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Los delitos "de cuello blanco" dentro del contexto penal peruano



Partes: 1, 2

    1. El
      Perfil del Delito económico en el
      Perú

    Diferentes estudios en la temática de la Sociología del Delito en las
    últimas décadas nos muestran la dificultad de
    dilucidar la Criminalidad debido al Tejido Social de
    protección con que cuenta la Delincuencia,
    a través de la red de organizaciones
    sociales existentes en la Sociedad.
    Quienes controlan mayor cantidad de recursos,
    están en una situación más ventajosa para "
    ganar" y configurar la sociedad desde la perspectiva de sus
    propios intereses.

    Dentro de un contexto sociológico del derecho, podemos
    manifestar que, el control
    social[1] indica los mecanismos por
    medio de los se establece que las personas desempeñen sus
    roles como se espera, es decir, se comporten dentro del "
    Estado Ideal"
    , conformado por los principios
    leyes y
    reglamentos acordados socialmente, establece lo malo y lo bueno
    en una sociedad, asegura la conformidad de las conductas a las
    normas
    establecidas, operando a través de las sanciones, las
    cuales son formas de acción
    retributivas por la violación de las normas en un grupo u orden
    social dado.

    Siendo así, la desviación social, en su
    expresión más simple es cuando alguien traspasa los
    límites
    del estado ideal, violando las reglas normativas, conceptos o
    esperanzas de los sistemas
    sociales, rompiéndose un estándar socialmente
    definido; por ende, el delito es el prototipo de
    desviación criminal que viola una norma que ha sido
    codificada en la ley y que goza
    del respaldo de la autoridad
    estatal.

    Pero los índices delincuenciales, afectan no solo a
    grupos
    sociales determinados, sino por el contrario afectan a todos;
    sin embargo dentro de la política
    criminológica siempre ha constituido un problema la real
    distribución de la conducta desviada
    entre las distintas capas sociales.

    El delito de cuello blanco es el título
    del libro
    más importante de Edwin H. Sutherland, el sociólogo
    del delito más influyente del siglo
    XX[2], entendiéndose como
    tal a " a aquellos ilícitos penales cometidos por sujetos
    de elevada condición social en el curso o en
    relación con su actividad profesional"
    [3].

    La criminología de Sutherland se distanciaba
    de los planteamientos bioligicistas de la escuela positiva
    italiana de derecho penal,
    así como también de las teorías
    psicológicas e individualistas del delito, y muy
    especialmente de los test
    mentales.

    Cuando psiquiatras, psicólogos y criminólogos,
    andaban obsesionados por cuantificar la incidencia de la herencia y del
    medio en las conductas criminales, cuando expertos de todo tipo
    entraban a saco en las cárceles con el fin de realizar el
    retrato-robot del tipo delincuente en estado puro, Sutherland se
    atreve a invalidar las elaboraciones teóricas sustentadas
    en las estadísticas criminales oficiales porque
    realmente no están en las cárceles todos los que
    son delincuentes.

    Pero hay algo más, Sutherland asume un punto de vista
    sociológico, un punto de vista en el que la variable
    clase social
    va a resultar decisiva para comprender el entramado
    jurídico-penal. Opta, en fin, por comprometerse en la
    búsqueda de una teoría
    del delito que sea a la vez explicativa y que concurra a prevenir
    los actos delincuentes. Las principales condiciones para la
    formación del concepto de
    delito de cuello blanco estaban dadas. Para avanzar era preciso
    verificar empíricamente que los criterios de selección
    del sistema penal son
    socialmente selectivos.

    En este sentido resultó decisivo su encuentro con un
    ladrón profesional. Era un ladrón alto, bien
    vestido, de buena presencia y modales afables, locuaz y
    observador, un ladrón al estilo de los que aparecen en
    alguna películas de amor y lujo.
    Su seudónimo era Chick Conwell, pero su nombre de pila era
    Broadway Jones. La universidad de
    Chicago pagó a Jones cien dólares por mes, durante
    tres meses, para que contase a Sutherland la historia de su experiencia
    en la profesión. Una de los capítulos más
    llamativos del trabajo de
    Sutherland y Conwell es el dedicado al asesor jurídico. En
    él se pone muy claramente de manifiesto que los ladrones
    profesionales eluden casi siempre la acción de la justicia y por
    tanto no sufren condenas en las cárceles. Basta un somero
    conocimiento
    de las poblaciones reclusas para darse cuenta que a las
    cárceles van sobre todo delincuentes comunes procedentes
    de las clases bajas que se sirven fundamentalmente de métodos
    intimidatorios para perpetrar los delitos.
    [4]

    Pero si los ladrones profesionales, los ladrones de clase
    media, casi nunca van a las cárceles ¿qué
    ocurre entonces con los delincuentes de clases altas?,
    ¿cuales son los delitos de las clases altas?,
    ¿cómo consiguen evitar los delincuentes de clases
    altas las condenas penales y la reclusión?; las respuestas
    son obvias, corrupción y poder.

    Existen ejemplos claros, de ésta situación. En
    norte América, Al Capone, que consideraba la
    bolsa de Wall Street un juego
    fraudulento, algo así como una mesa de ruleta trucada,
    sentía sin embargo una gran pasión por las apuestas
    en las carreras de caballos. En el hipódromo se paseaba
    entre los gentlemen rodeado de guardaespaldas luciendo en su mano
    una sortija con un diamante de once quilates que le había
    costado cincuenta mil dólares. Hice mi fortuna,
    decía, prestando un servicio
    público. Si yo violé la ley, mis parroquianos,
    entre los que se encuentra la mejor sociedad de Chicago, son tan
    culpables como yo. La única diferencia entre nosotros
    consiste en que yo vendí y ellos compraron. Cuando yo
    vendo licores el acto se llama contrabando.
    Cuando mis clientes se los
    sirven en bandeja de plata se llama
    hospitalidad.[5]

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