalidad de la vida", el cliente
aprende a dejar de "luchar para ganar", que es la forma segura de
perder, pues es la combinación infeliz de la
decepción, del desengaño.

Al cliente le queda claro, a lo largo de su proceso
terapéutico, que la forma como percibe lo que percibe es
una decisión suya. Decisión que puede estar
manejando automáticamente y que a raíz de la
terapia puede manejar responsable y conscientemente.

La forma de conocimiento que el individuo elige para abordar
las circunstancias de la vida, racional o emocional, determina
los resultados de su forma de interpretar y responder a las
circunstancias de la vida. 

El devenir del "accidente" no depende del accidente, sino del
procesador o lector utilizado. A raíz de su
desaprobación, rechazo y calificación negativa, el
"accidente" ya no es el mismo. Ahora bien, el carácter de
fracaso el "accidente" lo obtiene desde el proceso racional.

El proceso terapéutico o sanante acontece entonces en
el cuadro mental de la accidentalidad de la vida.

Todo lo desagradable, todo aquello que nos ha golpeado,
herido, maltratado, apenado, etc. constituyen el verdadero
potencial de la persona. No puede desperdiciarse nada,
absolutamente nada.

La función de la TI consiste en facilitar en el cliente
el pasaje de un procesador a otro, de una manera de percibir e
interpretar los "accidentes" -las circunstancias de la vida- a
otra. A desplazarse de la actitud de
lucha por la explicación y el entendimiento de los
límites existenciales a la actitud de la
comprensión y aceptación.

Moverse de una perspectiva de choque con la realidad limitada
a una perspectiva compatible con la defectuosidad de la vida.
Provocar el "traslado" de los procesos racionales a los procesos
intuitivos-emocionales.

La Terapia de la imperfección propone algunas estrategias
(nuevos caminos mentales: el manejo de las paradojas en terapia:
"si el grano de trigo no muere, no vivirá") para el
desarrollo y la conducción de la relación de ayuda.
El terapeuta, sin embargo, debe acomodar las estrategias de la TI
a su propio estilo. Esta adaptación es resultado de la
experiencia de la TI en su propia vida. Si el terapeuta no
mantiene un lazo existencial con la TI, no puede valerse
auténticamente de la TI.

 

 

Partes: 1, 2
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