"Yo no fomento
algaradas"
(José Martí,
carta a
Máximo Gómez)
Monumento a José Marti, Parque
Central, La Habana.
Para los rapsodas de la saga de la revolución
nacida el 26 de julio de 1953, el Apostol de la independencia
cubana, José Martí,
solo adquiere relevancia y vigencia, a partir de la aceptacion de
Fidel Castro
de reconocerlo como el "autor intelectual" de la
algarada de la noche de la Santa Ana. Roberto Fernandez
Retamar, una buena pluma mal empleada, ve "la relevancia de
la magna tarea martiana" como animada por un fuego "a
partir de los asaltos a los cuarteles, Moncada, en Santiago de
Cuba y Carlos
Manuel de Cespedes, en Bayamo", y únicamente a partir
del momento en que "el compañero Fidel Castro
señaló en Marti al autor intelectual de aquellas
hazañas de las que naceria nuestra Revolucion
Socialista" (1).
A partir de este condicionador concepto de la
grandeza historica y de pensamiento
del mas sobresaliente cubano del Siglo XIX, referido al hecho de
un acto revolucionario acaecido cien años despues de su
nacimiento, la
personalidad del Maestro quedó confinada en el
relegado puesto de "un precursor", y todo su ideario
arrinconado en el escaso espacio que le dejara la importada
filosofia
marxistaleninista, elevada al rango de dogma oficial del Estado. Marti
comenzó a ser oficialmente interpretado no en toda su
grandeza civilista, multifacetica y abarcadora de todos los
ángulos sociologicos que suponen la creacion de una nueva
Republica entrevistos a la luz de la
experiencia historica que él supo extraer de las
republicas de la America, tanto la sajona como las ibericas, sino
que esa interpretacion oficial se ha elaborado desde un punto de
vista unilateral y a partir de un aspecto controversial de su
prédica, su supuesta militancia
antinorteamericana.
La revolucion que triunfara en el despertar del
año de 1959 pareció que cabalgaba sobre el magico
Pegaso del ideario martiano. Marti, aparentemente, presidia todos
los actos que el gobierno
revolucionario, el cual se prometia como una provisionalida de 18
meses o, a lo sumo, de dos años, comenzaba a ejecutar. Sin
embargo, la revolucion popular muy pronto se fue mostrando en su
caracter de obra personalista de entidad privada, sustentandose
en el poder de una
corporacion politica cerrada y excluyente sobre la cual tomaria
asiento una copia no muy disimulada del tradicional caudillo
clasico latinoamericano.
Pero a Marti no se le comprenderia en todo su
significado si lo estudiamos con exclusion de su conviccion
civilista antimilitarista y, por ende, contraria al caudillismo,
fenomeno que no solo conocio por referencias, sino que lo pudo
estudiar en carne propia.
Marti vivia en Mexico cuando la sombra ominosa del
"heroe de Puebla", el General Porfirio Diaz,
se cernia sobre la tierra
azteca con sus entorchados y su leyenda marcial de la
época de la resistencia a la
dominacion extranjera. Liberal convencido, Marti habia dado su
apoyo al presidente liberal Sebastian Lerdo de Quesada, un
politico al que Mañach caracterizó como uno que
gobernaba "frivolamente"; pero la caballeria de Diaz entraba
victoriosa en la capital
mexicana para derrocarlo.
El joven cubano de 23 años vivio muy de cerca la
experiencia del caudillismo. El 16 de diciembre de 1876, escribio
Marti su último articulo para El Federalista,
periodico para el cual antes habia colaborado defendiendo la
causa de Lerdo, porque desde ese momento no le seria posible
seguir escribiendo en un pais donde "el hombre se
declaró por su exclusiva voluntad, señor de
hombres". He aqui, una de las más tempranas
manifestaciones del anticaudillismo, que luego en Marti
sería parte del nucleo central de todo su apostolado
politico-social.
En 1881, Marti ve de nuevo la imagen del
caudillo; esta vez en la figura de Guzman Blanco el "dictador
Regenerador, el Pacificador de Venezuela" una
extraña mezcla de tirano a la usanza de Rosas en
Argentina y de un mecenas de lo mas brillante de la
intelectualidad caraqueña, de la mentalidad propia de la
bestia y de la suavidad de un personaje culto. Ha cumplido Jose
28 años de edad, ya ha conocido la carcel, el destierro,
el exilio y el mas amrgo dolor de ver a Mexico, un pais al que
tanto amó, adueñado por un caudillo, y ahora tras
un nuevo destierro en la cuna del Libertador Simon Bolivar, el unico
caudillo latinoamericano por el cual profesaria una veneracion
casi religiosa,
En Caracas, el joven liberal entra en el corrillo de
Cecilio Acosta, el anciano ilustre y el patriarca del liberalismo
venezolano a quien el dictador Blanco odiaba sin reparos. Cuando
muere el anciano, cuya rebeldia callada no pudo domeñar el
tirano, porque hay frentes que nunca se inclinan, y silencios que
cortan mas que espadas, Marti redactó un retador
panegirico. Guzman Blanco decide entonces que el
joven—— antillano estaba de mas en Venezuela: "quien
ha osado escribir- anota Jorge Mañach- lo que Cecilio
Acosta, el mas disfrazado de los demoledores, era 'de
los que crean despiertos cuando todo se reclina a dormir sobre la
tierra' quien
al punto inconforme le celebra (…) 'aquella independencia
provechosa que no le hacia siervo sino dueño', quien de
tal modo enaltece al hombre a quien
Guzman Blanco se empeñó en oscurecer, no resulta
menos inconveniente que el difunto" (3).
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