Título original: SOPHIE CALLE: SU
HUMANISMO, LA
DELICADA LÍNEA ENTRE LO PREMEDITADO Y LO
ESPONTÁNEO
El arte conceptual
es rico en manifestaciones expresivas donde la reflexión y
el análisis encuentran cabida, no ya desde la
perspectiva del análisis plástico
formal sino desde la idea como condensadora y catalizadora de la
materialidad, donde la percepción
objetual tangible no es un requisito predominante, en el cual se
conjugan la subjetividad en mayor medida y la
desintegración de los prejuicios.
Tomando en cuenta lo expuesto anteriormente, trataremos de
abordar la obra de Sophie Calle a la luz del
humanismo[1], por considerar que su obra presenta
ciertas características que se enmarcan dentro de este
concepto.
Henri Van Lier nos expresa en el texto
Humanismo y arte contemporáneo la disimilitud entre
el artista de nuestro tiempo y el
artista "clásico":
"La nuestra es una vieja cultura y la
característica de las culturas declinantes consiste en que
el hombre se
entrega a reflexionar, no sólo en lo que hace, sino
también sobre lo que hace, sobre el acto de
hacerlo. El hombre
clásico está íntegramente vuelto hacia sus
obras: como acaba de descubrir nuevos valores, es
comprensible que se apasione por sus tareas. Por el contrario,
los valores de
que vivimos nosotros están gastados, hemos comenzado hace
tiempo a dudar de ellos, y por lo tanto, nos interrogamos sobre
el sentido de nuestra acción,
de toda acción (…) la introspección, la
interrogación perpetua sobre la oportunidad y el sentido
de la acción, han llegado a ser para nosotros como una
segunda naturaleza."[2]
Sophie Calle es una de las máximas representantes del arte
conceptual de nuestro tiempo encontrándose en el contexto
de la posmodernidad.
Su obra es rica en significados y significantes sugiriendo al
espectador la intertextualidad de una obra artística de
este género. En
ella, las incógnitas están dirigidas hacia el mundo
exterior desde un profundo trabajo
introspectivo que se convierte en extroversión al invertir
papeles en la vida cotidiana de otras personas y mostrando
algunos rituales o costumbres de su propia vida. Nace en
París el 9 de octubre de 1953. Su padre era coleccionista
de arte, aún así la primera vez que dio a su
trabajo una perspectiva artística fue en 1980 en El Bronx,
donde fue invitada a un espacio llamado Fashion Moda para mostrar
su obra Les Dourmeurs realizada en 1979; sin embargo,
admitió que para esas personas dicha obra no
tendría ningún sentido, razón por la cual
aduce: "por vez primera, pensé en abordar una obra con la
intención de que fuera una obra de
arte."[3]
La obra de Sophie Calle evidencia el pathos como elemento
de lo cotidiano, incuestionable en el seguimiento a otras
personas. A pesar de tratar de mantener un "contacto distante y
neutral", llega en ocasiones a imbricarse al objeto observado,
analiza y hasta utiliza el resultado de sus análisis para
fines comparativos cotejándolos con su propia
experiencia.
Esto fue lo que hizo cuando uno de sus amantes terminó su
relación con ella por motivo de un viaje a Japón
de tres meses. A su regreso, preguntaba a sus amigos acerca de
sus experiencias dolorosas y así se recuperó
precisamente en un período de tres meses. Veinte
años después expone en la Paul Cooper Gallery de
Nueva York su obra Douleur exquise, una muestra de 92
fotografías y fragmentos de cartas de
amor escritas
por ella que hacen interesante otro enfoque de una ruptura;
constaba de tres partes a saber: Avant la douleur, Le Lieu de
la douleur y Aprés la douleur. Una
característica de las obras de Sophie Calle es la
combinación de texto y fotografía, haciendo muy interesante el
recorrido del espectador, con mucha profundidad
psicológica y exponiendo tantas filosofías de vida
como le son posibles, incluyendo la suya.
Otra característica del humanismo contemporáneo es
la flexibilidad y según Burckhardt "el humanismo significa
el descubrimiento del hombre en cuanto hombre y,
consiguientemente, la reafirmación de todo lo humano,
tanto en el sentido del individualismo como en el sentido de la
"humanidad"."[4] Como ejemplo de ello en la obra
de esta artista puede mencionarse Les Dourmeurs, de
1979 donde señala lo siguiente:
"Lo que me gustaba era tener en mi cama gente que no
conocía, de la calle, que no sabía lo que
hacían, pero que a mi me daban su parte más
íntima, (…) ver como dormían ocho horas por la
noche, como se movían, si hablaban, sonreían. Esta
gente no sabía quién era ni qué hacía
(…) Venir a dormir a mi lecho. Dejarse fotografiar. Responder a
algunas preguntas. Mi habitación tenía que
constituir un espacio constantemente ocupado durante ocho
días, sucediéndose los durmientes a intervalos
regulares (…)Algunos se cruzaron(…) un juego de cama
limpio estaba a su disposición (…) no trataba de saber,
de encuestar, sino de establecer un contacto neutro y distante.
Yo tomaba fotos todas las
horas. Observaba a mis invitados
durmiendo."[5]
Este es un trabajo interesante, donde la identitas juega
un papel decisivo en el sentido tautológico, esa
seducción por tener en su cama "gente que no
conocía" para fotografiarlas, para adentrarse en la
psiquis de los invitados, sin ninguna connotación
artística subyacente[6]. En sus obras
posteriores sus sentimientos toman parte en la creación,
como por ejemplo en L"Homme au carnet, 1983 y es el
resultado de haberse encontrado una libreta de direcciones, de
ella nos dice: "Mis sentimientos cada vez eran más
fuertes, claro, pero no había obligación ninguna.
En cierto sentido, se trataba de sentimientos sin
peligro."[7]
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