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Joaquín Marta Sosa: Memoria del arraigo




Enviado por irapavilo



Partes: 1, 2

    1. La
      familia: una fortaleza
    2. El
      amor es un jardín difícil
    3. Un
      nuevo orden
    4. Los
      héroes merecen respeto
    5. El
      deporte también es poesía
    6. El
      navegante solitario

    Cada uno defiende como puede

    alguna rosa propia,

    es guardián de sus aguas navegables

    ya sean negras o permanezcan en su azul

    Joaquín Marta Sosa

    La
    familia: una
    fortaleza

    Por esta casa anda la muerte con
    sus recuerdos

    Poesía de los que están y de los que se fueron,
    de los que ya no estarán y de los que continúan
    estando, de los muertos y de los vivos de Marta Sosa, porque
    todos: abuelo, padre, madre, tío, hermana, esposa e hijo,
    permanecen vigentes en una propuesta poética que hace de
    la familia un
    fuerte inconquistable, un bastión seguro, un
    fortín caribe que tuvo – del lado del poeta – sus
    orígenes en un recóndito pueblo lusitano: Nogueira,
    donde "echan al vuelo las campanas" de un campanario ancestral
    "todavía en pie como las tumbas que / protege".

    Aldea portuguesa donde "se levantaron rosas y lilas en
    la tierra" por
    parte de unos pobladores que hicieron del campo y del mar una
    sola realidad; un mismo universo pasional
    que acoge indistintamente la muerte y el
    exilio, "los huesos de la
    guerra" y las
    cartas de
    ultramar, los llantos definitivos y los adioses pasajeros, la
    lápida y el bautismo, el pasado y el futuro de una familia
    que el verso de Marta Sosa reúne, recoge, en franca
    necesidad de arraigo espiritual y de continuidad afectiva.

    Caserío lusitano, al que el escritor regresa
    décadas más tarde para contemplarlo con una mirada
    diferente a la que imponen, océano de por medio, la
    distancia y la morriña. Sin embargo, nada distinto
    acontece en la aldea de sus padres: " Las mujeres esperan
    después de años y años. / Vuelven ellos.
    Dejan nuevos hijos. / Se marchan otra vez. A veces para siempre.
    / Las noticias dicen
    y desdicen. / Los muertos no pueden regresar / y ellas no lo
    saben sino a veces".

    Presente está en versos y remembranzas del poeta y de
    los suyos, en la distancia definitiva , el abuelo del poeta; ese
    ser atrevido y soñador que osó levantar anclas y
    soltar amarras para dirigirse a un mundo nuevo y desconocido: el
    Brasil, tal
    como tiempo
    atrás lo hicieron aquellos navegantes tercos, osados e
    impenitentes, desconocedores del miedo y la prudencia, que desde
    Lusitania se atrevieron a aventurarse en la mar ignota para
    encontrarse con tierras inéditas y sin nomenclatura que
    prontamente se denominaron: Catay, Cabo de Hornos, Cipango,
    Ceilán o Tierra del
    Fuego.

    Abuelo iniciador de una saga de aventuras que en forma de
    viajes y
    nuevas tierras se extendió al padre y al hijo del poeta,
    quienes en un comprensible afán de libertad se
    atreven a emprender nuevos rumbos que "no son un desamor / sino
    la necesidad de que los misterios / se
    reduzcan". Abuelo aventurero que se despreocupó de los que
    quedaron atrás, en el Nogueira de todos, sumiéndose
    y sumiéndolos en el olvido; para morir muchas veces antes
    de su última muerte, esa que se produjo sin que nadie lo
    supiese, se enterase, porque no mandar noticias fue
    también una forma de morir temprano, renunciando al
    recuerdo para privilegiar el olvido de aquellos, que muy
    seguramente, lo acompañaron en su desconocido lecho, en su
    último respiro, porque como bien lo registra el poeta,
    allá en la aldea: "las mujeres esperan y murmuran: /
    hacedora de lluvias tráenos la lluvia, / y paren en el
    barro, / atentas a ese cuerpo que no vuelve".

    El tío y el padre de Marta Sosa, años
    después, guerras
    después, hambres después, esperanzas
    después, también se atrevieron a "darle un
    manotón / aunque sea provisorio / a las prisiones de la
    vida", y emprendieron juntos un viaje en común; primero a
    Brasil y luego a una Venezuela
    desconocida, en la que el progenitor del poeta echó anclas
    y rehizo las amarras para que, cinco años después
    de su llegada, Joaquín y su madre viniesen a esta Tierra
    de Gracia a re-encontrarse con el padre, y a conocer unos
    hermanos nuevos, sangre de la
    misma sangre de Nogueira, procreados por la soledad y la
    distancia, en medio de la añoranza por campanarios y
    cipreses.

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