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El mestizaje americano (página 2)




Enviado por irapavilo



Partes: 1, 2, 3

El escritor, en muy diversos ensayos y
artículos, y desde diferentes perspectivas, aborda el tema
del mestizaje americano para insistir en él, una y otra
vez, a objeto de explicarlo en sus variadas manifestaciones, y,
muy especialmente, en la cultural. Recuerda Uslar que este
fenómeno, si bien no es propio ni exclusivo del nuevo
continente encontrado, es, en el caso de América
Latina, lo suficientemente particular, específico y,
sobre todo rico, desde el punto de vista civilizatorio, y de la
historia y
conformación de la humanidad, puesto que en palabras del
escritor: "es sobre la base de este mestizaje fecundo y poderoso
donde puede afirmarse la
personalidad de la América
hispana, su originalidad y su tarea creadora. Con todo lo que le
llega del pasado y del presente, puede la América hispana
definir un nuevo tiempo, un
nuevo rumbo y un nuevo lenguaje para
la expresión del hombre, sin
adulterar lo más constante y valioso de su ser colectivo,
que es su aptitud para el mestizaje viviente y creador."
(2)

Reconoce Uslar Pietri que "en cierto modo, la historia
de las civilizaciones es la historia de los encuentros", y que
estos grandes encuentros de pueblos diferentes por los más
variados motivos fueron "los que han ocasionado los cambios, los
avances creadores, los difíciles acomodamientos, las
nuevas combinaciones, de los cuales ha surgido el proceso
histórico de todas las civilizaciones".

En coherencia con la precedente afirmación,
nuestro escritor realiza una revisión del mestizaje a lo
largo de la historia del mundo y del acontecer de la humanidad.
Confirma que Mesopotamia,
todo el Mediterráneo oriental, Creta y Grecia fueron,
en su época, en los momentos cruciales de la
conformación de la humanidad, zonas de encrucijadas y de
encuentros para erigirse "en los grandes centros creadores e
irradiadores de civilización". Enfatiza Uslar que el mayor
impacto, el hecho significativo de estos encuentros de razas,
lenguas,
estilos de vida, dioses, concepciones del mundo y maneras de
entender al semejante y de hacer las cosas, fue el mestizaje
cultural. Estas civilizaciones "convivieron en pugna, resistencia y
sumisión, y mezclaron las creencias, las lenguas, las
visiones y las técnicas.
El mestizaje penetró el Olimpo".

Roma tampoco escapa a esta circunstancia: "todas las
culturas del mundo conocido trajeron su aporte a ella". En
efecto, para el escritor la historia de Occidente es el
más vivo muestrario, el repertorio dicente, la vitrina
sinigual, en los que un mestizaje aluvional dio origen a una
cultura y a
una civilización asentada en la diferencia, en la
disimilitud que pugna y se enfrenta para, al fin, encontrarse.
Con el objetivo de
encarnar el mestizaje cultural de la Europa de
aquellos tiempos, de darle músculos y huesos,
fisonomías reconocibles, evidencias
humanas, Uslar afirma que "grandes creadores del mestizaje
cultural fueron Federico II Hohenstaufen, Alfonso X de Castilla,
los arquitectos del románico, los escultores del
gótico, Dante, Cervantes,
Shakespeare."
(3) No deja de lado el escritor la saga de Carlomagno, "ese
ensayo de
injerto en la vida germánica de la romanidad cristiana",
para ahora de manera visual ilustrarnos este mestizaje
físico y cultural que se dio en la historia de Occidente,
y que encuentra su mayor simbolismo paradójico cuando
miramos. "…al caudillo bárbaro, con su lengua no
reducida a letra, con su cohorte de jefes primitivos, coronarse
emperador romano entre los latines del papa y las fórmulas
palatinas del difunto imperio." (4).

España, como ningún otro espacio
físico y humano, experimenta también el embate de
esa fuerza
implícita en el mestizaje. No escapa la Península
Ibérica a los afanes de dominación, sojuzgamiento,
conquista y
colonización que desde los más tempranos tiempos
personificaron guerreros, administradores, sacerdotes,
comerciantes, en fin, hombres y mujeres provenientes de los
más distintos y remotos orígenes.
"Indígenas, ibéricos, cartagineses, romanos, godos,
cristianos, francos, moros, judíos,
contribuyeron a crear la extraordinaria personalidad
de su alma compleja
y poderosa" (5), expresa Uslar al referirse a los elementos
étnicos y culturales que, a lo largo de la historia del
hombre, se entreveraron en un espacio físico que
más tarde, luego de muchas batallas y armisticios, de
años de tinta y sangre, de amores
impuestos y
lechos consentidos, de historias propias y ajenas, pasó a
llamarse España,
cuyos hombres ya mezclados, tanto en genes como en creencias,
fueron protagonistas y actores de reparto de una de las
más esplendorosas y significativas aventuras de la
historia reciente del hombre: la creación de la
América Mestiza.

En apoyo a esta realidad de la mixtura étnica que
se engendró y alimentó durante largos siglos en la
España contemporánea, José Maria Carandell
confirma que: "Pocos países hay en el mundo, tal vez
ninguno, que en poca superficie reúnan una tan gran
diversidad de climas, aspectos geográficos y tipos
humanos, como la múltiple y hasta el siglo pasado
diferente España. Aquí imprimieron su
huella fenicios,
griegos y cartagineses atraídos por la fabulosa riqueza de
la mítica Tartesos, uno de los grandes misterios
antiguos que están aún por desvelar. Después
la Roma imperial,
símbolo de civilización, de cultura y de normas de
derecho, romanizando a Hispania, le dio su lengua y sus
costumbres, su modo casi definitivo de pensar y de existir.
Más tarde, cuando la decadencia del Imperio, los
bárbaros del Norte, en briosa galopada, procedente de las
selvas de Germania, irrumpieron en las fértiles
campiñas ibéricas clavando los pendones de sus
nobles y sus reyes, sembrándolas de godas
dinastías, tronco genealógico de monarcas,
raíz de Iberia, de la España por venir. Pero la
civilización que más honda huella dejó fue
la árabe. En España alcanzó su máximo
esplendor. Córdoba con su califato, fue uno de los centros
esplendorosos de la cultura europea. Y los judíos, que
dejaron aquí de ser errantes, para convertirse en
españoles distinguidos en todas las ramas de la cultura,
de la economía, del saber. España, al
alcanzar su plenitud, toda esta riqueza étnica la
volcó en Hispanoamérica. "(6)

El mestizaje
sanguíneo

Hobo, y yo vi, un lugar o villa que se llamó
de la Vera – Paz,

de setenta vecinos españoles, los más
de ellos hidalgos,

casados con mujeres indias de aquella tierra, que no
se

podían desear persona que
más hermosa fuese; y este don de

Dios, como dije, muy común y general en todas
las de esta isla.

Referencia a Xaraguá en el interior de la
isla de Santo Domingo
.

Fray Bartolomé de Las Casas

Enfáticamente Uslar Pietri afirma que "lo
verdaderamente importante y significativo fue el encuentro de
hombres de distintas culturas en el sorprendente escenario de la
América. Este y no otro es el hecho definidor del Nuevo
Mundo." (7). Esta insistencia del escritor no implica, sin
embargo, el desconocimiento u omisión del hecho
sanguíneo, es decir, el mestizaje entre seres humanos
provenientes de etnias diferentes: la indígena con
marcados rasgos de tipo mongoloide, que era la originaría
de las tierras encontradas; la caucásica que vino de
Europa y la negroide que – forzada – provino del África.

De estos encuentros interraciales surge, en su momento,
el término mestizo para nominar a los primeros
vástagos provenientes del cruce entre blancos y
aborígenes. Según la opinión de Gracilaso,
el Inca: "A los hijos de español y
de india, o de
indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos
mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los
primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser
nombres impuestos por nuestros padres y por su
significación, me llamo yo a boca llena y me honro con
él."

El término mestizo es acogido, en su
acepción actual, por el primer Diccionario de
la Academia Española de la Lengua publicado en 1734,
conocido como Diccionario de Autoridades. En efecto, en
el mismo se lee: "Adj. que se aplica al animal de padre y madre
de diferentes castas. Viene del latín Mixtus." Sin
embargo, en criterio de Juan Bautista Olaechea, la
etimología de mestizo debe buscarse más bien en el
término latino tardío Mixticius. El
historiador español sustenta que el término ya
aparecía en los textos de San Jerónimo y de San
Isidoro, y que, en francés, el vocablo
métis tiene la misma connotación que en
castellano.

El mestizaje como hecho extendido e incontrolable en la
América Española, llevó al mismo rey
Fernando el Católico a promulgar, el 14 de Enero de 1514,
la siguiente disposición: "Es nuestra voluntad que los
indios e indias tengan, como deben, entera libertad para
casarse con quien quisieren, así con indios como con
naturales destos reinos o con
españoles nacidos en las Indias, y que en esto no se les
ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se
hubiese dado o nos fuere dada para impedir ni impida el matrimonio entre
los indios e indias con españoles o españolas, y
que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren,
y nuestra Audiencias procuren que así se guarde y
cumpla."

De esta extendida mezcla étnica emerge, desde los
mismos albores de la América Hispana, una sociedad
multirracial, una miscegenación que dependiendo de las
circunstancias de espacio y tiempo de la conquista y la
colonización, estuvo determinada por factores de diversa
naturaleza y
envergadura: densidad
demográfica de la población indígena, estructura
social aborigen, sistemas de
explotación colonial más o menos desarrollados,
entre otros.

para todas las regiones y cierto Este mestizaje
sanguíneo, en criterio de Uslar Pietri, "tiene su
innegable importancia desde el punto de vista
antropológico y muy favorables aspectos desde el punto de
vista político," (8) aunque tajante insiste en que: "el
gran proceso creador del mestizaje americano no pudo ni puede
estar limitado al mero mestizaje sanguíneo. "
(9)

Este mestizaje étnico tuvo como elementos
conformadores las razas o etnias ya comentadas: la blanca, la
india y la negra.

Los
blancos

Recordemos que la discusión sobre la denominada
raza blanca, sobre el llamado hombre blanco es, al decir de
Luís Moreno Gómez, "tan genérica como la que
se produce alrededor de cualquier otro color para
denominar a los seres humanos." En efecto, esta
denominación, hace ya un tiempo dejada de lado por
antropólogos y etnólogos continúa, sin
embargo, siendo utilizada por aquellos que buscan establecer una
diferenciación entre seres humanos de origen
caucásico y de origen negro – africano.

En el caso de la Conquista y Colonización de
América, teniendo en consideración los comentarios
efectuados con anterioridad acerca del mestizaje ibérico,
la raza blanca estuvo representada, en primer término, por
españoles – originarios fundamentalmente de Al –
Andalus y de Extremadura – que salieron durante los primeros
años de la Empresa de
Indias por los puertos de Cádiz y Sevilla, en
búsqueda de una nueva ruta para dirigirse a las Indias, y
se toparon súbitamente con este nuevo, desconocido y
desconcertante continente, ampliando así la visión
del ecumene que para chinos, árabes y europeos estaba
representada exclusivamente por el viejo mundo, al que ahora
habría que incorporar este Nuevo Mundo inédito,
ignoto y sin nomenclatura,
producto del
encuentro fortuito entre dos razas, dos civilizaciones, la blanca
y la indígena, a la que más tarde se
añadiría la africana.

A la saga de conquista y colonización
española se sumó la portuguesa y, más tarde,
con el propósito de ampliar los respectivos imperios, se
incorporarían ingleses y holandeses a esa aventura
inconmensurable que significó la conquista de
América, el real deslumbramiento (léase
descubrimiento) ante un verdadero Nuevo Mundo rico en sorpresas
que alimentaron, por igual, la realidad y la
fantasía.

En este sentido, es inevitable concluir que la historia
blanca de América comienza con la propia llegada de
Cristóbal Colón al Nuevo Mundo; si bien es cierto,
de acuerdo con las evidencias históricas registradas en
las sagas vikingas y las arqueológicas más
recientes, que hacia la parte norte del continente llegaron
viajeros provenientes de la actual Escandinavia, éstos no
llegaron, sin embargo, a asentarse de manera definitiva con el
fin de extender o crear una nueva civilización.

En el caso de Venezuela,
podemos afirmar entonces que nuestra historia blanca comienza en
1494, cuando en su tercer viaje a las Indias Occidentales,
Colón se encuentra con la entonces denominada Tierra de
Gracia.

Los
indios

A los blancos inevitablemente se unieron, en ese
indetenible proceso de entrevero racial, los habitantes
originales de América, los indígenas amerindios,
quienes, en pasadas épocas, llegaron al continente
americano provenientes del Asia y de las
Islas del Pacífico, tal como lo evidencian las investigaciones
históricas, y en especial las genéticas, como la
desarrollada por el Dr. Tulio Arends, quien denominó
Diego a un factor sanguíneo encontrado tanto en
la sangre de los indios venezolanos como en otros contingentes
humanos de diversos países asiáticos.

Los aborígenes del Nuevo Mundo pertenecían
a muy variadas y diversas etnias que, en algunos casos, como
ocurrió básicamente con los incas y los
aztecas, eran
dueños de verdaderos imperios, de imponentes
civilizaciones, que podían competir en pie de igualdad, en
términos de organización social y política, de
construcciones e infraestructura, de protocolos y
riquezas, de gastronomía, con las de los europeos que
contaban, empero, con una mejor preparación para la
guerra, y con
mejores instrumentos para el combate y la exterminación de
sus semejantes.

En efecto, como lo asevera la antropóloga Erika
Wagner "la extraordinaria diversidad de las culturas americanas
es algo ignorado por la mayoría de la población
contemporánea de América y del resto del mundo. Los
nuevos pobladores que llegaron de Europa a finales del Siglo XV
se encontraron con una pluralidad de organizaciones
sociales, económicas y políticas,
que oscilaban entre bandas de cazadores y recolectores, cazadores
de enormes mamíferos, tribus costeras que
subsistían de la pesca y de
mamíferos marinos, sociedades
tribales igualitarias, cacicazgos sofisticados, reinos e
imperios. Muchas sociedades aborígenes americanas (sobre
todo aquellas de la América tropical) se basaban en las
nociones de comunidad, ayuda
mutua y reciprocidad, y en fuertes lazos de parentesco. Eran
sociedades con creencias religiosas complejas, con visiones del
mundo simbólico, radicalmente distintas a las de los
europeos. Y, en este sentido, estaban mal preparados para
resistir el embate de una civilización altamente
individualista y con una tecnología
bélica superior." (10)

Recordemos entonces que a lo largo de la conquista de
América, los españoles se encontraron con tres
grandes áreas o civilizaciones de distinto nivel de
desarrollo
desde el punto de vista artístico, cultural, organizativo,
urbano y científico, a saber: Área
mesoamericana
: comprendía gran parte del actual
México,
Guatemala,
Honduras y parte de Nicaragua. En todas estas regiones existieron
rasgos comunes y manifestaciones culturales parecidas. Entre
ellos se encuentran: las pirámides escalonadas; los
patios recubiertos de estuco; los juegos de
pelota; el sistema
numérico vigésimal y los meses de veinte
días; el doble calendario solar y litúrgico (el
tonalpuhalli): los ciclos de 52 años; el cultivo del cacao
en casi toda el área y también del maguey con el
que fabricaban papel, y una escritura
jeroglífica. Área circuncaribe: su centro de
actividad estaba situado en las tierras del Caribe, las Antillas,
los países meridionales de Mezo América y costas
del Caribe de Colombia y
Venezuela. Los principales elementos culturales de esta
área eran: el trabajo del
oro y la
tumbaga; el cultivo de la mandioca; una común ausencia de
construcciones de piedra y el trabajo
artesanal de la madera. Eran
altamente guerreros y de carácter nómada. Área
andina:
se extendió a lo largo de la Cordillera de los
Andes, desde Colombia hasta el Norte de Chile y Argentina. En
toda la región se practicó el culto a los muertos y
la conservación de cadáveres en envoltorios y las
tumbas en pozos; trabajan el cobre y el
bronce; su sistema numérico se asentaba en un conjunto de
nudos, el quipo, dispuesto de acuerdo con reglas precisas.
Cultivaban la coca, la papa, el maíz.
(11)

En Venezuela, como acertadamente lo recuerda Moreno
Gómez: "(…) contrariamente a lo que sucedió
en Perú y en México, no hubo un imperio incaico ni
azteca (…) Lo cierto es que el indio venezolano
está allí desde el Génesis y toma sus
diferentes nombres según sus tribus u organizaciones
primitivas, organizaciones ad hoc para su entorno, sus
necesidades, sus aspiraciones y su comprensión del mundo y
del universo al cual
pertenecen. Hablan su propio idioma, que no es siempre el mismo
entre todos los grupos
según las regiones donde están establecidos. Tienen
sus nombres propios, los cuales resultaron ser
castellanizados…" (12)

Los
negros

En lo concerniente al aporte sanguíneo africano
al mestizaje americano, es conveniente recordar que en los
tiempos de la colonización «al indígena
americano casi se le exterminó porque "su pereza, su
resistencia soberbia y su pensamiento
profano" no producían beneficios importantes para Europa:
como consecuencia de ello se recurrió al negro africano
para explotar al máximo "su fortaleza animal y su escaso
valor
vico"…» (13)

Por estas razones, vino a dar a América un
importante contingente de negros que, en calidad de
esclavos, llegaron al Nuevo Mundo para contribuir también,
con su sangre primero y con su concepción del mundo
después, a conformar el mestizaje americano. En este
sentido, es conveniente recordar que las dos grandes procedencias
del negro que llegó a América en condición
de esclavo, se ubican en las regiones Sudán, al noroeste
de África, y Bantú, al suroeste del mismo
continente, de donde vendrían, respectivamente, los
genéricamente denominados mandinga y
angola.

España entra en el comercio
esclavista en los tiempos de la conquista y colonización
del Nuevo Mundo con el deseo de aumentar sus ingresos,
participando en las ganancias que deparaba la trata de
negros
iniciada por los navegantes portugueses, quienes
trajeron, primero a Lisboa, la metrópolis, y luego a
América, esclavos provenientes de las famosas Costas
de Guinea,
Costa de Marfil, de Malagueta, de Oro, de los
esclavos, y de una que fue menos conocida: la Costa de las Buenas
Gentes, cuyos habitantes "parecen haber sido los únicos
que se negaron a practicar el tráfico de
esclavos."(14)

En 1505, el Rey Fernando envió un pequeño
número de esclavos negros a trabajar en las Minas de la
Española, quienes respondieron muy bien a las exigencias
de las fatigosas tareas, propiciando que, en 1510, se le
encomendara a la Casa de Contratación de Sevilla el
traslado de 200 nuevos negros con el objetivo de aliviarle el
trabajo a los indígenas e incrementar las ganancias de la
actividad minera para beneficio de la Corona Española.
Después de esa fecha, sea a través de la figura de
las Reales Cédulas Especiales o del Asiento de Negros, los
españoles trajeron innumerables esclavos provenientes del
África que se constituyeron en verdaderas Piezas de
Indias
.

Para que un negro del África fuese considerado
Pieza de Indias y pudiese venir a América en
calidad de esclavo, según el Archivo de Indias
requería tener: "siete cuartas de alto, así fuesen
ciegos, tuertos o tuviesen otros defectos que aminoren el valor
de dichas piezas. Los negros o negras, o muchachos que no
llegasen a la altura de siete cuartas, se han de medir, y
reducirlo a ellas, para que esa medida se compute como Pieza
de indias
; de modo, que tantas piezas de indias harán
cuantas siete cuartas montar en su altura". Estas Piezas de
Indias
, provenientes especialmente del África
Occidental, se mezclaron con el propio colonizador y con los
indígenas para convertirse en uno de los componentes
sanguíneos de esa trilogía que dio origen al
mestizaje americano.

De conformidad con estos criterios fenotípicos
pasaron al Nuevo Mundo más de once millones de esclavos
provenientes de diversos confines del África Negra que, en
la opinión de los viejos cronistas, viajeros, negreros y
religiosos, tenían las siguientes características
en atención a su proveniencia
étnica:

«Los Congos propiamente dichos, son negros
magníficos, robustos, duros a la fatiga y, sin
contradicción, son los mejores de nuestras
colonias.

Los Ashanti no son propensos al trabajo de
la tierra,
pero son excelentes para el trabajo doméstico, fieles a
sus amos.

Los Arara (Ewe), fuertes, acostumbrados al
trabajo y a las grandes fatigas. Aceptaban de buena gana la
esclavitud,
pues habían nacido en ella.

Los Ibos, propensos al suicidio al menor
castigo.

Los Lucumies (yoruba), son un pueblo orgulloso y
guerrero, al principio de su esclavitud son difíciles de
manejar, pero después ceden a ella.

Los Carabelies (Efis) son perezosos y
descuidados.

Los Angolas, dóciles y alegres, capaces de
aprender oficios mecánicos.» (15)

De acuerdo con la
investigación realizada por Jesús García
(16), "en Venezuela la introducción de esclavos negros mediante
licencias, asientos y otras formas legales comenzó
alrededor de 1530. En 1543 se menciona la introducción por
el Cabo de la Vela y desde 1561 hasta 1565 por las costas
Borburata. En la Guaira desembarcaron esclavos a partir de 1580 y
desde allí fueron distribuidos a diversas regiones del
país principalmente a la provincia de Caracas, donde se
concentró gran parte de la población negra llegada
a Venezuela. Igualmente, hubo una alta entrada y
concentración de esclavos negros en las ciudades de San
Felipe, Coro y las Costas Orientales. En la provincia de Caracas,
una numerosa población de negros esclavos fue instalada en
la región de Barlovento para explotar el cultivo de
cacao."

Con la finalidad de aclarar con mayor precisión y
en términos más contemporáneos, la
relación entre sitio y etnia en el
África actual, nos parece conveniente reproducir el cuadro
comparativo que Jesús García ofrece en su ya citada
obra África en Venezuela. Pieza de Indias.
(17)

Lista de Topónimos y Etnónimos
Africanos

Topónimos-región de
África

Etnónimos

Angola – Angola

Mbundu, Imbangla, Congo

Mina – Ghana – Togo

Ashanti

Lucumí – Nigeria

Yoruba

Loango – Congo

Bavili

Tari – Togo

Ewe

Arara – Dahomey (Benín)

Ewe – Fon

Gelofe – Senegal

Wolof

Nakenba – Cabinda – Angola

Bayombe

Cabinda – Angola

Bayombe – Bavili – Congo

Carabalí – Nigeria

Efik – Ibibio

Congo – Congo

Congo

Matamba – Angola

Mbundu – Imbangala

Enbuyla – Congo

Congo

Nago – Nigeria

Yoruba

Esa inconmensurable e indetenible mezcla de indios,
blancos y negros dio origen a veintidós castas diferentes,
embriones de nuevas e infinitas mixturas, de acuerdo con uno de
los cronistas del Nuevo Mundo:

De español e india, mestizo.

De mestizo y español, castizo.

De castiza y español, español.

De española y negro, mulato.

De español y mulato, morisco.

De español y morisca, albino.

De español y albino, torna
atrás.

De indio y torna atrás, lobo.

De lobo e india, zambayo.

De zambayo e india, cambujo.

De cambujo y mulata, albarazado.

De albarazado y mulata, barcino.

De barcino y mulata, coyote.

De coyote e india, chamizo.

De chamizo y mestiza, coyote mestizo.

De coyote y mestizo, allí te
estás.

De lobo y china,
jíbaro.

De cambujo e india, zambayo.

De zambayo y loba, calpamulato.

De calpamulato y cambuja, tente en el aire.

De tente en el aire y mulata, no te entiendo.

De no te entiendo e india, torna
atrás.

En referencia a las voces o
denominaciones de esta prolija y particular diferenciación
étnica que se derivó del entrevero racial en la
América Española, Juan Bautista Olaechea
señala algunas características que merecen ser
tomadas en consideración, y que a continuación
citamos:

  • Son voces derivadas y adaptadas en sentido
    traslaticio de raíces hispanas y en algunos casos de
    raíces indígenas, a veces de procedencia del
    reino animal.

  • Son denominaciones surgidas de un origen popular, no
    científico. Nadie pensó en raíces
    griegas o latinas para expresar las diferentes
    categorías de mezclas y precisamente por ello se
    advierte la falta de coincidencia morfológica
    confusionismo semántico.

  • La tercera característica es la copiosidad.
    Las posibilidades de mezcla conjugando las tres razas, india,
    europea y africana, son realmente amplias, y aún sin
    agotar del todo dichas posibilidades, se llegó a una
    minuciosidad analítica sorprendente. (18)

Para continuar abundando en voces y diferenciaciones,
José Gumilla, por su parte, identifica, en su momento, las
cuatro generaciones principales de mestizos: «de europeo e
india sale mestiza (dos cuartos de cada parte), de europeo y
mestiza sale cuarterona (cuarta parte de india), de cuarterona y
europeo sale ochavona (octava parte de india) y de europeo y
ochavona sale puchuela (enteramente blanca)…si la mestiza
se casa con mestizo, la prole se llama vulgarmente "tente en el
aire", porque no es ni más ni menos que sus padres, y si
la mestiza se casa con indio la prole se llama "salto
atrás" porque en lugar de adelantar algo, se atrasa o
vuelve atrás. » (19)

Igualmente, el historiador sueco Magnus Morner da cuenta
del mestizaje sanguíneo americano, traduciéndolo en
castas y diferenciando: españoles, criollos, mestizos
legitimados, indios, mestizos no legitimados, mulatos, negros
liberados, negros esclavos, y un sinnúmero de grupos
étnicos abigarrados, difíciles de ubicar en una
jerarquía social que en la etapa colonial se
rigidizó, contrariando la natural inclinación al
encuentro y al entrevero racial que la conquista española
desde sus inicios, había generado.

Para 1567, es tan significativo el mestizaje, la
indetenible miscegenación, en estas tierras de menos de un
siglo de descubiertas, que el Licenciado Castro, desde
Las Indias, le dirige una Carta al Rey, en
la que expresa el temor que le invade por este hecho racial que
desbordó voluntades, prejuicios y preceptos: "Hay tantos
mestizos en estos reinos, y nacen cada hora, que es menester que
Vuestra Majestad mande enviar cédula que ningún
mestizo ni mulato pueda traer arma alguna ni tener arcabuz en su
poder, so
pena de
muerte, porque ésta es una gente que andando el tiempo
ha de ser muy peligrosa y muy perniciosa en esta
tierra…"

En el caso particular de nuestro país, en el ya
citado Diccionario de Historia de Venezuela, en su Tomo
3, p.152, se constata que: "la rapidez y amplitud en la
formación de la población mestiza se explican, por
un lado, porque entre los españoles no existían
trabas étnicas para cohabitar con personas de cualquier
grupo racial y
por otro, porque la conquista fue una empresa
masculina en la que escasearon, por consiguiente, las mujeres
blancas. El amancebamiento entre españoles e indias tuvo
que ser frecuente, y de él surgieron los más
importantes núcleos de mestizos venezolanos durante los
siglos XVI y XVII. Este hecho comunicó a esa
población la situación incómoda de un origen
ilegítimo…"

Conviene recordar que nuestro mestizo por antonomasia,
nuestro Garcilaso, el Inca, fue el conquistador Francisco
Fajardo, hijo del español del mismo nombre y de Isabel,
cacica guaiqeurí. Este mestizo hispanizado, producto del
cruce de español con india, quien, además del
idioma español dominaba varias lenguas amerindias, fue, a
mediados del siglo XVI, uno de los protagonistas y
artífices de la conquista de la zona norcentral de
Venezuela.

Para la época de la independencia
de España, de acuerdo con datos
suministrados por Eduardo Arcila Farias, en la Provincia de
Caracas el 37.8 % de la población estaba constituida por
pardos, término genérico utilizado para denominar
el producto racial de la mezcla de negro con blanco, mientras que
los blancos, incluyendo como blancos a los mestizos
hispanizados, alcanzaban sólo un cuarto de la
población, el 25.6 %, el resto eran negros e
indios.

El mestizaje
cultural

son los hijos de indios y
blancos,

tan aptos o los han graduado por
blancos,

o por muy cerca de esta clase.

Francisco de Ibarra.

Arzobispo de Caracas en
1805.

La especificidad de la América Hispana proviene
del mestizaje y, en especial, del cultural, enfatiza una otra y
vez Uslar Pietri. En efecto, para nuestro escritor: "el hecho
cultural básico de la existencia de la América
Latina es la confluencia, a partir del siglo XVI, de las tres
corrientes de cultura, extrañas entre sí, que
allí convergen para iniciar un complejo proceso de
interpretación, mezcla y adaptación.
Tres corrientes de distinto volumen, fuerza y
extensión. La española que es la dominante y que
establece la lengua, la creencia, el tono, la dirección superior y el modelo, y
luego, en grado variable según las horas y los lugares, la
india y la negra." (20)

Este mestizaje, como lo hemos analizado, es el producto
inicial y continuado de la mezcla de genes distintos, de las
sangres diversas del blanco, del indio y del negro, pero es sobre
todo, el resultado de la continua y variada fusión
de "las tres culturas fundadoras que se han mezclado y se mezclan
en todas las formas imaginables, desde el lenguaje y
la alimentación, hasta el folklore y la
creación artística. No escapa ni siquiera la
religión;
el catolicismo de las Indias nunca fue un mero transplante del
español; en ceremonias, invocaciones y en la
superstición popular se tiñó de la herencia de las
otras dos culturas." (21)

Cada cultura protagónica realizó su aporte
a este entrevero americano, a este mestizaje cultural. El
español trajo su particular visión de un mundo en
tránsito, signado por la convivencia de concepciones
propias del medioevo con las frescas y renovadas ideas del
Renacimiento, y
también por un catolicismo fanático y militante que
marcó
la vida de estos hombres, dándole un sello particular de
culpa, pecado,
penitencia e indulgencia. Ese español era aquel viejo
católico de Castilla "heredero de una larga historia del
encuentro de cristianos, moros y judíos."

Aquel español que abruptamente se topa con un
nuevo mundo desconocido y sin referencias, traía, sin
embargo, muy dentro de sí, un cometido básico, una
misión
fundamental: reproducir una nueva España en las
Indias
que se tradujo en la creación de Nuevas
Andalucías, Castillas, Cádiz, Toledos, Segovias,
Extremaduras, al modo y usanza que le era propio.

En cumplimiento de este mandato inmanente, el
español que llega a América intenta transplantar lo
que conocía y lo que sabía hacer, arriba "con una
estructura
social y una concepción del mundo que venía de las
más viejas fuentes del
Mediterráneo. La ciudad, la casa, la familia
(…) Todo lo más vetusto de Occidente llegó
con ellos. Lo primero que hacían era aplicar una
institución romana: establecer un cabildo, y dar un nombre
del santoral católico a las nuevas tierras y las
fundaciones." (22)

Al igual que los españoles, los indígenas
americanos, al momento de la conquista, tuvieron también
un objetivo explícito, un propósito fundamental. En
efecto, aquellas razas o etnias que habían alcanzado un
grado de civilización elevado, intentaron preservar sus
costumbres, recuperar su autonomía, defender su existencia
como pueblo, lo que suponía, inevitablemente, expulsar al
conquistador español, y mantener sin alteraciones el orden
social, político y económico que les era propio,
antes de la llegada de esos hombres barbudos y verriondos, que, a
lomo de caballo y con la palabra última de la espada y el
arcabuz, intentaron a toda costa cumplir, a su vez, con su
propósito conquistador: transformar a la tierra
descubierta y sin nombre en una Nueva España, y a sus
indios en cristianos de Castilla, en labriegos del viejo
continente, totalmente incorporados a las creencias, lengua,
formas de hacer las cosas y concepciones de la vida de aquella
España que quedó atrás, del otro lado de la
mar océano. Como bien lo expresa Uslar: "la crónica
de la población recoge los fallidos esfuerzos, los
desesperados fracasos de esa tentativa imposible."

El propósito indígena de volver a ser
libres, de recuperar la autonomía perdida y el
señorío de su destino, ahora en manos de hombres
blancos, del color del sol, venidos de allende los
mares, se expresa con toda intensidad y emoción en un par
de textos que, desde la perspectiva de las dos mayores
civilizaciones aborígenes, concretaron la
frustración por la conquista y la impotencia para
recuperar su espacio, su futuro, su cultura, sus
creencias.

En la tragedia del Fin de Atahualpa,
constatamos este dolor de los vencidos:

"Único señor, Atau Walpa;

Inca mío,

el barbudo enemigo te encadena,

para acabar con tu existencia,

para usuparte tus dominios

Inca mío,

El barbudo enemigo tiene

el corazón
ansioso de oro y plata,

Inca mío…

Tocó a su fin nuestra ventura,

la desdicha está con nosotros,

se ha ensombrecido nuestro día,

no hay más que llanto en nuestros
ojos.

En adelante sólo la tristeza

se impondrá en nuestros corazones

y en medio de un desierto

nuestra existencia
languidecerá…"

Por su parte, en el Libro de los
libros de
Chilam Balam leemos:

"Llegaron los dzules los extranjeros…

Los barbudos…los hijos del sol…

¡Ay! entristezcámonos porque
llegaron!

Este "Dios Verdadero" que viene del cielo,

sólo de pecado hablará,

sólo de pecado será su
enseñanza

Inhumanos serán sus soldados, crueles sus
mastínes, bravos.

¿Cuál será el…Profeta que
entienda lo que ha de ocurrir a los pueblos de
Mayapán?…"

Se empeñan los conquistadores en convertir a los
indios en labriegos de Castilla, sin tomar en cuenta el
poder inmanente que también tenían las culturas
aborígenes que, al igual que la española,
poseían, en algunos casos, como la inca y la azteca, un
alto nivel de desarrollo civilizatorio que en materia de
arquitectura,
danzas, artes, técnicas y de la propia organización
del Estado era, en
opinión del propio Uslar, "más eficaz, en muchos
aspectos, que las guerreras e inestables monarquías
europeas."

Por más que lo intentaron, los españoles
tampoco pudieron someter a los indios antillanos a una dinámica laboral
absolutamente ajena a su idiosincrasia, transformándolos,
de un día para el otro, en trabajadores, en campesinos o
labriegos a la usanza europea. Nuestros aborígenes
"literalmente pertenecían a otro mundo donde no
había moneda, ni salario, ni
capital, ni
diferencia entre ocio y labor. Eran cazadores, recolectores,
cultivadores de conuco, sin faena ni horario, sin sentido de
acumulación ni de ahorro."(23)

Españoles e indios se encuentran en un espacio
que no era tierra baldía ni exclusivo ámbito
físico deshabitado, sin contenido civilizatorio ni
referencias culturales propias y diferenciadoras.

Comienza desde el momento mismo del descubrimiento de
América un proceso de intercambio y de fusiones que
busca, de lado y lado, entender realidades ignotas,
inéditas. Se descubren ambas civilizaciones, y de ese
descubrimiento mutuo surgen las diferencias, aunque
también los encuentros, "el mestizaje comenzó de
inmediato por la lengua, por la cocina, por las costumbres.
Entraron las nuevas palabras, los nuevos alimentos, los
nuevos usos", comenta nuestro escritor. En fin, como bien lo
presume Uslar: "al día siguiente del descubrimiento,
irremediablemente, el español no pudo seguir siendo el
mismo que era, pero el indio americano tampoco. No hubo regreso
para ninguno de los dos, se marcaron, se influyeron, se
desnaturalizaron de un modo profundo. Este hecho ya por sí
solo debía introducir un elemento de novedad y de cambio con
respecto a lo que era el mundo español o a lo que
había sido el mundo indígena antes de la llegada
del español." (24)

Constatación contundente de esta nueva manera de
ser, de ese cambio inevitable que sufre el español al
encontrarse con el indio y la civilización americana, lo
constituye el surgimiento, ya no de una casta o mezcla
sanguínea, sino de un nuevo prototipo de ser humano, de
una nueva entidad socio-cultural: el Indiano.
Denominación identificadora de ese hombre que por su
encuentro con la América indígena "cambió de
inmediato y tan cambió que comenzó por no ser
semejante a los españoles que habían quedado en
España." (25)

Con la finalidad de hacer más visible esta
diferencia entre el indiano, es decir, el español radicado
y proveniente de América, de los españoles de la
Península, Uslar señala que éstos
últimos "…veían con curiosa y no pocas veces
burlona extrañeza los cambios de costumbres,
carácter, maneras y hasta modos de hablar de los
españoles que habían vivido en América o que
habían nacido en América. Surgió la imagen, no pocas
veces caricatural, del Antón Pirulero, del
indiano, del criollo, con sus guacamayas y sus
servidores
indios y negros, con su arcaica y recargada manera de hablar, con
su dispendiosidad y ostentación, con su tendencia al ocio
y la divagación." (26)

Indiano, pirulero, criollo, pasó
entonces a llamarse ese español radicado o nacido en
América, y en correspondencia, en el Nuevo Mundo se
llamó chapetón, gachupín, a aquel
otro español, ya no al indiano sino a aquel que
venía a las tierras conquistadas por primera vez. Uno y
otro eran españoles, pero, por efecto del mestizaje, no lo
siguieron siendo.

Uslar Pietri insiste en que no sólo los
españoles cambiaron, "los indios dejaron de ser lo que
habían sido para entrar en un juego de
valores
distintos, con grandes dificultades de asimilación que
abarcaban desde la lengua española y la religión
hasta un nuevo concepto de la
sociedad. Los negros, a su vez, que, después de los
indígenas, constituyeron el más numeroso aflujo
poblacional, trajeron con el aporte de su fuerza de trabajo
muchas formas vivientes de culturas africanas, que penetraron y
se extendieron con mucha fuerza y permanencia en el nuevo hecho
americano." (27) Por estas razones, nuestro escritor concluye que
no se trata como oficialmente se sostiene del encuentro de
dos mundos
, sino del "encuentro de tres situaciones humanas
y culturales distintas a la de los españoles, la de los
indígenas, que fue variando en la medida en que se
entró en contacto con las grandes civilizaciones
americanas, y la de la africana, que fue numerosa, continua y de
inmensa influencia en el proceso de mestizaje cultural."
(28)

Este mestizaje dual, primario, del blanco con el indio,
al que después vendría a sumarse el componente
africano, es ilustrado por Uslar, recurriendo, en muy diversas
ocasiones, a la figura del Inca Garcilaso, y más
específicamente, nuestro escritor reconstruye como ha
podido ser la dinámica familiar en la casa del
pequeño Gracilaso, hijo del capitán español
Gracilaso de la Vega y de la princesa inca Isabel Chimpu Oello,
ejemplo vivo de ese mestizaje sanguíneo que muy pronto, y
en este caso, por efecto de la obra literaria del Inca Garcilaso,
devino en cultural. Pero, dejemos que Uslar Pietri nos conduzca
por la casa de los padres del mestizo americano por antonomasia,
en aquel Cuzco conquistado por los españoles: "En un ala
de la edificación estaba el capitán con sus
compañeros, con sus frailes y sus escribanos, metidos en
el viejo y agrietado pellejo de lo hispánico, y en la
otra, opuesta, estaba la ñusta Isabel, con sus parientes
incaicos, comentando en quechua el perdido esplendor de los
viejos tiempos. El niño que iba a ser el Inca Garcilaso
iba y venía de una a otra ala como la devanera que
tejía la tela del nuevo destino." Prosigue Uslar: "Los
Comentarios Reales
son el conmovedor esfuerzo de toma de
conciencia del
hombre nuevo
en la nueva situación de América (…) Un
libro semejante no lo podía escribir ni un castellano
puro, ni un indio puro." (29)

Parafraseando a Uslar, podríamos entonces decir
que así como Dante, Cervantes o Shakespeare fueron la
encarnación del mestizaje europeo, el Inca Garcilaso lo es
del americano, como también lo confirma Luis Navarrete
Orta, cuando sostiene que la concepción cosmogónica
vertida en los Comentarios Reales "…autoriza a
considerar al Inca Garcilaso no sólo como el prototipo del
escritor representativo del mestizaje cultural y literario
americano, sino como el autor de uno de los discursos
impugnadores de mayor trascendencia y repercusión social
en la cultura continental." (30)

En lo concerniente a las manifestaciones del mestizaje
cultural americano, además de la referencia al
carácter dual de la escritura del Inca Garcilaso, quien
"cuando viaja a España y viejo escribe sus Comentarios
Reales
, también los compone en dos partes superadas,
la de los incas y la de los españoles, y las reúne
en la dedicatoria a su madre, la princesa inca bautizada en la
Iglesia" (31),
Uslar identifica y analiza también otras expresiones
ejemplificadoras y dicentes de ese fenómeno americano
incontestable que examinaremos a continuación.

El barroco
americano

En América Latina el Barroco
originario de Europa, a lo largo del proceso de afianzamiento
cultural del continente fue adquiriendo expresiones propias y
particulares tanto en el ámbito físico como en el
literario. En efecto, las expresiones del Barroco americano,
del Barroco de indias
son originales, innovadoras e
identificatorias de nuestro mestizaje cultural, tal como lo
veremos a continuación.

A. El barroco arquitectónico

En este orden de ideas, nuestro escritor argumenta que
"todo el llamado barroco de indias no es sino el reflejo
de ese mestizaje cultural que se hace por flujo aluvional y por
lento acomodamiento en tres largos siglos. Se combinaron
reminiscencias y rasgos del gótico, del románico y
del plateresco, dentro de la gran capacidad de absorción
del barroco." (32). En total coincidencia con esta
apreciación de Uslar Pietri, el Marqués de Losaya
expresa: "en el barroco, la América Virreinal encuentra su
más adecuada expresión arquitectónica y crea
tipos de poderosa originalidad y singular belleza, que no
solamente superan a lo europeo contemporáneo, sino que a
veces se proyectan sobre ello para reavivar la tradición
fatigada y enriquecerla con nuevas aportaciones." (33)

Recordemos que durante el Siglo XVI, comienzan a
manifestarse en la arquitectura hispanoamericana
características propias derivadas de la
influencia de los frailes arquitectos y de la mano de obra
indígena, que van distanciándola de las tendencias
imperantes en la Península.

Como consecuencia de este proceso de hibridación
y amalgama cultural, ya en el Siglo XVII la América
Hispana había construido su propia concepción
barroca, fruto del mestizaje, que acentuó lo
típicamente americano, es decir, tanto lo criollo como lo
prehispánico.

Excelentes representaciones del barroco americano y, en
especial, de su arquitectura, elemento indiscutible de
convergencia donde artistas (pintores, escultores, arquitectos) y
artesanos (carpinteros, yeseros, albañiles, orfebres y decoradores, en
general) concretaron esa particular visión de entender el
arte y la vida
que tenemos en toda la América Latina.

En México, contamos con magnificas edificaciones
que encarnan esa expresión particular de nuestro
mestizaje: La Catedral de México y, en especial, su
portada, algunos de los Conventos de Monjas como los de San
Agustín de México o el de Santa Teresa la
nueva, cuyas portadas también son un ejemplo vivo del
barroco de la América Hispana, la Iglesia de la Profesa de
la Compañía de Jesús, Puebla de los Ángeles,
las yeserias de Santo Domingo de Puebla y de Santo Domingo de
Oaxaca. Todas estas obras datan del Siglo XVII, sin embargo, es
durante el siglo siguiente, el XVIII, cuando se desarrolla el
barroco mexicano con toda su fastuosidad para tomar el nombre de
churrigueresco, derivado del apellido del arquitecto
español don José de Churriguera. Este arte
churrigueresco mexicano, en opinión de los estudiosos del
arte hispánico como el sacerdote jesuita Fernando Arellano
"refleja el ambiente total
de una época y se extiende a todas las formas de la vida,
a la religiosidad, a las costumbres, al vestido, a la música, a la literatura,
etc.…aunque es verdad que se vincula a las manifestaciones
artísticas." (34) Expresiones de este barroco renovado y
enriquecido lo constituyen entre otras: La Basílica de
Guadalupe, La Profesa de la Compañía de
Jesús, La Iglesia de Taxco, El Sagrario de
México.

En Guatemala, y particularmente, en La Antigua,
considerada por el historiador Angulo (35) como la cuna de todo
el arte centroamericano, ya que su historia monumental vale tanto
para él como la de Florencia o Roma para el del
Renacimiento, tenemos: La tercera Catedral, la Iglesia de la
Merced, la Iglesia de San Francisco, el Colegio de Cristo
crucificado de la Recolección, el Convento de la
Concepción y la Universidad.

En Colombia, por su parte, se desarrolla también
el llamado barroco neogranadino que se caracteriza a diferencia
del mexicano, valga la contradicción, por su sencillez y
mesura. Manifestaciones de este mestizaje en la arquitectura del
Virreinato de Nueva Granada fueron El Convento de San Francisco,
La Capilla del Rosario en Boyacá, Santa Clara de Tunja, La
Iglesia de San Pedro en Cartagena de Indias y la Iglesia de la
Compañía en Popayán.

Quito, en el actual Ecuador,
tampoco escapa al barroco americano y su mejor
representación, es sin duda, la Iglesia de la
Compañía de Jesús, aunque también
destacan otras iglesias y conventos. En el Perú, por su
parte, se cuenta con el Convento de Santo Domingo, la Iglesia de
San Francisco y el Convento e Iglesia de San Agustín con
su célebre portada; la Iglesia de la
Compañía de Jesús y de la Merced en el
Cuzco, y algunas otras iglesias como la de Santo Domingo de
Pomata en el Collao.

En lo concerniente a Venezuela, el barroco no
afloró en toda su magnitud con obras relevantes como fue
el caso de los grandes Virreinatos de Nueva España y
Perú, y, en menor medida, en el de Nueva Granada. El
sacerdote jesuita Arellano concluye que "Venezuela no pudo
ofrecer entonces a los colonizadores las inmensas riquezas
celosamente guardadas por la naturaleza para mejores tiempos. Un
país aparentemente pobre no ofrecía tampoco un
cuadro tan brillante y próspero como el de México y
Lima. En Venezuela no abundaron las familias pudientes y
linajudas capaces de levantar a sus expensas grandes iglesias y
conventos. La misma Iglesia, los obispos y las órdenes
religiosas, no disponían de medios
suficientes para ponerse a la altura de los grandes edificios de
México, Perú, Guatemala, Ecuador y Colombia. El
mismo medio social, económico y religioso, hacía
innecesario tamaños dispendios constructivos."
(35)

Estos hechos societales fundamentales e innegables,
unidos al efecto devastador de los terremotos, a
las demoliciones, y a la rapiña efectuada en nuestras
iglesias por expertos en el arte colonial y por otros pillos
ignorantes, incidieron en que, con una que otra excepción,
sólo se conserven ciertos elementos de nuestra
arquitectura criolla (más que barroca) en algunas iglesias
de Caracas (La Candelaria, Altagracia, Las Mercedes) y del
interior del país (La Concepción del Tocuyo), y en
ciertas fachadas de templos como la Catedral de
Caracas.

En fin, citando una vez más a Uslar Pietri en
relación con el barroco americano, con esa
manifestación arquitectónica de nuestro ser
híbrido: "se podría hacer el largo y ejemplar
itinerario de los monumentos plásticos
del mestizaje: desde la iglesia de San Vicente del Cuzco hasta el
santuario de Ocotlán en México, pasando por las
viejas casas de Buenos Aires, por
las capillas de Ouro Preto, por las espadañas de las
iglesias de aldea en Chillán, en Arequipa, en
Popayán, o en Antigua (…)Todo un mundo de
superstición terrígena convivía con el
escueto catecismo de los misioneros." (36)

B. El barroco literario

Pero el barroco americano no tuvo su expresión
exclusivamente en el ámbito arquitectónico,
constructivo o decorativo, la literatura del continente, las
letras americanas más contemporáneas,
también han tenido una expresión del mismo signo
hibrido que se concretó y desarrolló siglos
atrás en catedrales, iglesias y templos a lo ancho y lo
largo de la América Hispana. En efecto, de acuerdo con la
opinión del investigador Alfredo Canedo recogida en
artículo publicado en la WEB www.google.com: "En
el bajo siglo XIX la literatura hispanoamericana, intercalada con
personajes y situaciones de la Europa culta, esbozaba cierto
desinterés en cuestiones sociales. Pero así como
ninguna literatura se encuentra petrificada en el tiempo, el paso
siguiente fue por medios barrocos de imponerse temarios sobre las
"savias locales", circunstancias étnicas, sociales,
económicas y climatológicas en prosa imaginaria,
mítica e irónica, mezcla de pasado y presente con
futuro, razón con sinrazón, fantasía con
realidad, locura con lógica,
mito con
historia y vigilia con sueño. Así, innovadora,
desafiante y desatadamente orgullosa de misterios, mitos y
símbolos hispanoamericanos,
estéticamente adornada con agradables metáforas,
sobreabundancia de erotismo y ofuscantes signos
esotéricos a fin de traer a primer plano bellas ilusiones
e ironías en objetos y paisajes. Barroco en cuidado de lo
hispano indígena e hispanonegroide, del mundo
físico con imágenes
pomposas y visuales, que en muchas ocasiones ha servido para la
flexibilidad y soltura de la lengua castellana; innato
carácter orgullosamente abierto a toda contaminación beneficiosa y con las mismas
cualidades del discurso
poético, que por no entendido así fue causa de
discusión y hasta de rechazo en ámbitos de la
"literatura de nuestros días. "

De esta forma, asistimos, lenta y progresivamente, a la
emergencia de una literatura barroca latinoamericana, cuya
máxima expresión la encontramos en la obra del
escritor cubano Alejo
Carpentier, quien nació en La Habana el 26 de
diciembre de 1904, hijo de un arquitecto francés y de una
cubana de refinada educación.
Estudió los primeros años en La Habana y a la edad
de doce años, se trasladó con su familia a
París durante varios años, donde se inició
en los estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa
vocación musical. De regreso a Cuba,
comenzó a estudiar arquitectura, pero no culminó la
carrera. Empezó a trabajar como periodista y a militar en
movimientos políticos de izquierda. Fue encarcelado y a su
salida de prisión se exilió en Francia.
Volvió luego a Cuba donde trabajó en la radio y
llevó a cabo importantes investigaciones sobre la
música popular cubana. Viajó por México y
Haití donde se interesó por las revueltas de los
esclavos del siglo XVIII. En 1945 se traslado a Caracas y no
volvió a Cuba hasta 1956, año en el que se produjo
el triunfo de la Revolución
encabezada por Fidel Castro.
Desempeñó diversos cargos diplomáticos para
el gobierno
revolucionario cubano, murió en 1980 en París,
donde era para el momento embajador de Cuba.

La obra narrativa de Alejo Carpentier se encuentra muy
influenciada por dos elementos característicos: la
historia – a pesar de que sus novelas no son
históricas en el sentido estricto del término
– y su conocimiento y
pasión por la música. De acuerdo con el
crítico Joaquín Marco: "el autor cubano construye
sus relatos como una búsqueda del sentido de la historia.
" Esta búsqueda se manifiesta de manera diversa y
significativa en las siguientes novelas de Carpentier:

  • El reino de este mundo (1949), en la que el
    escritor se vale de los hechos y acontecimientos acontecidos
    en Francia antes y después de la Revolución
    Francesa. La trama se desarrolla en Haití y se basa en
    el conflicto por la libertad entre blancos y negros, entre
    opresores y oprimidos.

  • El siglo de las luces (1962), considerada
    su mejor novela, se sustenta en la biografía del
    revolucionario francés Víctor Hugues, quien
    trajo a la Guadalupe francesa las ideas de libertad, igualdad
    y fraternidad así como el instrumento para hacerla
    posible: la guillotina.

  • Los pasos perdidos (1953), en la que
    Carpentier narra la historia de un personaje masculino que
    abandona a su esposa y a su amante para internarse en la
    selva en busca de la primera mujer.

  • El recurso del método (1974), novela
    en la cual el escritor cubano se suma a otros novelistas del
    continente – Roa Bastos, García Márquez, Vargas
    Llosa después – para darnos su peculiar visión
    de un ilustrado dictador latinoamericano.

  • La consagración de la primavera
    (1978), es un intento literario de reconstrucción
    histórica que tiene su inicio en medio del fragor de
    la Guerra Civil española y concluye con la frustrada
    intervención americana en Bahía de Cochinos, en
    Cuba.

C. El barroco musical

La música colonial americana comprende el
período artístico que se desarrolló entre
los siglos XVI y XIX. Musicalmente corresponde a la
finalización del Renacimiento y, principalmente, al
Barroco europeo. De acuerdo con los comentarios de los
críticos y estudiosos de este periodo musical, muchos
fueron los músicos que vinieron de Europa para instalarse
en las capitales de los virreinatos españoles en
América. Progresivamente se agrandó la brecha
cultural existente entre los dos continentes, y, muy temprano,
comenzaron a destacarse músicos americanos, criollos y
aborígenes, cuyas composiciones musicales fueron escritas
en sus idiomas amerindios originales, en especial en quechua y en
náhuatl.

Innumerables partituras de este singular periodo musical
americano se perdieron a partir de 1567, por efecto de la
expulsión de los sacerdotes jesuitas del
continente americano bajo dominio
español. Si a este hecho, ya de por si significativo,
añadimos la orden emitida para la anulación de la
Compañía de Jesús en Italia por el
Papa Clemente XVI, cinco años después de su
expulsión de la América Española, podremos
apreciar la magnitud del daño
causado al patrimonio
barroco americano.

El proceso de independencia de América del
imperio español también tuvo su influencia negativa
en la música barroca americana, en la medida en que la
libertad americana se acompañó de una
negación de lo ibérico y sus expresiones en
América y de un acercamiento a las culturas y formas de
pensar de los nuevos países hegemónicos, en
especial, Francia e Inglaterra.

Solamente, muchas décadas después, luego
de la Segunda Guerra
Mundial fue que se comenzaron a estudiar e interpretar obras
musicales de nuestro período barroco americano. De esta
forma, lentamente fueron descubiertas y reestrenadas las
excelentes producciones de Juan de Araujo, de Domenico Zipoli,
José Antonio Nunes Garcia y tantos otros compositores
barrocos de la América hispana sumidos en el
olvido.

Recordemos que, en general, en toda la América
española los músicos eclesiásticos se
subordinaron a los obispados. Sin embargo, en América del
Sur, y más específicamente en el norte argentino y
en los países limítrofes (Brasil, Paraguay y
Bolivia), los
sacerdotes jesuitas fundaron las reducciones, donde además
de los oficios y destrezas artesanales, también
transmitieron la cultura europea a los nativos americanos. En
estas reducciones jesuitas había tal cantidad y calidad de
expresiones culturales que los historiadores de la época
las comparaban con las mejores del mundo europeo.

De esta forma, el Barroco americano con sus
decididas y particulares expresiones en la arquitectura, la
literatura, la música, en la imaginería y en las
llamadas artes menores, pasa a constituirse en el producto
más dicente y significativo de nuestro mestizaje cultural,
a tal punto que uno de sus más destacados estudiosos,
Bernardino Bravo Lira, afirma que el Barroco es para
Hispanoamérica lo que el Románico fue para
Europa.

En esclarecedoras palabras del citado autor: " En la
época del Barroco culmina, por así decirlo, la
empresa
fundacional iniciada por la conquista. En una primera fase, la
conquista sentó los fundamentos de las principales
nacionalidades indianas. En una segunda fase, la
organización gubernativa y eclesiástica
trazó los marcos territoriales e institucionales dentro de
los cuales se forjó cada una de estas nacionalidades.
Hasta que finalmente este proceso de surgimiento de nuevas
nacionalidades alcanzó su plenitud en una tercera fase,
con el despuntar de la personalidad colectiva a través de
las grandes creaciones del Barroco (…) Por eso los autores
y artistas de esta época son y deben ser mirados como los
iniciadores de la literatura y el arte hispanoamericano."
(37)

El modernismo
latinoamericano

Para Uslar Pietri, el modernismo
latinoamericano es la más visible muestra de
combinación e impureza que caracteriza a nuestro mestizaje
cultural. En efecto, según nuestro ensayista, "los hombres
que dieron el paso inicial para romper con el pasado y la
tradición literaria: Darío, Silva, Gutiérrez
Nájera, Casal, Herrera y Reisig, Lugones, etc,
pretendían romper amarras con lo hispanoamericano para
incorporarse en cuerpo y alma a una cierta zona y hora de la
literatura de Europa. Habían recibido noticia de los
decadentistas, de los parnasianos y simbolistas franceses…
Todo el decorado, todas las innovaciones métricas vinieron
en ellos a yuxtaponerse sobre su impuro romanticismo
americanizado, sobre sus reliquias y atisbos de la vieja poesía
castellana…" (38)

Los responsables y las fechas acerca del nacimiento del
modernismo varían de acuerdo con el criterio de la
crítica. Para algunos, como Silva Castro,
este movimiento
literario se inicia con la publicación de Azul de
Rubén
Darío en 1886. Para otros, como Iván Schulman,
el modernismo es un poco anterior al propio Rubén
Darío, y se inicia alrededor de 1875 con una primera
generación modernista compuesta por autores
fundamentalmente prosistas, entre los que incluye a Martí,
a Gutiérrez Nájera, a José Asunción
Silva y a Julián del Casal.

La prosa que da inicio al modernismo se caracteriza "por
un peculiar cuidado del ritmo y la musicalidad del lenguaje. Por
voluntad artística se aproximará a la
poesía. Por ello se cultivará, durante el
período modernista, el poema en prosa o la prosa
poética
." (39)

La poesía modernista, por su parte, muestra los
siguientes rasgos distintivos "renovación métrica,
renovación en el vocabulario poético, esteticismo,
exotismo, idealización del siglo XVIII,
introducción de un nuevo tipo femenino, epicureismo,
exaltación de la Grecia Clásica." (40)

En general, los autores y críticos coinciden en
que el Modernismo, como movimiento literario, se
caracterizó de acuerdo con los siguientes elementos o
rasgos diferenciadores:

  • Amplia libertad creadora.

  • Sentido aristocrático del arte: rechazo de la
    vulgaridad.

  • Perfección formal.

  • Cosmopolitismo: el poeta se considera como ciudadano
    del mundo, está por encima de la realidad
    cotidiana.

  • Disposición intelectual hacia todo lo
    nuevo.

  • Correlación con otras manifestaciones
    artísticas y expresiones de la creación humana
    (aproximación de la literatura a la pintura, la
    música, la escultura).

  • Gusto por los temas exquisitos,  pintorescos,
    decorativos y exóticos: la mitología, la
    Grecia antigua, el Lejano Oriente, la Edad Media, entre
    otros.

  • Práctica del impresionismo descriptivo
    (descripción de las impresiones o emociones que causan
    las cosas y no las cosas en sí mismas).

  • Renovación de los recursos expresivos:
    supresión de vocablos gastados por el uso;
    inclusión de vocablos musicales y de uso poco
    frecuente; simplificación de la sintaxis;
    aprovechamiento y primacía de las imágenes
    visuales.

  • Renovación de la versificación; se le
    otorgó mayor flexibilidad al soneto. Se dio
    preferencia a la versificación irregular, el verso
    libre y a la libertad estrófica que dieron a la
    poesía variedades y expresiones
    desconocidas

Rubén Darío, seudónimo de
Félix Rubén García Sarmiento (1867 –
1916), originario de Nicaragua, se erige en el escritor
modernista por antonomasia; su influencia en las letras hispanas
y universales es ampliamente reconocida entre otros por Juan
Ramón
Jiménez y Antonio Machado. El poeta promueve una
estética ácrata que debe traducirse en un
modus vivendi, en una nueva forma de vida, expresada en un
"idealismo
literario, en el papel aristocrático que otorgan a las
tareas intelectuales
–y especialmente a las artísticas–, en su
bohemia más o menos manifiesta y en la preocupación
por la obra bien hecha." (41)

El carácter aluvional del mestizaje cultural
americano y su capacidad para renovarse e integrar nuevas
dimensiones, puede ser apreciado en toda su intensidad en la obra
de Rubén Darío, quien en el prólogo a su
libro Prosas Profanas, lega una excelente
reflexión acerca de sus orígenes diversos y su
formación plural que es la esencia su innovadora y
desconcertante poesía, para influenciar significativamente
el quehacer literario de comienzos del Siglo XX. El poeta se
interroga y se responde acerca de su carácter mestizo y
sobre sus influencias: « ¿Hay en mí sangre
alguna gota de sangre de África, o de indio Chorotega o
Neogranadino? Pudiere ser, a despecho de mis manos de
marqués (…) El abuelo español de barba
blanca me señala una serie de retratos ilustres: "Este -me
dice- es el gran Don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco;
éste es Lope de Vega, éste Gracilaso, éste
Quintana". Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa
la Santa, por el bravo Góngora y, el más fuerte de
todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después
exclamo: "¡Shakespeare! ¡Hugo…!" ( en mi
interior: "¡Verlaine"! Luego, al despedirme: Abuelo,
preciso es decírselo: mi esposa es de mi tierra, mi
querida, de París».

Mucha razón tiene Uslar Pietri cuando afirma que
"el modernismo no es un episodio aislado, su voluntad de mezcla y
de incorporación aluvional sigue activa en el desarrollo
de la literatura de la América Hispana". En efecto,
años más tarde, Nicolás Guillén, otro
poeta, bien lejos y alejado del modernismo, también
expresa en su poema El apellido ese mestizaje
constitutivo y fundamental al que también se
refirió Darío: "Desde la escuela / y
aún antes (…) Desde el alba, cuando apenas / era
una brizna, yo de sueño y llanto, / desde entonces, / me
dijeron mi nombre. Un santo y seña / para poder hablar con
las estrellas. / Tu té llamas, te llamarás…/
Y luego me entregaron / esto que veis escrito en mi tarjeta, /
esto que pongo al pie de mis poemas: / las
trece letras / que llevo a cuestas por la calle, / que siempre
van conmigo a todas partes. / ¿Es mi nombre, estáis
ciertos? / ¿Tenéis todas mis señas? /
(…) / ¿Toda mi piel
(debí decir), / toda mi piel viene de aquella estatua / de
mármol español? (…) / ¿Estáis
seguros? /
¿No hay nada más que eso que habéis escrito?
/ eso que habéis sellado / con un sello de cólera?
/ (¡OH, debí haber preguntado!) / y bien, ahora os
pregunto: / ¿No veis tambores en mis ojos? / ¿No
veis estos tambores densos y golpeados / con dos lágrimas
secas? / ¿No tengo acaso / un abuelo nocturno / con una
gran marca negra /
(más negra todavía que la piel), / una gran marca
hecha de un latigazo? / ¿No tengo pues / un abuelo
mandinga, congo, dahomeyano?/…"

Uslar nos recuerda que este mestizaje cultural aluvional
y extendido también se encuentra presente en muchos otros
autores de nuestra literatura: en Gallegos, Guiraldes, Rivera,
Azuela; en la poesía de Gabriela Mistral, "trémula
confluencia de tiempos y modos"; en el barroquismo americano de
Carpentier y Asturias que se alimenta "con elementos
románticos, con sabiduría surrealista y con la
atracción por la magia de los pueblos primitivos". La
voracidad transformadora y caótica de Neruda tiene
también sus raíces en nuestro entrevero
civilizatorio, al igual que Jorge Luis
Borges, quien en opinión de nuestro escritor, "es el
más refinado manipulador de la vocación y de los
elementos de nuestro mestizaje cultural."

El realismo
mágico y lo real maravilloso

Sumido en las añoranzas de una juventud
privilegiada, vivida en Paris en compañía de
entrañables amigos como lo fueron Miguel Ángel
Asturias y Alejo Carpentier, Uslar Pietri rememora el origen del
término realismo mágico aplicado a la
narrativa latinoamericana, esa otra manifestación de
nuestro mestizaje cultural. Sin embargo, para entender mejor lo
que implica esta denominación, es menester recorrer y
recordar con nuestro escritor la sorpresa que significó
para el conquistador español la desmesura, la irrealidad,
la fantasía implícita en esas Indias Occidentales,
en este Nuevo Mundo, que, por accidente, azar, fortunas, vinieron
a trastocar el imago mundi de unos europeos que
tenían una concepción firme y sin sorpresas del
ecumene: "América fue un hecho de extraordinaria novedad.
Para advertirlo, basta leer el incrédulo asombro de los
antiguos cronistas ante la desproporcionada magnitud del
escenario geográfico. Frente aquel inmenso rebaño
de cordilleras nevadas, ante los enormes ríos que les
parecieron mares de agua dulce,
ante las ilimitadas llanuras que hacían horizonte como el
océano, en las impenetrables densidades selváticas
en las que cabían todos los reinos de la cristiandad, se
sintieron en presencia de otro mundo para el que no tenían
parangón." (42)

Esta cita puede permitirnos entender con mayor propiedad el
término realismo
mágico, que, al decir del propio Uslar, fue acuñado
por él mismo, rescatándolo "del oscuro caldo del
subconsciente. Por el final de los años veinte yo
había leído un breve estudio del crítico de
arte alemán Franz Roh sobre la pintura
postexpresionista europea, que llevaba el titulo de Realismo
Mágico.
Ya no me acordaba del lejano libro, pero
algún oscuro mecanismo de la mente me lo hizo surgir
espontáneamente en el momento en que trataba de buscar un
nombre para aquella nueva forma de narrativa." (43)

De esta forma, el término realismo mágico
comienza a ser utilizado por la crítica
literaria para denominar una manera de narrar, una forma de
transmitir una realidad real, valga la redundancia, que es en
sí misma percibida, contada como si fuera mágica.
Uslar asevera que en la narrativa latinoamericana, el realismo
mágico "no es una fantasía superpuesta a la
realidad, o sustituta de la realidad: (…) En los
latinoamericanos se trataba de un realismo peculiar, no se
abandonaba la realidad, no se prescindía de ella, no se la
mezclaba con hechos y personificaciones mágicas, sino que
se pretendía reflejar un fenómeno existente pero
extraordinario…" (44)

Realismo mágico, fiel expresión de un
mestizaje cultural que como se narra en la novela
Cien Años de Soledad, es el producto de "un
acertado empleo de
diversos recursos de la
literatura culta y popular y de un lenguaje intuitivo y
evocador", en la opinión del ya citado Joaquín
Marco.

Disfrutemos de esta expresión del mestizaje
cultural en la imaginación del propio García
Márquez, quien incorpora a sus Cien Años de
Soledad,
imágenes y parajes de una América que
sorprendería por igual a los españoles de la
conquista y a nuestros contemporáneos: "…Macondo
era entonces una aldea de veinte casas de barro y
cañabrava construidas a la orilla de un río de
aguas difusas que se precipitaban por un lecho de piedras
pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El
mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de
nombres, y para mencionarlas había que señalarlas
con el dedo…"

Con acertada razón, Uslar Pietri insiste y
confirma estas imágenes de García
Márquez, en las que "el mundo criollo está
lleno de magia en el sentido de lo inhabitual y lo
extraño. La recuperación plena de esa realidad fue
el hecho fundamental que le ha dado a la literatura
hispanoamericana su originalidad y el reconocimiento mundial. Por
mucho tiempo no hubo nombre para designar esa nueva manera
creadora, se trató, no pocas veces, de asimilarla a alguna
tendencia francesa o inglesa, pero, evidentemente, era otra cosa"
(el surrealismo,
acotamos nosotros).

En efecto, lo que pretendieron los escritores
latinoamericanos con el realismo mágico "…era
completamente distinto. No querían hacer juegos
insólitos con los objetos y las palabras de la tribu,
sino, por el contrario, revelar, descubrir, expresar en toda su
plenitud inusitada esa realidad casi desconocida y casi
alucinatoria que era la de América Latina para penetrar el
gran misterio creador del mestizaje cultural." (45)

En lo que se refiere a lo Real Maravilloso, la
crítica literaria reconoce al escritor cubano Alejo
Carpentier como el responsable de la autoría del
término, el propio novelista lo expresa diafanamente en
uno de sus ensayos: "Esto se me hizo particularmente evidente
durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto
cotidiano con algo que podríamos llamar lo real
maravilloso
. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres
ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos
de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un
milagro el día de su ejecución. Conocía ya
la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino.
Había estado en la Ciudadela La Ferrière, obra sin
antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada
por las Prisiones imaginarias del Piranesi. Había
respirado la atmósfera creada por
Henri Cristophe, monarca de increíbles empeños,
mucho más sorprendente que todos los reyes crueles
inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías
imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real
maravilloso
. Pero pensaba, además, que esa presencia
y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio
único do Haití, sino patrimonio de la
América entera, donde todavía no se ha terminado de
establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo
real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas
de hombres que inscribieron fechas en la historia del continente
y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de
la fuente de la eterna juventud, de la áurea ciudad de
Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos
héroes modernos de nuestras guerras de
independencia de tan mitológica traza como la coronel
Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho
de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de
Angostura, se lanzaron todavía a la busca de El Dorado, y
que en días de la Revolución
Francesa —¡vivan la Razón y el Ser
Supremo!—, el compostelano Francisco Menéndez
anduviera por tierras de Patagonia
buscando la ciudad encantada de los Césares. Enfocando
otro aspecto de la cuestión, veríamos que,
así como en Europa occidental el folklore danzario, por
ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o
invocatorio, rara es la danza
colectiva, en América, que no encierre un hondo sentido
ritual, creándose en torno a él
todo un proceso inicíaco: tal los bailes de la
santería cubana, o la prodigiosa versión negroide
de la fiesta del Corpus, que aún puede verse en el pueblo
de San Francisco de Yare, en Venezuela…" (46)

En una selecta y bien documentada selección
de textos sobre lo real maravilloso en América, Mario
Germán Romero confirma la plural y múltiple
sorpresa que experimentaron los nuevos y en especial los viejos
escritores , y concluye que: "entre los que vinieron a descubrir
un mundo nuevo, no faltaron letrados que conocían algo de
la literatura clásica, de la novela medieval
(…) Creen haber visto hombres con pie de cabra, con cola,
con un solo ojo en la frente (…) Sí el paisaje es
edénico, la fauna y la flora
guardan la debida proporción con el medio
ambiente: Animales con
rostro de hombre, sapos del tamaño de una silla, gotas de
agua que crían sapos y que en otras partes se convierten
en pulgas; árboles
que también son animales: hojas que caminan, flores que se
transforman en mariposas, son apenas una muestra de ese mundo
maravilloso que no acaban de admirar. "(47)

En fin, no creemos que en relación con este
inagotable tema del realismo mágico o de lo
real maravilloso
haya algo más que decir en
adición a los hechos y realidades que otros hombres de
diferentes siglos y circunstancias escribieron, narraron y
contaron, creyendo haberlos visto con ojos distintos a los de la
imaginación.

El sincretismo
religioso

A ese inmenso, complejo e indetenible crisol en el que
se fraguó el mestizaje latinoamericano, cada raza
además de aportar su fenotipia, sus genes, su sangre,
incorporó también su particular cosmogonía,
su especial cosmovisión, sus peculiares creencias y
expresiones religiosas, las que mezcladas, produjeron renovadas
concepciones religiosas, nuevas visiones para entender al mundo,
a Dios y a los semejantes. De esta forma, el sincretismo
religioso imperante en América Latina, es decir, el
producto de la mezcla, de la combinación de religiones precedentes,
puede también ser considerado como una de las
manifestaciones relevantes de nuestro mestizaje
cultural.

Partes: 1, 2, 3
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