¡No es justo! Fe, psicoanálisis, neurociencia y epigénesis interpretan una expresión común
- El "instinto" de
la justicia, el otro lado de la moneda de la
injusticia - Lo justo y lo
injusto - Lo que, acerca
de estos asuntos, la Biblia nos enseña - Lo que nos
enseñan los científicos que indagaran este
asunto - Regiones que se
activaban en escáneres del cerebro cuando se
presenciaran actos criminales, durante las
investigaciones - Resumiendo los
estudios - La psicoterapia
al rescate - Apéndice
"¡No es justo!." "It"s not fair!"
Son expresiones que, a menudo, escuchamos, provenientes de los
labios de nuestros amigos, hijos, parientes, y pacientes — de
cualquier edad — cuando confrontan lo adverso.
En respuesta a la impresión percibida de
que la iniquidad es algo tan generalizado como desagradable,
preparamos este artículo con la intención de
explorar qué determina este sentimiento, y de cómo
mejor enjaezar los conocimientos adquiridos por esta vía,
para que éstos nos asistan en lograr mejores maneras de
vivir nuestras vidas — alcanzando nuestro objetivo sin
tener que resignarnos, necesariamente, a lo que consideramos
injusto.
Para conseguir nuestras metas estaremos asistidos
por conocimientos derivados de la neurociencia,
de la epigénesis, y del psicoanálisis.
En su libro The
Drunkard"s Walk: How Randomness Rules Our Lives, el autor
Leonard Mlodinow, reflexionando acerca de los efectos de la
aleatoriedad, como principio de las ciencias
físicas, nos ilustra de esta manera: "Las personas que
fueran exitosas, en la vida y en la ciencia —
en casi todos los casos — fueron miembros de un cierto grupo: el
grupo de quienes no se dan por vencidos."
¡No es justo!
Para M.A. (quien nunca se diera por vencida)
Una paciente y su esposo, durante una
sesión terapéutica tortuosa y cargada de emociones
tristes, reflexionaban acerca de todas las extrañas
infortunas que les han ocurrido en sus jóvenes vidas.
Entre las últimas se encuentran, pérdidas de seres
queridos, nacimiento de un hijo con malformaciones
congénitas, mermas de fortuna y posición social,
accidentes
trágicos a seres cercanos — con desenlaces amargos — y
mucho más — ad infinitum.
Mientras hacían su relato, todo se
detallaba como si fuesen anécdotas rocambolescas,
expresadas con tono y manera pausados, y con aires de
aceptación resignada.
¿La belle indifferénce?
Lejos de así serlo, como ya tendremos la oportunidad de
apreciar.
En medio de su peroración, la esposa,
abruptamente se detiene, diciendo, "¡no es justo!", y luego
me interpela de esta manera: "¿Conoce usted a alguien que
haya tenido tanta mala suerte como la que se encuentra en nuestra
familia?"
Tomado de sorpresa, confieso la verdad. No, nunca recuerdo haber
escuchado un relato, de infortunios humanos, tan desconcertante,
como el que ellos hacen. Igualmente, admito no conocer personas
quienes a ellos se parezcan, aunque — expreso la idea de que,
en algunos respectos — muchos comparten miserias semejantes, si
bien que todos no las toleran de idéntica manera.
Al final de la sesión de terapia
intensiva, donde este intercambio ocurriera, no olvidé lo
que, en la consulta surgiera, sino que me propuse a reflexionar
en lo transcurrido, y en lo dicho.
Los sabios nos dicen:
"Si he visto más lejos (que. Descartes) ha
sido porque he estado parado
en los hombres de gigantes" (Sir Isaac
Newton).
Y, como la leyenda nos dice, que Wilhelm Konrad
Röntgen, balbuceara, al descubrir los rayos X: "yo
no pensé, yo, experimenté." En éste, mi
caso, yo, reflexioné.
Prosiguiendo
El "instinto" de
la justicia, el otro lado de la moneda de la
injusticia
Resulta aparente, que de igual manera que existe
un proceso
filosófico inmanente y universal, que llamamos la Ley Natural —
responsable por el proceso de la justicia
humana — que igualmente coexisten pulsiones ingénitas
que nos hacen reaccionar a los actos de injusticia que, en
nosotros, o que en otros, percibimos. Algunos investigadores
conocen esto último como "el instinto de la justicia"
porque parece ser que nuestros cerebros responden, de manera
refleja, cuando consideramos la inocencia o la culpabilidad
de supuestos delincuentes — aunque a quienes los
últimos, hayan perjudicados con sus fechorías,
fueran otros. Y que, aún siendo así, respondemos
como si éstos nos hubiesen hecho el daño a
nosotros mismos.
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