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Bioética y Humanización de la Medicina




Enviado por cgirones



    Bioética y Humanización
    de la Medicina

    Indice
    1.
    Introducción.

    2. El "problema bioético
    fundamental"

    3. Los tres principios fundamentales de
    la bioética

    4. La humanización de la
    asistencia sanitaria

    5. Conclusiones.
    6.
    Bibliografía

    1. Introducción.

    El presente trabajo, confirma lo que es una máxima
    de la medicina cubana,
    la relación médico-paciente.
    El desarrollo de
    la medicina y sus
    avances, no puede dejar aparte, el componente humanista de la
    relación entre las partes, una que pone su saber para
    curar, aliviar y ayudar al otro y la otra que requiere y necesita
    saber, pero con un componente indispensable el calor y la
    confianza de gente que trasmite el médico.
    En este trabajo, tratamos de expresar lo que fue es y será
    siempre importante para un médico, ser un hombre
    sensible y cumplir con su máxima: salvar vidas.

    2. El "problema
    bioético fundamental"

    El cancerólogo Rensselaer van Potter fue el
    primero en usar el termino Bioethics, bioética.
    Este nombre aparece el título de su libro
    publicado en 1971, Bioethics: Bridge to the Future. El mismo
    Potter define el neologismo de la forma siguiente": Puede
    definirse como el estudio sistemático de la conducta humana
    en el área de las ciencias
    humanas y de la atención sanitaria, en cuanto se examina
    esta conducta a la
    luz de
    valores y
    principios
    morales".
    Un especialista español en
    bioética, F. Abel, la ha definido
    así: "Es el estudio interdisciplinar de los problemas
    suscitados por el progreso biológico y médico,
    tanto al nivel micro-social como al nivel de la sociedad global,
    y sus repercusiones sobre la sociedad y su
    existencia de valores, hoy y
    mañana"
    El termino bioética es un neologismo que responde sin
    embargo, a una realidad muy antigua. Según afirma Veatch,
    ninguna profesión ha sido tan consciente, desde la
    antigüedad, de los problemas
    éticos de su ejercicio, como la medicina. El famoso
    Juramento de Hipócrates que, aunque no haya sido escrito
    por el padre de la medicina, forma parte del Corpus
    Hippocraticum, del conjunto de escritos atribuidos a
    aquél, es el testimonio más antiguo en nuestra
    cultura de esa
    preocupación ética por
    el ejercicio de la medicina. Es importante resaltar que en otras
    culturas hay también testimonios antiguos de esa
    sensibilidad ética.
    Deben citarse dentro de la tradición hindú, el
    Juramento de Iniciación, Caraka samhita del siglo I de
    n.e.; posteriormente en la cultura hebrea
    hay que hacer referencia al Juramento de Asaf, del siglo III-IV
    de n.e.; el mundo árabe está representado por el
    Consejo de un médico, del siglo X de n.e.; mientras que en
    la cultura china
    debe hacerse referencia al médico Chen Shih-Kung con sus
    cinco Mandamientos y Diez Exigencias, del siglo XVII. Todos estos
    documentos
    muestran la sensibilidad ética ante los problemas que
    surgen de la relación médico-enfermo y la exigencia
    de aquél de actuar al servicio del
    paciente.

    Se han dado diversas razones del uso de un término
    nuevo para una realidad ya antigua y que tenía amplia
    representación en la literatura desde el siglo
    XIX, en que el médico inglés
    Thomas Percival acuña el término de ética
    médica, que son las dos primeras palabras del
    larguísimo título de un libro
    aparecido en 1803, y por lo que ha sido calificado el padre de la
    ética médica. Desde entonces los términos de
    ética o moral
    médica han sido frecuentemente utilizados, y ya en el
    mismo siglo XIX comienzan a aparecer los códigos de
    deontología médica, que recogen, de forma
    pormenorizada, tanto las exigencias éticas como legales de
    los médicos en el ejercicio de su profesión.
    También surgen las primeras publicaciones en las que se
    tratan los temas suscitados por la moral o la
    ética médica.

    Sobre el cambio
    terminológico de este neologismo – desde la moral o
    ética médica a la bioética- parecen
    apuntarse dos razones. Por una parte hay que hacer referencia al
    gran desarrollo de
    las ciencias
    biomédicas, que lleva a tener que abrir de una forma muy
    significativa el abanico de temas habitualmente tratados por los
    viejos textos de moral o
    ética médica: en cualquier publicación
    actual de bioética se incluyen una serie de temas que ni
    siquiera eran vislumbrados en el pasado: procreación
    asistida, manipulación genética,
    SIDA, distribución de los recursos
    sanitarios…

    Por otro lado, hay que destacar que el afrontamiento de los
    temas de moral médica ha estado hasta
    la década de los años setenta en manos de
    teólogos y pensadores de las Iglesias y diferentes
    religiones. A
    partir de esta fecha tiene lugar la creación en algunos
    países la creación de comisiones para el estudio de
    la problemática ética relacionada con las ciencias
    médicas, se inicia, por así decirlo, un proceso de
    secularización de la reflexión ética.

    Sin embargo, si es posible que el nuevo nombre de
    bioética haya surgido por la gran complejidad de su
    contenido, que desborda el de la vieja ética
    médica, nos parece que "el problema bioético
    fundamental" es tan antiguo como la propia ciencia
    médica. Es el que ya formulaba un autor inglés
    considerado también predecesor de la ética
    médica y calificado como el "Hipócrates
    inglés", Thomas Sydenham: "Anatonomía, botánica… ¡ tonterías
    ¡No, nada de esto, joven; vaya a la cabecera del enfermo;
    sólo allí aprenderá lo que es la
    enfermedad".

    Porque el gran reto de la medicina, desde que nació en
    manos de Hipócrates, el que estaba presente en escritos de
    otras culturas, lo que pretendía Percival – aunque
    se le haya acusado de hacer más "etiqueta médica"
    que verdadera ética médica – era humanizar la
    relación entre los profesionales de la salud y el enfermo. Este es
    el principal problema bioético, aunque lo que aparece en
    primer plano y tiene siempre actualidad, sean los temas de
    procreación asistida, los de manipulación genética o
    el SIDA. Lo
    que constituye el "principal problema bioético" es
    cómo humanizar la relación entre aquellas personas
    que poseen conocimientos médicos y el ser humano,
    frágil y frecuentemente angustiado, que vive el duro
    trance de una enfermedad que afecta hondamente a su ser personal. Este
    sí es el problema que surge en el día a día
    y afecta a millones de personas, sin duda muchas más que
    las que recurren a la procreación asistida o a las que se
    les aplica la incipiente terapia génica. Ahí ha
    estado siempre
    el reto de la medicina, y es la tarea que tiene continuamente
    ante los ojos dentro de un marco, como el actual el que existe
    frecuentemente una gran desproporción entre los medios
    técnicos sofisticados de que dispone y los niveles de
    humanidad que impregna la acción sanitaria.

    Además hay que citar – dentro de una breve historia de la moral
    médica o la bioética – otra fecha importante
    en el desarrollo de la última y que se sitúa
    también al inicio de la década de los setenta: en
    1973 tiene lugar la aprobación de la Carta de los
    Derechos de los
    enfermos de los hospitales de USA, que encontró una pronta
    difusión en muchos países, como es el caso español,
    que en su Ley de Sanidad de
    1984 incluye una Carta de los
    Derechos y
    deberes de los Enfermos. Este paso realizado en un ámbito
    multinacional, ese extraordinariamente trascendente porque
    significa el surgimiento de un nuevo marco para encuadrar las
    relaciones entre los profesionales de la salud y los enfermos. Hasta
    entonces esta relación venía regulada por los
    llamados códigos deontológicos, inspirados en el
    Juramento de Hipócrates, en que se alineaba una imagen del
    enfermo como aquella persona que se
    pone confiadamente en manos del médico, porque éste
    es el que tiene la sabiduría, las capacidades técnicas y
    las exigencias éticas que ayudarían al paciente
    para devolverle la salud.

    Aquí se ha olvidado tan importante como el
    reconocimiento de unos derechos del paciente que deben ser
    respetados por nosotros como profesionales de la salud, pues no
    se subraya la existencia de una autonomía, de una
    capacidad de decisión en el enfermo, que debe ser
    considerada en primer plano, y que el paciente no pierde por el
    hecho de "incurrir" en la enfermedad. La gran crítica que
    se ha hecho al marco de relación, presente dentro de los
    códigos deontológicos, es la del paternalismo: el
    convertir al enfermo en un menor de edad, aunque se trate de un
    adulto de máxima competencia,
    sobre el que se proyecta la imagen
    bienhechora y paternal del médico. La profesión
    sanitaria ha tenido que recorrer un largo camino hasta reconocer
    la libertad del
    enfermo. En efecto, el pilar sobre el que descansan las Cartas de los
    Derechos de los Enfermos reconocidas en diferentes legislaciones,
    es el consentimiento informado (informed consent). Cuanto se haga
    con el enfermo debe contar con el consentimiento de éste,
    después de haber recibido una información conveniente, completa e
    inteligible de su diagnóstico y pronóstico.

    3. Los tres principios
    fundamentales de la bioética

    Antes de entrar en el problema de la humanización de la
    práctica sanitaria, es necesario hacer una breve
    presentación de la forma cómo se está
    articulando la bioética.
    Desde que Hume desveló la llamada "falacia naturalista",
    es decir, el desenmascaramiento de la pretensión de que la
    ética se fundaba en la naturaleza, el
    "deber ser" en el "ser", y desde que Kant
    realizó la revolución
    copernicana de la ética, se abrió la tarea de
    cómo fundamentar los principios y exigencias
    éticas. En este contexto se creó la Comisión
    Presidencial estadounidense primero, y los posteriores
    Comités de Ética Asistencial en la medicina
    europea. Sin embargo al realizar sus estudios sobre temas
    concretos planteados por el gran progreso de las ciencias
    biomédicas, no fue posible un punto de acuerdo a la hora
    de encontrar un fundamento unánime de los principios
    éticos. Ante este fracaso los debates se centraron en el
    estudio de temas concretos para los que era urgente encontrar
    respuesta. Porque aunque el foro de discusión estaba
    abierto seguía apareciendo como correcto el actuar
    haciendo el bien a los demás, el respeto hacia su
    libertad y el
    comportarse justamente con los otros, es decir los principios de
    beneficencia, autonomía, y justicia. Son
    tres principios que son percibidos como válidos y vigentes
    en el conjunto de la vida social y que, además, se
    mostraban eficaces y correctos para las tomas de decisión
    en el campo de la moral médica.
    Se percibió que los tres principios antes citados –
    beneficencia, autonomía, y justicia
    además de los de honestidad y
    eficiencia
    "están ahí ", pues forman parte del patrimonio
    cultural de la humanidad. Aunque la Comisión no
    ofreció fundamentación metafísica
    de los tres principios, su aplicación se mostró
    sumamente operativa para responder a interrogantes éticos
    concretos.

    Principio de beneficencia
    En el ámbito médico, el principio de beneficencia
    obliga al profesional de la salud a poner el máximo
    empeño en atender al paciente y hacer cuanto pueda para
    mejorar su salud, de la forma que aquél considere
    más adecuada. Es un principio ético básico
    que se aplica primariamente al paciente, aunque también a
    los otros ( la humanidad, las generaciones futuras ) que pueden
    beneficiarse de un avance médico particular. Es el
    principio ético primero de las actuaciones médicas
    y en el que se han fundamentado los códigos
    médicos, desde el de Hipócrates, queda claro que la
    palabra beneficencia tiene aquí su sentido
    etimológico, no el de una caridad ineficaz y
    paternalista.
    En la articulación concreta del principio de beneficencia
    hay que subrayar que el sujeto "x" tiene obligación de
    hacer bien al sujeto "y", si se dan las siguientes
    condiciones:
    " y" se encuentra en peligro de una pérdida o daño
    importante la actuación de "x" es necesaria para evitar
    ese daño o pérdida tal actuación
    evitará probablemente el daño o pérdida esa
    acción no implica un daño significativo para "x" el
    beneficio recibido por "y" supera ampliamente a los daños
    que pueden ocasionarse en "x"
    Evidentemente que ese esfuerzo exigible, en virtud del principio
    de la beneficencia, solo lo será cuando se produzcan
    determinadas condiciones y responde al principio clásico
    latino del "Alterum non laedere" (nunca hacer daño),
    aunque evidentemente no va a ser fácil ponderar los
    riesgos y
    beneficios que en uno y otero caso se van a generar.
    Un ejemplo concreto puede
    ser el caso de la atención al infectado por el virus de la
    inmunodeficiencia humana, en el que "x" sería el
    médico o la enfermera, mientras que el paciente
    sería "y".
    Más allá de un riesgo
    proporcionado para "x" se trataría de una acción
    virtuosa que rebasa el campo de la obligación. Como
    señala Thomson, el principio de beneficencia obliga a ser
    un "mínimo samaritano", pero no a ser el "buen
    samaritano".
    En cualquier caso, la aplicación de este principio es muy
    compleja. la ponderación de los riesgos /
    beneficios no es fácil : depende de los valores e
    intereses de las personas afectadas , de la jerarquización
    de los valores
    implicados y de su evaluación
    , de la ponderación de las consecuencias individuales y
    sociales …
    Por otra parte, la práctica médica ha estado
    asociada con la máxima latina: "primum non nocere", "
    sobre todo, no hacer daño", que hoy se la califica como el
    principio de no-maleficencia. Beauchamp y Childress consideran
    que este principio es distinto del de beneficencia, ya que el
    deber de no dañar es más obligatorio que la
    exigencia de promover el bien. El daño que se hace a una
    persona es
    más rechazable que el no haber promovido su bien en
    ciertas circunstancias. de este principio se derivan para el
    médico normas concretas
    como "no matar", " no causar dolor", " no incapacitar física o mentalmente
    "…

    Principio de autonomía
    El principio de autonomía se basa en la convicción
    de que el ser humano debe ser libre de todo control exterior
    y ser respetado en sus decisiones vitales básicas. Es un
    principio profundamente enraizado en el conjunto de la cultura
    occidental, aunque ha tardado en tener repercusión en el
    ámbito médico. Significa el reconocimiento de que
    el ser humano, también el enfermo, es un sujeto y no un
    objeto. Sin embargo, el reconocimiento de este principio no
    significa que la decisión moral no tenga en cuenta el bien
    de los demás; la autonomía no significa
    automáticamente que el paciente haga o elija lo que
    quiera. Más en concreto, el
    principio de autonomía significa en el terreno
    médico que el paciente debe ser correctamente informado de
    su situación y de las posibles alternativas de tratamiento
    que se le podrían aplicar.

    En la misma línea significa que deben respetarse las
    decisiones de pacientes competentes, después de una
    adecuada información. La conclusión
    más concreta del reconocimiento del principio de
    autonomía en el enfermo se centra en el llamado
    consentimiento informado, como pilar regulador de la
    relación entre los profesionales sanitarios y el
    enfermo.

    Indiscutiblemente surgen conflictos
    entre los principios de beneficencia y autonomía. El
    médico puede pensar que la decisión tomada por un
    paciente, en principio competente, no es la que más le
    conviene para su salud o para su vida. En estos casos el
    médico puede tender a cuestionar la competencia del
    enfermo, ya que se piensa que un enfermo "normal" debe optar por
    lo más conveniente para su bien. En la resolución
    de estos conflictos se
    pueden percibir diferencias de raíz cultural: en USA se
    tiende a dar una mayor prevalencia a la autonomía del
    enfermo, mientras que en España se
    pone un mayor énfasis en el principio de beneficencia. En
    cualquier caso no podemos convertir en un absoluto el principio
    de autonomía: no se respetan las decisiones del enfermo,
    aunque sea competente, cuando son contrarias a las normas de la
    práctica profesional o a la ética del profesional
    médico, o si exigen recursos a los
    que el paciente no tiene un derecho especial.

    Principio de justicia
    Tradicionalmente, la justicia se ha identificado con la equidad ,
    con dar a cada uno lo que le corresponde (" Iustitia est constans
    et perpetua voluntas ius suum cuique tribuere", según
    definición atribuida al jurista romano Ulpiano, s.III).
    Una sociedad justa que intente promoverla igualdad de
    oportunidades, debe asegurar que los servicios
    sanitarios estén a disposición de todos. En este
    sentido nuestro país constituye un claro ejemplo a nivel
    mundial y modelo a
    seguir.

    Ante las tensiones que puedan surgir en la aplicación
    de los principios bioéticos de autonomía,
    beneficencia y justicia, entre los intereses del individuo y la
    sociedad, destaca la propuesta de John Rawls, quien propone la
    figura del llamado "método del
    observador ideal". Se trata de un personaje imaginario que sea
    omnisciente (que conozca y entienda todos los hechos),
    omnipercipiente (capaz de empatizar con los sentimientos de las
    personas afectadas), desinteresado (carente de egoísmo) y
    desapasionado (sin implicaciones personales). El recurso al "
    observador ideal " que propone Rawls, puede ser un procedimiento
    práctico para intentar resolver los conflictos entre los
    principios bioéticos.

    4. La humanización de la
    asistencia sanitaria

    Retomando lo que constituye el gran reto de la ética en
    el mundo de la salud, esto e, la humanización de la
    relación entre las personas que interviene, cabe recordar
    las palabras del profesor español Laín Entralgo
    quien decía que en la relación
    médico-enfermo se genera una singular amistad hombre-hombre,
    que requiere el ejercicio de cuatro actividades:
    La benevolencia (queriendo el bien del otro), la benedicencia
    (hablando bien del otro), la beneficencia (haciendo bien al
    otro),la benefidencia ( efusión hacia el otro, para
    compartir con él algo que me pertenece íntimamente
    a mí, que se convierte en confidencia y establece entre
    los dos una relación dual ). Aunque la medicina maneje
    scaners o utilice pruebas de
    diagnóstico genético, debe existir
    entre los profesionales de la salud y el enfermo una verdadera
    amistad, que
    convierte al médico en un hombre bueno, perito en la ciencia y
    en el arte de curar. es
    lo que ya intuía Hipócrates cuando codificaba el
    arte de curar
    en cuatro características: ante todo jamás
    inquietar ; siempre que sea posible , suavizar; a veces, curar;
    pero siempre, tranquilizar .Porque no se puede negar la
    existencia de una frecuente crítica a la
    deshumanización de la medicina ; crítica que
    señala aspectos como la indiferencia ante las necesidades
    emocionales de los pacientes , la despersonalización de
    los sanitarios,, el insuficiente respeto ante la
    autonomía y la capacidad de decisión de los
    enfermos, que deberían ser , sin embargo , los principales
    protagonistas de un proceso que a
    nadie les afecta tanto como a ellos mismos …

    La palabra central es sin género de
    dudas, deshumanización, un concepto que
    está poco delimitado, algunos autores se refieren a
    él como pérdida de atributos humanos, mientras que
    para otros hace referencia a la pérdida de dignidad. lo
    que es cierto es que este término es fácilmente
    intercambiable

    Con el de despersonalización, aunque autores como
    Hayes-Bautista, la personalización o
    despersonalización se relaciona con el número
    relativo de aquellos que prestan asistencia sanitaria, mientras
    que la humanización o deshumanización se refiere al
    grado de humanismo
    practicado por los que se relacionan con el enfermo. Porque los
    servicios
    sanitarios pueden ser relativamente despersonalizados (ya que son
    muchas las personas que tratan al enfermo), pero, al mismo
    tiempo,
    humanizados (porque existe un fuerte énfasis en la
    cercanía al paciente) y, por el contrario, pueden darse
    asistencias médicas relativamente personalizadas, pero
    poco humanizadas.

    En cualquier caso, los términos de
    deshumanización y despersonalización, hacen
    referencia, sobre todo, al grado de objetivación del
    enfermo en la percepción
    de aquellos que le atienden. El contenido más claro de
    deshumanización es:
    1) la conversión del paciente en un objeto, su
    cosificación. Aquél pierde sus rasgos personales e
    individuantes, se prescinde de sus sentimientos y valores y se le
    identifica con sus rasgos externos: el que padece una determinada
    patología, el que se encuentra atado a una determinada
    terapia (por ejemplo un aparato de diálisis). La misma
    especialización de la praxis sanitaria tiende a convertir
    al enfermo en la patología que padece, olvidando o
    relegando a segundo plano sus dimensiones personales, siempre
    distintas y específicas en cada paciente.
    2) La deshumanización implica además la ausencia de
    calor en la
    relación humana, queda claro que los profesionales
    sanitarios necesitamos mantener una distancia afectiva con los
    enfermos, sin embargo éstos no deben experimentar esta
    falta de sentimientos visibles, como una negación de
    humanidad.

    Dos consecuencias importantes de la deshumanización
    son:
    la impotencia la falta de autonomía del enfermo:
    Este no se siente protagonista de su destino, sino que se
    experimenta coaccionado hacia actitudes de
    conformismo. No es raro que los arquitectos usen el
    término de deshumanizado al referirse a los hospitales y
    otras instituciones
    sanitarias que fuerzan a los enfermos a no comportarse con
    naturalidad y donde se les restringe su libertad, individualidad
    y complejidad

    Una muestra adicional
    de esta deshumanización es la no infrecuente
    negación al paciente de sus opciones últimas. Otro
    ejemplo significativo de deshumanización tiene lugar en
    los internamientos a largo plazo y asociado con prognosis sin
    esperanzas.

    Causas de la deshumanización
    Siguiendo a Howard cabe señalar algunos factores, que
    inciden en la tendencia a la deshumanización.
    En primer lugar podemos citar la presión
    hacia la centralización de las instituciones
    y del personal, y que
    es resultado de la revolución
    tecnológica, y el incremento de costes médicos.
    También inciden en esa dirección, el rápido y masivo
    incremento del conocimiento
    médico y la creciente necesidad de especialización.
    Si los especialistas trabajan dentro de una misma
    institución resulta más fácil acudir a ellos
    y reducir los costes de la terapia.
    La burocracia es
    una consecuencia difícilmente evitable de esa
    racionalización, en demasiadas ocasiones se crean montones
    de informes en
    torno a los
    pacientes, entre los que los rasgos personales se diluyen y
    quedan oscurecidos.

    Exigencias de un cuidado humanizado
    Al mismo tiempo y
    siguiendo a Howard podemos citar también los rasgos de una
    atención humanizada al enfermo y que son citados muchas
    veces en las entrevistas
    con los propios enfermos.

    Reconocimiento de la dignidad intrínseca de todo
    enfermo
    Unicidad del paciente: que significa que todo paciente debe ser
    tratado como un individuo concreto, con su propia historia personal, con sus
    atributos, necesidades y deseos únicos.
    Igualmente el paciente debe ser tratado en su globalidad, como
    una personalidad
    compleja y total que desborda las actitudes
    reduccionistas que restringen al paciente a su dolencia o a su
    sintomatología. Una importante consecuencia de esta
    aproximación global sería el hondo respeto a la
    privacidad del paciente, que puede ser lesionada por un
    tratamiento global. Es indiscutible que el
    conocimiento de los secretos y la intimidad del paciente es
    una forma de poder latente
    que puede ser además, compartido con otras personas
    violando el yo más íntimo del enfermo.

    El respeto a la libertad del paciente es básico en la
    humanización de la atención sanitaria, aunque
    requiera también limitaciones. Es el reconocimiento de que
    el enfermo es una persona autónoma que tiene un control
    significativo sobre su situación física y cultural. Si
    la libertad del paciente fuese absoluta y sin restricciones,
    deshumanizaría a los propios profesionales
    imponiéndose la libertad de aquellos sobre éstos.
    También es verdad que el reconocimiento de la libertad y
    autonomía de los pacientes puede liberar a los mismos
    profesionales, que no son ya los únicos que deben asumir
    las responsabilidades en la atención al propio enfermo;
    como afirma Laín Entralgo una de las máximas
    conquistas de la medicina del siglo XX es "la introducción del sujeto en la medicina". Se
    trata de un proceso que se inicia a principios del siglo XX,
    desde Freud la medicina
    comienza a ver al paciente no como paciente sino como "sujeto
    patogénicamente activo" y, por tanto, como "creador", o
    modulador al menos de su enfermedad. Se trata de una creatividad
    que procede de su psiquismo, pero que incluye también el
    mundo de sus valores. La enfermedad no solo consta de hechos,
    sino también de valores: no sólo se tiene o se
    padece, sino que se hace y se crea. De ahí la importancia
    de conocer "la otra cara de la medicina" o "el punto de vista del
    paciente", algo que se puede hacer metódicamente por
    ciertas ciencias técnicas,
    como las de las ciencias
    sociales o las humanidades, cuya importancia en la
    formación del médico es fundamental.

    La participación de los pacientes es un indiscutible
    ideal humanitario que puede tener, sin embargo sobretonos
    deshumanizantes. En efecto la experiencia nos muestra que los
    enfermos no pueden absorber físicamente toda la
    información necesaria para poder llegar a
    decisiones racionales. Igualmente aunque se informe
    comprensiblemente a los enfermos de las opciones
    terapéuticas existentes y de la prognosis, también
    es verdad que su angustia y su miedo los puede inmovilizar de tal
    forma que se limiten a seguir las recomendaciones de los
    médicos.

    El igualitarismo en la relación sanitario-enfermo
    constituye también una exigencia de la
    humanización, aunque pueda ser imposible o muy
    difícil de realizar, ya que la ciencia y
    la experiencia de los profesionales nos da un status social
    superior. Por otra parte, la vulnerabilidad y dependencia del
    paciente puede incrementar el poder latente de los profesionales.
    Por ello es necesario acentuar la conciencia de que
    los profesionales servimos a la humanidad y que estamos obligados
    a respetar los derechos de los enfermos.

    Los conceptos de empatía / afecto son quizá los
    dos aspectos emocionales más discutibles dentro de una
    atención humanizada. Una fuerte implicación de los
    profesionales puede quebrar su energía emocional e impedir
    que estén bien equipados para las exigencias de su
    práctica. Al mismo tiempo, la implicación afectiva
    puede dificultar las decisiones objetivas y disminuir la autoridad
    necesaria para el seguimiento de las medidas terapéuticas.
    De ahí que se nos exhorte a los profesionales a ser
    afectivamente neutrales en nuestros sentimientos y acciones,
    aunque ello nos pueda despersonalizar tanto a nosotros como al
    mismo enfermo. Por ello se hace preciso buscar un equilibrio que
    permita un compromiso emocional genuino con los pacientes, pero
    al mismo tiempo, restringido.

    La amistad médica
    En este tema son muy interesantes las reflexiones de Laín
    Entralgo. Según este gran pensador español, la
    relación entre el médico y el enfermo puede
    entenderse de varias formas. Fundamentalmente de tres:
    Como una relación de dominio. El
    médico posee unas técnicas mediante las cuales
    modifica la enfermedad con un límite que no existe
    más que de facto. Lo incurable ha desaparecido de nuestro
    horizonte mental: no hay nada incurable; nos puede parecer, a
    diferencia de lo que ocurría en la vieja medicina griega,
    que no hay enfermedades que se
    presenten por "necesidad". De acuerdo con esta mentalidad, debe
    aumentarse progresivamente la capacidad de dominio
    técnico de la realidad. Esta mentalidad está
    gravitando sobre nosotros, y lo que refleja la tendencia a la
    automedicación, a la que todos nos entregamos y que indica
    nuestra confianza en la técnica médica que nos trae
    automáticamente le alivio o la curación, ya que nos
    parece capaz de dominar la enfermedad.

    Como una relación cooperativa.
    Von Weizsäcker, gran renovador del pensamiento
    médico de nuestro siglo, utilizó una
    expresión feliz, pero insuficiente a juicio de
    Laín. Propone que la relación médico-enfermo
    debe ser una Weggenossenschaft, una "camaradería
    itinerante": el médico y el enfermo deben ser como
    camaradas que recorren un mismo camino, hacia una misma meta que
    es la curación del enfermo. Se trata de una ayuda mutua,
    ya que la esencia de la camaradería es, precisamente, la
    cooperación al servicio de la
    realización de un mismo objetivo. La
    medicina tiene que ser siempre técnica, pero es una
    técnica condicionada por razón del sujeto al que se
    le aplica. Ningún médico pude pensar en arreglar el
    cuerpo de un enfermo como si se tratase el motor de un
    coche, ya que nadie puede negar un dato previo: el hombre es
    un ser respetable en sí y por sí mismo. Esto
    significa que la técnica que se aplica al hombre es una
    técnica condicionante de la vida de un ser humano, al que
    habría que acompañar en esa "camaradería
    itinerante" en el proceso de su enfermedad. Laín se
    preguntaba si, con tal concepción del hombre, puede bastar
    la concepción meramente técnica de la medicina o,
    incluso, la "camaradería itinerante"

    Por ello, Laín propone que la relación
    médico-enfermo sea una forma singular de la amistad
    hombre-hombre y que no es sólo camaradería, sino
    que es, además, amistad, que, reducida a sus notas
    esenciales consiste en el ejercicio de cuatro actividades:
    La benevolencia: se es amigo queriendo el bien del otro.
    La benedicencia: se es amigo hablando bien del otro , en la
    medida que puede hacerse sin mentir.
    La beneficencia: se es amigo haciendo bien al otro.
    ¿Cómo? No es fácil determinar cómo se
    hace bien al otro.
    Laín propone que la amistad consiste en aceptar lealmente
    lo que o es, ayudándole delicadamente a que sea lo que
    debe ser.
    Y finalmente la amistad incluye un cuarto momento para el que le
    ha propuesto un neologismo: la benefidencia, que el mismo
    Laín describe como la efusión hacía el otro
    para compartir con él algo queme pertenece
    íntimamente a mí y que, en cuanto se convierte en
    confidencia, nos va a permitir a los dos convertir en
    diádica nuestra relación dual.

    La relación óptima entre el médico y el
    enfermo debe ser la amistad médica, un modo de la
    relación entre hombre y hombre distinto de la projimidad y
    de la simple camaradería. Es un tipo de relación
    por la que el médico procura el bien del enfermo, hace el
    bien al enfermo, recibe confidencias del enfermo, y lo hace
    situándose entre la tiranía y el puro
    paternalismo.

    Por otra parte, y en relación con algunos aspectos
    antes citados, Laín considera la existencia de dos tipos
    de enfermedades, no
    crónicas y crónicas. Cuando la enfermedad ha echado
    raíces en la vida de un hombre, de tal forma que el
    enfermo no puede hacer su vida sin contar con su enfermedad;
    cuando ya no es un paréntesis biográfico, sino que
    afecta a su conducta, desde
    su mismo ser humano, entonces el médico, para ser un buen
    médico, debe entrar en una cierta relación
    confidencial con su paciente. Ha surgido esa amistad peculiar,
    que viene enmarcada por la enfermedad y la asistencia
    técnica a ella y en la que reposa la amistad
    médica.

    Laín considera que esta amistad es necesaria para la
    perfección del acto médico, y siguiendo al
    sociólogo norteamericano Riesman distingue dos tipos
    psicosociológicos de hombres: los que aquél
    considera clasifica como innerdirected-men, hombres "
    intradirigidos"

    Y los other-directed-men, hombres "dirigidos desde fuera". El
    "intradirigido" es el que por sí mismo organiza y dirige
    su propia vida; el que, al acudir al médico, se limita a
    pedirle que le recete algo, pero que no intervenga en la
    organización de su vida. Se trata de una actitud que no
    puede mantenerse hasta sus últimas consecuencias, porque
    la enfermedad pone inexorablemente de manifiesto lo que de
    quebradizo, de deleznable, existe en la naturaleza
    humana.

    La consecuencia es que, aun el más "intradirigido" de
    todos los hombres, necesitará otro tipo de
    relación. Es lo que sucede en las enfermedades
    crónicas, en las que el médico debe concrear con el
    enfermo la vida de éste. Esta concreación, exigida
    por una práctica satisfactoria de la medicina, sólo
    puede hacerse si existe entre uno y otro una amistad peculiar, la
    amistad médica.

    ¿Puede hacerse esto dentro de la asistencia tecnificada
    y masificada del mundo actual? ¿Es posible suministrar hoy
    al enfermo una asistencia médica que cumpla con estas
    exigencias? Este es uno de los graves problemas de la humanidad,
    no sólo de la medicina. Hay que reconocer que es un reto
    extraordinariamente difícil, que requiere enormes gastos
    económicos y también técnicos y personales
    abrumadores, además de una adecuada educación del
    enfermo.

    El avance de la medicina, desde aquellos primeros escritos
    hipocráticos o de las viejas sabidurías
    médicas orientales, ha sido realmente espectacular. Se
    puede afirmar que la profesión médica, tal como ha
    sido concebida desde los tiempos de Hipócrates, puede
    darse por desaparecida. Se ha dado un salto espectacular desde
    una medicina de mímesis, imitativa – la propia de la
    Grecia antigua

    a una medicina como la actual, en la que están
    vigentes, con toda su fuerza, las
    actitudes de dominio, de lucha enérgica y a cuartel contra
    la muerte. Esa
    actitud de
    dominio es peligrosa: en primer lugar, porque tiende a convertir
    al enfermo en un objeto sobre el que se inclina la todopoderosa
    ciencia
    médica con todo su equipamiento altamente sofisticado,
    olvidando que, además de sus "altas tecnologías",
    tiene siempre delante de sí un sujeto personal que
    experimenta todas las vivencias de limitación, impotencia,
    incertidumbre y angustia, asociadas a la enfermedad. Como dice el
    psiquiatra español Castilla del Pino, "el médico de
    hoy se asemeja más a un ingeniero, que a un clínico
    a la antigua usanza". En segundo lugar, esa actitud de dominio
    puede llevar a la medicina actual a no aceptar últimamente
    las limitaciones de su praxis, a prescindir de algo tan obvio y
    natural como que somos mortales, ese componente con el que
    nació la medicina hipocrática de que existía
    una moira, una necesidad, que tenía que respetar y
    venerar, y ante la que tenía que bajar la cabeza. De la
    misma forma, que en el tema medioambiental se ha impuesto la
    convicción de que el desarrollo tecnológico
    contiene necesariamente una ambigüedad y deben admitirse
    unos límites
    naturales que la técnica no puede sobrepasar, esto mismo
    debe afirmarse del propio ser humano.

    Finalmente cabe recordar las palabras de Albert Schweitzer,
    quien decía que el humanitarismo consiste en no sacrificar
    jamás un ser humano a un objetivo.
    Ahí sigue vigente el "problema bioético
    fundamental": nunca podemos olvidar que toda medicina, porque se
    refiere primariamente a un ser humano, no puede sacrificarle a
    actitudes de dominio, de despersonalización, de olvido de
    su intrínseca dignidad humana. Esto es lo que nunca
    debería olvidar una medicina que maneje scanners o utilice
    pruebas de
    diagnóstico genético: que debe existir entre los
    profesionales de la salud y el enfermo, no sólo una
    camaradería itinerante, sino una verdadera amistad, y que,
    como decía Laín, el médico "es un hombre
    bueno, perito en la ciencia y en el arte de curar". Es lo que ya
    intuía Hipócrates cuando codificaba el "arte de
    curar" en las cuatro características antes mencionadas: ante
    todo, "jamás inquietar"; siempre que sea posible,
    "suavizar"; a veces "curar", pero siempre "tranquilizar".

    5. Conclusiones.

    Consideramos que el tema abordado en el presente trabajo debe
    ser objeto de una mayor profundización, debido a la
    importancia que tiene el mismo, para el futuro desarrollo de las
    Ciencias Médicas.
    Creemos oportuno que dicho trabajo sea estudiado y debatido por
    los alumnos de medicina para que concienticen, lo que ha sido
    máxima de los galenos cubanos, la humanización en
    los servicios.
    Damos pues conclusión a este trabajo científico con
    el pleno convencimiento de que el mismo servirá de mucho a
    la formación de las nuevas generaciones de profesionales
    de la salud y con el deseo de realizar estudios más
    profundos sobre el tema.

    6.
    Bibliografía

    "Convenio para la protección de los Derechos humanos
    y la dignidad del ser humano con respecto a las aplicaciones de
    la biología y
    la medicina", Oviedo, 1997
    Gafo, J., Fundamentación de la Bioética y
    Manipulación Genética , Universidad de
    Comillas, Madrid, 1988.
    Gracia, D., Fundamentos de Bioética, Eudema, Madrid,
    l995.
    Gracia, D., Procedimientos de
    decisión en Ética Clínica, Madrid, 1996.
    Kieffer, G. H., Bioética, Alhambra Universidad,
    Madrid, 1990.
    Laín Entralgo, P., El médico y el enfermo,
    Guadarrama, Madrid, 1969.
    López Azpitarte , E., Ética y Vida, Paulinas,
    Madrid, 1990.

     

     

    Autor:

    Dr. Carmen Gironés Bayón.

    Especialista de primer grado de
    Otorrinolaringología.

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