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Con patria pero sin amo: Diálogo abierto con María Elena Llana



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    Adentrarse en la obra de María Elena Llana supone
    pactar con la inestabilidad de lo inconcluso, integrarse en
    él sin afanes definitorios, permitirse avasallar por la
    vastedad de su lenguaje. Mi
    primer contacto con ella fue a través del varias veces
    antologado –y antologable- cuento "En
    familia", como
    parte de uno de los rutinarios ejercicios de la academia. No
    dudé en buscar el libro donde se
    incluía ese relato cuyas posibilidades interpretativas,
    concisión y mordacidad se me presentaban como un cosmos de
    auténtica pericia literaria. Encontrar su libro anterior y
    los posteriores dejaba claro que, pese a ser numéricamente
    pocos, su calidad la
    colocaba entre las mejores cultivadoras de la narración
    breve en el periodo revolucionario. De hecho, así lo
    atestigua la mayor parte de nuestra llamada institución
    literaria; no obstante, muchos factores, de diversa catadura, han
    incidido en el escaso conocimiento
    de su figura intelectual, lo cual se ha revertido en los
    últimos años gracias a su mayor presencia en la
    esfera pública (homenajes, concursos, lecturas, etc.). La
    conocí personalmente en la sede de la revista

    Revolución y Cultura, a propósito de un curso
    sobre literatura
    fantástica hispanoamericana impartido por José
    Miguel Sardiñas, quien había incluido en sus
    análisis el mencionado cuento de la autora.
    Y así empezó el punto de no retorno, al constatar
    la audacia y la honestidad con
    que siempre ha asumido y defendido sus propios planteamientos
    escriturales.

    Llana ha sido reportera, guionista de radio y televisión, y profesora de periodismo,
    especialidad esta de la que se graduó en 1958. Su producción narrativa incluye:
    La reja
    (1965), Casas del Vedado (1983), Castillos de
    naipes (1998), Apenas murmullos (2004) y Ronda
    en el malecón (2004). Recientemente ha sacado la
    antología personal

    Casi todo (2007), que recoge una muestra
    significativa de los relatos publicados a lo largo de su
    trayectoria creativa.

    He aquí un epítome de nuestras largas
    conversaciones en su enigmática casa. Pactemos,
    pues.

    ¿Cómo fue la génesis literaria de
    María Elena Llana? ¿Qué deudas tiene con el
    periodismo su condición de escritora?

    En realidad si hay alguna deuda es del periodismo pues antes
    de ser periodista ya escribía. Puedo decir que la
    génesis de ese quehacer fue siempre una influencia directa
    de mis lecturas, de ahí que lo primero que hiciera fueran
    cuentos de
    hadas e infantiles. Y una novela de
    misterio, por entregas, que circulaba subrepticiamente durante
    las clases en el año de ingreso al bachillerato. Puedo
    decir que en toda mi vida solo he trabajado con el idioma, ya
    como literata, como periodista o como guionista de radio, con
    alguna incursión en la tele. Y estos cincuenta años
    de quehacer me facultan para afirmar que es un mito que un
    género
    lastre o anule al otro. Al contrario, se complementan. Puedo
    expresarme con claridad, pese a la aridez de algunas
    anécdotas, porque durante mi vida laboral
    escribí para la prensa y si en
    eso no eres claro, estás frito. Mis intereses literarios
    me ayudaron a fundamentar trabajos periodísticos y
    la radio me
    permitió manejar el diálogo
    para los cuentos. Eso sí, me acerqué a todas las
    formas del quehacer con la humildad del que quiere aprender,
    única vía para, llegado el momento, poder apreciar
    lo que vale y lo que no. Como periodista y guionista, me he
    apoyado siempre en la técnica, más que en el
    cuento, donde puedo decir que yo escribo y ella me sigue.

    Mucho se ha polemizado sobre la relación que guarda
    todo escritor contemporáneo con poéticas de otros
    autores. Para decirlo con Harold Bloom, ¿en qué
    consiste para María Elena Llana "la angustia de las
    influencias"?

    En borrarlas tan pronto las advierto, como las huellas del
    crimen. Para mí la influencia de otros autores se produjo
    como un asombro, una especie de deslumbramiento ante lo que se
    puede lograr con la imaginación o con la palabra. Digamos
    que, en ese aspecto, partí de un reconocimiento del Otro.
    Después, a la hora de enrumbar mis propios pasos, tuve
    cuidado de no parecerme a nadie; y cuando alguien se asomó
    en alguno de mis escritos, los deshice sin miramientos.

    En una lectura global
    de su obra, es perceptible una estetización del proceso de
    decadencia de la pequeña burguesía, que devino
    clase social
    marginada a partir del triunfo revolucionario. De hecho, en sus
    libros se
    reitera una serie de personajes que se manifiestan según
    las coordenadas cronotópicas que Ud. ha referenciado en
    cada conjunto de relatos, más allá de la habitual
    descontextualización de sus historias. ¿Esta
    especie de palimpsesto, al decir de Alberto Garrandés en
    su prólogo a
    Casi todo, responde a un interés
    particular e inmanente suyo o es una preocupación
    resultante de fortuitas coyunturas creativas?

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