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El velero. Una travesía por el mar de la existencia (página 2)



Partes: 1, 2

Aprender a detenerse en puerto seguro, es
sabiduría de la navegación, en alta mar muy pronto
acudirá el afán de llegar al puerto; en las
tormentas no hay nada más seguro que permanecer en
él. Es la mejor decisión, es un asunto de
sensatez.

Se dice que después de la tormenta llega la
calma, entonces hay que estar listos para emprender el viaje. Las
velas rotas se habrán zurcido y las grietas parchado; los
marineros descansados y la carta de
navegación memorizada.

Hay muchos puertos para dejar en ellos el amor: para
esperar, descansar, celebrar, reparar, abastecer y hasta para
perder el tiempo.

Hay un final para todo buen navío: las
profundidades del inmensurable mar.

Después de recorrer mil rutas, de sortear las
recias tempestades y soportar la espera de vientos favorables, en
los silentes puertos germinará como memoria las
pisadas que se dejaron en el corazón.

Y en las profundas aguas reposará un recuerdo que
cruzará la historia de ancho mar, hasta
que la misma fuerza del
tiempo se encargue de borrar.

La inmensidad del
ancho mar

Es el campo ilimitado de posibilidades en la
navegación. El corazón y la mente determinan el
tiempo, las distancias y lugares del recorrido. En este sentido,
ellos limitan el viaje del navegante.

La libertad, como
capacidad para decidir, elige las opciones que le ofrece el
corazón y la mente: los deseos y la
imaginación.

El proyecto de
existir es posibilidad infinita de acceso a lugares nunca
imaginados, de encontrarse en circunstancias que no fueron
planeadas en el corazón, dejando a la deriva el mando del
velero.

La inmensidad del ancho mar es igual para todo
navegante, sin embargo, el punto de partida depende de las
circunstancias en que se inicia el viaje. Aquí se abre el
abanico de posibilidades, aunque no se garantiza el éxito
del recorrido, ni asegura el arribo a puerto seguro.

Muchos navíos bien dotados han fracasado en el
intento de realizar un viaje exitoso. Todo depende del
corazón y la mente.

El deseo firme y constante hace posible una dura
travesía, aunque no se cuente con el mejor de los
navíos.

Cuando el corazón enciende de pasión por
cumplir un sueño, el ancho mar de posibilidades se alinea
para que eso ocurra.

Aunque mil tormentas de gigantes olas arremetan contra
el velero, la fortaleza del corazón impide su naufragio.
Todo es cuestión de pasión. El deseo activa la
mente que mantiene viva su memoria y abre el camino a la
realización de los sueños.

Cuando un deseo tiene la memoria
frágil, pronto se debilita hasta morir. La relación
entre el corazón y la mente permite la realización
de los sueños. El uno aporta el deseo y la otra la
memoria.

El olvido es enemigo de los sueños. Muchos
navegantes olvidan a la luz del
día sus grandes sueños revelados en el silencio de
la noche.

Toda mente es brillante, pero la amistad que se
cultive con el corazón, marca la
diferencia.

Un sueño tiene suficiente fuerza para mover un
navío y aventurarse en el ancho mar de posibilidades
buscando un puerto seguro, después de disfrutar del
recorrido.

Las posibilidades están frente al velero, es
necesario emprender el viaje para descubrirlas y disfrutar lo que
ellas representan.

Iniciar la travesía de ancho mar sin pertrechos,
es un acto irresponsable que termina en el naufragio. Calcularlo
todo sin dejar espacio a lo imprevisto, es vaciar el viaje de
sorpresas fascinantes.

Emprender un viaje sin el mínimo presupuesto, es
arriesgarse a todo peligro.

En ambos casos el temor es el principal freno del viaje.
Es preciso manejar la seguridad de las
capacidades adquiridas y mantener la mente abierta a la
sabiduría del recorrido.

Cuando el aprendizaje es
constante, se explotan más las posibilidades. Hay que
prestar mayor atención al desarrollo de
capacidades como estrategia para
construir oportunidades. Las posibilidades son infinitas. Todo
depende del corazón y la mente.

Cuando se focaliza un objetivo, con
la intensión bien definida y el camino cierto,
ningún obstáculo impide llegar a
él.

Las posibilidades simplemente existen, depende del
navegante para que ellas sucedan.

Remar mar adentro es una experiencia personal, no se
puede delegar esta responsabilidad a extraños.

El capitán del velero es responsable de la carga
y la seguridad de la tripulación que haya invitado a su
viaje. No hay tiempo para juzgar al fabricante del velero o al
lugar donde empieza el viaje. Todo velero está capacitado
para navegar.

La carga, la tripulación, los pertrechos y el
mapa de navegación fueron elegidos por el
capitán.

Las circunstancias ambientales pueden condicionar el
viaje pero la decisión solo depende del capitán;
él debe saber cómo moverse para evitar un naufragio
temprano o llegar donde hasta ahora nadie lo ha
logrado.

Las posibilidades están al frente y la
decisión hace que ellas sucedan. Muchas veces es necesario
esperar, pero nunca desistir en un buen viaje.

Cuando se espera responsablemente, cada día que
pasa es garantía de alcanzar la
meta.

El mar de posibilidades siempre estuvo presente
¿Qué sendero tomó con su velero?

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El
viento

El velero no determina la circunstancia pero tiene la
capacidad de elegirlas y navegar a través de ellas
experimentando lo que representan.

Los vientos simplemente existen, son situaciones
externas al velero, se producen por el más pequeño
movimiento en
un punto indeterminado del universo; nunca
ocurren por casualidad, su misión es
provocar el movimiento.

Desde el viento más recio a la delicada brisa,
existe una razón de ser en el proyecto de la mente
Divina.

Es absurdo pretender controlar su fuerza, lo sensato es
preparase y aprovechar su potencial para no perder la
energía gratuita del universo.

Un velero en alta mar, con la ruta clara y las velas
elevadas, puede captar a su favor hasta la más leve brisa
que se mueva sobre el mar y encaminarse a una mejor corriente de
aire que lo
aproxime a la meta.

Ningún viento, por muy favorable que sea,
podrá incidir sobre un velero con velas caídas para
llevarlo a su destino.

Los vientos simplemente existen, ellos soplan casi
siempre en forma constante y en todas las direcciones, este
conocimiento
debe ser suficiente para mover sensatamente el velero a la mejor
corriente, para estar preparado y tomar las buenas circunstancias
en función
de la meta trazada.

Aunque los vientos no dependen del velero, los
sueños hacen que ellos sucedan porque la mente divina se
conecta con los anhelos más auténticos del
corazón.

La historia de los veleros siempre registra el paso de
un buen viento. El corazón guarda el recuerdo de los
mejores vientos, muchas veces aprovechados y otras no. Sin
embargo la añoranza de volver a sentir un viento favorable
se convierte en la amargura del que no estuvo
preparado.

El velero no es responsable de la llegada de los buenos
vientos, con todo, debe estar siempre listo para cuando estos
lleguen.

En este trabajo de
preparación constante no hay que descuidar ningún
detalle que impida entrar en la corriente y navegar hacia el
destino trazado, cuando un buen viento esté de
paso.

La naturaleza de
los vientos es el movimiento, ellos pasan haciendo su tarea,
permitiendo que los veleros puedan llegar a sus destinos y
dinamizar la vida de los puertos.

Nunca se repite un viento con la misma dirección, fuerza y duración, en el
mismo tiempo y lugar; casi siempre los vientos aparecen de forma
sorpresiva y en cualquier tiempo y lugar.

Nunca es saludable recordar el buen viento que no se
pudo aprovechar, lo sensato es prepararse para la llegada de otra
posibilidad o dirigir el velero hacia corrientes ya
identificadas, con el sueño de encontrarse en un buen
rumbo.

El velero sabe que en ciertos casos es preciso dejar
pasar un buen viento, especialmente cuando sopla en
dirección contraria al destino trazado por el
corazón.

Cuando se renuncia a un viento fuerte que intenta sacar
al navío del sendero escogido, ciertamente un mejor viento
soplará a favor. En ese caso las velas esperan con
paciencia y madurez.

Muchos veleros logran destinos donde no les
gustaría estar, porque se embarcaron en el primer viento
que sopló. Se dejaron engañar por la corriente, por
el ímpetu del viento que soplaba sin cesar y fueron
llevados rápidamente a lugares donde nadie desea
estar.

Los vientos simplemente existen, es preciso elegir el
sendero para llegar a la meta deseada, entonces ubicar el velero
en la corriente que lo lleva hasta puerto seguro. Todo es
cuestión de elección.

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Las
velas

Muchos veleros perdieron la oportunidad de aprovechar
buenos vientos porque sus velas estaban rotas o porque
simplemente no estaban listas.

Las velas hacen referencia a la capacidad interna que
permite a las fuerzas externas mover el velero hacia la meta
fijada.

Un velero con velas rotas entorpece la llegada al
destino soñado.

El alma del
velero son las velas que le permiten aprovechar hasta la
más insignificante brisa moviéndolo siempre en
dirección a la meta trazada.

La llegada, en este caso, ya no depende del viento
externo o las condiciones climáticas favorables; muchas
veces por tener las velas caídas, se pierde la gran
oportunidad de alcanzar un objetivo. Es un asunto de
responsabilidad interna, de estar siempre listos y aprovechar las
circunstancias externas.

Se trata de cultivar cualidades, desarrollar destrezas,
habilidades y competencias;
tejer las velas que llevarán al velero en dirección
a sus sueños.

Las oportunidades se construyen en el encuentro de
buenos vientos con velas preparadas. Es un asunto de disciplina y
dedicación, de constancia y pasión, de
sueños por realizar, pero también de
sacrificio.

Para alcanzar el objetivo hay que estar dispuestos a
pagar su costo. La pereza
es cuna de todas las miserias y no hay fortuna que resista su
desventura.

La mayor riqueza a cultivar en el camino de una vida
feliz se llama habilidad. Quien no se preocupa por añadir
habilidades, con amargura tendrá que soportar las
desventuras.

Atrae desgracias quien irresponsablemente duerme sin
cultivar un arte.

Habilidad es sinónimo de maestría, no se
trata de saber muchas cosas sin la suficiente profundidad para
ubicarse por encima de lo común y corriente, de lo
ordinario y mediocre.

El éxito no se alcanza teniendo un mar de
conocimientos con un centímetro de profundidad.

Se trata de alcanzar la maestría en áreas
específicas de tal forma que se pueda competir en el
amplio mundo de las ofertas.

Se considera que la mejor oferta no es
la más barata, porque casi siempre es la de menor calidad.

La demanda de hoy
exige en forma progresiva mayores niveles de calidad, llevando a
mejorar la competencia.

El único camino para ubicarse por encima de lo
mediocre es el mejoramiento continuo. Cuando no hay suficiente
destreza o maestría para el desempeño de una actividad es absurdo
pretender que la vida ofrezca un mejor trato.

El velero que conserva velas rotas, mira con tristeza el
paso de buenos vientos, y nunca puede llegar a la meta
deseada.

Es probable que se pase el tiempo recordando los
naufragios y se quede en el puerto del fracaso añadiendo a
su memoria una desgracia mayor: la incapacidad de soñar y
lanzarse al mar buscando nuevos horizontes hacia un puerto seguro
donde intercambie riquezas para disfrutar con la
tripulación.

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La
brújula

En las posibilidades del inmenso mar es necesario un
instrumento que permita mantener la orientación del velero
en dirección al punto de llegada.

Cuando este instrumento de orientación se
encuentra averiado, la confusión hace su arribo. Y un
velero sin capacidad para medir la orientación de su
viaje, pierde el rumbo cierto y con certeza no llega a puerto
deseado.

Pasará muchas jornadas en alta mar, realizando
inútiles esfuerzos por alcanzar la meta. Ciertamente en el
momento jamás pensado, habrá llegado a cualquier
lugar, menos al esperado.

Cuando se pierde la orientación del viaje, el
velero navega a la deriva, sin rumbo cierto, bajo el peligro del
naufragio o el riesgo inminente
de ser arrastrado por mil corrientes desconocidas, lejos de
puerto seguro.

Una aventura en alta mar sin instrumentos de
orientación es un riesgo que ningún capitán
debe correr exponiendo a su navío y a su
tripulación.

Una pequeña brújula
tiene la capacidad de canalizar las fuerzas del viento y del mar
bajo la dirección del capitán en la ruta trazada
hacia la meta.

Todo esfuerzo para alcanzar un objetivo deja de ser
valioso cuando se pierde el enfoque.

Vivir desenfocado equivale a navegar en oscuridad.
Pretender llegar a la meta en estas circunstancias, es un acto
irresponsable.

Un objetivo sin enfoque no es garantía de
realización. La brújula permite mantener la
dirección del navío, equivale a los elementos de
orientación necesarios para no extraviarse en el recorrido
hacia la meta.

El norte es el punto referencial para establecer la
distancia en que se encuentra el punto de llegada. Los conceptos
de proximidad o lejanía se involucran a la hora de
alcanzar un objetivo. En este sentido, lo importante es tener
certeza de cuan lejos o cerca se encuentra el velero de la meta
para mantener o cambiar la dirección que lleva.

Los veleros se mueven en la inmensidad del ancho mar a
través de puntos referenciales. Cuando se eligen estos
puntos y se inicia el viaje bajo dichas coordenadas, entonces hay
certeza de llegar a puerto seguro.

Cuando el velero ha perdido sus puntos de referencia, su
rumbo queda a la deriva corriendo el riesgo de encallar en aguas
poco profundas o quedar expuesto a todos los peligros posibles de
alta mar.

Entonces llega la desesperación en el camino mal
realizado, y la angustia se apodera de la tripulación que
no encuentra una salida y que empieza a identificar culpables en
la desgracia. Cuando la existencia es navegada con referencias
equivocadas, es inútil pretender cambiar el destino al que
han llegado esos navegantes.

Es necesario revisar los puntos referenciales de las
metas trazadas y medir la proximidad o lejanía del
objetivo deseado, cada nuevo amanecer a lo largo de la
travesía.

Alejarse demasiado del punto de llegada es correr el
riesgo de tocar tierra
rápidamente y quedar a expensas de toda
incertidumbre.

¿Cuáles son los puntos de referencia de
tus metas? No pretendas cambiar el destino de aquellos que
recorrieron la existencia con puntos de referencia que los
llevaron donde hoy no quieren estar. La sabiduría es un
asunto de observación atenta a los recorridos
posibles.

Los viajes largos
se disfrutan más, y el tiempo del descanso es la
recompensa.

Un viaje corto no satisface el alma del navegante que
sueña alcanzar aquellos lugares donde nadie ha
llegado.

La excelencia alcanza a quien se esfuerza por llegar a
ella.

La
carga

Todo velero lleva una carga, y en cada puerto muchas se
van añadiendo, aunque otras queden en el pasado porque
hasta ahí tenían que llegar.

Una carga bien equilibrada facilita el viaje, mientras
que una mal ubicada pone en riesgo la
tripulación.

Cuando la carga es mayor a la capacidad del velero, el
riesgo de naufragio es inminente.

Cada velero tiene su capacidad determinada por la mente
y el corazón del que lo diseñó para cumplir
un propósito.

La carga principal del velero es su estructura: el
origen, material en que está construido, y hasta su
diseño,
incluso la marca del fabricante. Es la primera carga que debe
cuidarse de los roces y el deterioro provocados por el
transcurrir del tiempo.

El mantenimiento
constante evita daños prematuros e irreparables que
pondría en peligro la vida de la
tripulación.

Un velero averiado compromete la suerte de las cargas.
No se confía una valiosa carga a un navío
destrozado. Perverso el capitán que acepta cargas en su
velero que hace agua o cuyo
peso excede a su capacidad. En este caso no es sensato correr
ningún tipo de riesgos.

Muchos perdieron sus vidas al realizar la
travesía en veleros que presentaban
averías.

A sabiendas que el velero tenía problemas,
muchos insensatos se aventuraron irresponsablemente en un viaje
que los llevó al naufragio. No calcularon la gravedad de
las consecuencias, pretendieron salvar a otro
involucrándose en su compañía y fracasaron
en el intento.

Respetable la decisión del que saltó del
velero para no naufragar.

Diabólica la invitación del que viaja
hacia el fracaso.

Estúpido el que sube a bordo avistando el
evidente peligro.

La estructura del navío no debe ser un riesgo
para la carga que se confíe llevar hasta la
meta.

Los sueños, objetivos,
responsabilidades, la memoria con sus experiencias, y otros
bienes y
males, forman parte de la carga que los veleros llevan en su
recorrido.

Las responsabilidades siempre son aquellas cargas que no
se deben olvidar en ningún puerto, aunque muchas veces se
presente la tentación de hacerlo.

Cuando se abre espacio a cargas ajenas desplazando las
propias, se afecta la convivencia de la
tripulación.

El velero que protege su carga con amor, hace lo
imposible para llevarla hasta puerto seguro.

Cuando el velero considera que una carga es demasiado
pesada, su honestidad no la
deja subir a bordo.

Renunciar es un asunto de sensatez, de
sabiduría.

Los riesgos imprudentes ciertamente añaden
desdicha y ruina.

La capacidad es un asunto de responsabilidad y no se
puede improvisar.

En todo caso, para crecer es necesario mantener un
proceso de
renovación constante.

Al aumentar la capacidad del velero, podrá asumir
cargas más pesadas.

La capacidad no crece sin la transformación
constante.

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El
timón

La autoridad de
quien comanda se expresa en capacidad para dirigir el
navío hacia el puerto elegido.

Estar frente al timón es una responsabilidad
personal.

Quien está al mando del timón debe seguir
concientemente los medios de
orientación que lo lleve a la meta, garantizando un viaje
seguro.

Mantener la dirección del velero es la principal
misión. Para ello es necesario apoyarse en los elementos
de orientación y el objetivo como punto de
llegada.

Cada velero tiene su timón como capacidad para
asumir la dirección que el capitán
determine.

Un simple instrumento del velero permite enfocar todo su
potencial en la dirección deseada.

La fuerza del viento que golpea las velas es aprovechada
por la capacidad del timón para mantener el velero en la
dirección elegida.

En cada timón yace el sueño de un rumbo,
de iniciar un viaje. Con absoluta docilidad a los movimientos del
capitán para guiar el navío a puerto
seguro.

La dirección del velero no depende del
timón, pero sin éste es imposible
gestionarla.

Un timón bien calibrado facilita la tarea del que
lleva la dirección.

Obediencia y mucha confianza, es la misión del
timón que está dispuesto a seguir los movimientos
de quien lo comande.

No hay resistencia,
simplemente obedece y confía en la sabiduría del
que lo dirige. Sabe que la dirección que tome el velero no
es su responsabilidad, nunca juzga, simplemente obedece;
confía y permite generosamente que el capitán lo
lleve sin oponer alguna resistencia.

El sabe que por intermedio suyo se direcciona un buen
proyecto, un sueño, una aventura: llegar a puerto
seguro.

Una sublime misión: hacer que otros lleguen a sus
destinos.

El espíritu de la solidaridad yace
en el núcleo de su misión: prestar su potencial al
servicio de un
viaje que implica realización y logro de una
meta.

No exige nada a cambio ni
sugiere la dirección que se deba tomar, aunque en
él duermen todas las rutas posibles. Solo es
cuestión de que se active la deseada para responder
prontamente y con docilidad. En adelante, contempla el viaje y
disfruta su recorrido siendo partícipe silencioso de los
mejores logros, sorteando mil peligros y enfocando el
navío bajo la mejor dirección.

El timón permite aprovechar la fuerza del
más pequeño viento dispuesto a mover la nave hacia
donde su capitán pretenda llevarla para realizar una
misión, bajo la sorpresa del inmenso mar.

Cada elemento del velero está involucrado en la
gran tarea de llegar a puerto seguro, y desde la
disposición de sus capacidades, se hace posible la
navegación.

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El
ancla

Mantiene el velero sujeto a la profundidad del mar sin
requerir de un punto de apoyo fuera del agua.

Generalmente los veleros echan anclas distantes de la
orilla como un tiempo de espera ante circunstancias adversas o el
paso rápido por un puerto.

Cuando el viento sopla en dirección contraria se
echa el ancla para impedir ser arrastrados lejos de la
meta.

El ancla encuentra un punto de apoyo en el fondo del mar
asegurando que el navío se mantenga estable en un
punto.

En la navegación la espera forma parte del gran
propósito de llegar sanos, salvos y a tiempo; es
permanecer quietos mientras se avanza.

Muchos veleros naufragaron por el engaño de la
marcha acelerada y la poca capacidad para esperar.

En la emoción de la velocidad la
espera se convierte en un asunto de vida o muerte cuando
las circunstancias exigen detenerse.

Mantener quietud en medio de la turbulencia es principio
de paciencia y autocontrol.

El manejo adecuado del ancla no deja ser arrastrados por
la mínima corriente cuando es preciso detenerse. Es un
asunto de carácter y moderación, de disciplina
y madurez, de autodominio y profundidad: un asunto de quietud,
serenidad, silencio y paz.

Es difícil detenerse cuando el imperativo es
avanzar. Entonces se anticipan los naufragios y el tiempo no
esperado se convierte en amargura y remordimiento. Demasiado
tarde para entonces, pues cuando el apuro ahuyenta la prudencia,
la culpa estimula los fracasos.

Una espera a tiempo evita un fracaso
precipitado.

Sin embargo, cuando el paso avanza firme y con viento
favorable hacia una meta, es absurdo echar el ancla.

El pasado mal vivido es el ancla de muchos navíos
que no superaron experiencias negativas. Ellos varan en aguas
poco profundas porque perdieron la capacidad de navegar en la
inmensidad del ancho mar.

El temor a nuevos retos impide el viaje de un rumbo
desconocido anulando la sorpresa de aventuras
maravillosas.

Muchos veleros olvidaron elevar el ancla porque se
durmieron en el regazo de un puerto hospitalario. Ahí
yacen sueños de la navegación sin esperanzas de que
un buen día despierten.

Muchos habrán aprovechado buenos vientos para
hacer realidad sus destinos.

Aunque la bitácora no registre naufragio alguno,
el paso de buenos vientos habrá trazado en la memoria el
cruel recuerdo de una oportunidad que se
perdió.

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El
Puerto

Cuando las luces en tierra firme, aún lejanas, se
proyectan sobre el agua,
florece la esperanza de llegar a puerto en la oscura noche del
navegar por la existencia.

Un faro anuncia la presencia del puerto que invita a
realizar una parada y satisfacer los deseos de la
tripulación.

El puerto sabe que es asunto pasajero y acepta el
abandono después de conceder sus bienes a los
visitantes.

Nunca permitió que el apego limitara su
misión manteniendo su capacidad de servicio sin discriminación.

Cada tripulación comparte su riqueza cuando toca
puerto. En él convergen mil historias de procedencias
nunca imaginadas. Experiencias, recuerdos, aventuras y
sueños se funden para dar forma a caprichosas obras del
destino: el telar donde se teje la vida en tierra
firme.

Un puerto nuca es meta definitiva. Es una parada
transitoria para iniciar el largo viaje de existir.

Llegar a la meta es simplemente morir, y ni siquiera eso
cuando se sueña con la vida más
allá.

Cuando se alcanza una meta se disfruta los deleites que
temporalmente ofrece. Y por tratarse de un asunto pasajero, es
necesario, lo más pronto posible, pensar en emprender un
nuevo viaje hacia el siguiente puerto, como paso obligado hacia
la meta definitiva.

El navegante irremediablemente se mueve de puerto en
puerto disfrutando de todos. Hay muchos para dejar en ellos el
amor, para esperar, descansar, celebrar, reparar, abastecer y
hasta para perder el tiempo.

Las huellas marcadas en el corazón mantienen vivo
el recuerdo del amor o la amargura. Entonces la memoria enfrenta
la amenaza del olvido. Y el tiempo simplemente es posibilidad de
que aquello suceda. Nunca tiene la capacidad por si mismo de
borrar los recuerdos cuando el corazón activa la memoria
que les da vida.

Así como la noche no es tan larga como para no
dar paso al nuevo día, las circunstancias van cambiando de
tiempo en tiempo permitiendo al navegante experimentar las
más variadas situaciones.

La permanencia en cada puerto depende de las
circunstancias temporales pero también de la capacidad de
soñar en el reinicio del viaje, de emprender la aventura
de navegar en dirección a una meta.

Cada puerto es una parada intermedia para cumplir un
objetivo, y la permanencia en ella depende de su
cumplimiento.

Cuando se abandona el puerto sin realizar el objetivo,
las consecuencias aparecen en el viaje, pasando su cuenta de
cobro. Entonces habrá que pagar un alto costo, y con mayor
sensatez arribar al siguiente puerto.

En la travesía de la existencia, es imposible
evadir los obligados puertos y cumplir los objetivos intermedios
que permiten llegar a la meta final con la tripulación
abordo, sana, salva y feliz.

Es necesario aprender la sabiduría de cada
puerto. Su enseñanza es vital en el campo de la
navegación, así como la capacidad para leer los
signos de los
tiempos y circunstancias implicados en el viaje. El más
insignificante detalle es una posibilidad de sentido para
descifrar el mensaje del que posee el dominio de las
circunstancias.

Quien interpreta el lenguaje
del Universo tiene la capacidad de comunicarle su mayor deseo,
con la certeza de que será escuchado y
respondido.

Es la más elemental de las comunicaciones, y que por su simplicidad escapa a
la compleja estructura de todo lenguaje. Se
trata de sintonizar con la frecuencia que emite cada
expresión simbólica del Universo. Hay que mirar
más allá de lo evidente, de renunciar al lente que
distorsiona la mirada en profundidad. Una cuestión de
afinidad-afinación de los sentidos para
captar las vibraciones de la simplicidad en que se expresa el
mensaje del Universo.

Y todo empieza en la respiración; en ese primer aliento de vida
que transforma el barro en humanidad. Ahí se da el
encuentro con el autor del Universo, con su mismo
Espíritu, su corazón y su deseo, su
propósito y sus pensamientos, ahí está el
camino que conduce al cofre en lo más profundo de cada
navegante y que contiene la carta de
navegación para llegar a la meta y disfrutar los tesoros
que se encuentran en el recorrido.

Es necesario aprender a soltarse del puerto y entrar en
la sabiduría de la incertidumbre que ofrece la inmensidad
del ancho mar, dando el primer paso sin temer hundirse en el
intento de caminar en fe.

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El
Capitán

La dirección del velero depende del que tiene la
capacidad para decidir y asume el mando del timón: la
libertad, el gran capitán del navío.

Por las decisiones ejecutadas se llega al lugar
seleccionado.

Todo navegante tiene la capacidad de ser el
capitán de su propia navegación, y esto sucede
cuando empieza a tomar decisiones, es decir, a ejercer su
libertad.

Muchos navegantes delegan a otros la capacidad de
capitanear sus veleros, entonces se someten a decisiones ajenas.
Creen que es muy riesgoso exponerse al ejercicio de su propia
libertad y temen aceptar sus consecuencias. Lo tristemente grave
es que se engañan porque no pueden escapar a las
consecuencias, aunque siempre identifiquen culpables en sus
fracasos.

Entonces, la vida timoneada por otros, no les pertenece.
Y al no pertenecerles, no existe la posibilidad de disponer de
ella, de disfrutar, de alegrase con los triunfos y de crecer en
los fracasos experimentando el amanecer de un nuevo día
como otra oportunidad para crecer, para correr el riesgo de
llegar al éxito por sus medios: con esfuerzo,
dedicación, perseverancia y amor.

Entonces el sudor del viaje será el mejor
ingrediente de una vida forjada con responsabilidad. Esa vida
saborea dignamente el fruto de los bienes adquiridos a pulso en
el despertar diario de un esfuerzo que se nutre de fe y de
principios.

No hay a qué temer, pues la conciencia se
entrega al descanso nocturno y el corazón está
libre de razonamientos acusadores que comprometan el
sueño. ¡Qué riqueza la de una vida forjada
con responsabilidad! Fortuna nunca alcanzada por quien pretende
llegar a una meta desde el sendero de la oscuridad. El costo de
sus aparentes beneficios se paga con la misma vida.

No vale la pena enredar la existencia por alcanzar
beneficios a través de trampas.

El Capitán del navío acude al mapa de
navegación de su conciencia que le permite seleccionar los
mejores referentes para direccionar el velero con buenas
decisiones. Cuando su mapa no cuenta con instrumentos de
orientación en buen estado, las
decisiones irremediablemente lo conducirán al
naufragio.

Todos los naufragios llevan en el alma el mismo
objetivo: corregir errores para alcanzar el éxito. Es la
enseñanza obligatoria del navegante sensato que saca
tiempo para evaluar su recorrido.

El afán de la velocidad por llegar temprano a la
meta reduce la capacidad de percepción
de los sentidos que advierten anomalías en un posible
naufragio.

Es necesario detenerse en la alocada carrera de un
recorrido acelerado y enfocar la sensibilidad para captar la
mínima señal de alerta.

Toda desgracia tiene su anuncio y sólo quien
tiene la capacidad para captar su mensaje encontrará la
forma de descifrarlo para abordarla. Es un asunto de disciplina,
sensatez y sentido común. La clave está en aprender
a observar lo cotidiano, simple y habitual como sendero que
conduce más allá de lo evidente.

Se trata de entender la gramática de las circunstancias sin perder
la sintaxis del Espíritu del Creador que avala el mapa de
navegación trazado por los pensamientos y sueños de
cada navegante.

Ningún destino existe fuera de la
imaginación y del deseo.

Dios hace posible lo que nace en la mente y el
corazón de sus hijos, siempre que ellos crean que pueden
alcanzarlo.

Es tiempo de pescar…

 

 

A Santiago José,

Mi más reciente hijo.

 

 

 

 

 

Autor:

Jesús Arturo Figueroa
Quiroga

[1] Versión Biblia de
Jerusalén.

Partes: 1, 2
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