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De hoja facciosa a empresa periodística moderna. La transformación finisecular del diario La Capital (página 2)



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También tiene una existencia de dos años
El Sol, a partir su fundación en 1877.

En mayo de 1887 hace su aparición un referente
importante del periodismo
rosarino. Se trata de El Municipio, diario que fundado
por Deolindo Muñoz, a partir de los noventa sostuvo los
ideales del naciente radicalismo. De tendencia anticlerical, su
prédica más virulenta la dirigió no contra
la Iglesia
católica sino contra la burocracia
santafecina, a la que atacó permanentemente por
considerarla culpable de conspirar contra el progreso rosarino.
Hasta su desaparición al comenzar la segunda década
del siglo XX, El Municipio fue una de las publicaciones
más importantes de la ciudad, mensurable por la cantidad y
calidad de
avisos que aparecían en sus páginas.

Diego Abad de Santillán trazó una
semblanza de las vicisitudes políticas
vividas por Muñoz y el órgano por el creado, "hoja
que tuvo enorme difusión en el país por su
prédica revolucionaria y fue el primer órgano
periodístico del interior que se vendió en las
calles de Buenos Aires; en
los años 1889 y 1890, Muñoz fue considerado el
paladín que con mayor denuedo combatía el
régimen causante de la revolución
de 1890. En el transcurso de esa prédica, embargadas y
secuestradas las maquinarias impresoras, el
pueblo de Rosario arrolló a la policía y
arrebató de las manos de los secuestradores las piezas
extraídas, devolviéndoselas a Muñoz para que
pudiera continuar imprimiendo el diario"

A finales de la década de 1880 y
acrecentándose notablemente en los noventa y el
novecientos, aparece un periodismo que se asume vocero las clases
subalternas. Hojas socialistas, anarquistas y sindicalistas dan
cuenta de esa presencia. El primero fue el
periódico El Artesano, de 1889, de tendencia
socialista. La Verdad, El Obrero Panadero o
La Voz de la Mujer, este último dirigido por la
combativa ácrata Virginia Bolten, forman parte de esa
etapa inaugural.

Los anarquistas editarán también dos hojas
de repercusión, Demoliano y La Libera
Parola,
cuyas redacciones eran visitadas con frecuencia por
la policía. Ambos periódicos eran bilingües,
escritos en castellano e
italiano. El fenómeno de la masiva inmigración europea daba lugar a
publicaciones que respetaban la lengua de
origen de sus proletarios lectores.

Como privilegiada protagonista de ese fenómeno de
aluvión europeo derramado en sus playas, la ciudad de
Rosario contará también con órganos de
prensa que se
instituyen como voceros de las distintas colectividades, editados
ya en forma bilingüe o únicamente en la lengua materna
del público al que está dirigido. Ingleses,
croatas, italianos, españoles, franceses, alemanes,
judíos
asquenazíes, encontraron en esos órganos un punto
de contacto, de sociabilidad entre pares nacionales y una forma
práctica de preservación del idioma de infancia.

Hacia 1912 aparece uno de los postreros
periódicos libertarios, La Rebelión. Ese
mismo año ve la luz el portavoz
de los intereses de la flamante Federación Agraria, La
Tierra
.

Un total de 237 publicaciones registramos como editadas
en la ciudad entre 1854 y 1920. Disímiles en formato,
tamaño, volumen, tirada,
duración, periodicidad, ideología, esa heterogeneidad les da el
único punto en común: ser exponentes de una prensa
nacida bajo el signo de la diversidad.

Un tanto esquemáticamente podemos afirmar que se
trata de una prensa cuyo papel como instancia de mediación
entre la sociedad civil y
el Estado
aparece marcado apenas vagamente. Es decir, no se trata de una
prensa nacida de la sociedad
civil, configurada en torno a su activa
participación como constructora de opinión
pública y como expresión de un incipiente campo
cultural.

En el marco de un extremadamente frágil y
embrionario mercado
periodístico, sus mecanismos de financiación, su
estilo, en definitiva sus posibilidades de proyección
estaban directamente asociadas a los avatares de las facciones
políticas. Se trata de una opinión publicada que en
opinión de la historiadora Marta Bonaudo "irá
expresando las complejas relaciones entre el poder
político, los clubes o partidos y un conjunto renovado de
actores que rápidamente la convertirán en campo de
enfrentamiento de intereses, enfrentamiento que adquirirá
los rudos rasgos de una disputa violenta".

La prensa del siglo XIX es entonces entendida en esa
clave interpretativa, la manifestación de un "diálogo
cerrado", en el que la labor periodística se liga
directamente a la inserción en la puja política y en las que
la preocupación central es "electoral" y no "editorial".
Esta prensa auto referente se convierte así en uno de los
espacios privilegiados de desarrollo y
resolución de la lucha intraoligárquica.

Particularmente interesante es el efecto que esta forma
específica de prensa auto referente, prensa de pares
produce sobre sus contenidos específicos, principalmente
sobre los criterios de argumentación. Rápidamente
se advierte que quienes ingresan en las pujas facciosas
vía el ejercicio de este "periodismo circular", tienen
plena conciencia de que
la legitimidad de sus discursos
depende del sostenimiento de intereses particulares y no de la
construcción sólida de un soporte
argumental. Como observa Bonaudo "un número importante de
esos periódicos (El Trueno, El Rosario,
El Tiempo, El Sol, El Liberal, El
Serrucho
, etc.) tiene como meta representar, defender de
modo casi excluyente el proyecto
político oficial o el de su facción".

Esta lógica
estrecha que sujeta prensa y política incide directamente
en las posibilidades de plantear un periodismo de opinión.
Afecta las razones de posibilidad de una prensa como canal de
construcción no ya de una opinión publicada sino de
una opinión pública. Su estrecha relación
con los avatares de la dinámica política electoral les
impone una vida fugaz que cercena toda posible
autonomización del discurso
periodístico. Evidentemente no es posible que esta prensa
sirva de plafón para la discusión de alternativas a
los problemas de
una agenda que tampoco puede contribuir a definir con fuerza. Su
razón de ser les constituye como aparatos de
apuntalamiento de los enfrentamientos por el poder, en donde los
criterios de unanimidad ni siquiera son puestos en
tensión. En esta dirección se ve claramente como las
estrategias de
legitimación de esta prensa se limitan a un
"particularismo publicado".

Limitación que debemos pensar dentro del universo de los
posibles en el que se inscribe. No es aún materialmente
factible que una "prensa comercial" subsista al margen de la
lógica facciosa. El universo de
potenciales lectores o anunciantes si bien va en aumento no es
suficiente para sostener emprendimientos en los que la inversión de capital es
importante, aún en los frecuentes casos en que varios
periódicos comparten una misma imprenta e
incluso la totalidad de las instalaciones. La publicación
de los actos de gobierno,
edictos, decretos y leyes si bien
pueden contribuir al fortalecimiento del financiamiento
de estos emprendimientos también operan obturando la
emergencia de una opinión pública; contribuyen
más bien a afianzar la imbricación entre poder
político y prensa.

También es cierto que algunas experiencias
incorporan elementos que ponen en evidencia ciertas
transformaciones en la concepción que los editores tienen
de la función de
la prensa. Evidentemente no todos acuerdan en que la prensa deba
ser sólo una herramienta del compromiso político.
Poco a poco se filtran discusiones que de manera aún
extremadamente frágil reflexionan en torno a una agenda de
problemas generales que exceden la coyuntura electoral y
facciosa. Incluso pueden descubrirse marcas
discursivas de corte más universalista.

Aunque es preciso señalar que estos ingredientes,
como por ejemplo la apelación al "pueblo" deben ser
prontamente relativizados. Es cierto que nuevos actores aparecen
y en cierta medida eclipsan la reproducción lineal de un discurso de
pares, pero estas transformaciones no se llevan a cabo en el
sentido de propiciar la conformación de una opinión
pública tal como en términos teóricos
esperaríamos.

En resumidas cuentas, lejos de
abrir un espacio virtual de circulación de opinión
expandiendo las fronteras de discusión e intercambio de
ideas, se plantea para estos nuevos actores la expansión
de la lógica facciosa en clave tutelar. La nueva
visibilidad no cambia la sustancia de esta prensa que sigue
pensándose como apéndice del sistema
político y que concibe el universo de las
prácticas políticas dentro de un modelo
estrecho de enfrentamiento intraoligárquico.

Sin embargo, un diario en particular en las primeras
décadas del siglo XX, lenta y casi imperceptiblemente va
apartándose de las prácticas facciosas y los
enfrentamientos intraoligárquicos que formaban parte de su
lógica inicial, en una deriva hacia un discurso rector
homogéneo, que lo legitima ante una emergente
opinión pública, por sobre el sistema
político.

El Decano de la
Prensa Argentina. Un origen faccional para
una empresa
comercial

Fundada en 1867 por Eudoro Carrasco y Ovidio
Lagos[1], periodistas porteños emigrados a
Rosario en tiempos de la Confederación Argentina por sus
desavenencias políticas con los gobernantes del
secesionista Estado de
Buenos Aires, y financiada semi encubiertamente por Urquiza para
sostener su candidatura en las elecciones presidenciales a
realizarse el año entrante, La Capital
comenzó siendo una mera hoja faccionaria cuyos
encontronazos con los distintos gobiernos provinciales en
más de una ocasión derivaron en su clausura
temporal y en la prisión de su director y redactor, Ovidio
Lagos.

Digamos que la actuación política de Lagos
es tan activa como sinuosa: las causas ante las que se opone,
poniendo en juego la vida,
más tarde merecen su apoyo con idéntico
tesón. En 1856 aún en su natal Buenos Aires se
enrola en el Partido Federal Reformista, apoyando la
incorporación de la rebelde provincia porteña a la
Confederación Argentina. Luego de la derrota electoral del
reformismo, y víctima de las persecuciones del alsinismo,
se traslada a Paraná. En 1861 se incorpora al Club del
Pueblo
(enfrentado con el secesionista Club
Libertad
, de Tejedor) que se manifiesta en contra de la
federalización. En 1867 se instala en Rosario,
vinculándose con los miembros del Club del Pueblo
local, fervientes opositores al gobernador Nicasio Oroño.
Se entrevista con
Urquiza, de quien logra apoyo y recursos para
fundar conjuntamente con Eudoro Carrasco un diario que el hombre
fuerte de Entre Ríos entendía debía operar
ante la opinión rosarina como vocero de sus aspiraciones a
suceder a Mitre en la presidencia de la Nación.
Nace así La Capital como modesta hoja vespertina
con no más de doscientos ejemplares de tirada en venta solo por
suscripción, opositora a Oroño en el ámbito
provincial y pro urquizista en el nacional. En 1870 Lagos niega
que el diario haya sido financiado por Urquiza y en cambio
sostiene que "La Capital, es notorio fue fundada con
el dinero y
los desvelos del ciudadano Carrasco." Poco después rompe
con este y el silencio cubre el nombre del cofundador,
operación de olvido que mantendrán con eficaz
continuidad los descendientes de Lagos. En 1873 se lanza a apoyar
la candidatura de Alsina (de quien había sido
víctima de persecuciones), a raíz de lo cual se
reconcilia con su antiguo enemigo Oroño. En 1877 es
acusado de participar en un motín contra el gobernador
Servando Bayo, por lo que es encarcelado. En 1880, Lagos apoya la
candidatura de Tejedor (a quien también se había
opuesto en su momento) por lo que sufre persecuciones de los
círculos oficialistas provinciales, y se le clausura el
diario por unos días. En 1886, presta decidido apoyo a la
candidatura de Juárez Celman, luego de haber sido
encarnizado opositor del roquismo. En el orden provincial,
defiende la candidatura de Gálvez. En 1887 es designado
diputado nacional por Santa Fe, si bien mantiene una actitud
crítica
frente a la política
económica del ejecutivo. Muere en Rosario en
1891.

Tras el fallecimiento de Ovidio Lagos sus hijos
cambiarán el perfil de La Capital. El diario de
combate fue dando lugar a una empresa
comercial que se afianza progresivamente no solo en virtud del
crecimiento demográfico de la población y el volumen de negocios y
mercado que esto conlleva, sino también por cambiar su
inicial impronta sectaria por un género
discursivo que entiende común a toda la sociedad,
enmarcado por la defensa de determinados valores del
orden burgués y los principios del
liberalismo.
Paulatinamente va tomando distancia de las luchas partidarias
para asumir al mismo tiempo el rol
de vocero y educador de las clases dirigentes del entonces amplio
hinterland de la rosarinidad, un espacio que a principios del
siglo XX ya desborda el sur santafecino y avanza sobre el este
cordobés y el norte bonaerense.

Es por entonces que toman entidad esos cambios, ya que
como observa la historiadora Valeria Príncipe "si nos
detenemos a revisar los diarios La Capital y El
Municipio
de los años del Centenario y los comparamos
con los que se editaban durante la segunda mitad del siglo XIX,
las diferencias son evidentes desde la forma. La primera
impresión está dada por el tamaño y el tipo
de papel: en el caso de la prensa de la época de la
Confederación y la de los años '70; las dimensiones
son menores que en los casos citados, y el mejor estado de
conservación indica el uso de un papel de calidad
superior. También la tipografía se modifica con los
años: en los diarios más tardíos se torna
más apretada, cubriendo casi la totalidad de la hoja, con
escasos márgenes. El número de páginas es
casi una constante: nunca más de seis, y en la
mayoría cuatro, rasgo que permanece en el caso de El
Municipio
hasta su desaparición en 1911. Todos estos
elementos, sumados a variables
más significativas tales como el uso de la publicidad y los
modos de circulación son indicativos de que estamos frente
a distintos tipos de prensa".

En 1905, año en que amplía su
tamaño de cinco a siete columnas, y reserva la primera de
sus dieciséis páginas para avisos clasificados,
La Capital es una sólida empresa comercial
y periodística, correctamente dirigida por los más
eficientes miembros de un clan familiar ya solidamente
consolidado en la burguesía rosarina. La nueva
generación de este clan no duda en modernizar
permanentemente el diario. En 1907 renueva la rotativa: el nuevo
equipo tiene capacidad para imprimir 24.000 ejemplares por hora.
También se incorpora una nueva agencia noticiosa como
fuente de información orientada a un público
amplio y variado, así como se renueva el servicio
telegráfico.

Hacia 1910 eleva a veinticuatro la cantidad de
páginas Las primeras están dedicadas a los avisos
clasificados, muy profusos. Luego recién aparece la
primera página de información propiamente dicha
donde se analizan los sucesos internacionales, entremezclados con
notas de color,
curiosidades, últimos adelantos de la ciencia y
los consabidos folletines. A partir de la sexta o séptima
página las informaciones se centran en lo local y
nacional. Bajo el título de "Asuntos del día" el
diario expresa su opinión en formato de noticia comentada.
Los avisos publicitarios se hallan entremezclados con las
noticias,
utilizando una amplia tipografía que todavía no se
destina a los titulares.

A las adquisiciones técnicas,
aumento del número de páginas, mejoras de edición
e ilustración, se le suman operaciones de
legitimación. Los descendientes del antiguo
tipógrafo que había hecho el aprendizaje de su
oficio con Pedro de Angelis en la Imprenta del Estado en Buenos
Aires durante la dictadura de
Rosas, tienen
omnipresencia manifiesta en la vida social, política y
económica de la ciudad. Ocultando el "rosista pecado de
juventud" del
patriarca, los Lagos harán del diario en el siglo XX un
firme defensor de la línea histórica
"Mayo-Caseros".

Es esta una operación simbólica no menor,
por medio de la cual La Capital comienza ya por entonces
a redefinir su lugar como "prensa seria", y cuando en 1911 El
Municipio
deja de salir, acapara y monopoliza el negocio de
los avisos clasificados y asegura su subsistencia
económica. Los adelantos técnicos y editoriales
aplicados significaron para La Capital el
tránsito hacia una posición con la que
ningún otro medio de la ciudad estaba en condiciones de
competir. Las ventajas técnicas se tradujeron así
en una diferenciación absoluta con el resto, que el diario
interpreta como el resultado del reconocimiento del
público, principal sostenedor a la vez que beneficiario de
la
empresa.

Tras el cierre de El Municipio, nuevas
expresiones periodísticas harán su aparición
como actores periféricos de este espacio virtual de
posiciones e intercambio de intereses. Son desde un primer
momento partícipes y productores de las nuevas
lógicas. No intentan disputar la hegemonía a La
Capital
, sino que reconocen esa cualidad superior del diario
de los Lagos, implícita o explícitamente. El
Municipio
jamás le había otorgado ese
reconocimiento toda vez que entendía competir de igual a
igual.

La Capital comparte con estos órganos
secundarios, su participación como miembro de un campo
periodístico. Sin embargo, y a pesar de ciertas semejanzas
en la redefinición de los criterios de
legitimación, no pueden ocultarse notables diferencias
entre estos diarios y La Capital. El carácter de empresa cultural de La Capital
se construye y proyecta sobre un lector potencial diferente al de
los demás diarios locales. Su rol de "prensa seria" le
posiciona como actor consciente de disciplinamiento social y de
sostén del sistema de valores burgueses. La imagen moderna
del ciudadano liberal se irradia desde sus páginas (aunque
acaben finalmente chocando las matrices
liberales y democráticas). Se trata de un vehículo
de las iniciativas de la élite destinadas a resumir la
heterogeneidad socio-cultural, producto del
desarrollo urbano y social, en un orden, que si bien no
suprimiera al menos, lograra integrar esa diversidad.

El disciplinamiento social que propone su discursividad
le aleja de los demás órganos de prensa, aún
cuando lo lleve a cabo dentro de las lógicas de un campo
periodístico que es la fuente de legitimidad de su
palabra. Se trata de un discurso modernizante en clave de,
recuperando calificativos de la época "prensa sensata",
"honrada", "independiente" que desde ese lugar y ese rol,
reproduce un discurso de élite en el horizonte de la
cultura
burguesa finisecular.

"Las columnas de
La Capital pertenecen al pueblo"

Esta afirmación con la que Ovidio Lagos
cerró su inaugural nota editorial del 15 de noviembre de
1867, medio siglo después era en cierto modo una realidad
si nos atenemos al cotidiano discurso hegemónico
imperante. La Capital pertenecía al pueblo, en
tanto ese pueblo representase el ideal simbólico de
valores trazado por los Lagos y la clase social a
la que los Lagos pertenecían. Era un pueblo de tangible
existencia si se entendía por tal a la burguesía
rosarina. Burguesía que imponía el "deber ser" a
las clases subalternas, que obedientes y subordinadamente
debían también constituir ese "pueblo". Una
perfecta armonía que a favor del avance y ascenso social
promovido por la normativa igualitaria de nuestra liberal
Carta Magna,
aventaría el fantasma de la lucha de clases y el peligro
para la más alta de esas clases de perder sus privilegios.
Rosario era la palmaria demostración de lo que
podía lograr el paradigma
positivista y el diario La Capital, el faro desde se
irradiaba la luz rectora de ese paradigma.

Esa aceptación social de La Capital como
único exponente periodístico local del modelo de
"prensa seria", nos permite ver la configuración de un
sistema de reglas que sientan las bases del campo
periodístico como horizonte de juego. Puede entonces
acabadamente presentarse como exclusivo referente regional de
"tribuna de expresión política pero no
partidista".

Culmina entonces en ese consenso generalizado un
período de transición donde La Capital se
mostraba elípticamente favorable a la Liga del Sur, en una
ambigüedad que por cierto no tenía su único
competidor de valía, El Municipio, claramente
asumido como vocero del radicalismo. Este último pese a
sus intentos de modernidad no
había podido desprenderse de su lógica faccional.
En cambio la aparente timidez de La Capital en el apoyo
a la agrupación liderada por Lisandro de la Torre, obedece
a esa toma de distancia de la contienda política en aras
de construirse una imagen de diario educador de la clase
dirigente a través de un discurso prescriptivo.

Un discurso que mediante los mecanismos de
inclusión, exclusión y jerarquización de
determinados temas evidencia el proceso de
construcción de la actualidad periodística, no
siempre similar a la actualidad social y política. La
Capital
antes que intentar reflejar los conflictos,
pretende orientarlos de acuerdo a su propia lógica de
dador de legitimidad.

Esta pretensión ha sido correctamente visualizada
por el historiador Ronen Man que ha investigado a partir del
estudio de caso de una huelga de
pequeños comerciantes rosarinos, ocurrida a principios de
1909, la construcción que hace La Capital del
"pueblo" y el modo en que manipula que actores sociales integran
o no esa categoría.

Ese movimiento
huelguístico iniciado como reacción a la suba de
impuestos,
contará en principio con el apoyo de La Capital,
pero al incorporarse al mismo otros actores sociales, el diario
modificará su posición radicalmente a tal punto
que…"parecen lejanos los primeros días en que eran
los gremios minoristas de almaceneros y panaderos en huelga, los
que representaban los genuinos intereses de los consumidores y
contribuyentes. Al parecer La Capital está
encontrando un mejor exponente del `pueblo´ rosarino, al
unirlo con sus clases conservadoras (la Bolsa de Comercio) en
tanto verdadero `elemento representativo y de valor´
con que cuenta Rosario para presionar sobre el gobernador, ya que
ante ellos ningún poder político puede negarse.
Pareciera que hasta que la Bolsa no se resuelve finalmente a
interceder, el conflicto no
se habrá de resolver y es su mediación la que
deberá destrabar la compleja situación.

Al parecer, el `otro pueblo´ se estaba exacerbando
y desbandando en sus reclamos hacia actitudes
más violentas y de claro choque contra las fuerzas
policiales. Este otro movimiento, cada vez más penetrado y
ganado por los elementos obreros que se van incorporando a la
huelga (que tiende además a ser más general),
desencajaba de la imagen ideal del civismo cultural y ejemplar
rosarino, que constantemente se predicaba y
subrayaba".

Finalizada la huelga "La Capital se construye a
sí misma como una figura necesaria y fundamental en el
conflicto, como se posiciona en el rol de disparadora de los
sucesos, como los encauza hacia áreas de interés
predeterminadas y termina canalizando el movimiento hacia
reivindicaciones plenamente políticas. El diario asume el
papel de conductor del movimiento, profundiza los planteos
originales y muestra cual es
el verdadero camino que se debe seguir para lograr cambios
fundamentales en la estructura de
poder provincial. Además se crea una imagen legitimante de
su discurso a través de imaginarse dentro de una
línea de continuidad histórica mayor".

Man establece algunas hipótesis a partir de la cambiante
posición del diario en estos sucesos. En una de ellas
postula que "La Capital se animó a intervenir,
alentar y hasta provocar a ciertos tipos de movilizaciones
sociales cuando estuvo seguro de que
estas serían acciones
`controlables´ y que podrían mantenerse dentro de un
`modelo aceptable´ de lo que una movilización social
podía constituir y además cuando vio que
habría algún rédito político que de
la movilización se podía extraer para producir un
`fin superior´. En cambio (…) se opuso tajantemente
a cualquier tipo de movimiento social que se le presentó
como disolvente y fuera de su control
hegemónico".

Podemos entonces establecer a modo de
consideración final que la consolidación
estructural de la burguesía rosarina de la mano de la
inserción del litoral agrícola-ganadero en el
modelo agro exportador, aún cuando ciertos sectores de la
élite vinieran vislumbrando ya el otoño del modelo
en plena primavera, le había permitido impulsar procesos
"exitosos" de producción de hegemonía. La
construcción y posterior consolidación de una
"prensa seria" en la ciudad, en torno exclusivamente al diario
La Capital constituye para los sectores burgueses, uno
de los más significativos logros. Su éxito
en la consolidación de una palabra escrita que legitima,
más allá de las diferencias coyunturales, su rol de
clase que impone su hegemonía a los sectores subalternos,
trascenderá los tiempos y perdurará como parte del
imaginario colectivo rosarino, cimentando una empatía
entre la ciudad de Rosario y "su" diario. Los significativos
cambios de formato, tamaño y diseño,
y el reemplazo de sus tradicionales propietarios por una
variopinta sociedad
anónima, no impiden que aun hoy un número
significativo de rosarinos tengan una relación de
dependencia adictiva con el diario, tornando válida la
ironía del poeta Rafael Ielpi. Para ellos Rosario sigue
siendo una "ciudad con un solo vicio: el diario La
Capital
".

Florencia Pagni y Fernando Cesaretti.

Escuela de Historia. Universidad
Nacional de Rosario

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1909-1989
, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1993.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Florencia Pagni

Fernando Cesaretti

[1] Ambos habían adherido en su
juventud al rosismo. Ovidio Lagos se formó en el oficio
de tipógrafo en la Imprenta del Estado que
dirigía Pedro de Angelis. Fue miembro de redacción de La Gaceta Mercantil,
periódico que cumplió durante la dictadura de
Rosas la función de oficioso vocero gubernamental.
Eudoro Carrasco también fue aprendiz de tipógrafo
en el mismo establecimiento gráfico, desde donde
pasó a desempeñarse como escribiente en la
secretaría privada de Juan Manuel de Rosas. En los
tiempos previos a la caída del autócrata
porteño editó El Agente Comercial del Plata. En
1853 se instaló en Rosario donde desempeñó
actividades comerciales y ocupó diversos cargos
públicos. Carrasco se distanció de Lagos hacia
1874, acusándolo de inconsecuencia en su prédica
periodística y política. En el imaginario
colectivo rosarino es poco frecuente que se vincule a Carrasco
con el origen de La Capital.

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