La primera dificultad con la cual se tropieza el
investigador de las doctrinas pitagóricas y del
propio Pitágoras, obedece al carácter más que legendario,
quasi-mítico de las circunstancias que, aun en
vida, rodearon a este filosofo, matemático, visionario y
gurú. Esta localización entre lo histórico y
lo literario, entre hecho y ficción, más que
manifestarse como impasible ante la realidad descrita por los
historiadores, la abundancia de textos sobre el filosofo, su obra
y su legado comparten con la tradición oral y
la literatura de
ficción, la sobreabundancia de datos acerca del
carácter fantástico del filosofo y
de sus actos. Así todo parece confabularse para
transmitir al lector contemporáneo una imagen
distorsionada de quien, más que una figura
histórica ha sido plasmado en la Historia como un personaje
legendario, tan extraño al ideal cientificista de la misma
como debió haber sido su propia presencia entre sus
contemporáneos.
Pitágoras nació en la isla de Samos circa
del año 582 a. C. De origen aristocrático,
recibió en su juventud una instrucción amplia,
que, además de las usuales enseñanzas en
gimnasia y música propias de su época, de su
etnia y de su alcurnia, incluía las enseñanzas
de los primeros filósofos jonios Tales de Mileto,
Anaximandro y Anaximenes. Tras verse obligado a exiliarse de
Samos por su abierta aversión a la tiranía de
Polícrates paso a Crotona, en el sur de Italia circa
el año 530 a.C., circunstancia que explica la
extensión del pitagorismo de forma preferencial en
aquella región de Italia denominada por los romanos
como Magna Grecia y habitada por diversas etnias, incluidos
griegos, locrios, aqueos y mesenios, entre otros. Es
precisamente durante este período cuando funda lo
que fue conocido entre sus contemporáneos
como liga pitagórica e
históricamente como pitagorismo, una mezcla
heterogénea de escuela filosófica, secta
religiosa y movimiento político.
De manera similar a la propia biografía de su
célebre fundador, los detalles en torno a la liga
pitagórica y al pitagorismo, han llegado de manera
indirecta a la Historia del Pensamiento
Occidental y pletóricos de fantásticas distorsiones
que, debemos admitir, han hecho mucho mas llevadera su lectura. El
grueso de esta información procede de las diversas formas
adoptadas por el neopitagorismo durante la
República y de los primeros cuatro siglos
de la Era Cristiana. Entre las fuentes dignas
de ser mencionadas por la magnitud y calidad de sus
aportes se hallan Alejandro Polihistor, a su vez una de las
fuentes de Diógenes Laercio y uno de los mas fieles y
fidedignos representantes del neopitagorismo en Grecia.
Porfirio y Jámblico, autores de la "Vida de
Pitágoras" y de la "Vida Pitagórica",
respectivamente, se valieron de Apolonio de Tiana, Moderato de
Gades y Nicómaco
de Gerasa como principales fuentes para sus escritos. Ambas
obras, caracterizadas por la ausencia de espíritu
crítico y una muy marcada tendencia a subrayar lo
portentoso e, inclusive, lo mágico han contribuido a legar
a las generaciones ulteriores una visión del pitagorismo
en la cual es imposible hacer una distinción entre la
propuesta original del pitagorismo y la presencia, a lo interno
de dicha visión, de la aportación de elementos
posteriores, específicamente del neoplatonismo y del
estoicismo. Así, desde el período más
temprano la propia tradición bibliográfica ha
contribuido grandemente a la diseminación de
una visión enriquecida, por no decir falseada, de la vida
y la obra de Pitágoras de Samos.
Convencido de su propio
carácter sobrenatural, se ha afirmado que Pitágoras
era testimonio vivo de la doctrina de la transmigración de
las almas, uno de los pilares del credo
pitagórico y que a éste se le había
permitido retornar desde el Hades sin beber de las aguas de la
mítica fuente de Lethes, como el resto de las sombras que
habitaban el submundo, de modo que pudo reencarnar en la Tierra con
la memoria de
sus todas vidas pasadas alegadamente intacta y ser capaz,
entonces, de proclamar haber sido Euphorbus y haber combatido en
la guerra de
Troya. Unos cincuenta años tras la muerte del
filósofo, Emoedocles de Agrigento le considera un ser
sobrenatural. Herodoto, sin dudas una de las fuentes mas sobrias
en todo lo concerniente a la historia griega asocia a Zalmoxis,
maestro y milagrero tracio con el nombre de Pitágoras y
señala los paralelismos entre el pitagorismo y las
prácticas mágico-religiosas de los egipcios. Con el
correr de los tiempos la leyenda acerca de Pitágoras se
dilata para extenderse adquiriendo un carácter
mítico al que se suscribe el propio Aristóteles, en su libro Sobre los
pitagóricos y sus discípulos Dicearco,
Clearco y Jerónimo atribuyen a éste haber sido hijo
de Hermes o de Apolo, haber descendido a los infiernos y regresar
desde ellos, ostentar un muslo de oro y tener
dones sobrenaturales, como la ubicuidad y la
profecía.
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