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¡No es justo! Fe, psicoanálisis, neurociencia y epigénesis interpretan una expresión común




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

    1. El "instinto" de
      la justicia, el otro lado de la moneda de la
      injusticia
    2. Lo justo y lo
      injusto
    3. Lo que, acerca
      de estos asuntos, la Biblia nos enseña
    4. Lo que nos
      enseñan los científicos que indagaran este
      asunto
    5. Regiones que se
      activaban en escáneres del cerebro cuando se
      presenciaran actos criminales, durante las
      investigaciones
    6. Resumiendo los
      estudios
    7. La psicoterapia
      al rescate
    8. Apéndice

    "¡No es justo!." "It"s not fair!"
    Son expresiones que, a menudo, escuchamos, provenientes de los
    labios de nuestros amigos, hijos, parientes, y pacientes — de
    cualquier edad — cuando confrontan lo adverso.

    En respuesta a la impresión percibida de
    que la iniquidad es algo tan generalizado como desagradable,
    preparamos este artículo con la intención de
    explorar qué determina este sentimiento, y de cómo
    mejor enjaezar los conocimientos adquiridos por esta vía,
    para que éstos nos asistan en lograr mejores maneras de
    vivir nuestras vidas — alcanzando nuestro objetivo sin
    tener que resignarnos, necesariamente, a lo que consideramos
    injusto.

    Para conseguir nuestras metas estaremos asistidos
    por conocimientos derivados de la neurociencia,
    de la epigénesis, y del psicoanálisis.

    En su libro The
    Drunkard"s Walk: How Randomness Rules Our Lives
    , el autor
    Leonard Mlodinow, reflexionando acerca de los efectos de la
    aleatoriedad, como principio de las ciencias
    físicas, nos ilustra de esta manera: "Las personas que
    fueran exitosas, en la vida y en la ciencia
    en casi todos los casos — fueron miembros de un cierto grupo: el
    grupo de quienes no se dan por vencidos
    ."

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    ¡No es justo!

    Para M.A. (quien nunca se diera por vencida)

    Una paciente y su esposo, durante una
    sesión terapéutica tortuosa y cargada de emociones
    tristes, reflexionaban acerca de todas las extrañas
    infortunas que les han ocurrido en sus jóvenes vidas.
    Entre las últimas se encuentran, pérdidas de seres
    queridos, nacimiento de un hijo con malformaciones
    congénitas, mermas de fortuna y posición social,
    accidentes
    trágicos a seres cercanos — con desenlaces amargos — y
    mucho más — ad infinitum.

    Mientras hacían su relato, todo se
    detallaba como si fuesen anécdotas rocambolescas,
    expresadas con tono y manera pausados, y con aires de
    aceptación resignada.

    ¿La belle indifferénce?
    Lejos de así serlo, como ya tendremos la oportunidad de
    apreciar.

    En medio de su peroración, la esposa,
    abruptamente se detiene, diciendo, "¡no es justo!", y luego
    me interpela de esta manera: "¿Conoce usted a alguien que
    haya tenido tanta mala suerte como la que se encuentra en nuestra
    familia?"
    Tomado de sorpresa, confieso la verdad. No, nunca recuerdo haber
    escuchado un relato, de infortunios humanos, tan desconcertante,
    como el que ellos hacen. Igualmente, admito no conocer personas
    quienes a ellos se parezcan, aunque — expreso la idea de que,
    en algunos respectos — muchos comparten miserias semejantes, si
    bien que todos no las toleran de idéntica manera.

    Al final de la sesión de terapia
    intensiva, donde este intercambio ocurriera, no olvidé lo
    que, en la consulta surgiera, sino que me propuse a reflexionar
    en lo transcurrido, y en lo dicho.

    Los sabios nos dicen:

    "Si he visto más lejos (que. Descartes) ha
    sido porque he estado parado
    en los hombres de gigantes"
    (Sir Isaac
    Newton).

    Y, como la leyenda nos dice, que Wilhelm Konrad
    Röntgen, balbuceara, al descubrir los rayos X: "yo
    no pensé, yo, experimenté
    ." En éste, mi
    caso, yo, reflexioné.

    Prosiguiendo

    El "instinto" de
    la
    justicia, el otro lado de la moneda de la
    injusticia

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    Resulta aparente, que de igual manera que existe
    un proceso
    filosófico inmanente y universal, que llamamos la Ley Natural —
    responsable por el proceso de la justicia
    humana — que igualmente coexisten pulsiones ingénitas
    que nos hacen reaccionar a los actos de injusticia que, en
    nosotros, o que en otros, percibimos. Algunos investigadores
    conocen esto último como "el instinto de la justicia"
    porque parece ser que nuestros cerebros responden, de manera
    refleja, cuando consideramos la inocencia o la culpabilidad
    de supuestos delincuentes — aunque a quienes los
    últimos, hayan perjudicados con sus fechorías,
    fueran otros. Y que, aún siendo así, respondemos
    como si éstos nos hubiesen hecho el daño a
    nosotros mismos.

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