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Disfrutar la existencia



Partes: 1, 2

    1. La
      vitalidad
    2. La
      expresión corporal
    3. A modo
      de conclusión
    4. Bibliografía

    La vitalidad, el reencuentro con nuestro cuerpo y nuestra
    conciencia son
    elementos de gran importancia para sentirnos bien y disfrutar de
    la vida, así como saber sobrellevar nuestros deseos y
    anhelos de una manera adecuada para que no nos causes ansiedad
    y-o frustración, por ello incluso se habla de dominar el
    arte de pensar
    y saber desear.

    La
    vitalidad

    Cualquier debilidad, inconsistencia, dispersión y
    fluctuación interna puede robarnos la energía
    necesaria para sentirnos plenos. Alimentar los pensamientos
    positivos y desechar los improductivos nos aportará
    claridad mental y una vida más saludable (Subirana,
    2008).

    Si queremos llenar un cubo repleto de agujeros o gritas, por
    mucha agua que le
    echemos, seguirá vaciándose. Lo mismo sucede cuando
    nuestra personalidad
    presenta multitud de fisuras por la que se fuga nuestra
    energía vital. Nos sentimos vacíos y observamos
    que, después de realizar tremendos esfuerzos para combatir
    la situación, no obtenemos los resultados esperados.

    La mente es uno de los mejores coladores de energía de
    nuestro cuerpo. Por ello, si aprendemos a gestionar mejor
    nuestros pensamientos, ganaremos mayor claridad, vitalidad y
    satisfacción. Cuando alimentamos ideas de
    preocupación, debemos preguntarnos si estas preocupaciones
    nos ayudan a encontrar soluciones; si
    nos proporcionan salud o bienestar o si hacen
    posible que mantengamos una comunicación ágil con los
    demás, entre otras cosas. Es muy importante que revisemos
    por qué damos cancha a nuestras preocupaciones, ya que
    conservarlas no nos permite hacer un buen uso de nuestra
    energía mental (Subirana, 2008).

    Muchos de nuestros quebraderos de cabeza tienen que ver con
    nuestra relación con el tiempo.
    Preocuparnos, por ejemplo, por lo que pueda suceder en el futuro
    cuando este aún no ha llegado nos resta la fuerza vital
    para afrontar ese momento cuando finalmente llegue.

    Vivir del recuerdo, por otra parte, nos distrae del presente y
    nos hace funcionar como un enchufe que se conecta a una toma de
    corriente por la que no pasa flujo eléctrico; es decir,
    empeñados en vivir una experiencia que ya pasó para
    finalmente acabar decepcionados y arrastrando un enorme desgaste
    psíquico y emocional (Subirana, 2008).

    Cuando ponemos resistencia al
    presente, esta nos genera estrés y
    agotamiento. La solución pasa entonces por aceptar nuestra
    realidad para poder fluir
    con flexibilidad, sin derrochar fuerzas innecesariamente.
    Desde la aceptación podemos aceptar y transformar,
    sanar el pasado y sentirnos en paz con él, sin
    limitaciones
    (Subirana, 2008).

    Otro factor decisivo en la merma de vitalidad es la
    insatisfacción. Comparándonos continuamente con los
    demás, desear lo que nuestros familiares o amigos tienen
    en lugar de aceptar lo que somos y tenemos, supone alimentar en
    nuestra mente ideas absolutamente improductivas que, a la vez,
    generan un gran desgaste. Cuando estamos alegres y satisfechos,
    nuestra energía fluye con facilidad y se nos nota en la
    cara.

    Junto al hábito de compararse, el deseo de controlar a
    los demás o las situaciones es otro gran devorador de la
    fuerza vital. Las expectativas que tenemos de que el otro haga lo
    que queremos, o de que la situación sea exactamente como
    la hemos planificado, nos provoca ansiedad e impaciencia. Si,
    además, nuestros objetivos no
    se cumplen, nos irritamos y reaccionamos con mal humor, con lo
    cual perdemos todavía más fuerzas
    inútilmente. Es importante, por ello, aprender a
    controlar los pensamientos para que no se disparen en una espiral
    en la que dominen las prisas, las preocupaciones y los miedos

    (Subirana, 2008).

    Otro lastre común para el pensamiento es
    la queja, el hecho de no aceptar lo que hay tal y cual es. Cuando
    nos quejamos, disminuye nuestra claridad y aumenta nuestro
    malestar. Nuestras palabras nos llevan a la crítica
    y al contentillo inútil, perdiendo con ello tiempo y
    energía. Por lo general, cuando se genera esta dinámica, las relaciones se estropean y
    luego se requiere de mucho esfuerzo para recuperar la confianza
    perdida. Si hay algo que no funcione como nos gustaría, lo
    positivo es utilizar la fuerza personal para
    construir, crear y transformar.

    Si no prestamos atención, nos convertimos en una linterna
    que permanece constantemente encendida sin recargarse y, poco a
    poco, nuestra luz puede ir
    debilitándose hasta perderse por completo. Para recuperar
    toda nuestra vitalidad, debemos de aprender a alimentar
    pensamientos que tengan sentido y que nos proporcionen el amor, la
    serenidad, la confianza, el entusiasmo y la valentía
    necesarios para gozar de una vida en plenitud.

    Cuando dominemos el arte de pensar, físicamente nos
    encontraremos más relajados y nos sentiremos más
    activos y
    energéticos (Subirana, 2008). Por otra parte, es posible
    incidir sobre nuestra mente mediante el trabajo
    corporal bien dirigido. El ejercicio físico no sólo
    beneficia nuestra salud, también puede mejorar nuestra
    forma de actuar, de pensar y de sentir (Carbajal, 2008).

    La
    expresión corporal

    Partes: 1, 2

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