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Saint-Simon (página 2)




Enviado por María López



Partes: 1, 2

Su regreso a Francia en
1789 coincidió con el estallido de le Revolución, acontecimiento que
sacudió en forma profunda al joven y aristocrático
filósofo. Su contradictorio pensamiento
con respecto a ella en cuanto a su deseo de perpetuar las
tradicionales instituciones
organizacionales de la Edad Media y a
su intención de suprimirlas dados los impedimentos y las
trabas que ellas suponían para el concreto
desarrollo de
la economía y de la industria
nacionales pudo ser percibido a partir de lo que más tarde
escribirá: "… La Revolución
Francesa había comenzado cuando regresé a
Francia. Yo no deseaba verme envuelto en ella, porque, de una
parte, estaba convencido de que el Ancien Régime no
podía prolongarse y, de otro lado, me oponía a toda
destrucción…"[3]. Si bien su
participación durante las decisivas horas de la
Revolución fue más bien menor, sus presuntos
ideales republicanos quedaron expuestos cuando aceptó, sin
demasiado trámite, la designación de presidente de
la asamblea electoral de la comuna de Falvy (donde
renunció a su título de Conde), y en el momento en
que redactó una carta dirigida a
la Asamblea Nacional Constituyente en la que exigía la
supresión de las distinciones de nacimiento y en la que
renunciaba al cargo de alcalde que se le había ofrecido
por considerar que se debía alejar temporariamente a los
nobles y a los sacerdotes de todos los puestos públicos
para hacer imposible la reimplantación de los privilegios
abolidos.

En septiembre de 1793, en pleno Terror, Saint-Simon
abandonó su nombre por el de Claude Henri Bonhomme,
según han insistido generalmente sus futuros
discípulos, con la intención de borrar de él
todo vestigio aristocratizante y con el objetivo de
dejar en claro la sinceridad de su fe en el credo
republicano. Sin embargo, el hecho concreto es que la adopción
de su nuevo nombre (que llegó a utilizar como
seudónimo para sus negocios y
para sus transacciones comerciales, y que le permitió
salvaguardar así su verdadera identidad) no
hizo sino aumentar las sospechas que sobre él
recaían por parte de sus conciudadanos franceses.
Éstas estaban fundamentadas, en gran medida, en los
negocios especulativos emprendidos por Claude Henri (quien
había perdido toda su fortuna durante los primeros tiempos
de la Revolución) para la compra de las tierras de
dominio
nacional con la idea de venderlas a un mayor precio una vez
que se hubiese aquietado la violencia del
Terror impulsado por Robespierre. El gran éxito
económico que en poco tiempo
logró concretar gracias a esta operación fue la
principal causa de su arresto, decretado en noviembre de 1793, y
que lo mantuvo en prisión hasta octubre del año
siguiente.

Según relataría él más
tarde, su estadía dentro de la cárcel, empero, no
sería del todo en vano: su espíritu recibió
en ella la más fuerte de las inspiraciones, la que lo
llevó a impulsarse definitivamente hacia la plena
realización de su obra científica a la vez que
social. En algún sentido, su destino le fue revelado de
una manera clara y sin ambages por un sueño en el que el
Emperador Carlomagno, su gran antepasado, se le aparecía y
le decía: "… Hijo mío, tu éxito como
filósofo igualará al que yo he obtenido como
militar y político…"[4].

Sea verdadera o falsa esta anécdota, lo cierto es
que a la salida de la prisión, y a lo largo de los dos
años siguientes, la vida de este pensador ya no
será la misma de antes. Si bien continuaba
interesándose de manera incesante por el comercio, pudo
ampliar con creces sus actividades hacia nuevas ramas de la
economía como el sector industrial y el financiero; de
similar manera, su vida social también entró en una
etapa de expansión y, al mismo tiempo que alcanzaba a
relacionarse con las personas más ilustres de la Francia
de su época, se hacía conocido por todo el mundo
por una forma de existencia que la burguesía parisina no
tardó en calificar de libertina. Sin embargo, alejado de
los intereses puramente materiales y
de los placeres mundanos, comenzó a interesarse vivamente
por sus preocupaciones científicas y filosóficas.
Pronto su prodigalidad y sus enormes gastos lo
arruinan y para 1805 lo sitúan en la miseria. Consigue un
empleo en una
oficina
pública que le ocupa las horas del día, mientras
que por la noche escribe sus primeras obras. Su salud está seriamente
comprometida cuando encuentra a un ex criado suyo enriquecido, el
cual recoge a su ex patrón y lo alberga en su casa hasta
1810. Fallecido su protector vuelve a la pobreza pero
se recupera, y en 1814 está de nuevo en la prosperidad y
tiene por secretarios al futuro historiador Agustín
Thierry y al célebre Augusto Comte.
Aunque sus obras obtienen gran éxito de público y
de crítica, sus prodigalidades lo llevan de
nuevo a la miseria. Pasó hambre y en 1823 quiso
suicidarse, fracasando y perdiendo un ojo en el intento. A partir
de entonces se formó en torno suyo un
grupo de
amigos y de discípulos que lo ayudaron
económicamente hasta su muerte en
1825.

LA UNIDAD DE
LAS
CIENCIAS Y LA
ORGANIZACIÓN SOCIAL

El Conde de Saint-Simon inició su aprendizaje
filosófico bajo la idea de reducir a una unidad
sistemática los resultados de las diversas ciencias con el
objetivo de obtener, de tal sistema, los
principios
para la solución de los más importantes problemas de
organización de la sociedad
humana. Con este fin siguió cursos en la Escuela
Politécnica y en la Escuela de Medicina,
trabó amistad con los
geómetras Gaspar Monge y Joseph Louis Lagrange, y
aspiró a superar las ideas filosóficas, plenas de
sentido progresista y cientificista, de Helvetius y de
Holbach.

Es por tanto en este punto en que la personal
vocación de Saint-Simon convergió con las
constantes de todo un clima
histórico y espiritual, logrando sintetizar las
directrices esenciales del sistema positivo propio del Iluminismo
francés. Sistema positivo no sólo por los aspectos
gnoseológicos y metodológicos en que se
fundó, sino también por su función,
orientada a la previsión de los problemas y a su efectiva
solución en el seno de la realidad social. Sin embargo, la
previsión, último objeto de la actividad
científica, obedeció para Saint-Simon a la
condición de la experiencia subjetiva (la idea, en lo
central, de la experimentación), siendo "… aquí
donde la raíz del sistema teórico terminó
insertándose en el complejo de funciones,
dictadas por la vocación propia, que recíprocamente
median entre la subjetividad del pensador (o de sus semejantes) y
su contorno social: la relación entre la filosofía y la vocación del
filósofo…"[5].

Fue en este sentido, y en relación con los
vínculos que el filósofo debía crear con el
medio social que lo rodeaba que, más tarde, en su
autobiografía, el Conde diseñó todo un
esquema metodológico de investigación y de vida en el que, a partir
de la enseñanza recogida por sus peripecias
personales, se podía extraer la idea de que la existencia
desordenada y aventurera del filósofo podía servir
para desarrollar sus futuras líneas de
pensamiento[6]El inquieto Conde se esforzó,
entonces, en sintetizar los conocimientos parciales de los sabios
amigos para lograr una unidad en la ciencia y
una reforma organizativa de la sociedad de acuerdo a la
elaboración de un sistema completo guiado por dos ideas
directrices: la idea de unidad y la idea de
organización
.

Convencido no sólo de que tenía que
realizar una misión,
sino también de que estaba destinado a ser uno de los
hombres más grandes y a variar el curso de la humanidad,
tanto como lo había hecho Sócrates
(fundador de una filosofía universal que él,
Saint-Simon, estaba dispuesto a refundar), el Conde creía
que la raza humana estaba a punto de sufrir un nuevo y gran
cambio en su
evolución. Éste provocaría la
mayor transformación desde el advenimiento de la
cristiandad, del cual Sócrates fue el heraldo y el
anticipador cuando proclamó la unidad de Dios con el Universo, y la
subordinación de éste último a un principio
general. Pero todavía no estaba seguro de
cuál era su misión específica, y se
dedicó a descubrirla mediante el estudio de los hombres y
de las cosas, pero, sobre todo, del de las ciencias. Su teoría,
según él la formuló, consistía en
descubrir un principio capaz de unificar todas las ciencias
proporcionando de ésta manera a la humanidad un conocimiento
claro de su futuro, de tal manera que los hombres pudieran
proyectar su propia marcha colectiva de acuerdo con el orden
conocido de la ley
universal.

Su espíritu estuvo dominado en este momento por
la idea de unidad, que entonces la concebía,
sobre todo, como unidad del conocimiento, o sea, como
una síntesis y
una ampliación necesarias en el gran avance que desde
Bacon y Descartes se
había hecho en las ramas especializadas de las ciencias
naturales y en la comprensión del hombre mismo.
En esta fase, por supuesto, supo aplicar las enseñanzas de
su antiguo maestro D"Alembert, de quien derivó su creencia
en el empleo de la ciencia
aplicada como base de la
organización social, y las concepciones formuladas por
Condorcet, de quien tomó su idea del desarrollo
histórico, basándolo en los progresos del
conocimiento humano.

De acuerdo con todo el argumento anterior, y debido a su
inquietud por el estado
aparentemente falto de objetivos y
caótico de las disciplinas intelectuales,
el Conde de Saint-Simon razonó que si todas las formas de
desorden se originaban en un planeamiento
defectuoso, las confusiones del intelecto podían ser
eliminadas (como al fin y al cabo también las de la
sociedad), mediante el mismo remedio. Por esto, les dijo a los
hombres de ciencia que la situación del conocimiento
contemporáneo era de "ideas deshilvanadas" por no estar
relacionadas con ningún concepto general
y que era por esto mismo que la situación de la comunidad
científica en ese momento no se hallaba
sistemáticamente organizada: el único método
capaz de restaurar el orden era explicado en base a una
concepción elemental y específica que pudiese ser
relacionada con todas las demás y de la cual se pudiesen
deducir todos los principios. Así, una vez establecido el
método adecuado, la idea de organización
se podría aplicar no solo a todos los campos posibles de
indagación sino que también a toda
conformación social, y resultados tan espectaculares como
los logrados en las ciencias físico-naturales se
volverían universales.

De esta forma, incluso desde antes de la
aparición de Saint-Simon en el horizonte intelectual del
siglo XIX, y hasta el XX inclusive, la mayoría de los
teóricos y de los técnicos políticos
(Rousseau,
Proudhon, Marx y Fourier entre
otros) han considerado parte de su función formular, desde
una base de organización científica, propuestas
para armonizar los intereses y fines, reconocidamente
antagónicos, de los diversos grupos
socioeconómicos dentro de la sociedad. Saint-Simon, como
hombre preocupado tanto por el logro de la unidad de las ciencias
como por la consecución de la mejor organización
social posible, finalmente supo describir con exactitud la
creencia que orientaba a la idea de la
organización,
concepción ligada a la
noción de poder y de
índole científica a la vez que también
social: la superioridad de los hombres sobre los demás
animales
"resulta directamente de una superioridad de su
organización".

Sin embargo, la relación establecida entre las
ideas de la unidad de las ciencias[7]y de la
organización social estaría incompleta si no se
hiciese una mención al concepto, también central en
la filosofía de Saint-Simon, del poder; en este
sentido, la unificación de los saberes hallaría su
correlato en la organización de la sociedad por medio de
una posición de poder de los que más conocimientos
tuviesen dentro de ella. Claro está que cuando nos
referimos a los sujetos portadores de mayores conocimientos no
sólo estamos pensando en los miembros de la comunidad
científica (que, por cierto, ocuparían un lugar de
suma importancia en el esquema de poder espiritual de la futura
sociedad sansimoniana), si no que también lo hacemos en
relación con todos los grandes industriales y banqueros
quienes, próximos dueños del poder temporal, se
encargarían de construir un régimen industrial
basado en una jerarquía de competencias
técnicas y en el que los saberes
tradicionales (ligados fundamentalmente al derecho) "…
serían reemplazados por la economía
política, o sea, por el despliegue de la producción, la eficacia de la
técnica industrial, el aumento de la riqueza, el bienestar
material y la planificación
económica…"[8].

Las dos líneas directrices del pensamiento
sansimoniano (la idea de unidad y la idea de
organización
) se entrecruzarán, entonces, de
manera constante (aunque bajo condiciones, contextos y
situaciones diferentes) prácticamente a través de
toda la obra del Conde, en un definido esquema de poder.
De este modo, su interés en
la unidad de las ciencias encuentra una justa correspondencia en
sus planteos organizativos de la sociedad: su indagación
intelectual tendiente a lograr la unidad de todos los
conocimientos posee su contraparte (a la vez que su complemento)
en sus estructuraciones sociales y en sus concepciones
ingenieriles sobre las relaciones
humanas. La idea del poder liga, dentro de la visión
de este filósofo, tanto al idealismo de
la unificación de todos los saberes científicos
como al materialismo de
la organización social y de su más eficiente
producción económica. Heredero de toda la
tradición Iluminista que se encargó de establecer
una identidad entre el poder y el saber con fines a la mejor
organización social posible, Saint-Simon consiguió
trascender gracias a su aguda visión sobre la
íntima relación entre estos términos, pero
fundamentalmente, debido a los primigenios intentos socialistas
de sus esquematizaciones.

Pese a la unidad conceptual y a la continuidad lógica
de las ideas de Saint-Simon a todo lo largo de sus trabajos,
ciertos historiadores de la filosofía[9]han
hecho aparecer su pensamiento como incoherente debido a que sus
diversas obras fueron consagradas a diferentes temas y a que
ellas, aparentemente, no mostrarían su mutua
relación. Su variada producción
científico-intelectual (que arrancó cuando
él contaba con 42 años), refleja en cierto sentido
todos los vaivenes, los infortunios y los fracasos (tanto
intelectuales como laborales y hasta
amorosos[10]por los que atravesó su vida
durante su juventud y su
madurez. Bajo este presupuesto, "…
comenzó por la filosofía de las ciencias, antes de
pasar a la ciencia del hombre; luego se dedicó
especialmente al análisis del industrialismo, para
relacionarlo enseguida y cada vez más con el socialismo
(aunque éste término no aparece en sus textos);
finalmente concluyó con una obra consagrada a la religión y a la moral:
El nuevo cristianismo (1824), pocos meses antes de su
muerte…"[11]. Sus primeros escritos constituyen,
entonces, su etapa más epistemológica o
metodológico-científica: Cartas de un habitante
de Ginebra a sus contemporáneos
(1802);

Introducción a los trabajos
científicos del siglo XIX
(1807-8); Carta al
Bureau des Longitudes
(1808) diversos estudios sobre La
Enciclopedia y la necesidad de fundar una Nueva Enciclopedia

(1810 y 1813); Memorias sobre la ciencia del hombre
(1813) y Trabajo sobre la gravitación universal
(1813).

En el desarrollo general sobre una nueva era
científica expuesto en el anterior conjunto de obras,
Saint-Simon efectuó un llamamiento a los sabios de toda
clase para que
se uniesen en torno a una concepción transformadora y
más amplia de los problemas humanos a fin de crear una
"ciencia de la humanidad" y de emplear la inteligencia
de todos en el aumento del bienestar humano. Su concepto de la
"ciencia" (que ya se había ampliado hasta abarcar a una
ciencia de la moral)
debía tratar de los fines del mismo modo que una ciencia
natural debía interesarse por los medios, es
decir, por el dominio del hombre sobre el ambiente que
lo rodea. Asimismo, las bellas artes y
las ciencias aplicadas gradualmente llegarían a ocupar en
su pensamiento un lugar al lado de las otras dos ramas del
árbol del saber (las ciencias de la naturaleza y
la ciencia de la moral) con el fin de ir constituyendo un
auténtico saber universal. Saint-Simon suponía que
a través de la unión y de la sistematización
de estos tres tipos de ciencia era posible generar una nueva
enciclopedia que fuese expresión del espíritu de la
nueva era frente a la de D"Alembert y Diderot, pero que
también se necesitaba materializarlas en instituciones, en
grandes academias de artistas y sabios naturalistas, morales y
sociales.

La unidad científica, en relación con el
fin social, sólo podía llegar a ser posible dentro
de la mente de este filósofo por medio de un plan de dos
pasos: por un lado, la constitución de una science de
l"homme
que pudiese llegar a dar cuenta de los
fenómenos naturales y sociales al mismo tiempo y, por el
otro (y dentro del plano organizacional), una apelación
determinante al esfuerzo humano colectivo,
condición esencial para la concreción de su
iniciativa científico-social. El primer aspecto de la
unificación de los saberes consistió, entonces, en
la formulación de una nueva ciencia, la "fisiología social" (o, como más tade
pasaría a denomimarse, la "sociología"), cuya primera tentativa fue la
de conciliar el mundo objetivo de las fuerzas naturales con el
subjetivo de las intenciones morales para concretar así
una auténtica síntesis superadora que resultase
aplicable tanto a la teoría como a la práctica de
la reorganización social. Sin embargo, dicha
unificación enciclopedista de las ciencias naturales y
morales, en correspondencia con las bellas artes, sólo
podía llevarse a cabo en la práctica a
través del esfuerzo humano colectivo,
condición autónoma e inmanente a la sociedad y al
individuo por
igual[12]Destacó, asimismo, que en la
organización científica la humanidad, lejos de
permanecer pasiva, produce, construye y crea.

Al cabo de un viaje de estudios por Inglaterra y
Alemania
emprendido con la idea de perfeccionar su educación, pudo
llegar a la conclusión de que un nuevo panorama se
abría para su intención unificacionista y
sintética del saber humano pues había llegado a
comprobar que en esos países, que sin embargo se hallaban
tan adelantados en materia
tecnológica o filosófica, en cuanto al saber
científico o epistemológico, según él
mismo seguraba, su atraso era
patente[13]Así, la creencia de que todo
estaba por ser creado y de que por tanto el camino hacia la
ciencia única se encontraba libre, no hizo más que
dar impulso a la sensación de que la gran oportunidad, la
que había estado
esperando durante toda su vida para hacer públicas todas
sus ideas, finalmente estaba por llegar a cumplirse. Esta
situación efectivamente pareció darse cuando, a
partir de la edición
en 1802 de su primer obra (las Cartas de un habitante de
Ginebra a sus contemporáneos
), Saint-Simon pudo
comenzar a aplicar todos los conocimientos que fue adquiriendo y
acopiando a lo largo de su existencia con el aristotélico
fin último de lograr "la felicidad del hombre".

EL PERÍODO
CIENTIFICISTA

En toda su etapa más cientificista el Conde
intentó una ordenación y unificación
epistemológica con vistas a diseñar a la sociedad
de su época de la mejor manera posible. En las
Cartas ideó una construcción utópica (probablemente
basada en sus experiencias vividas en Estados Unidos)
animada del propósito de reorganizar la sociedad sobre
bases científicas. Poseído de un espíritu
místico que lo hacía aparecer como el representante
de Dios en la Tierra o
como una suerte de mesías, Saint-Simon apreció que
el conjunto social de su época se encontraba dividido en
tres sectores o clases: "… la primera es la de los productores
(sabios y artistas, así como cuantas personas tengan ideas
progresistas); la segunda, los propietarios (que no desean cambio
alguno); y la tercera; los obreros y cuantos en general se
agrupan en torno a la consigna de igualdad…"[14]. Bajo la
condición fundamental de que el poder debía ser
repartido en función de las luces, Saint-Simon
remarcó que el gobierno
debía pertenecer, por derecho, a los que
saben[15]Por eso, y considerando como
fenómenos fisiológicos a las relaciones de la
sociedad, la dirección de ésta debía ser
confiada a un magisterio de sabios, unidos a unos artistas
elegidos por los hombres y pagados por medio de una
suscripción internacional.

DARLING DESDE
AQUÍ

Para Saint-Simon, por tanto, la sociedad debía
ser gobernada por científicos y artistas: los primeros
para procurar el bienestar material comunitario y los segundos
para promover el desarrollo mental, así como los placeres
y satisfacciones de índole emocional. El Consejo que del
"gobierno de las personas" se abocaría a la "administración de las cosas" se
compondría finalmente por el conjunto de los tres mejores
sabios y artistas de todo el mundo en cada rama de la ciencia y
de las artes; de esta manera, se hallarían en él
los tres mejores matemáticos, los tres mejores de la
física, de
la química,
de la fisiología, de la literatura, de la pintura y de
la música.
Por cierto, mediante esta estructuración natural de las
ciencias, el Conde no buscó sino reflejar la estructura
piramidal que se establecería dentro de este orden en
relación a su creciente complejidad y a su nivel de
concreción en la práctica. Así, de la
abstracta y formal matemática
se iría llegando a una cada vez más concreta y
práctica fisiología.

Una vez instituída esta nueva forma social, el
gobierno tomaría el nombre de Concejo de
Newton[16]y se encargaría de representar la
voluntad de Dios (o de Saint-Simon, que para él, a esta
altura del partido, era ya lo mismo) y se encargaría de
regir a la humanidad y de favorecer su progreso no sólo
mediante la construcción de laboratorios, talleres y
colegios sino que también por medio del culto hacia quien
formulara por vez primera la ley de gravedad, máxima
fundamental de la nueva sociedad. De igual manera, el Conde
efectuó una unificación del conocimiento en
razón de lo que para él era único
interés común a todos los hombres: el
interés por el progreso de las ciencias.

La evolución histórica de las ciencias, lo
mismo que el progreso del espíritu humano, comenzaron para
Saint-Simon con la observación de los fenómenos
más simples, es decir, con los estudios
astronómicos. Pero como estos, sin embargo, tendían
a confundir los hechos que observaban con aquellos que
imaginaban, el resultado concreto de su investigación era
una combinación de ciencia con magia, lo que obligó
a aquella (para poder concretar su avance y desarrollo
epistemológico) a desembarazarse de la astrología. Posteriormente, el hombre se
ocupó de los mucho más complicados fenómenos
químicos pero, al haberse cometido los mismos errores que
en la anterior etapa astronómica, la ciencia debió
desembarazarse de los ingredientes mágicos aportados por
la alquimia. Sin embargo, al tiempo, también la
fisiología se vio obligada a desembarazarse de la
filosofía, la moral y la metafísica: si bien éstas
habían contribuido a fomentar el desarrollo de la ciencia,
lo cierto es que planeaban crear un sistema general que se
mantuviese totalmente ajeno a los principios
físico-matemáticos y, sobre todo, a ley de la
gravedad universal.

Para poder crear una verdadera ciencia general que se
ocupase tanto de los hechos naturales como de los morales pero
centrada en la suprema ley de la física newtoniana,
Saint-Simon ideó la disciplina de
la "fisiología social", es decir, de la moderna
sociología, basada en la consideración de las
relaciones sociales como fenómenos. La constitución
superadora del nuevo centro o eje del sistema científico
sansimoniano, que debía instaurar la síntesis tanto
de los fenómenos físico-cósmicos como de los
de índole moral, encontró su fundamento en la
"biología
regenerada", concepto ideado por el Conde a partir de su
asistencia a los cursos de fisiología impartidos por el
doctor Burdin en la Escuela de Medicina de París. En la
"biología regenerada", la science de l" homme
encontraría un principio sistemático en los
esquemas de la propia fisiología como physique des
corps organisés
, en cuanto aparecería como
más idónea que la physique des corps
bruts
: como "fisiología social" (o como
sociología), más que simplemente como física
natural.

otro lado, a partir de esta idea elaboró
también una "filosofía de la gravitación" en
cuya cadena evolucionista se precisaba el desarrollo del estudio
de los "cuerpos brutos" al de los "cuerpos organizados", de
ahí al de los animales, y desde estos al del hombre, cuyo
análisis, a su vez, pasaba por la era prehistórica,
la antigua, la medieval, etc.

Con la progresiva acentuación de sus estudios
científico-sociales, Saint-Simon contribuyó a hacer
de la figura de Newton un
modelo a
seguir, un nuevo Dios al que se le debía rendir tributo
por sus favores prestados al desarrollo de la humanidad. Si bien
no fue el primero en tomar a la producción intelectual del
gran físico inglés
como fundamento científico de sus
trabajos[17]fue probablemente el Conde (seguido
luego por Comte y su escuela positivista) quien logró
darle su aplicación más práctica y concreta
al campo de las ciencias
sociales pues "… el éxito conseguido por Newton al
exponer las leyes
mecánicas de la naturaleza, validas sin limitación
de espacio o tiempo, daba probabilidad a
la presunción de que se podía tratar a los
acontecimientos políticos y económicos del mismo
modo altamente generalizado…"[18].

EL EVOLUCIONISMO
EN LAS CIENCIAS Y EL SOCIALISMO UTÓPICO.

INFLUENCIA
SANSIMONIANA EN EL
POSITIVISMO
COMTEANO

En suma, lo que Saint-Simon hizo en sus obras fue
considerar el problema de la función social de las
ciencias y de sus representantes con el fin de conjurar las
desgracias que amenazanban a la sociedad con motivo de la
desaparición de la antigua organización social
causada por la Revolución Francesa. Este acontecimiento
central para la elaboración de su proyecto social,
al que criticaba (luego de abandonar su todavía indefinida
y contradictoria opinión acerca de él) no tanto por
lo que había hecho sino por lo que había dejado sin
hacer, se constituyó, asimismo, en el punto a partir del
cual logró dar una interpretación sobre el desarrollo del
hombre gracias a la utilización de los elementos
teóricos construidos por medio de su particular
visión de la "Filosofía universal de la Historia". Según
ésta, la historia humana pasaba por épocas
alternativas de construcción y de crítica o de
destrucción: en este sentido, la Revolución
Francesa era considerada como la realización necesaria de
una gran obra de destrucción de las instituciones
anticuadas pero que no había logrado nada constructivo por
falta de un principio unificador. En todas las etapas "… la
humanidad necesitaba una estructura
social que correpondiese a los avances realizados por
la
Ilustración: las instituciones adecuadas y
beneficiosas en un estado del desarrollo
humano se volvían perjudiciales cuando estaba cumplido
lo que tenían en
sí…"[19].

Saint-Simon distinguía dos grandes épocas
constructivas: el mundo de la antigüedad clásica,
representada por la civilización greco-romana, y el mundo
medieval del cristianismo; y no tenía duda alguna de que
el último, a causa de su concepción de la unidad
cristiana, representada por la Iglesia,
significaba un avance inmenso respesto a la organización
principalmente militar del mundo antiguo. Elogiaba mucho a la
Iglesia medieval por haber satisfecho admirablemente las
necesidades de su tiempo, especialmente por su influjo social y
educador; pero también consideraba su caida como una
consecuencia necesaria por su fracaso en adaptarse a las
necesidades de una nueva edad de progreso científico.
Desde Lutero hasta los filósofos del siglo XVIII los hombres se
habían dedicado a acabar con las anticuadas
supersticiones, que no podían compaginarse por más
tiempo con las enseñanzas del conocimiento progresivo;
pero en esta época de destrucción (lo mismo que en
la edad tenebrosa que siguió al apogeo del mundo antiguo)
la humanidad había perdido su sentido de unidad y el
hombre, por tanto, tenía que hallar una nueva
concepción unificadora y construir sobre ella un orden
nuevo. En consecuencia, según Saint-Simon, estaba a punto
de empezar una tercera gran época basada en los progresos
científicos del hombre, y los siglos transcurridos desde
la Reforma ("el cisma de la Iglesia", como la llamaba) no
habrían sido otra cosa mas que un período necesario
de preparación crítica y destructiva para el
advenimiento de la nueva sociedad.

Lo mismo que Helvecio, Holbach, Turgot y Condorcet,
Saint-Simon creía firmemente que el progreso humano era
algo cierto y estaba seguro de que cada gran etapa constructiva
en el desarrollo de la humanidad había llegado mucho
más adelante que las anteriores. A través de la
literatura de todos estos filósofos "… estaba
implícita la idea de un orden social natural y la
visión de una ciencia general de la naturaleza
humana en la creencia de que el bienestar social es producto del
conocimiento y de que éste es resultado de la
acumulación de experiencia…"[20]. La idea
del progreso no había estado enteramente ausente del
empirismo
filosófico desde la época en que Bacon había
afirmado que, en comparación con la ciencia antigua, la
moderna representaba a una edad más avanzada del mundo y
que estaba dotada de infinitos experimentos y
observaciones, y desde que Voltaire
subrayó que la idea de la evolución de las artes y
de las ciencias sería la clave que posibilitaría el
desarrollo
social.

Turgot y Condorcet convirtieron la idea de progreso en
una filosofía de la historia al enumerar las etapas de
desarrollo por las que había pasado la humanidad. Mientras
que el primero de los dos expuso con profunda penetración
la diferencia esencial entre aquellas ciencias que, como la
física, buscan leyes de los fenómenos recurrentes,
y la historia, que sigue la creciente acumulación de
experiencias que constituyen una civilización, el segundo
asimiló el concepto de progreso con la difusión de
los saberes y del poder sobre los obstáculos
físicos y psíquicos que se oponían a la
felicidad que daba a los hombres el
conocimiento. El progreso según Condorcet había
de seguir probablemente tres direcciones: una creciente igualdad
entre las naciones, la eliminación de las diferencias de
clase y una mejora mental y moral general resultante de las otras
dos. Así, esperaba que el progreso se iría
produciendo por acumulación, ya que el perfeccionamiento
de los sistemas sociales
mejoraría las facultades mentales, morales y
físicas de la especie.

Saint-Simon, en todo caso, se ocupó de sintetizar
todas las opiniones y reflexiones que con una visión
progresista se habían formulado hasta ese entonces con
respecto a la historia de la humanidad, tratando de darles un
objetivo definido que sirviese de fundamento a su
concepción cientificista de la sociedad. Así, pudo
llegar a expresar que "… después de un largo reposo el
espíritu humano ha vuelto a levantarse. El siglo XVII ha
producido hombres de genio en todos
los géneros: dio nacimiento a Newton. Durante el siglo
XVIII hicieron grandes progresos las ciencias exactas; las ideas
supersticiosas fueron fulminadas. ¿Qué
acontecerá en el siglo XIX ? La ciencia de la
organización social se convertirá en ciencia
positiva…"[21].

Fue justamente el intento de aplicar todas estas ideas
científicas a la práctica con el fin de lograr una
reorganización social lo que determinó que a
Saint-Simon se lo situase posteriormente dentro del campo del
socialismo utópico. Dentro de un contexto
histórico signado por la cada vez más angustiante
anarquía en la producción industrial, por la
creciente amenaza de paro y de
hambre, de miseria, ignorancia y ausencia de toda conciencia de
clase en las masas obreras y campesinas presentes dentro de un
desarrollo capitalista ciego como fue el que
efectivamente padeció Francia entre 1890 y 1830, es que
el trabajo
intelectual del Conde fue calificada de socialista
utópica. Su sistema social, desarrollado bajo la consigna
de "Todo por y a través de la industria" y en
relación a la idea de que "La política es la
ciencia de la producción
", proyectó el cuadro
de una sociedad cuya vida económica se
centralizaría en el Estado y en la gran industria, en la
que las luchas clasistas terminarían gracias a una
jerarquía de benévolos jefes económicos,
debido a una auténtica "dictadura de
los capaces"
que se encargaría de administrar
científicamente a este nuevo orden. Así, del
gobierno debían finalmente ocuparse los industriales,
banqueros y técnicos, mientras que a la nobleza, los
militares y los clérigos se les quitaría todo
poder: "…mientras que los ociosos no podrían tener parte
del poder político, en cambio los hombres de ciencia,
colaboradores indispensables de la industria, intervendrán
en su consejo supremo…"[22]. Estas ideas fueron
mayormente expuestas, además de en sus trabajos más
cientificistas como los detallados anteriormente, en obras como
Reorganización de la sociedad europea (escrita en
1814 con la colaboración de Thierry), El
organizador
(1819), Del sistema industrial
(1821-1822), Catecismo de los industriales (1822-1824) y
Nuevo cristianismo (1825). Pese a que el derrotero
intelectual del Conde de Saint-Simon no fue siempre incluido bajo
el rótulo de socialista utópico debido a que no
atacaba la propiedad
privada, Friedrich Engels (junto con Karl Marx uno de
los padres fundadores del socialismo científico)
no dudó en categorizarlo de esta manera al otorgarle un
rol primordial en la gestación de la doctrina marxista
pues en él se descubre "… una perspicacia genial,
gracias a la cual casi todas las ideas socialistas ulteriores,
con exclusión de las económicas, se encuentran en
germen en sus obras…"[23].

Esta visión progresista y científica de la
historia y de la sociedad se ligó asimismo con la
corriente filosófica que posteriormente pasaría a
denominarse positivista, formalmente inaugurada por Augusto Comte
hacia 1830, año de la publicación del primer tomo
de su Cours de philosophie
positive
[24]Comte, un joven filósofo
con una profunda admiración por Saint-Simon, se
convirtió en su secretario en 1817; los dos, maestro y
alumno, colaboraron íntimamente durante siete años,
hasta 1824, "… al punto que no se sabía donde comenzaba
la contribución de uno y donde terminaba la del
otro…"[25]. Pero si bien en un principio ambos
coincidían en que el Estado industrial sustituría
al Estado guerrero (anterior a la Revolución Francesa),
bajo la orientación de la ciencia, nuevo poder espiritual
capaz de coordinar todas las fuezas sociales en favor de esa
transformación, y creían que los hombres
pasarían a usar sus poderes en el dominio y
exploración de la naturaleza en favor de todos, con el
propio desenvolvimento mental de Comte y con el avance de sus
estudios, fueron creciendo los gérmenes del rompimiento
entre los dos. La tendencia sintética y científica
de Comte lo apartaba insensiblemente de su antiguo ídolo
pues mientras que Saint-Simon era llevado cada vez más
(como le iría a acontecer a él mismo al final de su
vida) hacia el misticismo y las soluciones
religiosas, su discípulo se inclinaba más hacia el
papel que debería desempeñar la ciencia en la
reorganización de la sociedad. Siguiendo esta
línea, el resultado solamente podría haber sido
uno, como realmente lo fue: la separación de los
dos[26]

A pesar de su separación final (causada, entre
otras cosas, por celos relativos a la paternidad y originalidad
del pensamiento positivo) y del desprecio lanzado abiertamente
hacia quien fuera su maestro, Augusto Comte recibió una
gran influencia intelectual por parte de Saint-Simon, pues uno y
otro se propusieron, en última instancia, rehacer la
Enciclopedia del siglo XVIII pero poniéndola a la altura
de la nueva situación que la ciencia tenía en el
siglo XIX. Dicha influencia consistió, fundamentalmente,
en la sugerencia de un cierto número de ideas generales y
de detalles, sobre todo, para la conceptualización de una
filosofía comteana de la historia, y en la creación
de una ciencia política que debería
basarse en una ciencia que fuese social y, por
consiguiente, en una política que fuese
científica. Saint-Simon no emplea el término
"física social" o "sociología", que será
acuñada por Comte; utiliza, en cambio, la expresión
"fisiología social", que "… no es sólo su claro
equivalente semántico, sino expresión de un
programa no
muy diferente en ciencias sociales…"[27]. Por
otro lado, resalta también el influjo del Conde por sobre
su ex-discípulo en los decisivos y polémicos puntos
de la clasificación jerárquica de las ciencias y de
la "ley de los tres estadios", atribuída generalmente a
Comte, pero ya presente en otros intelectuales como Condorcet, el
doctor Burdin, Charles Fourier y el mismo Saint-Simon.

La influencia del cientificismo sansimoniano en la
creación del positivismo comteano resultó,
entonces, patente. La filosofía de Comte se nutrió,
entonces, de las concepciones científicas de la sociedad y
de la visión unitaria de las ciencias con el fin de forjar
una corriente establecida sobre el modelo de las disciplinas
físico-naturales y en la que los términos de
orden y progreso en la sociedad adquirieron un
sentido concreto y teleológico. El positivismo
surgió, por ende, como una filosofía fundamentada
en la exigencia de realismo,
entendiendo esto como un valor
positivo, e interpretando al verdadero conocimiento no como una
metafísica idealista sino como un saber con un fin
útil y concreto, basado en la certeza y no en la
incertidumbre, en la precisión frente a la vaguedad, en lo
constructivo u orgánico como opuesto a lo crítico y
disolvente, y en el sentido histórico de la relatividad en
sustitución de lo absoluto. En suma, el positivismo se
encuentra resumido en dos grandes rasgos "…uno, por paradoja,
negativo: la proscripción de toda metafísica; el
otro, efectivamente, positivo: la exigencia rigurosa de
atenerse a los hechos, a la realidad, en
cualquier género de
investigación (…) pues no hay más saber, en el
recto y estricto sentido de esta palabra, que el
científico…"[28].

Por lo tanto, gracias a los iniciales aportes de
Saint-Simon, el positivismo pudo estructurarse como una postura
filosófica relativa al saber humano, que si bien no
resolvía stricto sensu los problemas relativos al
modo de adquisición del saber (en un sentido
psicológico o histórico), constituía, por el
contrario, un conjunto de reglas y criterios de juicios sobre el
conocimiento humano. Así, el positivismo era, por ende,
una actitud
normativa que regía los modos de empleo de términos
tales como "saber", "ciencia", "conocimiento" e "información", distinguiendo las
polémicas filosóficas y científicas que
merecían ser llevadas a cabo de las que no podían
ser dilucidadas y en las que, por consiguiente, no valía
la pena detenerse.

Pero el valor intrínseco de la decisiva
influencia sansimoniana sobre el posterior desenvolvimiento de la
filosofía comteana resultó ampliamente superado por
la originalidad de un pensamiento revolucionario para la
época. La creencia en la constitución de un nuevo
orden social de características industriales, basado en la
primacía del saber científico por sobre cualquier
otro tipo de conocimientos, se constituyó durante los
últimos años de vida del Conde en una suerte de
religión secular en la que el objeto de culto debía
ser la ciencia política, máximo grado de
sustancialización cognoscitiva y práctica en la
escala
jerárquica del pensar humano. El plan
epistemológico de Saint-Simon pudo llegar a constituirse,
entonces, en uno de los puntos centrales de discusión y de
debate en los
que resultaron expuestos, con plena exactitud y complejidad,
todos los interrogantes e incertidumbres que los intelectuales
europeos se plantearon (sobre todo, durante las primeras
décadas del siglo XIX) en relación con las
posibilidades de desarrollo y de progreso de la humanidad, una
vez que el trastrocamiento general de las antiguas relaciones
sociales se hubiese concretado producto de los revolucionarios
acontecimientos de 1789.

 

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