La representación que los jóvenes escolarizados tienen de la Universidad Pública
INTRODUCCIÓN
"Si los responsables del mundo son
todos
venerablemente adultos, y el mundo
está como está,
¿no será que debemos prestar
mas atención a los jóvenes?
Mario Benedetti
Para adentrarnos en el tema de nuestro trabajo,
quisiéramos hacer una introducción en donde definiremos algunos
de los varios ejes trasversales con los cuales trabajamos a
partir de diversos interrogantes que nos fuimos planteando. Tal
es el caso de: los jóvenes escolarizados, la
relación jóvenes / universidad
pública a lo largo de la historia, la incidencia de
las políticas
neoliberales en los jóvenes y su impacto en la construcción de nuevas subjetividades y el
impacto de los medios masivos
de comunicación (sobre todo la
televisión) en la construcción de esas
subjetividades.
Podríamos decir que, a partir de la segunda mitad del
siglo XIX en Europa, con la
consolidación de la clase burguesa
como clase hegemónica, surge un nuevo sector social: la
juventud,
identificando bajo esta categoría a un grupo de
individuos que están en la edad entre la adolescencia y
el matrimonio.
Hoy en día, podríamos decir que la juventud
podría emparentarse con todo el período de la
adolescencia hasta la entrada en la vida adulta, sin embargo, la
adolescencia es más que una etapa o un estadio del
desarrollo
cognitivo o biológico, sino que además es el
momento más importante de la constitución de subjetividad desde la
pubertad. Es
un momento de la vida del joven en donde se construyen
hábitos que proponen distintas y cambiantes
identificaciones -"soy esto" o "soy lo otro"- donde cada
identificación supone modos de relación con los
otros, conductas, códigos de lenguaje,
gustos musicales, de los que el joven se lo apropia.
Las investigaciones
revisadas coinciden en que la juventud no es algo estático
sino que se construye en el juego de
relaciones sociales.
Para la sociedad del
siglo XIX, el ser joven debía ser un distintivo social.
Quienes pertenecían o querían pertenecer a la clase
media debían distinguirse de los sectores populares, en su
mayoría obreros y campesinos. Según Hobsbawm, las
clases medias utilizaron tres criterios para diferenciarse:
"Uno de esos criterios era adoptar una forma de vida y una
cultura de
clase media; otro criterio era la actividad del tiempo de ocio
y especialmente la nueva práctica del deporte; pero el principal
indicador de pertenencia social comenzó a ser, y
todavía lo es, la educación
formal"[1].
Para los jóvenes de clase media, el acceso a la
educación
formal era una manera de posponer su ingreso al mercado de
trabajo, significaba ascenso social, el ingreso a los negocios,
tener más tiempo para el ocio, era una condición
esencial de status. La educación separaría a los
jóvenes de las clases medias y altas de los jóvenes
de las clases trabajadoras y campesinas. "La educación
secundaria hasta los 18 años se generalizó entre
las clases medias, seguida normalmente por una enseñanza
universitaria o una preparación profesional elevada
(…) La escuela era la
escala que
permitía seguir ascendiendo a los hijos de los miembros de
las capas medias. En cambio, muy
pocos hijos de campesinos, y menos todavía de
trabajadores, podían llegar a esos
peldaños"[2] , sentencia
Hobsbawm.
En nuestro país, desde sus comienzos, a finales del
siglo XIX y en gran parte del siglo XX, la política educativa
había sido una de las principales estrategias
público-estatales tendientes a la integración social de la población. Durante la mayor parte del siglo
pasado, la Argentina fue un país que sustentaba
expectativas de movilidad social ascendente para las clases
populares urbanas. El paso por el sistema
educativo primero y la inserción laboral posterior
en un empleo
estable, constituían un recorrido habitual o por lo menos
plausible para la mayoría de los jóvenes de clase
baja y media urbana.
Tal como señala Sergio Balardini "(…) en las
primeras décadas del siglo XX, por primera vez, los
estudiantes universitarios dejan de ser la homogénea elite
de hijos de las familias aristocráticas de Buenos Aires,
para mezclarse con los hijos de los inmigrantes y de locales,
hijos de comerciantes y trabajadores de procedencia diversa. Se
daba así nacimiento al ascenso social reflejado en una
exitosa obra de teatro del
escritor Florencio Sánchez, cuyo título
"M´hijo el dotor", se transformaría en una acertada
síntesis de las expectativas de cada vez
mayores contingentes de inmigrantes"
[3].
En América
Latina cuando los jóvenes se hicieron visibles en el
espacio público y sus conductas, manifestaciones y
expresiones entraron en conflicto con
el orden establecido desbordando el modelo de
juventud que les tenia reservado la modernidad
occidental; fueron nombrados a fines de los 50" y durante los 60"
como rebeldes, pasando en los 70" a ser subversivos, y en los 80"
(fuera de la escena política) la imagen del joven
delincuente y luego del violento. (Reguillo, 2000)
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