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La reinvención de Cervantes en dos poemas de Borges




Enviado por pacarreno



Partes: 1, 2

    Muchos siglos separan a Jorge Luis Borges
    de Miguel de Cervantes,
    pero el autor de La Rosa Profunda supo, como ninguno,
    revivir el genio
    cervantino en su literatura metafísica, cargada de símbolos y relecturas de los
    clásicos. El presente trabajo es el
    estudio de dos textos borgianos que representan,
    básicamente, la síntesis
    esencial de un loco llamado Alonso Quijano y su obra de
    poética locura, don Quijote de La
    Mancha.

    Porque en el principio de la literatura está el
    mito, y
    asimismo en el fin (1). Así termina "Parábola de
    Cervantes y de Quijote", el primero de los dos textos borgianos
    que revisaremos en este ensayo.
    Él forma parte de El Hacedor, obra cumbre de
    Borges donde
    reúne, después de largos años de
    experiencias literarias y metalingüísticas, la
    ansiada conjunción entre literatura y
    metafísica.

    Como suele ocurrir con la literatura de Borges, la
    realidad se confunde con los sueños y éstos con la
    realidad, armando esa trama poética y laberíntica
    que termina por envolver, no sólo a los personajes, sino
    también al lector, el personaje esencial. Cervantes, el
    viejo soldado del rey, se inventa a sí mismo en la figura
    de un loco, confundiendo la prosaica realidad de Montiel o El
    Toboso con el mundo encantando de las novelas de
    caballería.

    Pero Cervantes sabía que la realidad no es
    absurda por ser inventada; que es absurda por ser real. Borges lo
    supo desde siempre. Por eso ambos pudieron jugar con ella e
    inventarla, e inventarse a sí mismo. La relectura que el
    autor argentino hace del texto
    cervantino, se comprende a partir de la visión
    panteísta que envuelve toda su obra: ser uno y varios al
    mismo tiempo es el
    leit motiv de la literatura borgiana que nace allá, en el
    lejano 1919 con "Himno del mar", su primer poema (2). No debe
    sorprendernos, por lo mismo, que el tiempo se haya encargado de
    confundirlos en un abrazo metafísico-literario, "no
    sospecharon que los años acabarían por limar la
    discordia", entre literatura y realidad.

    Cervantes y Quijote son "el uno en el otro" o "el otro
    en el uno" desde la perspectiva estético-metafísica
    de Borges, cuya obra es reflejo de esta multiplicación de
    los espejos ad infinitum que representa el texto cervantino,
    génesis de toda literatura en cuanto a su creatividad y
    estructura.
    Quijote, el libro, es la
    maravillosa invención de ser uno y todos al mismo tiempo,
    desde su propia creación. Cervantes es el autor pero
    también es su "padrastro", según palabras del
    propio autor en el Prólogo de la Primera Parte, es Cide
    Hamete Benengeli, el autor-historiador ficticio, para envolver
    más al lector en este juego de
    imágenes poéticas que lo confunden
    con sus reflejos, es Alonso Quijano, "el Bueno" y trastornado, es
    El caballero de la Triste Figura que muere cuando el loco
    manchego recupera la cordura, para volver a ser Cervantes. Y
    volver a empezar.

    Por eso, tanto el soñador como el soñado,
    no sospecharon jamás que la Mancha o Montiel serían
    tan poéticas como "las etapas de Simbad o que las vastas
    geografías de Ariosto". Las tierras de la Mancha o Montiel
    dejaron de ser parte de la geografía de España,
    para transformarse en el lugar de los encantamientos de los
    sueños del amante de Dulcinea. En otros textos
    representativos del ya citado El Hacedor, Borges repite el
    juego lúdico de la creación artística que ha
    caracterizado todo su quehacer poético. En "Borges y yo",
    por ejemplo, el texto termina con No sé cuál de los
    dos escribe esta página (3), mientras que en "Everything
    and nothing", Shakespeare no es
    más que un sueño de Dios que, como Él, es
    muchos y nadie:

    Yo tampoco soy; yo soñé el
    mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y
    entre las formas de mi sueño estás tú, que
    como yo eres muchos y nadie. (4)

    Que en el principio de la literatura esté el
    mito, asimismo como en el fin, no es más que la semiosis
    simbólica de la propia parábola, esa
    narración de fingido acontecimiento, del que se infiere
    por comparación o semejanza, una verdad trascendental o
    una enseñanza moral.

    Don Quijote, la invención demencial y
    poética de Alonso Quijano, sueño, a su vez,
    demencial y poético de Cervantes, convierte en literatura
    la prosaica realidad de los caminos manchegos y Montiel, y muere
    en su aldea natal, en algún lugar de La Mancha, hacia
    fines de 1614, cuando su soñador, el bueno de Alonso
    Quijano, recupera la razón en el momento de su propia
    muerte (5).
    La muerte del
    héroe simboliza la inmortalidad; es la poesía
    que trasciende los confines de la temporalidad y se sumerge en la
    eternidad de todos los tiempos. Montado en su Rocinante y seguido
    del otro inmortal que es Sancho Panza, don Quijote
    galopa por las páginas doradas de su fantástica
    aventura y nos hace literatura vagando por los cielos de La
    Mancha con él. Poco tiempo lo sobrevivió Miguel de
    Cervantes, el narrador esencial.

    El segundo texto que revisaremos en este ensayo es
    "Sueña Alonso Quijano", de El oro de los
    tigres
    (6): "El hombre se
    despierta de un incierto / Sueño de alfanjes y de campo
    llano / Y se toca la barba con la mano / Y se pregunta si
    está herido o muerto". El sueño en Borges es una de
    las formas que tiene el arte
    poético de alcanzar la conjunción
    lírico-metafísica, donde los símbolos
    recrean la realidad y la literaturizan. Por medio del
    sueño, las fronteras entre el mundo de la realidad y el
    mundo de la irrealidad se diluyen en un juego dialéctico
    de realidades y sueños, en el cual la duda
    ontológica del ser y el no ser al mismo tiempo, desarma
    las fronteras del espacio y del tiempo en el que se encuentra el
    lector. La poética borgiana trasciende la tentación
    metafórica, simple e intrascendente, y desafía al
    lector en la comprensión de un universo de
    símbolos que lo confunde con la multiplicación de
    los tiempos y los espacios, y donde los hechos y personajes se
    repiten antes o después. Como en el asombroso cuento "El
    jardín de senderos que se bifurcan", donde el laberinto de
    Ts"Pen y la novela que
    él escribe constituyen una pura unidad: son el tiempo
    (7).

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