Indice
1.
Introducción
2. Inspiración
Bíblica
3. El Antiguo
Testamento
4. La Evolución Del Antiguo
Testamento
5. Los Libros
Proféticos
6. El Antiguo Testamento Y La
Historia
7. Temas Doctrinales Del
Antiguo Testamento
8. La literatura del nuevo
testamento
9. Principales Temas Del
Nuevo Testamento
10.
Conclusión
1. Introducción
Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado
o Escrituras, de judíos y cristianos. Sin embargo, las
Biblias del judaísmo y del cristianismo
difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía
son las escrituras hebreas, 39 libros
escritos en su versión original en hebreo, a
excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en
arameo. La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo
Testamento y los 27 libros del
Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del cristianismo
estructuran el Antiguo Testamento de modo algo diferente. La
exégesis del Antiguo Testamento leída por los
católicos es la Biblia del judaísmo más
otros siete libros y adiciones (véase la tabla adjunta).
Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su
versión primitiva en griego, al igual que el Nuevo
Testamento. Por su parte, la traducción protestante del
Antiguo Testamento se limita a los 39 libros de la Biblia
judía. Los demás libros y adiciones son denominados
apócrifos por los protestantes y libros
deuterocanónicos por los católicos.
El término Biblia llegó al latín
del griego biblia o ‘libros’, forma diminutiva de
byblos, el término para ‘papiro’ o
‘papel’
que se exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la
edad media,
los libros de la Biblia eran considerados como una entidad
unificada.
Orden De Los Libros
El orden y el
número de los libros es distinto entre las versiones
judía, protestante y católica de la Biblia. La
Biblia del judaísmo se divide en tres partes bien
diferenciadas: la Torá, o Ley,
también llamada libros de Moisés; Profetas, o
Neviím, dividida en Profetas Antiguos y Profetas
Posteriores; y Hagiográficos, o Ketuvim, que incluye
Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa. El
Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su
contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá;
los libros históricos; los libros poéticos o
sapienciales, y los libros proféticos. Hay quienes han
percibido en esta organización una cierta sensibilidad en
cuanto a la perspectiva histórica de los libros: primero,
los relativos al pasado; a continuación, los que hablan
del presente; por último, los orientados hacia el futuro.
Las versiones protestante y católica del Antiguo
Testamento ordenan los libros en la misma secuencia, aunque los
protestantes incluyen sólo los libros que aparecen en la
Biblia judía.
El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los
Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros
tiempos del cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo
y otros autores; y el Apocalipsis o Libro de la
Revelación. Algunos libros identificados como
epístolas —en particular la Epístola a los
Hebreos— son en realidad tratados
teológicos.
Uso
La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su
contenido, sino también del uso que le dan cristianos y
judíos. Se lee en la práctica totalidad de los
servicios de
culto público, sus palabras conforman la base de la
predicación y la instrucción, y se emplea en el
culto y estudio privados. El lenguaje de
la Biblia ha moldeado y dado forma a las oraciones, liturgia e
himnos del judaísmo y del cristianismo. Sin la Biblia,
estas dos religiones habrían
sido mudas.
Tanto la importancia reconocida como la real de la
Biblia difieren de una forma considerable entre las diversas
subdivisiones del judaísmo y del cristianismo, aunque
todos sus fieles le atribuyen un mayor o menor grado de autoridad.
Muchos reconocen que la Biblia es la guía íntegra y
suficiente para todos los asuntos de la fe y de su
práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de
la Biblia a la luz de la
tradición o de la continuidad de la fe y de la
práctica de la Iglesia desde
los tiempos de los apóstoles.
2. Inspiración
Bíblica
Los primeros cristianos
heredaron del judaísmo una concepción de las
Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente
autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal
acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el
caso del islam, que
sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin
embargo, por lo general los cristianos creían que la
Biblia contenía la palabra de Dios tal y como fue
transmitida por su Espíritu: primero a través de
los patriarcas y profetas y más tarde por boca de los
apóstoles (véase Apocalipsis). De hecho, los
autores de los libros del Nuevo Testamento aludieron a la
autoridad de las Escrituras hebreas en apoyo de sus alegaciones
con respecto a Jesucristo.
La doctrina de la inspiración de la Biblia por el
Espíritu Santo y de la infalibilidad de su contenido
surgió en realidad durante el siglo XIX como respuesta al
desarrollo de
la crítica bíblica, estudios científicos que
parecían poner en entredicho el origen divino de la
Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia;
por eso la Biblia es Su palabra. Los científicos
bíblicos y los teólogos han propuesto numerosas
teorías
para explicar esta doctrina, que van desde un dictado verbal
directo de las Escrituras por Dios, hasta una iluminación que ayudó al autor
inspirado a comprender la verdad que expresaba, tanto si
ésta era revelada como aprendida por la
experiencia.
Importancia E Influencia
La importancia
e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos puede
explicarse, en general, en términos externos e internos.
La explicación externa es el poder de la
tradición, de las costumbres y del credo: grupos religiosos
que manifiestan estar guiados por la Biblia. En cierto sentido,
el verdadero autor de las Escrituras es la comunidad
religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las
utilizó y las canonizó (es decir, las
incluyó en listas de libros bíblicos reconocidos de
una forma oficial). Por otra parte, la explicación interna
es lo que numerosos cristianos y judíos continúan
sintiendo como poder del
propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo
Israel y la
primitiva Iglesia
conocían muchos más textos religiosos que los que
constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos
bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que
decían y por cómo lo decían. Fueron
canonizados con rango oficial porque la gran mayoría de
los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es
el auténtico documento fundamental del judaísmo y
del cristianismo.
Es de público conocimiento
que la Biblia, en sus centenares de diferentes traducciones, es
el libro de mayor difusión en la historia de la humanidad. Es
más: en todas sus formas, la Biblia ha sido influyente
hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre
las comunidades religiosas que la consideran sagrada y la
reverencian. En especial, la literatura, el arte y la
música del
mundo occidental tienen una enorme deuda con los temas, motivos e
imágenes de la Biblia. Algunas traducciones
al inglés,
como la así llamada "Biblia Autorizada" (o versión
del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la Biblia al
alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no
sólo influyeron en la literatura sino que también
promovieron el desarrollo de
ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las naciones en
proceso de
formación, donde las traducciones de la Biblia a la
lengua
vernácula contribuyen a moldear las tradiciones
lingüísticas futuras.
Es notable que el cristianismo incluya dentro de su
propia Biblia las escrituras íntegras de otra religión, el
judaísmo. El término Antiguo Testamento (de la
palabra latina para ‘alianza’) se aplicó a
estas Escrituras sobre la base de las obras de Pablo y de otros
primitivos cristianos, que diferenciaron entre la ‘Antigua
Alianza’ que Dios estableció con Israel y la
‘Nueva Alianza’ sellada a través de Jesucristo
(véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia
creía en la continuidad de la historia y de la actividad
divinas, incluyó en la Biblia cristiana los registros
escritos de la antigua y de la nueva alianza.
Literatura Del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y
diversas perspectivas. Desde el punto de vista literario el
Antiguo Testamento (de hecho, la Biblia entera) constituye una
antología, una colección de muchos libros
diferentes. No es en absoluto un libro unificado por lo que
respecta a sus autores, su fecha de composición o su
estilo literario. Por el contrario, representa una
auténtica biblioteca.
En general los libros del Antiguo Testamento y las
partes que los componen pueden clasificarse como narraciones,
obras poéticas, escritos proféticos, códices
legales o apocalipsis. En su mayoría, se trata de
categorías amplias que incluyen diversos tipos o
géneros diferentes de literatura y tradiciones orales.
Ninguna de estas categorías se limita al Antiguo
Testamento, ya que puede hallarse en otras literaturas antiguas,
en especial la del Oriente Próximo. Sin embargo, es
necesario subrayar que algunos estilos no quedaron al fin
incluidos en el Antiguo Testamento. Las cartas o
epístolas, tan importantes en el Nuevo Testamento, no se
encuentran en el Antiguo en forma de libros separados (a
excepción de la Carta de Jeremías en algunas
tradiciones manuscritas). No es posible hallar tampoco
autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una
forma especial el hecho de que la mayor parte de los libros del
Antiguo Testamento contiene varios géneros
literarios. Por ejemplo, el Éxodo incluye narraciones,
leyes y
poesía;
la mayoría de los libros proféticos incorporan
narraciones y poesía,
además de los géneros proféticos como
tales.
Narraciones
Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría
de los libros del Antiguo Testamento son narraciones, es decir,
recogen y refieren los acontecimientos del pasado. Si tienen,
como casi todos, una trama (o al menos el desarrollo de una
tensión y su resolución), una
caracterización de los personajes y una descripción del escenario en el que se
producen los acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas
obras narrativas del Antiguo Testamento son historias, aunque no
se ajusten a la definición científica del
término. Una historia es una narración escrita del
pasado guiada por los hechos, en la medida en que el autor pueda
determinarlos e interpretarlos, y no por consideraciones
estéticas, religiosas o de otra índole. Las
narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras
más populares que críticas, ya que los autores
recurrieron a menudo a tradiciones orales, algunas de ellas poco
fiables, para escribir sus relatos. Además, todas las
narraciones se compusieron con un propósito religioso.
Pueden, en consecuencia, llamarse historias de salvación,
ya que su propósito es demostrar cómo
participó Dios en los acontecimientos humanos. Ejemplos de
dichas obras son la Historia deuteronomística (desde el
Deuteronomio hasta el 1 y 2 Reyes), el Tetrateuco (desde el
Génesis hasta el libro de los Números) y la
Historia del Cronista (1 y 2 Crónicas, Esdras y
Nehemías). La así llamada Historia de la
sucesión del trono de David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la
narración bíblica que más se acerca al
concepto
moderno de la historia. El autor presta atención a los detalles de los eventos y
personajes históricos e interpreta el curso de los
acontecimientos a la luz de las
motivaciones humanas. No obstante, puede intuirse la
intervención divina en el trasfondo de los
textos.
Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio;
Jonás, un relato didáctico; y Ester, una novela
histórica o una leyenda festiva. Es probable que estos
libros tengan su origen en cuentos
populares o leyendas. En
los libros deuterocanónicos pueden encontrarse algunos
relatos didácticos: Tobías, Judit, Susana y Bel y
el dragón.
En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse
muchos de estos y otros géneros narrativos. El
Génesis, como la mayoría de las demás obras
narrativas, está compuesto de diversos relatos
individuales, muchos de los cuales circulaban de forma oral e
independiente. Las historias patriarcales del Génesis
(11-50) han sido denominadas leyendas,
sagas y, con mayor precisión, sagas familiares. Muchas de
ellas son etiológicas, es decir, que explican un lugar,
una práctica o un nombre en términos de su
origen.
Obras Poéticas
Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se
incluyen Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de
los Cantares (canónicos), Eclesiástico
(deuterocanónico) y Plegaria de Manasés
(apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común
con los libros poéticos sapienciales, aunque no es
poesía. La mayoría de los libros proféticos
están escritos de acuerdo con las reglas líricas
hebreas, aunque son lo bastante distintos como para que puedan
ser diferenciados.
Características generales
La poesía hebrea tiene dos características principales, una
fácil de reconocer incluso en una traducción, y una
segunda más difícil de discernir. La característica más obvia es el uso
del parallelismus membrorum o paralelismo de versos u otras
partes. Por ejemplo, el significado de un versículo puede
reformularse o repetirse en un segundo versículo, como en
Sal. 6,1: "Yahvé, no me corrijas en tu cólera, en
tu furor no me castigues". Se trata, como resulta obvio, de
sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la
unidad puede exponer el aspecto negativo de la aseveración
de la primera, como en Prov. 15,1: "Una respuesta suave calma el
furor, una palabra hiriente aumenta la ira". En otros casos, la
segunda línea puede ampliar o explicar la primera y en
otras circunstancias el paralelismo es pura formalidad. Una
importante ventaja de la mayoría de las traducciones
modernas de la Biblia es que mantienen la forma poética
del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la
estructura del
original.
La otra característica importante de la
poesía hebrea es el ritmo, que parece haberse basado en el
número de acentos en cada línea. Una de las
métricas más fáciles de reconocer es la de
la kiná (endecha o lamentación), en la que la
primera línea tiene tres sílabas acentuadas y la
segunda, dos.
Los libros poéticos abarcan una gran diversidad
de géneros. Los más difundidos son los diversos
cantares de adoración (Salmos) y la poesía
sapiencial. Además, la Biblia incluye un libro de
poesía amorosa, el Cantar de los Cantares.
Poesía lírica La literatura cultual
(del culto religioso) de Israel era poesía lírica;
es decir, poesía pensada para ser cantada. La
mayoría de estos libros, aunque no todos, están
recopilados en Salmos. Muchos son himnos: canciones de alabanza a
Dios, a sus obras a favor de Israel o a su creación. Otros
son lamentaciones de la comunidad o
cantares de queja que, de hecho, son oraciones de
petición, cantadas por el pueblo cuando se veía
enfrentado a una situación difícil. Casi una
tercera parte de los Salmos son lamentaciones individuales,
cánticos utilizados por o en nombre de individuos al borde
de la muerte o
del desastre. Una vez que la nación
o el individuo han sido salvados de sus infortunios, se cantan
poesías
de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110
celebran la coronación de un rey en Israel como egregio
siervo de Dios.
Poesía sapiencial La poesía
sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría y
poemas breves,
como en Proverbios, y largas composiciones, como en Job,
Eclesiastés y Eclesiástico. Los materiales
sapienciales más concisos son proverbios, refranes y
admoniciones, por lo general de uno o dos versos de longitud.
Algunos eran sin duda refranes tradicionales o populares mientras
que otros llevan el sello de la reflexión y la
composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un conjunto
de poemas sobre
la naturaleza de
la propia sabiduría, mientras que Job es una
composición poética larga en forma de diálogo
enmarcado en un cuento
popular. Eclesiastés es una obra un tanto inconexa y
Eclesiástico es un libro escrito por un maestro
judío que más tarde tradujo su nieto.
La temática central de los refranes sapienciales
abarca desde los consejos prácticos para una vida
provechosa y próspera, hasta reflexiones acerca de la
relación entre transitar por el camino de la
sabiduría y obedecer a la ley revelada por
la divinidad. A Job, al menos en cierto sentido, le atormenta el
sufrimiento de los justos, en tanto que Eclesiastés es una
triste reflexión acerca del significado de la vida por
parte de alguien que se halla a las puertas de la muerte.
Materiales Proféticos
Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo Oriente
Próximo, pero ninguna otra cultura
desarrolló un cuerpo de
literatura profética comparable al de Israel. Por ejemplo,
los antiguos autores egipcios escribieron obras literarias
llamadas ‘profecías’, pero por su forma y
contenido eran diferentes de los libros proféticos de la
Biblia.
La mayoría de los libros proféticos
hebreos contienen tres tipos de literatura: narraciones,
oraciones y discursos
proféticos. Por lo general, las narraciones son relatos o
reseñas de la actividad profética, atribuidos al
propio profeta o contados por una tercera persona. Incluyen
descripciones de visiones, reseñas de acciones
simbólicas, relaciones de actividades proféticas
(como, por ejemplo, los conflictos
entre los profetas y sus opositores) y narraciones o notas
históricas. Uno de los libros de la colección
profética, Jonás, es en realidad un relato acerca
de un profeta, y contiene un solo versículo de mensaje
profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen himnos y
peticiones, como las lamentaciones de Jer. (por ejemplo, Jer.
15,10-21).
En la literatura profética predominan los
discursos, ya
que la actividad inherente del profeta consistía en
difundir la palabra de Dios relativa al futuro inmediato. Los
mensajes más comunes son profecías de castigo o de
salvación. Tanto unas como otras están
contextualizadas, como la mayoría de los discursos
proféticos, por fórmulas que identifican las
palabras reveladas por Dios; por ejemplo, "oráculo de
Yahvé". Por lo general, la profecía de castigo
explica las razones de éste en términos de
injusticia social, arrogancia religiosa o apostasía y
asimismo detalla la naturaleza del
desastre, militar o de otra índole, que recaerá
sobre la nación,
grupo o
individuo a la que va dirigida. Las profecías de
salvación anuncian la inminente intervención de
Dios para rescatar a Israel. Otros discursos incluyen las
profecías contra las naciones extranjeras, discursos de
aflicción que enumeran los pecados del pueblo,
admoniciones o advertencias (véase
Profecía).
LEYES
La materia legal
es tan destacada en las Escrituras hebreas que el judaísmo
llamó Torá (del hebreo torah, ‘ley’) a
los primeros cinco libros y los primitivos cristianos a la
totalidad del Antiguo Testamento. Los textos legales son
dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El
quinto libro de la Biblia fue denominado Deuteronomio
(‘segunda ley’) por sus traductores griegos, aunque
el libro es en síntesis
un informe de las
últimas palabras y hechos de Moisés. Contiene, no
obstante, numerosas leyes, por lo
general en el contexto de la interpretación y la
predicación o el sermón.
Según la tradición bíblica, la
voluntad de Dios fue revelada a Israel a través de
Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí.
En consecuencia, todas las leyes —a excepción de las
contenidas en Deuteronomio— pueden encontrarse desde
Éxodo 20 hasta Números 10, donde se relatan los
acontecimientos que tuvieron lugar en Sinaí.
Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos
modalidades principales, las apodícticas y las
casuísticas. La ley apodíctica está
representada por los Diez Mandamientos (Éx. 20,1-21;
34,14-26); (Dt. 5,6-21), aunque no se limita a ellos. Estas
leyes, que por lo general se encuentran en compilaciones de cinco
o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y
sin ambigüedades de la conducta humana
que Dios exige. En caso de ser positivas, se denominan
mandamientos; si son negativas, se trata de prohibiciones. Por
otra parte, cada una de las leyes casuísticas consta de
dos secciones. La primera establece una condición ("Si un
hombre roba un
buey o una oveja, y los mata o vende…") y la segunda las
consecuencias legales ("…pagará cinco bueyes por el
buey, y cuatro ovejas por la oveja", Éx. 21,37). Por lo
general, estas leyes se refieren a los problemas que
pueden surgir en la vida rural y urbana. Las leyes
casuísticas son similares en su forma, y a menudo en su
contenido, a las normas recogidas
en el Código
de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo Oriente
Próximo.
Escritos Apocalípticos
El apocalipsis, como género
diferenciado, surgió en Israel en el periodo posterior al
exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos en
Babilonia entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o
revelación expone una serie de acontecimientos futuros
mediante una larga y detallada reseña de un sueño o
de una visión. Utiliza imágenes
de fuerte contenido simbólico y con frecuencia
extravagantes, que a su vez son explicadas e interpretadas. Los
escritos apocalípticos suelen reflejar la perspectiva
histórica que tiene el autor de su propia era, en un
momento en que las fuerzas del mal se aprestaban para librar su
batalla final contra Dios, tras lo cual nacería una nueva
edad.
Daniel es el único libro apocalíptico,
como tal, de las Escrituras hebreas, y su primera mitad
(capítulos 1 al 6) es en realidad una serie de historias
legendarias. Sin embargo, partes de otros libros son en muchos
aspectos similares a la literatura apocalíptica (Is.
24-27; Zac. 9-14; y algunas partes de Ezequiel). Entre los
apócrifos, Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de
los dos últimos siglos a.C. y del primer siglo d.C.
produjo muchas otras obras apocalípticas que nunca fueron
consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen Enoc,
Guerra de los
Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el Apocalipsis de
Moisés. Véase Pseudoepígrafos.
Hasta hace poco tiempo, la
mayoría de los especialistas sostenía que el
desarrollo de la literatura y el pensamiento
apocalípticos estuvo muy influido por la religión persa. Este
punto de vista está siendo objetado por la
identificación de las raíces de la literatura
apocalíptica en el propio pensamiento
israelita, en especial en la concepción del futuro por
parte de los profetas, así como en las más antiguas
tradiciones del Oriente Próximo.
4. La Evolución Del Antiguo
Testamento
No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo
Testamento no tuvieron su origen en la misma época y en el
mismo lugar. Por el contrario, son el producto de la
evolución de la fe y la cultura
israelitas durante al menos un milenio. En consecuencia, otra
perspectiva literaria analiza los libros y sus elementos
constituyentes en términos de sus autores y de su historia
literaria y preliteraria.
En la práctica, todos los libros atravesaron un
largo periodo de transmisión y evolución antes de
llegar a ser recopilados y canonizados. Es más: es
necesario distinguir entre los puntos de vista tradicionales
judíos y cristianos en cuanto a la autoría y
datación de los libros, por una parte, y su historia
literaria real como ha sido reconstruida por los especialistas a
partir de las pruebas
contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por
la otra. El presente artículo no tiene por objeto
presentar una reseña detallada de la historia literaria
del Antiguo Testamento. Muchos de los hechos reales se
desconocen, la historia es larga y por lo general complicada, y
las conclusiones más antiguas deben revisarse cada cierto
tiempo a la
luz de nuevos hallazgos y métodos de
investigación. Sin embargo, es posible resumir el
perfil general de dicha historia.
Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron
un largo camino desde el momento en que se pronunciaron o
escribieron las primeras palabras hasta que adquirieron su forma
definitiva. En este proceso
participaron muchas personas, como narradores, autores, editores,
oyentes y lectores. Y en este devenir les cupo un papel
importante, no sólo a los individuos, sino a las
diferentes comunidades de fe.
Detrás de muchas de las actuales obras literarias
pueden discernirse tradiciones orales. Por ejemplo, la
mayoría de los relatos del Génesis circularon de
forma oral antes de ser transcritos. Los discursos
proféticos, hoy en forma escrita, se transmitieron primero
de modo oral. De hecho, todos los Salmos, tanto si fueron
escritos como si no, se compusieron para ser cantados o recitados
en voz alta durante las ceremonias religiosas. Sin embargo, no
sería prudente deducir que la difusión oral fuera
tan sólo precursora de la literatura escrita, y que
cesó una vez que se escribieron los libros porque
está probado que las tradiciones orales coexistieron con
el material escrito durante muchos siglos.
El Pentateuco
Según la tradición judeo-cristiana Moisés
fue el autor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la
Biblia. Sin embargo, tal aseveración no aparece en ninguno
de estos libros. La tradición tiene su origen en la forma
en que son denominados por los hebreos, libros de Moisés,
aunque con ello quisiesen significar relativos a Moisés.
Ya en la edad media,
los eruditos judíos reconocieron que existía un
problema con la tradición: Deuteronomio (el último
libro del Pentateuco) relata la muerte de
Moisés. En realidad, los libros son obras compuestas por
autores anónimos. Sobre la base de numerosas copias y
repeticiones, incluyendo dos designaciones diferentes para la
deidad, dos relatos separados de la creación, dos
historias entrelazadas del diluvio, dos versiones de las plagas
de Egipto y
muchas otras pruebas, los
especialistas modernos han llegado a la conclusión de que
los escritores del Pentateuco utilizaron varias fuentes
distintas, cada una de un escritor y de un periodo
diferentes.
Las fuentes
difieren en su vocabulario, estilo literario y perspectiva
teológica. La más antigua es la Jehovística
o Yahvista (J, porque utiliza el nombre divino Jahvé,
transcrito también como Jehová, o Yahvé),
que por lo general suele datarse entre los siglos X o IX a.C. La
segunda es la Elohísta (E, porque utiliza el nombre
general de Elohím para designar a Dios), y suele situarse
en el siglo VIII a.C. A continuación está la
Deuteronómica (D, limitada al Deuteronomio y a unos pocos
pasajes de otros libros), de finales del siglo VII a.C. La
última es la Sacerdotal (P, de ‘priest’,
sacerdote en inglés,
por su énfasis en la ley cúltica y en los asuntos
sacerdotales), situada en los siglos VI o V a.C. J incluye una
reseña narrativa completa desde la creación hasta
la conquista de Canaán por Israel. E ya no es una
narración completa, si es que alguna vez lo fue; su
material más antiguo se remonta a Abraham. P se concentra
en la alianza y en la revelación de la ley en el monte
Sinaí, aunque sitúa ambos elementos dentro de una
narración que se inicia en la creación.
Ninguno de los autores de estos documentos, si es
que fueron individuos y no grupos, fue un
autor creativo en el sentido moderno del término.
Más bien trabajaron como editores que recopilaron,
organizaron e interpretaron tradiciones más antiguas,
tanto orales como escritas. En consecuencia, la mayor parte del
contenido de las fuentes es mucho más antiguo que las
propias fuentes. Algunos de los materiales
escritos más antiguos son pasajes extraídos de
obras poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte
del material legal tiene su origen en antiguos códigos.
Una opinión reciente sugiere que los relatos individuales
del Pentateuco fueron compilados bajo un epígrafe que
aludía a diversas temáticas trascendentales (la
promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía del
desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra
Prometida), adquiriendo su forma básica en torno al
1100 a.C. En cualquier caso, el relato de las raíces
de Israel se conformó en y bajo la influencia de la
comunidad de la fe.
Historia Deuteronomística
En los últimos años, Deuteronomio, Josué,
Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes han sido reconocidos como un
relato unificado de la historia de Israel desde los tiempos de
Moisés (siglo XIII a.C.) hasta el exilio en Babilonia (el
periodo que arranca desde la caída de Jerusalén en
el 586 a.C. hasta culminar en la reconstrucción en
Palestina de un nuevo Estado
judío tras el 538 a.C.). Por cuanto el estilo
literario y la perspectiva teológica son similares a las
del Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar
Historia deuteronomística. Sobre la base de los
últimos acontecimientos que reseña, entre otras
evidencias, se ha llegado a la conclusión de que puede
haber sido escrita en torno al
560 a.C., durante el exilio. Sin embargo, es posible que al
menos una edición fuera anterior.
El escritor (o escritores) de la obra tenía como
objetivo
registrar la historia de Israel, así como dar cuenta de la
catástrofe que recayó sobre la nación a
manos de los babilonios. Por un lado, trabajó como lo
haría cualquier otro historiador, recogiendo y organizando
fuentes más antiguas, tanto escritas como orales.
Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo
relatos de los profetas, relaciones de diversa índole,
crónicas más antiguas e incluso registros de la
corte. De hecho, suele derivar al lector a sus fuentes (por
ejemplo, Jos. 10,13; 2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No obstante
aplicó también la visión del teólogo,
quizá de alguien que ya tenía firmes convicciones
acerca del curso y significado de los acontecimientos que iba
registrando. Estas convicciones hallaron su expresión en
la forma en que organizó el material y
añadió los discursos, que él mismo
había escrito, en boca de los principales protagonistas
(por ejemplo, Jos. 1). Creía que Israel había sido
sojuzgada por Babilonia debido a la desobediencia a la ley de
Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar
dioses falsos en altares paganos; creía asimismo que los
profetas habían advertido del exilio mucho tiempo antes de
que se produjera.
Los Libros Poéticos
Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado
autor o autores tanto la poesía cultual como la sapiencial
del Antiguo Testamento, sobre todo por contener tan pocas
alusiones históricas. Se considera que David es el autor
de Salmos porque, según la tradición, cantaba y
componía. De hecho, sólo 70 de los 150 salmos se
identifican de modo inequívoco con David, y
muchísimos menos datan de la época de este rey
hebreo. Las atribuciones a David y a otros se hallan en los
encabezados, añadidos mucho después que los Salmos
fueran escritos. La identificación de Proverbios y de
otros libros sapienciales con Salomón tiene su origen en
la tradición de la gran sabiduría de este monarca,
y es fiable por cuanto promovió instituciones
que desarrollaron este tipo de literatura. La poesía
sapiencial contiene algunos de los materiales más antiguos
de las Escrituras hebreas (en los refranes y proverbios), y las
composiciones como Eclesiastés y Eclesiástico
algunos de los más recientes.
Salmos se convirtió en el libro de himnos y
oraciones del Segundo Templo de Israel, pero muchos de los
cánticos son anteriores a la construcción del santuario. Contienen
motivos, temas y expresiones que Israel heredó de sus
predecesores cananeos. Muchas voces hablan en y a través
de los Salmos, pero sobre todas se oye la expresión de una
comunidad que se entrega a la oración.
Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron
escritos en su integridad por la persona con cuyo
nombre han sido designados. Es más: en la mayoría
de los casos, incluso las palabras del profeta original fueron
registradas por otros. La historia de Baruc, escriba de
Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno
de los métodos
con los que las palabras pronunciadas por los profetas se
convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los
profetas deben de haber sido recordadas y recopiladas por sus
seguidores y, según lo indicaran las circunstancias,
transcritas. Más tarde, la mayoría de los libros
fueron editados y ampliados. Por ejemplo, cuando Amós
(c.7 55 a.C.) se utilizó en tiempos del exilio,
se le dio un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15).
Isaías refleja siglos de la historia israelita y la obra
de varios profetas y otras personalidades; Is. 1-39 se basa sobre
todo en el profeta original (742-700 a.C.); los
capítulos 40 al 55 son obra de un profeta desconocido del
exilio, denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y los
capítulos 56 al 66, identificados con el Tercer
Isaías, provienen de diversos escritores del periodo
posterior al exilio.
El Canon
La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo
Testamento fueron canonizadas en distintos momentos y lugares,
aunque el desarrollo de los cánones cristianos debe
entenderse en los términos de las Escrituras
judías.
El Canon Hebreo
En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo,
del 621 a.C. Durante la reforma de Josías, rey de
Judá, cuando se estaba rehabilitando el Templo, el sumo
sacerdote Jilquías descubrió "el libro de la Ley"
(2 Re. 22). El rollo era probablemente la parte central del
actual Deuteronomio, pero lo importante es la autoridad a la que
se atribuyó. Más respeto se
concedió al texto
leído por Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la
comunidad a finales del siglo V a.C. (Neh. 8).
La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas
Escrituras a lo largo de tres etapas diferenciadas. La secuencia
se corresponde con las tres partes del canon hebreo: la
Torá, los Profetas y los Hagiográficos. Sobre la
base de las pruebas externas, parece evidente que la Torá
o Ley fue aceptada como texto sagrado
entre las postrimerías del exilio de Babilonia
(538 a.C.) y el cisma samaritano del judaísmo, hacia
el 300 a.C. Los samaritanos reconocen como Biblia
sólo a la Torá.
La segunda fase fue la canonización de
Neviím (Profetas). Tal y como lo indican los
encabezamientos de los libros proféticos, las palabras de
los profetas que habían quedado registradas comenzaron a
considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la segunda
parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III
a.C., no mucho antes del 200 a.C.
Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban
otros libros en el culto y el estudio. Hacia la época en
que se escribió Eclesiástico
(c. 180 a.C.), se había desarrollado la idea de
una Biblia tripartita. El contenido de la tercera parte, Ketuvim
(Hagiográficos), se mantuvo bastante fluido en el
judaísmo hasta después de la caída de
Jerusalén en poder del Imperio romano,
en el 70 d.C. Hacia finales del siglo I d.C., los rabinos de
Palestina ya habían determinado y cerrado la lista
definitiva.
En el proceso de canonización obraron tanto
fuerzas positivas como negativas. Por una parte, la
mayoría de las decisiones ya habían sido adoptadas
de facto: Torá, Profetas y la mayor parte de
Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras
desde hacía varios siglos. La controversia giró
sólo en torno a unos pocos libros de los
Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los
Cantares. Por la otra, se escribían y difundían
otros muchos libros religiosos, que aducían ser
también la palabra de Dios. Entre éstos se
incluían los actuales apócrifos de los protestantes
(algunos de ellos deuterocanónicos para los
católicos y ortodoxos, y otros apócrifos
también para éstos), algunos de los libros del
Nuevo Testamento, y muchos más. En consecuencia, la
decisión oficial de establecer una Biblia debe
considerarse como la respuesta a un planteamiento
teológico: ¿según qué libros
definirá el judaísmo su propia doctrina y su
relación con Dios?
El Canon Cristiano
El segundo canon, el que hoy es la versión católica
del Antiguo Testamento, surgió primero como una
traducción de los primeros libros hebreos al griego. El
proceso se inició en el siglo III d.C. fuera de Palestina,
debido a que las comunidades judías de Egipto y de
otros lugares necesitaban las Escrituras en el idioma de su
propia cultura. La mayoría de los libros adicionales de
esta Biblia, incluyendo suplementos de libros más
antiguos, tuvo su origen entre las comunidades judías no
palestinas. Hacia finales del siglo I d.C., cuando se recopilaban
y difundían los primeros escritos cristianos,
existían ya dos versiones de las Escrituras del
judaísmo: la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en
griego (conocido como Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea
marcaba la norma oficial de la teología y la
práctica. Ninguna prueba indica que en el judaísmo
haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en
griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron
reconocidos de forma oficial sólo por el cristianismo. Los
escritos de los primeros Padres de la Iglesia contienen numerosas
y diversas listas, pero es evidente que prevaleció el
Antiguo Testamento en griego, más extenso.
El último paso importante en la historia del
canon cristiano tuvo lugar durante la Reforma protestante. Cuando
Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán,
redescubrió lo que otros (destacando de modo muy notable
san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya
sabían: que el Antiguo Testamento original estaba escrito
en hebreo. Eliminó de su Antiguo Testamento todos los
libros no incluidos en la Biblia judía y los tildó
de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto volver al texto
y al canon acaso más antiguos y por consiguiente mejores,
y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de aquella
versión más antigua de la Biblia. Véase
Apócrifos; Libros Deuterocanónicos;
Apócrifos del Nuevo Testamento.
Los Textos Y Las Versiones Antiguas
Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan
recuperar y utilizar el texto más antiguo, quizá el
más fiel al original. No existen copias originales ni
autográficas, sino centenares de manuscritos diferentes
con numerosas versiones distintas. En consecuencia, todo intento
de determinar cuál es el mejor texto de un libro o
versículo concretos debe basarse en el trabajo
meticuloso y en el juicio de los científicos.
Textos Masoréticos
Con respecto al Antiguo Testamento, la principal
diferenciación es la existente entre los textos en hebreo
y las versiones o traducciones en otros idiomas antiguos. Los
testimonios más importantes y por lo general más
fiables en hebreo, son los textos masoréticos, obra de los
eruditos judíos (denominados masoretas) que se encargaron
de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la Biblia
(véase Masora). Estos sabios, que trabajaron desde los
primeros siglos de la era cristiana hasta la edad media,
también insertaron en el texto la puntuación, las
vocales (el texto hebreo original contiene sólo
consonantes) y diversas notas. La Biblia hebrea modelo que se
utiliza en nuestros días es la reproducción de un texto masorético
escrito en 1088. El manuscrito, en forma de códice o
libro, se encuentra en la colección de la Biblioteca
Pública de San Petersburgo. Otro texto masorético,
el Códice de Alepo (primera mitad del siglo X d.C.) es el
sustrato básico de una nueva edición del texto que
está preparando la Universidad
Hebrea de Jerusalén. El Códice de Alepo es el
manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea íntegra,
aunque data de más de un milenio después de que se
escribieran los últimos libros bíblicos, y
quizá más de 2.000 años después de
los primeros.
No obstante, se conservan manuscritos hebreos más
antiguos —masoréticos y de otra índole—
de libros individuales. Muchos de ellos, que datan del siglo VI,
fueron descubiertos a finales del siglo XIX en la guenizá
(depósito en el que se guardan los escritos inutilizados o
desechados para evitar que se profane el nombre de Dios escrito
en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos manuscritos y
fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana, fueron
recuperados en la región del mar Muerto desde 1947
(véase Manuscritos del Mar Muerto). Aunque muchos de los
manuscritos más importantes son bastante tardíos,
en particular los textos masoréticos conservan una
tradición textual que se remonta cuando menos a un siglo
antes de la era cristiana.
La Septuaginta Y Otras Versiones En Griego
Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las
traducciones al griego. En algunos casos las versiones griegas
presentan un material superior al de la hebrea, ya que se basan
en textos hebreos más antiguos que los que nos han llegado
hasta hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más
antiguos que los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra,
y fueron incluidos en copias de la Biblia cristiana completa que
datan de los siglos IV y V d.C. Los manuscritos más
importantes son el Códice Vaticano (en la Biblioteca del
Vaticano), el Códice Sinaítico y el Códice
Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo
Británico).
La versión griega más importante se
denomina Septuaginta (en griego, ‘setenta’), porque
la leyenda afirma que la Torá fue traducida en el siglo
III d.C. por 70 (o 72) traductores. Tal vez, la leyenda sea
cierta en algunos aspectos: la primera traducción al
griego incluía sólo a la Torá y fue
realizada en Alejandría en el siglo III a.C. Más
tarde se tradujeron las demás Escrituras hebreas, aunque
parece lógico que esta tarea fuese realizada por otros
eruditos cuya pericia y concepciones eran distintas.
Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que
en su mayoría se conservan sólo gracias a
fragmentos o citas de los primeros Padres de la Iglesia y otros.
Entre ellas se incluyen las versiones de Áquila,
Símaco, Teodoción y Luciano. El teólogo
cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que
presentaban estas versiones diferentes y preparó una
Hexapla, una crítica textual en la que organizó en
seis columnas paralelas el texto hebreo, el texto hebreo
transliterado al griego, y las versiones de Áquila,
Símaco, Teodoción y Luciano.
Pešitta, Antigua Latina, Vulgata Y Los Targum
Entre otras versiones merecen mencionarse la Pešitta, o
siríaca, iniciada con toda probabilidad en
el siglo I d.C.; la Antigua latina, que no fue traducida del
hebreo sino que procede de la Septuaginta en el siglo II; y
la Vulgata, traducida del hebreo al latín por san
Jerónimo a finales del siglo IV d.C.
Otras versiones que deben considerarse son los Targum
arameos. En el judaísmo, cuando el arameo sustituyó
al hebreo como idioma cotidiano, se hicieron necesarias
traducciones, primero para acompañar la lectura
oral de las Escrituras en la sinagoga, y más tarde
transcritas al papel. Los Targum no eran traducciones literales,
sino más bien paráfrasis o interpretaciones del
original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo
su origen en Palestina y los revisados en Babilonia. En el
último decenio se descubrió un manuscrito
íntegro del Targum palestino, el Neofiti I, guardado
en la Biblioteca del Vaticano. De los Targum babilónicos,
los más conocidos son el de Onquelos (Pentateuco) y el de
Jonatán (Profetas).
Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en
ocasiones los mejores, del texto original. Además,
incluyen importantes pruebas de la historia del pensamiento entre
las comunidades para las que la Biblia constituía un texto
fundamental.
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