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Entre el show y la intimidad (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

Resulta entonces que la identidad
resalta mi condición de "extranjero" frente a esos
"personajes": el que vive al lado, el mundo y los que viven
dentro, mis otros yoes. La identidad nos remite a ellos aun
cuando necesite erguirse contra ellos mismos a lo cuales nos
despacha. La identidad nos trajina a la exterioridad para
afianzar la interioridad. La identidad es mi propia frontera ante
el entablado social en ambos sentidos: dentro y fuera de
mí.

Pero hay todavía razones de más peso para
sostener la anomalía del concepto de
identidad.

Así, habría que señalar que dicha
categoría ha sido licitada y desarrollada desde
múltiples perspectivas disciplinarias, lo cual ha
conllevado, en definitiva, a una serie de investigaciones
sumamente enmarañadas y sobre las cuales quisiera avanzar
algunas reflexiones.

A lo largo de la historia, el concepto de
identidad ha sido sinónimo de alteridad (pues yo
también soy el otro para el otro, su "ahí"),
subjetividad, representación, simulación, Esto significa que el concepto
de identidad ha sufrido y padece actualmente de cambios
paradigmáticos, no obstante prevalezca o se mantenga, en
alguna medida, la cualidad de algo intransferible, subjetivo y
personal.

Pero, ¿por quién doblan las campanas? El
modelo
cartesiano, el del sujeto autónomo, estable, constante,
coherente, invariable e integrado, propio de la cultura
occidental, ha muerto, ha caído ante las embestidas del
postmodernismo, precisamente a manos de la tecnología. De hecho,
en los últimos 40 años, la identidad es
también sinónimo de virtualidad y este es un
enésimo problema sobre las espaldas del concepto.

La identidad supone, como es sabido, la presencia del "otro" y
el establecimiento de un vínculo relacional de
confrontación que permita fundar las diferencias entre el
mismo y ese o esos otros. Hoy, sin embargo, no podemos pensar al
concepto de identidad en los términos propios del modelo
socio-cultural del modernismo que
fundaba una neta división entre las categorías del
mismo y del otro, de modo que la identidad era absoluta, como
señalábamos, estable, inexpugnable, integrada y
sustancial. Ésta, a su vez, quedaba reforzada por el
territorio, el lugar, la nación
y el estado.
Este modelo, comenzó a sufrir grietas, auténticas
fracturas, huecos incolmables. Especialmente, con los medios de
comunicación y sobre todo, con la teoría
de la información.

La identidad posibilitada por las nuevas
tecnologías se vincula a no-espacios y a no-tiempos.
Las categorías espacio-tiempo han
quedado superadas, si no anuladas. El espacio y el tiempo han
dejado de ser fronteras entre el yo y el otro. De aquí la
necesidad de una nueva definición no sólo del
término de identidad, sino del concepto mismo de hombre.

La necesidad de una redefinición del hombre surge del
hecho de que la tecnología se ha vuelto inseparable de lo
antropológico. Pareciera, que ya no somos cien por ciento
antropos, sólo biología y cultura,
seres bioculturales, como nos definía Edgar Morin.
Ahora estamos en vía de ser especies de Robocop, seres
robóticos, sujetos con inteligencia
artificial, en partes biológico y en partes
mecánico o según expresión de Manfred
Clynes, ciborg (unión de dos palabras
anglosajonas, cyber y organism): cerebros
dotados de dispositivos electrónicos o mutantes, para
referirnos a la saga de X-Men, esto es, seres expuestos a
experimentos
médicos portadores de una secuencia diferente en la base
del ácido desoxirribonucleico o ADN.

El hombre ha perdido su base más sólida: en
efecto, en nuestra nueva identidad confluye también el
ciberespacio, cuya invadencia determina la interacción entre los seres humanos. Surgen
nuevas formas de presencia y de relaciones, en las universidades,
en la pareja, en los noviazgos, en el adulterio, que
son enteramente cibernéticas. Como quien dice los cuernos
nos llegan vía Internet, se descargan de la
red, aunque no
significa que sean meramente informáticos.

La narrativa de nuestra existencia no es lineal porque ya no
estamos fijos en lugares y espacios, somáticamente ya no
estamos restringidos por un lugar. Y para muestra algunos
botones: ahora tenemos amistades que no conocemos y que nunca,
probablemente, llegaremos a encontrar, somos amantes de seres
disfrazados por las facultades ilusionistas de la triple "w"
(fonema que también ha perdido su "identidad": en vez de
su nombre uve doble, ve doble o doble ve, se
pronuncia doble u).

De esta manera, hoy los matrimonios vienen agrietados y
despedazados a través de módems inalámbricos
y seres solos encuentran su media naranja en lo que no pasa de
ser una media pantalla Sony. Con el tiempo, supongo
orwellianamente, las universidades quedaran vacías: nos
graduaremos de maestro o doctor desde la taza del excusado con la
laptop en nuestras piernas. La vida de muchas ciberrelaciones
depende de teclas como "enter" o "delete": a través del
tablero se celebran nuevos romances o se quiebran corazones.
Vivimos en el ciberespacio, donde establecemos cibernoviazgos,
ciberengaños, cibersexo, alcanzamos ciberorgasmos,
aspiramos a cibermetas y nos ciberrrealizamos. Sólo
la muerte,
pues aun no acontece en el ciberespacio, permanece genuina,
natural.

Lo problemático es que en ninguna de estas formas de
relacionarnos se experimenta la realidad. ¿Por
qué decimos problemático? Imaginen Uds. que la
virtualidad lo aplicáramos a otro terreno:
¿Qué tal si nos alimentáramos descargando
exquisitos platos de una triple w culinaria? Seriamos
virtualmente sanos, pero muertos de hambre.

Pasando a otro nivel de nutrimento, ¿cómo no
sorprendernos ante la creciente desorientación y falta de
sentido que caracteriza nuestro tiempo? Experimentar define
nuestro modo de ser como seres humanos. Experimentar es el
trasfondo de nuestra identidad. La experiencia está
vinculada al sentimiento y por consiguiente, a lo
sentido de la vida, a la propia subjetividad, al fondo o
al núcleo del ser que es emocional, antes que racional.
Experimentar es tomar conciencia pero
ésta no hace parte de la red. De aquí la necesidad
de encontrar una nueva manera de pensar al concepto de identidad
y al hombre.

Hemos dejado de experimentar la realidad como realidad y en su
lugar experimentamos, cada vez más, un simulacro de la
realidad. Cada uno posee su propia virtualidad. Lo cual nos aleja
aun más de lo real, pues si mi realidad es una
modesta mediación de lo Real y la virtualidad una
mediación de la mediación, comprendernos,
aceptarnos y amarnos va a estar en griego. Viviremos de
representaciones de las representaciones. Tendremos de la vida
una idea de la idea de la vida. De aquí que afirmemos que
lo tecnológico se ha vuelto una peculiaridad condicionante
de lo antropológico. ¿También nuestro
devenir humanos será virtual, telegénico?

Si bien, nuestra relación con la computadora
es íntima (sólo Dios y nuestro terapeuta saben
más que ella), las posibilidades comunicativas de este
medio son oceánicas pero sin ninguna gota de agua natural
en su inmensidad.

Cabe preguntarse si nuestro excesivo recurso a lo
informático no nos volverá más
perfeccionistas. Temo que sí, porque el mundo
computacional es intachable, adecuado, impecable, siempre y
cuando, claro está, Norton Antivirus
esté vigente. Con la nueva tecnología, la serpiente
del Edén ha quedado desocupada. El fruto del bien y del
mal (que no es necesario arrancarlo, sino descargarlo), nos
volverá como computadoras.

Afirma Sherry Turkle: "Actualmente, la interacción con
el ordenador se vive en un espacio de subjetividad diferente, en
el que interactuamos con la máquina

de un modo opaco, del mismo modo que pensamos sin ser
conscientes de las conexiones neuronales que se establecen en
nuestra mente"[1].

Ahora bien, ¿cual es básicamente el problema
relacionado con la identidad? Si ya de por sí somos
simuladores, ¿que sucederá con el entrenamiento
continuo a la simulación que induce el mundo de
Internet?

Sherry Turkle asevera: "De este modo, más de veinte
años después de haberme encontrado con las ideas de
Lacan, Foucault, Deleuze
y Guattari, las reencuentro en mi nueva vida en los mundos
mediados por el ordenador: el yo es múltiple, fluido y
construido en interacción con conexiones en una
máquina; está hecho y transformado por el lenguaje;
el congreso sexual es un intercambio de significantes; y la
comprensión proviene de la navegación y del
bricolaje más que del análisis. En el mundo
tecnológicamente generado de los MUD[2]me
encuentro con personajes que me sitúan en una nueva
relación con mi propia identidad"[3].

La identidad es
una pluralidad de identidades

Pero, ¿cómo adquirimos o construimos la
identidad, la conciencia de nosotros mismos? La identidad se
adquiere en la relación-confrontación con ese otro
"lado" o personaje que denominamos mundo. Sin embargo, es de
destacar que la construcción de la identidad sucede, para
usar una imagen
arquitectónica, no en forma de morada o habitación
independiente, sino de dúplex, es decir, de edificio con
varias plantas
destinadas a viviendas. En esta construcción, ocupamos
varios pisos, pues la identidad no es de número singular.
Con el concepto singular de identidad englobamos el plural de
identidades que manifestamos. Este es el carácter dual y complejo del ser humano.
La
personalidad consiste de realidades y roles
múltiples.

De hecho, no somos los mismos con nuestros padres que con
nuestros hijos, con nuestros amigos que con las personas
desconocidas, con nuestros superiores que con nuestros
asalariados, con nuestras parejas que con nuestras amantes. Para
cada relación usamos un tablado diferente. En cada
relación damos una imagen distinta y experimentamos
subjetividades distintas. El hombre es
un ser social, pero, en algunos casos, es, además,
deshonestamente social. La personalidad
tiende a adulterase con facilidad. La necesidad de alagar para
cubrir la necesidad de ser aceptado, es el germen del doblez y
del recurso a nuevos disfraces. Por tal motivo, somos
continuamente discontinuos o discontinuamente continuos. Tal vez
en esto consiste la identidad.

El novelista (y también el actor) es quien mejor ha
entendido los movimientos de la identidad. Pudiéramos
definir la tarea del novelista con aquella frase de Saramago:
"Érase una vez un hombre que vivía fuera de los
muros de la ciudad. Y la ciudad era él mismo (El equipaje
del viajero
). En efecto, el mismo autor ocupa a
través de sus personajes, diversos lugares: en unos
momentos es hijo, en otros hermano, en otros padre, en otros
esposo, en otros amante, en otros empleado y así, de
manera incesante, el escritor se camufla ante nuestros ojos en
los papeles de honesto, corrupto, matón, santo,
alcohólico, sobrio, gay o heterosexual. La literatura, en gran medida,
es el reflejo de esa relación de las diversas identidades
(potenciales, virtuales o fácticas) anidadas en el mismo
sujeto que narra. Para "quien ya no tiene patria, afirma Adorno, el
escribir se transforma en un lugar donde vivir."

Pues bien, éste es, en términos generales, el
caso del ser humano. Mudamos de identidad según la
relación interpersonal (íntima, próxima,
distante, lejana) que nos rige. Tal vez podamos usar, a este
propósito, una expresión de Bartra, quien habla de
la "politopía de los polibios", es decir, seres
múltiples en un mismo individuo que
pueden estar en múltiples lugares, que no son
necesariamente geográficos, sino sociales.

Recuperemos la metáfora del edificio aplicada al tema
de la identidad. Varios de esos "pisos" tienen carácter
demostrativo. Están abiertos al público para que se
visiten en horarios laborales, sociales y profesionales. Este
conjunto de manifestaciones del individuo podemos agruparlos bajo
la coyuntura de la identidad del espectáculo que
denominaremos con las siglas IE.

Rasgo característico de la IE es la
demostración. Son sujetos que se conducen de acuerdo a la
propia mitología que han creado de sí
mismos. La IE se asemeja a una vitrina donde exponemos a la vista
de los demás nuestras cotizaciones, gastos,
galardones, tenor de vida, status social,
árbol genealógico, desembolsos y todo aquello que
pueda acicalarnos, abrillantarnos o acrisolarnos. Así como
podemos suponer que cada apartamento posee su tipo de decorado,
igualmente cada identidad posee su mundo con su respectivo
sistema de
valores y
significados.

El conjunto de identidades agrupadas bajo la sigla IE se
caracteriza por tener en común la necesidad de estar
demostrando, exhibiendo, fingiendo, imitando. Podemos calificar
la IE como el síndrome del simio. Cada una es como un mono
que se mueve en las copas de los árboles. El riesgo de la IE
es que el afán de demostración lleva a la
falsificación y ésta a la mentira. La
mentira es una especie de "similor", que el diccionario de
la RAE describe como "la aleación que se hace fundiendo
cinc con tres, cuatro o más partes de cobre, y que
tiene el color y el brillo
del oro". En el
caso que tratamos, "similor" es una personalidad que siente la
necesidad de "aparentar mejor calidad que la
que tiene". Para quien vive en la IE, el decorado exterior o la
necesidad de máscaras es fundamental. Tales individuos
emiten comunicados de prensa cada vez
que hablan. Parecen salidos del Olimpo, sus narraciones son "el
cuento que me
cuento", porque en realidad, hablan para ellos. Dialogan con
ellos mismos como si ellos mismos fueran el otro a quien quieren
convencer.

La IE es el lugar de la piratería. Cuando compramos algo pirata,
"tenemos" algo, pero se trata de algo chafa. En efecto, el lugar
del tener es el lado más impermanente de nuestra
impermanente existencia. Por un lapso de tiempo, poseemos
salud, memoria, inteligencia,
habilidades, gustos, ira, sentimientos, un cuerpo agraciado, un
estilo de
vida, etc., pero desde la identidad del espectáculo no
podemos "tener" integridad, dignidad,
conciencia de la propia valía, por la sencilla
razón de que la dignidad, la integridad y la valía
son cualidades de la persona, no de la
personalidad: no son "cualidades del tener", sino "cualidades del
ser". La integridad, la dignidad y la valía no son valores
comerciables. "Tener en cantidad" contrasta con el "ser en
calidad". La identidad del espectáculo sacrifica la
"calidad de
vida" o "calidad del ser" por la "cantidad del tener". En
este terreno, la ideología se vuelve idología:
celebración de lo que tenemos no de lo que somos.

La identidad del espectáculo quiere darnos la
sensación de que sabemos quienes somos. Pero este saber
descansa en la cabeza. Es enteramente racional. Se rige por
reglas, convenciones, formalidades, ceremonias. De aquí
que sea una identidad periférica. La razón es la
periferia del ser, no su centro. Está orientada hacia la
opinión ajena, el marketing, su
cometido es ganar. Funciona como una lupa: aumenta la
dimensión de las propias cualidades. Su combustible es la
aprobación, la aceptación.

Las IE nos provoca problemas
innecesarios porque hace sentir inferior a los demás. Si
pregonamos nuestra superioridad, que somos seres extraordinarios,
cosecharemos envidias e intrigas. La IE crea distancias, exige
distinciones, tiende a desigualar. Establece jerarquías.
De hecho, sujetos con IE usan expresiones del tipo "qué
persona más igualada" para referirse a quien se coloca a
su mismo nivel. Está interesada en el juego
psicológico del escondite. ¿En qué consiste
este pasatiempo? En no ser hallado. La IE es una sombra de la
Identidad que proviene de la autoconciencia, la IAC.

Cuando vemos actuar a un individuo, caminar, hablar,
comportarse, podemos percibir desde donde se muestra: desde IE o
desde la IAC.

Una relación de pareja desde la IE es complicada. La
personalidad con IE es óptima, por lo tanto, para la
guerra de
guerrilla de parejas o guerra de baja intensidad con las
amistades.

La IE nos condena a vivir acelerados, estresados, tensos,
rígidos, atormentados y abrumados por tantas exigencias.
Todo lo que conseguimos para darle gusto es un impedimento para
ser feliz. Pues nunca acabas por satisfacer sus caprichos,
pretensiones y extravagancias. No nos deja envejecer, no nos deja
comer, no nos deja tener olores naturales, no nos deja ser
normales y ordinarios. La verdad es que la IE cuesta
lágrimas, en muchos casos. Vacía la entera
existencia. ¿De qué? De sentido y de
orientación.

Ahora bien, ¿cual es básicamente el problema
relacionado con la identidad? si ya somos simuladores,
¿que sucederá con el entrenamiento continuo a la
simulación que induce el mundo de la Internet? ¿La
simulación no es una nueva modalidad de la Torre de Babel
con la diferencia que antes la confusión la originaba el
lenguaje,
ahora, la imagen?

¿Que peso tienen nuestras identidades del
espectáculo? De positivo, gracias a ellas podemos abrirnos
a nuevos horizontes, asumir personalidades que resultarían
difíciles de apropiarse en la vida real. Podemos
deshonrarnos por Internet o adoptar por la red roles que no
manejamos en la vida diaria. Internet nos puede liberar de todas
las ataduras morales, pero esta liberación nos plantea
nuevos problemas existenciales. De negativo está, pues, el
riesgo shakesperiano. Pero en este caso la duda de Hamlet
será, en términos ontológicos, entre "no ser
o no ser". Pues, el desarrollo
virtual de la persona se reduce a la asunción de una
máscara sobrepuesta sobre la mascara anterior, no a un
crecimiento real en términos existenciales.

La indigencia: el
lugar de la Identidad de la Autoconciencia

Pero, ¿quienes somos en nuestra quinta esencia?
¿Dónde radica la noción de autenticidad
cuando nos declaramos auténticos? ¿Cuál es
la identidad "vital", consonante, con nuestra realidad?
Además, ¿dónde agarrarnos cuando nos fallan
el repertorio de las IE? ¿Cuándo las identidades
accidentales vienen accidentadas por la vida? Cuándo
agotamos la capacidad de simulación que durante horas,
días y meses manejamos en nuestra relación
íntima con la computadora
¿qué queda de nosotros, qué ha madurado,
qué ha crecido? Por otra parte, ¿qué
compromisos adquirimos a través de la identidad del
espectáculo con relación a nuestro yo real? En
realidad, la identidad sostenible, profunda y no ajena o en
disgusto a lo otro, a la alteridad, a la diversidad, está
en otra parte. En otras palabras, lo humano está en otra
parte: en la conciencia de la propia indigencia.

Simular puede ser terapéutico. Asumir roles que no
podemos vivir directamente nos permiten acceder a sitios donde
socialmente no podemos ir. Subiendo al tablado de sus escenarios
literarios, los escritores no permiten zafarnos de la vida
cotidiana y volvernos más osados, más creativos,
más liberados, conviviendo con los personajes que dejan
hipostatizados, con vida propia, en la escritura. De
hecho, ¿quien no ha consumado el adulterio en Madame Bovary
o no ha mejorado este mundo impenitente con la sensata locura de
Don Quijote o,
buscando la sabiduría, no ha perdido su alma con la
cordura calculadora de Fausto?

Sin embargo, experimentar demasiados personajes conduce a la
disgregación del yo, como sucedió con Peter Sellers
que se perdió entre sus roles. No distinguía cual
de sus personajes portaba su verdadero yo, cual era su autentico
él mismo.

Una frase de Albert Camus
nos da la dimensión de la Identidad del
espectáculo: "Mi mujer ha muerto,
pero, afortunadamente, tengo un gran paquete de expediciones que
redactar para mañana."

Desde la IE se vive la teatralidad, la espontaneidad
sólo se vive desde la IAC, la Identidad de la Auto
Conciencia. La verdadera clase, impacto
y distinción del individuo está más
allá del show, está más allá de la
IE, deriva de la verdadera dimensión profunda de la
persona.

El antídoto, la verdadera terapia no consiste
en vivir en el juego, en la simulación, enmascarado con
los variados antifaces del Carnaval de Venecia, sino a contacto
con nuestra dimensión profunda. A este nivel, el lugar de
la persona es el lugar de la indigencia. El lugar de la persona
profunda es el lugar del ser y este lugar lo definimos como
identidad de Autoconciencia y ésta como ciencia de
nuestro ser indigente. La conciencia de la indigencia es la
más ética y
espiritual expresión de lo humano.

A ese nivel, la intimidad es encuentro con la indigencia. Esto
es lo que auténticamente somos y lo que nos permite
superar el miedo a la alteridad en la relación con el
otro, a quien también encontramos en su indigencia.

El descubrimiento de la indigencia es posible, la señal
sigue siendo, hoy como ayer, invariablemente la misma:
"encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre" (Lc. 2,12).

Para finalizar, una pregunta: ¿cómo nos las
arreglaremos con la identidad del espectáculo, si el
sentido de la vida, en ese mundo, no es propiamente
sentido?

 

 

 

Autor:

Dr. Ricardo Peter

[1] TURKLE, SHERRY (1997): La vida en
pantalla. La construcción de la identidad en la era de
Internet. Paidós ediciones, Barcelona. 

[2] MUD es el acrónimo de Multi User
Dungeon que literalmente traducido del inglés al español significa "mazmorra
multiusuario", ver en: Wikipedia, la enciclopedia libre
http://es.wikipedia.org/wiki/Mud (la nota es
nuestra).

[3] Turkle, op. cit, p. 23

Partes: 1, 2
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