Es bastante común oír hablar del "estilo
colonial" como representación del espíritu de la
tradición constructiva argentina. Lejos de ello, se trata
de una reducción interpretativa -propia de los
catalogadores de estilos-, pues el "colonial" es la síntesis
formal de un proceso
completado en la Meca del Cine
-California, Estados Unidos– y
trasladado a nuestro medio.
Las categorías estilísticas son reducciones
interpretativas producto
de generalizaciones que producen deformaciones en los
conocimientos "medios" sobre
los modos de construcción de distintos periodos
históricos. Mientras tanto, han sido elaboradas para
facilitar la tarea de los legos para "entender" de lo que se
habla. Es muy común leer crónicas sobre edificios,
a los que los adictos a la fácil verborrea,
rápidamente pretenden ubicar en esas categorías
estilísticas, porque de alguna manera ello aporta seguridad y
confianza en el traslado de información. Lamentablemente por caer en
reducciones interpretativas se llega, luego, a graves errores
conceptuales.
Este ha sido el caso al hablar de estilo "colonial" en nuestro
país, lo cual es erróneo ya que no existe una
unidad formal que permita establecer conclusiones para definir
una categoría en la que encuadrar las obras
arquitectónicas construidas durante el periodo de la
colonización española. Habrá que revisar
detenidamente lo que hoy se entiende por "estilo colonial", sus
raíces, el origen de un recurso formal,
propagandístico y los caminos entrelazados para arribar a
la forma actual de ciertas construcciones, que por tener cierta
antigüedad, techos cubiertos con tejas y arcadas, son mal
llamadas de estilo colonial.
EL PERIODO DE LA
COLONIA
La Ciudad de Córdoba formó parte de una de las
colonias de los Reinos de
Castilla y Aragón desde la fundación en 1573 hasta
la creación del Virreinato del Río de la Plata en
el año de 1778. Durante ese lapso, se hicieron
construcciones de diverso tipo y usos con distinto resultado
estético, ya que incidieron en sus construcciones y formas
los criterios de sus proyectistas, el bagaje conceptual de las
diversas zonas de Europa de donde
eran originarios.
Por ejemplo, se observa y reconoce claramente la influencia de
la herencia
germánica en Antonio Harls, quien proyectó la
iglesia de
Santa Catalina con sus torres de acebollados cupulines. La
influencia manierista -barroca- de Andrés Blanqui en la
Catedral y en la iglesia de Santa Teresa, donde se confunden
criterios de distintos proyectistas y soluciones
adoptadas a lo largo de su complicada construcción
-más claro es el caso de la Catedral-, donde, al aporte
europeo en fachada y a su barroco
interior, se le agregaron algunos detalles indigenistas como las
imágenes aborígenes de los
ángeles en las esquinas de las torres de los
campanarios.
En otros casos, es clara la influencia árabe en la
resolución del artesonado mudéjar en el Refectorio
y Sala de Profundis del Convento de San Francisco del siglo
XVII.
Estas obras no demuestran una unidad formal, por el contrario
son de una variedad y calidad
sorprendente aun para los pocos recursos
disponibles en Córdoba.
Donde sí se encuentra unidad es en el sistema
constructivo empleado, que no varía demasiado desde las
primeras a las últimas obras: recios muros de cal y canto
combinados con tapial o adobe en algunos casos, ladrillos y
bovedillas en otros. La unidad está dada por el sistema de
medidas usado, que determinaba el ancho de las paredes,
así como las alturas hasta el can o viga de apoyo de la
estructura del
techo. Otro factor importante fue la utilización de los
recursos materiales del
lugar: generalmente para las Carpinterías se usaban
maderas de la zona para las partes resistentes como el quebracho
y el algarrobo de nuestras serranías los que se usaron
también para las estructuras de
los techos y algunos tablados; mientras tanto, las maderas
blandas, maleables como el cedro, el nogal, eran traídas
de lejanos lugares como Misiones o Salta. La provisión de
piedras se hacía por simple recolección en el
río – tipo bola -, y de piedra de cal mármol
extraídas de nuestras serranías de las canteras
explotadas por los jesuitas; las
cubiertas de los techos se hacían colocando el
"cañizo": un tramado de cañas colocadas una a la
par de la otra, atadas con tientos, que se tendían sobre
los pares de las tijeras del techo para disponer de una
superficie pareja que se mejoraba con una capa de mortero a la
cal y se completaba con relleno de huesos triturados
y tierra para
dar la pendiente final y lograr buena aislación
térmica, antes de cubrir con tejas "musieras" de producción artesanal. De esta forma se
lograba una superficie pareja, inclinada, que absorbía el
grueso espesor de los muros. Las tejas "musleras" colocadas desde
una cornisa de tres ordenes hecha con ladrillos, se
disponían hasta la cumbrera. Esta fisonomía de las
cubiertas de techos se puede observar todavía en las
construcciones supervivientes de aquel periodo como los claustros
del Convento de Santa Teresa – por ejemplo – o en la Sala
de Profundis y Refectorio del Convento de San Francisco. Es
notable observar que a pesar de la escasez de
materiales existentes en los alrededores de la ciudad, esto no
impidió construir los magníficos edificios
que forman nuestro patrimonio,
sin dudas el conjunto más importante de nuestro
país.
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