De acuerdo con las leyes de la
física,
toda acción
provoca una reacción y, dependiendo del tipo de
acción, será la reacción. Si propino una
patada a una persona, lo
más lógico es que me increpe con palabras
altisonantes o, peor, intente golpearme ferozmente; si doy una
caricia a mi pareja, sonrío o soy tierno, lo natural es
que responda al son que le estoy tocando. No puedo esperar que
nazca un arbusto de duraznos si he sembrado una mata de
chile.
La violencia no
engendra paz, produce violencia y, posiblemente, en grado
superlativo. Todo esto viene a colación de la propuesta de
campaña, que han lanzado ya los dirigentes del Partido
Verde Ecologista, sobre la Pena de Muerte
para asesinos y secuestradores. Desde este punto de vista, es
totalmente ilógica su propuesta. ¿Cómo
pretenden terminar con la violencia violentando?
Esto me recuerda aquella ocasión en que
Jesús echó un demonio y mucha gente quedó
admirada, aunque, algunos, decían:
"Éste echa a los demonios con el poder de
Belzebú, jefe de los demonios"Jesús, les
contestó: "Una nación
dividida corre a la ruina, y los partidos opuestos caen uno tras
otros. Si Satanás también está dividido,
¿Podrá mantenerse su reino? ¿Cómo se
les ocurre decir que yo echo los demonios invocando el poder de
Belzebú? Si yo echo los demonios con la ayuda de
Belzebú, los amigos de ustedes, ¿con ayuda de
quién los echan? (Lucas 11, 17).
Es algo ilógico combatir el mal con el mal.
Perdónenme, pero estos señores políticos, no
sé dónde tienen la cabeza. Ya no saben que
artimañas inventar para ganar sufragios en los
próximos comicios electorales.
De fondo hay un tema demasiado polémico y
moral.
¿Cuándo es justo asesinar y cuándo no?
¿Quién tiene la facultad de decidir sobre
quién muere y por qué merece tal castigo?
Según la propuesta, es justo matar a quien mató o a
quien secuestro. Ahora,
el que mata, ¿Por qué mata? ¿Mató de
una manera justa o injusta? Si la propuesta, en su momento,
llegará a someterse a votación, los que
optáramos por un sí, nos convertiríamos
también en asesinos, obviamente, asesinos justos, cada vez
que ejecutaran a un desdichado.
El homicidio no
puede ser justo en ninguno de los casos. Y si somos asesinos,
merecemos la muerte, de
acuerdo con las nueva leyes que se pretenden. Es un
círculo vicioso. Quienes aplican la pena de muerte se
convierten en asesinos, asesinos justos, según ellos,
gracias al voto de unanimidad emanado del pueblo. El pueblo, si
realmente hay democracia, es
el que da la facultad para ejecutar a un ser humano; a uno de los
suyos; a su hermano el hombre.
Realmente, el hombre es el
lobo del hombre. A este respecto, cito la conocida
encíclica del Papa Juan Pablo II, El Evangelio de la Vida
(Evangelium Vitae).
"Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de
cualquier género,
los genocidios, el aborto, la
eutanasia y el
mismo suicidio
voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana,
como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales,
incluso los intentos de coacción psicológica; todo
lo que ofende a la dignidad
humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los
encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la
prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes; también las condiciones ignominiosas de
trabajo en las
que los obreros son tratados como
meros instrumentos de lucro, no como personas libres y
responsables; todas estas cosas y otras semejantes son
ciertamente oprobios que, al corromper la civilización
humana, deshonran más a quienes los practican que a
quienes padecen la injusticia". Evangelium Vitae. No.
3.
Por desgracia, este alarmante panorama, en vez de
disminuir, se va más bien agrandando. Con las nuevas
perspectivas abiertas por el progreso científico y
tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra
la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y
consolidando una nueva situación cultural, que confiere a
los atentados contra la vida un aspecto inédito y,
podría decirse, aún más inicuo ocasionando
ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la
opinión
pública justifican algunos atentados contra la vida en
nombre de los derechos de la libertad
individual, y sobre este presupuesto
pretenden no sólo la impunidad,
sino incluso la autorización por parte del Estado, con el
fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la
intervención gratuita de las estructuras
sanitarias.
Trabajar en favor de la vida es contribuir a la
renovación de la sociedad
mediante la edificación del bien común. En efecto,
no es posible construir el bien común sin reconocer y
tutelar el derecho a la vida, sobre el que se fundamentan y
desarrollan todos los demás derechos inalienables del ser
humano. Ni puede tener bases sólidas una sociedad que,
mientras afirma valores como
la dignidad de la persona, la justicia y la
paz, se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas
más diversas de desprecio y violación de la vida
humana sobre todo si es débil y marginada. Sólo el
respeto de la
vida puede fundamentar y garantizar los bienes
más preciosos y necesarios de la sociedad, como la
democracia y la paz.
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