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Con-jugando en pretérito. Algunos aspectos sobre la cultura popular en el municipio de Linares (página 2)



Partes: 1, 2, 3

El rescate de ese conocimiento
popular que aún está presente en la memoria y
en las acciones de
los pobladores, fue posible gracias a la colaboración de
quienes tuvieron a bien responder las preguntas de la encuesta y por
aquellas personas que recordaron historias añejas que
sirvieron de base para estos relatos. De lo contrario, ese
valioso material hubiera desaparecido en el éter del
olvido, de la misma manera como han desaparecido sus autores.
Para este caso, es oportuno recordar lo que, al respecto dice el
antropólogo alemán, ya mencionado: " Lo esencial no
es reunir muchos datos, sino unos
pocos pero bien estudiados" Y mejor si los conocimientos
tradicionales salen de los recuerdos de los ancianos mejor
enterados.

En definitiva, el propósito final de este
libro es
rescatar el "patrimonio
cultural", entendido como el legado del pasado, nuestro
activo en el presente y la herencia que les
dejaremos a las futuras generaciones. Y, cuando pensamos en
patrimonio lo
hacemos en términos de lugares, objetos y tradiciones que
deseamos conservar, que valoramos porque vienen de nuestros
ancestros.

M.F.S.R.

INTRODUCCIÓN

El fin primordial de este libro consiste en interpretar
y relatar algunos eventos y
anécdotas con su respectivo valor cultural
y formativo. Pero como todo acto social es realizado por una o
más personas, en un tiempo y
espacio determinados, hay necesidad de ubicarlos dentro de la
historiografía pertinente. Veámoslo:

Apuntes sobre Geografía e Historia del Municipio de
Linares (3).

Está ubicado al occidente del Departamento de
Nariño, a noventa kilómetros de distancia de su
Capital, San
Juan de Pasto, en la ramificación de la cordillera
occidental que, en el Cerro de su nombre, se bifurca conformando
las lomas de Sapallurco y el Macal.

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En las faldas de estas montañas, a 1500 metros
sobre el nivel del mar, con una temperatura
media de 22 grados centígrados y bañado por los
ríos Guáitara y Pacual, está este
pequeño terruño que toma su nombre de uno de los
primeros pobladores: el español
Antonio de Linares, quien motivado por la hermosura de la
región y por la fertilidad de su suelo
decidió radicarse allí y conformar su hogar con una
indígena Motilón, en el año de
1540.

La cabecera municipal se erigió en los terrenos
donados por don José Braulino Pantoja y su esposa
doña Quiteria Castro, propietarios de las haciendas La
Hoya y El Guáitara. Dicha donación se hizo mediante
escritura
pública el 10 de octubre de 1868. Tres años
más tarde, en 1871, fue elevado a la categoría de
Distrito Municipal, mediante la ordenanza número 120 de
ese mismo año.

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Sus límites
geográficos son: al Norte con La Llanada, Los Andes y El
Tambo; al Sur con Sandoná, Ancuya y Samaniego; al Oriente
con El Tambo y Sandoná y al Occidente con Samaniego. Su
extensión es de 146 kilómetros cuadrados, de los
cuales la mayor parte es montañosa, con algunos sectores
planos; debido a estas características geográficas
el Municipio tiene tres pisos térmicos: cálido,
templado y frío.

La economía de esta localidad está
basada en la agricultura,
cuyos principales cultivos son: caña de azúcar,
café,
maiz,
fríjol, plátano, yuca; también en la
ganadería de bovinos y porcinos; pero, tal
como dice la autora de estos apuntes, "la mejor riqueza de los
pobladores está fundamentada en sus calidades humanas, en
sus valores, en su
laboriosidad y en el permanente deseo de
superación".

"EL DOCTOR
VERBENA"

En la década de los años treinta, en este
pequeño poblado de casitas bajas y calles polvorientas,
transcurría la vida tranquila y alegre de unas pocas
familias que, a pesar de su aislamiento debido a la falta de una
carretera que las comunicara con los pueblos vecinos y con la
capital, y en medio del atraso generalizado de la época,
contaban con un buen hospital de amplias instalaciones, con las
dependencias e instrumentos necesarios para su buen
funcionamiento.

Por aquel entonces, ejercía como su Director y
Médico el Doctor José Ágreda y como
auxiliares don Jorge Salgar que se desempeñaba como
boticario; don Luis Arcos que hacía los oficios de
asistente; la señorita Rosa Tulia Arturo que prestaba los
servicios de
enfermera y la señorita Laura Acosta, como enfermera
auxiliar.

Le correspondió a este equipo humano enfrentar la
maligna epidemia de la bartonela, sin los conocimientos
especializados necesarios y con la carencia de medicamentos
adecuados; en tales circunstancias el médico tuvo que
apelar a los remedios caseros porque no había otra manera
de aliviar a sus enfermos. De tal forma, tuvo que recurrir a la
planta de verbena, una hierba de hojas pequeñas,
ásperas y hendidas, que al machacarla produce un zumo de
sabor sumamente amargo. A sabiendas de todo eso, el médico
daba a sus pacientes la infusión de dicha hierba para que
bebieran en grandes cantidades o, en su defecto, les aplicaba
cataplasmas de la hoja triturada para combatir las inflamaciones
y el dolor de cabeza que les atormentaba.

Era tan grande la escasez de
medicinas como la angustia del médico que no vaciló
en aplicar a sus enfermos el lìquido de la tal verbena en
forma de inyecciones. Sí señores y señoras,
hasta ese punto se atrevió; pero… en semejantes
circunstancias resulta "difícil juzgar rectamente cuando
todo se tuerce y enmaraña en el ámbito inmediato de
la acción"(4).

De todos modos, la forma poco ortodoxa de combatir esa
grave epidemia no dio los resultados curativos que el
médico esperba; sino que, por el contrario, produjo
cientos de muertes. Entonces, el pueblo muy dolido e indignado
juzgó que su actuación había sido temeraria
y lo obligó a salir del hospital.

Ahora, después de tantos años, quienes
conocieron a ese típico matasanos lo recuerdan con el
sobrenombre de "El Doctor Verbena".

Seguidamente fue nombrado como Director y Médico
del Hospital el Doctor Alfonso Castro, quien con el mismo equipo
humano y con los medicamentos necesarios y adecuados que le
había donado la Campaña Nacional de Salud, pudo erradicar esa
temible enfermedad en el año de 1935.

Comentan, quienes conocieron al mencionado Doctor
Castro, que por su eficiencia y
amabilidad se ganó el aprecio de la gente del pueblo y fue
objeto de múltiples atenciones y muchos regalos. Quien me
relató esta historia, a manera de anécdota,
todavía recuerda que don Samuel Acosta, vecino de la
vereda El Tambillo, regaló al médico una botella
con licor de naranja, de su propia cosecha y de
fabricación casera. El médico, reconociendo el
valor afectivo y real del regalo, lo había guardado
celosamente para degustarlo con sus amistades; pero, dicen que un
mal vecino, amparado en la investidura que le daba el cargo de
guarda de rentas, le decomisó la botella de licor y, de
contrapeso, lo denunció acusándolo de
contrabandista.

Tal tratamiento injusto lo recibió como una
afrenta y por eso renunció al cargo de Director y
Médico del Hospital, lo que produjo malestar y tristeza
entre la gente que le quería y admiraba. Después,
cuentan que sucedieron algunas malas administraciones hasta que
tuvieron que cerrar el Hospital. Mientras permaneció en
ese estado de
abandono, se perdieron todos los enseres e instrumentos valiosos
y muy necesarios para la comunidad;
pero, como suele suceder: nunca se supo quienes los hurtaron. A
lo mejor: "algún ladrón honrado se los
robó", tal como dice la canción vallenata de Rafael
Escalona.

UN DIA DE
MERCADO

El Municipio se caracterizó por la producción abundante de alimentos propios
del clima y de las
características agronómicas del lugar; asimismo,
por la riqueza de ganado menor y aves de corral
que los pobladores del campo criaban en sus parcelas para el
consumo y para
surtir de derivados el mercado
local.

Los productos
alimenticios de clima frío eran comercializados por los
tuquerreños que, además, le daban salida a los
comestibles de mayor producción. Es necesario recalcar
–debido a la carencia de la mencionada carretera- que todo
el intercambio comercial se hacía transportándolo
en bestias de carga, atravesando el camino estrecho y peligroso
de La Oscurana, El Motilón y El Salado.

El intercambio y las transacciones comerciales se
hacían el fin de semana, por eso desde el día
sábado empezaban las ventas
callejeras; pero, el verdadero día de mercado era el
domingo, por obvias razones diferente a todos los demás,
cuando la gente vestía sus mejores trajes y se acicalaba
para asistir a la misa.

Después de la misa, la plaza de mercado atestada
de toldos armados con palos y tela, donde los petaquilleros
ofrecían sus productos atiborrados sobre unas tarimas de
madera, se
llenaba con la muchedumbre que llegaba de las veredas para hacer
sus diligencias.

En una de estas petaquillas usted podía encontrar
los objetos más disímiles: botas pantaneras,
navajas, toallas, vajillas, canela, chancletas, caramelos,
puntillas, cominos, hilo, agujas, botones, vermífugos,
machetes, esencias, camisas, sostenes, vestidos, pantalones,
canicas, muñecas de trapo, carritos de madera,
calzonarios, camisolas, trampas para atrapar ratones, polvos para
la cara, coloretes para los labios, alpargates, ollas de aluminio,
pomadas, etcétera, etcétera. Así eran los
surtidos que los comerciantes transeúntes llevaban en las
petacas de cuero.

También había tiendas más
especializadas: unas vendían telas, paños, sedas,
etc.; otras rancho, licores y abarrotes. Pero lo más
pintoresco estaba en las fondas donde preparaban ricas viandas y
apetitosos platos que exhalaban deliciosos olores. Éstas
se ubicaban en el costado más plano de la plaza. En otro
sector se encontraban las verdulerías y las
fruterías, otro estaba dispuesto para los granos, otro
para las panelas y otro para los quesos, quesillos y cuajadas;
también había uno especial para los vendedores de
paja toquilla y, cerca de éste se ubicaban los compradores
de sombreros; los mercaderes del café ocupaban la
plazoleta, en el costado nororiental.

Pero un día de mercado sin saborear los
"chupones" de nieve raspada y deliciosa miel, que vendía
don Marco Tulio; o los "helados de paila" de don Segundo; o las
empanadas de doña Angélica; o los pasteles de yuca
de doña Rosa Otero; o las gelatinas de pata de res de
doña Lola; o el pan de maiz de doña Enriqueta; o la
carne frita con yucas de doña Aura, no podía
llamarse día Domingo.

Todos los eventos, en conjunto, formaban un vistoso
espectáculo lleno de algarabía y colorido:
había juegos de
ruleta, riñas de gallos, juego del
cucunubá y otros más; pero, no siempre los
parroquianos se reunían en estos lugares de esparcimiento;
en muchas ocasiones, tenían su espacio de encuentro y de
intercambio comercial en las cantinas y estancos donde escuchaban
la música
predilecta que el cantinero hacía sonar en la vitrola de
cuerda. Al entrar la noche no faltaban los alegatos y
escándalos porque un borrachito gritó "viva el
partido liberal" y el godito le contestó "abajo"; entonces
sobrevenían las riñas que solamente terminaban
cuando los dos eran conducidos a los calabozos de la
cárcel municipal. Eso era lo típico, por lo
demás, la mayoría de los sucesos domingueros
transcurrían en paz y armonía; los pobladores por
lo general fueron cordiales y preocupados por mantener entre
ellos unas buenas relaciones.

NOTA AL MARGEN. Superados los rencores que se
habían engendrado durante la violencia
bipartidista, solamente quedaban algunos clichés que los
repetían los borrachitos y unos tantos versos que los
declamaban los niños:

"Los godos no van al cielo

porque Dios es Liberal,

San Pedro los saca a palos

De la Corte Celestial"

"Ya se cayó el arbolito

donde dormía el pavo real,

ahora, a dormir en el suelo,

como cualquier liberal".

EL "PROFESOR"
SALCEDO

Todo un personaje folclórico y típico del
paisaje dominguero en el pueblo era este señor. Pues
sí: cuando ya había transcurrido la media
mañana y el sol empezaba a
calentar, el "Profesor" Salcedo, como se hacía llamar,
extendía una tela de lona en el suelo polvoriento de la
plaza de mercado, sobre la que colocaba un baúl
rústico que contenía todos lo menjurjes que iba a
ofrecer a los curiosos y crédulos parroquianos.

El tumulto iba creciendo así como aumentaba la
bulla que hacía nuestro personaje, cuando ofrecía
los elíxires, los ungüentos, los vermífugos y
las píldoras milagrosas.

Al mediodía, sofocado y sudoroso se quitaba el
saco de paño oscuro, el sombrero de fieltro y se limpiaba
la frente y el cuello apretujado con la corbata. Porque
sí, el hombre
vestía elegantemente y ejercía su trabajo
dignamente; pues no era lo que se pudiera llamar un "culebrero"
.

Recuerdo que cuando hacía alarde de sus
conocimientos sobre medicina, se
golpeaba con la mano abierta, el costado derecho del
estómago y gritaba: "esta maldita presa" que se inflama y
duele y no deja dormir ni beber ni comer; que produce agrieras y
oscurece "las vistas", se cura tomando en ayunas cuarenta gotas
de este remedio, en zumo de frutas frescas.

Luego señalaba al campesino
más desmirriado y pálido y, con un grito
endiablado, le ordenaba que se acercara donde él estaba
ubicado; le levantaba la falda de la camisa y, golpeándole
el lugar donde queda el hígado le indagaba si le
dolía y si presentaba los síntomas que antes
había descrito. El doliente respondía
afirmativamente, pero hablando bajito. Entonces, el "Profesor"
Salcedo, aprovechando la debilidad del paciente, afirmaba que el
hombrecito estaba peor de lo que él suponía y que
si quería recuperar la energía debía tomar
las gotas milagrosas durante tres meses.

Con esta retahíla de recetas, el amigo paliducho
gustoso compraba el remedio y en seguida todas las personas que
habían escuchado los prodigios del medicamento,
también lo compraban; confiados de que en ese frasquito
estaba la cura de sus males.

Mientras su hijo, un muchachuelo de más o menos
nueve años, vivaracho y pendenciero, a quien llamaba
secretario, distribuía el medicamento y recibía a
manos llenas el dinero, el
"Profesor" Salcedo bebía a sorbos la tercera copa doble de
aguardiente con limón.

Así las cosas, sacaba del baúl un frasco
grande que contenía una lombriz solitaria inmensa, nadando
en formol. La mostraba a la concurrencia y les decía: esta
es la tenia que vive parásita en el intestino de los
niños barrigones que no les permite desarrollarse ni
fisiológica ni mentalmente. Luego, les hablaba de la
necesidad de tomar el único vermífugo que era capaz
de matar tan terrible animal: el aceite de
quenopodio.

Les cuento, que
ese domingo todos los presentes, conmovidos ante tan larga y fea
lombriz y ante los estragos que causa en el intestino de los
niños, compraron el frasquito de la vendita medicina.
Consecuentemente, el "Profesor" Salcedo y su hijo, con los
bolsillos repletos, recogieron la lona, la doblaron, la metieron
en el baúl rústico y partieron en el último
carro que los llevaría hasta su nuevo destino.

EL JUEGO DEL
BOLICHE

Éste era un juego verdaderamente popular que
entusiasmaba grandemente a los participantes; después de
la gallera, creo que era el lugar donde más
algarabía se hacía, donde se escuchaba las
expresiones de júbilo más originales cuando ganaban
y las imprecaciones más subidas de tono cuando
perdían.

El escenario para jugarlo consistía en un hueco,
en forma de cono invertido, excavado en el piso de tierra, con un
diámetro de 2 metros y una profundidad de 0,75 metros que
terminaba en una superficie aplanada y adecuada para colocar una
cajita redonda junto a otra rectangular; en cada una de
éstas debían caber tres de las cinco bolas de
metal.

El juego era dirigido por quien tenía el
"banco" y
animado por la bolichera que también recibía y
pagaba las apuestas. Además, se encargaba de lanzar las
bolas con mucha pericia para que dieran el mayor número de
vueltas concéntricas sobre la superficie del cono, antes
de ingresar a las cajas. Tradicionalmente realizaban este oficio
Teodomira Otero, María Solarte y Angelita Linares. Ellas
alegraban el juego con su forma particular de cantar las
apuestas, las pérdidas y las ganancias: ¡gana el
pueblo! Gritaban cuando tres de las cinco bolas entraban en la
caja redonda. Entonces los apostadores recibían el doble
de lo apostado; y "pilar" cantaban alborozadas cuando la plata
iba para el "banco" debido a que las tres bolas habían
entrado en la caja rectangular.

Quienes tenían el permiso de la Alcaldía
para organizar el juego del boliche en las fiestas patronales,
mandaban construir el hueco y templar el toldo en la boca-calle
que conducía al chorro de agua, al
frente de la casa de don Jesús Romo y de la tienda de don
Arsecio Benavides.

Los niños no podían participar; no
permitían ni siquiera mirar; cuando alguien se
entrometía lo sacaban de la oreja, bien sea el
policía municipal, el maestro de escuela o
cualquier persona mayor que
quisiera hacerlo. El juego en sí mismo era muy sano y
divertido; pero debido a las apuestas, los participantes
enardecidos pronunciaban muchas imprecaciones que escandalizaban
a los guardianes de la
moral.

NOTA AL MARGEN. Yo tuve la oportunidad de ver el dichoso
juego una o dos veces. No sé, a lo mejor lo prohibieron
porque obstaculizaban la libre locomoción o,
escandalizaban en la vía pública.

LA BANDA DE
MÚSICOS

Dos o tres fiestas religiosas se celebraban con mucha
pompa cada año y los fiesteros, que emulaban unos con
otros, pagaban buenas sumas de dinero a los
párrocos para que realizaran los más vistosos
eventos litúrgicos y para que arreglaran el templo con las
mejores galas; pero eso no era todo, también llevaban al
pueblo una buena banda de músicos para alegrar los
diferentes festejos: unas veces la Banda Santa Cecilia de
Sandoná, otras la Banda de Puerres o de Gualmatán;
y para complementar la alegría, contrataban a
experimentados polvoreros para que se encargaran de la
elaboración de los castillos y las vaca-locas; mejor
dicho, para realizar todos los juegos
pirotécnicos.

Recuerdan los informantes que era muy emocionante
escuchar los primeros acordes que entonaban los músicos en
el atrio de la iglesia; que
se producía un gran alborozo con los cohetes, voladores y
demás artefactos de pólvora. Y que el entusiasmo se
desbordaba cuando la banda desfilaba, por las callejas del
pueblo, entonando la música popular.

Por eso añoraban los mayores su Banda Municipal,
decían que fue el acicate en todas las faenas
cívicas, en las mingas, en los desfiles y en las
procesiones. Estos son algunos nombres que todavía se
recuerdan: Gregorio Jaramillo, Alejandro Zambrano, Juan
Pérez, Anatolio Santander, José María Orbez,
Pedro Mera, Liborio Díaz, Arsecio Benavides, Alejandro
Benavides, Enrique Acosta, Pedro Yela, Venancio Solarte,
Nemesiano Bravo, Julio Narváez y Eduardo
Vallejo.

Con el transcurrir del tiempo, después de muchos
años, se volvió a organizar una nueva Banda de
Músicos bajo la dirección del maestro Juan Castillo y con
la asistencia de los músicos Julio Narváez y
Eduardo Vallejo. El comienzo fue ciertamente ensordecedor, puesto
que los aprendices producían sonidos desafinados por todo
el vecindario; pero de todos modos el Director pacientemente les
enseñaba a producir los sonidos de la escala musical,
durante las prácticas que realizaban todas las noches en
el salón del Concejo Municipal.

Pero eso no bastaba, porque cada embrión de
músico realizaba los ejercicios melódicos en sus
respectivas casas, con tanto empeño que hasta se les
hinchaba los labios de tanto "chupar cobre". De
todos modos, la gente del pueblo soportaba con resignación
la monotonía de los ensayos; al
fin de cuentas,
confiaban en que algún día les arrancarían
siquiera una melodía a esos sufridos
instrumentos.

¡Admirable la labor del maestro Castillo! Porque
con mucha paciencia logró que, quienes parecían
negados con ese arte, con gran
tenacidad, iban a poder
interpretar los sonidos de la escala musical. Luego, superada esa
primera etapa, vino el estudio del complicado solfeo con el
respectivo concepto

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del tiempo, entendido como un patrón de
acción fija; lo mismo que el aprendizaje de
los silencios y sostenidos, el valor de las notas que como
graciosas figuritas les bailaban en las líneas y espacios
del pentagrama; también el dominio de las
diferentes claves; en fin, aprendieron todo lo que exige la
gramática musical.

Después de haber adquirido el conocimiento de los
fundamentos musicales, cada intérprete tuvo que esforzarse
para conseguir el manejo del ritmo, la cadencia, la
armonía y el compás; verdaderamente cuan
difícil fue; pero, si se aporta claros propósitos,
deseo de superación y férrea voluntad, se obtiene
las competencias
necesaria para ejercer cualquier actividad.

Y así fue. Llegó el tan anhelado
día. La Banda de Músicos del Municipio de Linares
presentó su primer concierto ante su público que
les aclamó y estimuló para que siguieran
perfeccionando y ampliando su repertorio musical. Es decir, la
banda debía tener las piezas musicales indicadas para la
retreta sabatina; las populares para alegrar el enteje de una
casa de campo; las apropiadas para la clausura del año
escolar; las adecuadas para la procesión de Viernes Santo;
la que los niños querían escuchar en la Navidad y la
propia para bailar en los Carnavales.

REPRESENTACIONES
TEATRALES

Denominaban drama a toda obra de teatro que
tuviera más de dos actos, con algún fondo
temático, aunque realmente no fuera dramático. En
cambio el
sainete, obra jocosa en un acto, de carácter popular y generalmente presentada
como intermedio o final de una función
que, por su versatilidad, lo representaban las niñas y los
niños de las escuelas en las clausuras del año
lectivo, en las sabatinas o en cualquier fecha especial. Mi
informante, al recordar esas representaciones de los años
cuarenta, destaca la gracia y la calidad actoral
de la señora Laura Figueroa en el sainete titulado
"Doña Perejila".

Además recordó que las primeras obras
fueron representadas por compañías teatrales
llevadas al lugar por personalidades interesadas en la cultura, tales
como: Rogelio Zambrano, Horacio Rosales, Ezequiel
Martínez. Ellos, agregó, prepararon y pusieron en
escena las obras: Genobeva de Brabante y El Hijo Pródigo.
En las que actuaron Fortunato Bravo Ruales, Enriqueta Cabrera,
Etelvina Solarte y Laura Figueroa. El drama "Expósito" fue
dirigido por la señorita Judith Coral y "San Tarsicio" por
el Presbítero Carlos Alberto Vélez.

El proscenio, lugar donde presentaban las obras
teatrales, estaba construido con guaduas y tablas bien amarradas
entre los pilares del corredor de la Casa Municipal; en la parte
anterior colocaban una cortina de tela gruesa; en el fondo
colgaban cortinas de tela delgada o, en su defecto, de papel de
empaquetadura pintado de acuerdo con la temática de la
obra. El apuntador o consueta se encargaba de dar a los actores y
actrices mayor seguridad en el
desarrollo de
la escena. El director era quien coordinaba los ensayos y
revisaba las actuaciones y demás aspectos importantes de
la obra. El vestuario y el maquillaje lo realizaban los mismos
actores.

El público por lo general estimulaba esta
clase de
eventos comprando las boletas y asistiendo a las funciones
teatrales.

LA VACALOCA Y EL
CASTILLO

El armazón de la vaca-loca estaba hecho con dos
páneles de estera de palma amarrados a juncos de
cañabrava que iban colocados en ángulo, algo
parecido al techo de una casa; pero además tenía un
palo al frente que sobresalía hacia los lados semejando
los cuernos y una guasca atrás que sugería la cola
del animal.

Este adefesio lograba su gracia con los arreglos
pirotécnicos que iluminaban el espacio con lindos colores, al
tiempo que lo llenaban con humo y estruendosos sonidos. Pero el
atractivo del singular artefacto estaba en la lúdica que
le imprimía la persona que se metía debajo del
armazón y graciosamente imitaba los movimientos del bicho
bravo cuando embiste. Este artificio servía para que
algunos espontáneos realizaran caricaturescos lances,
aunque también salían chamuscados al fin de la
faena. ¡Ah!, había olvidado decirles que los cuernos
y la cola de la vaca-loca permanecían encendidos mientras
duraba la corrida, gracias a que estaban envueltos con estopa
empapada de petroleo; pero el resto de la estructura
estaba entretejida de luces, voladores, cohetes y rastrillos de
pólvora que salían amenazantes hacia todos los
rincones de la plaza donde se habían agolpado los
curiosos.

El juego podría parecer riesgoso, pero
afortunadamente, tanto los organizadores del evento como quienes
lo iban a ver, tomaban las debidas precauciones para divertirse
sin ningún temor, pero segregando una buena dosis de
adrenalina.

El castillo estaba elaborado con varios fuegos
artificiales que se armaban sobre una guadua larga que luego se
paraba con su base enterrada en un hueco suficientemente hondo
para que se pudiera sostener bien erguida.

En ese madero o poste construían, con diferentes
luces de pólvora, figuras y letreros luminosos y
chispeantes que iban apareciendo a medida que se quemaba la mecha
lenta que las unía.

Al principio se encendían unas pequeñas
luces de Bengala que despedían claridad muy viva de
diversos colores; luego los aros giratorios con sus impulsores
produciendo sonidos similares a los pitos; en seguida se
prendían los bombarderos que disparaban bolas luminosas
hacia lo alto donde se trasformaban en círculos de
estrellitas color rubí
o llovizna de finas luces color esmeralda o esferas color azul
turquí o paraguas color fucsia; después la mecha
quemaba la cabuya y se desenrollaba la lámina brillante
con la imagen de Nuestra
Señora del Rosario.

En este momento los parroquianos se quedaban
atónitos y solamente se escuchaba un sonido hueco de
admiración; sonido que iba perdiéndose al tiempo
que la estampa de la Virgen se veía más claramente
con las luces de las velas romanas que la enmarcaban y gracias a
que el humo que había producido la mecha al quemar la
cabuya ya se había desvanecido.

Cuando parecía que todo había calmado,
nuevamente la mecha prendía una serie de figuras arabescas
de diferentes colores e intensidades. Estos diseños
podían estar ubicados en un lado, en los dos opuestos,
construidos en forma de pirámide, de cubo o de cilindro
que también giraba; de tal manera que el arte se
podía apreciar desde cualquier ángulo de la
plaza.

Pero… esperen un momento, todavía no se vayan
que aún no ha terminado el espectáculo, falta que
se prendan los cohetes, los tronantes ensordecedores y los
busca-pies que, como culebras encendidas, persiguen el tumulto
que sale brincando y gritando del lugar.

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CARNAVAL DE NEGROS Y
BLANCOS

Según narra la historia, el Carnaval de Negros y
Blancos se realiza desde el día en que, por medio de
documento real, se reconoció el cinco de enero de cada
año como día libre para los negros esclavos. En
Pasto se consolidó en 1854 (5) cuando los negros, con su
natural alegría, salieron a las calles danzando, gritando
y tiznando a los blancos y mestizos para que ese día
fueran negros como ellos. Éstos, contagiados de la
lúdica rítmica y musical de los negros, sin odiosas
discriminaciones, participaron de la animada y popular
fiesta.

Ahora, el Carnaval de Negros y Blancos, regocija a
niños, jóvenes y viejos, porque una deidad insita a
los nariñenses a olvidar tristezas y alimentar el
espíritu con emoción, optimismo y, sobre todo,
libertad.
Entonces, para contribuir a mantener la tradición, cada
quien se une al grupo del
vecindario, compra una media de aguardiente, un tarro de talco o
un tubo de cosmético y sale a jugar y bailar a las calles
y a la plaza.

En estos lugares públicos, la gente, negreada
hasta los dientes, aprovecha la oportunidad para mostrar su
creatividad y
espontaneidad: bailan con quien esté más cerca
cuando suena la música interpretada por toda clase de
instrumentos; sobre todo cuando escuchan La Guaneña, El
Cachirí, el Chambú y El Miranchurito, canciones
autóctonas que con ímpetu les invita a beber
aguardiente "a pico"e botella" y a gritar con alegría:
"¡Viva el Cinco de Enero!, ¡Vivan los Carnavales!,
¡Vivan los Negritos!, ¡Viva Pasto,
carajo!".

Tal como se juega en Pasto, guardando las proporciones,
también se juega en los demás pueblos de
Nariño y, por supuesto, se juega en Linares. Allí,
como en cualquiera lugar, algunos personajes del pueblo se
disfrazan y buscan en el carnaval su liberación, su
identidad;
pues es mediante estas creaciones de la fantasía
artística popular que el hombre de
todos los tiempos ha evadido la triste realidad y ha burlado la
angustia.

Hasta mediados del siglo pasado, salían a jugar y
bailar en la plaza las comparsas compuestas por hombres y mujeres
disfrazados, con sus caras pintadas, o cubiertas por antifaces.
Desde las veredas llegaban al poblado unas comparsas compuestas
por hombres y mujeres vistiendo atuendos de vistosos colores y
sombreros de cartón. Uno de estos grupos de
danzantes, al tiempo que bailaban, hábilmente
entretejían unas cintas alrededor de una vara que uno de
los miembros de la comparsa llevaba en alto. En ese entrecruzarse
de parejas iban tejiendo una estera cilíndrica sobre la
parte superior de la vara; luego, cuando el círculo se
había reducido y las cintas acortado, la comparsa bailaba
en sentido contrario para destejer la estera cilíndrica y
seguir en esa lúdica durante todo el desfile. Pero, el
baile más

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extravagante lo realizaban los matachines
que iban vestidos con trajes elaborados con costales y ejecutando
movimientos estrambóticos y azotando el piso con unas
vejigas llenas de aire y amarradas
a un látigo, para abrirse paso entre la multitud que se
agolpaba a lado y lado de la calle.

Toda esa algazara ocurría al son de la
música de las bandas "cuereras" con el bombo, el tambor,
la quena , el rondador y la raspa. En este ambiente
festivo, la chiquillada disfruta pintándose con
cosméticos de elaboración casera y las comparsas
musicales recorrían las calles llenándolas de
alegría con sus cantos y bailes. Las personas adultas
disfrutaban y gozaban hasta donde las fuerzas les alcanzaba, para
luego regresar a casa contentos y optimistas, pero embadurnados
de cosmético negro, empolvados con talco y "pringos" hasta
el copete.

LA GALLINA Y LOS
POLLITOS DE
ORO

_LEYENDA EN VERSIÓN
LIBRE_

Las leyendas son
formas originales creadas por el pueblo para contar pasajes
fantasiosos entrelazados con los reales del diario acontecer.
Éstas, con el transcurrir del tiempo, llegan a constituir
manifestaciones culturales que hacen parte de la
tradición. Una de ellas, en Linares, tiene relación
con los trapiches, las moliendas, los molenderos, la
producción de la panela y todas sus faenas
adyacentes.

En este sentido, la tradición cuenta que un grupo
de arrieros se dirigía, con sus mulas cargadas con bultos
de panelas, hacia uno de los centros comerciales donde
podían venderlas y, en tal intento, después de
haber cruzado largas y peligrosas travesías, llegaron
rendidos a la parte más alta de la cordillera, amarraron
las bestias a un árbol y se recostaron a su sombra para
descansar.

En ese momento escucharon con asombro y miedo el cacareo
estruendoso de una gallina y el "chiu", "chiu", "chiu" agudo de
unos polluelos; entonces la curiosidad pudo más que el
cansancio y, siguiendo la dirección del infernal ruido,
descubrieron que no se trataba de una gallina y unos polluelos
naturales y corrientes, sino de una gallina y unos polluelos de
oro amarillo y brillante que corrían loma
abajo.

Entonces, ante semejante destello de riqueza, los
atónitos arrieros, se olvidaron de la recua cargada con
bultos de panelas y partieron desaforados en pos de ella; pero en
vano fue el esfuerzo porque la maldita gallina y sus polluelos de
oro, tan pronto llegaron a terreno plano, se tiraron al
río Guáitara y se refundieron entre sus caudalosos
rápidos.

Tristes y desconsolados los arrieros tuvieron que volver
a subir por esos estrechos quingos, con las manos bacías y
la ambición golpeada. Además, para colmo de males,
al llegar al lugar donde habían amarrado las bestias
comprobaron que las condenadas tampoco estaban. Entonces, sin
descanso se dieron a la tarea de buscarlas por toda la comarca y,
en su penoso caminar, se encontraron con una alta y empinada
roca, sobre la cual la fuerza de la
naturaleza ha
esculpido un inmenso número 60, – de donde el lugar toma
su nombre: "El Sesenta"–.

En vista de que era imposible ascender por esa escarpada
roca, tomaron otro rumbo y, luego de caminar sin descanso,
arribaron a una de las cuevas del Cerro Linares; allí, en
medio de la confusión y el pánico,
se les apareció un gigante de piernas y brazos largos, de
cabeza rapada, ojos achinados, nariz hocicada, orejas
puntiagudas, boca grandota y cuerpo escamoso que, al verles les
gritó: _¡Hola!, ustedes, ingenuos,
¿qué andan buscando?. Éstos, paliduchos y
"tiritingos", le respondieron: _nuestras mulas cargadas con
bultos de panelas. El gigante enfurecido con un alarido les
recriminó: _¿cómo pueden ser ustedes los
dueños si las dejaron abandonadas, por ir tras una
ilusión?.

No supieron qué responder los amedrentados
arrieros; entonces el gigante, con toda su fuerza, estiro sus
largos brazos, los agarró de las piernas y los tiró
hacia dentro. Allí, en ese lugar lleno de neblina espesa,
de humedad penetrante y olor repugnante, con voz de trueno les
dijo: _¡miren! Y…¡sorpresa! Las panelas ahora eran
de oro macizo.

"Y en diciendo esto", el feo y feroz gigante
desapareció entre la neblina; entonces los mal tratados
arrieros, sacaron la poca fuerza que les quedaba y cargaron las
mulas con unas pocas panelas de pesado oro para
entregárselas a sus patrones como testimonio de lo que
habían visto. "Luego, sin que les sucediera cosa digna de
contar", llegaron al trapiche confundidos y orates por el
pánico y el agotamiento.

Desde entonces, algunos aventureros de la región
y otros advenedizos, han insistido en encontrar el dichoso
tesoro, porque, con lo poco que contaron los arrieros, suponen
que el montón de panelas de oro está intacto en el
mismo punto donde lo dejaron los desdichados.

NOTÍCULA. A mediados del siglo pasado, cuando
solamente existían los trapiches de bueyes, los cortadores
y acarreadores de caña, los molenderos, fogoneros y
demás trabajadores convertían la molienda en una
fiesta caliente, dulce y bulliciosa que no cambiaban por nada,
así les hubieran obligado a hacerlo (6).

EL VELORIO DE UN
ANGELITO

En la época que he venido comentando, más
o menos hasta mediados del siglo pasado, la población de este Municipio se vio
gravemente afectada porque adolecía de buena salubridad y
de una mínima atención médica. Por eso el
fallecimiento de los niños se presentaba con demasiada
frecuencia.

Ante esta patética realidad la gente tuvo que
aferrarse a la creencia de que si se bautizaba cristianamente a
sus niños, se les libraba de convertirse en "niños
aucas" e irse al limbo. Entonces, ante la muerte de
estos angelitos, no debía sentirse aflicción sino
regocijo porque habiendo recibido ese sacramento, habían
ganado el derecho de entrar al cielo.

De tal modo, reitero, si el niño había
sido cristianamente bautizado y llegaba a morir, lo
vestían con ajuar blanco de satín y tul, con
guantes de algodón
y, para complementar el atuendo, le colocaban corona de flores
artificiales –que solamente las había en la tienda
de Doña Rosa Caicedo- y lo maquillaban y perfumaban.
Así, sus hermanitos y amiguitos creían que estaba
listo para subir al cielo.

En estas circunstancias, los vecinos colaboraban en
todos los quehaceres y aportaban con velas, cintas, flores,
coronas y demás implementos necesarios para el arreglo del
salón y de la peana donde se iba a colocar el difunto
niño.

Lista la parafernalia se hacía el velorio,
espacio propicio para narrar cuentos,
recitar, cantar y organizar juegos comunitarios. Por ejemplo:
aquel juego que iniciaba con la pregunta siguiente: El Barco ha
venido y ¿qué ha traído?. Luego el
organizador del juego determinaba la letra con la cual
debía empezar la palabra que tenía que utilizar
cada participante. Y así, decía: con la letra "m".
Entonces, cada participante tenía que nombrar palabras que
empezaran por dicha letra. Por ejemplo, uno respondía:
"maletas"; otro pronunciaba "mecheros"; el siguiente expresaba
"mecedoras"; fulanito profería "municiones"; y así
sucesivamente hasta que aparecía la descuidada que no
sabía que pronunciar y se ganaba una penitencia o se la
sentaba en el "banquillo". En el primer caso, tenía que
bailar con la escoba, recitar, cantar, hacerle una
declaración amorosa a alguien, etcétera. En el
segundo caso, se ubicaba una silla en el centro y se le sentaba
allí, como penitente. Luego, el organizador preguntaba a
uno por uno de los participantes: ¿Por qué fulanita
está en el banquillo? Y cada uno daba una razón;
así por ejemplo, uno decía: "por vanidosa"; otro:
"por chismosa"; éste decía: "por gritona"; aquel
respondía: "por mandona"; el de más allá
gritaba: "por engreída", etcétera. Como se trataba
de un juego, el penitente, por lo general tenía que
soportar la crítica. Pero algunos muchas veces salieron
lastimados en su amor propio
porque la crítica resultaba un tanto mordaz.

De ese modo, entre chanzas, charlas, chismes y juegos,
transcurría la noche del velorio del angelito. Y de esta
manera, sencillamente, el pueblo creaba esos espacios de
encuentro que eran propicios para desplegar aquellas habilidades
y destrezas que enriquecieron el entorno cultural.

EL VELORIO DE UN
ADULTO

Cuando en el pueblo se escuchaban esos sonidos
lastimeros que emiten las campanas de la iglesia; es decir cuando
doblan las campanas, era porque alguna persona adulta
había muerto. Y, en pocos minutos ya se sabía el
nombre del difunto porque había unos duendecillos
encargados de difundir la información.

Entonces, ya ubicado el occiso, todos los deudos, los vecinos
y los amigos, se vestían de luto para asistir al velorio.
Éste se hacía en el salón más grande
de la casa que para la ocasión se había adornado
con cortinas blancas anudadas con lazos de cinta negra; sobre la
peana, cubierta con manteles blancos, se colocaba el
féretro y, a los lados ubicaban grandes cirios sobre
candelabros de bronce. Las coronas de flores y los ramos que
rodeaban al difunto, le daban al lugar ese característico
olor a muerte. Y,
allí, en ese escenario fúnebre y sobrecogedor se
rezaba rosarios y responsos y, de cuando en cuando, uno que otro
traguito "pa" pasar la mala noche".

El entierro, si era de primera clase, se hacía con
mucha pompa, con conmovedores cantos de réquiem, con
responsos cargados de indulgencias, con harta agua bendita y con
cantidades de sahumerios de incienso. En el templo, adornado con
todos los trebejos, el sacerdote celebraba la liturgia, mientras
el cantor le sacaba tristes melodías al viejo armonio de
fuelle. Luego, en medio de ruidosos sollozos y llantos, el cura
consolaba a los dolientes con su consabido sermón sobre la
resurrección y la posesión de la gloria eterna.

Todo concluía con la procesión hasta el
cementerio donde la viuda con sus hijitos huérfanos
lloraban sin consuelo hasta llegar al paroxismo en el momento de
sellar la fosa con la lápida. Así eran las
expresiones de dolor, eran las manifestaciones del amor que
sentían las personas por sus muertos. Si aún en
nuestro tiempo no somos capaces de entender que la muerte de los
seres es tan natural como el nacimiento; con mayor razón
en la época que les estoy describiendo.

Era común, en ese entonces, cuando en el pueblo se
adolecía del fluido eléctrico, que se tejieran
rumores sobre visiones de sombras fantasmales que iban
acompañadas de tenebrosos aullidos de perros y
graznidos de buhos; se hacía muchos cuentos referentes a
los vuelos de aves agoreras que, según los entendidos,
presagiaban la condenación de los impíos. Por eso
los dolientes atendían con buenos presentes a las
tejedoras de rumores para que no fueran a condenar a sus
difuntos.

UNA ESTAMPA DE LA
SEMANA SANTA

Las creencias religiosas, basadas en la tradición
y en las enseñanzas de la iglesia, fueron arraigando en el
pueblo unas tantas prácticas rituales que en la
conmemoración de la Semana Santa
se manifestaban con mayor devoción; por eso los penitentes
que necesitaban saldar sus cuentas, hacían fila desde el
Viernes de Dolores para que el cura les exculpara de los pecados
y les librara de la condenación eterna.

El sábado por la mañana los campesinos
llevaban al pueblo las palmas que habían sacado de la
montaña y que la gente compraba para escenificar, en la
procesión del Domingo de Ramos, la llegada triunfante del
Nazareno a las puertas de Jerusalem, en medio de gritos de
alabanza y del batir de las palmas. Después de la
procesión, el sacerdote bendecía los ramos que se
guardaban para que ardieran en el patio de sus casas, en demanda de la
misericordia del Señor, en aquellos días de la
tempestad y el trueno, como también en las horas de
calamidad y desdicha, cuando los visitaba la enfermedad o el
hambre.

Las celebraciones litúrgicas del "lunes de las
tinieblas", según cuentan, se reducían a unas
lecturas sobre la Pasión y Muerte del Señor que el
sacerdote hacía frente al sagrario. Para el caso, el altar
se cubría con telones de color morado que servían
de fondo a la pirámide hecha con candelabros y cirios que
el sacristán prendía en tanto el sacerdote iba
leyendo los pasajes bíblicos alusivos.

En seguida de estas ceremonias la gente empezaba a
agruparse para rezar el vía crucis en cada una de las
estaciones que renueva el Drama Sacrosanto de Jerusalem.
Después de la lectura, se
arrodillaban para repetir en coro algunas jaculatorias; luego se
levantaban y continuaban con la siguiente estación hasta
cumplir las catorce. Estos grupos de creyentes, en cumplimiento
de las tradiciones cristianas, heredadas de sus mayores,
hacían posible esta demostración de fe, con mucho
recogimiento y respeto.

La procesión nocturna del Martes Santo era muy
concurrida y bien alumbrada con las velas que llevaban los
feligreses y con las lámparas petromax que ubicaban en
cada una de las andas de las diferentes imágenes
que sacaban los cofrades cargadas en hombros. El anda del
Señor de las Siete Caídas era la más
adornada y la más pesada porque estaba construida con unas
estructuras
especiales para que la imagen cayera en cada una de las
estaciones. El manejo de los mecanismos debía hacerlo una
persona con mucha pericia para que los movimientos tuvieran la
más convincente naturalidad y conmovieran a los piadosos
creyentes.

El Jueves Santo, en ceremonia especial, el sacerdote,
ante un templo atestado de fieles sudorosos, descubría el
monumento alegórico a la Sagrada Eucaristía. Quien
hizo este relato recuerda que en una ocasión "se
había confeccionado un hermoso cáliz dorado con
rayos de plata tras de una blanca hostia. Todo en medio de ramos
de perfumadas flores y de grandes cirios encendidos; en otra
oportunidad se había elaborado un bonito cordero yacente
entre racimos de uvas y espigas de trigo; arreglado sobre
hermosos manteles finamente bordados". Según sus
conocimientos en la simbología sacra, "estos eran unos
maravillosos emblemas cargados de gran significado".

En este mismo día también se conmemoraba
el lavatorio de los pies y, para el caso, llevaban a la mesa a
doce muchachos vestidos con mantos y túnicas, tal como era
la usanza en la época de Jesús Cristo. Estos
actores se sentían bien gratificados con los grandes y
deliciosos panes aliñados y con la copa de buen vino
Grajales que les servían para que comieran y bebieran
mientras el cura, en una demostración de humildad extrema,
les lavaba y besaba sus pies.

Terminadas estas ceremonias silenciaban las campanas
tratando simbolizar el dolor y la tristeza de quienes, por
siglos, han visto en Cristo el verdadero Redentor del mundo.
Luego, para invitar a los fieles a los demás actos
litúrgicos, se utilizaba las matracas de madera que, en
las manos inquietas de los monaguillos, hacían bulla por
todas las calles del pueblo.

El Viernes Santo se celebraba la ceremonia más
larga de cuantas tenían cabida en la Semana Mayor: el
sermón de las siete palabras que alcanzaba a durar hasta
tres horas. En este momento "el orador sagrado", un cura de
vastos conocimientos bíblicos, ilustraba sobre el
significado de lo acaecido en el Monte Calvario; dándole
la interpretación de entonces y trasladando
los comentarios a los acontecimientos del momento y del lugar. En
este elemento discursivo estaba la clave para conmover y
convencer a la feligresía.

En la noche del mismo día, después de un
corto descanso, el pueblo se volvía a reunir en el templo
para escuchar el sermón del descendimiento y para ver
cómo los piadosos cofrades bajaban la imagen del
Señor Crucificado al Santo Sepulcro, un anda con muchos
adornos y bellamente arreglada; que la llevaban los cargueros,
vestidos con su túnica de penitente, con paños y
cíngulos blancos, y portando la alcayata como
galardón a su fatiga (7) . Èstos, en muestra de su
entrañable devoción, lo cargaban durante la
procesión que recorría unas ocho o diez cuadras.
Además, también eran llevadas en hombros, las
imágenes de la Madre Dolorosa y la de San Juan; la primera
acompañada por las señoras y la segunda por los
jóvenes; los señores iban tras del Santo
Sepulcro.

Lo típico y llamativo de la procesión
estaba en las personas que se encargaban de caracterizar los
diferentes pasos bíblicos: Es así como don
Joaquín Vallejo, muy bien disfrazado de Jesucristo y
cargando una pesada cruz de madera, para darle mayor realismo, iba
seguido por los "judíos". Èstos, también
caracterizados, con largos turbantes y con sus caras cubiertas,
azotaban las espaldas del supuesto Jesús con vejigas de
cerdo infladas y amarradas a un palo, al tiempo que gritaban
¡crucifícale!, ¡crucifícale!. El
señor Vallejo, comenta mi informante, se había
impuesto
voluntariamente esta actividad como penitencia, lo mismo que
habían hecho otros años don Hermógenes Yela
o don Gonzalo Portillo.

En esa misma ocasión, en el año de 1938,
el Párroco Arquímedes Rosero había comisionado
a las señoritas Fredesvinda Figueroa para que interpretara
el papel de Ester, llevando sobre una bandeja algo que se
pareciera a una cabeza y representara la de Olofernes; a Marina
Narváez para que representara la Verónica, portando
un lienzo pintado con el Divino Rostro; a Olga Dolores Solarte
para que representara a la Samaritana, cargando un jarrón
sobre sus hombros; y a Laura Acosta en el rol de Cleopatra,
llevando en sus manos la réplica de un áspid
venenoso.

CHISME: Me contaron que estas señoritas, muy
recataditas iban en la procesión representando el debido
"paso"; pero a causa de los gritos de "afrijólale", en vez
de crucifícale, habían soltado tremenda carcajada,
irrespetando el recogimiento de los asistentes y causando
tremenda ira en el sacerdote.

LA
CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO

El terreno para la construcción del templo fue regalado por el
señor Obispo de la Diócesis de Pasto, Antonio
María Pueyo del Val, en la Visita Episcopal que realizara
en el año de 1918 (3); los planos fueron hechos por el
señor Pedro Hecker y, con estos elementos fundamentales,
en el año de 1926, el Párroco Higinio Díaz
Molina, un cura exigente con la feligresía; pero, para
bien de la población, conocedor de algunos rudimentos de
la ingeniería, se propuso continuar con la
construcción exhortando a los maestros de obra y
demás pobladores para que trabajaran en los distintos
frentes.

Entonces, sin pérdida de tiempo, se presentaron
ante su pastor, decenas de hombres con sus palas, picas y
barretones; y obviamente con toda su fuerza y voluntad para
allanar el montículo pedregoso donde se habría de
ejecutar el plano.

Para el efecto, con sus herramientas
rudimentarias, los trabajadores cavaron las zanjas para hacer los
cimientos, cargaron piedras para rellenarlos, transportaron
toneladas de cal y arena, acarrearon montones de ladrillos para
construir los muros y pilastras y, luego llevaron toda la madera
necesaria para construir el techo, además de los materiales
necesarios para hacer el cielo raso y demás obras
suplementarias.

En 1934 llegó al pueblo un cura muy culto y
bonachón que se ganó el aprecio de la gente del
pueblo: Servio Tulio Dorado. Con su buen tiento logró que
la feligresía hiciera toda clase de eventos para reunir el
dinero necesario para el acabado de las obras
fundamentales.

En el año de 1938 se encargó de la
Parroquia el Padre Arquímedes Rosero, un sacerdote
entusiasta que, con la colaboración de los señores
y señoras líderes cívicos del pueblo,
continuó con las obras de embellecimiento de la
iglesia.

El Padre Carlos Alberto Vélez, en 1950,
llevó al señor Tomás Muñoz, como
maestro de obra, para que se encargara de la construcción
de la torre, la cúpula, el púlpito y el
comulgatorio. Las demás obras de embellecimiento como las
pilastras, cornisas y molduras, así como el amueblamiento,
se hicieron lentamente y con mucho cuidado; por eso su
culminación fue tan demorada.

EL RADIO
TELEFUNKEN

Era un radio receptor de tubos que funcionaba conectado
a una pila seca grande y con dos antenas: una iba
a tierra y otra al aire extendida entre los pilares del pasillo
de la casa.

Aunque el radio-receptor de fabricación alemana
era un buen aparato, la sintonía de las emisoras, sobre
todo durante el día, no era lo suficentemente
nítida, había mucho ruido, mucha estática;
por lo cual la mayoría de las veces los radio-escuchas se
enteraban a medias de las noticias;
entonces, aprovechaban para complementarlas con toda clase de
elucubraciones. Luego, al calor de los
tragos de aguardiente, sus discusiones se tornaban en alegatos
que solamente la música ecuatoriana, cargada de
melancolía, les hacía cambiar por la tristeza y el
llanto.

Por aquel entonces, en el Municipio tan sólo
había ese radio receptor, de tal manera que, cuando la
transmisión de algún programa era de
interés
popular, el dueño lo mandaba instalar sobre una mesa,
cerca de la puerta que daba hacia la calle. De ese modo, los
parroquianos podían enterarse sobre lo que
acontecía más allá del río
Guáitara.

Tal es el caso, en Semana Santa, cuando los curiosos
escuchaban con respeto el sermón de las siete palabras, el
del descendimiento y otros tantos que los oradores
místicos pronunciaban con vehemencia, produciendo en los
feligreses un repentino recogimiento espiritual y un
espontáneo arrepentimiento.

El radio receptor prestó una invaluable ayuda en
los días largos de los terremotos y
temblores de La Chorrera, cerca de Túquerres; porque,
comentan los entrevistados que, todos los pobladores salieron de
sus casas, por temor a que se cayeran, y fueron a guarecerse en
unos toldos construidos en la plaza.

Entonces, para difundir entre la gente las noticias y
comentarios, el dichoso radio-receptor lo instalaron en el
balcón de la casa de don Virgilio Rodríguez,
ubicada en la esquina nororiental de la plaza. Alrededor del
lugar se agolparon los pobladores para enterarse sobre los
boletines informativos y sosegarse un poco con la música
clásica que también difundían.

Recuerdan, quienes sufrieron tales sustos, que los
terremotos de ese año ( 1.936) se repitieron durante
varios meses. Mi informante agregó que "en todas las
prácticas comunitarias, el pueblo mostró su temple
y su calidad humana, además de que actuó con gran
sentido de colaboración y mucho respeto".

" CARICATURA
UNO"

_¿Cómo te parece?. Me sale con el cuento
de que a su sobrina la bautizaron con el nombre de
"Emérita" porque el día que nació estaba
consagrado a esa santa, según el "santuario" del almanaque
Bristol. Y, como colegirás, él se refería al
santoral y no al santuario como dijo.

_ A mí, una vez, me hablaba de los conocimientos
"humanitarios" de don Sóstenes. Pero él se
refería a los conocimientos
humanísticos.

_Sí, de ese modo utilizaba los vocablos; pero en
su "cháchara" no se escuchaba mal porque lo hacía
con mucha gracia.

_Yo, una vez le escuché decir que doña
Pérsides salió airosa de un pleito "por modus
propio". Y lo que él quería decir era "motus
proprio". También le escuché, que el año
"electivo" no era lo suficientemente amplio como para que los
niños aprendieran lo necesario. Y, obviamente, se
refería al año lectivo.

_Sí, de esa forma se daba aires de persona
ilustrada, basando su mentada sabiduría en dichos y
refranes populares, tales como: "Más vale maña que
fuerza". "Pa" lo que hay que ver, con un ojo basta". "No digas de
esa agua no he de beber". "Pagan a veces justos por pecadores".
"A Dios rogando y con el mazo dando", etc.; recitaba versos de
canciones como éste: "Vale más un buen amigo, sea
un borracho, sea un perdido, que la más bella mujer"; y de
repente utilizaba frases tomadas de los discursos de
Gaitán, de quien era su admirador. Todos nos
divertíamos cuando las decía, en el instante
más indicado.

_Pero ahí no acaba el cuento.

_¡Ah! ¿Sigue más?

_Sí. Porque el pisco era único
también por su apariencia personal, con su
original corte de cabello que bien le iba con su
estrambótica personalidad,
y aunque lo tenía tan largo que le llegaba hasta la nuca,
no se le veía afeminado, sino gracioso, aunque
extravagante.

_ Además, si observas bien, la moda del corte de
cabello es la que menos dura y la que más
rápidamente se propaga entre los jóvenes. Pero,
este "mechudo", siempre se mantuvo a la moda con su corte de pelo
que nadie le imitó.

_Cualquiera hubiera creído que se trataba de un
hippy; pero no. Para ese entonces no habían aparecido.
¿No es cierto?

_ Su hermano le llamaba "el maestro de la aguja riera",
porque su trabajo consistía en hacer alpargatas de suela
de cabuya con capellada y talonera de pabilo.

_ Pero también era "el maestro de las tijeras"
porque peluqueaba a los parroquianos, los días
sábados. .

_Te acordarás que en la peluquería nos
enterábamos del diario acontecer porque él
conocía todos los chismes del pueblo.

_Creo que muchos recordamos a ese tipo flacuchento, con
su característico pantalón blanco de bota angosta,
su camisa guayabera, y sus graciosas quimbas. Como dirían
ahora: tenía su "swim" y su "look" muy propios.

COLETILLA: Este mozo no era músico, pero cargaba
los instrumentos, los atriles y las partituras, sin los cuales no
podía haber retreta alguna.

No era deportista, pero hacía de utilero, de
naranjero, de masajista. Era el todero indispensable a quien los
deportistas estimaban.

Era un "sollado". Era un "camajàn".

CONSTRUCCIÓN
DE LA CARRETERA Y LA PLANTA HIDROELÉCTRICA

En muchas oportunidades me he referido a las
múltiples dificultades que padecieron los habitantes de
este Municipio por falta de una carretera que les permitiera
transportarse a los pueblos cercanos y , ante todo, a la Capital
donde podían encontrar todos los productos, implementos y
servicios necesarios para mejorar el nivel de vida.

Entre todas las necesidades sentidas por la
población, la más nombrada, en las innumerables
peticiones enviadas a las entidades gubernamentales del orden
Nacional y Departamental, era "el desembotellamiento" para sacar
los productos que allí cultivaban; al mismo tiempo,
supongo, debió hablarse de los insumos necesarios para
mejorar la producción y ampliar el mercado.

Aunque las razones para la construcción de la
vía carreteable hubieran sido de orden mercantilista u
otras, tal vez electoreras; lo que cuenta es el inigualable
beneficio que esta obra proporcionó a toda la
población. Ciertamente, por esa carretera entró el
progreso. Yo pienso que la historia del lugar se dividió
en dos: antes y después de la carretera; sin demeritar
otras obras importantes como la construcción de la
hidroeléctrica, el acueducto y el alcantarillado. Es decir
aquellas obras que cubrieron las necesidades básicas de la
población.

Recuerdan mis informantes que organizaron cantidades de
mingas, donde el pueblo trabajaba a "pico y pala"; pero
afortunadamente, de cada jornada, hacían una fiesta; pues,
esos primeros kilómetros los construyeron a "punta" de
empanadas, aguardiente, música y baile.

Ya, con el primer trazo de la carretera elaborado por el
ilustre Ingeniero don José Braulino Pantoja, en el
año de 1926, don Manuel Benavides Campo y don
Temístocles Solarte, en la
administración del señor Gobernador
Gómez Jurado, mediante la Ordenanza No. 96, consiguieron
la apropiación de $29.000,00 para dicha
construcción. Años más tarde, los Diputados
Rafael Benavides y Alejandro Figueroa lograron otras partidas
para el mismo fin. Lo cierto es que hecha la rectificación
del trazo por el Ingeniero José Mario Velasco Guerrero,
tuvo que empalmarse la vía que iba desde Ancuya con los
tres kilómetros que habían construido en la
dirección opuesta.

Según recuerda don Telmo Ruales, Alcalde
Municipal de la época, gracias a sus oficios y a los
prestados por don Luis Antonio Romo, Alejandro Acosta,
Mesías Vallejo, Samuel Córdoba y Bolívar
Bravo, consiguieron que el señor Gobernador, el Doctor
Aurelio Caviedes Arteaga, diera la partida final, el día
29 de octubre de 1951, para la construcción de la
carretera que uniría las poblaciones de Ancuya y
Linares.

Entonces, siguiendo dicho trazado, las cuadrillas de
trabajadores, los volqueteros y el tractor de oruga avanzaron
relativamente rápido hasta la vereda de El Balcón,
unos diez kilómetros más o menos. Hasta este punto,
mucha gente organizó el paseo para constatar lo que
decían sobre los progresos de la construcción y, en
algunos casos, para ver por primera vez un carro o para
maravillarse con el trepidar de las máquinas,
los famosos buldózer Caterpillar de oruga que, manejados
por unos valientes operarios de la Zona de Carreteras, tumbaban
las rocas y
descuajaban la montaña.

Luego, debido a lo escarpado de la cordillera, la
realización del resto de la obra fue algo lenta porque
siempre que avanzaban en la construcción de la banca por un
lado, por otro se les venía la montaña encima y
tenían que devolverse a reconstruirla. En La Cuchilla, un
pico rocoso, tuvieron que hacer un corte de muchos metros de
profundidad, pues rodearlo resultaba muy peligroso y casi
imposible.

Por tales inconvenientes los pobladores se volvieron
escépticos debido a que durante el invierno tuvieron que
suspender las obras. Y con sobrada razón puesto que,
habiendo llegado hasta San Francisco, a cinco kilómetros
del pueblo, pasó lo que en todo el resto no había
acontecido: se precipitó un tremendo talud de tierra y
sepultó a once trabajadores de la carretera. Obviamente,
la población se conmovió por esta desgracia que
enlutó la obra. Aún queda en la memoria de
quienes vivimos para contarlo.

Después de haber superado todos los
inconvenientes, se terminó la construcción de la
carretera, con las especificaciones necesarias. Luego se hizo la
inauguración el día 18 de agosto de 1952,
según mi informante, fue un gran acontecimiento que
llenó de alegría a los pobladores, sus autoridades
y a todos los invitados que arribaron en las lindas berlinas
negras de la Gobernación.

Seguidamente, llegaron los primeros carros: uno
conducido por don Félix Córdoba y otro por don
Jorge Zambrano Erazo. En ellos llevaron las mercancías
necesarias para el comercio local
y sacaron los productos de la región; pero además,
debido a la inexistencia de buses para pasajeros, tenían
que trasportarlos en las dos bancas de la caseta y hasta en la
carrocería.

A manera de anécdota recuerdo que, debido a la
curiosidad que despertaban los carros, algunos parroquianos se
sometían a viajar amontonados en las carrocería de
los camiones desde el pueblo hasta la vereda de La Arboleda, por
diez centavos y por quince hasta San Francisco.

Tal experiencia, a muchos pasajeros les producía
malestar estomacal, pero no importaba porque de esa manera
pudieron vencer el miedo para luego viajar trechos más
largos. Por otro lado, mi informante comentó que su primer
viaje a la Capital lo hizo en un camión nuevo de don Jorge
Salgar, conducido por un señor de Sandoná que, para
recorrer los 91 kilómetros, demoró catorce horas.
También dijo que llegó molido por el cansancio,
pero feliz por tan grata aventura. Afortunadamente, a pocos meses
de inaugurada la carretera, don Bolívar Bravo puso al
servicio de
los pasajeros un bus escalera que, para la
época, era lo más confortable.

LA PLANTA
HIDROELÉCTRICA

Lo cierto es que en la visita oficial que hiciera el
señor Gobernador, Aurelio Caviedes Arteaga, a Linares el
día 29 de octubre de 1951, se comprometió con la
construcción de la carretera y también con la
planta hidroeléctrica; más aún, esperaba que
las dos obras se inauguraran en la misma fecha.

Para dar cumplimiento a lo prometido, rápidamente
se nombró el ingeniero (NOMBRE) y comenzó las obras
en la hondonada de la quebrada de la Laguna, cerca de la
población; lo que permitió que muchos curiosos
pudieran mirar en detalle la construcción e
instalaciones.

La celeridad con que hicieron las obras, también
se debió a los buenos oficios de la señora
(CAROLA), esposa del señor Gobernador del Departamento, a
quien el pueblo, en muestra de gratitud, le dio el título
de "Reina de la Luz".

Entonces, con estas buenas intervenciones, aunque la
planta hidroeléctrica no se pudo inaugurar el mismo
día que se inauguró la carretera, sí se pudo
hacer el día 5 de marzo de 1953. Por eso, además de
los mencionados, vale destacarse los nombres de quienes
estuvieron al frente de tales realizaciones:

El Doctor Aurelio Caviedes Arteaga, Gobernador del
Departamento de Nariño; El Secretario de Obras
Públicas, Ingeniero Eduardo Buchely de la Espriella; los
Concejales del Municipio: Jorge Díaz, Nectario Rosero,
Jorge Pantoja y Rafael Benavides; don Samuel Córdoba era
el Alcalde en los inicios de la obra y don Telmo Ruales durante
la culminación; don Zacarías Solarte, Tesorero
Municipal, le correspondió administrar las partidas
correspondientes durante la ejecución de las
obras.

Hechas las instalaciones del fluido a las residencias,
el "modus vivendi" de los habitantes cambió radicalmente:
Por un lado, la luz de los reflectores ahuyentó los
fantasmas que
habitaban entre las sombras de la noche; por otro, los
radio-receptores permitieron ampliar la gama de
información a quienes por muchos años no la
habían tenido; también se mejoró el
ámbito cultural a través de los programas de
música folclórica y clásica que se
transmitían por medio de los equipos de
amplificación de la casa cural; además, con el
fluido eléctrico, se abrieron nuevos negocios y se
mejoraron los que había; en fin, la corriente
eléctrica llevó consigo una corriente de
cambios positivos para los pobladores

EMBELESO _ UN CUENTO
_

Desde la cuchila, después de haber pasado el
compartidero, se divisaba hacia abajo un hermoso bosque fresco y
multicolor. Cuando uno se adentraba por sus caminos acolchonados
con hojas secas, empezaba a escuchar el alegre parloteo de los
tordos, los apacibles gorjeos de las torcazas, los dulces trinos
de los curillos, achioteros, gorriones y calandrias. En conjunto
todo armonizaba en perfecta sinfonía, donde la
percusión la hacía un pájaro carpintero que
inquieto picoteaba un yarumo seco, intentando extraerle las
termitas que son su alimento.

Racimos de plátanos maduros se veían por
todos lados, naranjos agobiados con el peso de sus frutas,
guayabas maduras esparcidas por el suelo y cafetales en flor
cubrían con sus follajes los linderos del camino e
impedían ver las chocitas y sus moradores que solamente se
anunciaban con el ladrido de los perros y el humo que brotaba por
entre la techumbre.

Para llegar a la Escuela había que atravesar dos
quebradas de cristalinas y rumorosas aguas. Saulo ya había
cruzado la segunda cuando, a sus espaldas, escuchó esa voz
que le era familiar.

-¿Va a visitar a la Señorita?, le
preguntó Lidia.

-Sí, le llevo estos vestidos que mi mamá
confeccionó para ella, le respondió.

-Venga y lo acompaño, le dijo ésta, y
siguió caminando delante de él; lo dejó en
la entrada y se regresó. El aire quedó impregnado
con ese olor a maritones que le era característico; pero
él lo percibía como un aroma sensual.

De regreso al pueblo, por la tarde, Saulo entró a
la choza demandando un vaso de chicha; se sentó en la
raíz de guadua que le servía de banco y desde
allí le miraba en sus rítmicos movimientos: de
aquí para allá, de allá para acá;
aquí, en el corredor, servía la deliciosa chicha;
allá, en la cocina, hacía el oficio con su
mamá.

-Hasta la vuelta, misia Trini.

-Hasta pronto, niño Saulo.

Lidia se quitó el delantal y salió tras
él.

-Venga y lo acompaño hasta la quebrada, le
dijo.

Lo dejó más allá de la segunda y se
regresó. El aire quedó impregnado con su olor
característico, que él lo percibía como si
fuera un aroma sensual.

Habían transcurrido seis años y
allí no encontró la choza, sino una casa de teja
con amplios corredores; ya no había la raíz de
guadua que servía de banco; ya no vendían la
deliciosa chicha, sino cerveza y
aguardiente; y ya no salía el humo por entre la techumbre
de la cocina. Escrutó de reojo, se sentó ante una
mesa y con un grito y un golpe sobre las tablas pidió una
copa de aguardiente con limón.

_¡Niño! exclamó Lidia y lo
estrechó entre sus brazos.

_Vengo a visitarte. Y, no me llames
niño.

_Te traje esta "coqueta", espero te guste.

_ Sí, está muy linda, sí me gusta.
Y, ya es un joven muy apuesto.

Ella se sentó junto a él y,
mirándole las expresiones, le escuchaba todas las palabras
de su conversación. Él, al tiempo que le hablaba,
le acariciaba voluptuosamente. Ella, con una mirada complaciente,
le dijo: _Aquí no. Y se retiró.

Cuando volvió, ya se había quitado el
delantal y mirándose, en el espejo de la "coqueta", su
carita curtida por el sol, se hacía unos retoques a su
sencillo maquillaje.

No le habló, solamente le sonrió y se
dirigió hacia el camino. Èl siguió tras ella
y a pocos pasos le alcanzó y caminaron juntos por el
sendero que tantas veces habían recorrido entre brincos,
caídas y carreras. Era un día claro y caluroso,
aunque una leve brisa vesperal les acariciaba sus rostros
expectantes.

Llegaron. El viejo trapiche había perdido su
gracia y su hechizo; pero ahí estaba aún el
pequeño desván con atados de cortezas arrimados a
la tapia y montones de bagazo sobre el piso; ahí
permanecía el horno con su boca de fuego y su rostro
endrino; ahí todavía perduraban las chumaceras, las
piedras circulares atadas a unos piñones desdentados;
ahí persistía la pértiga desvencijada; y
ahí subsistía la huella por donde circulaba la
yunta al aguijado del molendero.

En ese escenario ruinoso y lleno de fantasmas la pareja
se amaba y sentía el calor intenso del horno al rojo vivo;
se amaba y sentía el vapor viscoso de las pailas dando
punto; se amaba y sentía el bullicio alegre y contagioso
de la peonada; y, finalmente, se amaba y sentía el cansado
mugir de un par de bueyes.

En esa danza del
presente con melodías del pasado, se entrelazaban
sudorosos y jadeantes de frenesí, dándole vida a
esos actores que ellos mismos habían imaginado,
escribiendo la obra que ellos anhelaban representar y
protagonizando las escenas que ellos siempre quisieron
vivenciar.

Luego…, con esos ojos vivaces y fulgurantes y con su
cabellera negra y revuelta, se incorporó, lo tomó
de la mano y le dijo: _Venga y lo acompaño hasta la
quebrada. Lo dejó más allá de la segunda y
se regresó.

El aire quedó impregnado con ese olor a maritones
que le era característico y en el alma de Saulo
la sensación de hastío que producen las
separaciones por causa de esos viajes que, al
parecer, conducen más bien a un destino que a un
lugar.

No había salido aún del embeleso cuando
arribó a la cuchilla; y desde allí, antes del
compartidero, divisó la arboleda y, en medio de la quietud
bochornosa de la tarde, escuchó el silbido lastimero de un
pájaro chamón.

ELABORACIÓN DE
SOMBREROS DE PAJA TOQUILLA

En Linares, muchas mujeres se dedicaban a la
elaboración del sombrero de paja, también conocido
con los nombres de panameño y aguadeño. Algunas
señoras lo hacían como un trabajo adicional a los
quehaceres domésticos. Aunque las muchachas sí se
dedicaban a tejer la jornada completa.

La materia prima
para tejer los sombreros la extraen de los cogollos procesados de
la palma de iraca. Con ella, esas manos ágiles y
encallecidas de las sombrereras, entretejen paciente y
hábilmente las fibras blancas y finas de la paja
toquilla.

Para su elaboración es menester una rueca de tres
patas con una clavija en la parte superior que entra en el hueco
de la horma de madera. Con estos elementos, la sombrerera,
primero teje la plantilla según la talla del sombrero y la
coloca sobre la horma redondeada, para darle la forma con su
respectiva hendidura en la parte superior. Luego teje la copa del
sombrero y, cuando ha alcanzado la medida, teje el ala,
también de acuerdo con las reglas estipuladas por los
compradores. Finalmente teje el orillo o remate y queda listo el
lindo sobrero de paja, para que los compradores le hagan el
debido acabado y lo exporten a otras naciones donde es reconocido
por su frescura, durabilidad y levedad.

Al respecto, una vez, me contó Monsieur Jaulin,
mi profesor y amigo, que en sus años mozos iba a Linares a
comprar sombreros de paja, motivado por la calidad y hermosura
del tejido y por su perfecto acabado. Pues sí, él
pregonaba que las sombrereras de la Arboleda los hacían
con un tejido único, al que llamó "Grain d"Sable",
y que lo exportaba a su natal Argelia, donde era conocido,
cabalmente como el "Chapeau Grain d"Sable".

Y fue en la vereda de la Arboleda donde la señora
Isabel Morales de Córdoba tejió el sobrero de paja
que, doblado dentro de un sobre de carta, le
entregó al señor Gobernador del Departamento, el
día de la inauguración de la carretera. Dicen,
quienes allí estuvieron, que el Doctor Caviedes no
podía creer que hubiera manos tan hábiles como para
elaborar un sombrero de paja tan fino y bellamente
acabado.

NOTA AL MARGEN. Como reconocimiento de gratitud a las
artesanas del sombrero de paja, Patrocinio Ortiz, escribió
la bella canción: "La Sombrerera". Estos son algunos
versos:

(…)

La sombrerera chaparraluna/ que se viste de
seda/ y sus soliloquios son con la luna./ La sombrerera, manos de
oro/ que trabaja soñando/ y cada obra es un tesoro./ La
sombrerera, labios de guinda,/ no hay ninguna como ella/ en el
Tolima, que sea más linda.

JUEGO DE
AGUINALDOS

Era un día Domingo, la tarde estaba calurosa y en
las calles había más movimiento y
más bulla que de ordinario; la gente se asomaba a las
puertas y ventanas, y los muchachos se arremolinaban en las
esquinas de las cuadras del centro; era para ver la comparsa que
había salido de la casa de don Jorge Díaz,
disfrazados de granos de café, caminando lentamente porque
estaban cubiertos desde la cabeza hasta las rodillas y solamente
tenían un hueco pequeño a la altura de los ojos
para medio ver por dónde podían caminar. Cada grano
estaba artísticamente pintado con los colores
correspondientes al estado de madurez: unos color cereza, otros
amarillos, aquellos verdes y otros tantos pintados de sol y de
fuego; los habían confeccionado con la armazón de
cañabrava verde y cubierto con papel grueso de
empaquetar.

De la casa de don Jorge Zambrano salió el otro
grupo, conformado con igual número de individuos y
disfrazados de botellas, también hechas con los mismos
materiales y muy bien decoradas, portando las marcas de los
diferentes vinos.

Cuando las dos comparsas llegaron a la plaza,
empezó a sonar la música popular y bullanguera; la
gente iba acomodándose como bien pudiera para ver el juego
de los aguinaldos; alguien mandó silenciar la
música para que cada uno de los delegatarios divulgara el
nombre de quien iba a ejercer la misión de
"gallo" en su respectivo equipo; don Mesías Vallejo, en
representación de los granos de café gritó:
el "gallo" es el joven Daniel Otero; y don Félix
Córdoba, en representación de las botellas de vino,
gritó: el "gallo" es el joven Fortunato Bravo.

Luego, los dos delegatarios, señores respetables
y respetados en el pueblo, sortearon la suerte de quien
debía descubrir al contrincante para gritarle, como se
hace en un culto, las palabras rituales: "!mis
aguinaldos¡". Tiraron la moneda y resultó que el
"gallo" de la comparsa de las botellas de vino debía ser
descubierto por el "gallo" de la comparsa de los granos de
café. Hecho esto, los dos delegatarios ordenaron que se
iniciara el juego.

Los granos de café, con el ánimo de
observar los movimientos, las formas de caminar, el modelo de los
zapatos, la contextura de las piernas, en fin, cualquier detalle
que les pudiera servir, algún indicio que pudieran
recordar para descubrir el "gallo" opositor. Entonces, se
orillaron formando un círculo alrededor de las botellas de
vino y, con mucho sigilo, intercomunicaban sus sospechas y
descartaban a quienes creían haber
identificado.

Las botellas de vino, por su parte, se movían
incesantemente para confundir a sus contrincantes; se
intercomunicaban en línea, es decir que todos no se
acercaban al "gallo", sino uno, y de forma alterna. De esa manera
tenían muy despistados a los granos de café; y,
ante esta estrategia, los
granos de café empezaron a cerrar el círculo
alrededor de los más sospechosos en procura de lograr el
mayor número de indicios; luego daban el informe a su
"gallo" para que acrecentara los elementos de juicio y, en
definitiva, para que se decidiera a gritarle.

Entre los curiosos se cuchicheaban muchas
cábalas, hasta se hacían apuestas; pero con mucho
cuidado porque podían echar a perder el juego. En esto los
delegatarios eran muy exigentes y, para darle credibilidad al
juego, se hacían asesorar por otras personas que oficiaban
de vigilantes.

Partes: 1, 2, 3
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